los ranqueles y el racionamiento de los tratados de paz (1854-1880)

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LOS RANQUELES Y EL RACIONAMIENTO DE LOS TRATADOS DE PAZ (1854-1880) Graciana Pérez Zavala* y Marcela Tamagnini*

* Laboratorio de Arqueología y Etnohistoria, Universidad Nacional de Río Cuarto. E-mail: [email protected]; [email protected]

Resumen

Abstract

El escrito propone un acercamiento a la economía de los ranqueles en la segunda mitad del siglo XIX en base a la comparación de los bienes asignados por los tratados de 1854, 1865, 1870, 1872 y 1878. Específicamente, examina el sistema de reparto gestado a partir del tratado de 1872, que tuvo 6 años de vigencia. En el análisis se distinguen tres categorías: “raciones”, “sueldos” y “regalos”, mediante las cuales se examinan las diferencias que los objetos cristianos habrían generado entre los indígenas.

The following proposes an approach to the economy of the ranqueles in the second half of the nineteenth century based on the comparison of the property designated by the treaties of 1854, 1865, 1870, 1872 and 1878. Specifically, it examines the distribution system managed from the 1872 treaty, which took 6 years. The analysis was divided into three categories: “rations”, “salary” and “gifts”. From them we identify the differences that Christian objects have generated among the indigenous.

Palabras clave: economía indígena - tratados de paz raciones - sueldos - diferenciación social.

Key words: indigenous economy - peace treaties rations - salary - social diferences.

Mamül Mapu: pasado y presente desde la arqueología pampeana, editado por M. Berón, L. Luna, M. Bonomo, C. Montalvo, C. Aranda y M. Carrera Aizpitarte: Tomo II, 477-489. Editorial Libros del Espinillo (Ayacucho, Pcia. de Buenos Aires). ISBN 978-987-25159-5-9.

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Introducción A mediados del siglo XIX en el área norte de la actual provincia de La Pampa se situaban los principales asentamientos de los ranqueles, extendiéndose sus tolderías por el noroeste de las provincias de Buenos Aires y el sur de las de Santa Fe, Córdoba y San Luis. Por entonces, los ranqueles, junto con los salineros y manzaneros, eran las principales agrupaciones indígenas del área pampeana y norpatagónica. En este trabajo procuramos acercarnos a la dinámica económica de los ranqueles en los años previos a la “Conquista del Desierto” (1879). Es nuestra intención distanciarnos de aquellas visiones de la historiografía que sostienen que la supervivencia de los indígenas de la Pampa central estaba ligada a un modelo “predador” centrado en la recolección, la caza y el maloqueo. Partimos aquí de aquellas perspectivas que consideran que a lo largo del siglo XIX los indígenas emplearon, en forma complementaria, estrategias diplomáticas y bélicas en pos de sostener un modelo económico basado en la convivencia de bienes de origen tradicional con otros de procedencia cristiana. Aún cuando los últimos habrían sido reapropiados, la economía indígena habría estado estructurada a partir de la cristiana. En base a lo expresado, sostenemos que durante buena parte del siglo XIX, los ranqueles habrían accedido alternativamente a los bienes cristianos mediante el comercio, el maloqueo en la frontera enemiga y la recepción de raciones en la aliada. Sin embargo, en la década de 1870 estas posibilidades de acción habrían quedado limitadas al concretarse la unificación nacional. El tratado de paz que los ranqueles efectuaron con el Gobierno Nacional en 1872, y que tuvo vigencia por 6 años, habría comprometido a los indígenas a no maloquear sobre ningún tramo de la frontera sur, y simultáneamente, habría contribuido a acentuar sus vinculos económicos con la sociedad nacional. El análisis del sistema de raciones establecido por el tratado de paz de 1872 nos permitirá identificar las transformaciones en la economía indígena respecto de las décadas anteriores. Para ello, compararemos los bienes consignados en dicho tratado

con los ofrecidos en 1854, 1865, 1870 y 1878. Simultáneamente, a partir de las categorías “raciones”, “sueldos” y “regalos”, caracterizaremos el reparto de bienes en la frontera y en la Tierra Adentro. El examen nos permitirá dar cuenta de los conflictos suscitados entre el gobierno y los indígenas por su posesión y distribución. Para llevar adelante este análisis recurrimos a los relatos del cautivo Santiago Avendaño, de los coroneles Manuel Baigorria y Lucio V. Mansilla y del escritor Estanislao Zeballos. Paralelamente, examinamos las cartas de indígenas, misioneros y militares producidas en el período 1850-1880 como también las actas de los tratados mencionados. Esta documentación está localizada en los Servicios Históricos del Ejército (SHE), en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (AHPC) y en el Archivo Histórico “Fray José Luis Padrós” (AHCSF) de Río Cuarto. Años atrás editamos las cartas de este último reservorio (Tamagnini 1995), de modo que las citas correspondientes a las mismas remitirán a dicha publicación.

La economía indígena en perspectiva historiográfica Las visiones que consideran la economía indígena como no productiva entroncan en los relatos de Mansilla (1993 [1870]) y Zeballos (2001 [1884; 1886; 1888]) y se consolidan en la primera mitad del siglo XX. En ese marco, Outes y Bruch señalaron que la alimentación de los araucanos incluía productos de origen animal (guanaco, armadillo y caballo) y vegetal (trigo, cebada y patata) a los que se sumaban las bebidas fermentadas y el tabaco. Desde su perspectiva, estos productos eran adquiridos mediante la caza -porque la crianza de animales “se resentía dada la inestabilidad de la tribu”- y a través de una “agricultura rudimentaria”. Los indígenas también se dedicaban a la platería y a la tejeduría, al tiempo que intercambiaban cueros, tejidos y plumas con los “pueblos limítrofes y con los europeos” (Outes y Bruch 1910:108-113). Posteriormente, Canals Frau (1953), insistió en la presencia de “bandas nómades” en las pampas, haciendo alusión al proceso según el cual los cazadores y recolectores pedestres originarios fueron sustituidos por cazadores ecuestres (araucanos) que

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vivían de la caza y de la rapiña en las fronteras. Por cierto, en estas interpretaciones los araucanos habían abandonado la agricultura (desarrollada en la Araucanía) para adoptar los hábitos “salvajes” de las llanuras. Estos antropólogos caracterizaron a la sociedad indígena a partir de un conjunto de actividades preestablecidas que, examinadas desde las perspectivas contemporáneas, presentan algunas contradicciones como, por ejemplo, las referencias a las labores textiles dan cuenta de un manejo del ganado lanar que excede ampliamente la actividad cazadora. En la década de 1980 se verificó un cambio en las interpretaciones histórico-antropológicas sobre las poblaciones indígenas. Leonardo León Solís destacó la relación entre las invasiones que convulsionaban la frontera que iba desde Buenos Aires hasta Cuyo con el comercio interétnico en Chile. Hacia mediados del siglo XVII los mapuches habrían intensificado sus viajes desde la Araucanía a las pampas para buscar ganado que luego intercambiaban por manufacturas europeas. En el lapso que va desde fines del siglo XVII y los inicios del XIX los indígenas de las pampas habrían dejado de ser “cazadores pampinos” para convertirse en “maloqueros” (León Solís 1982; 1989-1990; 1991). La hipótesis de León Solís sobre las dos modalidades que presentaban las relaciones con los indígenas (pacíficas en Chile y conflictivas en la región pampeana) fue tomada por Miguel Ángel Palermo para postular que, al calor del conflicto interétnico, la sociedad indígena y la hispano-criolla formaban parte de un único sistema, por entonces signado por el capitalismo mercantil. Éste fue catalogado como “policéntrico” (porque estaba orientado hacia dos centros o polos de desarrollo: Potosí y Chile) y “poliétnico” (en tanto incluía el comercio entre las distintas unidades indígenas del área). Con su numerosa población, Potosí se habría convertido en el principal centro de demanda de la producción ganadera de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires a la vez que distintas zonas coloniales les ofrecían vinos, aguardientes, tabaco, yerba mate, azúcar, etc. (Palermo 1991:167). Posteriormente, estos argumentos fueron repensados por Mandrini (1993:57), para quien los in-

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dígenas pampeanos habrían tenido dos opciones y no una: la más inmediata era hacerse “maloqueros”, la otra, de largo plazo, y allí donde las condiciones lo permitían, era transformarse en “pastores y comerciantes”. Procurando superar la visión clásica sobre la economía indígena, el autor distingue dos circuitos complementarios: uno doméstico, vinculado con la subsistencia del toldo, y otro, relacionado con la circulación y comercialización de ganado en gran escala. En el primero destaca el trabajo de las mujeres, que incluía tanto actividades tradicionales (caza y recolección) como aquellas generadas a partir del contacto con los araucanos y los cristianos (pastoreo de chivas, ovejas, vacas y cultivo de maíz, zapallo, calabaza, sandía, trigo y cebada). En los toldos también se realizaban labores artesanales con cuero, madera, lana y plata. El segundo ciclo estaba ligado al malón, definido como una empresa económica colectiva que sostenía toda la estructura social indígena. A inicios del siglo XIX las unidades indígenas de Pampa y Norpatagonia integraban este circuito ganadero y, de manera paralela, estaban incorporadas a los circuitos chilenos y argentinos y, a través de éstos, a los mercados mundiales (Mandrini 1984; 1986; 1993; Mandrini y Ortelli 1993). Mandrini también avanzó en el conocimiento de la economía indígena al advertir cómo ésta se vio afectada por los cambios interétnicos e intraétnicos. Al respecto, postuló que la expansión de la economía bonaerense en la década de 1820 y el aumento de grupos indígenas en las pampas en la década siguiente impactaron en estas poblaciones, haciendo que los centros políticos surgidos y consolidados en la segunda mitad del siglo XIX (Chilihué, en el Valle Argentino, y Leubucó, en el corazón del monte pampeano) quedaran emplazados en una región en la que no era posible emplear el modelo de especialización pastoril de las primeras décadas del siglo XIX. Los suelos de las nuevas áreas no estaban preparados para alimentar gran cantidad de ganado, a la vez que los campos que ofrecían buenos pastos estaban en cercanías de la frontera cristiana. Así, el fortalecimiento de los ranqueles, salineros y manzaneros habría estado vinculado al surgimiento de “un modelo económico diversificado”, basado en el control diferencial de pastos, aguadas y rutas (Mandrini y Ortelli 1995:142143; Mandrini 1997:32-34).

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Siguiendo esta línea de análisis, Jiménez (2002), argumenta que en la primera década del siglo XIX los ranqueles formaban parte del circuito de comercio de ganado que se extendía desde los campos de castas (zona sur oeste de la actual provincia de Buenos Aires) hasta Chile. Por su ubicación geográfica, este grupo controlaba el tránsito de ganado mediante su venta a los indígenas cordilleranos y chilenos, los cuales, a su vez, los proveían de tejidos. Sin embargo, los prósperos vínculos económicos de los ranqueles del Mamil Mapu se modificaron entre 1820 y 1840. El avance militar de la frontera bonaerense habría disminuido las yeguas “alzadas”, impulsando a los grupos indígenas a competir por su posesión. La alianza que habría concretado el Gobernador Juan Manuel de Rosas con Calfucurá y las expediciones sobre el país del monte también habrían repercutido negativamente en la economía ranquelina. Pese a ello, los liderazgos ranqueles de mediados del siglo XIX se habrían consolidado bajo una matriz de rebeldía, acompañada por una conducta prudente en sus negociaciones con los cristianos (Villar y Jiménez 2003; 2006).

Al respecto, vale la pena aclarar que apelamos a la categoría “bienes cristianos” para referirnos al conjunto de productos (comestibles y manufacturados) que eran de interés para los indígenas. Por cierto, consideramos que la admisión de tales bienes por parte de los ranqueles no ocurrió en forma pasiva y que sus pedidos se fundamentaban en la selectividad. Las cartas que los caciques enviaban a la frontera dan cuenta de los múltiples usos que estos objetos provenientes de la frontera tenían en las tolderías, pudiendo ser clasificados como elementos compensadores, complementarios, sustitutivos y operativo-logísticos (Tamagnini, 2002).

Ya para la segunda mitad del siglo XIX, las relaciones con los cristianos habrían afectado fuertemente la economía indígena. A partir del análisis de la documentación intercambiada entre los caciques ranqueles y las autoridades fronterizas, Tamagnini y Lodeserto (1999) dieron cuenta de estas transformaciones a nivel de la cultura material. Para ello elaboraron un inventario en el que se puede apreciar un total de 90 ítems. Éstos fueron clasificados en: armamentos, vestimenta, alimentos, objetos de uso doméstico, construcción, animales, herramientas y aperos. De igual modo, y en base al registro arqueológico, Tapia (2002) confeccionó un listado de 174 materiales que habrían formado parte de la vida cotidiana de los indígenas del siglo XIX. Los rubros discriminados son los siguientes: bebidas alcohólicas, alimentos, artículos de mercería, vestimenta y otros artículos de vestir, artículos de tocador, cueros, tabaco y cigarrillos, lumbre y combustible, vajilla y enseres de cocina, aperos de montar, elementos agrícolas, herramientas y artículos de ferretería, artículos de escritorio, artículos de farmacia y materias primas. Este conjunto de bienes posibilita advertir la variedad de productos que habrían circulado en las tolderías.

En trabajos anteriores postulamos que a medida que se unificaba el accionar político del Estado argentino, la capacidad de decisión de los indígenas se fue deteriorando. Al respecto, diferenciamos tres etapas. Los sucesos de la década de 1850 dan cuenta del amplio marco de acción que tuvieron los indígenas cuando la Confederación Argentina y la provincia de Buenos Aires confrontaban entre sí. El tratado de paz de 1854 cristalizó la alianza entre la primera, los caciques ranqueles y Calfucurá hasta 1861. La misma les permitió a los indígenas obtener racionamiento en la frontera cordobesa y maloquear sobre la bonaerense de manera simultánea. Después de la batalla de Pavón comenzó un proceso en el que las diferencias entre cristianos tendieron a disolverse (en gran medida a través de actividades violentas) mientras que se acentuaron los conflictos entre indígenas. La escasa duración de los tratados de 1865 entre el gobierno Nacional y los caciques Mariano Rosas y Baigorrita pone de manifiesto la conflictividad del período. Asimismo, el progresivo sometimiento de las montoneras provinciales por parte del gobierno fue limitando las posibilidades de alianza de los indígenas. Dicho proceso se acentuó durante la década de 1870 en el

En nuestra perspectiva, las modificaciones en las prácticas productivas ranquelinas y en el uso y reapropiación de determinados bienes se vinculan con las estrategias políticas desplegadas por indígenas y cristianos para posicionarse en la lucha interétnica.

Los tratados y su repercusión en la economía ranquelina

LOS RANQUELES Y EL RACIONAMIENTO DE LOS TRATADOS DE PAZ (1854-1880)

marco de la concreción de tratados que vedaron a los ranqueles la posibilidad de maloquear sobre una provincia y pactar con otra. A estas restricciones, se sumaron al avance de la frontera del río Cuarto hasta el río Quinto en 1869 (que implicó la pérdida de aguadas y caminos estratégicos), las expediciones militares sobre las tolderías (1871, 1872), la derrota de los malones efectuados sobre la frontera bonaerense y el distanciamiento entre ranqueles y salineros (Pérez Zavala 2008). El deterioro político de los ranqueles en la década de 1870 habría tenido su correlato en la restricción en el otorgamiento de bienes por parte del gobierno. Para abordar esta cuestión y precisar qué objetos interesaban a los ranqueles y por qué éstos habrían ido condicionando la economía indígena, describiremos las asignaciones estipuladas en los tratados de paz de 1854, 1865, 1870, 1872 y 1878. Cabe recordar que la práctica de agasajar a los indígenas una vez que se pactaba se remonta a la época colonial. Así, en el tratado que efectuaron en 1796 los ranqueles Cheglén y Carripilun con el marqués de Sobremonte, las comitivas indígenas recibieron regalos antes y después del pacto, mientras que sus caciques fueron recompensados con uniformes militares (Levaggi 2000). Los gobiernos independentistas mantuvieron esta modalidad que se institucionalizó con el denominado Negocio Pacífico de Juan Manuel de Rosas, consistente en la instalación de “tribus amigas” sobre la frontera bonaerense con el fin de que actuaran como barrera de contención de las “tribus enemigas” y en el racionamiento a las “tribus aliadas” (Ratto 1994). El tratado de paz que concretaron en 1854 los ranqueles Pichún, Calbán y el transcordillerano Calfucurá con la Confederación Argentina permite apreciar la continuidad de este sistema de racionamiento. Según lo estipulado, los caciques debían recibir bimestralmente 4.000 yeguas –posiblemente 2.000 para Calfucurá y 1.000 para cada cacique ranquel–, al tiempo que el gobierno se comprometía a obsequiarlos con instrumentos de labranza y distintos bienes1. En mayo de 1865 los caciques Mariano Rosas y Manuel Baigorrita Guala llevaron a cabo dos tra-

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tados de paz con el gobierno2. A diferencia de 1854, en 1865 sólo se ofreció, trimestralmente, 600 yeguas para cada cacique ranquel. Esta notable disminución de ganado puede ser explicada teniendo en cuenta dos aspectos: 1. El deterioro de la capacidad de negociación indígena en razón de la presencia de un gobierno que actuaba de manera unificada y, simultáneamente, el distanciamiento político entre ranqueles y salineros. 2. El interés de los indígenas respecto de los “vicios” (yerba, harina, tabaco, aguardiente, paños, etc.). Todos estos elementos aparecen enumerados con precisión en las actas, estableciéndose también su entrega en forma trimestral. Así, tales bienes habrían perdido la condición de obsequios para transformarse en parte central del racionamiento, tal como puede observarse en la Tabla 1. Los tratados de 1865 incorporan un nuevo tipo de compensación: cargos militares con pago de sueldos mensuales. Mariano Rosas y Manuel Baigorrita, que aceptaban convertirse en “comisionados del gobierno en los toldos”, recibirían el cargo de teniente coronel. A su vez, contarían con una escolta conformada por 1 Capitanejo y 25 “individuos de tropa”, de los cuales 3 serían sargentos y 4 cabos. Así, el estipendio dependía del grado militar. Si bien los tratados de 1865 caducaron a los 2 meses de su firma, y por tanto no es posible evaluar su impacto en la economía indígena, su mención resulta indicativa de los productos cristianos que interesaban a los ranqueles y de su vínculo respecto del sistema monetario nacional a partir de la aceptación de los sueldos. (Tabla 2). El tratado de 18703 duró aproximadamente 6 meses. Sin embargo, sus artículos ligados al racionamiento se repiten en los tratados de 18724 y 18785, permitiéndonos conocer el grado de dependencia de la economía indígena respecto de la cristiana. (Tabla 1). Simultáneamente, la comparación de los tratados de la década de 1870 posibilita advertir que aún cuando el gobierno se comprometió a entregar cada 3 meses similares productos, las cantidades variaron sustancialmente. En comparación con 1870, en 1872 la cantidad de productos comestibles se redujo a la mitad. En el tratado de 1878 disminuyeron algunos (yerba y tabaco) pero se incrementaron otros (harina). Posiblemente la cuantiosa asignación de bienes

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Producto (entrega trimestral)

Tratado de 1854

Tratados de 1865

Tratado de 1870

Tratado de 1872

Tratado de 1878

yeguas

4000

1.200

2.000

2.000

2.000

yerba

-

1.000 libras

3.000 libras

1500 libras

750 libras

tabaco

-

800 libras

2.000 libras

1000 libras

500 libras

harina/fariña

-

60 arrobas 2.000 libras

1.500 libras

750 libras

2000 libras

azúcar

-

2.000 libras

1.000 libras

500 libras

500 libras

aguardiente

-

200 frascos

2 pipas

2 pipas

2 pipas

vino

-

12 frascos

-

-

-

ginebra

-

80 botellas

-

-

-

maíz

-

14 fanegas

-

-

-

“paño”

-

4 piezas

-

-

-

papel

-

-

1.000 cuadernillos

500 cuadernillos

500 cuadernillos

jabón

-

-

600 libras

200 libras

200 libras

Tabla 1. Productos consignados en los tratados del período 1854-1878.

Sueldo

Tratados de 1865

Tratado de 1870

Tratado de 1872

Tratado de 1878

Mariano Rosas

$ 60 plata

150 $ B

150 $ B

-

Baigorrita

$ 60 plata

150 $ B

150 $ B

150 $ B

Epumer

-

100 $ B

100 $ B

150 $ B

Yanquetruz

-

50 $ B

50 $ B

50 $ B

Ramón

-

50 $ B

50 $ B

-

Cayupán

-

-

50 $ B

75 $ B

Epumer Chico

-

-

-

100 $ B

Huenchugner

-

-

-

50 $ B

Lenguaraz

-

Escribiente

-

-

1 escribiente para MR: 15 $ B

2 escribientes (uno para ER y otro para MB): 15 $ B c/u

“Trompa de órdenes”

-

2 trompa (uno para MR y otro para MB): 7 $ B c/u

2 trompa (uno para MR y otro para MB): 7 $ B c/u

2 trompa (uno para ER y otro para MB) 7 $ B c/u

Escolta compuesta por: 1 capitanejo 25 individuos de tropa

2 escoltas (uno para MR y otra para MB) Capitanejo: $ 25 3 sargentos: $ 10 4 cabos: $ 8 c/u 18 soldados: $ 6

-

-

-

5 lenguaraces (uno por 6 lenguaraces (uno por 6 lenguaraces (uno por cacique): 15 $ B c/u cacique): 15 $ B c/u cacique): 15 $ B c/u

Tabla 2. Asignación de sueldos y sus variaciones.

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que menciona el acta de 1870 se explique porque en ese tiempo el gobierno estaba consolidando la nueva línea militar sobre el río Quinto (1869) y los jefes de frontera necesitaban neutralizar a los ranqueles con importantes agasajos. El tratado de 1870 introduce una nueva modalidad de contraprestación: la entrega de ciertos bienes a cambio del cumplimiento de cláusulas específicas. Los artículos Nº 9 y 11 establecían que en retribución por la venta de 20 leguas de tierra situadas al sur del río Quinto, el gobierno Nacional entregaría a los indígenas, en el plazo de 5 años, $2.000 bolivianos y 1.000 yeguas y por una sola vez 30 yuntas de bueyes, 100 rejas de arados, 100 palas, 100 azadas, 100 hachas, 25 fanegas de maíz y 5 fanegas de trigo. A estos elementos se sumaba la obligación de regalar un uniforme completo a los caciques Mariano Rosas, Baigorrita, Epumer, Ramón y Yanquetruz y a cada capitanejo un poncho de paño fino, un par de botas de becerro y un sombrero. Por su parte, en 1872 el gobierno propuso entregar semillas, instrumentos de labranza y vestimenta para los caciques y capitanejos a cambio de que Mariano Rosas aceptara situar en la Laguna del Cuero una fuerza de 60 soldados bajo el mando de un cacique6. Por último, los tratados de 1870, 1872 y 1878 estipulan la entrega de sueldos a los caciques, trompas de órdenes y lenguaraces, variando las asignaciones según las diferencias sociopolíticas en las tolderías. (Tabla 2). Ahora bien, ¿por qué los ranqueles negociaron y aceptaron compensaciones en ganado, comestibles, manufacturas y plata boliviana? ¿Por qué algunos productos fueron presentados como raciones (ganados y “vicios”), otros como sueldos y otros como regalos? Para dar respuesta a estos interrogantes, resulta pertinente que indaguemos en la economía ranquelina de los años `70 y, en especial, que intentemos conocer el sentido y uso de estos bienes en las tolderías.

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ciones, sueldos y regalos. Éstos habrían tenido un doble carácter: contribuir con la subsistencia de los ranqueles y demarcar las diferencias socio-políticas entre indígenas. El primer grupo, las raciones, actuaba como condicionante de todo tratado y se materializaba en productos que podían ser destinados al consumo doméstico (yeguas, yerba, tabaco, harina, azúcar, aguardiente, jabón), al comercio (yeguas) y al sostenimiento de la política interétnica (papel). En general estos bienes habrían tenido un destino colectivo siendo repartidos entre los indígenas que avalaban la paz. Los sueldos, en cambio, representaban una modalidad de compensación a partir de la cual el Estado argentino resarcía a aquellos caciques, lenguaraces y escribientes que se encargaban de hacer cumplir en las tolderías las cláusulas de los tratados. Estos sueldos habrían constituido un conjunto ambivalente, tanto por sus poseedores como por el destino que habrían tenido. Sólo unos pocos podían percibirlos, razón por la cual podrían ser visualizados como signos de diferenciación social, sustentada a su vez en la posesión de determinadas habilidades (diplomáticas, guerreras, capacidad de escribir y hablar el castellano, etc). Quienes recibían los sueldos habrían asumido el rol de administradores, debiendo elegir entre emplear el metal según las normas tradicionales o utilizarlo para comprar objetos no confeccionados en las tolderías. En ambos casos, habría estado presente la tensión entre su destino colectivo o individual.

La economía ranquelina en la década de 1870: uso y distribución de los bienes

Respecto de los regalos, si bien se inscriben en una práctica antigua, en los tratados con los ranqueles de la década de 1870 asumen la forma de compensación (por tierras, por uso de puntos estratégicos o por el buen desempeño de los caciques en lo que respecta a sujetar a sus indígenas). En tal sentido, los objetos prometidos en 1870 y 1872 tenían destinos preestablecidos: los bueyes e instrumentos de labranza debían ser entregados a todas las familias, a diferencia de los uniformes militares, los ponchos y las botas que eran asignados a los caciques y los capitanejos.

Según los recursos proporcionados y su contraprestación, en los tratados de la década de 1870 podemos distinguir tres tipos de ofrecimientos: ra-

En las líneas siguientes fundamentamos la caracterización precedente. Para ello, consideramos el valor que habrían tenido estos productos en las tol-

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derías tomando como referencia las denuncias de los indígenas a raíz de los incumplimientos del gobierno Nacional. Previamente, reconstruimos el sistema de reparto de bienes en base a los tratados de paz de 1854 y 1872. Esquemáticamente, podemos identificar dos momentos en la distribución. El primero, estaría ligado a la forma de racionamiento impulsada por las autoridades nacionales y se correspondería con la presencia de comitivas indígenas en los fuertes de frontera –según el relato de Santiago Avendaño, los caciques y capitanejos se turnaban en la búsqueda de raciones y ganado (Hux 2004:54-55)–. El segundo, estaría relacionado con el destino de tales productos una vez que las comisiones regresaban a las tolderías. En el período 1854-1861 numerosas delegaciones indígenas arribaron a la frontera para buscar las raciones. Un proveedor de Río Cuarto contratado por el gobierno realizaba esta tarea, detallando en su cuaderno el día en el que se concretaba la transacción, el nombre y el sexo del indígena que encabezaba la comitiva, el número de integrantes de la misma y los productos que les proveían (Tamagnini 1998). La documentación producida por los franciscanos, los militares y los ranqueles entre 1872-1878 permite constatar la vigencia de esta práctica. En ese tiempo, el padre Donati oficiaba como supervisor, controlando si la cantidad y calidad de lo entregado se adecuaba a lo estipulado. Trimestralmente los ranqueles debían retirar el ganado y las “raciones de entretenimiento” en el fuerte de Villa Mercedes, mientras que todos los meses los caciques, sus lenguaraces y escribientes debían cobrar sus sueldos. Los regalos y/o compensaciones extras habrían sido recibidos por comisiones específicas. Tanto en la década de 1850 como en la de 1870 las flotas habrían arribado a la frontera a lo largo de todo el año, predominando, en términos de Tamagnini (1998:156), “una “estacionalidad móvil” basada en las entradas y salidas de indígenas. Las referencias a la gran cantidad de comitivas lideradas por caciques, capitanejos e indios lanza resultan también indicativas de la profunda articulación entre el reparto de raciones y la organización socio-política indígena. Los diferentes jefes de familia (posiblemente aquellos que en la documentación aparecen designados como ca-

bezas de la comisión) habrían recibido directamente los bienes asignados por el tratado. A su vez, quienes llegaban a los fuertes habrían peticionado artículos no estipulados oficialmente y establecido vínculos comerciales con los pobladores de la frontera. Estas prácticas habrían sido frecuentes y formaban parte de las relaciones gestadas a partir de los tratados de paz. En tal sentido, Ratto (2007) identifica negociaciones similares en el Fuerte de Bahía Blanca durante la década de 1840. Si bien durante el reparto de yeguas y raciones el cacique asumía el rol de planificador y administrador (definía qué comitivas podían trasladarse a la frontera), la implementación del sistema de distribución de bienes requería del acuerdo de los distintos capitanejos porque, para que todos pudieran “beneficiarse”, el racionamiento debía sostenerse en el tiempo. En relación con este último aspecto, la documentación de la década de 1870 permite observar algunas falencias en el sistema de distribución de bienes. Varias cartas de Lebucó dejan testimonio de la intención de los caciques de controlar el accionar de los indígenas que los representaban en la frontera. A veces, Epumer solicitaba a los franciscanos la confección de “listitas” que indicasen detalladamente todos los productos que le enviaban “por que los chasque siempre disen no me andado nada”. A su vez, Mariano instaba a que los objetos que les correspondían sólo debían ser entregados a los comisionados Tránsito y Gregorio Isla (Tamagnini 1995:16, 21). La insistencia de los caciques por conocer en qué consistían las raciones se explica no sólo por la desconfianza entre indígenas sino también por el incumplimiento por parte del gobierno. En sus cartas, los caciques reiteran dos tipos de reclamos: 1. La demora en la entrega del ganado y de las raciones. 2. La mala calidad de los productos y lo incompleto del suministro. El racionamiento debía realizarse al comienzo de cada trimestre, pero, generalmente se concretaba al término del mes convenido o tres meses después. La tardía entrega podía ser causada por la informalidad de los proveedores o bien porque el gobierno no pagaba en el tiempo estipulado. Frente a ello, los caciques, solían advertir que “tanta demora” en el re-

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parto de los caballos producía su “pérdida” y “muerte”. Además, alegaban que sólo les daban “terneros que no balen nada” o “terneros que parecían carneros”, que no podían ser vendidos ni “a ceis reales y a cuatro reales” (Tamagnini 1995:27, 37, 46). La baja calidad del ganado habría afectado, por un lado, el comercio en la Tierra Adentro y, por otro, habría generado conflictos entre los caciques y sus indios, en tanto los primeros no habrían podido sostener las expectativas de quienes los seguían. En la sociedad ranquelina la posesión de caballos y vacas otorgaba prestigio a sus dueños. Los equinos brindaban la posibilidad de obtener alimento en forma directa (carne de yegua) e indirecta (“boleadas” y malones que proporcionaban a su vez ganado vacuno y cautivos). También eran utilizados en las ceremonias religiosas y, según Gotta (1993:22), como “forma monetaria” porque permitían el desarrollo de todo tipo de transacciones. La entrega de los “vicios” también ocasionaba inconvenientes en las tolderías. Mariano Rosas solía pedirle al misionero Donati que intercediera para que sus comisiones fuesen despachadas rápidamente porque estaban “muy escasos de mantención”. Además, los proveedores no entregaban la totalidad de los bienes, siendo ello advertido por los emisarios cuando constataban que los productos no alcanzaban “para todos”. A esto se sumaba la calidad de la yerba que frecuentemente estaba en mal estado (Tamagnini 1995). Estos bienes habrían buscado satisfacer las necesidades básicas de los indígenas en dos sentidos. Uno, vinculado con las actividades domésticas. Otro, ligado a las tareas rurales engarzadas en un sistema económico “primitivo”, pero, simultáneamente, alterado por el avance del capitalismo (Tamagnini 2002). En relación con el último aspecto, los reiterados pedidos de Mariano y Baigorrita de bienes vinculados a la agricultura advierten sobre su importancia en las tolderías. Inclusive en sus cartas suelen asociar su “pobreza” con la carencia de cultivos de trigo y cebada (Barrionuevo Imposti 1988; Tamagnini 1995). Es preciso advertir aquí que recién en los inicios de la década de 1840 las tareas agrícolas habrían

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comenzado a desarrollarse en las tolderías ranquelinas. Ello habría estado ligado, por un lado, al accionar del Gobernador Manuel López, quien en el marco de un tratado de paz con Painé, le habría proporcionado a los ranqueles instrumentos y soldados para que los adiestraran en la labranza. Por otra parte, también habría incidido la presencia de indígenas provenientes de Chile que poseían yuntas de bueyes (Mayol Laferrére 1996; Hux 2004). Los tratados de paz de la segunda mitad del siglo XIX también habrían acentuado las labores agrícolas dado que bajo su amparo los ranqueles siguieron recibiendo semillas, herramientas, bueyes y asesoramiento. Para los años `70 los sembradíos ranquelinos poseían zapallo, sandía, maíz, trigo y cebada (Olascoaga 1940; Baigorria 1977; Mansilla 1993; Tamagnini 1995; Zeballos 2001). El desarrollo de la platería también habría sido afectado por la política nacional. En la perspectiva de Mandrini y Ortelli (1993), la posesión de bienes de plata otorgaba riqueza, prestigio y autoridad. Las mujeres los empleaban como adornos y los hombres embellecían sus caballos. Según Mansilla (1993), en la década de 1870 la plata escaseaba en las tolderías, a tal punto que se estaba perdiendo la costumbre de sepultar al difunto con sus prendas de plata. Ello se fundaba tanto en el temor de los indígenas a que los cristianos robaran las tumbas como en el hecho de que “la plata valía más”, es decir, permitía adquirir bebidas, azúcar y ropa. El valor que los indígenas de mediados del siglo XIX le otorgaban a la plata y su interés por adquirirla habrían influido en sus peticiones al gobierno. Quizá la aceptación de los sueldos en plata boliviana sea parte de este proceso, que también habría ocasionado discrepancias entre los jefes militares y los caciques y entre éstos y sus seguidores. Al igual que con las raciones, los caciques debían informar previamente al padre Donati quienes eran los apoderados para cobrar sus sueldos. Pese a estos recaudos, en algunas ocasiones el encargado del gobierno otorgaba el estipendio a emisarios equivocados. Ello habría ocurrido, especialmente, cuando intervenían ranqueles recientemente reducidos en la frontera que continuaban exigiendo el sueldo que les correspondía por el tratado (Tamagnini 1995).

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Cuando las comitivas indígenas no llegaban a Villa Mercedes, el franciscano recibía los sueldos en nombre de los caciques. Otras veces, éstos le pedían que les “guardara” el dinero con el fin de usarlo gradualmente. Los caciques acostumbran enviarle una nota en la que le reseñaban los bienes que deseaban adquirir y el modo en que iban a abonarlos. En determinadas circunstancias los caciques encargaban objetos “a cuenta” del trimestre, solicitando el “recibo” de lo que se les remitía (Tamagnini 1995). Los sueldos permitían adquirir nuevos bienes según la lógica monetaria, pero paralelamente habrían contribuido al sostenimiento de las relaciones tradicionales. A su vez, los sueldos habrían inducido nuevas funciones en los caciques, que debían decidir entre guardar, dar o gastar la plata boliviana. Con el dinero de los sueldos, los caciques compraban yeguas, bueyes y ovejas (Tamagnini 1995). Las yeguas habrían sido obtenidas cuando las asignadas por el tratado no alcanzaban para todos sus seguidores. La adquisición de bueyes habría sido necesaria para el desarrollo de las labores agrícolas. El ganado ovino si bien tenía un rol destacado en las tolderías –era parte central de la dieta de los ranqueles y proveía de lana para los tejidos–, no formaba parte de las compensaciones trimestrales del gobierno. Los sueldos también permitían a los caciques conseguir determinados bienes, en especial aquellos ligados a la vestimenta, alimentación y objetos de uso doméstico, que eran empleados en las tolderías pero no fabricados en ellas. Entre los pedidos de los caciques, es posible identificar la compra de objetos de plata o bien el envío a la frontera de ciertas piezas para que allí fueran perfeccionadas (Tamagnini 1995). Aparentemente algunos bienes eran para uso de los caciques y de sus capitanejos, pero otros habrían tenido un destino colectivo. En relación al último uso, los sueldos habrían permitido consolidar vínculos de amistad. Quizá por esta razón Baigorrita aclaraba que sólo quería plata “porque aqui no corre el papel sino el boliviano por que cualquier asunto que ocurre se disuelve a fuerza de plata boliviana” (Tamagnini 1995:46).

Finalmente, para los indígenas los regalos eran signo de reconocimiento. Por ello, los bienes que los cristianos obsequiaban a los caciques, además de haber respondido a sus necesidades materiales, habrían servido como ordenadores simbólicos al contribuir con el mantenimiento de posiciones socio-políticas en el interior del mundo indígena y, simultáneamente, al posibilitar su emergencia (Ratto 1994; Tamagnini 1998; Bechis 2000). En la década de 1870 esta forma de reconocimiento se vio modificada porque el gobierno tendió a agasajar sólo a aquellos caciques que cumplían fielmente sus compromisos de paz. En consonancia con ello otorgó regalos “extraordinarios” a los caciques, en especial a Mariano Rosas, que reprendían a los “indios gauchos” que maloqueaban la frontera (Tamagnini 1995). Para comprender este último aspecto es necesario que aclaremos que el tratado de paz de 1872 no fue aceptado por todos los ranqueles. Aquellos que tenían sus tolderías en cercanías de la frontera militar, en particular en los campos del Bagual y el Cuero, desplegaron una política de oposición para con los caciques principales. Ella se manifestó por un lado en la concreción de pequeños malones y, por otro, en el traslado “voluntario” de capitanejos e indios lanzas hacia las reducciones franciscanas emplazadas en Sarmiento y Villa Mercedes (Pérez Zavala y Tamagnini, 2007). En consonancia con este proceso, el incumplimiento por parte del gobierno en el envío de los regalos prometidos ocasionaba el descrédito de los caciques, que quedaban en la encrucijada de tener que elegir entre sus capitanejos. Así, el tratado de 1872 establecía que en enero de 1873 los caciques recibirían uniformes militares y sus capitanejos ponchos de paño fino, botas de becerro y sombreros. Sin embargo, ello se concretó en noviembre de ese año después de que el ministro de guerra y marina se mostrara “satisfecho” con la conducta de Mariano Rosas de controlar y castigar a los indígenas “rebeldes”. Así, Mariano Rosas, Baigorrita, Epumer, Ramón y Cayupán recibieron “ponchos finos, chiripaes y botas granaderas” y 78 capitanejos se beneficiaron con “un sombrero negro y un par de botas lisas”. Estos objetos no agradaron del todo a los indígenas: mientras Mariano puntualizaba que faltaban “diez y ocho bestuarios de los Capitanes”,

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Baigorrita comentaba que sólo le habían entregado “trapos desde el sombrero hasta la bota”. Caciques y capitanes habrían obtenido menos de lo esperado: mientras los primeros se quedaron sin los uniformes (que los equiparaban simbólicamente con los cristianos) los segundos no obtuvieron los ponchos (Barrionuevo Imposti 1988; Tamagnini 1995).

Conclusión Un primer aspecto que se desprende de este escrito está ligado a la necesidad de analizar la economía indígena en términos históricos. Ello implica, por un lado, poner el acento en las variables temporales y espaciales y, por otro, considerar los cambios y continuidades producidos en el uso y posesión de determinados recursos. En ambos casos, resulta de vital importancia conocer cómo se constituyeron las relaciones interétnicas e intraétnicas. En segundo lugar, este trabajo procuró advertir que en la segunda mitad del siglo XIX la economía ranquelina no sólo estaba estructurada por los malones sino también por los tratados de paz. Justamente, se argumentó que durante las décadas de 1850 y, en especial en la de 1870, el racionamiento generado a partir de la diplomacia incidió en el mantenimiento de los indígenas. En tercer lugar y derivado de lo anterior, podemos postular que en los tratados habrían cristalizado las diferencias de poder interétnicas e intraétnicas. Sólo el cacique que era reconocido por su tribu y, en especial, por los cristianos, habría estado en condiciones de impulsar y sostener las tratativas de paz, repartiendo posteriormente los productos cristianos. Si bien éste debía efectuar dicha tarea según las normativas tradicionales (principios de reciprocidad y redistribución), en los hechos no siempre habría actuado de ese modo. Las diferencias en el acceso a los bienes que ingresaban a las tolderías en el marco de los tratados de paz de la década de 1870 serían expresión de este proceso. Los sueldos y las compensaciones extras establecidas en los tratados también pueden ser interpretados como elementos que habrían contribuido al surgimiento y a la ratificación de ciertas jerarquías en las tolderías.

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Por último, el examen de la documentación de la década de 1870 nos permite identificar al ganado vacuno y caballar, a la plata (metal) y a algunos objetos cristianos, en particular aquellos ligados al cultivo, a las telas y a bienes comestibles como indicadores de la vida material en las tolderías. Ellos dan cuenta de la permanencia de ciertas prácticas productivas (ganadería) como también del desarrollo de otras (agricultura). El consumo de bienes manufacturados pone de relieve la adecuación al mercado nacional, en tanto que la plata boliviana se presenta como el elemento más controvertido de este proceso.

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Notas 1.

AHPC. Gobierno. Año 1854. Tomo 239e. Legajo 4. Folios 122/123/124: Remitente no especificado (posiblemente Alejo Carmen Guzmán) a Rudecindo Alvarado, 27/09/1854, Río Cuarto; Folios 127/128/129: Rte: Alejo Carmen Guzmán a Rudecindo Alvarado, 11/10/1854.

2.

SHE. Año 1865. Campaña contra los indios. Doc. Nº 820 y Nº 821.

3.

SHE. Año 1870. Campaña contra los indios. Doc. Nº 1084.

4.

SHE. Año 1872. Campaña contra los Indios. Doc. Nº 1188. En: Levaggi 2000:420-422.

5.

SHE. Año 1878. Campaña contra los Indios. Doc. N° 1346.

6.

AHCSF. Año 1872. Doc. Nº 256. Archivo Enrique Fitte (AEF). Año 1872. Sección VIII. 79 (1). Doc. Nº 811. Este punto no figura en el acta oficial, pero sí aparece referenciado en las actas de negociación como “no admitido” y “rechazado” (Pérez Zavala 2005).