Mezquino sueño americano

11 abr. 2009 - Caldwell y Carson McCullers, además de la más obvia de Edgar Allan Poe, La hija del sepulturero se abre paso entre la bajeza y la felonía ...
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LA HIJA DEL SEPULTURERO

CRÍTICA DE LIBROS

POR JOYCE CAROL OATES ALFAGUARA TRAD.: JOSÉ LUIS LÓPEZ MUÑOZ 682 PÁGINAS $ 99

NARRATIVA EXTRANJERA

Mezquino sueño americano La última novela de la estadounidense Joyce Carol Oates presenta una folletinesca historia familiar en que la sordidez gótica de las peripecias se resuelve en una irónica reflexión sobre la violencia masculina, la victimización femenina y la identidad POR ARMANDO CAPALBO Para La Nacion

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entro de la vasta y variada obra narrativa de la estadounidense Joyce Carol Oates (New York, 1938), La hija del sepulturero se destaca por combinar realismo y sensibilidad con fuertes toques góticos y pesadillescos. La protagonista de la novela, Rebecca Schwart, conforma con sus padres y hermanos un grupo de pauperizados judíos alemanes que llega a los Estados Unidos en los años cuarenta huyendo tanto del Holocausto como de la extrema pobreza. En Milburn, un rincón perdido del Estado de New York, Jacob, el padre alcohólico, obtiene un empleo sórdido, el de sepulturero, y alberga a su familia en una pocilga cercana al cementerio, gracias a la beneficencia pública. En la familia inmigrante, los dos díscolos hermanos de Rebecca, Herschel y Gus, en plena adolescencia, abandonan la casa paterna por el denso clima de violencia que reina en ella. Jacob, que ejerce desde siempre una auténtica tiranía doméstica, enloquece día a día por el desprecio racista del pueblo, pero también por su obsesión de ver jerarcas nazis en los ignorantes habitantes del modesto Milburn. Así, una morbosa broma de Halloween, por la cual aparecen estampadas algunas esvásticas en muros y lápidas, dispara una vorágine de locura en el patriarca familiar, quien, poco tiempo después, compra un arma, mata a su esposa y se suicida. La justicia dispone que la adolescente Rebecca conviva hasta la mayoría de edad con una de sus antiguas maestras de la primaria, solterona y devota. Pronto la muchacha escapa y se emplea como mucama del único hotel decente de Milburn. Allí conoce a Niles Tignor, un huésped que la trata con caballerosidad y del que se enamora. Pero la vida con ese hombre será todavía más oscura que la que tuvo con sus padres y hermanos: víctima de los celos enfermizos de su alcohólico marido así co14 | adn | Sábado 11 de abril de 2009

Oates AP

Oates explora a su heroína a través de la pulsión de supervivencia, incluso a costa de caer en el cliché de la infortunada víctima expuesta a la ferocidad del villano o el antagonismo de las circunstancias

mo de sus impiadosas golpizas, Rebecca deberá huir con su pequeño hijo, Niley, en interminable peregrinación por una América mezquina y turbia, cambiando una y otra vez de identidad. Una fuerte corriente emocional recorre las seiscientas páginas de La hija del sepulturero. El decidido tono gótico adquiere un constante crescendo que ensaya una audaz complicidad con el lector, trabajada a partir de la brutal insensibilidad del destino y la paulatina toma de conciencia del personaje sobre el reverso pesadillesco del sueño americano. Oates explora a su heroína a través de la pulsión de supervivencia, incluso a costa de caer en el cliché de la infortunada

víctima siempre expuesta a la ferocidad del villano o el antagonismo de las circunstancias. Sin embargo, el enmarañado abismo del que Rebecca debe escapar una vez y otra vez se ofrece en sintonía con una línea reflexiva: la acumulación de espantos remite al verdadero gran espanto, la orfandad de un alma acosada por la indiferencia y la crueldad de una sociedad que se torna injusta incluso sin proponérselo. Es el inteligente tratamiento del tema de la identidad lo que ilumina el texto, aun en la opaca tiniebla de sus horrores. Oates otorga a su personaje la capacidad de discernir que realidad y apariencia se cifran, a menudo, en la simple letra oficial de un documento. Así, Rebecca será Hazel Jones para convertirse luego en la señora de Gallagher, omitiendo hasta el nombre de pila cuando por fin se une a un hombre que promete no someterla al furor del castigo físico o psicológico. Atada a las circunstancias, ajustada y modificada según las conveniencias, en un escape que no parece terminar jamás, la suprema víctima encuentra un punto de inflexión entre máscara y rostro y se atreve a una reconstrucción de sí misma.

La memoria exhaustiva de la persecución nazi, la violencia paterna y marital, la vituperación racista, el desprecio clasista y el miedo profundo a concebir una imagen propia positiva hacen de Rebecca un personaje que oscila entre la abstracción y la carnalidad. En su cuerpo se irán sumando –marcando– los rastros de muchos años de violencia, pero su espíritu será el de la resistencia al horror propio y ajeno. La descarnada visión de Oates respecto de la insoslayable aparición del pasado en el presente urde un relato que fluctúa entre el sensacionalismo y la tragedia, ambos en el vórtice de una fatalidad verosímil y reconocible, porque se sustenta no en el esteticismo romántico de la víctima y el victimario sino en la cruenta injusticia social y racial que atenaza y desvirtúa la perenne ilusión de prosperidad del imaginario mítico estadounidense. En la gran orquestación de la trama de La hija del sepulturero, Oates logra dosificar el denso aliento folletinesco o la resolución cercana al grand guignol mediante el sarcasmo y la cruda ironía con que retrata la violencia masculina y la victimización femenina. También, a través del dibujo grotesco y la perspectiva farsesca con los que se aborda la visión popular –extendida y edulcorada ad infinitum– de la utopía americana. Para Oates, la suma de perversidades no es sino la reflexión sobre la perversidad misma. El texto sortea, sin embargo, el peligro de convertirse en un compendio de hechos sórdidos. Huérfana en la gran tierra de las promisiones, Rebecca se reinventa a sí misma de modo similar al modo en que Oates reformula la tradición gótica de su país. Con referencias directas a William Faulkner, Erskine Caldwell y Carson McCullers, además de la más obvia de Edgar Allan Poe, La hija del sepulturero se abre paso entre la bajeza y la felonía para acomodarse, con su magnífico cierre epistolar, en los brumosos terrenos de la identidad. © LA NACION