Los populismos de América latina

13 dic. 2007 - historia se enderezó hacia la tragedia. La mayoría serbia pasó a ... caso análogo fue el de Ruanda, donde los tutsis representaban el 14% de ...
122KB Größe 5 Downloads 43 vistas
Notas

Jueves 13 de diciembre de 2007

Circo criollo

¿Kirchner vs. Kirchner? Por Daniel Della Costa Para LA NACION

A

UN el tipo con menos seso que un raviol de fonda (vieja calificación que data de cuando el seso tenía participación en la culinaria nacional y las fondas aún no se habían convertido en restó) habrá advertido, si es que presenció el acto de asunción de la nueva presidenta, que la señora ha experimentado, por alguna razón que ella o su analista sabrán, un cambio copernicano. Y si a ese mismo sujeto, a pesar de su baja calificación mental, le dio el tiempo para comparar esta ceremonia con la que protagonizó, apenas cuatro años y medio atrás, su marido, tendrá derecho a decir: ¡Pero nada que ver! ¡La rosa y la alcachofa! ¡Pavarotti y Los Pibes Chorros! Es que ella, acaso por primera vez en público, se mostró sencilla, emotiva, hizo un excelente discurso, no jugó con el bastón, se tomó la ceremonia en serio, pero sin solemnidad y no saltó las vallas para lanzarse sobre la multitud y darse la cabeza contra la máquina del primer fotógrafo que se le puso en el camino. Es decir, si ambos parecen haber arrastrado hasta ahora las consecuencias de una adolescencia rebelde y acaso malamente abortada – como la de tantos otros en los setenta–, Cristina experimentó un cambio sensible una vez que resultó electa y ensayó ponerse la banda presidencial sobre el vestido de encaje que encargó para la ceremonia de asunción. Expresó ideas, se mostró firme, pero conciliadora y hasta le tendió una mano a la oposición. Menos feliz estuvo en su breve mención de la prensa, pero eso, junto con su condena al FMI, ya forma parte indeleble del estilo matrimonial, o a esa parte del discurso fue él quien le metió mano. Pero esta verdadera revelación abre serios interrogantes. Y no sólo para quienes, desde la contra, se vean lidiando con ella, agrandada como está, sino, más firmemente, para el mismísimo ex y hoy primer varón de la República. Porque ya se sabe cómo son estas cosas. El exitoso enroque conyugal ha dado para que los analistas deduzcan que Néstor se toma un descansito en estos cuatro años, mientras prepara a sus boys en los entresijos de su intrincada metafísica política y crea el PKA (Partido Kirchnerista Auténtico) y, al cabo de ellos, fresco como una lechuga y de común acuerdo con su patrona, vuelve a las pistas en 2011 con la seguridad con que lo hacía Leguisamo, y reina hasta el 2015. Y para entonces verá lo que hace: si le devuelve a ella la banda y el bastón o se lo entrega al pibe o a la nena, que ya estarán en edad de merecer. Pero ojo al piojo. Porque después de la demostración del lunes último, de la firmeza con que sostuvo sus ideas y de los elogios que cosechó, ¿quién puede asegurar que, así como en 2007 se asistió a un inusual traspaso de poder matrimonial, en 2011 no se asista a una lucha, no menos original, entre esposos por la presidencia de la República? El reo de la cortada de San Ignacio no se mostró impresionado. “Es vengativa –sentenció. Y agregó enseguida, a modo de explicación: “¿Vio que hubo un acto con musiqueros, no? ¿Usted escuchó algún tanguito? No. ¿Y sabe por qué? ¡Porque no nos perdona la paliza que le dimos los porteños en las últimas elecciones!” © LA NACION

LA NACION/Página 23

Los populismos de América latina Por Carlos Escudé Para LA NACION

E

L populismo latinoamericano presenta diversas texturas. Bajo el mismo rótulo, incluimos fenómenos muy diferentes entre sí. Quizá su único denominador común resida en una de sus causas: la concentración del ingreso y su correlato, la pobreza masiva. Aunque, según la Cepal, en el último año se ha producido una modesta pero alentadora mejora, ése y otros organismos reiteradamente nos advierten que América latina se distingue de las otras regiones del planeta por su abrumadora brecha entre pobres y ricos. Hay regiones aún más pobres, pero nuestra inhumana polarización en la distribución del ingreso no tiene paralelos. Siendo éste el caso, no sorprende que aquí la democracia frecuentemente arriesgue el futuro en favor del presente. El triunfo de la oposición en el reciente referendo venezolano y la persistencia de estadistas que no son populistas, como Michelle Bachelet, Alvaro Uribe y Tabaré Vázquez, no deben llevarnos a engaños respecto de la tendencia general. En vigencia del sufragio universal, cuanto mayor sea la población por debajo de la línea de pobreza más proclives seremos al populismo. La gente sin esperanzas no suele apostar al futuro, especialmente cuando ha sido sistemáticamente traicionada. Razonará que es mejor pan para hoy y hambre para mañana, que hambre para hoy y para mañana también. Aunque en mayor o menor medida la mayoría de los países de la región siempre han tenido una clase marginal masiva, lo que ha cambiado en el último cuarto de siglo es

pero dominaban la economía. En cuanto se estableció la democracia, la mayoría hutu dominó el sistema político. En 1994, civiles hutus masacraron a 800.000 tutsis. En otras ocasiones, la minoría económicamente dominante fue expulsada, como ocurrió con los blancos en Rodesia. A su vez, en la ex Unión Soviética una minoría judía económicamente privilegiada se sintió obligada a emigrar. En casos más venturosos, como el de Sudáfrica, se pudo evitar el genocidio, pero no sin peligrosas turbulencias que pudieron terminar muy mal. Cuando se produce este divorcio entre una mayoría que domina el proceso electoral y una minoría étnicamente diferente a simple vista, que domina la economía, típicamente se genera un proceso que sobreviene en tres fases. La primera es un impulso hacia la confiscación de la riqueza de la minoría dominante. La segunda es una reacción defensiva de la minoría opulenta contra la democracia electoral. Agotada esa instancia (que suele ser la de las dictaduras militares), la tercera fase se caracteriza por una violencia, a veces genocida, contra la aborrecida minoría. El parecido entre los casos mencionados y el incierto drama que se desencadena actualmente en Bolivia es estremecedor. La mayoría de la población es indígena, pero Morales es el primer presidente de ese origen en su historia. La mayor parte de los recursos naturales se encuentran en cuatro departamentos cuya población es percibida como blanca. En forma permanente, crece

La gente sin esperanzas no suele apostar al futuro, especialmente cuando ha sido sistemáticamente traicionada que ahora nuestros sistemas políticos están mucho más cerca de ser democracias electorales plenas. Aun en los casos afortunados en que se evitan los excesos demagógicos, cuando el ingreso está muy concentrado cada elección resulta una especie de ruleta rusa. Obviamente, la fuente de este mal no es la democracia, sino la codicia de nuestras burguesías prebendarias, que ha sido mayor que en otras partes del mundo. No obstante, la diversidad entre nuestros populismos es enorme. Hay un populismo de izquierda y otro de derecha: los gobiernos de Carlos Menem en la Argentina y Alberto Fujimori en Perú ilustran el segundo caso, frecuentemente ignorado por los analistas. Tienden a conquistar el poder con los métodos del populismo clásico y luego instrumentan políticas que concentran el ingreso, distribuyendo prebendas entre empresas amigas. Pero no es ésta la única diferencia. Hay un populismo que se encarna en un líder carismático, como el de Hugo Chávez en Venezuela, y otro anclado en un partido populista tradicional, como el de Néstor Kirchner en la Argentina. Además, como señaló recientemente el politicólogo Kenneth Roberts, el populismo a veces se ejerce desde arriba hacia abajo, como lo hace Chávez en su país y antaño lo hizo Juan Perón entre nosotros. En este caso, el hombre fuerte, magnánimo y paternal seduce por medio de la distribución de beneficios, que en alguna ocasión ni siquiera fueron reclamados. Se adelanta, cosechando premios políticos. Pero otras veces es al revés, y el populismo resultante es un emergente que viene de abajo hacia arriba. Es lo que ocurre con Evo Morales en Bolivia. Allí, el gobernante ofrece lo que exigen unas mayorías enardecidas, que están conscientes de haber sido dominadas y explotadas durante siglos. Este es el caso más extremo, que ilustra con claridad que no es con voluntarismo

Bolivia es el caso más extremo de polarización, el que ilustra más claro que no es con voluntarismo como se supera el populismo

Bajo el mismo rótulo, incluimos fenómenos muy diferentes entre sí. Quizá su único denominador común resida en una de sus causas: la concentración del ingreso y su correlato, la pobreza masiva

como se supera el populismo. En Bolivia no sólo nos encontramos con una polarización abismal en la distribución del ingreso. Su situación se agrava porque la minoría que domina la economía se diferencia étnicamente, de una manera visible, de la mayoría que domina el sistema político. Como lo diagnosticó Amy Chua, una distinguida profesora de derecho de la Universidad de Yale, en su libro World on Fire (2003), en tales circunstancias tiende a generarse un etnonacionalismo potencialmente catastrófico, que enfrenta a una minoría étnica opulenta y odiada con una mayoría autóctona iracunda, fácilmente movilizable por políticos que buscan votos. En estos casos, la democracia se convierte en el motor de la conflagración étnica.

Más allá de América latina, dos casos extremos en los que esta combinación condujo al genocidio son la ex Yugoslavia y Ruanda. En Yugoslavia los croatas eran la minoría dominadora de la economía. Bajo el comunismo de Tito hubo estabilidad, pero con la democratización, la historia se enderezó hacia la tragedia. La mayoría serbia pasó a controlar el sistema político, los croatas optaron por la secesión y los serbios se lanzaron a recuperar la integridad territorial, desencadenando venganzas genocidas contra los croatas, a quienes odiaban, y contra los bosnios, a quienes despreciaban. Eventualmente, todas las partes se volvieron genocidas. Un caso análogo fue el de Ruanda, donde los tutsis representaban el 14% de la población

la tensión entre los empobrecidos indígenas de las tierras altas y los terratenientes de tez más clara de las tierras bajas. Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando albergan ambiciones secesionistas. Se oponen a la nacionalización de los hidrocarburos y a las confiscaciones de tierras del gobierno, exigidas por la mayoría indígena de las sierras. La situación no es demasiado diferente de la de la ex Yugoslavia antes de su guerra civil. Y, en menor medida, se viven situaciones similares en Ecuador, Perú y algunas regiones mexicanas. Por lo tanto, en América latina nos encontramos con dos tipos de problemas estructurales complementarios, originarios de nuestros diversos populismos. Por un lado, están las clases masivas de marginados, acrecentadas por obra de mecanismos de concentración del ingreso que sistemáticamente fueron puestos en funcionamiento por burguesías prebendarias que capturaron a todos nuestros Estados. Por el otro, en algunos países está el conjunto de fenómenos emergidos de la dominación crónica de grupos autóctonos mayoritarios por parte de minorías étnicamente diferentes. Ambos fenómenos se agravaron, en tanto la democracia electoral finalmente ha dejado de ser una ficción y las mayorías sumergidas han pasado a dominar los sistemas políticos. En este contexto poco promisorio, la buena noticia para los argentinos es que, según un informe anual de la Cepal titulado Panorama social de América latina 2007, el nuestro es el país de América latina en que más se redujo la pobreza durante 2006. En aquellos países que aún pueden evitar una eventual catástrofe, éste es el único camino para la superación del populismo. © LA NACION El autor es director del Centro de Investigaciones Internacionales de la Universidad del CEMA e investigador principal del Conicet.

Temas pendientes, cinco años después WASHINGTON N abril de 2003, en el Woodrow Wilson Center de esta ciudad, un debate interdisciplinario se propuso poner la crisis argentina de comienzo de siglo entre paréntesis e identificar temas para reflexionar hacia el futuro. Ante el nuevo cambio de gobierno, parece necesario debatir algunos de esos mismos temas hoy, dado que varios de los problemas centrales de la transición de Eduardo Duhalde a Néstor Kirchner aún están pendientes de resolución cuatro años más tarde, en esta transición de Kirchner a Kirchner. Al menos tres de ellos deberían ser abordados hoy. En primer lugar, y al igual que en 2003, la Argentina continúa sin tener política exterior, en el sentido estricto del término, esto es, objetivos estratégicos que vayan más allá de quien esté en el gobierno. La ausencia de principios permanentes ha llevado a posiciones internacionales pendulares y generalmente impredecibles, dañando la credibilidad del país. Así como en los noventa el país tuvo un alineamiento “automático” con Estados Unidos –sin otro propósito que alimentar la ilusión de ser un país de primer mundo–, desde entonces se ha adoptado la postura opuesta, sin mayor contenido que el de un “latinoamericanismo”, utilizado como mera artillería discursiva. Persiste, así, una tendencia a hacer política exterior sólo sobre

E

la base de ideología, en lugar de hacerla a base de un orden normativo. Esto nos hace miopes aun a la luz de nuestras experiencias más cercanas. De hecho, se puede ser muy de derecha y enfrentarse a Estados Unidos –como Galtieri al llevar al país a una guerra– y se puede ser bien de izquierda y cooperar con ese país –como los socialistas chilenos al firmar un tratado de libre comercio. Basada en principios, la política exterior podría entonces priorizar

Varios de los problemas existentes en la transición de Duhalde a Kirchner aún están sin resolver temas permanentes, como la democracia, los derechos humanos, la legalidad internacional y la eliminación del proteccionismo en los países industrializados. Ello identificaría un espacio propio en el escenario internacional, una identidad de país independientemente de quien ocupe la Casa Rosada, tanto como de quien lo haga en la Casa Blanca. Los observadores mejor informados pronostican cambios con el nuevo gobierno. Ello es probable y deseable. Más cercana a Brasilia que a Caracas, comprometida con la causa AMIA y empática con otras mujeres democráticas –Angela Mer-

Por Héctor E. Shamis Para LA NACION kel, Michelle Bachelet o la misma Hillary Clinton– los primeros gestos de la presidenta Cristina Kirchner son auspiciosos. Ojalá comencemos a transitar un camino distinto en la política exterior. En segundo lugar, aparece la economía. Sin duda, el país se ha recuperado desde la gran crisis de 2001, pero no es una recuperación basada en un programa de inversión que permita sostener el crecimiento, sino que es la resultante de una paridad cambiaria deliberadamente alta y de precios internacionales favorables. Como tal, es una recuperación de corto plazo, dado que ambas variables ya muestran signos de agotamiento. El tipo de cambio real se está apreciando, evidenciado por el paulatino achicamiento del superávit comercial y por la burbuja inmobiliaria. Y los precios favorables no serán eternos, como ya se puede apreciar en la caída de la demanda china por soja y en la recesión en ciernes en Estados Unidos. Estos cambios de ciclo pondrán presión en el ahorro fiscal y afectarán la política macroeconómica en su conjunto. Mientras tanto, el nuevo gobierno tiene por delante decisiones que no pueden postergarse. La deuda con el Club de París debe ser (y, aparentemente, será) reestructurada. Sólo así será posible atraer in-

versión fresca, incluyendo negociar con las empresas de servicios –de capital europeo– nuevas inversiones en el área energética. Por el otro lado, la economía debe enfriarse, y la realidad macroeconómica debe sincerarse. En los círculos financieros internacionales, es una verdad a voces que en la Argentina los indicadores económicos son ficticios. No es sólo la inflación, un escándalo que se repite indefinidamente. Se duda también de la posición fiscal y la oferta monetaria, del verdadero desempleo y de la propia tasa de crecimiento que el Gobierno anuncia con gran pompa cada treinta días. La consecuencia de todo esto: la creciente desconfianza del inversor de riesgo. Ciclo económico, ciclo político Al cambiar el ciclo, habrá desaceleración del crecimiento y, probablemente, inestabilidad política; el tercer problema en la agenda de la transición. Aquí viene lo más grave, porque el sistema político argentino no posee autonomía alguna respecto de la economía. En la Argentina existe un sólo tipo de ciclo, el económico, y la política lo sigue y lo refuerza. Cuando la economía se expande, quien está en el poder se queda –Menem y, de hecho, Kirchner– y cuando la economía se hace

ingobernable, quien está en el poder debe irse antes de tiempo –Alfonsín, De la Rúa y, hasta cierto punto, el mismo Duhalde–. Esto es desafortunado, porque la democracia es una esfera autónoma que funciona sobre la base de instituciones que permiten, entre otras cosas, moderar los efectos de los ciclos económicos. Pero para hacer política contracíclica hace falta, precisamente, un tejido institucional denso: partidos políticos organizados e insertados en la sociedad civil, un parlamento

Con vacas gordas, este sistema se sostiene, pero con vacas flacas generaría mayor inestabilidad con protagonismo y un Ejecutivo dispuesto a cumplir no sólo con el texto constitucional sino también con su espíritu. El problema es que Néstor Kirchner en el poder ha erosionado estas imprescindibles funciones de un Estado democrático. Los partidos políticos son hoy más débiles que en 2003, incluido el partido que supuestamente gobierna. La oposición ha sido cooptada y fragmentada a partir de acuerdos circunstanciales entre personas. El Congreso es, por ende, un mero apéndice del Ejecutivo, en el que la aprobación del mismísimo presupuesto –la ley más importante

para todo Poder Legislativo– no es más que un simple trámite administrativo que se resuelve en horas. Que todo esto haya ocurrido durante cinco años consecutivos de acelerado crecimiento económico y superávit fiscal –condiciones propicias para abordar tareas esenciales de consolidación institucional– lo hace aun más inconcebible. Desafortunadamente, nada permite pensar que esta realidad vaya a cambiar ahora con Cristina Kirchner en el poder. Ambos son corresponsables de una manera de gobernar que ha producido este deterioro institucional, y la candidatura y elección de la senadora Kirchner es el beneficio directo. Es más, el pedido de renovación de los superpoderes sugiere continuidad. La Argentina consolida así un sistema democrático, pero, literalmente, sin partidos políticos, con tenue densidad institucional y basado en la discrecionalidad del superpresidente. Con vacas gordas y encuestas de popularidad, este sistema se sostiene. Pero como la historia desde 1983 nos enseña, con vacas flacas e insatisfacción en la sociedad, este sistema sólo sirve para generar mayor inestabilidad. Esta manera de hacer política debe cambiar cuanto antes, sobre todo antes de que cambie el ciclo económico. © LA NACION El autor es profesor en la American University. Su correo electrónico es schamis@ american.edu.