La última novela de Gustavo Nielsen concilia la ternura de una historia de amor con el espíritu lúdico
Maquinaria perfecta E
LA OTRA PLAYA Por Gustavo Nielsen Clarín/Alfaguara 184 páginas $ 55
l último fue un año de cosecha para Gustavo Nielsen (Buenos Aires, 1962): en abril se publicó El corazón de Doli y en diciembre, La otra playa, obra ganadora del premio Clarín de Novela 2010. La primera novela propone una historia de amor que oscila entre la truculencia y la ternura, rasgo dominante en la narrativa del escritor. Lejos de La Magdalena y el mundo de clones de aquella novela, La otra playa propone un cambio significativo: gana la ternura, y lo fantástico viene de la mano de lo lúdico (en el sentido que le daba Julio Cortázar: un relato que juega con el lector a fin de engañarlo y conmoverlo con un desenlace inesperado). La historia transcurre en un pasado cercano aunque indefinido, en el que se toma Bidú Cola, las fotos se revelan en el cuarto oscuro y no hay tecnología digital. Dos parejas –Zopi y Sara, Antonio y Marta– se reúnen una noche para la proyección de unas diapositivas que Sara compró en una feria de Pompeya. Sobre la pantalla se despliega el viaje que hizo una pareja en un Renault Dauphine probablemente a Brasil. Sara y Zopi ya las han visto varias veces y les pusieron nombres a los fotografiados: Cacho y la tía Alicia. El grupo les va inventado una vida mientras come pizza y hace una entretenida y exhaustiva lectura personal, social e histórica. Les gusta verlos así, “felices en su viaje”. Por el color rosado que tomó la película, Antonio, que es fotógrafo, deduce que son anteriores a 1978, y una diapositiva les confirma con su imagen que corre el año 1976. En algún momento Antonio conjetura que pueden ser desaparecidos y los otros, menos aguafiestas, arriesgan suposiciones más benévolas. La historia se concentra luego en Antonio y Sara, que regresan a su casa y se explicita que algo no anda bien en la pareja. Antonio se siente raro, como si estuviera viviendo una vida que no le pertenece y cree que ha dejado de querer a su mujer y a su hi-
ja Victoria, que ya tiene veinte años. La crisis se agudiza cuando al día siguiente sale a la calle a sacar fotos y queda “atrapado” por el rostro de una joven con un lunar en el cuello, a quien bautiza como Lorena. Hay algo en ella imposible de definir que lo interpela, “algo que era una cosquilla y que sin duda no era deseo”. A su vez, ella parece incomodarse por el asedio fotográfico, aunque no le dirige la palabra. El revelado de las fotos y la convicción de Antonio de que “debe ir hacia Lorena” generan tal desazón en Marta que acude a sus amigos en busca de ayuda. Receloso, Zopi se lo lleva a una casa en la playa para ayudarlo a poner sus ideas en orden, y allí, mientras por la noche hablan de sueños y apariciones, preparan un asado y animales o bultos se mueven en la oscuridad, el fotógrafo comienza a vivir situaciones raras. En la misma playa suele recluirse para trabajar con sus novelas de fantasmas Gustavo, un escritor un poco atolondrado y miedoso que es novio de Lorena, también fotógrafa. Si bien todos los indicios conducen a una situación amorosa predecible, la historia se encamina hacia un lugar insospechado, y acontece lo menos pensado y lo más hermoso del texto de Gustavo Nielsen. Hay dos tiempos que se intersectan en un presente dislocado, dos mundos que se rozan apenas, y una escena inolvidable del encuentro entre dos seres que se aman profundamente y tienen que despedirse para siempre. Esta parte ocupa más de la mitad de la novela, pero no puede contarse sin develar el enigma. Con la escena inicial –la proyección de las diapositivas– se instalan varias cuestiones acerca de la imagen y los modos de percepción que son prioritarias en la construcción de la trama: la imagen como enigma a descifrar, la construcción de una memoria futura (invirtiendo la noción de recuerdo o testimonio), el “regreso” a la vida de los fotografiados, fijados en un tiempo siempre igual (el “ahí” del viaje: “Dejalos que vivan ahí… Mirá qué felices que son”), las diferentes dimensiones en que los seres pueden percibirse. Estas preocupaciones, entre otras, ubican a La otra playa en una constelación de textos fantásticos pensados en torno a los problemas de la visión y de los “aparatos de contrarrestar ausencias”. En La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, hay una máquina cinematográfica que captura de un modo absoluto a las personas “reales” y las perpetúa en una eternidad espectral. El protagonista, reflexionando acerca de aquellos aparatos, afirma que “no es imposible que toda ausencia sea, definitivamente, espacial… En una parte o en otra estarán, sin duda, la imagen, el contacto, la voz de los que ya no viven (nada se pierde)”. A esta postulación de la inmortalidad física, la novela de Gustavo Nielsen le da una excepcional vuelta de tuerca con humor e inteligencia, y construye una maquinaria perfecta. Laura Cardona
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17 Viernes 11 de febrero de 2011
refiere a las tres áreas de su producción artística: la música, la literatura y la pintura, y que lo llevaron, casi por ósmosis, al teatro, a la espectacularidad o puesta en escena del pensamiento. Por el otro, la repulsión por el decadentismo dannunziano, por el realismo o neorrealismo italiano, y por cualquier forma de fanatismo político, ideológico o estético. Por último, se ha insistido mucho en el carácter biográfico de su obra en general (hace diez años que la obra de Savinio se está traduciendo de manera sistemática al español), pero poco en aquello que más se destaca en este libro como en otros. Haber nacido en Atenas, haber vivido en París los años felices de la juventud, en plena sintonía con las vanguardias de entonces; haber estado luego en Florencia y en la campiña toscana, para terminar, Segunda Guerra Mediante, en Roma no es un itinerario banal o que pueda darse por descontado. Por dos razones. El mundo grecorromano atraviesa toda su obra e irrumpe también en esta Nueva enciclopedia. Los presocráticos –con su halo de virginidad y arcaísmo filosóficos– son una fuente que está a la par de los pintores, músicos y poetas del siglo XX. Es decir, la ruptura de las vanguardias convive con la eclosión de lo clásico. La experiencia francesa, en cambio, funciona como contrapartida de esa primera onda civilizadora y le sirve a Savinio para defender la idea de una Europa amenazada por la ocupación nazi o, lo que es áun peor, por el aluvión germanizador, verdadera catástrofe de Occidente. La visión aterrorizada de los alemanes camuflados que merodean su villa en Toscana, en el período de la ocupación, es casi el eje del texto. Esta imagen vuelve obsesivamente como una pesadilla. Representa, en conclusión, la lucha entre dos identidades europeas: la mediterránea, síntesis material entre Oriente y Occidente, aun con todas sus contradicciones, y la nórdica, con su centro en Alemania, síntesis brutal de los impulsos violentos y autodestructivos del hombre, metafísica ilusión totalizadora. El redescubrimiento de Savinio en los años 70, por iniciativa editorial de Roberto Calasso, que publicó prácticamente toda su obra en los últimos años, asoció la figura del autor a las vanguardias de las décadas de 1910 y 1920. En consecuencia, la crítica se dedicó a definir el modo en que Savinio participó, incluso como teórico, del surrealismo y de la pintura metafísica, junto a su hermano, Giorgio De Chirico. A decir verdad, toda colocación estética de Savinio resulta incompleta o bien falaz y equívoca. Porque su literatura flirteó con ese filón de la literatura “como escándalo”, que en Italia abarca desde los escritores de la bohemia milanesa de fines del siglo XIX hasta Carlo Emilio Gadda, Juan Rodolfo Wilcock y Giorgio Manganelli.