Los manuscritos perdidos del señor Kafka

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SOCIEDAD | 23

| Domingo 28 De octubre De 2012

LOS TALENTOS | HOY, franz kafka Max Brod salvó del fuego sus papeles y los publicó. La secretaria de Brod se quedó con algunos y vendió unos cuantos; su hija lucha ahora en la justicia para no ceder el resto a la Biblioteca de Jerusalén, ciudad en la que el escritor añoraba refugiarse.

Los manuscritos perdidos del señor Kafka Texto Marcos Aguinis | Ilustración Alfredo Sábat

C

inco minutos antes de que los nazis cerrasen las fronteras de Checoslovaquia, en el último tren que salía de Praga, pudieron fugar los principales manuscritos de uno de los referentes máximos de la literatura moderna, hasta entonces poco conocido. El épico salvataje fue realizado por Max Brod. Los papeles pertenecían a Franz Kafka, su mejor amigo. Ambos habían deseado instalarse en Tierra Santa. A Kafka lo detuvieron las cadenas de su tuberculosis. Brod recién decidió dar el gran paso cuando se tornó fulminante el avance del nazismo. Antes de morir, en un gesto coherente con la asfixia y el estupor de sus personajes, Kafka imploró que todos sus cuentos, novelas, cartas, ensayos, borradores, diarios y dibujos fuesen quemados. Era una prueba de autoodio, o de escepticismo, o de venganza. Pero también podía haber funcionado una visión profética que le permitió ver las hogueras que transformarían en cenizas los libros judíos y él habría optado –con la valentía de los lejanos héroes de Massada que conoció en sus estudios de historia–, en no darles ese placer a los verdugos. En Massada habían resistido varios centenares de judíos a la demolición que los romanos aplicaban a su país y, ante la derrota inminente, prefirieron darse la muerte entre sí mismos que ser degollados por los invasores. Son conocidos los méritos de Max Brod. No sólo desobedeció a su amigo para salvarle la herencia y convertirlo en un punto cardinal de la literatura planetaria, sino que

escribió mucho sobre él y se esmeró por difundirlo con pasión. Aún no apareció el libro que describa con suficiente fuerza el conflicto que ardió en el corazón de este hombre, conminado a decidir entre dos voluntades: la de su amigo y la de su conciencia de escritor. Gran parte de los manuscritos fueron a resguardarse en la Bodleian Library de Oxford. Pero un considerable remanente continuó en manos de Max Brod hasta su fallecimiento en 1968. Era un tesoro inquietante y, también, el recuerdo de la traición con que inmortalizó a su admirado amigo. La secretaria de Brod, Eva Hoffe, se ocupó de conservarlo, desobedeciendo a su jefe, que ya deseaba ponerlo al alcance del público. Esta desobediencia no fue tan altruista como la de Brod en su momento, porque en lugar de poner ese material precioso al alcance de lectores e investigadores, lo guardó en seguras bóvedas de bancos suizos e israelíes. Una porción fue vendida al Archivo de Literatura Germánica de Marbach por una considerable suma de dinero. Las hijas de Eva pretendieron seguir ese ejemplo egoísta. Lo notable de semejante e infrecuente historia es que reproduce el clima creado por el mismo Kafka en casi todas sus obras. El adjetivo “kafkiano” –del que se hace uso y abuso– calza perfectamente. Hubo un juicio. El juicio fue tan largo como en El Proceso, porque se dilató por décadas. El

final parecía haberse acercado cuando la justicia israelí falló en favor de la Biblioteca Nacional con sede en Jerusalén. Iba a ser un final glorioso. Pero como se trata de un asunto “kafkiano”, la única hija sobreviviente de Eva Hoffe anunció su voluntad de apelar. Es decir, aún queda abierta

la cuestión. Sigue el clima de incertidumbre. Y angustia. Dora Diamant fue una periodista que conoció Kafka en una colonia de vacaciones judía. Provenía de una familia ultraortodoxa, de la que huyó en busca de oxígeno. Pero mantenía su entusiasmo por la cultura judía,

que compartió con Kafka durante años. Se instalaron en Berlín. La paz no duró mucho tiempo, ya que los pulmones afectados del escritor lo obligaron a regresar al detestado hogar paterno de Praga. Dora, sin embargo, se convirtió en el custodio de veinte cuadernos y treinta y cinco cartas que finalmente le confiscó la Gestapo en 1933 en uno de sus asaltos iniciales. Aún sigue la búsqueda de este material, cuyo destino da lugar a especulaciones fantásticas, como no podía ser de otra forma. Franz Kafka fue un joven idealista interesado por el socialismo, el anarquismo y el sionismo. Estudió hebreo y asistía con fervor al revolucionario teatro en idish de Praga. Como si hubiese desplazado a su literatura la prohibición de pronunciar el nombre de Dios, jamás incluyó la palabra judío en sus obras. La excluyó obstinadamente. Constituye otro de los misterios sobre los que no se han podido poner de acuerdo los exégetas. Es su sanctasantorum personal al que no tienen acceso los demás hombres. Igual que varios otros sanctasantorum que pueblan sus perplejizantes ficciones, donde el asombro reemplaza a la razón. Antes de descubrir su vocación literaria, creyó estar destinado para las ciencias naturales, la historia del arte y la filología alemana. Terminó cursando Derecho, donde tuvo como maestro a Alfred Weber, hermano de Max Weber. Fue quien lo introdujo en los claroscuros de deshumanización que aparecían en la sociedad industrial, le dirigió la tesis doctoral y ejerció un importante influjo al hacerle percibir las contradicciones entre el progreso y la dicha. La personalidad compleja de Franz Kafka desalienta cualquier intento de abarcarlo en su totalidad. Temía ser percibido de forma repulsiva pese a su aspecto pulcro y austero, su veloz inteligencia y un frecuente sentido del humor. Tenía los ojos potentes para ingresar en el mundo oscuro y percibir los desconciertos humanos. Pero cuando leía algunos de sus capítulos a los

Ascienden a 7 las muertes en el supermercado neuquén. Ya habrían sido retirados los cuerpos de todas las personas que estaban como desaparecidas,

entre ellas dos niños de 3 y 5 años; impedirían la salida del país del dueño del edificio lindero

Los cuerpos sin vida de cuatro personas, entre estas dos niños de 3 y 5 años, fueron hallados ayer entre los escombros del derrumbe del supermercado Cooperativa Obrera de la ciudad de Neuquén, con lo que ascendió a siete el número de víctimas fatales. Fuentes oficiales informaron a la agencia DyN que los rescatistas continuaban anoche con su tarea en búsqueda de otras víctimas, pero indicaron que con el hallazgo del séptimo cuerpo habían encontrado

a todas las personas denunciadas como desaparecidas por parte de familiares. Sin embargo, el ministro de Coordinación de Gabinete, Gabriel Gastaminza, indicó que “hasta sacar el último escombro” no se puede hablar de “números definitivos de víctimas”. Voceros de la provincia de Neuquén informaron ayer que, en total, los rescatistas encontraron ayer los cuerpos de cuatro personas: dos hombres adultos de entre 40 y

55 años, y dos niños de 3 y 5. Estas cuatro víctimas se sumaron a otras tres halladas anteayer, todas mujeres de 18, 35 y 70 años. De este modo, bomberos y personal especializado lograron sacar los siete cuerpos de las personas reportadas como desaparecidas, mientras otras 17 fueron rescatadas con vida el día del siniestro, se informó oficialmente. Fuentes oficiales confirmaron que entre las víctimas halladas ayer se encuentran los dos niños que estaban con una tía el día del derrumbe

causado, el jueves pasado, por una construcción lindera considerada “clandestina” por autoridades municipales. El secretario de Servicios Urbanos del Municipio de la ciudad de Neuquén, Sergio Sanfilippo, había destacado que las tareas realizadas en el lugar del siniestro, al señalar que se abocó a la labor el personal municipal: “Esto es quirúrgico y muy lento”. El funcionario confirmó que el accidente fue provocado al desmoronarse una construcción “clandes-

tina”. “Había un sector de una obra de 8 departamentos que estaba totalmente clandestina. Un sector que de la única manera que se puede divisar es con un helicóptero o con un avión, porque estaba en el corazón de la manzana”, indicó Sanfilippo. Según informó el diario Río Negro, el fiscal Ignacio di Maggio pidió a la Justicia que impida salir del país al dueño del edificio en construcción que se derrumbó sobre el techo del supermercado y ordenó allanar su domicilio en busca de pruebas.ß

íntimos, les hacía soltar carcajadas. Alternaba los encuentros sociales con espacios compactos de soledad, como los que vivió en un pequeño cuarto del imponente castillo de Praga, en la callejuela de los alquimistas, donde aún hoy pareciera venir a nuestro encuentro con el peinado de su abundante cabello oscuro con raya al medio, mirada triste, pómulos enflaquecidos por su enfermedad, orejas abiertas a todos los sonidos y labios soñadores que guardan muchos secretos. Su primera novela, Beschreibung eines Kampfes (Descripción de una lucha), habla de los conflictos internos que el narrador despliega en primera persona ante otro personaje. Expresa la inseguridad vital permanente por la intromisión de lo improbable en lo probable, de lo fantástico en lo real. Fue un milagroso anticipo de toda su obra, como si ella ya hubiese sido escrita antes de su propio nacimiento. Borges lo admiró tempranamente y fue uno de sus primeros traductores. Lo comparó con Zenón de Elea, cuyas paradojas y aporías trataban de demostrar que las sensaciones del mundo son ilusorias. Uno de las más populares relatos de aquel sofista fue la carrera entre Aquiles (“el de los pies ligeros”) con una tortuga. Los sofismas pueden ser finalmente destruidos, pero nunca cesan de provocar la inquietud de que mucho se nos escapa del claro entendimiento. Y ahí reside el más grande yacimiento de la literatura que no cesa de explotarse, desde los cuentos infantiles hasta las creaciones del realismo mágico. No es casual la sorpresa que produjo la transformación en un escarabajo gigante del aburrido viajante de comercio Gregor Samsa en La metamorfosis. Allí se trenzan la realidad cotidiana con una insondable distorsión de los sentidos. Pero también nace una desembozada forma de expresar los abismos de la imaginación. Por eso, Franz Kafka no sólo quedó instalado en la galería de los genios, sino que voló hacia la galaxia de los mitos. Ahora, el mejor homenaje que se puede rendir a este autor universal es que buena parte de los escritos dibujados por su mano residan en Jerusalén. Es como llevar a Jerusalén a los inolvidables héroes de Massada.ß

Búsqueda bajo los escombros Aún no han terminado las tareas de los rescatistas

Gabriel Gastaminza ministro de coordinAción de gAbinete

“Hasta sacar el último escombro no podemos hablar de números definitivos”