Mi cámara es un arma contra la guerra

off the record con políticos. El me planteó hacer un libro de divulgación, con su rigor económico y su perfil más académico, pe- ro que pudiera sumar también la ...
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Enfoques

Domingo 19 de agosto de 2007

LA NACION/Sección 7/Página 5

[ ENTREVISTA ]

AFP

La hora de la verdad Por Jorge Liotti Diego Valenzuela y Eduardo Levy Yeyati rastrearon,

DESPUES DE LA CRISIS

en su libro La resurrección: Historia de la poscrisis argentina, lo sucedido en el país a partir de 2001. En esta entrevista hablan de ese proceso y alertan sobre la necesidad actual de sincerar algunas variables económicas, como la inflación, las tarifas y los subsidios, para evitar otras caídas e conocieron en los roles de periodista y de fuente de información. De tanto conversar sobre la crisis que sufrió la Argentina entre 2001 y 2002 se consolidó un vínculo de amistad profesional. No sorprende entonces que, como producto de esa relación. hayan decidido escribir un libro para repasar esa turbulenta etapa de la historia reciente. El periodista es Diego Valenzuela, conocido por su participación en programas televisivos y su tarea de conductor en Radio Continental. La fuente de información es Eduardo Levy Yeyati, economista jefe del Banco Central en el momento de la hecatombe y actual asesor financiero del Banco Mundial. Ambos comparten el interés por la economía, y ese sesgo es evidente en el trabajo La resurrección: Historia de la poscrisis argentina” (Sudamericana) que acaban de publicar. Allí los autores hacen un balance de lo que ocurrió en el país en el período que va desde la caída de De la Rúa hasta la cancelación de la deuda con el FMI a fin de 2005. En una entrevista con LA NACION, Valenzuela y Levy Yeyati hablaron del libro y ofrecieron sus principales conclusiones: que los grandes ganadores de la devaluación y la pesificación asimétrica fueron las empresas, y que los principales perjudicados fueron los sectores sociales medios y bajos. Hacia el futuro inmediato, el diagnóstico que trazan no deja de ser inquietante: Valenzuela habló de la necesidad de practicar un “sinceramiento” de algunas variables económicas, y Levy Yeyati cuestionó la peligrosa tendencia de algunos gobernantes a enamorarse de modelos que son funcionales para un período, pero que requieren correcciones. “Se volvió al piloto automático”, advirtió. –¿Qué los motivó a escribir un libro sobre la crisis? –Valenzuela: Eduardo estuvo en el Banco Central en el período más turbulento del 2002, y yo, como todo periodista, había acumulado

S

documentos, recortes de diarios, charlas off the record con políticos. El me planteó hacer un libro de divulgación, con su rigor económico y su perfil más académico, pero que pudiera sumar también la crónica periodística, explicar con fundamentos económicos cómo se procesó la poscrisis, quién ganó, quién perdió. –¿Hay voluntad en la sociedad argentina por revisar una crisis tan dolorosa o prefiere olvidar? –Levy Yeyati: El proceso fue doloroso pero tuvo un final que se percibe como feliz. Recordar aquello es como revivir una pesadilla una vez despierto. –¿Fue la crisis más grave de la historia moderna argentina? –Levy Yeyati: En el libro decimos que fue la más grande de las últimas décadas. Fue peor en términos de impacto social que la hiperinflación de Alfonsín. Si miramos desde los años 60 a esta parte yo diría que fue la peor crisis. –Valenzuela: Sí, había una sensación de fin de época, de estar cerca de la anarquía, una fantasía de que el país se gobernaba directamente en las calles. Aún hoy vemos los residuos de esa eclosión del sistema político, con partidos políticos muy frágiles, con liderazgos personales. Sólo hubo una recuperación económica que relegitimó un poco a la política y a algunos dirigentes. –¿Quiénes fueron los máximos ganadores y perdedores de la devaluación y la pesificación asimétrica? –Levy Yeyati: Los grandes ganadores fueron las empresas, los deudores en general, pero sobre todo las empresas, porque se les licuó los pasivos. ¿Contra quién ganaron? En primera instancia, contra el Estado, que somos todos nosotros, y, particularmente, contra la población de bajos recursos. Hubo una transferencia importante de los sectores de ingresos medios y bajos a los sectores productivos. –Valenzuela: El salario real financió la primera parte de la salida de la crisis, fue donde primero golpeó la inflación. –¿Y los ahorristas? –Valenzuela: Nosotros sostenemos que no todos los depositantes perdieron tanto como se cree. A partir del repunte económico y de las distintas formas de salidas del corralón que hubo, el ahorrista, más bien, recuperó su dólar. –Levy Yeyati: Se estima que a partir del fallo de la Corte que avaló la pesificación, la pérdida real fue del 2 por ciento. Y esa diferencia para que los ahorristas no perdieran tanto la pagó el Estado. –Valenzuela: Es muy interesante observar cómo procesó todo esto la justicia, porque recién ahora ha legimitado una situación que la realidad económica pudo generar. Este fallo de la Corte hoy es fácil, pero lo inteligente fue haber esperado que la recuperación hiciera el trabajo

para que la justicia pudiera decir algo posible de la devolución de los depósitos. –¿Cuál fue el costo real del default? –Valenzuela: El default no tuvo un costo especial porque fue un eslabón más de la poscrisis, más que el origen. La decisión de Rodríguez Saá no hizo nada adicional. Existe la sensación de que la economía cayó con el default, y la economía cayó en el segundo semestre de 2001 y en el comienzo de 2002, y la recuperación se inició en el segundo trimestre de ese año. Ahí también hay una disputa por la paternidad de la recuperación, y yo creo que fueron gestiones compartidas de Kirchner y de Duhalde. Pero no hay que olvidar el trabajo sucio que hizo Duhalde. –Levy Yeyati: Lo que hoy se llama “modelo” ya estaba desarrollado en sus fundamentos en 2002. Ese paquete pertenece un 66 por ciento a la UIA –dólar alto, subsidios, impulso a la producción–, y 33 por ciento a Remes Lenicov, que le impuso el fiscalismo. –¿Cuán relevante fue el rol del FMI en la generación de la crisis? –Levy Yeyati: En 1999-2000 el FMI estaba muy jugado con la convertibilidad como para dar la voz de alarma. A fin de 2001, cuando vio que era insalvable la situación, le pidió al gobierno defaultar y flotar. Cavallo le dijo que no y el FMI se retiró. En 2002, para el Fondo se presentó una situación dual. Por un lado no quería quemarse invirtiendo más dinero en el país, y por el otro, evaluó que lo peor que le podía pasar era no poner dinero y que a la Argentina le fuera bien. Entonces ese año el Fondo esperó que a nosotros nos fuera mal para después entrar y rescatarnos. También apostó a que ganara Menem. Finalmente al Fondo le pasó lo que temía, la Argentina se recuperó sin su ayuda, y eso lo debilitó mucho. –Valenzuela: Durante todo el 2002 se buscó un arreglo con el FMI. Duhalde no quería acordar, pero todos los líderes del mundo le decían “arreglá primero con el Fondo”. Incluso el tesoro norteamericano le reclamó que cumpliera primero con el Fondo y que dejara a los bonistas para los premios. –Hay quienes creen que las instituciones políticas fracasaron porque no pudieron frenar la crisis, y quienes argumentan que, por el contrario, fueron las que permitieron hacer la transición y evitaron la debacle total. ¿Qué opinión tienen ustedes? –Valenzuela: La solución surgió del sistema político y del único tipo que tenía una masa crítica legislativa para gobernar, que era Duhalde. También creo que había una sobreestimación del peso institucional para imaginar la recuperación. Muchos decían: “Si rompés los contratos, si pateás el tablero, si caés en default, es imposible que se recupere el país”. Y eso no fue así. –¿Terminó el período que us-

tedes denominan de poscrisis? –Levy Yeyati: Diría que sí, porque la salida de la crisis se produjo por una combinación de viento de cola, rebote económico y algunos aspectos muy específicos de la política macro, como superávit fiscal, dólar alto y retenciones. Pero ahora se visualiza que los márgenes de esa recuperación están totalmente agotados. Siempre a la salida de una crisis hay un momento en el que el político de turno se confunde y piensa: “Si me fue bien con esto, por qué cambiar”. Hoy estamos en una encrucijada, porque si se cree que la poscrisis continúa, es un terrible error. Hay que iniciar una etapa nueva. –¿Eso implica que un futuro gobierno de Cristina de Kirchner no debería contentarse con el esquema económico actual sino plantear reformulaciones? –Valenzuela: Esto es materia de debate en el Gobierno, hay un sector cerca del jefe de Gabinete que sostiene que hay que hacer un sinceramiento gradual, y otros que no lo quieren hacer. Pero hay que ver bien el qué, el cómo y el cuándo, si es después de las elecciones de octubre, si es una herencia que deberá enfrentar Cristina. A ningún político le gusta dar malas noticias, ni al que se va, porque construye su herencia histórica, ni a la que llega con votos. –¿Se refiere a sincerar inflación, tarifas, subsidios...? –Valenzuela: Básicamente sí. La política de Kirchner de freezar precios fue importante en la primera parte de la poscrisis, pero si hoy se insiste demasiado en tapar los agujeros con subsidios y con precios que no están reflejando la escasez de los bienes, el problema es otro. Desde el pago al Fondo no se ha hecho nada nuevo. –¿Existen riesgos de que haya una nueva crisis como la de 20012002? –Levy Yeyati: El libro intenta demostrar que hubo cambios estructurales. El cuadro financiero no es tan grave. Eso se modificó. Lo que pasa que hay una serie de políticas que no cambiaron, se volvió al piloto automático. Entonces hoy estamos en una situación que es muy parecida a la de 1998, y es un temor que suma cada vez más evidencias. Mirar la historia desde esta perspectiva te permite ver que algunas cosas cambian, pero también que hay ciclos, por lo que podríamos tener una crisis distinta, pero crisis al fin.

FOTOS: FERNANDO MASSOBRIO

[ FOTOGRAFIA ]

“Mi cámara es un arma contra la guerra” Por Fernando Goitia Reza Deghati comenzó fotografiando las revueltas contra el Shah de Persia; en 1981 abandonó Irán herido y bajo falsa identidad, y desde entonces no ha dejado de recorrer el mundo retratando e involucrándose con el drama humano en medio de los conflictos bélicos El 21 de marzo de 1981, a las 7.25 de la mañana, Reza dejó su tierra natal en una camilla. Llevaba documentación falsa, tres impactos de mortero iraquí en una mano y, en la otra, su cámara. Sobre la pista del aeropuerto, camino a un hospital de París, fotografió a dos mujeres envueltas en negro. Fue la última vez que usó su preciada Leika en suelo iraní. Veinti seis años después, Reza –así, sin el apellido Deghati, que borró de su firma para eludir a las autoridades iraníes– pasea entre sus fotografías expuestas en el puerto de Gijón. Es su cumpleaños 55 –“la fotografía me mantiene joven”, afirma entre risas– y accede a hablar de sí mismo y de este mundo, del que conoce a fondo su lado más oscuro. –Los periodistas y fotógrafos siempre evitan implicarse, alegando ser meros observadores. En su caso no es así... –Mi cámara es un arma contra la guerra. Apunto con ese objetivo. ¿Acaso es posible no sentirse implicado? Por eso fundé mi propia ONG: AINA. Hay un día en que todas las fotos, las exposiciones, los premios, los libros… no son suficiente. –Cuando empezó, fotografiando las revueltas contra el Shah, ¿qué relación

tenía con sus colegas de la prensa internacional? –Ni me miraban. Cuando mis fotos comenzaron a aparecer en Paris Match, Newsweek y otros, de pronto, me respetaban [risas]. Algunos me dicen: “Conoces la lengua, la cultura, te pareces a ellos; lo tienes más fácil”. Compartir ciertas cosas es una ventaja, pero no es suficiente; debes intentar conocer su dolor, sentirte conmovido por lo que ves. A veces los fotógrafos llegamos, disparamos, nos vamos y no entendemos nada. –¿Algún consejo para cubrir guerras, disturbios y demás? –Limón y un trapo húmedo. Lo he usado en Irán, Suráfrica, Palestina... Llevas el limón en rodajas y cuando disparan los gases te lo esparces por la cara y colocas el paño en la cara y la nariz. ¿Lo va a usar usted? [risas]. –¿Cuándo lo utilizó por última vez? –En Paquistán. Acabo de viajar por todo el país para el número de septiembre de National Geographic. –¿Puede adelantar algo? –Fui el primer fotógrafo que entró en la Mezquita Roja, en abril; estuve con Abdul Aziz [el clérigo del templo que fue detenido

Reza Deghati

vestido de mujer en el momento de escapar]. Todos sabían lo que iba a ocurrir. Pero hay un elemento sobre el que nadie se ha fijado... –¿Me va a dejar con las ganas? –[Risas] La Línea Durand. El 80 por ciento de la estrategia paquistaní tiene relación con ella. En 1883, británicos y afganos crearon esta línea fronteriza, una tierra de nadie para evitar combates entre sí, con una vigencia de 100 años. Con la creación de Paquistán, esa zona se incluyó en su territorio. En 1993 debería haberse celebrado un referéndum entre los habitantes de la región para decidir de qué lado quedarse. Recuerde, en 1993 se produce el ataque talibán; es Paquistán haciendo todo lo posible para evitar que [Ahmed Shah]

Massoud celebre elecciones. Islamabad quiere evitar a toda costa que haya un gobierno fuerte y estable en Kabul; será la hora de hablar de esa Línea Durand. –En su pasaporte lleva sellos de más de 90 países. ¿Se siente especialmente apegado a alguno de ellos? –Me solidarizo igual con la madre israelí cuyo hijo ha sido asesinado en un autobús, que con la del palestino que ha hecho estallar la bomba. Cuando las veo, mi corazón llora del mismo modo por ambas. Dos personas que sufren una injusticia. Todas las guerras se producen por algún tipo de manipulación política, responden a los intereses de un grupo reducido de personas. –¿Ha disparado un arma alguna vez? –Odio el tacto de las armas, pero, como fotógrafo, los guerrilleros asumen suponen que tengo buena puntería, así que me retan. Y sabe una cosa, siempre gano; y con ello, su respeto. “Míralo, sólo es un fotógrafo y dispara mejor que nosotros” [risas], dicen. Cuando estoy ahí intento ser uno más, aunque nunca oculto mis opiniones. Si me preguntan les digo que Gandhi es mi héroe. “Pero Gandhi no luchaba”, dicen. “Por eso” [risas].

–¿Y qué me dice de Massoud, el mítico líder militar afgano? –Massoud era un amigo, una de las grandes figuras del siglo XX. El único militar que derrotó al Ejército Rojo. Yo digo que el muro de Berlín comenzó a caer en el valle del Panjshir [señala una foto de un desafiante desfiladero]. Los rusos intentaron conquistarlo siete veces y todas fueron rechazados. Cuando Massoud entró en Kabul, yo era el único periodista que iba con él, sentado en su propio tanque. Lo primero que hizo fue reunir a sus comandantes, todavía me arrepiento de no haber tenido una cámara de vídeo o una grabadora. Empezó a hablar de lo difícil que había sido para todos, los muertos de todos esos años, el camino hasta la victoria... “Pero tengo buenas noticias para ustedes –anunció–. Todas las armas que hemos utilizado hasta ahora vamos a cambiarlas por esto.” Y se sacó una lapicera de la camisa. Ese era Massoud. Quería dejar atrás la guerra por la educación y la reconstrucción. Pero ni Paquistán ni EE.UU. ni Irán ni los rusos estaban de acuerdo, cada uno apoyó a su propia milicia y Afganistán volvió a la guerra. © LA NACION y ABC