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SOCIEDAD
I
Domingo 8 de julio de 2012
VIDA SALUDABLE s UNA TECNICA DIFERENTE
Más que mantras, alto rendimiento
En números
El Bikram yoga combina una rutina de 26 posturas durante 90 minutos, en un salón climatizado a 42 grados
La cantidad de posturas
SOLEDAD VALLEJOS LA NACION Hay tres números que guardan un secreto: 26 posturas durante 90 minutos en un salón a 42° de temperatura. Para los que aún creen que el yoga es sinónimo de sentarse con las piernas cruzadas al eco del mantra om, el Bikram yoga llegó para derribar por completo el mito. La técnica, acunada en la India por Bikram Choudhury, llegó a Estados Unidos hace más de 40 años y, desde entonces, atrajo a celebridades y atletas en tiempo récord. Hace tres años aterrizó en el país, y acá puede practicarse en un solo lugar: Bikram Yoga Buenos Aires, en Palermo. Allí es posible someterse a la experiencia, que se adopta o se abandona con igual fanatismo. El primer desafío espera al atravesar las puertas del salón. El golpe de calor explica la necesidad de la hidratación (previa, durante y posterior a la clase) y la vestimenta adecuada: poca ropa, cómoda y liviana. Casi sin excepción, todos visten como para ir a una pileta de natación, con toalla y botella de agua en mano. Al inicio, el instructor se adelanta al pensamiento del novato y le pide que intente “no abandonar el salón durante los 90 minutos”. Así comienza esta intensa clase de yoga, donde casi no existen pausas y se escuchan indicaciones constantes durante los 90 minutos. “Los 42 grados ayudan a que los músculos entren rápidamente en calor y no se lesionen; permiten la eliminación de toxinas a través de la piel y ejercitan completamente el sistema cardiovascular. No hay motivo para temerles, se necesita estar apto físicamente para hacer la actividad y llegar bien hidratado a la clase”, dice Carla Cristófori, instructora y una de las directoras de Buenos Aires Bikram Yoga. Sobre el calor, precisamente, uno
SANTIAGO FILIPUZZI
La posición de “medialuna con manos a los pies”, que aumenta la flexibilidad y corrige la mala postura de los principales prejuicios que sobrevuelan a esta disciplina, responde a LA NACION el doctor Marcelo Halac, cardiólogo y especialista en investigación clínica. “El Bikram yoga es una actividad intensa que consiste en realizar una serie de ejercicios programados equivalentes a una rutina en un gimnasio. Se trata de 26 posturas en un ambiente climatizado a 42º, lo que permite un mejor rendimiento del sistema osteo-artículomuscular”. Además, según el experto, “uno de los puntos más atractivos de una actividad de estas características es que el rendimiento se compara y
pretende ser superador del alcanzado por uno mismo en la clase anterior. No está asistido por ningún elemento que ponga en riesgo la intensidad del esfuerzo; es la capacidad de elongación y la voluntad de superación lo que marca la pauta”. Luego, Halac advierte. “No todos los individuos son aptos para todas las actividades, y la identificación de variables que pueden ser perjudiciales para un ejercicio intenso debe ser tarea cotidiana de los médicos tanto frente a un joven que va a practicar un deporte de alto impacto como frente a un individuo con antecedentes
cardiovasculares. Lo que se modifica son los estudios que se le solicitan a uno y a otro y la complejidad de la evaluación”.
Locos por el Bikram Entre los que llegan al estudio a tomar la clase, un concepto se repite en la mayoría de los alumnos: el fanatismo. “Había hecho durante algunos años yoga iyengar, pero como sufro de cataratas el médico me prohibió la actividad porque hacíamos muchas posiciones invertidas, y eso perjudicaba mi vista. Tampoco podía hacer natación y sólo jugaba al tenis
–cuenta Héctor Antonelli, de 53 años–. Cuando conocí Bikram me gustó la idea de que saliera de lo tradicional, y después de hacerme los chequeos médicos comencé. Las primeras veces sufrí el calor, obvio, hasta que me aclimaté y dejó de afectarme. Al contrario, ahora siento que respondo mejor a los ejercicios.” Héctor, que antes se definía como un tenista frustrado que hacía yoga y, ahora, con un promedio de cuatro clases semanales desde hace dos años, se autoproclama “un yogui que juega al tenis”. Héctor convenció a su mujer para que lo acompañara, que probara la experiencia y dejara de pensar “que estaba loco”. Pero la señora, luego de la primera clase, no quiso ir más. “No se enganchó, y a mucha gente le pasa que se resiste al calor. Pero una vez que superás las primeras clases, los beneficios son extraordinarios”, dice Héctor. Con él coinciden Soledad Arano, Ignacio Quintar, Verónica Mertel –embarazada de seis meses– y Marcela Mayol, todos amantes de la actividad física y deslumbrados por el Bikram yoga. “Practico desde hace un año y medio, y desde la primera clase me volví loca –confiesa Verónica Mertel, que espera un bebe para septiembre–. Cuando quedé embarazada, suspendí los primeros tres meses, pero después retomé con el visto bueno de mi obstetra.” Para Mertel, actriz y bailarina, “el calor favorece la concentración y la relajación de los músculos. Ahora hago las asanas [posturas] especiales para embarazadas, y la verdad me siento mucho mejor después de cada clase”. Al terminar la clase, la temperatura del agua que sirvió de refresco en los primeros minutos de la rutina está en su punto justo para servir un té. Pero el cuerpo agradece el esfuerzo, y la mente también.
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Bikram Choudhury desarrolló esta secuencia de posiciones más dos ejercicios de respiración, unidos en una coreografía accesible.
90-42
Minutos y temperatura La clase dura 90 minutos, sin interrupciones. El salón está climatizado, con un sistema donde se renueva el aire, a una temperatura que varía entre los 40 y 42 grados.
500-1200 Calorías que se queman
El gasto calórico varía dependiendo del metabolismo de cada persona, la exigencia y la intensidad con que se realice cada clase.
10
Kilómetros Una clase de Bikram yoga realizada al máximo equivale al esfuerzo requerido para correr 10 km.
41
Países donde se enseña A la Argentina llegó hace tres años, pero la técnica, acunada en la India, hoy se enseña en 41 países.
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Unico centro en el país El Bikram Yoga Buenos Aires es el único centro en el país. Está en Palermo, frente al parque Las Heras.
MIENTRAS TANTO
A dónde van los patos en invierno UEVA YORK.– Desde hace exactamente un año que esta redactora y su hija cruzan cuatro veces por semana Central Park. Una va a pie, la otra en su cochecito, rumbo a la guardería infantil al otro lado del parque. Si bien este invierno fue relativamente benigno, hubo muchas mañanas de frío, viento y nieve en las que se sentían las únicas personas entre los árboles y las praderas. Circulaban también los atérmicos joggers, pero como bajo cualquier condición meteorológica están allí quemando calorías, no cuentan. Con la llegada de la primavera fue curioso que, al ver la explosión de niños en los juegos, de adultos haciendo picnics y de jóvenes lanzándose el tan americano frisbee, la primera sensación fue de recelo ante la invasión. Bajo la lluvia helada, el parque era un santuario privado; ahora había que compartirlo. La sensación no duró mucho, después de todo, con el buen tiempo abren también las canchas de tenis del parque que son de uso intensivo por parte de quien esto firma, así que calavera no chilla. Pero fue curioso encontrar cuán posesivo uno se puede volver de este (enorme) espacio público. Eso mismo le ocurrió a una buena parte de los escritores y periodistas que participaron en la flamante antología titulada simplemente Central Park. En su introducción al libro, Adrian Benepe, comisionado a cargo de espacios verdes de Nueva York, recuerda, por ejemplo, al “Poeta O”, quien compuso una oda al Central Park recordándolo con nostalgia como el “gran sanitario al aire libre” que fue durante las décadas del 70 y 80, cuando el parque estaba muy abandonado y la gente hacía allí sus deposiciones. En el libro hay trozos de maravillosas obras de Paul Auster, Jonathan Safran Foer y Colson Whitered, en las que el parque es protagonista. Pero lo más interesante es la publicación de un muy popular ensayo de 1994 que escribió una funcionaria del parque, Marie Winn, contando el secreto mejor guardado del mismo: a dónde van los patos que desaparecen de su lagos en invierno. Como esa pregunta se la hacía también Holden Caulfield en El guardián en el centeno, se volvió parte de la mitología literaria de la ciudad. Winn afirma que los patos no desaparecen, que muy pocos vuelan a zonas cálidas y que la mayor parte simplemente se aloja en lugares más resguardados que no se congelan. Su ensayo desafiando a Caulfield es encantador, pero tiene que ser errado. Cuatro meses empujando en el cochecito a alguien que, con la cara desolada, miraba a lo largo y a lo ancho de los espejos de agua y se preguntaba “¿papos? ¿papos?” (como la niña llamaba a los palmípedos) es prueba fehaciente de que Caulfield estaba más acertado que las autoridades, aunque sólo fuera un personaje de ficción de J.D. Salinger.
N
JUANA
LIBEDINSKY Como esa pregunta se la hacía también Holden Caulfield en El guardián en el centeno, se volvió parte de la mitología literaria de la ciudad de Nueva York
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