Límites de lo humano

15 sept. 2007 - hablar del genocidio nazi, ya que matar a los judíos no suponía un sacrificio sa- grado, ni siquiera una pena capital, sino la posibilidad de ...
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LA POTENCIA DEL PENSAMIENTO

CRÍTICA DE LIBROS

POR GIORGIO AGAMBEN

Reseñas: Echenoz, Monsiváis, London Cippolini, Mochkofsky, Cusset y Haber

ADRIANA HIDALGO TRAD.: FLAVIA COSTA Y EDGARDO CASTRO 528 PÁGINAS $ 64

FILOSOFÍA

Límites de lo humano La selección de un conjunto de ensayos del filósofo Giorgio Agamben arma un libro insoslayable que reflexiona agudamente sobre el hombre como “ser de pura potencia”, destinado a una felicidad que es, también, una forma de la redención histórica POR JORGE MONTELEONE Para La Nacion

L

a potencia del pensamiento del filósofo Giorgio Agamben (Roma, 1942) reside en buena parte en la luminosa serie de volúmenes que publicó sobre el concepto de homo sacer, figura del arcaico derecho romano, que establecía una cruel paradoja: el homo sacer no podía ser sacrificado en tanto su vida era “sagrada”, pero, no obstante, cualquiera podía darle muerte impunemente. Esta paradoja estaría en la base de todo exterminio, como el de los judíos bajo el nazismo. Agamben sostiene que el término holocausto no es el adecuado para hablar del genocidio nazi, ya que matar a los judíos no suponía un sacrificio sagrado, ni siquiera una pena capital, sino la posibilidad de recibir la muerte por la mera condición de judíos, en su desnuda existencia (la “nuda vida”), desprovista de todo derecho. Así, la política moderna basa su dominio en la vida misma, como término de su poderío, donde toda decisión sobre la humana existencia supone también la decisión sobre la muerte. La aparición de estos libros fue estimulante, incluso para sus críticos. La serie Homo Sacer, que va del examen del campo de concentración como “paradigma biopolítico moderno” hasta la noción del “estado de excepción”, cuando ante el imperio de la ley un poder soberano establece la suspensión legal de su validez, incluyó hasta ahora tres volúmenes. Pero, desde su primer libro, El hombre sin contenido (1970), la obra de Agamben fue creciendo y su desarrollo puede fijarse como la de un conjunto de círculos concéntricos que amplían de un punto a otro su rica dimensión filosófica. Los hitos de su formación fueron modelándola, desde el seminario sobre Heráclito, que en 1966 tomó con Martin Heidegger en Le Thor, sus estudios filológicos y filosóficos de la antigüedad griega y latina y sus estudios lingüísticos, hasta el minucioso trabajo de edición e interpretación 16 I adn I Sábado 15 de septiembre de 2007

Agamben ARCHIVO

En todos los ensayos se percibe la intensidad del estilo y la contundencia de la metodología del autor. Allí no hay ironía sino una impregnación emotiva de los temas tratados del legado de Walter Benjamin (cuyas obras completas editó en lengua italiana) o la docencia de la Iconología, en el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia, esa “ciencia nueva” creada por el heterodoxo historiador del arte Aby Warburg. La editorial Adriana Hidalgo viene editando en versiones realizadas por traductores argentinos varios libros de Giorgio Agamben. Ahora presenta La potencia del pensamiento, una imprescindible colección de veintiún ensayos y conferencias, escritos entre 1980 y 2004, que el filósofo italiano reunió en

el 2005. Los dividió en tres partes: “Lenguaje”, “Historia” y “Potencia”. La lectura de este conjunto puede hacerse en tres niveles. El primero corresponde a la lectura azarosa de los textos, según los intereses de cada lector, ya que tienen relativa independencia y fueron escritos para una ocasión única. En todos se percibe la intensidad del estilo y la contundencia de la metodología de Agamben. Allí no hay ironía ni distancia, sino una impregnación emotiva de los temas tratados, como si su autor adhiriera a sus resultados, preservando la subjetividad del ensayo. La presentación del problema filosófico se manifiesta a menudo como un examen filológico y etimológico del significado de las palabras, junto a una contraposición historizada de los términos en cuestión: en el corazón del sentido de las lenguas y de las nociones y asimismo en la contraposición entre pasado y presente, Agamben obtiene el contenido de la verdad y a menudo las rectificaciones para llegar a una definición, aunque ésta se presente como una paradoja o una aporía. Pero cuando su laboriosa argumentación, amena y conscientemente didáctica, llega a su fin, el razonamiento suele abrirse a una generalidad que, muchas veces, si no remata en una pregunta, manifiesta un deberser de la filosofía, una meta, una misión, para que el conocimiento esté a la altura de su tarea histórica. Por ello, aunque las premisas y conclusiones de Agamben sean pesimistas, su ejercicio está lejos de serlo, y reclama para sí aquello que percibía en el ángel de las tesis de filosofía de la historia de Benjamin: no una figura melancólica-luciferina como interpretó Gershom Scholem, sino una luminosa busca de la felicidad como redención histórica. El segundo nivel de lectura es el que propone la división en secciones, como un orden conceptual. En la sección “Lenguaje”, la autofundamentación de lo humano a partir del hecho intransferible y único del habla. Agamben reflexiona sobre la experiencia de los

límites de la lengua, lo dicho y lo no dicho, las posibilidades de la voz humana y las ambigüedades del pronombre personal, o las facultades de la mirada y de la voz en relación con la enunciación. La “Historia” es tratada a partir de la pregunta por el origen, pero no como pasado inmemorial sino como hecho histórico y, asimismo, la pregunta por el cumplimiento, la finalización del acontecer y la finitud. Ello abre, por un lado, la reflexión sobre la memoria y el olvido, o los valiosos estudios sobre la noción de Ereignis en Heidegger o lo demoníaco o la ley en Benjamin y, por otro lado, sobre el modo de articular una memoria histórica, por ejemplo en el arte, en historiadores y críticos como Aby Warburg o Max Kommerell. La “Potencia”, en fin, se refiere a la capacidad o la facultad del poder humano en su especificidad, antes del acto mismo y sin confundirse con él; de allí que la potencia del pensamiento tiene incluso la facultad de no pasar al acto, y aun de no pensar. Así, analiza menos las realizaciones que las potencialidades, como la noción del amor en Heidegger, el concepto de vida en Foucault y Deleuze, la huella en Derrida o la voluntad de potencia como pasión que se padece a sí misma en Nietszche. Un texto valiente como “Heidegger y el nazismo”, anclado en Filosofía del hitlerismo de Emmanuel Lévinas, permite apreciar en un tercer nivel de lectura el libro como una totalidad, donde resuenan los ecos de todas las nociones aprehendidas. Por ejemplo, cuando Agamben sugiere que habrá política porque el hombre, cuya diferencia se establece en su origen de lenguaje, es un ser de pura potencia, que debe convertir en una tarea histórica, “integralmente consignada a la felicidad”. Una redención en el sentido materialista de Benjamin, en la cual la filosofía puede ser crítica y hasta profética, para ir más allá del dominio planetario de la economía sobre la vida desnuda. © LA NACION