LAS DISCUSIONES SOBRE EL TRABAJO DE LOS HERMANOS WAGNER *1 DISCURSO OFICIAL Y CONFLICTOS DE POSICIONAMIENTO **,*** MARTINEZ, Ana Teresa** y Constanza TABOADA ** UNIVERSIDAD CATOLICA DE SANTIAGO DEL ESTERO Av. Alsina y Dalmacio Vélez Sársfield, (4200) Santiago del Estero *** INSTITUTO DE ARQUEOLOGIA Y MUSEO, UNIVERSIDAD NACIONAL DE TUCUMAN San Martín 1545, San Miguel de Tucumán, (4000) Tucumán
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[email protected] Tras más de veinte años de estar en contacto con la arqueología santiagueña, y siete desde el encargo de la primera Misión Arqueológica por parte del gobierno de la provincia de Santiago del Estero, los hermanos Emilio Roger y Duncan Ladislao Wagner publicaron en 1934 un espectacular libro (espectacular por sus interpretaciones, por los hallazgos de piezas que allí se exponían y por la magnitud física y el lujo de la edición) que titularon La Civilización ChacoSantiagueña y sus correlaciones con las del Viejo y Nuevo Mundo (Wagner E. y D. Wagner 1934). Este texto había sido precedido por varias otras publicaciones periodísticas y científicas, y por una importante serie de conferencias sobre el tema, acompañadas de la exposición de material arqueológico. Varios científicos argentinos habían señalado ciertas reservas desde el comienzo, y en el XXVº Congreso Internacional de Americanistas realizado de 1932 en La Plata había existido una polémica “entre pasillos” respecto a los hallazgos de los Wagner y su interpretación (Vellard 1933). Esas reservas y temores finalmente se vieron en muchos sentidos confirmados con la aparición de la obra. A partir de 1934 vemos aparecer varios artículos no sólo de autores nacionales (Campanella 1936, Gargaro 1938, Serrano 1938, Márquez Miranda 1944, etc.), sino también uno de Lévi-Strauss (1938) y una recensión de Métraux (1935) donde se hacen críticas importantes al texto. Sin embargo, también hay fuertes indicios de que disputas visibilizadas en torno a este congreso, referidas y no referidas a la arqueología santiagueña, descalificaron a los interlocutores que hubieran podido abrir un espacio de discusión para despolarizar el problema del texto de los Wagner y abrir nuevas líneas de investigación (Martínez y Taboada 2000). Cinco años después, en 1939, habiendo dejado pasar un tiempo –según confiesa Aparicio- como para que el ruido provocado por los descubrimientos (y el despliegue publicitario que se había hecho en torno) se atenuara, la Sociedad Argentina de Antropología convocó y dedicó las Jornadas que hacía anualmente para tratar un sólo y único asunto "que se imponía por sí mismo": el de "los aborígenes de Santiago del Estero" (Aparicio 1940:7). El fin explícito era "dar a conocer, ahora en conjunto, la opinión de los especialistas" sobre un tema que como ningún otro había "interesado tanto a la opinión pública, la interpretación de los hallazgos realizados en Santiago del Estero" y que –expresa Aparicio- "desde que se iniciaron los grandes hallazgos fue colocado fuera del campo de la ciencia” (Aparicio 1940:7). Esta reunión, que duró una semana, se estructuró encomendando a los especialistas una síntesis del problema enfocado desde los aportes de distintas disciplinas (geología, historia, arqueología, antropología, paleontología y malacología), seguidos de una serie de artículos de “exégesis”, es decir, de interpretaciones globales sobre la arqueología de Santiago del Estero. Esta “exégesis” era encomendada a los miembros considerados más destacados a la fecha por la Sociedad Argentina de Antropología. Según expresaban los objetivos enunciados, el propósito de la reunión era el de dar al certamen un carácter constructivo (Relaciones 1940). Sin embargo, la lectura detenida de Relaciones Tomo II, el texto resultante, puede ser tan decepcionante como fue para los científicos que allí se expresan la lectura de la obra magna de los Wagner: doscientas cuarenta y dos páginas, que prácticamente no agregan ningún nuevo conocimiento sobre la cuestión. Esta constatación es lo que precisamente vuelve interesante desde nuestra perspectiva el análisis del hecho. En realidad, cada especialista se había propuesto realizar una síntesis de lo que se sabía a partir de su disciplina y para ello no tuvieron más remedio que utilizar casi exclusivamente la información suministrada por los Wagner, reinterpretándola en general a la luz de especulaciones de gabinete y encerrados dentro de las limitaciones de los interrogantes consagrados por sus marcos teóricos previos. De este modo, los científicos terminaron por reducir el problema al tratamiento de dos de los temas que por entonces más interesaban a la arqueología argentina: la filiación cultural y la ubicación temporal. Desde este punto de vista, nuestro problema comienza a *
En Prensa en Actas del XIV Congreso Nacional de Arqueología Argentina. 1
aclararse: los dogmas de la arqueología de entonces, que giraban en torno a la polarización de las discusiones sobre la preeminencia de lo andino o lo amazónico, y la aceptación ciega de un escaso lapso temporal anterior al momento de contacto hispánico (accesible casi exclusivamente a través del estudio de las crónicas de la conquista, escasamente acompañado por la contrastación en el trabajo de campo), pudieron verse afrentados por los planteos de los Wagner que, sobre la base de gran cantidad de excavaciones, postulaban la existencia de una Civilización con características originales, independiente de cualquier derivación andina o amazónica y anterior en muchos miles de años al momento de contacto. A su vez, las exageradas expresiones sobre la alta antigüedad de la Civilización ChacoSantiagueña que reiteraban como un leitmotiv los hermanos Wagner (expresiones que estaban más interesadas, sin embargo, en apelar a una edad de oro distante de los tiempos “salvajes” del contacto hispánico (Martínez et al. 2001 Ep.), que en querer proporcionar una cronología absoluta -además nunca arriesgada por ellos mismos-), sumadas al vínculo establecido con Rusconi, un supérstite ameghinista, los terminaron relacionando impropiamente con el problema del hombre terciario americano que por entonces se intentaba enterrar de manera definitiva. Decimos “impropiamente” por cuanto había sido Rusconi y no los Wagner quien vinculara los hallazgos de los hermanos con las ideas de Ameghino en algunas notas periodísticas sensasionalistas (González Arena 1936:36). Si es verdad, sin embargo, que estas vinculaciones los Wagner no las desmintieron, apenas se aluden vagamente en el libro de 1934. En este marco, durante la reunión del '39 se pasó rápidamente, mediante menciones generales referidas a la exhumación de material arqueológico, por sobre los aportes que hubieran podido hacer los Wagner (aportes que de hecho habían hecho y que los reunidos utilizaban libremente); tampoco se analizó profundamente el tema que hoy nos parece más cuestionable (que sí señaló, en cambio, Lévi-Strauss (1938) en un artículo de polémica con Duncan Wagner, y que fuera el centro de la crítica de Métraux), el de realizar correlaciones formales de material arqueológico a lo largo y ancho de las civilizaciones pasadas de todo el mundo, insinuando a partir de las mismas un origen remoto común para todas ellas. Sólo Imbelloni se centró en este punto, pero su crítica no se dirigirá a rechazar las correlaciones como tales –que no estaban tan por fuera de su marco teórico-, sino a someter a controversia la aplicación concreta del método propuesto por los Wagner para establecerlas (sin analizar explícitamente en sí mismo al método “geográfico y visual” inventado por los hermanos) y las conclusiones a las que arribaran (Imbelloni 1940). En suma, podemos afirmar que: 1. En mirada retrospectiva, pero también en la mirada de otro contemporáneo a los protagonistas ajeno a la reunión (Reichlen 1940), en el certamen de 1939 poco o nada nuevo se aportó al conocimiento concreto de la arqueología santiagueña, en la medida –sospechamos- que el planteamiento de los temas estuvo altamente contaminado por otros intereses personales o colectivos de los reunidos. 2. Las estrecheces de las convicciones teóricas de la época dieron palabras a la expulsión y permitieron cerrar la búsqueda. 3. En el evento, poco o nada se reconoció de manera efectiva de los aportes que los Wagner hicieron. 4. Consecuentemente, poco tiempo después, el tema había quedado olvidado y los arqueólogos que tan interesados parecían por el problema de Santiago no encararon nuevos estudios. Los Wagner y la arqueología santiagueña cayeron rápidamente –y por mucho tiempo- en el olvido. Es decir, a pesar del discurso explícito que afirmaba la intención de avanzar en el conocimiento de la arqueología santiagueña, y de fomentar un carácter constructivo, se hizo evidente que el punto de interés era, para los científicos de la Sociedad Argentina de Antropología, eliminar el trabajo de los hermanos Wagner del campo de la ciencia reconocida (hablamos de eliminar “el trabajo”, ya que Duncan había muerto en 1938 y Emilio contaba ya setenta y dos años de edad). La reunión, más que aportar al conocimiento y avanzar en la cuestión, actuó efectivamente como un dictamen de la comunidad científica en su conjunto, que invalidaba en bloque lo realizado por los hermanos y marcaba desde entonces su exclusión de la comunidad científica. Junto con otros factores, que no analizaremos aquí, este hecho parece haber influido fuertemente en el futuro de la arqueología santiagueña. Podemos entonces afirmar que, en realidad, se trató más de un ritual de expulsión que de un congreso científico. La ausencia total de debate luego de las exposiciones de los especialistas (Relaciones 1940), que parece sorprender a Aparicio y decepcionar a los concurrentes, así lo 2
atestigua. Del mismo modo, lo confirma la actitud del mismo presidente de la Asociación, que registra la falta de debate pero no se pregunta por las razones profundas de una aparente unanimidad tan cerrada en cuestiones tan poco conocidas y tan complejas. Una contrastación con las ideas “de sentido común” en la comunidad científica argentina sobre los Wagner como arqueólogos, nos muestra que, con el paso de los años, se mantuvieron, por un lado, la fuerza y el peso destructivo de las críticas formuladas entonces, aunque no su contenido, y por otro, la resolución final, aunque no sus fundamentos. Salvo contadas excepciones, las Historias de la Arqueología Argentina, cuando mencionan a los Wagner, se limitan a repetir, emitir u omitir juicios sobre la base de esta incuestionada incompetencia (sea cual fuere) y carencia de aportes. Esta es la imagen de los hermanos que comparte la mayor parte de los arqueólogos, y que, aunque casi nunca explicitada en los textos, les subyace mediante las omisiones apuntadas, y es expuesta sin reservas ante nuestros interrogantes en las charlas "de pasillo". Casi diríamos de los hermanos Wagner que han pasado a pertenecer al anecdotario arqueológico más que a su Historia. Fue precisamente la ambigüedad detectada en esta reunión entre los objetivos manifiestos y los que podemos leen entre líneas, lo que nos movió a emprender (junto con el análisis de los marcos conceptuales que estructuraron la resistencia científica, y a los que nos referimos más arriba) un análisis del campo arqueológico-antropológico en tanto espacio social productor de ciencia en la Argentina de las décadas de 1920 y 1930, a fin de poder calibrar qué cosas estaban en juego hacia 1939, que pudieran esclarecernos la complejidad de las dinámicas que percibíamos. En este sentido, hablar de campo es referirse a un concepto técnico introducido en las ciencias sociales por Pierre Bourdieu (1966, 1968, 1971, 1985, 1992, 1997 entre otros) con el cual se alude a la vinculación entre posiciones, condiciones y tomas de posición en el mundo social, posibilitando al mismo tiempo aprehender el carácter indirecto de la relación que existe entre las posiciones en el mundo social y las tomas de posición de los agentes en los campos específicos en que actúan. Esto significaba, en el caso que nos ocupa, determinar y cernir con cuidado los siguientes elementos: tipos de capital que determinaban las posiciones de los agentes (capital que así se desubstancializa, definiéndose relacionalmente); agentes interactuantes y sus trayectorias ya recorridas o incoadas; estrategias posibles y probables; reglas (oficiales y oficiosas) que se ponían en juego para definir la pertenencia y el posicionamiento, y, por esto, criterios de clasificación utilizados para categorizar a los agentes. Todo esto ponderando a su vez el grado de autonomía que pudiera tener este campo científico respecto del campo general del poder en la Argentina de aquellos años, refractado a su interior con mayor o menor posibilidad y obligación de ser sublimado en discurso científico. Este trabajo arrojó una nueva luz sobre los hechos que nos preocupaban, permitiéndonos esclarecer y ponderar según criterios definidos los motivos explícitos, y también aquellos apenas mencionados o legibles entre líneas, de la expulsión tácita de los hermanos Wagner del campo de la arqueología científicamente reconocida. Efectivamente, a fines de la década del 30 el campo de las “ciencias del hombre” (como comenzaba a llamarse por entonces este espacio de disciplinas donde la arqueología –que parecía desvincularse de las ciencias naturales- compartía con la etnohistoria, la etnografía, la lingüística y el folklore su subordinación a la antropología histórica) se caracteriza por la precariedad de las posiciones y la indefinición de sus reglas de funcionamiento. Hablamos de posiciones precarias porque hacia fines de los '30 este campo parece encontrarse en un delicado momento de transición en lo que se refiere a posiciones posibles de los agentes, a definición de reglas de validación de esas posiciones y a la conquista de cierta autonomía respecto de las presiones del campo político nacional, autonomía cuya precariedad se hará evidente en los años siguientes. La transición se marca, en primer lugar, por la desaparición de los agentes que polarizaban el prestigio científico y académico hasta entonces. Entre 1930, año de la muerte de Debenedetti, y 1939, en que muere Outes, a lo largo de la década han ido desapareciendo los maestros, para dejar el lugar a un número mayor de discípulos, que por entonces contaban entre treinta y cinco, y cuarenta y cinco años, y que en pocos casos estaban dotados de títulos universitarios específicos, ya que mayormente se habían formado junto a aquellos, en una relación de discipulado, en los años en que aún no había en el país carreras universitarias habilitantes en estas disciplinas. Estos discípulos, se disputan entonces los escasos financiamientos y puestos, en el momento en que al mismo tiempo se afianza una figura tan fuerte como la de Imbelloni, diez 3
años mayor que el promedio de sus colegas argentinos, y doctorado en la Universidad de Padua, Italia. Las reglas de sucesión hasta entonces vigentes, eran las del capital simbólico indiferenciado (en las que la edad, la posición alcanzada y el prestigio del maestro refluye sobre el discípulo). Un relato de Márquez Miranda, en el que agradece a Outes una intervención a su favor, nos ilustra al respecto: “En 1933 (Outes) fue consultado por el Dr. Levene, confidencialmente acerca de mi designación como profesor titular de Prehistoria Argentina y Americana, en la cátedra que la enfermedad había obligado a renunciar a mi profesor, el Dr. Torres, y se pronunció a mi favor, en ocasión crucial para mi carrera, pues esa cátedra me era disputada, en la Facultad de Humanidades, por un colega bonaerense que olvidaba mis diez años de servicios reiterados como suplente y encargado de curso” (Márquez Miranda 1967:78). En efecto, si hasta su muerte en 1939, Outes había concentrado en sus manos el poder institucional y científico, salvaguardando los derechos de los “discípulos” según esas reglas de sucesión, la consolidación universitaria e institucional de los años 20 y 30 reclamaba crecientemente la constitución de un capital específicamente universitario, medido por títulos académicos y producción científica, exigiendo reglas de validación más autónomas. Mirado en perspectiva, se podría decir que la posesión de un capital científico más definido hubiera podido tal vez dar alguna chance de guardar las posiciones de los “liberales” que fueron expulsados de sus puestos en la década siguiente por los prestigiosos doctores migrados en la postguerra. Esta necesidad se puede apreciar desde la fundación de la Sociedad Argentina de Antropología en 1936, que autonomizaba este lugar respecto del de las ciencias naturales, (concentradas ahora en la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales “Physis”) y había hecho visible un espacio social definido, en el que se rendía homenaje a los fundadores –diferenciándose 2 de ellos, que habían sido precursores, “doctores montoneros” , únicos autorizados al diletantismo-; se disimulaban las rivalidades sordas en un reiteradamente ponderado “clima de cordialidad”, y se trabajaba por la consolidación científica de las disciplinas, en esfuerzos muy sintomáticos, tales 3 como las reuniones periódicas para unificar el vocabulario científico La precariedad de las posiciones, ocupadas según reglas de sucesión a medio camino entre la validación académica objetiva según criterios de solvencia científica y el puro discipulado personalista, tratándose de unas ciencias particularmente vulnerables a los intereses políticos exteriores al campo en aquellos años de nacionalismos y discursos identitarios, se unían a la incertidumbre teórica (que, más allá de algunos dogmas, aparece por el momento como una dispersión de posturas más o menos eclécticas) y la pobreza técnica y metodológica que se venía arrastrando desde la década anterior, para volver más que urgente (y al mismo tiempo más que difícil) a fines de la década del 30 la validación científica de una disciplina autónoma. No hace falta decir que no estamos hablando de un empeño consciente, calculado y planificado de los agentes, sino de procesos que se leen entre líneas en las prácticas y sólo allí, en la medida que se entrelazan con las condiciones en que se cumplen las actividades mismas como “trabajo social” en el sentido Durkheimiano. Esta tarea de constituir un campo científico como tal, tenía implícitamente como consecuencia un trabajo social de delimitación, que es siempre un trabajo de diferenciación y validación/invalidación de agentes. Arqueología y antropología científicas o diletantes, iniciados e improvisados, aficionados y semidoctos, autodidactas típicos, los criterios de clasificación que se esgrimen por esos años expresan de mil modos esta necesidad de demarcar el espacio legítimo. (y es sintomático que Imbelloni haya sido un importante “sacerdote demarcador”, que sintiéndose “iniciador y estimulador” de la antropología en Argentina, parece sentirse responsable personalmente de esta tarea) (Imbelloni 1936:322). En un momento de estas características, los hermanos Wagner, más allá de sus ostensibles errores científicos, afrentaron las pocas convicciones teóricas que en la época permitían tener cierto suelo común a estos científicos, sobre el cual intentaban superar disensiones teóricas y discrepancias personales. Pero aún más allá de esta afrenta, los Wagner habían cometido pecados imperdonables contra el campo como tal, es decir, contra lo que le permitía constituirse como campo científico, en el momento mismo en que se avizoraba la urgencia y la posibilidad de su consolidación. Si la expulsión tenía que ver con el contenido del texto de 1934, los hermanos habían juntado en los años precedentes y los que siguieron hasta la muerte de Duncan, más que méritos suficientes para disponer en su contra al stablishment de los 4
arqueólogos y hacerles sentir en ese momento la necesidad de pronunciarse en bloque contra el conjunto de su trabajo, sin matices ni atenuantes. Estos “méritos” pueden resumirse como sigue: 1. Las estrategias para la comunicación de los hallazgos, que desplegaron los Wagner, privilegiaban la relación con el gran público y no con la comunidad científica en formación: Desde el lanzamiento en 1929 de la “primicia” en el diario “Crítica” con una serie de nueve notas firmadas por el escritor vanguardista y aficionado a la arqueología, Ilka Krupkin, aparecieron infinidad de artículos en la prensa diaria, y Duncan leía floridas conferencias –firmadas por ambos hermanosen el Jockey Club, el Centro Naval o la Alianza Francesa (Wagner E. y D. Wagner 1935, 1937 a, b y c, Wagner D. 1932, 1936). Este trabajo de “divulgación” no aparecía como el segundo momento de un trabajo científico riguroso y controlado, dirigido a la validación entre especialistas, sino como el centro único de atención, definitorio del lenguaje y el estilo de la comunicación. Si existieron artículos de cierto suficiente rigor para la época (del que Emilio parece haber sido capaz) como podrían ser el informe presentado a la Universidad de Tucumán (Wagner E. 1928), o el publicado en la Historia Argentina de Levene (Wagner E. y D. Wagner 1936), estos fueron escasos y poco conocidos. Este carácter naturalista-descriptivo regateado en la mayor parte de las publicaciones, más bien podría vislumbrarse en las notas inéditas e informes de Emilio, destinadas a su propio registro y sólo proporcionada -generalmente después de su reclamo- a quienes contribuían a analizar el material (por ejemplo faunístico o antropológico) recolectado en sus Misiones Arqueológicas (Rusconi 1935, Imbelloni 1940). El libro de 1934, finalmente optó conscientemente por el lenguaje literario y sensacionalista, poco preciso –de “galimatías interpretativo” se va a hablar en Relaciones (1940), con razón ciertamente-, que revelaba la voz de Duncan, que no dejaba de ser el poeta simbolista cuando escribía sobre arqueología. 2. Las ideas sobre la arqueología como disciplina que desplegaron los hermanos eran coherentes con la estrategia de comunicación elegida. Duncan invita a los marinos en sus conferencias en el Centro Naval a dedicarse a la arqueología “en los momentos libres” cuando se hallen en “destinos lejanos”, porque “de todas las ciencias, la Arqueología es la que permite ser abordada con más facilidad. No demanda estudios especiales previos, no se aprende en ninguna Sorbona, no se aprende en las aulas de ninguna Universidad. Es cuestión de vocación, de perseverancia y de trabajo”. “Más que cualquier otra de las ramas de los conocimientos humanos, hace ella un llamado a la personalidad, reclama originalidad e independencia en las ideas, extensión e intrepidez en las vistas del espíritu y un rigor en la observación de los documentos y en las interpretaciones que no excluye ni los dones de la imaginación ni de la poesía” (Wagner E y D. Wagner 1932:13). Una idea muy similar es reiterada por Emilio Wagner en una carta de 1935 (Carta personal inédita del Archivo particular Haydée Wagner), dirigida a B. A. Houssay, por entonces presidente de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, en respuesta a su pregunta sobre cómo fomentar los estudios arqueológicos en la Argentina. Es también la idea sobre la arqueología que se sostiene en el Prólogo de los traductores del libro de 1934, firmado por el escritor y ensayista Bernardo Canal Feijóo y su amigo Mariano Paz. 3. En la misma línea, los trabajos de Emilio y Duncan Wagner están construidos a partir de una epistemología implícita que tiene su origen, más que en consideraciones filosóficas sobre la práctica científica, en esquemas clasificatorios del sentido común vinculados al nacionalismo francés. Los Wagner pertenecían por su padre, diplomático de carrera entre el Segundo Imperio y la Tercera República, a una familia alsaciana, marcada por la pérdida de Alsacia y Lorena en manos de los Alemanes. El rechazo de la cultura alemana que Emilio expresa en sus tres libros no-arqueológicos (Wagner E. 1918 a y b, 1919) se estructura ya allí en un esquema de oposiciones explícitas entre la brillante intuición creadora propiamente francesa y el rígido “marcar el paso” intelectual de los “herr profesores” (Wagner, E. 1919, y también carta personal de Duncan a Emilio Wagner, 13/9/33, del archivo particular Haydée Wagner). Los mismos criterios de clasificación para la construcción del conocimiento, se pueden leer explícitamente en cartas de Duncan Wagner refiriéndose a Imbelloni, quien “reduce (los temas) al tamaño de su espíritu”, “desprovisto de ideal” (carta personal de Duncan a Emilio Wagner, 13/9/33, archivo particular Haydée Wagner). De este modo, una especie de mitología epistemológica, sociológicamente construida, alimenta una idea de la ciencia que se encuentra a medio camino con las bellas artes. 4. Por otra parte, los Wagner no sólo afrontan explícitamente la idea de la arqueología como ciencia que permite diferenciar su espacio de otros espacios de producción cultural, sino que además rechazan en sus prácticas de manera implícita, abriendo a la vez sospechas en sus textos, sobre la legitimidad en la sucesión de los científicos argentinos con respecto a sus 5
maestros recientemente desaparecidos. Esta generación de maestros argentinos fundadores (Ameghino, Ambrosetti, Moreno, etc., por nombrar algunos de los que los hermanos citan como tales en Wagner E. y D. Wagner 1934), en realidad habían sido sus contemporáneos, ya que los Wagner tienen sesenta y seis y setenta años respectivamente al publicar su obra magna (son entre veinte y cuarenta años mayores que el grupo que los critica). Los hermanos afirman en varios textos que la inspiración inicial de la arqueología en Argentina parece haber cesado luego de la segunda generación de arqueólogos, acusando así implícitamente a los discípulos de no ser dignos sucesores de sus maestros. En un momento de constitución de comunidad científica, esta actitud los coloca casi automáticamente fuera. Cada uno de estos cuatro puntos constituye un atentado a los principios mismos de construcción del campo de la arqueología como campo científico, esgrimidos abiertamente en un momento de consolidación de la ciencia arqueo-antropológica como espacios social legítimo, en que la fragilidad de las posiciones y la indefinición de las reglas de juego hacía más urgente que nunca reclamarse de la ciencia y diferenciarse del diletantismo y la improvisación. En suma, en la tácita expulsión de los hermanos Wagner de la arqueología científica en 1939, la comunidad científica responde a una necesidad de reafirmarse como tal, consolidar los lazos internos en un momento de singular coincidencia de intereses, consolidar las posiciones de los que detentan la autoridad científica e institucional, y proclamar las reglas que deben considerarse legítimas, es decir, se construye a sí misma contra aquellos que habían agredido no sólo a la ciencia con sus errores, sino a la comunidad científica en tanto espacio social con sus posturas, sus prácticas, su lenguaje, su epistemología, sus palabras.
AGRADECIMIENTOS Agradecemos a la Universidad Católica de Santiago del Estero, que financió íntegramente la investigación, y a la Sra. Haydee Wagner de Costas, que con tanta amabilidad nos atendió en su casa cada vez que lo requerimos, respondió nuestras preguntas, y nos dio acceso al precioso material que atesora sobre su padre y su familia.
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NOTAS 1
El presente trabajo constituye una síntesis apretada de la primera parte de un proyecto de investigación interdisciplinar (arqueología, sociología, filosofía) financiado por la Universidad Católica de Santiago del Estero, en el que trabajaron además de las dos investigadoras aquí mencionadas, el Dr. Alejandro Auat. El proyecto, titulado “Los descubrimientos arqueológicos de los Hermanos Wagner y la construcción de discursos de identidad en Santiago del Estero”, aborda, además del problema que nos ocupa aquí, la vinculación entre el trabajo de los Wagner y las élites intelectuales de Santiago en las décadas del 20 y 30. El informe final, ya presentado, aún no ha sido editado (Martínez, Taboada y Auat 2001 Ms). 2
Expresión de Aparicio referida a Ambrosetti, en su discurso de homenaje al darse su nombre a una calle de Buenos Aires (Aparicio 1940:250).
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Cfr Memoria de la Sociedad Argentina de Antropología, 1937-8 (Relaciones 1940:257).
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