Miguel Antonio Caro y la cultura de su época

ferrocarriles y vapores respetado en todas partes por los principales po- líticos de ambos regímenes. Cisneros se convirtió en el abanderado del amplio frente ...
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L A R E G E N E R A C I Ó N A N T E EL E S P E J O L I B E R A L Y S U I M P O R T A N C I A E N E L S I G L O XX

Marco Palacios

Los profesores Rubén Sierra Mejía y Lisímaco Parra, promotores de este seminario sobre el pensamiento de Miguel Antonio Caro, me pidieron tratar sobre el contexto, es decir, la Regeneración. Aunque es sabido el déficit investigativo sobre ese período, creo que puede trazarse un balance razonable. No sobraría recordar que Rafael Núñez, el protagonista principal, destruyó muchos documentos de interés público que él creyó eran de su propiedad exclusiva. En esta exposición buscaré poner orden a puntos de vista, en diálogo con una creciente bibliografía, que he vertido en libros y artículos en los últimos veinte años con el propósito de ofrecer respuestas de tanteo a cuestiones que desde hace algún tiempo rondan a algunos intelectuales colombianos, entre los que me cuento. Verbigracia, ¿cómo se contraponen la Regeneración y el período radical que le precedió? ¿Por qué el sectarismo de los últimos cuatro decenios del siglo xix resultó tan decisivo para fijar el cuadro de lealtades políticas por lo menos hasta 1960? ¿Por qué la Regeneración, dirigida por hombres radicalmente católico-conservadores como Caro, fue considerada en el siglo xx como un potente modelo de modernización? Proponer preguntas de esta índole y tratar de dar respuestas sobrias podría contribuir a una mejor comprensión del pensamiento de Miguel Antonio Caro. Para comenzar trazaré un esbozo del siglo xix haciendo resaltar las continuidades del soporte social y cultural de la política. Contiendas civiles enconadas, inestabilidad y sordidez definen a cabalidad la política colombiana de 1810 a 1902. Sin relacionar las contiendas fratricidas de la Independencia, las rebeliones de la Colombia bolivariana, ni incontables peloteras locales, podemos contabilizar a lo largo de ese siglo nueve guerras civiles nacionales: 1831; 1840-42; 1851; 1854; 185962;1876-77;1885; 1895; 1899-1902.

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El desorden consistente fue causa y efecto del proceso de construcción del Estado nacional. Varias veces cambió el nombre oficial del país y, por lo general, a cada denominación correspondió un flamante documento constitucional. Para usar un término de moda, digamos que el siglo xix brinda un soberbio ejemplo de ingobernabilidad. Ninguna ciudad o región, clase social, grupo político o caudillo consiguió gobernar el país, mucho menos hacerlo a su imagen y semejanza o a la medida de sus sueños o intereses. Sin embargo, con muy pocas excepciones, el calendario electoral se cumplió y casi todos los presidentes y legisladores cumplieron sus funciones con el respaldo de un mandato legal y constitucional. Llevando a cuestas el fiasco de los experimentos fabriles en la región bogotana en la década de 1840, las clases altas no tuvieron más remedio que considerar las exportaciones de productos tropicales como una salida a la postración de la economía postcolonial. Sin embargo, para integrarse a las corrientes del comercio internacional tuvieron que familiarizarse primero con diversos modelos estatales, empresariales y culturales que ofrecían Europa y los Estados Unidos y, lo que fue más complicado, adaptarlos después a las condiciones de un país azaroso. Esa lucha por modernizarse, que está en la raíz de la Nación desde el movimiento ilustrado, se libraba en un entorno desfavorable. La geografía, la estructura social, las redes políticas y las pautas culturales circunscribían tanto las tramas como los argumentos, estos últimos casi siempre copiados de "las naciones civilizadas". La acción social pareció orientarse por la creciente adhesión de las élites socioeconómicas a los principios de un individualismo capitalista de tipo anglosajón, aunque a este respecto se observa menos consenso en las élites religiosas, culturales y políticas, algunos de cuyos representantes siguieron lo que Frank Safford ha llamado el camino neoborbón 1 .

1. La tesis de Frank Safford es ampliamente conocida entre los historiadores que trabajan el siglo xix. Fue formulada inicialmente en su tesis doctoral "Commerce and Enterprise in Central Colombia, 1821-1870", Columbia University, 1965, capítulo 11. Este trabajo fundamental de la historiografía colombiana desafortunadamente no ha conocido la imprenta. El mismo autor desarrolla su tesis en The Ideal ofthe Practical: Colombias Struggle to Form a Technical Élite, Austin (Texas), 1976. (Edición colombiana, Bogotá, 1989).

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Ahora bien, si consideramos el atraso tecnológico, el bajo nivel del producto por habitante y la fuerte concentración de la riqueza, las barreras geográficas resultaron mucho más negativas que positivas. La carestía del transporte afianzó economías locales autosuficientes, desconectadas entre sí, y se convirtió en un problema tanto más apremiante cuanto mayor fue la necesidad de competir en el mercado mundial y de crear un mercado interno. Por eso el entusiasmo de Bolívar y Santander por la navegación a vapor en el Magdalena y la pasión ferroviaria cuarenta años después forman un continuo. Pues bien, si alguien consigue empalmar las épocas radical y regeneradora es Francisco Javier Cisneros, el ingeniero cubano y empresario de ferrocarriles y vapores respetado en todas partes por los principales políticos de ambos regímenes. Cisneros se convirtió en el abanderado del amplio frente de "fanáticos del progreso" para quienes todo habría de supeditarse a carrileras, puentes metálicos y locomotoras. La crónica de la secularización de los ceremoniales de la vida pública, que movía los resortes más íntimos del sentimiento provincial y municipal, abunda en cabalgatas y romerías que acompañaban la puesta de la primera traviesa, la inauguración de cada tramo terminado, la apertura de cada estación. La historiografía económica y empresarial nos habla, empero, de limitaciones y descalabros. La longitud de las 13 rutas existentes en 1910 apenas sobrepasaba los 900 kilómetros. Esto quiere decir que ni los gobiernos radicales ni los de la Regeneración pudieron encarrilar el desarrollo ferroviario en función de unas prioridades nacionales. Celo particularista y desorden civil hacen de la historia de casi todas las empresas ferroviarias un rosario de contratos revisados, suspendidos, anulados, rescindidos, incumplidos y, no faltaba más, incoados ante diversos tribunales y legislaturas. Los ferrocarriles desvelaron más a los abogados y picapleitos que a los ingenieros colombianos. Las barreras geográficas también ayudaron a solidificar el regionalismo. Una amplia literatura nos permite estudiar la trayectoria de los estereotipos culturales. Ha quedado bien establecido en el trabajo de Efraín Sánchez que el primer mapa moderno del país, síntesis de las expediciones de la Comisión Corográfica (1850-1859) dirigida por Agustín Codazzi,

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fue posible por el esfuerzo gubernamental con apoyo bipartidista, sin el cual hubiera sido irrealizable el programa científico del geógrafo italiano 2 . Después de los trabajos de la Comisión, el conocimiento geográfico pasó a ser básico en la socialización de los colombianos educados. Ofrecía una noción más precisa de los recursos, de la magnitud de su bloqueo y de la urgencia de crear una infraestructura vial. No cabe duda de la enorme influencia de la Comisión en las obras de Felipe Pérez, Manuel Ancízar o Francisco José Vergara y Velasco. Sin embargo, al mencionar el vocablo ciencia geográfica, en este caso deberíamos estudiar también cómo se fueron formando "los tipos regionales" que explícita o implícitamente habitan en las obras de aquellos polígrafos colombianos. La influencia que muestran de Charles Darwin (The Descent of Man, 1871) sobre la diferencia básica de comportamiento y actitudes de los negros e indios suramericanos, ¿les vino de primera o de segunda mano? Como se sabe, los estereotipos darvinianos concuerdan con las representaciones españolas de los siglos xvn y x v m que describían negros alegres, perezosos e insolentes, e indios tristes, sumisos, maliciosos y fatalistas. ¿Cuántos viajes hizo este estereotipo de una a otra orilla del Atlántico? De todas maneras, en la mentalidad de los dirigentes liberales o conservadores permaneció la bifurcación indio-negro que fue coloreándose conforme se tenía conciencia de las pautas geográficas del mestizaje. A este respecto, quisiera hacer dos sugerencias. Primera, que no debiera sorprender que los dos polos de referencia regional del liberalismo y el conservatismo a fines del siglo xix fuesen las regiones "blancas" de Santander y Antioquia, en donde tuvo gran peso la colonización del siglo que se inicia circa 1740. Todavía a comienzos del siglo xx, los "montañeros" de Antioquia o los labriegos "blancos" de Santander compartían atributos: "trabajadores infatigables", "independientes", "patriarcales" y "aficionados al tabaco, al alcohol, al juego y a las riñas sangrientas". Segunda, en la medida en que el conservatismo y la Iglesia estuvieron tan estrechamente asociados por tanto tiempo, podemos trazar una 2. E. Sánchez, Gobierno y geografía. Agustín Codazzi y la Comisión Corográfica de la Nueva Granada, Bogotá, 1999.

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especie de mapa que muestra los efectos electorales de la dedicación de la Iglesia a las poblaciones mestizas e indígenas de los altiplanos en desmedro de las negras y mulatas del Caribe y las hoyas de los ríos Magdalena y Cauca. De allí el rezago histórico del conservatismo en el mapa electoral del siglo pasado, pues esas regiones negras y mulatas fueron entre 1920 y 1960 uno de los ejes de la economía colombiana. Allí estaban situados los campos petroleros, las plantaciones bananeras, la navegación fluvial y los ferrocarriles que animaban la vida de ciudades y pueblos ribereños, desde Neiva, Girardot y Honda hasta Magangué y Barranquilla. Como contrapartida, los baluartes conservadores de la región antioqueña ayudan a explicar por qué de 34 obispos que tenía la Iglesia colombiana en 1960, 14 eran oriundos de los departamentos de Antioquia y Caldas. En resumen, es posible argumentar que las coordenadas de las regiones culturales del país se levantaron sobre principios dasificatorios étnicos, pese a sus evidentes efectos políticos. En el plano político, la fragmentación geográfica fortaleció las redes dientelares de partido. Caciquismo y regionalismo paralizaron los propósitos de fortalecer un Estado central capaz de tramitar ordenadamente las exigencias de largo plazo del crecimiento económico y las demandas generadas por la incorporación colombiana al Atlántico Norte.

Es menester en este punto tratar el asunto de la desigualdad social y su relación enmarañada con las actitudes y las conductas políticas. Podemos concebir la desigualdad como la forma estadística que asume la distribución de la riqueza y el ingreso en un momento dado, o considerarla más bien como manifestación del sistema social con su carga histórica de normas y valores que buscan reproducirlo, explicarlo y aun justificarlo. En cualquier caso, la desigualdad reinaba. Pero el mosaico regional y municipal del país y un conjunto de gradaciones sutiles en la estratificación, con sus mecanismos corrientes de movilidad, llevan a descartar la pertinencia de un modelo político de "clientelas adscripticias" que, como en la mecánica de Newton, gravitarían alrededor del núcleo in-

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tegrador llamado modelo hacendarlo propuesto por Fernando Guillen Martínez 3 . Me parece que, por el contrario, la investigación histórica permite concluir que las relaciones de propiedad no determinaron las formas de acción de las clientelas. Aparte de la influencia de la Iglesia, acentuada después de 1887, las elecciones y la prensa generaron una dinámica propia, e inclusive abrieron la posibilidad de que el oficio político fuese un refugio contra la posibilidad de que la gran propiedad se convirtiera en soberano unilateral. Así parecieron entenderlo los orejones sabaneros y sus pares en el resto del país. La competencia incivil por los cargos locales con sus connotaciones de jerarquía, privilegio y pequeña dictadura (que por lo general no pusieron en cuestión la gran propiedad) se confinó a las clases intermedias e intermediarias sin las cuales resulta imposible armar el rompecabezas de lealtades binarias a lo largo y ancho del país. De hecho, esas clases fueron el vivero del gamonal. Acentuaron el carácter bipartidista de las clientelas y fortalecieron la naturaleza multidasista de los dos partidos históricos. En este sentido, el caciquismo enmascaró y atenuó los efectos de la desigualdad social. Aún así, la desigualdad social produjo efectos con relación al tamaño y a las condiciones de funcionamiento de los mercados y, sin duda, retrasó la formación del mercado nacional. Apareció el consabido círculo vicioso de la pobreza hasta el punto de ser social y políticamente conflictivo, en la medida en que la economía se modernizaba sobre líneas capitalistas y, en algunos momentos históricos y algunas regiones, sobre un modelo de "capitalismo salvaje". Varios historiadores han señalado que algunos dirigentes de la segunda mitad del siglo xix advirtieron relaciones más o menos sistemáticas entre las coyunturas críticas de las exportaciones, la caída de los ingresos fiscales y las guerras civiles. Esto se hizo manifiesto después de la profunda depresión económica postindependiente (1820-1850). El éxito parcial de un grupo de negociantes dedicados a exportar en medio de vicisitudes permitió una modesta reanimación económica acompañada

3. F. Guillen Martínez, El poder político en Colombia, Bogotá, 1979.

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de sacudones de todo orden, originados en la caída de los precios de los productos de exportación. Las tres guerras civiles de consecuencias bajo los regímenes radical y regenerador, las de 1876-77,1885 y 1899-1902, se presentaron en coyunturas de recesión y crisis del sector externo. Por el contrario, la guerra civil de 1895 fue un mero ensayo; apenas duró tres meses, quizás porque el país atravesaba una bonanza cafetera. El historiador Charles Bergquist, entre otros, ha sostenido por cierto que entre el librecambismo de la era liberal y el supuesto proteccionismo económico y nacionalismo político-cultural de la época de la Regeneración existen hondas diferencias que trascienden las ideologías y afirmarían intereses contrapuestos entre fracciones bien definidas de las clases dominantes y de sus grupos subalternos. Mientras que el régimen liberal habría sido expresión de la hegemonía de los grupos agroexportadores, la Regeneración representaría los intereses de las clases agrarias cerradas al comercio internacional y de las capas medias de una burocracia estatista y reaccionaria 4 . Afirmaciones en demérito de los alcances del discurso internacionalista de Núñez y Caro y de sus postulados sobre la necesidad de desarrollar una vigorosa economía exportadora. Además no explican por qué las élites de Medellín, pese a sus divergencias con el régimen, en particular con el gobierno de Caro, estuvieron del lado conservador. Liberales del laissez-faire, laissez-passery regeneracionistas respaldaron el modelo exportador, con acentos diversos y la misma fe inquebrantable en el progreso capitalista. Las discordias versaron sobre cómo definir en el plano político las relaciones con las clases populares. Los liberales, pensando quizás en sus clientelas de artesanos urbanos, concluyeron que el libre mercado, al estimular la iniciativa individual, promovería la democracia política y la movilidad social. Los conservadores y regeneracionistas, pensando quizás en sus clientelas de pequeños campesinos independientes, plantearon que dejadas las fuerzas del mercado al libre juego debilitarían el principio de autoridad y la tradición cultural y religiosa sin los cuales era imposible erigir el Estado fuerte que demandaba la Nación. 4. C. Bergquist, Coffee and Conflict in Colombia, Durham, 1978 (edición colombiana, Medellín, 1981).

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A medida que avanzaba la década de 1890 y daba frutos el modelo económico basado en las exportaciones de oro y café, parecían más pertinentes los argumentos regeneracionistas e instituciones como el Banco Nacional. Para Caro, la adhesión categórica a la tabla de valores del viejo orden hispánico, descontando, claro está, la monarquía, debía ser condición necesaria y suficiente para ordenar el país y procurar el progreso material. Si pensamos que se trataba de una peculiar visión de modernidad, habremos de añadir que pasó los filtros del catolicismo a lo León xm. Según la expresión de Caro, se quería una democracia domesticada o "anturevolucionaria y autoritaria" 5 en la que, conforme a la encíclica Inmortale Dei, el "pueblo tiene mayor o menor parte en el régimen de la cosa pública" . Al mismo tiempo que en el período radical se agudizó el conflicto ideológico (y el combativo Caro de la década de El Tradicionista es uno de sus mejores ejemplos), se fortalecieron, según Malcolm Deas, las organizaciones partidistas conformadas entre 1827 y 18457. De hecho, las redes políticas locales permitieron mucha movilidad social y dieron a la política una autonomía paradójicamente incrementada, en la medida en que las orientaciones ideológicas correspondieran a ciertos contenidos sociales. Trazado este esbozo del lugar de la política en el siglo xix, pasemos al asunto de cómo se contraponen el liberalismo radical y la Regeneración.

La historia construida desde las élites, en un país con una cultura política refractaria al cambio como el nuestro, es uno de los medios más eficaces de ratificar y reforzar la legitimidad del orden existente. Aquí, en esta

5. Discursos, alocuciones, mensajes, cartas y telegramas del señor don Miguel Antonio Caro, J. M. Franco (ed.), Manizales, 1900, pp. 257-289. 6. Citado por Caro en su artículo "Los partidos políticos", en Miguel Antonio Caro, Escritos políticos. Cuarta serie, Bogotá, 1993, p. 353. 7. M. Deas, "Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia", Revista de Occidente, vol. XLIII, n° 127, Madrid, 1973, pp. 1.678-1.680.

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Colombia que ya ni siquiera es del Sagrado Corazón, es fácil comprobar el oficialismo de las convenciones historiográficas desde Juan de Castellanos y Pedro Simón hasta José Manuel Restrepo, José Manuel Groot, Henao y Arrubla y Germán Arciniegas. El oficialismo de la historiografía postcolonial se reduce a establecer períodos en función de la obra de uno u otro partido político o, dado el faccionalismo, para mayor gloria de uno u otro mandatario o héroe banderizo. Al proscribir la continuidad subyacente en los procesos políticos termina explicando el cambio por el movimiento de rotación en el poder de los regímenes liberal y conservador. Aunque este procedimiento para determinar períodos puede ser justificable en una narrativa interesada en asegurar los símbolos del statu quo, una historia política moderna a secas tiene la obligación de ofrecer perspectivas más amplias de periodización. La Regeneración debe enfocarse como un movimiento complejo que empobreceríamos al reducirlo a un estereotipo conservador, como quisiera la historiografía liberal y conservadora. Designamos como la Regeneración el lapso comprendido entre 1878 y 1900. El nombre se origina en una frase lapidaria de Núñez pronunciada en 1878: los excesos del régimen radical habían puesto a los colombianos ante la alternativa de "regeneración administrativa fundamental o catástrofe". En otras palabras, la Regeneración se monta sobre la crisis del régimen radical. Desde un punto de vista cronológico aparece primero una liga de liberales desafectos del Olimpo radical (1867-1878): mosqueristas caucanos, independientes santandereanos y nuñistas costeños. Este singular conjunto de grupos regionales terminaría formando la facción de los liberales independientes, capitaneada por Núñez. En 1878 llevó a la presidencia al héroe de la guerra de 1876-1877, el mosquerista caucano Julián Trujillo. La declinación del Olimpo, agravada por la muerte de Murillo Toro en 1880, les despejó el camino, de suerte que en aquel momento la Regeneración se presentaba como un proyecto liberal aunque paulatinamente fue conservatizándose hasta que debió dar un viraje de 180 grados durante la guerra civil de 1885 desencadenada por el ala radical contra el gobierno liberal de Núñez. Es decir, la Regeneración fue primero un proyecto liberal, 1878-1885; evolucionó hacia una alianza de conservadores y liberales independien-

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tes, 1885-1887, que trató de formar un Partido Nacional y, en la metamorfosis final, quedó convertida en un proyecto del ala nacionalista mayoritaria en el Partido Conservador, a la que una volátil coalición de liberales y conservadores disidentes o históricos trató de hacer oposición a partir de la campaña electoral de 1891. Los nacionalistas se radicalizarían después de la muerte de Núñez en 1894. El movimiento regenerador terminó con el golpe de Estado de julio de 1900, en plena Guerra de los Mil Días, dirigido por los históricos. El golpe no fue conduyente en el sentido de unificar el Partido Conservador. Por el contrario, hasta 1930 la dinámica faccional de históricos y nacionalistas dio sentido a la vida en la casa azul. El Olimpo radical y la Regeneración pueden verse como en un juego de espejos contrapuestos: si el proyecto radical suscribió de manera optimista la modernidad política sin reparar demasiado en los costos sociales y culturales, el proyecto regenerador infló de manera pesimista los costos, al punto de esterilizar los atributos políticos de la modernidad. Pero ambos regímenes se fijaron como meta modernizar la economía del país sin cuestionar en lo más mínimo el nexo con la economía del Atlántico Norte. Radicales y regeneradores compartieron los valores centrales de lo que solemos llamar la civilización occidental que en ese momento irradiaba de la cuenca noratlántica. Los regeneradores restablecieron el principio bolivariano de la República unitaria resucitando principios añejos de identidad. La religión católica y la lengua de Castilla aparecieron entonces como si fueran intrínsecas a la tradición y a la cultura nacionales. Caro, el autor principal del texto constitucional de 1886, insistió en el enfoque culturalista: en la religión y la lengua debía reconocerse el principio ontológico de la formación colombiana; de allí sólo había un paso a la Colombia eterna, católica, hispánica y bolivariana que, en el verbo de un Laureano Gómez, copiaría las arengas de la España falangista. Pese a las intenciones razonadas de los constituyentes de 1886, contaba más la displicencia que les impidió entender que la unidad nacional estaba por hacerse, que pertenecía al futuro como al pasado y que resultaría de una síntesis de múltiples formaciones culturales, folclores y tradiciones populares de base regional y étnica.

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Embelesados como estamos hoy por el artículo de la Constitución de 1991 del "pluralismo cultural", es demasiado sencillo subrayar esa obsesión regeneradora por imponer patrones uniformes a la cultura y al sistema educativo. Pero el universalismo de los liberales, compendiado en el Código Civil, convertido en ley federal en 1873 durante la segunda administración de Murillo Toro, también mostraba la displicencia radical por los derechos de los pueblos indígenas. Es una ironía que algunos de estos derechos hayan sido reconocidos en una ley regeneradora de 1890 encaminada a proteger los resguardos del Cauca. En el plano de los símbolos, la Regeneración rescató a Bolívar, el padre de la patria, entendiendo el vocablo patria como el conjunto de Estado constitucional y Nación. Loado como el inspirador de la Constitución del 86, Bolívar habría descendido al sepulcro dejando como testamento el desencanto con el optimismo liberal. Los pueblos americanos requerían gobiernos fuertes, élites virtuosas y paternales, al estilo de la aristocracia de la Roma clásica. Empero, la fórmula de la República unitaria contrapuesta al localismo de la República federal estuvo lejos de consumarse. No tuvo los recursos fiscales, políticos, militares, burocráticos, para hacer mella a los centros de poder informal que campeaban en la forma de republicanismo de campanario. En suma, el centralismo de la Regeneración se quedó en el papel. Quizás sea prudente en este punto regresar a las similitudes entre los antagonistas de nuestra exposición. Creo que los personajes, los soportes intelectuales y algunos medios sociales de los regímenes radical y regeneracionista son extraordinariamente similares. El reconocimiento de tal similitud debe estar en la raíz de cualquier esfuerzo desmitificador de la historiografía bipartidista. En la segunda mitad del siglo xix el discurso político colombiano adquiría pleno sentido en un cambiante contexto cultural propio, aunque también dentro del ámbito de las transformaciones internacionales. Los incontrolables ciclos de precios del tabaco y las quinas están en el trasfondo del auge y caída del dogma librecambista y de los radicales, sus defensores a ultranza, del mismo modo que el auge y la crisis del café hubieron de conducir el régimen regeneracionista del cénit de 1885-1896 al despe-

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ñadero de la Guerra de los Mil Días. Aunque Colombia fuese un país occidental de las periferias, los avatares del comercio internacional incidían en la marcha de los negocios y podían decretar la suerte de los gobiernos. Desde esta perspectiva, los dirigentes de la Regeneración, así se llamasen nacionalistas, eran tan internacionalistas como su contraparte radical.

Por otra parte, el eclipse liberal fue un fenómeno mundial después de 1880, de suerte que la conservatización colombiana no fue tan estrafalaria como algunos suponen. En el último cuarto del siglo xix tanto en Europa como en los Estados Unidos se hizo manifiesto el declive de los partidos liberales y la ascensión de los conservadores. Se fortalecieron los poderes del Ejecutivo, apoyados en burocracias expansivas y modernas. En 1885 los liberales caen en el Reino Unido y empieza una era conservadora de 20 años. En Estados Unidos suben los republicanos y en Francia los republicanos oportunistas dominan entre 1880 y 1898. El trasfondo era más ominoso: las rivalidades nacionalistas de los Estados europeos, el "destino manifiesto" de los Estados Unidos y el nacionalismo del gran capital acudían a la formación del imperialismo. El punto de inflexión de estos sucesos, en el que muchos historiadores han querido ver el comienzo de la marcha ineluctable hacia la Primera Guerra Mundial, fue "el reparto de África" en la reunión del Congreso Internacional de Berlín en 1885. Asia ya había sido repartida. La nueva concepción de los imperios coloniales se montaba sobre el desvanecimiento de la burguesía cosmopolita de la cuenca noratlántica y sobre los escombros de la Comuna de París aplastada trágicamente en 1871. El cosmopolitismo burgués de grandes comerciantes instalados en los puntos nodales del comercio mundial y relacionados por matrimonios había erigido entre 1760 y 1860 un paradigma cultural que después de 1860 sería impugnado, bien por las nuevas clases trabajadoras de la llamada Segunda Revolución Industrial, bien por las nuevas burocracias nacionalistas. Los elementos del paradigma, analizados por historiadores como Charles A. Jones, son bien conocidos: individualismo, progreso

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lineal afín a los valores de la revolución tecnológica, libertades civiles, gobierno limitado y representativo, antimercantilismo . El funcionamiento de los principios del liberalismo económico al estilo inglés (el librecambio, el patrón oro y el equilibrio de las cuentas de la hacienda pública) estimuló la corriente internacionalista mediante el comercio y las inversiones de capital transnacional. El mundo experimentó un crecimiento económico sin precedentes, acelerado por los enormes avances técnicos. Pero, subraya Gabriel Tortella, simultáneamente se fortalecieron los Estados nacionales y en el camino aceptaron otros principios antiliberales, colonialistas y militaristas aunque después de la Primera Guerra también habrían de ser socialdemócratas 9 . Estas trasformaciones europeas fueron seguidas con avidez por las élites colombianas. Por eso resulta difícil explicar la Regeneración y su legado sin considerar este trasfondo. De allí la complejidad de la fórmula regeneradora, sorprendente en América Latina, puesto que amarró principios de liberalismo económico, intervencionismo borbónico, antimodernismo católico y un nacionalismo cultural de corte hispanista. Pueden darse dos ejemplos del internacionalismo liberal de la Regeneración: primero, la apertura a las inversiones inglesas, francesas y norteamericanas en minería, ferrocarriles, vapores fluviales, banano, azúcar y maderas preciosas. Segundo, el arreglo meticuloso de la deuda externa mediante el protocolo de 1894 con el Consejo de Tenedores de Bonos en Londres. El neoborbonismo tuvo sus manifestaciones en el intento de ampliar la capacidad fiscal extractiva, en la modernización del ejército, en la creación de un banco oficial que adquirió un propósito sectario: como dijera Caro en 1898, sin que pudiera anticipar las emisiones hiperinflacionarias de la Guerra de los Mil Días, "la revolución (de 1885) hizo nacer el papel moneda de curso forzoso y el papel moneda mató la revolución" (de 1895). También se manifestó en el proteccionismo clientelista a los artesanos y en la redistribución de los bienes baldíos para el fomento de la agricultura exportadora y la gran propiedad territorial.

8. C. A. Jones, International Business in the Nineteenth Century: The Rise and Fall of a Cosmopolitan Bourgeoisie, Nueva York, 1987. 9. G. Tortella, La revolución del siglo xx, Madrid, 2000.

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Los dirigentes radicales y regeneracionistas compartieron un talante de hombres públicos civiles y civilistas. A este respecto, recordemos que en un artículo de su madurez Caro no dudó en calificar a Murillo Toro de "hombre civil y declarado adversario del usurpador Mosquera"10. En la guerra como en la paz, la palabra fue su arma y la pedagogía su método. Unos y otros se justipreciaron de publicistas y creyeron que, en la marcha de la construcción nacional, su deber patriótico radicaba en enseñar. Manuel Murillo Toro, Santiago Pérez y Aquileo Parra son en todo equiparables a Rafael Núñez y Miguel A. Caro, salvo quizás en sus orígenes sociales. Mientras que los dos últimos descendían de familias acreditadas en Cartagena y Bogotá, los centros más importantes de la vida política virreinal, los jefes radicales procedían de vecindarios subalternos. Los medios discursivos de radicales y regeneradores también fueron compartidos. El discurso de unos y otros fluyó por tres vertientes propias de un patriciado republicano: la legalista, o sea, el imperio de la ley como ideal legitimador de la polis; la filológica y literaria, es decir, el dominio de la lengua materna como prueba de civilización y acabada expresión de la identidad cultural, y los estudios sobre el territorio geográfico, en una vena utilitaria de reconocimiento de los paisajes apropiados y transformados por el hombre colombiano con su potencial para el progreso material. En realidad, las clases dirigentes de uno y otro partido hicieron del derecho, la gramática y la geografía una trinidad que, cognoscitiva o emocionalmente, podía invocarse para desentrañar el pasado, el presente y el futuro del país y sus habitantes. Una trinidad que, pese a los matices constitucionales (de federalismo de papel versus centralismo de papel), todos ellos quisieron ver entronizada en Bogotá, la capital nacional. Es otra de esas ironías de la historia que la capital colombiana conociera uno de sus momentos estelares, el despegue hacia una ciudad moderna, precisamente durante la Regeneración. El régimen de la Constitución de 1886 cosechaba la liberación de la propiedad raíz de los decretos de desamortización del general Mosquera, 10. Véase su artículo "Las dictaduras", en Miguel Antonio Caro, Escritos políticos, op. cit., pp. 242-260.

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uno de los grandes "usurpadores" de la historia colombiana, según Caro, la Iglesia y los padres jesuitas. Quisiera sugerir que sin los ritmos de la actividad comercial bogotana después de 1885 y la modesta infraestructura bogotana de bibliotecas, librerías, sociedades de artes, música y ciencias, de profesionalización de campos como la ingeniería, la medicina y el periodismo que se aceleró por las mismas fechas, es imposible pensar en la viabilidad de una nación como proyecto cultural, cualquiera que fuese su signo ideológico.

La diferencia de radicales y regeneradores quedó establecida en la derrota liberal en la Guerra de los Mil Días, la última contienda civil de nuestra historia en que participaron las élites políticas. Al tiempo que en 1902 los jefes políticos rechazaron la guerra como recurso válido de gobierno u oposición, la vida pública se conservatizó, de suerte que las reformas liberales de las décadas de 1930 y 1940 ganaron en relieve y dramatismo más allá de lo que en realidad les correspondía. ¿Por qué la terminación de la Guerra de los Mil Días no marcó la posibilidad de hacer un corte de cuentas con el pasado y, por el contrario, el Olimpo Radical y la Regeneración se constituyeron en polos de referencia de la divisoria política del siglo xx? La alianza implícita de conservadores /míórícos y los antiguos guerreristas liberales recidados en el quinquenio de Reyes fue demasiado táctica para alcanzar la coherencia del legado regenerador. Mucho menos pudo superar a los regeneradores como gestores de una empresa retórica más resistente aún que la radical, como sostiene convincentemente el historiador francés Frédéric Martínez11. Y en el principio fue el verbo. Pasando a los predicados, no es paradójico decir que el éxito del modelo que imperó en los primeros 30 años del siglo xx impidió enterrar el pasado. El complemento de liberalismo económico y conservadurismo social, ideológico y político, en el cuadro de la creciente incorporación al 11. F. Martínez, El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional de Colombia, 1845-1900, Bogotá, 2001.

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mercado mundial con base en el café, creó un entramado de intereses sociales que, con una urbanización sostenida aunque incipiente, desbordaron las pretensiones ideológicas, fuesen ultraindividualistas o ultramontanas. Las instituciones regeneradoras, corregidas y mejoradas en 1910, funcionaron para un desarrollo capitalista dentro de un modelo constitucional liberal. Dos ingredientes regeneradores tendrían fuerte gravitación hasta la década de 1960: la posibilidad de conciliar el mundo de fábricas, plantaciones, vías, bancos, telégrafos, con un antimodernismo orientado por las encíclicas papales y un nacionalismo cultural hispanófilo. En ese contexto debe entenderse la violencia verbal de activistas incesantes como los sacerdotes Ezequiel Moreno, Luis Jáuregui (influyente maestro de Laureano Gómez) o Félix Restrepo, quienes emplearon la elocuencia para demonizar los valores seculares encarnados en el liberalismo de Miguel Samper o Uribe Uribe o en la Segunda República Española y lo que se veía como su proyección siniestra en Colombia a la sombra del régimen liberal de 1930-1946. En la búsqueda de un hilo conductor es posible toparse con el Miguel Antonio Caro de la década de 1870, con el polemista del Partido Católico quien, sin abandonar las coordenadas esenciales, tuvo que atemperar su pensamiento para ejercer el poder y la influencia en las décadas siguientes. En épocas recientes, personajes de la política liberal como Alfonso López Michelsen o Indalecio Liévano Aguirre defendieron la obra regeneradora de Núñez colocándola dentro de parámetros como el intervencionismo moderno o la modernización política. Personajes que, como bien se sabe, combatieron algunas instituciones básicas del Frente Nacional, en particular la alternación. Por el contrario, un sociólogo de la política como Fernando Guillen Martínez propuso que la Regeneración habría sido "el primer frente nacional"12. Desde la perspectiva de fines del siglo xx, podría decirse que el capitalismo colombiano acentuó los moldes individualistas, al estilo de los liberales radicales del siglo xix. Pero también podría objetarse que du-

12. F. Guillen Martínez, La Regeneración. Primer Frente Nacional, Bogotá, 1986.

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LA REGENERACIÓN ANTE EL ESPEJO LIBERAL Y SU IMPORTANCIA EN EL SIGLO XX

rante un largo trecho del siglo xx los espíritus animales del individualismo capitalista fueron amansados por prácticas católicas, como hubiesen querido los regeneradores de la década de 1890. Propongo ver el tinte católico en un conjunto de instituciones públicas y privadas que están desapareciendo. Aparte del Hospital San Juan de Dios y, claro, del Partido Conservador, hay que recordar las grandes fábricas de textiles de Medellín en el período 1904-1970, las redes municipales de la Federación de Cafeteros después del censo de 1932 hasta la fecha, la legislación laboral y de seguridad social, en particular desde 1949 hasta 1990. Instituciones que en su momento se legitimaron mediante discursos éticos de solidaridad social que, en un tono secular, desarrollaron los regímenes liberales entre 1930 y 1945. Habrá que estudiar con más detenimiento esto que no dudo en llamar capitalismo católico. Ése fue un legado de la Regeneración y si tiene adeptos en los dos partidos es porque allí, así no sea explícita, puede radicar una de las razones de la debilidad histórica de la izquierda colombiana. El desorden del siglo xix fue el fantasma que acechó la conciencia política del siglo xx colombiano. También a hombres como Núñez y Caro en el último trayecto de aquella centuria de pasión política. Las cuidadosas compilaciones de los escritos de Caro por Carlos Valderrama Andrade muestran esa obsesión por restituir la legitimidad perdida a raíz de la Independencia, un tema subrayado por Eduardo Posada Carbó 13 . En una entrevista que concedió lord Skiddsky a The Economist (9 de diciembre de 2000) a raíz de la aparición del tercero y último volumen de su biografía de John Maynard Keynes, sostuvo que, pese al poderío de

13. La autoridad de Valderrama sobre los escritos de Miguel Antonio Caro se ha establecido a lo largo de muchos años de paciente y riguroso estudio en una copiosa producción realizada dentro del Instituto Caro y Cuervo. Baste citar las siguientes ediciones anotadas y comentadas del pensamiento político de M. A. Caro, Miguel Antonio Caro y la Regeneración. Apuntes y documentos para la comprensión de una época, Bogotá, 1997; Miguel Antonio Caro, Escritos políticos, 4 vols., Bogotá, 1990-1993; Estudios constitucionales y jurídicos, 2 vols., Bogotá, 1986; Discursos y otras intervenciones en el Senado de la República, 1903-1904, Bogotá, 1979. El comentario de E. Posada Carbó a la publicación de los primeros 3 tomos de los Escritos políticos se encuentra en el Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. xxix, n° 30, Bogotá, 1992.

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la prosa y la lógica del gran economista, la pertinencia de su pensamiento provino del desorden mundial que reinaba al comenzar la década de 1940. El biógrafo recordó cómo en 1940 Keynes había escrito en tono pesimista que, por primera vez desde la Ilustración, "Hobbes nos dice más que Locke". Guardadas todas la distancias y advirtiendo que ninguno de estos dos grandes clásicos ingleses del pensamiento político moderno fue realmente conocido por Caro o Núñez, la fascinación que la Regeneración ejerció sobre muchos espíritus del siglo xx colombiano pareció estribar, precisamente, en ese mensaje premonitorio: en tiempos turbulentos un pensamiento como el de Hobbes nos dice más que el de Locke. Y no creo que las actuales circunstancias colombianas, en que estamos recogiendo las siembras del último medio siglo, estén para la lógica del sujeto político libre de Locke, que ya da por supuesto el Estado. Parecen inclinarnos más hacia la lógica de Hobbes de armar primero el Estado para que enseguida pueda erguirse y ascender el sujeto político libre.

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