Viernes 14 de febrero de 2014 | adn cultura | 3
CróniCas de la selva
Noches de “calvario-concert” Los films y los dramas sobre los astros malogrados del mundo del espectáculo constituyen un género propio; en el Ocean, el recuerdo de V.O. Hugo Beccacece | para la nacion
U
n hallazgo de poeta. “Esto es el calvario-concert”, dijo Fernando Noy, transido de emoción cuando terminó Al final del arcoíris, la obra de Peter Quilter sobre la vida de Judy Garland. “No sé por qué, pero estas obras tan dramáticas las siento aquí”, y se abrazaba el vientre. Pocas veces uno escucha una definición tan acertada de un género teatral y cinematográfico como “calvario-concert”. Con ella, Noy abarcaba todas las piezas y películas que tienen como protagonistas a grandes figuras del espectáculo que murieron infelices, en la miseria, llevadas por la ráfaga de una sobredosis, sacudidas por la adicción al alcohol o a las drogas, traicionadas por sus amantes y sus cónyuges: “Edith Piaf, Maria Callas, Jim Morrison”, enumeró. Y agregó: “Hay algo de sagrado en todo esto. Es una especie de rito en el que alguien muere por nosotros. Empezá a pensar en todos los que se hundieron: “Billie Holiday, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Michael Jackson, Dalida…” La interpretación de Karina K. en el papel de Judy había acongojado a la mayoría del público. Como ocurre en esos casos, con la última nota, todos se pusieron de pie y aplaudieron largamente para combatir la consternación. Mientras Noy continuaba su disquisición, pasaron Mike Amigorena, Verónica Llinás, Silvia Armoza, Julio Chávez, Tino Tinto, Pablo Zunino, Carlos Casella y el resto del público que abandonaba la sala. A un costado del hall, el director Ricky Pashkus saludaba casi en trance. Una señora en lágrimas decía: “Te das cuenta: ¡la madre empastillaba a Judy cuando era una nena de diez años!” En una de las escenas de Al final del arcoíris, el autor Peter Quilter reflexiona sobre la adoración que el público gay tenía y tendría por Judy. Ese culto hizo mucho por la perduración de Garland, más allá de las modas. La expresión gay icon parece creada casi a la medida de ella. Si uno hojea los ensayos sobre el mundo del espectáculo y los temas de género, encuentra los requisitos para
ser ícono gay (no es posible tenerlos todos, porque a veces son contradictorios): una presencia arrolladora (no se trata sólo de belleza), glamour, un gran talento, la niñez y la adolescencia difíciles, aunque se obtenga el éxito inmediato. Además, el temple de un gladiador, capaz de sobreponerse a todas las adversidades, sobre todo si se es mujer. Sin embargo, las estrellas tienen un lado vulnerable. Los sentimientos son kryptonita para ellas, con excepción de Marlene Dietrich y quizá de Barbra Streisand. Un ícono es también un mártir. Sucumben al amor, a la amistad, a la traición, aunque en la pantalla, en la escena y en la vida pública ejerciten la maldad, los desplantes y la lucidez cínica. En cuanto a la trayectoria, el recorrido clásico es descubrimiento, apogeo, decadencia, enfermedad y adicciones. Todo esto en pobreza (o extrema riqueza) y soledad. La muerte por suicidio o accidente asegura la resurrección. Victoria Ocampo en familia. El sábado pasado, el Ocean Club y la Fundación Sur organizaron el diálogo “Victoria Ocampo, más allá de los prejuicios”, en el que intervinieron Javier Negri, presidente de la Fundación, y la poeta Lía Rosa Gálvez. El acto se desarrolló en el jardín de lo que fue la Villa Leloir-Llavallol; hoy, una de las sedes del Club. La hermosa casona perteneció a Hortensia Aguirre, tía por línea materna de Victoria y madre de Luis Federico Leloir. Allí, solían encontrarse la futura escritora y su primo, el futuro premio Nobel de Química. Negri empezó por aclarar que la Fundación fue creada por V. O. en 1963; ésta donó sus derechos y sus archivos a la entidad: “Somos los herederos de la revista Sur y su editorial; somos herederos de su símbolo, el célebre logo: la flecha que se clava en la tierra, con la que identificamos nuestra editorial”, dijo Negri. Después anunció que, durante el Salón del Libro de París, se va a presentar la traducción al francés de Diálogo con Borges, de Victoria Ocampo, coeditada por Éditions de Bartillat y Sur, y la reedición en castellano del mismo libro (publicado por primera vez en 1969). La nueva versión
fue realizada por Sur y El Ateneo. La traducción al francés es de André Gabastou. El libro, ya sea en francés o en español, incluye prólogos de María Kodama, Odile Felgine y Ubaldo Aguirre, además de varias cartas que Borges y su madre, Leonor Acevedo, intercambiaron con Victoria.
Transido de emoción, reflexionó sobre la infelicidad de las figuras estelares, al término de al final del arcoíris fernando noy poeTa
interpretada por Karina K. en la obra de peter Quilter, su trágica historia conmovió al público judy garland acTriz y canTanTe
Lía Rosa Gálvez se refirió a las dificultades que V. O. tuvo que enfrentar precisamente por pertenecer a una familia privilegiada y tradicional, que les reservaba a las mujeres un papel secundario y dependiente de los hombres. Las cadenas del género le pesaban. El exceso de dones podría haberse convertido en una cárcel despiadada para la autora de Testimonios; de esa prisión la liberó la escritura. Gálvez detalló un aspecto poco tratado en la biografía de Victoria: la actividad pública que llevó adelante V. O. entre 1924 y 1931, como miembro de la Asociación Amigos del Arte (AAA). Elena Sansinena de Elizalde (Bebé), que fue durante más de dos décadas la presidenta de esa asociación, y Victoria estuvieron muy vinculadas porque tenían los mismos intereses culturales. El contraste entre las personalidades de Bebé y V. O. era notable. Elena Sansinena era chiquita, no le gustaba el “yo” y cultivaba el más bajo perfil. Victoria, en cambio, era alta, hermosa, imponente, se brindaba a los otros, pero siempre en primera persona. V. O. integraba la Comisión Directiva de la AAA; como la literatura era su tema predilecto, formaba parte de la Subcomisión de Letras; entre otras cosas, se ocupaba de las conferencias. Bebé, que trajo a Ortega y Gasset a la Argentina, apoyó la visita de figuras propuestas por Victoria como el conde Hermann Keyserling y Pierre Drieu La Rochelle. Los capítulos de la vida de Victoria fueron narrados por Gálvez y Negri en forma alternada: a los episodios divertidos les sucedieron otros dramáticos (el rescate de judíos durante la Segunda Guerra) y, por supuesto, los esfuerzos por establecer un puente espiritual entre la Argentina y el resto del mundo: la historia familiar de una comunidad. C