“Los cuentos del abuelo” “El misterio del hombre de las minas”

Siéntense mis queridos nietos, hoy les contaré una historia que ocurrió hace mucho tiempo atrás, en ... partida, mañana es domingo, din don te vi”. Riendo y ...
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“Los cuentos del abuelo” “El misterio del hombre de las minas” - Siéntense mis queridos nietos, hoy les contaré una historia que ocurrió hace mucho tiempo atrás, en una mina llamada Turmalina. - - ¡Qué emoción!¡Yey! – gritaban los nietos. - Primero aclaremos unas cosas: a los lugares donde existen minerales se les denomina “minas” y a los que trabajan para extraerlos se les dice “mineros”. - ¡Interesante!¡Wow! – exclamaron los nietos. - Abuelo, además muchos de los trabajos en las minas se hacen bajo tierra, en túneles y por eso hay que alumbrarse con linternas, y lámparas a batería. - ¡Así es Luciana! Agregando a lo que dijiste, ¿sabían que los mineros creían en la existencia de un personaje muy pequeño, rubio y barbudo que aparecía de vez en cuando en las minas? Se les decía: duende, gnomo, pitufo o muqui. En quechua se les decía muquis. Los antiguos mineros decían que habían muquis buenos y malos. Los buenos, enseñaban donde estaban los minerales más valiosos y no asustaban a la gente, mientras que los malos eran todo lo contrario. - ¡Asombroso abuelo! No sabía eso – dijo Santiago. - Bueno, ahora que ya saben todo lo necesario, ahora sí podemos empezar. Este cuento se remonta a muchos, muchos años atrás… Hace 39 años, vivía un hombre amable y bueno, pero enigmático llamado Lucho. Lucho era un minero que vivía hace muchos años en una mina a 70km. de Lima, llamada Turmalina. Él era un hombre de aventura, amaba lo misterioso y extraño, tanto así que él se volvió uno. Tantos años han pasado desde que ocurrió este hecho que no recuerdo bien cómo sucedieron. Solo tengo bien presente que era un día que habíamos terminado la tarea y salíamos muy cansados para la casa. Lucho y yo siempre salíamos al último. Siempre nos tomábamos la precaución que no se quede ningún obrero solo, dentro de la mina. Él revisaba siempre el lado derecho y yo, el izquierdo de la mina. En ese cierto día que ocurrió el suceso, Lucho no se había presentado en el trabajo y nadie lo había visto, algo muy extraño para mí, puesto que en los seis meses que yo llevaba trabajando ahí, él nunca había faltado, pero mineros antiguos decían que era normal, que aparecía y desaparecía siempre, y no se sabía nunca donde había estado y porque no se había presentado al trabajo. Lo que sí me contaron los mineros es que siempre en sus desapariciones, la mina tenía menos minerales y no sabían cómo eso era posible, ya que nadie entraba en la mina. Me quedé tan pensativo después de lo que me contaron los mineros que no me di cuenta que el día había terminado y era hora de regresar a mi casa, no sin antes hacer la revisión respectiva de la mina. Revise mi lado, todo conforme, me iba a disponer a revisar el lado de Lucho, cuando me acordé que este me dijo, tiempo atrás, que nadie podía revisar su lado, solo él. No sabía qué hacer, pero opté por hacer caso a sus palabras y me di media vuelta. Cuando estaba saliendo de la mina, algo me hizo volver la cabeza hacia atrás. Cuan fue mi sorpresa cuando vi que por el lado derecho de la mina había varias personas, incluyendo a Lucho, que llevaban carretillas llenas de mineral muy brillante por otros lugares. Mi reacción fue inexplicablemente lenta.

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Pasaron muchos segundos para darme cuenta que esos hombrecitos y Lucho vestían muy diferente, estaban barbudos y corrían y saltaban como cabras. Se les notaba muy alegres. Cuando pude hablar, grité: -

¡Hey, Lucho!¡Paren!¡Dónde se llevan el mineral!

¿Por qué Lucho se veía tan diferente? ¿Qué hacía ahí? ¿Dónde había estado? Eran tantas preguntas que tenía, no comprendía nada. Tuvo que pasar otro par de segundos para que pudiera reubicarme y darme cuenta que… ¡Lucho y esos hombrecitos eran los famosos muquis de las minas que la gente tanto hablaba! De repente, Lucho volteó, y al notar mi presencia, me miró y riendo gritó: - “El sol es oro, la luna es plata, la mar esmeralda, el cielo es rubí, el árbol está cojo, la roca partida, mañana es domingo, din don te vi”. Riendo y saltando se metieron en las partes más oscuras de la mina y ya no los vi. Me quedé perplejo y muy asustado. Solo atiné a salir corriendo de la mina. Muchos días me duró esta impresión. Felizmente ya no los volví a ver a los hombrecitos ni a Lucho otra vez. Yo a veces dudaba de que los hubiese visto y me preguntaba si a lo mejor lo había soñado. Pero una cosa era cierta, tenía muy grabado el canto de Lucho o el duende y me lo repetía a menudo ¿Qué habría querido decir? ¿Cómo poder descifrar este misterio? Mientras más lo pensaba, más confusa era la respuesta. Opté por olvidarme de este suceso para que no me duela la cabeza. Tampoco lo contaría a nadie para que no se rían de mí, como lo hacen con el loco Jack, que decía haber visto lo mismo que yo, dos años atrás. Debo admitir que yo tampoco le creía, hasta que ocurrió lo que ya saben, pero prefiero mantenerlo en secreto. Era un día sábado, me tocaba descanso, y lo mejor que hice esa tarde, era sentarme a ver una puesta del sol y apreciar los celajes maravillosos que tanta paz dan al espíritu. Estaba tan absorto en mis pensamientos que no reparé que muy cerca pasaba un pastor con algunas ovejas. Las ovejas llevaban en el cuello un collar de donde colgaban dos campanitas y que, al paso de ellas sonaban así: -

Din, don, din, don.

Otra vez reaccioné muy lento. Tardé mucho en darme cuenta que el pastor vestía muy raro. Claro, se trataba de un muqui, ¡de Lucho!, ahora lo veía a la luz del día. No me explico por qué dejé pasar algunos minutos antes de comenzar a corretearlo, gritándole que se pare. Este corría cerro arriba, saltando, riendo a carcajadas, y a una velocidad increíble. Nunca lo alcancé. Me cansé terriblemente. Regresé y me acosté a descansar en un tronco de árbol roto y una roca partida. Recién entonces se aclaró mi cerebro. Ahora era tan claro ese enigma de la canción. Ese día era sábado y mañana era domingo. El sol parecía un disco de oro y la luna semejaba un disco de plata. Las campanitas habían sonado: Din don, din don. Y yo, había gritado: Te vi, te vi. Entonces en este lugar debería haber algo, ¿será un tesoro? Busqué y encontré una moneda de oro, y también de plata. ¡Incluso encontré todo el mineral que los muquis habían cogido! Y me entró la ambición, y comencé a buscar, cavar, … Pero no encontré nada más. Se vino la noche y me dije volveré mañana a seguir buscando. Al día siguiente, cuando regresé a seguir buscando el tesoro y recoger lo que había encontrado, ya no encontré el lugar, por más que busqué, el lugar había desaparecido. FIN 2