Colombia: una nación en formación en su historia y literatura (siglos XVI-XXI) Nelson González Ortega
CANON, NACIÓN E HISTORIA: ORIGEN DE LAS HISTORIAS Y LITERATURAS NACIONALES DE EUROPA Y SU INCIDENCIA EN LA FORMACIÓN DE LA HISTORIA Y LITERATURA DE COLOMBIA Las prácticas discursivas no constituyen únicamente modos de fabricación del discurso, sino que también se articulan en las instituciones, en los esque- mas de comportamiento y en la transmisión y difusión de formas y textos pedagógicos.1 Esta afirmación de Michel Foucault me introduce de lleno en el tema que propongo indagar en este capítulo: la incidencia que tuvieron los modelos culturales europeos en la formación e institucionalización de la ver- tiente oficial de la historia y la literatura nacional de Colombia. La asociación entre la literatura y la historia y entre estos dos términos y el concepto de “nación” se remonta al periodo de formación de la sociedad europea.2 El estudio de la historiografía sugiere que es en Europa donde se relaciona, por primera vez, el discurso histórico (en forma de genealogías de los héroes de la comunidad) con el concepto de nación. En el Antiguo Testa- mento
no sólo se emplea la genealogía como modo discursivo, sino que se relaciona el discurso histórico con el concepto de “nación” o “pueblo escogi- do” para referirse a la comunidad israelita. Según Herbert Butterfield: “The concepts that help to characterize the religion of ancient Israel are those of the promise, the covenant, the judgement, the national mission. They are concepts particularly associated with history” (Butterfield 1981: 89). Si es verdad que en el mensaje (“mesiánico”) codificado en el Antiguo Testamento subyace la idea de nación, no es menos cierto que la composición del discurso que cifra dicho mensaje contiene rasgos que hoy se asocian con la literatura y con la historia.3 Algunos investigadores han sugerido que el paralelismo que se articuló en la escritura de la historia entre la emergencia de sentimientos de comunidad solidaria y el surgimiento de la religión cristiana, le ha conferido al discurso histórico europeo un tono moralizante y provi- dencial que sólo desaparece en el siglo XIX cuando se empieza a considerar la historia como una ciencia. Dicho tono moralizante, según Fredric Jameson, se estableció con la publicación de La ciudad de Dios (A. D. 413-426) de San Agustín, que no sólo crea una filosofía cristiana de la historia, sino que esta- blece la primera gran
hermenéutica de Occidente, como exégesis del discurso bíblico (Jameson 1982: 18). A fines del siglo XVIII y durante el XIX, a raíz de la ascensión económica de la burguesía y la caída de las monarquías, surgieron nuevas repúblicas en Europa fundamentándose jurídica, social y culturalmente en los conceptos de Estado y nación. Debido al doble hecho de que Estados nacionales, como Alemania, Francia, Inglaterra y España, se apoyaron en su propia historia y literatura para consolidar el prestigio de su cultura nacional y que el modelo nacional europeo fue imitado en Hispanoamérica en la formación del “Esta- do-nación” y de la cultura nacional de más de una decena de países que se independizaron políticamente de España entre los años 1810-1824, resulta pertinente explicar, por lo menos esquemáticamente, los complejos concep- tos de nación, Estado e historia y literatura nacional en el contexto europeo e hispanoamericano. El concepto de “nación” y de su correlato, el “Estado”, es uno de los que mayores problemas epistemológicos ha suscitado en las ciencias sociales, pues su compleja relación con la historia, la economía, la sociología, la jurispru- dencia y la política, hace imposible su definición exacta, más no su descrip- ción general.
A grandes rasgos, se puede afirmar que la nación la constituye una comunidad humana que ha compartido a través de su historia determi- nadas características comunes como cierta homogeneidad étnica, lingüística y religiosa, las cuales subyacen en la proyección o realización de ideas e idea- les éticos y políticos comunes y, algunas veces, en la consecución o apropia- ción de un territorio autónomo para su asentamiento. El Estado podría describirse, en general, como el ordenamiento jurídico y administrativo en forma de leyes políticas (i. e., las Constituciones nacionales) que rigen el fun- cionamiento del Estado y la nación y que son superpuestas a ésta para esta- blecer y ejercer su soberanía nacional a través de un Parlamento elegido por sufragio parcial y consensual (visión conservadora), o bien por sufragio uni- versal y popular que llevaría a la democracia directa (visión revolucionaria), o bien por una combinación de estas dos visiones. Por su parte, la cultura nacional se refiere a la recuperación de la memoria histórica y/o de las tradi- ciones culturales de una comunidad humana, por medio de la actualización de sus diversas expresiones culturales, entre ellas, la historia, la literatura y las artes plásticas. El concepto socio-ideológico de nación cultural, que se entien- de aquí como cultura nacional, puede
originarse y articularse en la tradición de una comunidad que busca crear por sí y para sí misma sentimientos de identidad nacional mediante la actualización artística popular de su pasado religioso, histórico y cultural, pero también puede originarse en el Estado o ser usado por sus élites dirigentes para buscar la legitimidad o para reforzar el sentimiento popular de comunidad nacional. Si en una determinada socie- dad confluyen la nación, el Estado y la cultura nacional se puede hablar de la existencia del “Estado-nación”. La mayoría de los actuales Estados modernos occidentales, que surgieron a partir de finales del siglo XVIII con el adveni- miento del liberalismo europeo, pueden ser caracterizados como Estado- nación o tratan de legitimarse como tales, pese a las contradicciones y con- troversias que engendra dicho binomio. Dicho lo anterior, es necesario puntualizar que históricamente la nación ha aparecido de modo independiente del Estado, siendo la tendencia de que la primera preceda al segundo, como, por ejemplo, los noruegos que, duran- te siglos, habían sido una nación antes de la secesión de Noruega del Imperio Sueco en 1905 y de la institución del Estado noruego en ese mismo año. No obstante, esto no sucedió así en el caso de España, en donde, primero,
se estableció el Estado monárquico en base a las Cortes de Toledo de 1480, que decretaron la unión política y administrativa de Castilla y Aragón y, posteriormente, en los siglos siguientes se irá consolidando paulatinamente la unidad nacional a través de la fusión en un mismo territorio de diversos reinos con idiomas diferentes como castellano, catalán, gallego y vasco. No obstan- te, hay que indicar que la unidad étnica, lingüística y religiosa o la conver- gencia de estos tres elementos constituyentes de la nación en un territorio autónomo no son prerrequisitos indispensables para el surgimiento de la nación o del Estado, pues grupos homogéneos en raza-etnia, cultura o reli- gión como los que constituyen, respectivamente, la nación negra de Estados Unidos, la nación gitana en Asía y Europa y la nación judía en el mundo entero no han poseído su propio territorio o sólo lo han obtenido tardíamen- te como es el caso de la comunidad judía. Adicionalmente, se debe señalar que un Estado soberano no necesariamente debe tener un territorio propio o regir únicamente sobre una nación, piénsese, por ejemplo, en el Estado impe- rial austro-húngaro o en el de la Unión Soviética, que regía en más de una nación. También puede existir una comunidad nacional que habite un terri- torio sin haber obtenido un Estado, como es el caso de Palestina en 2012.
La nación y el Estado, en cuanto fenómeno socio-ideológico, han apareci- do y se han desarrollado en comunidades humanas diversas, separadas en el tiempo y en el espacio y antiguamente se han superpuesto con la dinastía, la tribu, la patria y el imperio. No obstante, en la edad moderna, las primeras conceptualizaciones teóricas de la nación y/o del Estado surgen sólo a fines del siglo XVIII, a manos de intelectuales ilustrados que, influidos por la céle- bre obra Du Contrat social ou principes de droit politique (1762) de Jean Jac- ques Rousseau y por las luchas ideológicas y militares que culminaron con la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776), promovieron la Revolución Francesa (1789) mediante la escritura de su famoso manifiesto revolucionario, la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”. Desde entonces, dos concepciones clásicas predominan en la explicación de los conceptos de nación y Estado: la concepción marxista presentada por Vladimir Lenin en sus dos ensayos clásicos “Critical Remarks on the Nacio- nal Question” (1913) y “The Right of Nations to Selfdetermination” (1914), que fueron resumidos y reelaborados en el escrito “The Nacional Question and Lenism” (1929), de Joseph Stalin, así como la concepción libe- ral de nación introducida por Ernest Renán en su famosa conferencia
“Qu’est-ce qu’une nation?” (1882), que fue desarrollada por otros portavoces del liberalismo europeo decimonónico. Stalin entiende la nación en términos de la “nacionalidad” que adquiere una comunidad humana a través de su propia historia revolucionaria. La condición “objetiva” de pueblo implícita en el concepto de nación, según el marxista georgiano, está dada por la etnia, la lengua y la cultura que concu- rren en un una geografía y en un tiempo determinado, al cumplirse ciertas circunstancias históricas favorables para que se realice plenamente la naciona- lidad a través de la lucha del proletariado. El problema de los obreros está determinado más por la condición de explotación económica a que son sometidos en la sociedad capitalista y menos por su etnia o cultura o por los otros “criterios objetivos” que conforman su nacionalidad. La antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), siguiendo el modelo nacional etnicista de Stalin, dividió en regiones y repúblicas e impuso Estados artifi- ciales a los diversos pueblos que la integraban: Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia y otros. Las naciones, por tanto, carecen de voluntad pro- pia para dirigir la “revolución” y, por ello, la voluntad revolucionaria se engendra y se desarrolla sólo en el seno
del proletariado y en las continuas luchas que los trabajadores organizados y conscientes de su opresión econó- mica emprenden contra el sistema capitalista y sus dirigentes para obtener su propia identidad nacional, en forma de liberación proletaria, por medio de la construcción de “el socialismo en un sólo país” (Stalin) o a nivel internacio- nal (Lenin). El Estado capitalista se convierte así en el principal obstáculo y poderoso enemigo de la liberación nacional de los proletarios, por lo cual debe ser eliminado para que la nación socialista se pueda desarrollar libre- mente. En síntesis, desde una perspectiva económico-marxista se puede hablar de una correspondencia “objetivable” entre los elementos que compo- nen la unidad trivalente de la nación: la infraestructura, la estructura y la superestructura. A la infraestructura corresponde el elemento físico de la nación, esto es, la tierra/territorio, la gente y sus relaciones económicas; a la estructura corresponde el elemento espiritual, esto es, la voluntad de convivencia y de destino histórico común que dirija a la realización de la identidad nacional y a la cristalización de la cultura nacional; y a la superestructura corresponde el elemento jurídico-administrativo, esto es, el Estado socialista. Renán, influido por los idearios políticos de las revoluciones de Estados Unidos y
de Francia del siglo XVIII y por los movimientos nacionalistas euro- peos del siglo XIX (i. e., germanismo, paneslavismo), que sirvieron de base ideológica y política para la creación de los sistemas democráticos liberales que rigen actualmente en los países de Europa y América, introdujo en su clásica y, a la vez, moderna disertación de 1882, “¿Qué es una nación?”, los conceptos de “voluntad común” (para vivir en comunidad) y de “plebiscito cotidiano” para integrar una nación. Estos dos conceptos, son explicados por Renán, así: “Tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho grandes cosas juntos, querer seguir haciéndolas aún, he ahí las condiciones esenciales para ser un pueblo. […] Una nación […] [s]upone un pasado; sin embargo, se resume en el presente por un hecho tan- gible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de una nación es (perdonadme esta metáfora) un ple- biscito cotidiano” (Renán 1882: 310-11; traducción mía). Aunque pueda argumentarse si tal voluntad común es consciente o no, o si es o no compartida por la mayoría de los miembros de una comunidad, es indudable que la modernidad de la teoría liberal de Renán sobre nación, estriba en que
confiere legitimidad de nación a las comunidades humanas que, a pesar de no haber logrado una unidad étnica, lingüística, religiosa o territorial, poseen la voluntad de pertenecer a un colectivo nacional y, por ello, tienden –a partir de la Segunda Guerra Mundial– a ser reconocidas como naciones. Pues como bien concluye el ideólogo liberal francés: “El hombre no es esclavo ni de su raza, ni de su lengua, ni de su religión, ni de los cursos de los ríos, ni de la dirección de las cadenas de montañas. Una gran congregación de hombres, sana de espíritu y cálida de corazón, crea una con- ciencia moral que se llama una nación” (Renán 1882: 312; traducción mía). Desde luego que no ha existido en el pasado un modelo único y universal de nación o de Estado que pueda definir a cada grupo humano en la búsqueda de su consolidación nacional o de su legitimación estatal. Mucho menos, podría existir en el presente, un modelo nacional o estatal uniforme que se adapte a cada pueblo, debido a que el concepto tradicional de “nación-Esta- do” ha entrado en crisis en el siglo XXI por causa de los problemas y desafíos planteados desde Occidente al mundo entero tanto por el advenimiento epistemológico de la posmodernidad como por el establecimiento de la globali- zación como hecho político y económico transnacional.5
Por consiguiente, la concepción esencialista que definía la nación a prin- cipios del siglo XX en base a “criterios objetivos” (i. e., territorio, lengua, etnia e historia) ha sido desplazada a fines del mismo siglo por una concepción subjetiva que concibe las naciones como construcciones socio-ideológicas, esto es: “comunidades imaginarias” construidas por los nacionalismos oficia- les con o sin el consenso de sus habitantes. Se constata que la singular pre- gunta clásica del liberalismo europeo, “¿qué es una nación?”, introducida por Renán en 1882 y redefinida en términos de “la nación socialista” por Lenin y Stalin en 1914 y 1929, ha sido remplazada en el contexto polémico del pos- modernismo por diversas preguntas: ¿cómo se construye la nación cultural en la actualidad? (Anderson 1983), ¿es el nacionalismo una ideología de uni- ficación o una ideología de apropiación de las culturas nacionales (Gellner 1983), ¿están siendo sustituidas las ideas tradicionales de nación, Estado y cultura nacional por el concepto del Estado plurinacional o conglomerado económico y político de naciones dentro del marco del actual capitalismo global dirigido desde Occidente?, ¿contribuye o no la globalización periférica que se está instalando en el siglo XXI en los países no occidentales a construir o a destruir
las fronteras económicas, políticas y culturales de las naciones en formación del llamado Tercer Mundo? Los comentarios precedentes sobre el origen y establecimiento de los conceptos de nación, Estado y cultura nacional basados en las ideas de lengua, historia y cultura común fueron incorporados y articulados por prominentes literatos e historiadores de Alemania, Inglaterra, Francia y España con el fin de formar y consolidar las respectivas culturas nacionales de sus países. En Alemania, por ejemplo, Johann Gottfried Herder (1744-1803) y Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) incorporaron las nociones de origen, territorio, tradición, unidad lingüística y cultural en la construcción de la nación romántica germánica. De modo semejante, historiadores de Inglaterra, Fran- cia y España, como Thomas Babington Macaulay (1800-1859), Jules Miche- let (1798-1874) y Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), incluyeron esos mismos conceptos a la escritura de sus historiografías nacionales. Los textos de historia en los que se manifiestan los aspectos mencionados son: History of England from de Accession of James II, escrita entre 1848 y 1861 por Macaulay; Histoire de France (1869), escrita por Jules Michelet; y Los
españoles en la historia y en la literatura, escrita por Ramón Menéndez Pidal en la primera mitad del siglo XX. En su “Introducción”, Macaulay apela a los sentimientos religiosos y patrióticos de sus lectores: “The general effect of this checkered narrative will be to excite thankfulness in all religious minds, and hope in the breast of all patriots” y añade: “Nothing in the early existence of Britain indicated the greatness which she was destined to attain” (Maculay 1981, I: 2, 3). Michelet, por su parte, le confiere a sus antepasados rasgos raciales y culturales únicos y superiores a los de otros pueblos, al des- cribir la raza gálica, como “la plus sympathique et la plus perfectible des races humaines” (Michelet 1965-1967, I: 75). A su vez, Menéndez Pidal escribe sobre la “hispanidad” que ha prevalecido en el carácter nacional de España a través de los siglos: Desde Tiraboschi a Mommsen, desde Gracián a Menéndez Pelayo es frecuen- te descubrir señales de hispanidad en los autores latinos de la Bética o de la Tarraconense, hallando una relación étnica, y no de mera imitación literaria, entre ciertas modalidades estilísticas de los autores hispanorromanos y las de los autores españoles. […] La transmisión de un hábito expresivo puede ser ininterrumpida y mantenerse en un estado latente, mediante innumerables actos análogos,
sea conversacionales sea literarios, que se producen a través de los siglos (Menén- dez Pidal 1951: 164-165).7 Este tipo de consigna cultural o ideología de proyección nacional acom- pañó el registro de los eventos históricos y culturales referidos en las historio- grafías e historias literarias de las nuevas repúblicas europeas del siglo XIX. En síntesis, Macaulay, Michelet y Menéndez Pidal destacaron en sus historias nacionales las diferencias de raza, idioma, cultura y religión que guardaban con países vecinos y exageraron favorablemente las “características naciona- les”, en cada caso. La ideología nacionalista que contenían las historias nacionales europeas fue imitada y asimilada por los intelectuales hispanoamericanos que forjaron el discurso historiográfico e histórico-literario hispanoamericano, dado que según Beatriz González Stephan: Correspondió a los historiadores –liberales y conservadores sin mayor distinción– formalizar en su producción las preferencias de las élites, que […] se ajus- taban a los axiomas básicos del historicismo liberal. Aunque en el plano de los discursos históricos se puede reconocer una tendencia conservadora y otra liberal por las distintas valoraciones que hacían en torno a los mismos hechos, en
el fondo la división no es tajante, ya que compartían concepciones comunes dado que ambas formaciones ideológicas eran variantes de los mismos sectores dominantes, fuesen estos de la vieja o de la nueva oligarquía. Además, la hibridación que se dio en la práctica entre el pensamiento liberal y el conservador permitió observar concepciones que en realidad traducían la visión que estos grupos tenían de su proceso histórico. Por las vías del hispanismo o por el apego a modelos no hispánicos, la historiografía latinoamericana (literaria, política, social) tuvo a Europa como punto focal (González Stephan 1987: 93-94). En efecto, la gran trascendencia que alcanzó en Europa la investigación lingüístico-literaria (i. e., el alto desarrollo que alcanzaron los estudios semíti- cos, la filología, la exégesis textual, la gramática comparativa y la clasificación de las lenguas en familias durante el siglo XVIII) incidió en la formación y desarrollo de las disciplinas modernas de la literatura, la historia literaria y la historiografía en Hispanoamérica a través de la imitación de modelos nacio- nales europeos. A propósito, valga recordar que la mayoría de las historias nacionales y las historias literarias de los países de Hispanoamérica fueron escritas por prestigiosos “intelectuales oficiales” (cfr. capítulo 1, notas , ) del siglo XIX, los cuales
imitaron modelos europeos en la construcción de la noción de “litera- tura”; en la adopción de estilos de escritura y géneros literarios de Europa; y en la elección de criterios para seleccionar (incluir/excluir) las obras literarias que conformarían el canon de la “literatura nacional” y continental (Gonzá- lez Stephan 1987). Entre los diversos modelos culturales europeos que se articularon, sin cuestionar, en las instituciones estatales y en el discurso públi- co (político, académico y literario) de las recién formadas naciones de Hispa- noamérica, predominaron cuatro formas de imitación literaria: 1) la escritura de historias literarias nacionales en Hispanoamérica que siguió el formato clásico grecolatino de diccionarios biográficos o bibliográficos del tipo bibliotheca de hombres de letras (Cristin 1973: 28-84, 96)8; 2); la articulación en las historias decimonónicas de las literaturas nacionales de modelos literarios (los géneros de la lírica, el drama y la épica y los cánones estilísticos) de Grecia y Roma, que los europeos ya habían adoptado como suyos en la Edad Media y el Renacimiento; 3) la fundación en los siglos XVII y XVIII de academias nacionales de lengua y academias de historia en países como Fran- cia, Italia, España y Portugal; y 4) la aceptación de las lenguas vernáculas europeas como lenguas “cultas”,9 lo cual promovió la interpretación
y cano- nización de textos épicos medievales escritos en lengua vernácula como tex- tos fundadores de nacionalidad. Tal es el caso de la Chanson de Roland, Das Nibelungenlied, Ossian o El cantar de Mío Cid, que fueron establecidos como textos iniciadores de las culturas nacionales de Francia, Alemania, Escocia y España, respectivamente. En relación a este cuarto caso, los intelectuales oficiales de Hispanoaméri- ca del siglo XIX imitaron el modelo literario de la épica nacional europea, encontrando sus textos fundacionales en la Grandeza mexicana que se asoció con el origen de México; los Comentarios reales, con el origen de Perú; La Araucana, con el origen de Chile; El espejo de paciencia, con los orígenes de Cuba y los escritos de Gonzalo Jiménez de Quesada, con el origen de Colom- bia. A nivel continental, intelectuales y críticos de literatura de los siglos XIX y XX basaron el origen de la “literatura hispanoamericana” en la lectura canóni- ca de los escritos de Colón (i. e., el Diario, cartas y documentos jurídicos).10 El estatuto social y las motivaciones ideológicas que articularon los intelectuales hispanoamericanos en la escritura del discurso historiográfico de América Latina fueron elementos que también se manifestaron en la
organización textual y en la escritura de la historiografía y de la historia literaria de Colombia. El surgimiento de la historiografía colombiana puede remontarse a la época colonial, aunque, en un sentido más estricto, puede pensarse que se originó después de las guerras de independencia que tuvieron lugar entre 1810 y 1824 (Melo 1988: 591-592).11 En esta época, los historiadores, conscientes de que escribían historia, registraron los hechos del pasado cultural colombiano, transfiriendo a sus obras sus ideologías liberal europea y patriótico-independentista americana.12 La formación de la historiografía oficial colombiana se debe principalmente a los intelectuales José Manuel Restrepo, Joaquín Acosta, José Antonio de Plaza y José Manuel Groot, quienes organizaron los discursos y los sucesos del pasado de Colombia en sus respectivas obras: Historia de la revolución en la República de Colombia (1827, 1858); Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo decimosexto (1848); Memorias para la historia de la Nueva Granada desde el descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810 (1850) e Historia eclesiásti- ca y civil (1869).13
Los aspectos discutidos en esta sección están basados principalmente en los trabajos de investigación –sobre historia social, económica y política de Colombia en el siglo XIX y sobre historia de las ideas y tendencias metodológicas de la historia de Colombia del siglo XX– reali- zados por Jorge Orlando Melo y Alexander Betancourt Mendieta. Sobre Melo, consúltese, entre otros, sus estudios: Historia de Colombia (Medellín: La Carreta, 1977); “Los estudios históricos de Colombia, situación actual y tendencias predominantes”, en La nueva historia de Colombia. Comp. e intr. Darío Jaramillo Agudelo (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1976): 25-58; y “La literatura histórica en la República”, en Manual de literatura colombiana, vol. 2 (Bogotá: Planeta, 1988): 589-663, 2 vols. Sobre Betancourt Mendieta, consúltese su reciente y bien informada historia de Colombia: Historia y nación. Tentativas de la escritura de la historia en Colombia (Medellín: La Carreta, 2007). La Historia de la revolución de Restrepo pertenece al tipo de la historia académica (cfr. notas __, __), debido a que hace un registro general de los principales sucesos político-militares ocurridos en la Nueva Granada en el siglo XVIII y principios del
XIX y presenta una narración histórica detallada de las guerras de Independencia (1810 a 1832), en las que se heroifica a los principales protagonistas (Galán, Nariño, Bolívar, Santander). Restrepo se adhiere ideológicamente, primero, al bolivarismo y, luego, a las ideas oficiales institucionalizadas en el partido conservador fundado en 1848. Las fuentes documentales de la obra de Restrepo provienen de sus recuerdos personales, del conocimiento personal de los principales protagonistas de las guerras de Independencia –como Simón Bolívar–, de sus propios documentos y de los archivos del gobierno. Por su parte, Joaquín Acosta “compendia” en su obra las expediciones de la Conquista y las acciones del establecimiento colonial de los españoles en la Nueva Granada que van desde 1492 hasta la muerte de Gonzalo Jiménez de Quesada, en 1579. De los historiadores mencionados, Acosta es el menos inclinado a transferir, explícitamente, su ideología a su texto y el que más muestra interés en adoptar en la investigación histórica una actitud “científica”. Consecuente con los métodos de crítica y cotejo de fuentes propios de la corriente histórico-positivista europea del siglo XIX, Acosta consultó y cotejó la documentación impresa (historias anteriores y archivos del gobierno) e
inédita (crónicas de Freyle y Aguado) y se esforzó en presentar una evalua- ción sintético-global de los hechos narrados. José Antonio Plaza escribió las Memorias con la intención de reconstruir la historia colonial neogranadina desde su fundación hasta su independencia política de España en 1810. A partir de una perspectiva ideológica liberal, anticlerical y antiespañola, Plaza expone el proceso de formación, desarrollo y abolición de la colonia neogranadina, incluyendo aspectos innovadores para su época y lugar, como fueron el registro de cifras relativas a la produc- ción minera (oro) y al comercio exterior, y la explicación sobre los sistemas de encomiendas y las instituciones escolares. Desde el punto de vista meto- dológico la obra de Plaza es inferior a la de Restrepo y Acosta ya que el memorialista no menciona los datos referentes a las fuentes usadas y adopta una posición ideológica, abiertamente, proestatal y positivista que lo lleva a sobrevalorar la noción europea de progreso y a exagerar el estancamiento eco- nómico español y la “nefasta” influencia de España y de la Iglesia católica y su predicación religiosa, a los que declara culpables de haber ocasionado todos controvertida obra, Groot se convirtió en uno de los periodistas religiosos que más influyó en los
grupos conservadores y en un defensor pro- fesional de los intereses políticos y económicos de la Iglesia católica de la época. En su Historia, se propone no sólo defender “la verdad histórica en orden al clero […] donde quiera que se hallase ultrajada” (citado en Melo 1988: II, 620), sino defender el antiguo sistema colonial español. Por tal razón, le dedica más extensión y atención a los hechos referentes a la Colonia que a los de la Independencia y la República. La defensa de la Iglesia y de España y su política colonial, confieren a la obra de Groot una intención apologética que no sólo presenta una interpretación parcial de los hechos, sino, aun, los deforma, confiriéndoles una abierta ideología conservadora y un tono proclerical: “Groot pretendió establecer el fundamento mismo de la sociedad colombiana. […] La Colonia, según él, tenía los elementos necesa- rios para construir la nación colombiana y la iglesia tenía el papel principal en la tarea de la ‘civilización’ y ‘el progreso’” (Betancourt Mendieta 2007: 42). Restrepo, Acosta, Plaza y Groot adoptaron, en grado diverso, los princi- pales criterios ideológicos y metodológicos que conformaban la historiografía europea de los siglos XVIII y XIX, y los transfirieron a la escritura de sus textos. De hecho,
la creencia de que la historia debía tener una función edificante (didáctica), moral (cristiana) y ejemplar (patriótica) condujo a estos historia- dores colombianos a acentuar en sus textos la ideología republicana decimo- nónica (catolicismo y patriotismo); asimismo, su convicción de que los indios eran racial y culturalmente inferiores a los europeos y a los criollos republica- nos condujo a que redujeran la historia etno-cultural indígena y africana a breves descripciones pintorescas y a la sobrevaloración de la cultura hispa- na.14 Finalmente, la necesidad metodológica de reducir la historia de Colom- bia tanto al catálogo de textos y datos biográficos, como a la descripción cronológica de hechos administrativos, militares y eclesiásticos hizo que concen- traran su narración en periodos de intensa actividad militar (la Independen- cia y la República) y que convirtieran a los protagonistas de esos hechos en “fundadores” de la nación y “próceres de la Independencia”. Restrepo escribió su Historia de la revolución de la República de Colombia “para que la posteridad pueda juzgar imparcialmente sobre los inmensos beneficios que la revolución debe traer à los pueblos de Colombia y para que vea el progreso del espíritu humano en estos países” (Restrepo 1858: I, xii).15
Plaza comparte las intenciones autoriales de Restrepo, al afirmar en la “Introducción” de sus Memorias que “Todos los acontecimientos históricos tienen su carrera determinada i sus consecuencias se prolongan admirablemente teniendo una influencia decisiva en el porvenir” (1850: i). Estas aseveracio- nes revelan que Restrepo y Plaza concebían la historia como lección ejemplar y como un medio cultural que dirigía al progreso y a la gradual perfección del ser humano: ideas centrales provenientes del positivismo europeo.16 El segundo criterio ideológico que los historiadores colombianos del siglo XIX articularon en sus textos fue la idea de que los europeos y los españoles eran racial, cultural y socialmente superiores a los indígenas y a los negros. Plaza hace el siguiente contraste entre los rasgos etno-culturales y sociales de los españoles y de los indios: El carácter español, grande por las cualidades morales que contribuían a su desarrollo, tenía un jénio peculiar debido al influjo de la época dominante. Sufrido en los trabajos, constante en sus resoluciones, valiente como los caballeros de la edad media […] Sin embargo, crueles por orgullo i ávidos de riquezas (Plaza 1850: ix).
[D]espues de los mejicanos i peruanos, los muiscas eran los mas civilizados del nuevo mundo. […] De entónces acá [desde la Conquista hasta la Independencia] la dejéneración de esta raza ha seguido en progreso, influyendo notablemente en su carácter moral, tornándose pusilánimes, suspicaces, desconfiados, supersticiosos i profundamente hebetados […] (Plaza 1850: vii-viii). La tesis generalizada entre los intelectuales decimonónicos colombianos de que los indios eran racial y culturalmente inferiores a los europeos influyó en el doble hecho de que los historiadores redujeran su historia cultural a breves y pintorescas descripciones de sus ritos y atuendos17 y que considera- ran los títulos nobiliarios de los héroes militares como aspectos relevantes en la investigación histórica y no como aspectos extrahistóricos. Al respecto, Plaza recuerda al lector que “[E]n la conquista de Nueva Granada hubo un concurso mayor de personas distinguidas de España, que en las otras tierras descubiertas, incluyendo Méjico i el Perú” (1850: 62). Se refiere, sin duda, al letrado Gonzalo Jiménez de Quesada. La organización de la materia en forma de catálogo de autores y obras constituye el último criterio metodológico identificado como inherente a la formación
de la historia colombiana. La concentración de los textos históri- cos en la Independencia (1810-1824) y en la República (1824-1904)18 y en el recuento de las proezas militares de los individuos entronizados como héroes nacionales de dichos periodos puede verificarse en la “información externa” (índices, prefacios, introducciones, apéndices, catálogos de fuentes) y en la “información interna” (cuerpo textual) de las obras de historia de Res- trepo, Acosta y Plaza.19 El Compendio de Acosta: “comprende lo acaecido desde el descubrimien- to de Nueva Granada hasta mediados del siglo XVI” (1848: xxiii), mientras que la Historia de Restrepo (1858, 4 tomos) se centra en el resumen más o menos anual (desde 1741 hasta 1832) de los principales hechos de la Inde- pendencia (tomos I, III, IV).20 El tomo II resume también, año por año, la historia de la independencia del territorio actual de Venezuela. Acosta y Res- trepo estructuran, respectivamente, sus textos en torno a la narración de los sucesos administrativos, políticos y militares realizados por Gonzalo Jiménez de Quesada y Simón Bolívar.21 A su vez, Plaza conecta en sus Memorias los periodos de la Conquista y de la Independencia y se concentra en el recuento cronológico de los sucesos ocurridos entre el descubrimiento de Tierra Firme
“El deseo de recordar los hechos de los ilustres guerreros y de los políticos que han fundado la República de Colombia” (Restrepo 1858: I, xi) llevó a los historiadores decimonónicos a privilegiar en sus narraciones no sólo la actuación política y militar de Simón Bolívar, sino también a destacar la actuación civil y militar de otros participantes de la historia americana y colombiana como Cristóbal Colón y Gonzalo Jiménez de Quesada. Estos personajes históricos fueron entronizados como héroes del descubrimiento, conquista e independencia de Tierra Firme y Nueva Granada. En el índice de sus Memorias, Plaza refiere del modo siguiente los hechos realizados por Cristóbal Colón: Capítulo 1.º […] Noticia de Cristóval Colon i comunicacion de sus proyec- tos de descubrimiento a varios soberanos - Procedimientos del gabinete de Casti- lla respecto a Colon - […] Colon parte de España con una pequeña expedicion para descubrir nuevas tierras - La América es descubierta - […] Bula de Alejan- dro VI repartiendo la América - Otras concesiones del mismo Papa a los Reyes Católicos - […] Peligros de Colon en la Costa de Veragua - […] Sueño de Colon - Torna este descubridor a la Española i después de varios trabajos vuelve a Casti- lla […] Muerte de Colon - (1850: 447).
Alejandro VI”; “concesiones del mismo papa a los Reyes Católicos”). Se observa también que la narración histórica se estructura como un relato épico que refiere las aventuras realizadas por los “héroes” Colón y Quesada (“Peli- gros de Colón en la Costa de Veragua”; “después de varios trabajos [Colón] vuelve a Castilla” (Plaza 1850: 447); “Quesada se interna en las tierras de Opón, sufriendo inauditos trabajos” (Plaza 1850: 449); y Quesada “empren- dió la malhadada jornada del Dorado” (Acosta 1848: 373). De modo seme- jante a la épica europea, el héroe no sólo tiene sueños reveladores como el “Sueño de Colón” (Plaza 1850: 447), sino que también arenga a sus soldados (“El desaliento cunde a la tropa y Quesada la reanima”; Plaza 1850: 449).22 En lo que al estilo se refiere, la prosa de Acosta es estilísticamente elabora- da: “[U] na jornada de descubrimiento de las más trabajosas y delicadas”; “[L]as cualidades de valiente guerrero y de prudente y sagaz capitán”; “Esta nuestra suma histórica”; “[E]mprendió la malhadada jornada del Dorado”. La antelación del adjetivo y del posesivo en relación al nombre, la simetría lograda con la doble adjetivación, y el uso de adjetivos poco comunes (“mal- hadada”) confieren a la prosa de Acosta un toque literario y una claridad y eficiencia semántica que la diferencian de la prosa
solemne y ceremoniosa que era generalmente usada en los textos históricos y literarios de Colombia e Hispanoamérica durante el siglo XIX. En contraste con la claridad de la prosa de Acosta, la escritura de Plaza es oscura, grandilocuente y recargada de artificios retóricos: “Las diferentes empresas que varias testas coronadas proyectaron i llevaron a cumplido rema- te en América” (Plaza 1850: 7); “Eran ineficaces los esfuerzos de la pesada e ignorante diplomacia española, contra el ardor i sombria resolucion de una atrevida porcion de hombres que dominaba la Convencion de lo alto de su montaña aterradora” (Plaza 1850: 381). La exagerada ornamentación y el empleo profuso en una misma frase de adjetivos colocados antes y después de los sustantivos revelan una incongruencia estilística que dificulta la compren- sión de lo escrito. Por otra parte, la prosa de Restrepo no es tan ornamentada como la de Plaza, ni tan elaborada como la de Acosta, es una prosa sobria, clara y directa: “El formidable Bóves era el adalid de los realistas, apoyados en la fuerte plaza de Puertocabello y en la opinion de los pueblos, especialmente de los que habitaban las llanuras de oriente, que se habían decidido á favor del gobierno real, haciendo á los patriotas una guerra de exterminio” (Restrepo 1858: I:
239). El estilo de Restrepo se caracteriza por el uso de oraciones extensas, gobernadas por un sujeto modificado por frases cortas que sirven para aclarar el significado de la idea central. Aunque Restrepo emplea menos recursos estilísticos de procedencia literaria que Plaza y Acosta, su prosa no está completamente exenta de ellos: nótese, por ejemplo, el uso del zeugma en la cita anterior. Con el fin de ahondar en el análisis de las estrategias discursivas usadas en los textos identificados como seminales de la historiografía oficial colombia- na, tomo como texto modelo la Historia de la revolución en la República de Colombia de José Manuel Restrepo. Mi elección se basa en el hecho de que el texto de Restrepo fue considerado por los letrados republicanos, entre ellos el propio Simón Bolívar, y por los intelectuales asociados a la historia institu- cional del país, como el “texto fundador” de la historia de Colombia y, su autor, como “el padre” de la historia nacional (Betancourt Mendieta 2007: 33, 34, 35). Examino a continuación las técnicas narrativas usadas por Res- trepo en los párrafos inicial y final de su Historia que se refieren a Simón Bolívar:
Tocamos ya en la época en que principió á brillar el genio que debia llevar al cabo la revolución de una gran parte de la América del Sur. Hablamos del ilustre ‘libertador de Colombia, el general Simon Bolívar’. Parece que ninguna oportunidad es mas propia que la presente para dar á conocer á este héroe en los prime- ros años de su vida, así privada como pública (Restrepo [1827] 1858, I: 178). Bolívar ha dejado de existir, y aunque sus grandes hechos, que hemos referi- do, pintan su verdadero carácter, sin embargo para que la posteridad se halle en aptitud de formar un juicio exacto acerca de él, […] consignarémos aquí algunas ideas […] Bolívar como guerrero es comparable á los primeros hombres que nos presenta la historia antigua y moderna. […] La gloria de Bolívar llegó á su colmo con la libertad del Perú, y despues de Ayacucho terminó su carrera militar. Desde entónces podemos considerarle como político y administrador (Restrepo [1827] 1858, IV: 414-15). Estas dos citas enmarcan la narración histórica que hace Restrepo sobre Bolívar y presentan el tono y la norma del tipo de discurso que registra en más de 2.000 páginas la actuación pública (militar, política y civil) de Bolí- var. La primera cita marca el punto en el texto donde el historiador une el exordio de su enunciación
sobre Bolívar con la información precedente (178 páginas), que le ha servido de trasfondo histórico para introducir la narración de la vida y obra del libertador.23 La segunda cita marca el lugar en el texto donde el historiador decide cesar su narración directa sobre Bolívar y pasar a la narración de la influencia póstuma que tuvo el libertador en los últimos hechos narrados en su Historia de la revolución de la República de Colombia. Restrepo organiza este extenso discurso sobre Bolívar, valiéndose de frases como las siguientes: “Miéntras Bolívar hace estos preparativos, recorramos los sucesos ocurridos en otros lugares de la Nueva Granada”; “A la sazon que ocurrian estos sucesos en las costas del Atlántico, el coronel Bolívar á quien dejamos recorriendo la parte del Magdalena […]”; “Miéntras que la victoria coronaba las sienes de Bolívar […] no era propicia la fortuna á la causa de la Independencia en otros puntos” (Restrepo [1827] 1858, I: 184, 198, 203); y “A la propia sazon que ocurrian en Guayaquil los sucesos que antes referi- mos, hubo otro de grande trascendencia” (Restrepo [1827] 1858, III: 227). Este tipo de indicadores lingüísticos (generalmente, adverbios o frases adver- biales) ha sido llamado por Barthes “shifters” o “organisateurs du discours” y fueron usados
convencionalmente por historiadores decimonónicos para coser en el discurso la narración de los sucesos ocurridos en diferentes tiem- pos y lugares, facilitando así el avance de la enunciación histórica (Barthes 1967: 66-67). Los “shifters” relativos a la organización enunciativa contribuyen a afir- mar la función predictiva que se autoconfirieron los historiadores decimonó- nicos, y que fue aceptada completamente por los lectores de la época (Bart- hes 1967: 68). En el caso de la Historia de Restrepo, dicha función se da, por ejemplo, en la siguiente “predicción” (hecha por el historiador, teniendo un conocimiento retrospectivo de los hechos narrados) sobre la actuación de Bolívar en la independencia de los países de América del Sur: “[L]a fortuna de Bolívar no le abandonó en aquellas circunstancias, que eran tan difíciles. Habíase decretado que la América del Sur fuera independiente, y el Liberta- dor era el instrumento escogido por la Divina Providencia para llevar á cabo empresa tan grandiosa” (Restrepo [1827] 1858, III: 392). Pasando del estudio de la enunciación al estudio del enunciado, se obser- va, siguiendo a Barthes, que el enunciado histórico se puede descomponer para su
análisis en “unidades de contenido”. Se han analizado aquí, en los tres textos constituyentes de la historiografía oficial colombiana del siglo XIX, las siguientes unidades de contenido: el descubrimiento de las Indias y Nueva Granada, en las Memorias de Plaza; la Conquista, en el Compendio de Acosta; y la Independencia en la Historia de Restrepo. Estas “unidades de contenido” están compuestas, a su vez, por “existentes” y “ocurrentes” (seres, entidades y sus predicados) que constituyen el enunciado histórico (Barthes 1967: 70). Al relacionar estos conceptos de Barthes al análisis del discurso histórico colombiano, se nota que los “existentes” de los textos de Plaza, Acosta y Restrepo son héroes militares como Colón, Jiménez de Quesada y Bolívar, “protagonistas” del relato histórico; personajes “secundarios” como los indios, los soldados españoles, americanos, y demás personas que intervinieron en las empresas militares de descubrimiento, conquista e independencia de América; y también el “espacio histórico” constituido por España, Nuevo Reino de Granada, América y los demás lugares donde se desarrolló la “acción” históri- ca bolivariana (territorios actuales de Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia). Complementariamente, los “ocurrentes” pueden corresponder a los siguientes
“predicados”: “Colón parte de España con una pequeña expedi- ción para descubrir nuevas tierras” (Plaza 1850: 447); “jornada de descubri- miento” de Quesada; “la malhadada jornada del Dorado” (Acosta 1848: 373); y “la revolución de la República de Colombia” hecha por Bolívar, según Restrepo, conforme a la divina providencia. Estas listas o “colecciones” de “existentes” y “ocurrentes” que conforman las “unidades de contenido” son estructuradas en el texto tradicional de historia, alrededor de la temática personal del historiador, es decir, en los postulados ideológicos reincidentes en el enunciado histórico (Barthes 1967: 70). En su Historia, Restrepo emplea reiteradamente los temas “clase superior” o “ilustrados”, “clase inferior” o “pueblo”, y “esclavos africanos” para referirse respectivamente a las personas del grupo social del historiador, a los pobres y analfabetos, y a los indígenas y negros (Restrepo [1827] 1858: I, xxx-xxxiii). Estos temas se textualizan en los siguientes enunciados de la Historia de Res- trepo: “El pueblo bajo oponia la mas obstinada resistencia” ( [1827] 1858: I, 293); “las masas de nuestros pueblos que reflexionan poco […] los hombres pensadores de la Nueva Granada” ( [1827] 1858: IV, 305); “los Indios que por
lo general han sido enemigos de la Independencia, lo que indudablemen- te se debía á su ignorancia y envilecimiento” ( [1827] 1858: I, 388). Otro tema que aparece a lo largo de la historia de Restrepo es su desacuerdo con el federalismo (ideario político liberal) y su adherencia al centralismo (ideario político conservador) como opción política de gobierno de la República de Colombia. He aquí algunos temas e “ideologemas”24 promovidos por Bolívar en sus ensayos políticos y ratificados por Restrepo en su Historia: El sistema federativo le parecía detestable [a Bolívar] para Colombia, y pro- pio solamente para establecer una perpétua anarquía de odios y rivalidades entre las provincias, cantones y parroquias. Preferia el gobierno republicano central ó unitario (Restrepo [1827] 1858: IV, 83-4). Establecióse por consiguiente una verdadera dictadura en la persona de Bolí- var, á la que hicieron oposicion los exaltados liberales ó federalistas, que solo estaban por sistemas especulativos de gobierno sin atender a su práctica, ni á las circunstancias del tiempo y del país (Restrepo [1827] 1858: II, 165). En definitiva, la existencia y reiteración de estos temas permite afirmar que el historiador Restrepo adopta en su texto una perspectiva enunciativa que se
caracteriza por su concentración en el periodo de la Independencia y en la figura de Simón Bolívar, por su adherencia al pensamiento conservador republica- no y, desde la perspectiva del siglo XXI, por su eurocentrismo etnocultural. Si bien la presencia de los temas mencionados sugiere que el historiador transfiere directamente a su texto su ideología, la reiteración de “comentarios del historiador” revela la presencia de un narrador que se inmiscuye en la narración histórica. Restrepo interviene en el texto con el siguiente razona- miento del proceso histórico colombiano: La situación de Bolívar era la más crítica y desesperante, segun se halla pintada en el acta de la junta de guerra y en el oficio anterior. Sin embargo, no creemos que el remedio de hacer la guerra á Cartagena pudiera mejorarla. Era casi segura la destrucción de su pequeño ejército, y más funestas las consecuencias que debian seguirse. Así es de nuestro deber improbar semejante resolucion que colmó la medida de los males de la patria (Restrepo [1827] 1858, I: 323). Este tipo de discurso histórico en el que predomina la reflexión y los razonamientos fue llamado por Barthes “historia estratégica” (Barthes 1967: 72). La palabra “estratégica”, usada en este contexto sugiere las diversas posiciones
ideológicas adoptadas por los historiadores en su enunciación histórica. De los comentarios expuestos hasta aquí se deduce que los historiadores decimonónicos colombianos no sólo concedieron una gran importancia al registro de hechos administrativos políticos y militares del descubrimiento, la conquista y la independencia de las Indias y Nueva Granada, sino que tam- bién dotaron a sus narraciones históricas de un carácter épico, de una estruc- tura parecida a la de los relatos literarios, de un estilo que pugnaba por pare- cer literario, y de una orientación ideológica y metodológica similar a la del discurso historiográfico europeo de los siglos XVIII y XIX. La importancia que ha tenido en los siglos XIX y XX la Historia de Restre- po, escrita en 1827, como texto fundador de la historia “académica” o insti- tucional de Colombia es explicada por el historiador de las ideas Alexander Betancourt Mendieta con estas palabras: La principal consecuencia derivada de la recepción de la Historia de la Revolución de Colombia consistió en el carácter que se le dio a la obra como fundadora de ‘los escritos’ históricos en la república de Colombia. La obra de Restrepo fue considerada por los otros hombres de letras que le fueron contemporáneos y se
ocuparon de la historia y por los miembros de la Academia Colombiana de Historia, como la obra iniciadora de la tradición histórica nacional colombiana (2007: 34). La Historia de Restrepo, junto al Compendio de Acosta, a las Memorias de Plaza y a la Historia eclesiástica de Groot se instituyeron en modelo y norma de la escritura de la historia oficial, pese a que estos textos redujeron la histo- ria colombiana al recuento cronológico de las actividades administrativas, políticas y militares, sobre todo, del periodo de la Independencia (18101824) y la República (1824-1904) y menos a los periodos de la Conquista y la Colonia; y pese al hecho de que proyectaron una visión coherente, parcial, y predominantemente conservadora y católica del complejo pasado histórico colombiano. Sorprende constatar que este “modelo oficial” de escribir la historia nacional del país no sólo ha sido poco cuestionado en cuanto a la concentración en el periodo de la Independencia y la República, sino que es muy semejante a los modelos oficiales de escribir la “historia académica” nacional de otros países latinoamericanos (cfr. nota ). A lo largo del siglo XIX, se siguió incorporando en la escritura de la histo- riografía
colombiana la relación político-militar, el recuento genealógico y el género biográfico, que fueron los principales componentes de la llamada ‘his- toria diplomática’ de la Europa de antes del siglo XVIII. Si bien los Apunta- mientos para la historia política y social de la Nueva Granada (1853) de José María Samper presentan un carácter apologético semejante al que aparecerá en la Historia eclesiástica de Groot, el texto escolar Compendio de historia patria (1874, varias ediciones) de José María Quijano Otero se centra en la conquista y en la defensa (desde una perspectiva liberal y conservadora) de la Independencia. Este procedimiento metodológico e ideológico revela el deseo de los historiadores decimonónicos de destacar en sus textos los aspec- tos administrativos, políticomilitares y biográficos de los personajes históri- cos, entronizados como héroes de los respectivos periodos históricos. Los programas y textos para la enseñanza de la Historia Patria durante el siglo XIX hallaron sus fuentes de información y fueron determinados, en lo que se refiere a sus contenidos temáticos, concepciones historiográficas, orientación filosófica y política, por las investigaciones históricas realizadas en este siglo. Por su mayor influencia se destacaron las obras de Restrepo, Acosta, De Plaza y Groot (1984: 59).27
Los textos históricos de Restrepo, Acosta, Plaza y Groot no sólo sentaron las pautas de la historiografía colombiana del siglo XIX, como ya quedó estu- diado, sino que establecieron los límites temáticos, ideológicos, metodológi- cos y aun los modelos de periodización que prevalecen desde entonces tanto en la escritura de historia oficial del siglo XX como en la fundación de la Aca- demia Colombiana de Historia. En efecto, los principales criterios temáticos, ideológicos y metodológicos (i. e. la concentración de lo narrado en los periodos de la Independencia y la República, la entronización de militares como héroes y próceres, el registro genealógico y bibliográfico de los héroes) fueron celebrados y reconocidos oficialmente en la creación oficial de la Academia Colombiana de Historia el 12 de diciembre de 1902. Las funciones de esta institución consistieron en: [El] estudio de las antigüedades americanas y de la Historia Patria en todas sus épocas […]; la fundación de museos y el aumento del que existe en Bogotá; el arreglo, conservación y formación de índices de los archivos públicos y de los de propiedad particular […], el cuidado y conservación de monumentos históricos y artísticos en cuanto ello corresponda al Ramo de Instrucción Pública; y el estu-
dio de los idiomas, tradiciones, usos y costumbres de las tribus indígenas del territorio colombiano (Boletín de Historia y Antigüedades 1 [1902]: 1).29 La Academia Colombiana de Historia, desde su creación en 1901-1902 hasta su revocación en 1958, tuvo un carácter inclusivo y oficial debido a que “[d] esde sus orígenes, la Academia estuvo compuesta por ‘descendientes directos de los próceres de la Independencia’ que estuvieron consagrados a elaborar prosopografías de algunos círculos familiares: […] la Academia Colombiana de Historia fungió como institución oficial porque fue fundada y patrocinada por el estado colombiano” (Betancourt Mendieta 2007: 52, 53). Aunque no todos los miembros de la Academia fueron historiadores profesionales, en el sentido estricto del término, sino que un gran número de ellos fueron “intelectuales oficiales” interesados principalmente en el estudio y divulgación de las ciencias políticas y sociales, todos ellos se comprometie- ron en realizar su autoatribuida función de preservar y difundir su visión hegemónica del pasado histórico de Colombia en sus discursos orales y escri- tos promovidos por las instituciones culturales del Estado.30 Es preciso matizar, en este momento, las nociones de “intelectual oficial” y
“discurso oficial” que empleo en este libro, explicando que el papel socioeconómico e ideológico que desempeñaron los intelectuales en América Latina y en Colombia durante el siglo XIX y comienzos del XX fue identificado por Antonio Gramsci, quien, en las primeras décadas de este siglo, afirmó que los intelectuales hispanoamericanos eran pocos y estaban, en general, vinculados a la Iglesia y al Estado (Gramsci 1971: 22).31 Ahora bien, si el sustantivo “intelectual” ha sido usado en América Latina para indicar la existencia de una minoría dependiente económicamente del clero y de las oligarquías liberales y conservadoras de cada país, el atributo de “oficial”, según su sentido moderno, indica: “algo que emana del Estado y que, ante todo, sirve a los intereses del Estado” (Anderson 1983: 145; traduc- ción mía). Por consiguiente, en el contexto de esta investigación, adopto el concepto de “intelectuales oficiales” y de literatura e historia “oficial” para referirme no sólo al grupo de intelectuales que en los siglos XIX y XX se vinculó laboral e ideológicamente a los gobiernos liberales y conservadores de Colom- bia, sino también a los discursos históricos, literarios y críticos que ellos escribieron y difundieron en textos académicos y escolares, y a las instituciones culturales que
fundaron y pertenecieron como miembros influyentes. Los intelectuales oficiales y el Estado tuvieron un papel hegemónico en la construcción y “nacionalización” del pasado histórico de Colombia a través de la creación de instituciones como la Academia Colombiana de Historia, debido a que El Estado tenía que darle una forma al pasado nacional e indicar cuál era su estructura y esencia porque la memoria del pasado nacional había caído bajo el monopolio de esfuerzos individuales y privados en el siglo XIX. A esta tarea se entregó la Academia Colombiana de Historia como ente encargado de fomentar los estudios históricos en el país […] [y] de orientar los contenidos de la enseñanza de la historia en los planteles educativos […] La Academia recogió, sentó y difundió las bases de una práctica y una visión de la historia que predominó sin oposición ni disensión interna en la primera mitad del siglo XX (Betancourt Mendieta 2007: 45-46, 57). Efectivamente, los presupuestos metodológicos e ideológicos que acompañaron la fundación de la Academia Colombiana de Historia en 1901 se trasladaron, casi una década después, a la escritura del manual Historia de Colombia (1911) por Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, miembros des- tacados
de la Academia Colombiana de Historia. Este manual fue autorizado legalmente por el Estado colombiano como el texto que tenía que usarse para la enseñanza de la asignatura de ‘Historia patria’ en las escuelas de Colom- bia.33 Ya en la portada de la Historia de Colombia de Henao y Arrubla se esta- blece el carácter oficial del texto: HISTORIA DE COLOMBIA para la enseñanza secundaria, obra laureada con medalla de oro y diploma en el concurso nacional que se abrió para celebrar el primer centenario de la Independencia. Y con la adopción oficial. Por Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, Individuos de Número de la Academia Nacio- nal de Historia y Correspondientes de la de Venezuela. El hecho de que la Academia Colombiana de Historia hubiera patrocina- do la publicación del texto de sus miembros Henao y Arrubla para celebrar el centenario de la “Independencia” no hace sino confirmar que “le texte avoue luimême son rapport à l’institution” (J. Habermas citado en Certeau 1975: 72). En el Índice, la Introducción y a lo largo de la Historia de Henao y Arru- bla se articulan criterios ideológicos (i. e., casticismo, catolicismo) y metodo- lógicos (i.
e., énfasis en el periodo de la Independencia y la República) seme- jantes a los identificados en las historias decimonónicas de Restrepo, Plaza, Acosta y Groot estudiadas en la parte inicial de este capítulo (cfr. notas , ). Esto se comprueba al examinar la distribución de la materia presentada en el “Índice” de la Historia de Henao y Arrubla, el cual revela que, de las 1.193 páginas de los dos tomos de dicho texto, que cubren cuatro siglos, 333 registran sólo 14 años de las guerras de la Independencia (1810-1824); 300 relatan 80 años de eventos políticos relativos a la República (1824-1904); 275 explican el régimen colonial; 200 se refieren la Conquista; 46 se ocupan de las empresas de descubrimiento y sólo 20 páginas se emplean para descri- bir las culturas aborígenes. En las páginas restantes se presenta la introduc- ción y los decretos de su institución como texto oficial para la enseñanza de la historia patria en Colombia (13 páginas). En la “Introducción” de la Historia de Henao y Arrubla, los autores expre- san su ideología patriótica al declarar que las oficiales de la República, respectivamente, las obras Historia de Colombia, IN EXTENSO, y Compendio de la misma, que presentaron al concurso abierto con motivo de la celebración del primer
Este tipo de declaración destaca las ideas de “patria”, “carácter nacional” e “independencia”, siendo, precisamente, estas ideas las que compartieron los intelectuales oficiales conservadores y liberales de la época.34 Debido a que la mayor parte de la Historia de Colombia se ocupa de la narración de los sucesos referentes a los periodos de la Independencia y la República,35 se puede concluir que Henao y Arrubla transfieren a su texto la ideología patrióticoindependentista y republicana promovida por la Academia Colombiana de Historia en su celebración del centenario de la independencia del país. Desde su publicación en 1911, la Historia de Colombia de Henao y Arru- bla tuvo una gran difusión escolar y pública en Colombia, pues “durante casi sesenta años los colombianos estudiaron en las diferentes versiones, más o menos extensas, más o menos elementales, de este libro, y recibieron en sus páginas las versiones canónicas del pasado nacional. Su contenido y enfoque representan bien lo que constituyó el cuerpo dominante metodológico e ide- ológico de la historia académica durante todo este siglo” (Melo 1988: 641642). Lo dicho por Melo constata que la Historia de Colombia, promovida por la Academia Colombiana de Historia, desempeñó durante más de medio siglo
un papel rector en la orientación ideológica de millones de colombianos que adquirieron a través de su estudio, no sólo la versión oficial de la historia de Colombia, sino el concepto de nación articulado en el manual de historia de Henao y Arrubla. El historiador Alexander Betancourt Mendieta precisa el origen e institucionalización de la historia oficial de Colombia en relación con la emergencia y desarrollo de la nación: El proyecto triunfante de la Regeneración [36] consagró ciertas interpretaciones sobre el pasado republicano que delimitaron las características esenciales de la nación. […] A fines del siglo XIX triunfó el proyecto defendido por la Regeneración. Con él se impusieron las “auténticas” bases de la nación colombiana, las cuales estaban forjadas sobre la continuidad de la herencia española sintetizadas
en la lengua y la religión. […] Las obras decimonónicas con temas históricos que se consagraron en el periodo de la Regeneración fueron las referencias narrativas de los relatos históricos nacionales posteriores y establecieron un canon sobre el pasado colonial y republicano que sufrió pocas modificaciones en el transcurso del siglo XX (Betancourt Mendieta 2007: 27).37 Los anteriores comentarios de Melo y de Betancourt Mendieta confir- man, ahora desde la perspectiva de la historia y de la historia de las ideas, que los criterios ideológicos y metodológicos subyacentes en las obras de Restrepo, Acosta, Plaza, Groot y Henao y Arrubla, posteriormente trasladados a la Academia Colombiana de Historia, fueron fundamentales en la construcción del canon nacional de la historia oficial del país que estuvo vigente hasta mediados del siglo XX.
LA LITERATURA COMO HISTORIOGRAFÍA Y EL NOVELISTA COMO HISTORIADOR: LA DECONSTRUCCIÓN DEL CONCEPTO OFICIAL DE LITERATURA NACIONAL Y LA CONSTRUCCIÓN DEL PÚBLICO-LECTOR EN TEXTOS DE GARCÍA MÁRQUEZ El propósito central de este capítulo es analizar los diversos modelos escriturales provenientes de la historiografía empleados por García Márquez para deconstruir y cuestionar la historia literaria oficial colombiana median- te la delegación de narradores que unas veces actúan en sus relatos como novelistas y otras, como historiadores. De modo complementario, se anali- zan, a partir del estudio del cuento “Los funerales de la Mamá Grande” (1962), las estrategias semióticas empleadas por los narradores para confi- gurar en sus textos narrativos al “lector ingenuo” y al “lector crítico”. No obstante, en la medida en que otros novelistas e historiadores del siglo XX también han revisado el canon oficial de la literatura e historia nacional es pertinente examinar el contexto dentro del cual se han inscrito dichos pro- yectos revisionistas. El concepto de historia y literatura “nacional”, como ya se estudió en la primera
parte de este libro, fue creado en el siglo XIX por intelectuales oficia- les que, al organizar textualmente el pasado cultural colombiano, convirtie- ron escritos coloniales en textos “fundacionales”, “literarios” y “nacionales”, y así articularon sus concepciones republicanas (helenismo, catolicismo, hispa- nismo y patriotismo) en los textos de historia e historia literaria que escribie- ron. Pero, las vertientes oficiales de la historia y de la literatura no fueron las únicas que existieron en Colombia, sino que paralelamente a ellas surgieron corrientes y estilos literarios que se han manifestado en forma escrita, oral y popular en diversas regiones del país a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI. Esta característica regional de la producción literaria no significa que la literatura de Colombia sea provincial, significa más bien que en función de su estudio, se pueda dividir la producción literaria colombiana, como lo ha hecho Raymond L. Williams (1991: 18), en las siguientes cuatro regiones culturales: el altiplano de Cundinamarca y Boyacá, que tiene como centro cultural la ciudad de Bogotá; el Valle y la Costa del Pacífico, que tienen como centro cultural la ciudad de Cali; Antioquia y el Chocó, que tienen como centro cultural la ciudad de Medellín; y la Costa y el litoral del Atlántico que tienen como centro cultural la ciudad de Barranquilla.
De cada una de estas tradiciones literarias regionales han surgido textos que han sido entronizados por la crítica tradicional (nacional y extranjera) como modelos literarios de las principales corrientes de la literatura latinoa- mericana: María (1867) de Jorge Isaacs (1837-1895), escritor del Valle, es considerada una novela maestra del romanticismo hispánico; las obras Frutos de mi tierra (1896) y La marquesa de Yolombó (1926), del escritor de Antio- quia Tomás Carrasquilla (1858-1940), han sido frecuentemente antologiza- das como exponentes máximos del realismo, debido a la viva representación de los personajes, las costumbres y el paisaje de dicha región;1 La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera (1889-1928), escritor del altiplano, es consi- derada representante de la novela de la tierra o del regionalismo; y Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez (1928), escritor de la Costa, es considerada como obra modélica del realismo mágico. Si se acepta la división regional de la producción literaria colombiana, se debe tener en cuenta, primero, que las tradiciones literarias surgidas en estas cuatro regiones difieren considerablemente entre sí, dado que en cada región han existido escritores que, unas veces, han acogido y, otras, han rechazado los
valores culturales y políticos articulados en la literatura oficial de la capital del país y, segundo, que si bien es idóneo definir la producción literaria de Colombia entre aproximadamente 1850 y 1950 como un fenómeno regio- nal, cabe precisar que a partir de la década de 1950 dicha división regional, como lo aclara el mismo Williams (1991: 18), resulta inadecuada, dado que la modernización, la industrialización y la emigración forzada o voluntaria del campo a las ciudades y de las ciudades al extranjero borra los límites regionales y proyecta la literatura colombiana hacia el ámbito internacional. En realidad, la importante producción de obras clásicas de la literatura colombiana de las cuatro regiones del país no debe hacer olvidar el hecho ya comprobado (cfr. capítulos 1, 2) de que los textos que forman parte del dis- curso literario oficial fueron producidos, publicados y difundidos predomi- nantemente en Bogotá por intelectuales vinculados a las más prestigiosas instituciones culturales y a los gobiernos republicanos de los siglos XIX y XX. Esto explica el hecho de que durante casi un siglo (1850-1940) el número de libros de literatura (ficción e historia literaria) publicados en Bogotá haya sido mayor que los textos de género semejante publicados en otras regiones de Colombia. La visibilidad
editorial que alcanzó la literatura oficial producida en Bogotá antes de 1950 fue tan considerable que esta vertiente literaria de Bogotá pasó a ser considerada por los intelectuales oficiales de la capital y aun por extensos sectores del público lector como “la literatura nacional” de Colombia. Pese a que la literatura oficial ha gozado de gran prestigio en Colombia, ha sido sometida a cuestionamientos y revisiones, no únicamente por García Már- quez, como se comprueba más adelante, sino también por parte de escritores de la capital y del resto del país. Por ejemplo, José María Vargas Vila (1860-1933), en novelas como María Magdalena (1917) y Salomé (1918), se opone a la insti- tución estatal de la religión católica en Colombia. Asimismo, José A. Osorio Lizarazo, en las novelas Casa de vecindad (1930), La cosecha (1935) y Hombres sin presente (1938), cuestiona, desde una perspectiva proletaria, el poder econó- mico, social y político de la aristocracia rural y urbana de Colombia. De manera semejante, Pedro Antonio Uribe (1854-1934), poeta muy conocido en la región del Valle, pero relativamente poco conocido en el resto del país, escribió a principios del siglo XX una poesía de tipo oral, popular y regional, en la que
rechazaba en forma y contenido la poesía escrita, helénica y castiza, producida a fines del siglo XIX por filólogos de la capital como José Antonio Caro, José Manuel Marroquín y Rafael Núñez. Uribe escribía sus poemas en hojas sueltas y los distribuía, él mismo, en las calles de la ciudad de Tuluá. Esta poesía oral y popular fue recopilada póstumamente en el libro Los juglares de Tuluá: Don Pedro Uribe (1934). En la Costa Atlántica de Colombia surgieron en la primera mitad del siglo XX grupos literarios y escritores que rechazaron consistentemente los modelos clásicos y castizos provenientes de Bogotá. Éste es el caso del llama- do “Grupo de Barranquilla”, constituido por intelectuales (novelistas, críticos de literatura, médicos escritores y periodistas), que residieron en esta ciudad en las décadas de 1940 y 1950. Ellos fundaron la revista Crónica, escribieron en periódicos costeños como El Heraldo, y fueron asiduos participantes de la tertulia del bar La Cueva de Barranquilla. Los miembros más conocidos de este grupo fueron Gabriel García Már- quez, Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor, Clemente Manuel Zaba- la,
Germán Vargas y Rafael Marriaga; sus mentores intelectuales fueron José Félix Fuenmayor (padre de Alfonso Fuenmayor), José García Herreros y el intelectual español Ramón Vinyes. Las actividades literarias del grupo consis- tían en lecturas y discusiones de obras de, entre otros autores, William Faulk- ner, Virginia Woolf, John Dos Passos, Ernest Hemingway, John Steinbeck y Aldous Huxley, autores que se leían poco en el resto de Colombia durante esa época. Uno de los más importantes mentores intelectuales de García Márquez fue José Félix Fuenmayor (1885-1966), que escribió varias novelas de técnica y temática novedosas para su época, entre ellas Cosme (1927).3 En este relato, el narrador no sólo desdeña, por anacrónica, la imitación de modelos griegos y peninsulares hecha por intelectuales oficiales de Bogotá, sino que parodia las instituciones culturales, científicas y comerciales de Colombia. Por ejem- plo, de Picón, un personaje secundario de Cosme, el narrador dice que: “El helenismo lo absorbió tanto que se lo pasaba hundido hasta la coronilla en el baño espiritual de las bellezas remotas” (C 79). El doctor Patagato, otro per- sonaje de la novela, usa el atributo de “grecizante” (C 83) para referirse a Picón y dice que éste: “murió en la Biblioteca Nacional, aplastado en un derrumbe de infolios” (C 80).
La actividad “científica” desarrollada por Picón es tema del siguiente comentario filosófico hecho por otro personaje, cuyo título y nombre paró- dico es el de doctor Colón: “solemos llamar sabios a los Picones y aun a los coleccionistas de hierbas, a los observadores de insectos cautivos, etc. Sus notas, muy interesantes, sirven a veces al hombre de genio; pero más parecen maníacos y monomaníacos que sabios” (C 80). Con este comentario, el per- sonaje alude negativamente a la Expedición Botánica (fundada en 1782), antigua institución científica que fue dirigida por el botánico español José Celestino Mutis (1732-1808).4 En este y otros comentarios hechos a lo largo de la novela, el narrador y los personajes de Fuenmayor cuestionan ficcional- mente la eficacia y ética de los dirigentes de las más prestigiosas instituciones culturales, científicas y comerciales de Colombia. La literatura colombiana contemporánea, de la manera como se manifies- ta en la obra de García Márquez y de otros escritores posteriores a él, ha entrado en el ámbito de la historiografía para revisar y cuestionar el poder y la autoridad que ha ejercido el discurso histórico oficial en Colombia. Dado que el discurso que se opone a la literatura y a la historia oficial se encuentra interpolado, en diversos grados y formas, en casi toda la obra periodística, narrativa y cinematográfica
de García Márquez, es, a mi parecer, indispensa- ble empezar el análisis de dicho discurso oposicional, ubicando al autor y a su obra en su contexto sociocultural e histórico. La obra literaria del escritor colombiano puede dividirse, en función de una apreciación panorámica, en tres fases interrelacionadas: una fase central correspondiente a los textos en los que aparece el cosmos novelesco de “Macondo” y “el pueblo” completamente delineado; una fase inicial correspondiente a los textos anteriores a Macondo; y una fase posterior correspondiente a los textos en que Macondo no constituye el espacio central de la narración. La fase inicial puede ubicarse cronológicamente entre los años de 1947 y 1955, época en la que García Márquez se desempeña como periodista profesional y novelista principiante. Durante esta época escribe, por lo menos, doce cuentos en los cuales experimenta extensamente con diversas técnicas narrativas y estilos provenientes de la tradición literaria europea y norteamericana (Williams 1984: 14-23).
En su primer cuento, “La tercera resignación” (1947), el autor-narrador experimenta con la reinvención de la realidad cotidiana a partir de la elaboración de los principales recursos estilísticos y técnicos asociados con la narrativa de Kafka (la interiorización del punto de vista y la deformación física y psicológica de los personajes). En “Eva está dentro de su gato” (1947) el narrador también experimenta con el punto de vista narrativo y con la cre- ación de un espacio psicológico de orden fantástico; en “Tubal Cail forja una estrella” (1948) emplea la técnica de la libre asociación; en “La otra costilla de la muerte” (1948) y en “La pesadilla” (1950) introduce el tema del insom- nio y elabora un discurso onírico; en “Diálogo del espejo” (1949) adopta la técnica del doble; en “Ojos de perro azul” (1950) recurre a un tipo de dis- curso existencialista semejante al de Sartre; en “Amargura para tres sonám- bulos” (1949) incorpora rasgos técnicos y estilísticos de Faulkner, pero no su perspectiva conservadora, a través de la interiorización y multiplicación del punto de vista y la creación de un ambiente tropical; en “Alguien desordena estas rosas” (1950) crea un personaje-narrador que está muerto y que cuenta su propia historia; en “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” (1955) presenta el cosmos novelesco de Macondo y crea también
escribe numerosos artículos para periódicos nacionales y extranjeros, entre ellos el célebre reportaje “Relato de un náufrago” (1955), que fue reedi- tado por el escritor en forma de libro en 1971. La fase posterior a Macondo se puede ubicar desde 1967 hasta principios del siglo XXI. En estas últimas cuatro décadas el escritor colombiano escribe y publica obras como La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972); El otoño del patriarca (1975); Crónica de una muerte anunciada (1981); El amor en los tiempos del cólera (1985); El general en su laberinto (1989); Doce cuentos peregrinos (1992); el drama Diatriba de amor contra un hombre sentado (1994); la novela Del amor y otros demonios (1994); sus memorias, Vivir para contarla (2002); y la novela Memorias de mis putas tristes (2004). García Márquez también ha escrito los ensayos Operación Car- lota (1977), que recrea el papel militar desempeñado por Cuba en Angola, e Historia de un secuestro (1996) que, según la crítica, es estructural y estilística- mente más novela que reportaje y, además, se considera, junto a Leopardo al sol (1993) de Laura Restrepo, como obra iniciadora del nuevo subgénero lite- rario llamado “novela del narcotráfico”.
A partir de la década de 1960 el novelista y periodista colombiano ha orientado su capacidad creativa hacia la cinematografía y ha reelaborado en guiones de cine sus principales temas: el amor, la muerte y la soledad.11 Asi- mismo, la oposición ideológica al “falso prestigio” de las instituciones cultu- rales y políticas colombianas, el rechazo al privilegio de adoración religiosa mantenido por la Iglesia católica y la práctica de la canonización literaria e histórica subyacente en el discurso cultural y político colombiano han sido objeto de parodia en las obras de García Márquez. En la actualidad, continúa desempeñando su labor de periodista independiente en periódicos nacionales e internacionales. La obra de Gabriel García Márquez ofrece abundante evidencia, no sólo de la relación conflictiva que ha mediado entre la historiografía y la literatura y entre la historia oficial y la historia ficcional (cfr. capítulos 7, 8, 9, 11), sino también la relación paralela, pero no explícita, que se establece entre la ideo- logía del autor y la que transpone a sus textos. Se mencionó ya en la introducción de este capítulo que algunos escritores colombianos han revisado y cuestionado el poder y la autoridad que ha ejerci-
do el discurso literario e histórico oficial producido predominantemente en la región del altiplano de Colombia conformada, en parte, por los actuales departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Huila y Tolima. No obstante, de todos los novelistas colombianos que han intentado reescribir el canon literario e his- tórico oficial de Colombia, García Márquez ha sido el autor que, con más intensidad, coherencia y por más de cincuenta años, ha elaborado en sus textos periodísticos y narrativos una versión de la historia y de la literatura colombia- na alternativa a la instituida por el discurso histórico y literario oficial. Ciertamente, el deseo de cuestionar “el falso prestigio de la literatura nacional” (Gilard 1981-1983, IV: 788) fue un temprano proyecto de subversión literaria declarado en 1960 por el periodista Gabriel García Márquez en su artículo “La literatura colombiana, un fraude a la nación” (Gilard 1981-1983, IV: 787-793). Con el objeto de examinar la subversión paródica de diversos aspectos de la vertiente oficial de la literatura nacional de Colombia articulada en la obra del premio Nobel, adopto aquí como instrumento de análisis el controvertido concepto de “deconstrucción” propuesto por Jacques Derrida.12
Si bien es verdad que Derrida concibió la deconstrucción como una teoría filosófica apta para analizar y cuestionar los postulados intelectuales y los tópicos populares sobre el origen del conocimiento humano que históricamente se ha centrado y articulado en y desde Occidente, también es cierto que la crítica literaria de fines del siglo XX se apropió del concepto derridiano de deconstrucción para emplearlo como procedimiento de análisis textual. Para el autor de la presente investigación y también para el periodista y novelista García Márquez el concepto de deconstrucción sugiere una relación u operación dialéctica de destrucción versus construcción. En términos teóri- cos y críticos, deconstrucción implica el cuestionamiento, destrucción o “des- montaje” de formas tradicionales de escritura y, como proceso paralelo, la “construcción” (lingüística) de formas de representación e interpretación, en las cuales se cuestione el canon (literario), en tanto expresión de significados centrales y jerárquicos (de la tradición cultural) de una sociedad. Una lectura atenta de la obra de García Márquez revela que el autor colombiano parece tener una concepción de la literatura que la filosofía críti- ca de fines del
siglo XX condensa bajo el concepto filosófico literario de “deconstrucción”: [N]o conozco ninguna buena literatura que sirva para exaltar valores establecidos. Siempre, en la buena literatura, encuentro la tendencia a destruir lo establecido, lo ya impuesto y a contribuir a la creación de nuevas formas de vida, de nuevas sociedades; en fin, a mejorar la vida de los hombres (García Márquez/Vargas Llosa 1967: 8). La crítica colombiana ha sido una dispendiosa tarea de clasificación, una labor de ordenamiento histórico, pero sólo en casos excepcionales un trabajo de valoración. En tres siglos, aún no se nos ha dicho qué es lo que sirve y qué es lo que no sirve en la literatura colombiana. […] La literatura colombiana, en conclusión general, ha sido un fraude a la nación (citado en Gilard 1981-1983, IV: 792-793). En este severo enjuiciamiento a la crítica literaria oficial de Colombia hecho en 1960, García Márquez denuncia y cuestiona los intereses políticos y los criterios ideológicos y metodológicos que hasta entonces habían guiado la clasificación y canonización de los textos seleccionados por intelectuales oficiales como representantes de la “literatura nacional” de Colombia (cfr. capítulos 3, 4, 5).
Con base en la perspectiva deconstruccionista que tiene García Márquez sobre la literatura oficial de Colombia, paso seguidamente a estudiar un aspecto estrechamente ligado a su deseo de “desmistificar la retórica” de la cultura oficial del país. Me refiero, a su proyecto estético de deconstruir la historia nacional a través del empleo de una serie de estrategias discursivas, elaboradas para interrelacionar ambiguamente lo contingente (personas y sucesos históricos) con lo ficcional (personajes y eventos literarios), y la histo- ria (la crónica y el periodismo como vertientes contemporáneas de la histo- ria) con la literatura.13 Se examinarán entonces las relaciones que se establecen entre la literatura y la historia en la obra de García Márquez y, en particular, la función del novelista como historiador, tomando como punto de partida la conferencia “La soledad de América Latina”, enunciada por el autor colombiano en Esto- colmo, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982. He aquí un extracto de la conferencia de aceptación del Nobel (García Márquez 1982):
Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompaño a Magallanes en su primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. […] [C] ontó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo.14 Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen. […] Más tarde, en Cartagena de Indias se vendían unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraron piedrecitas de oro. Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbra los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nues- tra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incon- tables. […] La Independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santa Anna, (sic) que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con honores magníficos la pierna derecha que había perdi- do en la
llamada Guerra de los Pasteles. […] Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no solo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. […] Es comprensible que [los europeos] insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y tan sangrienta como lo fue para ellos. […] Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. […] Los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la […] utopía de la vida […] donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra (García Márquez 1982 [1983], cfr. capítulo 14, Apéndice 3).
Esta conferencia (cfr. Apéndice 3) es un ejemplo excelente de una crónica histórica de contenido real y fantástico y está en la línea de las que mejor cuentan la historia de América, como lo pueden ser el Diario de Colón y los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. La conferencia de aceptación del premio Nobel es un texto magistral que puede ser considerado como el epí- tome de la obra de García Márquez porque en él se presentan encapsulados y en forma seminal la ideología, una concepción socialista y no eurocentrista del mundo; el estilo, un discurso intermedio entre el reportaje, la crónica his- tórica y la novela; los temas, mitos, leyendas e historia del Nuevo Mundo, de Colombia y de Latinoamérica y el poder y la soledad; el tono, legendario y fabuloso (cfr. notas , ) y, en fin, los tópicos y técnicas narrativas arti- culados por el autor colombiano tanto en sus textos literarios, históricos y periodísticos como en el discurso personal de su vida real. Estos temas y téc- nicas son principalmente la narración de la historia de la nación y de Améri- ca Latina y el empleo de la hipérbole, la parodia y la enumeración caótica como recursos centrales del realismo mágico. Desde luego que todos estos aspectos discursivos aparecen interrelacionados en la obra del premio Nobel, no obstante, en función del análisis desarrollado aquí,
se estudiarán por sepa- rado en éste y en los capítulos restantes de la segunda parte del libro. Sin duda, la articulación en la obra garciamarquiana del proyecto de deconstrucción de los valores estéticos y políticos instituidos por la cultura (la literatura y la historia) oficial implica inevitablemente la transposición de la ideología del autor a sus textos. En efecto, el acto comunicativo desempe- ñado por García Márquez, en tanto enunciador de mensajes periodísticos y sintagmas narrativos, se puede caracterizar, según la semiótica social, por la designación de un hablante que marca sus textos con la ideología política y los valores socioculturales de su autor. La ideología articulada implícitamente en el sistema de reglas semánticas que constituyen los artículos periodísticos y los relatos de García Márquez es admitida y explicada por el periodista- novelista, así: Lo que sucede es que yo también tengo una formación ideológica […] si el escritor, repito, tiene una posición ideológica firme, esta posición ideológica se verá en su historia, es decir, va a alimentar su historia y es a partir de este momen- to que esa historia puede tener esa fuerza subversiva de que hablo. No
creo que sea deliberada, pero sí que es inevitable (García Márquez/Vargas Llosa 1967: 9). Si bien García Márquez admite que posee una formación ideológica que inevitablemente transpone al texto, el autor no precisa el contenido de su ideología. En verdad, para el mismo autor esta cuestión resulta controvertida. Es conocido el hecho de que García Márquez, con frecuencia, se contradice a sí mismo cuando habla de su obra. El mismo autor reconoce sus contradicciones y las explica así: “Siempre estoy experimentando. […] Por eso mis teorías literarias cambian todos los días. […] [M]e contradigo. Quien no se contradice es dogmático y ser dogmático es ser reaccionario. Y yo no quiero ser reaccionario” (Peel 1971: 161). Pese a estas declaraciones, hay ciertas opinio- nes que el autor ha reiterado consistentemente a través de los años. Por ejemplo, su posición política: “Quiero que el mundo sea socialista y creo que tarde o temprano lo será” (Apuleyo Mendoza 1982: 61). Una vez más el autor confirma su posición política cuando declara: “Yo ambiciono que toda América Latina sea socialista” (Paiewonski/Conde 1987: 130). Si bien es cierto que García Márquez, en cuanto hombre público, se ha adherido al socialismo y ha estado en contra
del capitalismo, también es verdad que su socialismo busca materializarse en una geografía y en una cultura concreta: “Yo no saco mis libros de la nada sino de la realidad de la América Latina y en particular de la región del Caribe” (García Márquez 1978: 9). Estas afirmaciones no significan que el autor busque copiar fielmente la realidad de Colombia y de América Latina. Recuérdese que García Márquez fue uno de los primeros escritores hispanoamericanos que proclamó y practi- có en su narrativa el derecho artístico a la invención de la realidad y no a su reproducción mimética.15 Ciertamente, el escritor colombiano reescribe la historia nacional a través de sus narradores que operan, ora como juglares, ora como cronistas, ora como historiadores, ora como reporteros, pero siempre como novelistas que inscriben en sus textos no sólo tipos de discursos orales característicos del antiguo arte de contar de los juglares, sino también discursos escritos referen- tes a la crónica histórica novelada y reportajes modernos en forma de crónica periodística.