Viernes 23 de agosto de 2013 | adn cultura | 21 muestras
Más que humana A contracorriente de la cultura del efecto inmediato y de la improvisación pueril, las obras de Gustavo López Armentía en el Sívori exigen tiempo y atención
Poema cotidiano, óleo sobre hardboard, 1960
los de Gurvich se complementan de manera fascinante –escribe el historiador Edward Sullivan en el extenso catálogo de la muestra–; tienen muchos puntos de convergencia visual a pesar de que las imágenes de Torres reflejan una ciudad en una época próspera, previa a la Gran Depresión, mientras que las de Gurvich datan de un momento de desesperación y ruina financiera en Nueva York.” José y su familia vivían en el Lower East Side, una zona bohemia y peligrosa, cerca de sus amigos Horacio y Cecilia de Torres (hijo
y nuera de Torres García). Martín Gurvich, director del museo dedicado a la obra de su padre en Montevideo, recuerda que el artista se vio obligado a trabajar en una fábrica donde se creaban cuadros para hoteles y oficinas. Pero sus principios fueron más fuertes: en lugar de acceder a pintar en forma masiva, pidió que lo destinaran al sector de embalaje. En su obra, esta última etapa estuvo marcada por la energía incomparable de Nueva York, una de las principales capitales del arte mundial. Mientras Leo Castelli expandía su célebre galería hacia el SoHo, barrio que concentraba el arte emergente, Gurvich hacía largas caminatas y probaba nuevas técnicas y materiales: realizaba ensamblajes, collages, esculturas y proyectos para monumentos. Un ataque al corazón, a los 47 años, impidió que se concretara meses después una retrospectiva en el prestigioso Jewish Museum. “Murió cuando se le estaba abriendo el horizonte en Manhattan”, observa Martín, que entonces tenía once años y heredó un impresionante parecido con su padre. El artista, de todos modos, ya había cumplido su sueño: “Para encontrar la vida –observó– tuve que lanzarme a un espacio libre, con la única esperanza de que en el fondo encontrara mi propia voz”. C @cchatruc Ficha. José Gurvich. Cruzando fronteras en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Av. San Juan 350), hasta el 6 de octubre. Hoy a las 17: “A propósito de Gurvich”, coloquio coordinado por Cristina Rossi, con Gabriel Peluffo Linari, Pablo Thiago Rocca y Edward Sullivan.
Proyecto para monumento IV, témpera sobre cartón, 1972
Los triunfos en la derrota (2002), monumental obra de López Armentía
Daniel Gigena | la nacion
H
asta pasado mañana se expone en el Museo Sívori la retrospectiva de Gustavo López Armentía (Buenos Aires, 1949). Integrante en los años ochenta, junto con Eduardo y Héctor Médici, Nora Dobarro y Juan Lecuona, del grupo Babel, que hizo del neoexpresionismo un vehículo más cultural que subjetivo, López Armentía adoptó en los años posteriores un rotundo estilo propio, definido por temas y técnicas específicas. Con Ana Eckell y Daniel García formó parte del envío argentino a la Bienal de Venecia en 1997. Sintéticos frisos narrativos, esculturas desprovistas de ornamentación, escenas con motivos clásicos de la historia de la pintura adaptados a la amarga coyuntura local (como en Puente Avellaneda, de 2005) y cartografías dislocadas que desbaratan las bondades de la globalización integran Épica y lírica. Los migrantes, los pueblos originarios, los desclasados, los que resisten ocupan el primer plano de la mayoría de las obras, en general bajo la forma de figuras anónimas y espectrales aún erguidas. Barcos, sitios de Internet, vías de ferrocarril, trincheras y cascos de guerra surcan –no sólo de manera metafórica, ya que el artista lija o cincela el soporte de polvo de cuarzo o de mármol– espacios dominados por fondos terrosos o laqueados, ingrávidos o desérticos. Sur y norte, figurados
por mapas caprichosos que unen La Paz con Kenia, el Riachuelo con el Niágara o Lima con París, se trastocan, se canibalizan (como insinúa Los triunfos en la derrota, obra insignia de la muestra), se desplazan en perspectivas aceleradas. El barrio y los lugares familiares (como La chacra), los emblemas históricos (Plaza de Mayo) o geográficos (Madre África, de 2007, que integra una serie sobre el hambre), representados con la cualidad pétrea de las obras de López Armentía, aparecen como vestigios del pasado, espacios conquistados por las redes tentaculares de la “civilización” y el capitalismo globalizado. Hay no obstante en la superficie de sus imágenes una reivindicación callada. En los nombres de algunas obras –casi un ars poetica, como en Del origen al destino–, en los relieves, impresiones e incisiones sobre el plano, en la yuxtaposición de letras y números que, a veces, azarosamente, crean sentidos, la revalorización de la ideología (¿la “épica” del título?) y de una estética más que humana –patente en las esculturas de pinceles y utensilios gigantes y en las dimensiones de las obras– corona el esfuerzo de una trayectoria reflexiva y laboriosa. C Más datos. Épica y lírica, de Gustavo López Armentía, en el Museo Sívori, hasta el domingo 25. Entrada libre.