líbrate de las cosas hermosas que te deseo

dós años, no soy virgen, pero es la primera vez que me mojo. MARÍA.— Eres tonto en cinco ...... muchacho, Bradley Manning. Están desvelando el Big Brother.
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Edición no venal de la Fundación SGAE para la promoción y difusión de textos teatrales objeto de estreno

MARíA VELASCO LÍBRATE DE LAS COSAS HERMOSAS QUE TE DESEO

Sin la autorización por escrito de la editorial, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra ni tampoco su tratamiento o transmisión por ningún medio o sistema. De igual manera, todos los derechos que de ella dimanen, cualquiera que sea la naturaleza de estos, así como las traducciones que puedan hacerse, incluyéndose igualmente las representaciones profesionales y de aficionados, las películas de corto y largo metraje, recitación, lectura pública y retransmisión por radio o televisión, quedan estrictamente reservados. Se pone un especial énfasis en el tema de las lecturas públicas, cuyo permiso deberá asegurarse por escrito. Las solicitudes para la representación de esta obra, de cualquier clase y en cualquier lugar del mundo, habrán de dirigirse a Sociedad General de Autores y Editores, SGAE, en la calle de Fernando VI número 4, 28004 Madrid, España.

LÍBRATE DE LAS COSAS HERMOSAS QUE TE DESEO Primera edición, 2015

© De Líbrate de las cosas hermosas que te deseo: María Velasco © Del prólogo: Alberto Conejero © Para esta edición: Fundación SGAE, 2015

Coordinación editorial: Pilar López. Diseño de cubierta: El Taller de GC. Maquetación: José Luis de Hijes. Corrección: Marisa Barreno. Imprime: Estugraf Impresores, S. L.

Edita: Fundación SGAE Bárbara de Braganza, 7, 28004 Madrid / [email protected] www.fundacionsgae.org EDICIÓN PROMOCIONAL. PROHIBIDA SU VENTA D. L.: M-36594-2015

Esta obra está dedicada a Alberto Conejero, mi hermano.

El teatro de María Velasco Conocí a María Velasco hace más de un lustro, creo que en el hall de la Real Escuela Superior de Arte Dramático en la que, en promociones distintas, los dos nos habíamos formado. Ya había leído alguno de sus textos y también había oído hablar de “la Velasco”, porque ya por aquel entonces, y con una precocidad apabullante, María había entrado, por lo nocturno y nominal, en ese Olimpo castizo de las artes donde a las grandes se las invoca con artículo y apellido. En ese primer encuentro descubrí no solo a la María lunar, a la que es prodigiosa como un bosque, pequeña como un alfiler, pero que suelta frases que humean como ráfagas de una metralleta. Quizá, en las cuatro calles y un sanatorio que es el Madrid farandulero, esa sea la María más conocida. Pero la Velasco que yo he tenido la suerte de amar y acompañar en el laborioso ábaco de los años es, ante todo, una artista comprometida con su vocación, colmada de lecturas, de películas, de músicas, de peripecia. Una voz que se levanta sobre los cimientos de una formación prolija, de esas que nacen de la fe y de la pasión y no de la necesidad de completar hojas de vida ni méritos para terceros. No hay especulación en su camino. A veces la he visto naufragar, meter con obstinada vehemencia el pie en los charcos más sucios, dañar su escritura con esa intrusa llamada realidad y soltar a bocajarro las verdades de un barquero impertinente. Ha entrado en algunas noches como quien entra en un campo de batalla y ha salido por la tercera esquina del amanecer rasguñada pero más viva. Pero luego, con la puntualidad de los pastores, ha puesto a calentar en el fuego de las letras toda esa experiencia. La ha llevado al punto exacto de combustión para entregarnos textos que, y de nuevo aquí el mejor Aristóteles, nos permiten

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PRÓLOGO

conjurar nuestros fantasmas con el escudo de la belleza. Varea el pálido rebaño de sus heridas en cada pieza dramática por este camino de folios y tablas. Y en esa trashumancia frecuenta sus demonios como si fueran ajenos. Se busca en el anteayer para sobrevivir al presente. Alguien puede sorprender a la Velasco desmadejada con fondo de humo y ginebra, pero su escritura tiene siempre el pulso de un orfebre. No escribe lo que vive sino lo que vivió. No hay vómito sino asunción. Es una artista. El teatro es su toma de tierra. Qué más decir. Y es cierto. El teatro de la Velasco amedrenta a los pusilánimes, a los tahúres, a los mercaderes. Ellos saben que cuando las luces se apagan y se instaura el tiempo suspendido del drama, ese tiempo que abre y multiplica la escala de lo real (en la expresión de Juarroz), no podemos pretender seguir a salvo, salir indemnes de ese encuentro. No me extraña que para los fariseos el teatro de María sea urticante. Nada tiene que ver la placidez con el teatro. Al fin y al cabo, ese fue el bisturí para sangrías que nos regalaron los griegos. Muy pocos han entendido que Aristóteles fue un forense y no un preceptista. Ese acontecimiento nos desnuda, nos despoja del disfraz, de la máscara, del traje social. Nos quedamos en los cueros de nuestra verdad, en el claroscuro de las butacas, como esos cuerpos del panel derecho de El jardín de las delicias, mirando todo lo que se ha perdido en algún tiempo no muy lejano, en el tiempo de la indolencia. A veces el ejercicio de vivir se parece demasiado al daño, pero María cuenta con la escritura. Y la escritura es siempre luz, vara de zahorí, posta en el cansancio. La Velasco escribe con pulsión caníbal. Se devora y engendra en cada texto. Quizá en su teatro se observe la norma de que no hay escritura que no sea, con mayor o menor descaro, autobiográfica. Miguel de Unamuno escribió en Sobre mí mismo. Pequeño ensayo cínico: “Toda novela, toda obra de ficción, todo poema, cuando es vivo, es autobiográfico. Porque ¿quién soy yo mismo? ¿Quién es el que firma Miguel de Unamuno? Pues uno de mis personajes, una de mis criaturas, uno de mis agonistas’. […] ‘Hablo de mí porque es el ser humano que tengo más a mano’. […] Hay quien investiga un cuerpo químico; yo investigo mi yo, pero mi yo concreto, personal, viviente y sufriente”.



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Líbrate de las cosas hermosas que te deseo, como muchos otros de sus textos, viene a despertar la atención de los lectores y espectadores sobre los límites de lo ficticio y de lo real. Arruina la placidez del simulacro, nos desaloja del asilo de la ficción. Escribió Artaud: “Yo soy testimonio. Yo soy el único testimonio de mí mismo”. No creo que sea suficiente para entender la paradoja de la autoficción. Me atrevería a decir que los textos de María son testimonios de todos nosotros, que ella se rompe en voces, disuelve esa arrogancia creacionista de la noción de personaje cerrado, para entregarnos biografemas que reconocemos como nuestros. La familia, el desamor, la muerte, el sexo perturbador, el Otro. Ningún hombre es una isla, escribió el poeta. La dramaturga María Velasco parece decirnos que todo hombre y mujer es el mismo hombre y mujer. El autorretrato de esta obra es colectivo. Basta con mirarnos de verdad para comprenderlo. Algunos no lo han hecho y creen que convertir en signo y materia escénica lo autobiográfico es el arte de los pobres de inventiva y ricos en onanismo. Nada más lejos de la verdad. La propia Velasco ya ha contestado a esta consideración: “Líbrate de las cosas hermosas que te deseo tiene un componente exhibicionista. Pero no espectacular. Tiene más que ver con la autoescenificación de los chamanes o con la construcción de la novela familiar, algo que todo el mundo hace, pero que, en caso de los artistas, deviene lenguaje expresivo. La Historia (con mayúsculas), como dice Lyotard, es una narración. Nuestra historia personal no escapa a esta definición. Yo no concibo una obra separada de la vida y desconfío un poco de los autores dramáticos que se esconden demasiado detrás de sus personajes. Tampoco me gusta el “autobombo”, pero creo que hay mucho más de lo primero. Creo que las “dramaturgias del yo” y confesionales adquieren mayor peso si los propios autores nos tomamos en serio el viejo eslogan de que “lo personal es político”. A los que ven en este tipo de manifestaciones una impostura o un peligro les respondo con Leh­ mann que “el teatro en sí mismo difícilmente hubiera surgido sin el acto híbrido por el cual un individuo se separó del colectivo y se dirigió hacia lo desconocido. No hay teatro sin autodramatización”. No quisiera cargar la lectura con las alforjas pesadas del análisis teórico. Pero es obvio que este texto de María Velasco se asienta en

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PRÓLOGO

lo que Sarrazac ha denominado “neodrama” y cuyos rasgos más señalados son la reteatralización del drama desbordando el ilusionismo mimético con la recuperación de lo épico y lo poético para el teatro; el cuestionamiento del personaje como una entidad ontológica cerrada y la aparición del “yo escindido” y la noción de la coralidad (la nostalgia torturante de un coro ya no posible en un mundo fragmentado); el empleo de estructuras asentadas en un “desorden organizador” (Beckett ya señaló que el esfuerzo del teatro contemporáneo debía ser el de dar forma al caos), etc. Munch anotó en sus diarios que todo arte surge de la compulsión del ser humano por comunicarse. Creo que el teatro de María Velasco surge de una compulsión parecida: la de ser amado. Tennessee Williams escribió que en un mundo tan lleno de soledad sería absolutamente egoísta e imperdonable no intentar compartir soledades. Esta obra de la Velasco nos permite sentirnos, en ese tiempo suspendido del teatro, algo menos solos. Aunque el mundo espere afuera. Alberto Conejero Dramaturgo

“No tenía que haber dicho: Marcharé mañana Me costaba partir Me costaba quedarme Ya me he ido Ya he vuelto Ese soy yo ahora”. “Por mucho que nos alejemos me perteneces y yo a ti”. Mohamed Chukri “A mí nada me entusiasmaba tanto como el mar, y dominado por este deseo, me negaba a acatar la voluntad, las órdenes, más bien, de mi padre y a escuchar las súplicas y ruegos de mi madre”. Daniel Defoe, Aventuras de Robinson Crusoe

Líbrate de las cosas hermosas que te deseo Su estreno, a cargo de la compañía La Cantera, tuvo lugar el 26 de febrero de 2015 en la Sala Teatro Cuarta Pared de Madrid.

Reparto María Pap Padre

Marta Cuenca Babou Cham Roberto Iglesias Colaboración especial: Sauce Ena Músicos: Wafir Gibril y Ricardo Tejero

Dirección

Jorge Sánchez

Ficha técnica Asistencia de dirección Iluminación Creación audiovisual Asesoramiento coreográfico Vestuario Diseño gráfico y web

Sauce Ena Jorge Sánchez María José Moreno (con la colaboración de Nadia Lozano) Luz Arcas Kling Altura X Estudio

Comunicación y prensa

Clutproject

Gestión de producción

La Cantera Exploraciones Teatrales

Fotografía

Mila Checarelli

Líbrate de las cosas hermosas que te deseo fue gestada dentro del ciclo “Del yo al nosotros” (2013/2014), con la dotación económica del Espacio de Teatro Contemporáneo (ETC), de la Sala Teatro Cuarta Pared, y bajo la tutela de Javier Yagüe y Borja Ortiz de Gondra.

1. Anteprólogo

Personajes

María Padre Pap Otros Por orden de intervención, “Otros” son: Madre, Agente, Abuela, Familiar 1, Familiar 2, Camarera, Amiga, Sexóloga, Desconocido, Desconocido 1, Desconocido 2.

Padre.— ¿Para qué cruzas una y otra vez el Estrecho? María.— Para buscar una historia. Madre.— ¿Por qué no viajas en grupo? María.— Si López de Aguirre hubiera ido al Dorado con un GPS, habría perdido el misterio. Madre.— ¿Pero eso no está al lado de Siria? ¿Donde la guerra? María.— ¿No has visto un mapa en tu vida? Madre.— Lo siento. Soy mala en geografía. María.— No llores. Padre.— ¿Para eso estudiaste tanto, hija?

Líbrate de las cosas hermosas que te deseo podría definirse como una polifonía limitada a un solo personaje. En este sentido, es posible llevarla a escena como un monólogo, o bien como una obra coral con ocho o más actores. Los enunciados huérfanos de personaje y con tipografía distintiva son más míos que el resto; confesiones en las que la cursiva llama la atención sobre lo inconfesable. ¿Dramaturgia del yo? Tal vez, pero “yo es otro”.

Madre.— Para que vayas a esos países que son una guarrada. Padre.— Que has cumplido treinta, y sigues estudiando… María.— Investigando. Padre.— Pues investiga, hija, investiga.

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Madre.— ¿Para qué los méritos, los premios…?

Madre.— Nunca ha sabido administrarse.

María.— Los accésit.

Padre.— Suma y sigue.

Padre.— El segundo es el mejor de los peores.

María.— Pues a mí me parece una virtud saber vivir el momento.

Madre.— ¿Para qué las becas, las publicaciones? María.— ¡Joder, mamá! Padre.— Menos mal que ibas a ser tú la que iba a enseñarnos a hablar. Madre.— ¿Para qué las referencias en prensa? ¡Las he plastificado todas! María.— Papás, no sé si quiero un contrato fijo. Madre.— Tu padre… María.— ¿Qué? Madre.— Estamos como estamos, porque siempre ha vivido al día. Padre.— Hay muertes repentinas, Pepita. María.— ¿Y cómo quieres que viva? Madre.— No ha sabido ahorrar… Padre.— ¿Qué es un porroncillo de vino? Madre.— Pero un porroncillo, más otro porroncillo, más otro… Padre.— ¿Ya estás faltando? María.— Nos ha dado lo mejor.



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Esta mañana, al salir del hotel, me siguió un niño, un traperillo con una brecha en la cabeza. Le hubiese pagado para que se llevase su herida a otra parte. En Occidente, un tomate ya no sabe a tomate, y eso es una contradicción y un engorro. ¡Era sangre, no tomate!

2. Prólogo El aire agrada en las noches de verano en Castilla, pero aún hay un perfume como a armario de muerto. Ruido de oleaje. Necesito escuchar el mar. Aunque sea enlatado. Ponme el mar. Tarifa. Frente a mis ojos el Estrecho. Aquí se produce la unión natural de dos masas. La fisura de dos placas tectónicas. Sueño con coger la patera en la otra dirección. Coger la patera en la dirección contraria. Coger la patera a África. Desandar los pasos de los parias. El mar es una rayuela de heces blancas y hombres negros. Iré derramando miguitas de pan para no olvidar el camino de regreso. Que el mar os sacuda, que el mar os engulla, que el mar limpie vuestras fosas nasales, bese vuestros pies cansados y os haga un cunnilingus. ¿Cuántos hombres tendremos que morir para demostrar que la naturaleza estaba equivocada? Se equivocó al nacernos. Esa palabra no existe. No nacemos, nos nacen. Fui expulsada de un paraíso en el mismo momento en que la enfermera me propinó la primera sacudida, la primera hostia de una larga lista de hostias. ¿Por qué este anhelo de barbarie? En el paraíso no hay aire acondicionado. El infierno, dirás. El infierno está sembrado de paraísos que, como minas antipersona, aguardan su momento para estallar.

En cualquier puesto de Outa el Hammán y Djemaa el-Fna la dietética de los placeres compensa la falta de higiene. Ir al Sur para recuperar el Norte. “Mi reino no es de este mundo”, Juan; “el Reino de los cielos está en medio de vosotros”, Lucas; “el cielo está debajo”. ¿No has pensado en Centroeuropa? No puedo aceptar cualquier destino, solo el Tercer o el Cuarto Mundo. ¡La felicidad es un concepto tan europeo! Quiero ir a un sitio donde la felicidad no exista. Donde jamás se haya oído hablar de ella. Ni de la felicidad ni de los bombones holandeses. Europa me asusta. Prefiero una tribu caníbal a la Sorbona. De jovencita, era una afrancesada de mierda, pero eso ya pasó. Según terminé de hacer el amor con Mohammed… Espero que con protección… Se fijó en mi tatuaje: “Les-fleurs-du-mal”. No sé por qué tuviste que tatuarte con casi treinta años: a la vejez, viruelas. Les-fleurs-du-mal… Las flores del mal. “¿Por qué del mal y no del bien? ¿Por qué del mal y no del bien? ¿Por qué del mal y no del bien?”. Iba a explicárselo, que era el título de un poemario y todo eso, pero, entonces, yo misma pensé que era demasiado largo explicarle la historia de la decadencia en Occidente, etcétera, etcétera; el esplín, etcétera, etcétera; la melancolía, etcétera, etcétera; la estúpida confusión entre la felicidad y el produc-

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to interior bruto; el aburrimiento, etcétera, etcétera; el humor sombrío, etcétera, etcétera; los cielos brumosos, etcétera, etcétera; los cielos plomizos, etcétera, etcétera. Sol de África, que ilumina el mundo; África, mi única alternativa.

Un viaje es algo situacional.

El sol te ha pegado demasiado en la cabeza.

Mojar el culo en el mar.

Magreb significa “lugar por donde se pone el sol”.

Tengo derecho a un naufragio.

De pequeña tenías miedo a la oscuridad.

¿Te crees un poquito mejor que esos japoneses que, como cazadores de mariposas, apresan pedacitos de realidad con una cámara ligera?

Miedo a la soledad. Ahora no sales de los afters de negros y de los países de moros. ¡Hice terapia de choque! Insolación de luna. ¡Luz de sala! ¿Qué viniste a buscar al Oriente? ¿Un cuerpo viniste a buscar? ¿Cambiaste tu viejo cuerpo por una djellaba? ¿Limpiaste tu corazón poniéndote una djellaba? ¿Y ahora qué? ¿Te volverás orientalista? Como una subsección de la planta de decoración de El Corte Inglés. La etapa orientalista de… ¡Vete a tomar por el culo! Como quieras. Pero con protección. Y descarta la idea de coger una patera. Para desaprender todo lo aprendido. Por eso cruzo el Estrecho una y otra vez… Para deshacerme de prejuicios. Llenarme de prejuicios. Colonizar y ser colonizada. ¿Huir? Hacia delante. Los médicos dicen que un viaje es algo situacional.

Pero hay lugares de los que no se vuelve nunca o a los que se vuelve siempre.

Quisiera tener la memoria de un niño que aprende el mundo desterrado. Solo quien no tiene patria la quiere, luego puedes tirarla por el retrete. Me encuentro a Juan Goytisolo en el Hotel Chellah de Tánger. ¿Y qué me pregunta? ¿Señorita, de dónde es usted? Caray, qué importa de dónde soy, importa de dónde vengo, a dónde voy… Soy de Burgos. El Cid, la morcilla, la catedral, todo eso… El aire agrada en las noches de verano en Castilla. ¿Tenemos máquina de niebla? Pero aún hay un perfume como a armario de muerto. En los eriales los constructores se limpian el culo con ladrillos. Tierra sin oportunidades, castillo hinchable. White trash. Basura blanca. ¿Has visto cuánto papel recicla el lumpen? Yo no quiero gobernar Europa.



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María.— Estoy terminando de leer. Agente.— ¿Desea corregir algo antes de firmar? María.— Swing no se escribe así. Agente.— Váyase a dormir.

3. Y, como no pude cruzar el Estrecho, busqué África en Lavapiés Agente.— MANIFIESTA: Que denuncia los hechos que se detallan a continuación, ocurridos en la madrugada del día 9 de agosto de 2012 encontrándose en un pub de la calle Olivar, a unos metros de la plaza de LAVAPIÉS… María.— ¿Es eso necesario? Agente.— Que ha sido informada de la obligación legal que tiene de decir la verdad (Art. 433 de L.E.Cr.) Que en la fecha arriba señalada, hallándose en estado “leve” de ebriedad, dejó sus pertenencias en lugar indeterminado. Que estuvo bailando SUING con un hombre de raza negra, de aproximadamente metro noventa, complexión delgada, cabello corto y rizado, y gafas de pasta graduadas de HIPERMETROPÍA… María.— Buena descripción. Agente.— Gracias. Que, al cierre del recinto, y en el momento de recuperar sus pertenencias, echó en falta… echó en falta…, entre otros peculios, ¿SU CORAZÓN? María.— No es grave. Las células son colonialistas y colonizadoras. Volverá a crecerme uno, un corazón. ¿Sabía que la morfología del corazón del cerdo es muy parecida a la del humano? Agente.— Vamos, vamos.

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Pap.— Lo conozco. María.— ¿Conoces Burgos? Pap.— Un área de servicio en la provincia de. La gente me señalaba con el dedo: “Mira, un negrito”. María.— “Negrazo”.

4. Los preliminares

Pap.— ¡Oye!

María.— ¿De dónde eres?

María.— Conocí a otro senegalés en Burgos que vino en la patera.

Pap.— De Valencia.

Pap.— ¡Qué loco! Tía, estoy pensando en pillarme un iPhone. Sin WhatsApp ya no se puede estar.

María.— ¿En serio? Pap.— De Dakar…

María.— La Guardia Civil lo detuvo y…

María.— Idiota.

Pap.— Mira, no quiero parecer insensible, pero estoy harto de escuchar historias como esa. ¿Y tú qué? ¿Te has tirado a algún negrito?

Pap.— Pero he vivido en Brasil, Argentina, Francia, Inglaterra e Italia… Soy del mundo. ¿Y tú?

María.— A ti, gilipollas.

María.— De aquí de Madrid. Pap.— ¿De Madrid, Madrid? María.— Yo también del mundo… o del espacio. Pap.— ¡Toma! ¿Del espacio? María.— Me siento extranjera everywhere. Pap.— ¿Tú, extranjera? Me gustan las mujeres extranjeras, me gustas tú, porque parece que vienes del paraíso. María.— ¿Del paraíso? Pues soy de Burgos.



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Familiar 2.— ¡Quieren imponer sus costumbres! María.— Les hemos colonizado epistemológicamente. Abuela.— ¡Y una mezquita! ¡Y otra mezquita! María.— ¿Y las minas de coltán?

5. Los venenos blancos

Padre.— Mira cómo le ha dado el sol a ese: ¡Por la sombra, que los bombones al sol se derriten!

Abuela.— La raza blanca va a desaparecer.

María.— ¡Papá!

María.— ¿Y qué más da? Todo lo blanco está adulterado. ¿Has oído hablar de los cinco venenos blancos? El azúcar refinado, la sal refinada, la harina refinada, el arroz refinado, la leche… Por no hablar de la cocaína.

Madre.— ¿A que en sus países no protestan?

Padre.— ¿Eh?

María.— Jo, primo, cómo te pasas.

María.— Que el azúcar moreno es mejor, me lo ha dicho el homeópata.

Familiar 2.— ¿Dónde están los beneficios de la inmigración?

Madre.— La piel de los negros huele más fuerte. Familiar 1.— Y el sudor. Familiar 2.— Los españoles iban a Alemania con contrato. María.— Tío, ¿cómo he trabajado siempre yo? En negro.

Familiar 1.— Me gustaría ser negro para que me llegara el rabo a las rodillas.

María.— Moriremos por adulteración blanca… Familiar 2.— Ni siquiera hay trabajo para los españoles. Madre.— ¡Ni guarderías! María.— … Heroína adulterada con polvo de ladrillo. Abuela.— Traen enfermedades ya erradicadas.

Familiar 2.— Donde fueres, haz lo que vieres. María.— No jodáis. María.— Joder, es que no solo los hemos colonizado… Madre.— Habla bien. Madre.— Habla bien. María.— Físicamente…

Abuela.— ¿Por qué te crees tú que aparece una pitón en un váter de Alicante? ¡No limpian!

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María.— Abuela, ¿tú crees en la Biblia? Abuela.— No limpian. María.— Escúchame, ¿tú crees en la Biblia? Abuela.— Por la gracia de Dios, hija. María.— Pues Adán y Eva eran negros.

6. La serpiente Abuela.— ¿Pero qué estás diciendo? Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y Dios no es negro.

María.— De pequeña tenía miedo a la oscuridad.

Padre.— ¿Dios toca la trompeta como Louis Armstrong?

Pap.— ¿Nictofobia?

María.— En África empezó el viaje humano, la conquista del planeta. Somos todos africanos emigrados.

María.— ¿Cómo sabes tantas palabras? Pap.— Hablo español, inglés, francés, italiano y wólof.

Abuela.— ¿Tú que eres blanca blanquísima? María.— Dormí con mis padres hasta perder la virginidad. María.— Pues hasta los blancos blanquísimos vienen de África. Pap.— Y ahora estás con un “oscuro”. ¡No la toques! Es una verruga. María.— ¿Por qué no? Pap.— Me ha salido una verruga en forma de flor. María.— Yo no veo la flor. Pap.— Mi padre tiene una igual. María.— ¿Qué es? ¿Una chiribita? ¿Un jacinto? Pap.— Hay flores raras. María.— ¿Una Meliorchis caribea?

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Pap.— Una Hydnora africana. Quizás vuelvo en primavera.

Padre.— Unos chiflidos espantosos.

María.— ¿Dónde?

María.— ¿Pero qué? ¿Quién?

Pap.— A África. Mi padre, mi viejo, tiene ya… ochenta y…

Padre.— Se me sale el corazón.

María.— ¿Primaveras?

María.— Tranquilízate. Silencio, shhhhh…

Pap.— ¿Qué?

Padre.— Esta mañana salí al monte a pegar unos tiros.

María.— Años.

María.— ¿Ya se ha abierto la veda?

Pap.— ¿Se puede decir “tengo cuarenta y tres veranos”?

Pap.— ¿Tu padre tiene armas?

María.— No. Aunque es bonito: “Tengo treinta inviernos”. Pap.— Podrías venir conmigo a Senegal. María.— Vas rápido. Pap.— ¿Prefieres que lo haga despacio? ¿Apagamos la luz?

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María.— Es cazador. Pap.— ¿Como el rey? Padre.— Más de cincuenta años yendo al monte, y nunca había oído nada igual. Miro a mi derecha, ¿y qué me encuentro? María.— ¿Qué? ¿Qué?

María.— Mejor no.

Padre.— Dos serpientes erguidas copulando delante de mí.

Pap.— ¿Aún tienes miedo?

María.— ¿De veras? ¿De pie?

María.— Morder tus pezones es como viajar.

Padre.— Les pegué un tiro.

Pap.— Lamer tu sexo es como viajar.

María.— ¡No, papá! ¿Por qué?

María.— Chuparte los huevos es como viajar.

Padre.— ¿Por qué? Levantaban más de medio metro…

Pap.— ¡No hagas tanto ruido! Las paredes son de papel.

María.— Lo dices como si fuera un dragón. ¿Te las ibas a comer?

Padre.— ¡Qué chiflidos! ¡Qué chiflidos!

Padre.— ¿Comer culebra? Gato, pase; ancas… ¡Pero culebra!

María.— ¿Papá, qué…? Dame la sábana.

María.— ¿Entonces por qué las disparaste? ¡En el mejor momento!

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Padre.— ¿Y el susto que me dieron? María.— Éramos pocos y parió la abuela. Abuela.— Génesis 3:14. “Y Jehová Dios dijo a la serpiente: ‘Pondré enemistad entre ti y la mujer, esta te herirá en la cabeza…’”. María.— Chist, yo soy antiviolencia. Pap.— Y yo, y yo.

7. El día que comáis

Abuela.— “Y tú le herirás en el calcañar”.

Madre.— ¿Te duele la cabeza?

Pap.— ¿Dónde está el calcañar?

Abuela.— Eso es porque no te alimentas bien.

María.— Ni idea.

Familiar 1.— Si es que está medio anoréxica.

Padre.— ¡Una hija de los Verdes! ¡Una hija de los Verdes!

Madre.— ¿Muslo o pechuga?

María.— ¡También te lamentas de que sea roja!

Padre.— Riégalo un poco, que está muy seco.

Abuela.— Génesis 3:4. “Y la serpiente dijo a la mujer: ‘No moriréis. El día que comáis, serán abiertos vuestros ojos…’”. María.— ¡Papá, es mi vida! Padre.— Mira, hija, en la vida solo hay dos caminos: el del bien y el del mal. Abuela.— “Y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”. María.— ¡Pap, estamos desnudos!

María.— Voy a vomitar. Abuela.— ¡Si en esta casa no somos de mucho comer! María.— Que vomito. Familiar 1.— ¿Ves como estás anoréxica? María.— Eso no es anorexia, es bulimia. Familiar 2.— Pues eso, lo que yo decía: vigoréxica. Familiar 1.— Estos tomates ya no saben como los de antes. Padre.— Antes teníamos más hambre. María.— Papá, no es bueno comer tanto.

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Padre.— Peor es morirse de hambre.

María.— ¿Y una que nos sepamos todos?

Familiar 1.— Ahora los traen de Marruecos.

Madre.— ¡El himno a España!

Familiar 2.— ¿Los tomates?

Abuela.— Una saeta.

Abuela.— ¡Malísimos!

Padre.— Una de la Oreja esa.

Madre.— Y las anchoas.

María.— ¿Papá, escuchas los 40?

Abuela.— ¡Malísimas!

Madre y Abuela.— ¡El himno a Burgos!

María.— Pues yo prefiero las naranjas de Marruecos a las de Valencia.

María.— ¡Mamá!

Padre.— A ti, mierda que te den fuera… Le falta sal.

Abuela.— Mal que te pese, son tus colores.

María.— ¡Qué va! Está muy bueno, mamá.

Madre.— Luego os estampáis barras y estrellas…

Madre.— Pues ponte más.

María.— ¿Yo?

Padre.— La botella de vino ha caído.

Madre.— “Tierra sagrada donde yo nací, suelo bendito donde moriré…”.

Familiar 1.— “Cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer…”. Familiar 2.— “¡A las barricadas, a las barricadas, por el triunfo de la Confederación!”. 

Familiar 2.— El tío se emociona. Madre.— “Yo me prometo consagrarme a ti…”. Abuela.— ¡A ver si le va a dar algo!

Familiar 1.— “¡Hala Madrid! ¡Hala Madrid!”. Familiar 2.— ¡Va! La liga está ganada.

María.— ¿Y si cantamos algo más… neutro? (…) “Mira cómo beben los peces en el río, los peces en…”.

Padre.— “Barça!, Barça!, Baaaarça!!!!”. 

Familiar 1.— ¡Que es agosto!

Familiar 1.— Los nacionalistas lo nacionalizan todo.

Familiar 2.— La niña está borracha.

Padre.— ¿Nacionalista yo?

Padre.— Si es que se chupa hasta los corchos.

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María.— “Entre cortina y cortina, los cabellos son de oro…”. Padre.— Se ha bebido todo el tintorro. María.— “Y el peine de plata fina…”. ¿Quién os soporta si no? Madre.— ¿Te has tomado la medicación?

8. Adán y Eva tienen suerte de no tener antepasados Se nos acerca una mujer con un porfolio y nos muestra sus acuarelas. Ya le hemos dado demasiada conversación para no comprar. Yo adquiero un paisaje, pensando en los colores del salón de mi hermana (le debo un regalo). Mi amigo paga cinco euros por el retrato de su exmarido. Nos despedimos y vamos a la Barceloneta, a esa hora en la que ya no hay bañistas y la basura se confunde con los fósiles marinos, y los pakistaníes que venden cerveza con los siluros, probablemente los peces más feos del mundo. Yo me baño en ropa interior. El agua está tan sucia que parece sopa de letras. A la salida, vemos las láminas. Mi amigo me dice que pagó por el retrato porque le interesaba la posición de los ojos. “¿Qué tiene?”. “Síndrome de Sanpaku. En lugar de dos, hay tres blancos. El tercero, encima o debajo del iris. El Sanpaku tiene que ver con los destinos trágicos”. Está tratando de hacerme comprender cuando me dice: “¡Tú lo tienes!”. Me burlo y vuelvo a internarme en el mar, pero el primer día que voy a casa de mis padres cojo las dos o tres cajas de zapatos donde guardan en desorden todas las fotos de familia, y busco entre mis antepasados quién tiene los tres blancos. Solo encuentro virolos, estrábicos, tuertos, incluso ojos de cristal y miopes…, una larga estirpe de miopes. Ni resto de los tres blancos.



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María.— ¿Cómo sabes que es raposa y no raposo? Padre.— Prueba con la perdiz. María.— Ja ja ja, mírala. Padre.— Dirás “míralo”. Es macho. María.— A ver este…

9. Los reclamos María.— Papá, háblame de tu familia. Padre.— Existen dos tipos de aves: las nobles y las de rapiña. María.— ¿Qué es esto, papá?

Padre.— ¿Ves volar a la torcaza? ¡Ahí va! María.— ¡Otro pájaro se la ha llevado en la boca! Padre.— Si tuviera la escopeta… María.— ¡Papá!

Padre.— Es un reclamo. Sopla, que no es un control de alcoholemia. A ver, con ganas… Así.

Padre.— ¡Buitre negro tenía que ser!

María.— ¡Cómo mola!

María.— ¿Cómo puedes saber que es un buitre?

Padre.— Sopla. Sopla. ¡Un gurriacho! ¿Ves que tiene un babero negro?

Padre.— Esa nariz no me gusta nada, te lo tengo que decir. María.— ¿Pero por qué, papá?

María.— ¿Puedo probar este? Padre.— La atracción física luego se pasa y… Padre.— ¿El de calandria? María.— ¿Pero de qué me estás hablando? María.— ¿Qué es una calandria? Padre.— ¡Carroñero! Padre.— Mucho libro, mucho libro, pero luego, como tu tío, que está tonto perdido por todo lo que lee… ¿Tú sabes dónde tienes el norte y el sur?

María.— Eres un darwinista y un neohobbesiano. Padre.— ¿Qué coño es eso, hija?

María.— Ni zorra. Padre.— ¡Una raposa!

María.— Tú crees que porque llegas aquí erguido sobre dos pies eres mejor que ellos.

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Padre.— Eso los ecologistas, hija, que se ponen a mandar en el campo, mezclan los cangrejos americanos con los de señal, y lo joden todo. Porque como la naturaleza… María.— En la naturaleza no hay bien ni mal. Padre.— ¡No puedo creerlo! ¡Atiende! Un pato salvaje, un azulón hermoso, con una pata de agua. (…) ¡Manda cojones! ¡Hasta los patos están confundidos ya!

10. Lucha de civilizaciones En los años noventa… Llegado el fin de la historia…

María.— ¿Crees que lo nuestro tiene futuro? Pap.— ¿El qué? María.— Nuestra historia. Algunos intelectuales abundaron en la idea de que regresaríamos a las rivalidades tradicionales… ¿Cuáles? “Tu padre, que no baja la tapa del wáter”. “Tu madre, que ocupa todo el armario”. “Tu cuñado, que no tira los preservativos a la basura”. “Tu tía, que no distingue los envases de los vidrios”. (…) La principal fuente de conflicto no sería ideológica ni económica… Todas las guerras son económicas. … sino cultural.

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Nuestra relación, en tanto que relación intercultural, era un elemento decisivo (e incluso central) para la política. Estábamos en el centro del huracán.

María.— ¿Bebes alcohol?

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Pap.— ¿Y por qué aún no se ha cerrado? María.— Yo qué sé. De las “guerras civiles occidentales”, pasábamos a la interacción entre la civilización occidental y no occidental.

Pap.— Sí. María.— ¿Por qué nunca dejas que me ponga encima? María.— Esnifas, sin embargo no comes cerdo. Pap.— No. María.— Mi padre dice que del cerdo, hasta los andares. (…) ¿Eres musulmán?

Pap.— No querrás quedarte preñada, ¿no? (…) ¿Vamos a tener “obamitas”? María.— Puedo tomarme la píldora. Pap.— Pero algún día querrás ser madre…

Pap.— Creo en Dios. María.— Algún día. María.— ¿En Dios o en Alá? Éramos el ejemplo de que las civilizaciones son dinámicas, ascienden y descienden, se fusionan. O por el contrario…

María.— Para, para. ¿Tienes un hijo? ¿Tienes un preservativo? Pap.— Yo estoy sano. María.— ¿No tienes un preservativo? Pap.— ¿Y tú? ¿Vas al médico? María.— Claro. Pap.— ¿Y qué es esa herida? María.— Una rozadura.

Pap.— ¿Qué edad tienes? María.— No quiero ser madre adolescente a los treinta años. Porque todos los hombres son iguales, todas las guerras son civiles.

María.— ¿Estamos follando o haciendo el amor? (…) Mundialízame o localízame. Nacionalízame, ocúpame, despliega tus efectivos… Pap.— Deja de decir guarrerías. María.— Hazme la limpieza étnica, hazme la jihad. Pap.— Cariño, qué vulgar. Personas pertenecientes a distintas civilizaciones tienen distinto criterio de derechos y responsabilidades.

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María.— ¿A tu hijo no le pasas la pensión? Pap.— Soy mileurista. María.— Hombre, pues lo normal. Pap.— ¿Lo normal? ¿Mil euros es un sueldo europeo? María.— ¿Cuánto ganabas en Dakar? Pap.— ¿Me vas a decir lo mismo que los negros de la plaza? ¿Que no tengo casa en Senegal por salir con blancos? Personas pertenecientes a distintas civilizaciones consideran de distinta forma las relaciones entre Dios y el hombre, esposos, padres e hijos.

Pap.— En África los hijos son de Dios.

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María.— Acabas de… Te metes su dinero por la nariz. Nunca te he visto ir al locutorio o hablar por Skype. ¿Por qué limpias el cuello de la botella? ¿De qué tienes miedo? Es una rozadura. Tú eres un negro promiscuo de Lavapiés, ¿quién tiene más que perder? ¿Por qué tengo yo que creer que tus verrugas son hereditarias? No lo hagas delante de mí. No limpies la botella. Pap.— Lo hago porque tengo dos hijos. María.— Eres padre solo para lo que quieres; africano solo para lo que quieres; europeo para lo que te da la gana. Mucho liceo francés, mucha gafa-pasta, mucha ropa de Inditex, pero cuando te sale el masái de dentro y te pones la falda de paja… Y así se rompe la baraja. Por el amor de dios, ojalá fueras un poquito más musulmán. Se reafirman los valores autóctonos contra “el imperialismo de los derechos humanos”.

María.— ¿De Dios?

María.— Desde la primera noche que amanecí a tu lado, tengo el coño como una maleta y una confusión importante sobre el colonialismo y la colonialidad, el occidentalismo y…

Pap.— Nosotros éramos once hermanos, y quedamos dos.

Pap.— Te falta un tornillo.

María.— ¿Entonces no le pasas la pensión?

María.— Y tengo cistitis.

Pap.— En África todo el mundo está preparado para levantarse y ser grande. María.— Me advirtieron que los africanos… Pap.— ¡Los africanos, los africanos! ¿Tienen algo en común un sevillano y un gallego? Pues imagínate un wólof y un diola. Mientras que las decisiones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se presentan como respuesta a los deseos de la comunidad mundial, la globalización es globalización del patriarcado europeo, y de las feministas blancas.

¿Es la civilización occidental la civilización universal que conviene a todos?

Pap.— No sé si me convienes. María.— ¿“Convenir”? Pap.— Yo hablo cinco idiomas. María.— A veces pienso que eres más blanco que yo. Pap.— They tried to make me go to rehab but I said, / “No, no, no”. / Yes, I’ve been black but when I come back you’ll / know, know, know.

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María.— Eres tonto en cinco idiomas. La próxima guerra mundial será una guerra entre civilizaciones. ¿Por qué no podemos hacer el amor y no la guerra?

María.— Vete al cuerno. Pap.— Al cuerno de África.

11. Mi sexo en otra parte Se llamaba cine Edén. Algunos locales de Tánger conservan sus rótulos en español. Un enano me enseñó la cabina de proyecciones. Al día siguiente, intenté rehacer el camino por las mismas calles, prestando oídos sordos a las indicaciones de los quincalleros. En la Medina me siento en el recto del moro, mis ojos como colonoscopias. Llego al Edén a tiempo para la sesión de la mañana. Antes de la película entro al lavabo. Mi rostro se ve completamente enrojecido, como una señal de tráfico. La orina es exigua y dolorosa. Entro en la sala sin que nadie me pida la entrada. La película ha empezado. El olor a cannabis me da una bofetada. No es fácil acomodarse sola. Las parejas aprovechan la oscuridad para la caricia, el beso robado. Pienso en la posguerra española, mis padres en el cine. No hay mucho más que hacer una tarde de domingo. Echan Mogambo, con cortes que hacen incomprensible la trama. Mi padre ha abandonado la proyección para comprar unos bombones a mi madre. Sus besos deben de parecerse a estos. Mis ojos se acostumbran a la oscuridad, y miro a las parejas acariciándose a discreción. Mohammed, que es todavía un desconocido, se sienta a mi lado y no tarda en invadir mi reposabrazos. Me ofrece un porro, y no digo que no. Inhalo la calma que me falta, y cuando quiero darme cuenta, su cara está muy pegada a la mía. Sirviéndose de un panaché de idiomas y susurros me dirá que soy guapa. Y antes de pedirme, inaudible, un beso, como una limosna, temblará como las hojas. Me besa, y noto un manguerazo directo a la boca de mi sexo. Tengo veintidós años, no soy virgen, pero es la primera vez que me mojo.



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Camarera.— Quique, quién es esa, ¿tu novia? Padre.— ¡Es cariñosa la camarera del Candelas! María.— No es cariñosa, papá, es brasileña. Padre.— ¡Que hayas empezado tan pronto a tomar pastillas!

12. Los perros de caza Padre.— ¿Estás acatarrada? María.— Lloro, papá. Padre.— Un ribera. María.— Chin-chin. Padre.— ¿Y ahora de qué te ríes? María.— De pronto me siento feliz de estar contigo.

María.— ¿Y me lo dices tú? Pastilla para la hipercolesterolemia, pastilla para la hipertensión arterial, que si el ácido úrico, que si el Adiro… Papá, ¿te has tomado el Adiro hoy? Padre.— Pues ahora que lo dices… El caso es que juraría que… ¿A qué estamos? María.— No sé. Para mí todos los días son iguales. ¡Como no trabajo! Padre.— ¡Pues yo desde que estoy jubilado…! María.— Papá, mi novio me ha dejado. Padre.— ¿Este vino está picado o es mi paladar?

Padre.— Hija, eres una montaña rusa.

María.— Papá, ¿me estás escuchando?

María.— Lo sé, papá.

Padre.— ¿Y qué te voy a decir yo? El que más rompe, más estrena.

Padre.— Y mira qué ojones. Se te ha corrido el maquillaje, pareces un paso de cebra.

María.— ¡Jopé!

María.— Papá, con tu saliva, no; que no es higiénico, hombre.

Padre.— Hombre, yo reconozco que si todas las mujeres del mundo fueran como tú, yo no me hubiera casado. ¿Era un rioja o un ribera? ¿Lloras o te ríes?

Padre.— ¿Qué picas? María.— Valerianas.

María.— No sé. Papá, ya no sé nada. Yo esta vez lo he dado todo, todo, todo.

Padre.— Hija, que siempre que llueve escampa.

Padre.— ¿Todo?

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María.— Todo.

Padre.— ¿El braco?

Padre.— ¿No será mucho eso?

María.— ¡¡¡Tula!!! El setter.

María.— Todo todo todo.

Padre.— Esa perra nunca aprendió a cobrar.

Padre.— Pues tan malo es no llegar como pasarse.

María.— Y un perro…

María.— ¡Chist!

Padre.— Hacía las muestras en falso.

Padre.— ¿Qué?

María.— Y otro perro…

María.— Que van dos refranes.

Padre.— Se ponía loca con los rastros, y lloraba como una persona.

Padre.— ¿Y? ¿Un riojita más?

María.— Y otro perro…

María.— Papá, ¿alguna vez fuiste de putas?

Padre.— ¡Pero, hija, que te vas a deshidratar!

Padre.— Hija, las perras están altas dos veces al año, pero tú…

María.— Y yo creo que eso ha perjudicado mi inteligencia emocional.

María.— Ahí quería yo llegar. Padre.— Pues a to’ las hijas os hemos educado igual. Padre.— ¿Ahí, dónde? María.— Papá, ¿tú crees que yo soy rara? María.— A los perros de caza. Yo me encariñaba; normal, era una cría.

Padre.— Más que un perro verde.

Padre.— Te estás bebiendo la mía.

María.— ¿Cómo puedes decir eso?

María.— Pero cuando estaban viejos para cazar, te deshacías de ellos…

Padre.— ¿Pa’ qué me preguntas? (…) ¡Es cariñosa la camarera del Candelas!

Padre.— Judas, ¡ese sí era un perro! ¡Vaya cómo echaba las perdices!

María.— Que no es cariñosa, papá, que es brasileña.

María.— Esto no sale, papá. Hay algo aquí que no sale.

Camarera.— Quique, ¿este mes no apuestas a la quiniela?

Padre.— ¿Tienes gases?

María.— ¿Por qué te mira así? ¿Tiene un tic?

María.— ¿Por qué te deshiciste de mi perra Tula?

Padre.— ¡Otra gotita pal’ ojo!

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María.— ¡Y un abrevadero también! ¿Pues sabes qué? Que yo estuve con un brasileño que me hacía poner en todas las posturas… Padre.— ¿Cómo va el negocio? Camarera.— Tirando, que no es poco. María.— Vamos, que, en lugar de follar, aquello parecía “piedra, papel o tijera”. ¿Papá? Padre.— Ponme otra, y ya te traeré un pájaro cuando lo coja. María.— Esta gente tiene la sangre caliente. Camarera.— ¡Tú sí que estás hecho un pájaro! María.— Será el clima, o qué sé yo, sambare, sambare. Papá, papá, la camarera… ¡Uy, qué pena! Se me ha caído. Padre.— ¡Alegría! Camarera.— ¿Necesitáis el quitamanchas? María.— Una vez escuché a un niño que, ante el mapa anatómico de un perro, le decía a su padre: “¿Todo esto tiene un perro por dentro? ¡Qué asco!”. (…) No volverá a tocar a un can en su vida… Camarera.— ¿Qué le pasa? María.— ¿Y cuando vea lo lleno de órganos que está un hombre? Camarera.— ¿Se encuentra bien? María.— ¿Volverá a abrazar a un hombre? Padre.— Le ha dado un corte de digestión. María.— ¡Los perros son tan humanos!

13. La espía europea o la puta santa Vivía al final de la calle, en un portal siempre en obras. Había que atravesar una corrala llena de andamios con ropa tendida lagrimando suavizante de marca blanca. Allí había fumadores, plagas domésticas, mocosos jugando al balón y ancianos que se desplazaban en andador, cuerpos como coches sin dirección asistida. Luego recorríamos una montonera de pasillos, primero a la izquierda, luego a la derecha, y subíamos unas escaleras esquivando las macetas tristes. De cada puerta emanaba un olor: cúrcuma, pollo tikka, costo, espinacas con queso, patacón, café senegalés y maría… Una colmena humana donde casi solo, sin el “casi”, vivían inmigrantes, y aún existían los retretes compartidos. Su cerradura estaba pegada con cinta, y su casa era como una chabola del Ikea. A la mañana siguiente, después de lavarme como una gata el rostro y el sexo, iniciaba el descenso. ¿A quién iba a engañar? Con los ojos ahumados pero llenos de legañas, las arrugas de la almohada sumadas a las de expresión, el pelo electrizado y un hematoma donde termina la espalda, intuía fijas en mí postcoito las miradas de los vecinos, y cloqueando con los tacones sin eje por el piso polvoriento, me sentía una prostituta de lujo.

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Pap.— ¿Te gusta? Sí, sí. En la quinta embestida, pensé en las guerras de Angola y Mozambique, la dictadura de Mobutu Sese Seko en Zaire, el régimen de apartheid en Sudáfrica y el intervencionismo de la Casa Blanca y del Kremlin. En la sexta embestida, pensé en los fundamentalismos primermundistas. ¡Au! En la globalización del patriarcado europeo. ¡Au, au! Y en la epistemología eurocéntrica.

14. A la zapatilla por detrás

María.— ¿Pap?

¿Cómo vas a ir a África, si no puedes responsabilizarte de tu propia África? ¿Cómo vas a ir al Sur sin descender a tu Sur?

Pap.— ¿Sí?

La primera vez que me dio por el culo me dolió muchísimo. Fue como si me rompía.

María.— Pap, ¿tú crees que la civilización occidental es la civilización universal que conviene a todos?

A la zapatilla por detrás, tris-tras. Ni la ves ni la verás, tris-tras. Mirad para arriba, que caen judías. Mirad para abajo, que caen garbanzos. ¡A dormir, a dormir, que vienen los Reyes Magos!

Pap.— ¿Tenemos que hablar de esto ahora?

En la primera embestida, pensé en el comercio y la trata de esclavos. El comercio transahariano, en el océano Índico, en el Atlántico. Los esclavos de las plantaciones de azúcar de Santo Tomé, y los que los españoles llevamos directamente al Nuevo Mundo. En la segunda embestida, hinqué las uñas en el suelo. Llevaba una pulsera de cuentas, que se clavaron en la muñeca, donde la piel es más fina. En la tercera embestida, pensé en el petróleo de Libia, Nigeria o Angola, en las minas de oro en Ghana y las de diamantes y coltán en el Congo.

Pap.— ¿Te gusta? Sí. En la cuarta embestida, pensé en el chiste del conejito y el elefante, y en las prostitutas subsaharianas de la Casa de Campo: veinte euros el servicio, diez euros la mamada… Las mafias.

En la séptima embestida, pienso en los dos adolescentes musulmanes de origen africano que murieron en Francia 2005 huyendo de la policía. En la octava embestida, me desgarra, me desgarra, me desgarra, pienso en Martin Luther King, Rosa Parks, Malcom X y los Black Panthers. En la novena embestida, ya no pienso. Me gusta mucho.

María.— ¡Ay! En la décima embestida, pienso en las avalanchas de subsaharianos que se agolpan en las puertas de Ceuta y Melilla para entrar en territorio español al grito de “¡Viva España!”.

Pap.— ¡Viva! Dando gracias a Dios.

María.— ¡Dios! Pap.— ¡Dios! ¡Dios!

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Pienso en los centros de internamiento, las repatriaciones…

María.— ¡Mi madre! Que dice que algunos de los que vienen en la patera no están de no comer.

Pap.— Te como entera. Pienso en mi estúpida beatería con el “buen salvaje”. Racista. La estúpida beatería que te ha traído aquí, como a una heroína de Lars von Trier. ¡Ay! Como a la heroína de Manderlay. ¡Ay! En la última embestida, libre ya del pecado transgeneracional, él abraza mi escalofrío.

Pap.— ¿En qué has pensado todo el rato? María.— En que ahora soy tuya por delante y por detrás. A la zapatilla por detrás, tris-tras. Ni la ves ni la verás, tris-tras. Mirad para arriba, que caen judías. Mirad para abajo, que caen garbanzos. ¡A callar, a callar, que el diablo va a pasar! Al día siguiente, en Burgos, mi padre, que busca desesperadamente su crema corticosteroides…

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María.— ¡Papá! Padre.— El otro día el médico me metió el dedo (“Quién le dice que es una almorrana y no una fístula u otra cosa cualquiera”). Vi las estrellas. María.— Y yo. Padre.— ¿Qué? María.— Nada. Mi padre me enseñó a atarme las zapatillas de pequeña. Yo odiaba esa costumbre de los niños y niñas, de pisarte las zapatillas nuevas, porque no se estrenaba calzado todos los días y porque los matones aprovechaban la práctica para pulverizarte los dedos del pie.

Padre.— ¿Cómo a alguien le puede gustar eso? María.— Es distinto que te lo haga el médico a que te lo haga alguien por quien suspiras. Padre.— ¡Pues yo, hasta que no vea dos leones maricones…! María.— Los leones tampoco leen literatura erótica, ni ven pornografía. Padre.— ¡Mira lo que dice!

Padre.— No puedo parar del dolor.

María.— Ni siquiera tienen dedos prensiles para, ya sabes, jugar. Es que el amor humano no solo es reproductivo.

María.— ¿Has probado a cambiar algo en la alimentación? El picante, fuera; los alimentos en salazón, y el alcohol…

Padre.— Luego tiran a los hijos a los contenedores…

Padre.— Si eso es lo de menos. Si es que tengo la almorrana como si me hubieran violado cinco negros.

“Hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de caza siempre glorificarán al cazador”. Proverbio yoruba.

15. El gobierno presenta la tercera valla de Melilla,

16. ¿A Burgos?

con procedimientos antitrauma

La tercera valla o sirga tridimensional que ha comenzado a instalarse no solo retarda el tiempo de un inmigrante en superar los obs­ táculos, sino que además impide que se lesione. El siguiente paso será pintar corazones de tiza en el perímetro fronterizo de Melilla. El ministro de Interior explicó a los periodistas que habrá una pintada de amor por cada elemento lesivo: “Seydina por Ana”. El responsable de la empresa instaladora señaló que la idea es sustituir la alambrada en espiral o concertina por unos rodillos silenciosos arqueados que ofrecen un masaje suave pero firme. El sistema está inclinado diez grados hacia Marruecos y la parte de arriba de la valla es totalmente inestable para impedir subir. La sirga hace como un sistema de tobogán acuatubo con caída a una piscina de bolas.

Pap.— ¿A Burgos? María.— ¿Y por qué no? No te estoy diciendo que nos casemos. Pap.— ¿Para qué nos vamos a casar si ya tengo papeles? Además, ¿quién me dice que tus padres no son unos fachas? María.— ¿Pero qué coño estás diciendo? Pap.— Tú misma lo dices a veces: “Mis padres son unos fachas”. ¡Unos fachas! Entonces recuerdo que estuve a punto de darle una patada en los huevos a un nuevo rico que llamó a mi padre “campechano”.

Para el delegado de gobierno, esta es “una obra emblemática” que manifiesta el “compromiso claro” del Ejecutivo con la seguridad y con el land art o arte de construcción del paisaje.

Recuerdo cuando iba con ellos, con mi padre y mi madre, por la carretera del cementerio, y después de un déjà vu quise que nos estrelláramos contra los árboles. Morir en el acto.

La ministra de Defensa insistió en que “no hay por qué poner en duda” el pacto del Gobierno de Marruecos con el de España, y felicitó por su labor al ejército marroquí, que organiza convocatorias de “abrazos gratis” para ayudar a unir a los inmigrantes subsaharianos deportados al desierto.

Recuerdo cuando le dije a mi madre que no quería haber nacido. Recuerdo cuando le dije a mi padre que no quería haber nacido. Que mi padre nos traía pájaros en el bolsillo del anorak. Que mi madre nos compraba muñecos de cuerda chinos.

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Que me consintieron. Y que me pegaron. En el culo y en la cabeza.

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Y le recuerdo a él entubado después de una operación de corazón. Y recuerdo la primera vez que le puse la bacinica a mi madre.

En la cabeza y en el culo. Y la primera vez que se la quité. Y recuerdo que mi padre me llevaba al mar en bandera roja. A la hora de la digestión:

Y recuerdo cuando mi padre se cayó de un nogal, y un trozo de rama se le quedó incrustado en el pómulo.

“Tú no tengas miedo, hija, que estás conmigo”.

Y recuerdo la fontanería de mi padre.

Y recuerdo mi primer recuerdo: las manos de mi madre, el olor a pescado y a colonia a granel.

Parecía una pajarería.

Las manos de mi padre, el olor a frío y taberna.

La primera vez que le puse el conejo. Y la primera vez que se lo quité.

Él me enseñó a andar en bicicleta.

María.— Yo soy su hija… PERO TÚ TE CALLAS. Y recuerdo la primera vez que vi a mi padre llorar. La primera vez que hice llorar a mi madre. Y recuerdo que soñé que me acostaba con mi madre. Y recuerdo que soñé que mataba a mi padre. Y recuerdo cuando mi madre se quedó embarazada, y deseé que el niño no naciera para ser siempre la pequeña. A veces peinaba a papá y le sacaba las espinillas de la espalda. ¡Qué guarrada! Y mamá me leía libros para adultos. Por ejemplo, las “Aventuras de Robinson Crusoe”. Recuerdo el día que se olvidó de venir a buscarme al colegio. La recuerdo entubada después de una operación de vesícula.



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Pap.— ¡Ahora! ¡La chupa! Y yo le pregunto: “¿Eso también te lo enseñaron en la universidad?”. Oye, que yo también fui a la universidad. En África, pero a la universidad. María.— ON, ON, ON… ¿Dónde está el jodido on? Pap.— ¿Me pones otra? Me dice que así no se toma la píldora, que no envenena su cuerpo por un rollo. Y me amenaza con no volver a follar si no es con preservativo. ¡Pero, tía, que yo controlo!

17. El lenguaje de los leones María.— “Regular la temperatura de la plancha”. Pap.— ¿Y qué me encuentro en su cocina? Unas pastillas en el fogón. Y a mí no me gustan esos rollos. Esas dependencias de mierda de segunda, tercera y de cuarta necesidad. Apúntame una, que no llevo suelto. Miro el prospecto, y son para la cabeza. Un antiimpulsos, o qué se yo. Le digo que tiene que dejarlas, que por qué se toma eso, y se pone hecha una furia. ¡Que está en crisis! ¡Crisis, crisis, crisis! Nosotros nacemos en crisis. Lo que no nos mata nos hace más fuertes. ¿Tú crees que está loca? Ya la has visto un par de veces. ¿No tienes un vaso de tubo? María.— “Desenroscar el tapón de seguridad y rellenar la caldera con 0,9 litros de agua, prestando atención a que no rebose, utilizando el embudo especial…”. ¿Dónde cojones está el embudo especial? Pap.— El otro día me planchó las ocho camisas del uniforme. Yo las tiendo al lado de la ducha, y listo. “¿Por qué haces todo esto?”. ¡Si hasta había blanqueado los cuellos! Me dijo que me quería, macho. Y yo ya le he dicho que, en este momento de mi vida, no puedo tener una relación. No sé si quiero vivir en esta ciudad, no sé si voy a irme a otro país. Puede que necesite buscarme una chica en otro país. Entonces empieza con sus cosas en contra del individualismo y no sé qué. ¡María, que no se filosofa en los bares! María.— “A largo plazo, la cal podría provocar incrustaciones… Enroscar el tapón con cuidado hasta el fondo y conectar la clavija del cable de alimentación”.

Pap.— Que yo ya tengo una edad, y no estoy para perder el tiempo. Gracias. Y yo ya se lo he avisado. Que yo soy un tío independiente, que cuando voy a Dakar me quedo en un hotel. Que si entro, que si salgo. A veces se sale por salir, es verdad, sin embargo… Le digo que quiero dejar el trabajo, y me dice que cómo voy a hacer eso ahora, con la que está cayendo. ¿Tengo que sentirme afortunado por tener un curro? Me dice lo mismo que mi jefa: “Pap, no te gusta tu trabajo”, y yo le digo, “tu problema es que tú no sabes diferenciar tu trabajo de tu vida”. Voy a operarme el juanete, voy a operarme el juanete, y les voy a joder con otra baja. María.— ¡Esto no es vapor, es agua! Pap.— Ya no sé si puedo salir con una española. Pero es que en Inglaterra y en Alemania las tías de nuestra edad ya no tienen tiempo para salir con nadie: de casa al trabajo, del trabajo a casa. María.— Mamá, soy yo. (…) ¿Cómo que no? Lo guardé en la agenda, en tu agenda. (…) Lo habrás borrado. (…) Sin querer, sin querer. (…) ¿Qué tal estáis? (…) Pues parece mentira después de tantos años… (…) Bueno, que no te llamaba para eso, que tengo una emergencia, por no hablar de la factura del teléfono. (…) Oye, que estoy planchando, ¿tú cómo hacías lo de las mangas sin tabla? (…) ¡Ah! Con una toalla. Vale, vale. Con una toalla húmeda. (…) ¿Poco húmeda o muy húmeda? (…) ¿Que qué plancho? Pues sá-

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banas, ¿por qué? ¿Tú no las planchas? Se duerme mucho mejor. (…) Ya sé que las sábanas no tienen mangas, pero es que… (…) Pues cosas, mamá, cosas. (…) Bueno, un beso, que voy a salir, y dale otro a papá. (…) ¡Cuando os arregléis, pesada! ¿Y si no supiera dormir abrazada a un hombre sin cubrirlo y hacer planes de futuro?

18. ¿En qué idioma habláis? Amiga.— Hay tres tipos de enamoramiento: de corazón, de vientre y de coño. Tu problema es que piensas con el coño y follas con el cerebro. ¿A qué se dedica? Te lo voy a preguntar de otra manera: ¿quién paga las copas? María.— Trabaja en el aeropuerto. Amiga.— Te he preguntado quién paga las copas. María.— No sé. A medias. Amiga.— ¿Es azafato? María.— No. Trabaja en el checking de Ryanair. Amiga.— Eso explica que no tenga alma. ¿Te ha regalado algo por Navidad? María.— Sí, cada día me trae regalos del aeropuerto. Todo lo que los pasajeros dejan por sobrepeso. Amiga.— ¿Y por Navidad? María.— Por Navidad hace de Baltasar y se gana un sobresueldo. Amiga.— ¿Le gusta el teatro?

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María.— ¿Por qué tiene que gustarle el teatro? Amiga.— ¿Y qué le gusta? María.— Le gusta… le gusta la noche. Te voy a ser sincera, el resto del tiempo se lo pasa sepultado vivo delante del televisor.



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María.— ¿Por qué no habláis en español? En los países que no visité…

Pap.— Où avez-vous appris le français? María.— Mira que os entiendo…

Amiga.— ¿Y tú?

No escucho lo que me dices.

María.— Por fin alguien me enseña a malgastar el tiempo. Pap.— Quel est le problème des Espagnols avec d’autres langues? Amiga.— ¿Y eso es bueno? Tú eres una chica formada, ¿qué haces con alguien así? A ver si vas a tener que mantenerlo… ¿Se droga? ¿Por qué lavaste y planchaste sus ocho uniformes de azafato?

Escucho una música lejana.

María.— Que no es azafato, que trabaja en el checking.

Pap.— ¿Ah, sí? ¿Qué música? ¿Pop, rock, ska? ¿Jazz, soul, blues? ¿Salsa, cumbia, reggae?

Amiga.— ¿Por qué?

María.— Me voy a dormir.

María.— En su casa no había luz. Amiga.— Entendería que estuvieras en un piso sin luz, contraventanas ni agua, con un poeta, un maldito, un… Sinceramente, me gustaría saber de qué habláis. No hablamos. Puedo tragarme toda la parrilla de programación en su sofá. Como una anaconda, tendida a su lado, mido su cuerpo para devorarlo después. Hacer el amor con él es como ir de safari fotográfico. Podemos ver ocho horas de televisión haciendo el amor en los publicitarios. De vez en cuando, me lanza algo de comida a la cama, como si estuviera en el zoo y…

Amiga.— ¿En qué idioma habláis? Cuando estoy contigo, no pienso en ti. Pienso en los idiomas que no aprendí…

Pap.— Votre accent est très bon.



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Padre.— ¿San qué? María.— ¿Eres furtivo, papá? Padre.— ¿Qué te hace pensar eso? No falta na’ pa’ que salga el sol. ¿Vienes conmigo a ver la amanecida? Ahora, quítate esas botas rojas, que se te adivina desde París, y voy a la caza con búho. María.— ¿Con búho?

19. La caza con búho Padre.— ¿Qué vas? ¿Al cine de las sábanas blancas?

Padre.— El búho real tiene muchos enemigos. Cuando lo ven en inferioridad, las avecillas se tiran a por él.

María.— ¡Qué susto, papá!

María.— ¿Y no puede defenderse?

Padre.— ¿De dónde vienes tan tarde?

Padre.— No, aunque en el crepúsculo distingue perfectamente los objetos…

María.— ¿Y tú? ¿Dónde vas tan temprano? Padre.— Tienes las manos frías. María.— Pero el corazón caliente. Padre.— Y hueles a madriguera de raposos. María.— ¿Qué? Padre.— El cazador no puede engañar a los de su oficio. María.— ¿Y mamá? Padre.— Se quedó dormida en el sofá haciendo un siroco.

María.— ¿Por el día no ve? Padre.— Eso. Los cazadores lo utilizan como señuelo para matar picazas y grajos. Al amanecer, lo ponen en un palo… María.— ¿Al búho? Padre.— Muerto o disecado. María.— ¡Qué cruel! Padre.— Y los pajarillos se le echan encima.

María.— ¡Un sudoku!

María.— ¿Los pájaros también se odian? ¿Por qué, si pueden volar?

Padre.— ¿Por qué me miras con esos ojos de búho?

Padre.— No vuelan, levitan.

María.— Es el síndrome de Sanpaku.

María.— ¡Nunca debí escribirte esa línea!

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Padre.— Es un “animalajo”. María.— ¿Eh? Padre.— El búho. María.— Pues, a mí, esto de la caza con búho me recuerda al Time Stop porno. (…) ¡Papá! Padre.— ¿Qué? María.— Te dejas la escopeta. Padre.— Buenos días. María.— Buenas noches.

20. Nictofobia Había una vez… De pequeña tenía miedo a la oscuridad, o sea, nictofobia; o sea, acluofobia. Sí, sí, sí. También hay una palabra para el miedo a lavarse, ablutofobia; y para el miedo a las gallinas, alektorofobia; y para el miedo al color verde, clorofobia; y para el miedo a las opiniones, allodoxafobia; y para el miedo a los payasos, couilrofobia; y para el miedo a los palillos chinos, consecotaleofobia. El miedo irracional a la oscuridad es normal en el desarrollo de los niños… Miedo a los niños, pedofobia.

Desconocido.— ¿Qué edad tienes? María.— Adivínalo: “Mi mamá me mima”. Desconocido.— ¿Cuatro? María.— “El hombre se mide por la soledad que aguanta”. Desconocido.— ¿Setenta y cinco? Hay una palabra para el miedo al paso del tiempo: cronofobia.

Madre.— Cuando eras pequeña, te acariciaba la cara a través de los barrotes de la cuna, y eso te calmaba. Hay una palabra para el miedo a las manos: chirofobia, y otra para el miedo a ser tocado: afenfosfobia. Obligaba a mi madre a

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que me leyera en voz alta hasta conciliar el sueño. Bibliofobia. Se quedaba dormida sobre el libro.

Madre.— Solo estaba entornando los ojos. Y yo la despertaba.

Madre.— ¿Dónde nos habíamos quedado? Agotamos todos los cuentos de Grimm, agotamos todos los cuentos de la casa.

Madre.— Este ya lo hemos leído muchas veces, tienes que sabértelo de memoria. Comenzamos a leer libros para adultos.

Madre.— A-ven-tu-ras de Ro-bin-son Cru-so-e, de Da-niel De-fo-e. Se dice Defoe.

Desconocido.— “Traté también de hacerle comprender el nombre que le había puesto, que era el de Viernes, por ser este el día de la semana en que le salvé la vida, le enseñé también a llamarme amo y a decir sí o no, haciéndole comprender lo que significaban dichas palabras”. María.— Mamá, ¿por qué tienes la voz tan grave? Mamá, ¿por qué tienes los codos tan ásperos? Mamá, ¿por qué tienes patillas, barba y bigote? Mamá, ¿por qué tienes pelo en el pecho? Mamá, ¿por qué tienes rabo? Mamá, ¿por qué tienes esos pedazo de huevos? Mamá, ¿por qué me muerdes? Mamá, ¿por qué me la metes en seco? Mamá, ¿por qué me abandonas cuando la luz comienza a entrar por las persianas? El miedo a la oscuridad es una manifestación de la ansiedad de la separación. Dejé de dormir con mi madre para dormir con desconocidos.



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Ya no hay vuelta atrás. Le has besado. Le has acariciado la bragueta. Está en tu ascensor. ¿El “no” ya no es posible? Dos noes seguidos equivalen a una afirmación. Y te arrastras a la cama, dando traspiés desde el ascensor, fingiéndote más ebria de lo que estás… Menos sobria de lo que estás. Más inconsciente, menos doliente, más terrible y temeraria. Allí te tumbarás como en la mesa de autopsias y, con la luz apagada, te dejarás hacer. Una disección. Dos. Tres. Has abierto tu vientre, y has hecho comulgar a tus enemigos.

María.— Apaga la luz y cuéntame un cuento, mamá. Desconocido.— No soy tu madre. María.— ¿Quién eres? ¿Te conozco? Desconocido.— Desde hace unas horas. María.— ¿Sabes contar cuentos? Desconocido.— Había una vez… Fui una niña llena de miedos. Conquisté a machetazos mi temeridad. Tuve que acostarme con gitanos, dealers, ingenieros prepotentes, campesinos del Rif, hooligans escoceses, jóvenes emprendedores más listos que el pan, pelirrojos despechados, maricas confundidas, incluso comerme algún coño para romper el cordón umbilical.

María.— ¿Sigues ahí, mamá? Desconocido.— Yo no soy tu madre. María.— Lo sé. Ella contaba los cuentos mucho mejor.



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Sexóloga.— Ahora tengo que preguntarte sobre tus prácticas sexuales. ¿Sexo vaginal? María.— Sí. Sexóloga.— ¿Con o sin preservativo? María.— Depende.

21. La sexóloga musulmana Cuando acudo al ambulatorio a hacerme las pruebas rápidas del VIH, me encuentro con una doctora que lleva velo.

Sexóloga.— ¿Te ha dolido? María.— No. Sexóloga.— ¿Cuántas parejas sexuales has tenido en el último año? María.— No lo sé. Sexóloga.— ¿Podrías decir una cifra aproximada? María.— Diecisiete o dieciocho. Sexóloga.— ¿Tienes dificultad para emplear preservativo con ellas? María.— A veces. Sexóloga.— ¿Hombres? ¿Mujeres? María.— Y viceversa. Sexóloga.— ¿Alguna estable? María.— Alguna.

Sexóloga.— ¿Alguna vez has tenido sexo anal? María.— Una vez. Sexóloga.— ¿Juguetes? María.— ¿Qué? Sexóloga.— ¿Juguetes? María.— No. Sexóloga.— ¿Sexo oral? María.— Sí. Sexóloga.— ¿Con o sin preservativo? María.— Sin. Sexóloga.— Cuando tienes una práctica sexual con una persona sin profiláctico no solo te acuestas con ella, sino con todas sus parejas sexuales, ya que es probable que con ellas tampoco lo haya usado. (…) El diagnóstico rápido tiene una fiabilidad del 99 %, pero si has tenido relaciones de riesgo en los últimos dos meses, para mayor seguridad, deberías repetir la prueba en diciembre. Si en los próximos meses incides en relaciones de riesgo, volvemos a empezar, y así siempre… Es un círculo vicioso. ¿Te lo tragas?

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María.— ¿Qué? Sexóloga.— Perdón, el sexo oral, ¿te lo tragas? María.— No. Sí. Sexóloga.— ¿Sí o no? María.— La última vez me bebí sus lágrimas.

22. Lavapiés, el maravilloso barrio Sexóloga.— ¿Clínex?

de la interculturalidad

Sexóloga.— Va en el sueldo.

Desconocido 1.— ¡Eh, preciosa! ¿Has probado el polvo africano? ¡Guapa! Al menos, mírame. Saluda. Te he dicho guapa. ¿No das ni las gracias? ¿Eres racista?

María.— Usted lleva el velo.

María.— Mi novio es senegalés, gilipollas.

Sexóloga.— Sí.

Desconocido 1.— ¿Y quién es tu novio?

María.— He dicho la mitad de las parejas porque llevaba el velo.

María.— Ha salido a fumar.

Sexóloga.— ¿Te has mirado en un espejo?

Desconocido 1.— ¡Dile que se puede fumar en el bar!

María.— ¿Qué?

María.— Pues ha salido a… respirar. Pero no estoy sola, capisci?

Sexóloga.— Mírate aquí. ¿Qué ves?

Desconocido 1.— ¿Tú eres el de Senegal?

María.— Tres blancos.

Pap.— Nací en los Estados Unidos.

Sexóloga.— Eres preciosa.

Desconocido 2.— Nació en una cloaca, su madre es una rata.

María.— Gracias. Perdón.

Pap.— ¿Y el chino pa’ qué se mete? María.— Tranquilo, Pap. Pap.— ¿Pero tú le has oído?

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María.— Siempre es igual.

Desconocido 1.— ¿Tú eres del barrio?

Pap.— Pues ya estoy harto.

María.— Hombre, de este barrio, no, pero…

María.— Envidia.

Desconocido 1.— Pues esto no va contigo.

Pap.— Ve a la plaza.

Desconocido 2.— ¡Blancucha!

María.— ¿Qué?

Agente.— Dile a tu marido, o lo que sea, que se tranquilice.

Pap.— Que te vayas a la plaza.

Desconocido 1.— Las blancas no saben lavarse…

Desconocido 1.— ¡Dale, dale, al disco chino, filipino! ¡Pelea!

Pap.— Esta no es mi mujer.

Pap.— Chino de mierda. Desconocido 2.— Negro de mierda, te doy hostia hasta en el carnet… Aunque dudo que tengas, sin papeles. María.— ¿Queréis razonar? Desconocido 1.— ¡La pasma!

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Desconocido 1.— Les das por el culo y sale mierda. Pap.— ¡Que esta no es mi mujer! Agente.— Dile a tu amigo, o lo que sea, que si no se tranquiliza… María.— ¿Pero qué te pasa, Pap?

Agente.— ¡Lavapiés, el maravilloso barrio de la interculturalidad!

Agente.— … tendrá que acompañarme a comisaría.

Pap.— Mono, tú, hijo de la gran puta.

María.— ¿Por qué te has puesto así por un par de…?

Agente.— ¿Quién ha empezado?

Pap.— Tengo problemas, ¿vale?

Desconocido 1.— ¿Y a ti qué te importa?

María.— Si no me los cuentas, no puedo ayudarte.

Pap.— Chino de mierda.

Pap.— ¿Y por qué tengo que contártelos? ¿Qué somos? ¿Qué somos nosotros?

Desconocido 2.— Negro de mierda. María.— Personas. María.— ¡Dejadlo ya! Pap.— Cállate.

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Ponme la banda sonora de “Memorias de África”. ¿La SGAE? Me importa un pito. La, la, lalalalalara…

María.— Mira, te he traído al teatro… Pap.— Oye, que yo ya había ido al teatro… María.— Delante de todas estas personas…

23. Pim, Pam, Pum Pap.— Tú no me conoces. María.— Claro que te conozco.

Pap.— Manda un saludo a tu familia. María.— Para admitir mi incapacidad de… ¡Pobre idiota! Me creí capaz de imaginarte. Mi caballo negro, mi Viernes, mi Sábado o Domingo, mi príncipe azul oscuro casi negro…

Cogito, ergo sum.

Pap.— ¿Te insulto yo a ti? Pap.— Eres una bohemia burguesa. De Lavapiés. Ni siquiera sabes cómo habla el personaje, cómo se mueve…

María.— El burgués no es capaz de imaginar al otro, y yo no solo soy capaz de imaginarlo. Soy capaz de enamorarme de él. Pap.— De tus proyecciones. María.— De él. Pienso, luego soy. Pienso, luego conquisto.

Pap.— ¡Esto que escribes es una selección interesada de lo que digo y hago!

María.— ¿Es porque naciste en otro continente? ¿Porque perteneces a otra generación? Pap.— ¿Me has traído al circo o al teatro? Porque parece que te has tragado un payaso. María.— ¿Es por tu sexo? Yo es otro.

María.— No comprendo la lengua de los leones…

María.— ¡Hombre, escribiendo siempre se traiciona la realidad, pero, aunque no te sientas identificado con el personaje, ahora puedes decir cosas como “selección interesada”!

Pap.— Quel est le problème des Espagnols avec d’autres langues?

Pap.— O sea, ¿que escribir es imponer una visión?

Pap.— ¿Quién es ese?

María.— Bap.

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María.— Mis amigos nunca llegaron a aprenderse tu nombre, y lo que no se nombra no existe: te llamaban Bap, Paf, Puf, Pim, Pam, Pum… ¿Y sabes qué significa que un personaje no tenga nombre propio? Que no tienes entidad. (…) Nos penetramos enfermizamente… Pap.— ¿Porque eres una obsesa? María.— Porque somos impenetrables. Mi cabeza es Europa, y mi sexo el peñón de Gibraltar. Estoy segura de que Crusoe culeaba a Viernes, o viceversa. Imagino mis palabras blancas resbalando por tu cuerpo negro, como la espuma de la ducha. Pap.— ¡Solo hay que ver la escena en la que intentas darme voz! Sinceramente, prefiero a los guionistas de la HBO. El protectorado internacional de mi corazón.

María.— Me colonizaste con tu esperma y yo te colonizo con mi lenguaje. La, la, lalalalalara…

24. Las aventuras de Crusoe y Viernes “Traté de hacerle comprender el nombre que le había puesto, que era el de Viernes, por ser este el día de la semana en que le salvé la vida”. Tú puedes llamarme Sábado, por ser este el día de la semana en que me conociste. Puedes llamarme noche, porque fue de noche. Tú puedes llamarme tasca, ruido, humo. Puedes llamarme intoxicación… ¿Soledad? Nada más parecido a una isla desierta que la gran ciudad. “Le enseñé también a llamarme amo y a decir sí o no, haciéndole comprender lo que significaban dichas palabras”. ¿Por qué todas las relaciones sentimentales se convierten en relaciones de dominio, poder, chantaje, extorsión? ¿Por qué llamamos al colonialismo amor? El esperanto es el lenguaje de los cazadores.

Pap.— Escúchame: esto se ha terminado. It’s over. C’est fini. María.— ¿Qué se ha terminado? ¿Las grandes ideologías? ¿El barril? ¿Estás de broma? No puedes dejarme. Pap.— Yo no soy padre de nadie. Ya tengo dos hijos. María.— ¿Cuándo ha nacido el segundo? (…) Puedo cocinar, fregar y planchar como una africana.

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Pap.— ¿Qué va a pensar la gente? María.— Aquí estoy. La mujer emancipada del siglo merreír.

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Abuela.— ¿Te acuerdas de la fábula del padre don Lucio? xxi,

un haz-

Pap.— Levántate. ¿Quieres que me denuncien? María.— No merezco menstruar. Debería envenenarme con mi propia sangre. Pap.— Pensarán que soy un maltratador. María.— No vas a encontrar otra como yo.

María.— ¡¿Y qué haces viva?! Abuela.— “Todos los globos, con independencia de su color, suben al cielo”. Padre.— ¿Eso no era una canción de Machín? María.— No lo sé, papá, pero don Lucio no había visto un negro ni en foto. Padre.— “Pintor que pintas iglesias, píntame angelitos negros, porque los negritos buenos…”.

Pap.— Cariño, la limosna no es la solución. María.— ¿Los negritos buenos? Un negro cabrón, papá. María.— ¿Sabes cuál es la solución? Vayámonos a Senegal. Padre.— Todos tenemos nuestros defectos, hija. Pap.— Yo no sé cuándo voy a ir a Senegal. María.— Pero hoy yo solo quiero oír que es un negro… María.— ¡Llevas aplazándolo desde que te conozco! Padre.— Un moreno… Pap.— ¿Ah, sí? María.— … cabrón, y punto en boca. María.— Aprenderé wólof. Pap.— Tú allí no aguantas tres asaltos. María.— Negro cabrón. Abuela.— “No te importe la raza ni el color de la piel” (do). María.— ¡Abuelita! Abuela.— (re) Ama a todos como hermanos (la) y haz el bien. María.— ¿Abuela, qué haces en el teatro?

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25. Epílogo Padre.— ¿Vas a ponerte así por un pájaro? Hija, que no eres cheposa, que como ese puedes encontrar más… María.— ¿No hay remedio? Padre.— ¿Tienes un pañuelo? María.— ¿Qué vas a hacer? Padre.— ¿Tienes un pañuelo? María.— Sí, ¿por qué? Padre.— Cuando soples, va a revivir. María.— No se mueve, papá. Padre.— Si te vas a poner así, ya no hay más pájaros. María.— También mamá y tú os vais a morir, y todos a los que amamos. Padre.— A mí ya no me queda demasiado. María.— ¿Pero qué tontadas dices? Padre.— ¿Y las ganas que tengo de morirme pa’ estar tumbado?

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María.— Estás jubilado, te levantas a las seis porque te da la gana. El aire agrada en las noches de verano en Castilla. Pero aún hay un perfume como a armario de muerto.

Padre.— ¡Mira qué ojones se te han puesto! María.— La abuela decía que llorabas tanto de pequeño que le hiciste una gotera al vecino. Padre.— Yo no sé ni cómo nos desarrollamos en esa buhardilla del arrabal… Yo me metía en lo más abuhardillado a llorar, pero la zapatilla de tu abuela sí que llegaba. María.— Yo he llorado un mar, papá. Ya tengo… treinta deshielos. Padre.— Con la edad te secas. Por eso, bebo.

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María.— Las saltábamos, ¿te acuerdas? Padre.— ¡Aprendí a nadar en el Arlanzón! En primavera nos quitábamos las carroñas de todo el año. El mar es una rayuela.

Padre.— Yo era un poco indomable, estaba haciendo la mili… Y me gustaba la playa. Tarifa. Frente a mis ojos el Estrecho.

Padre.— Que no es Tarifa, que es el Sardinero. María.— ¿Por qué ya nunca comemos sardinas? Yo las prefería al cordero. Sueño con coger la patera en la otra dirección.

Ruido de oleaje.

Padre.— ¡Mira qué siluro tan feo! María.— ¿Sabes qué estaba pensando? Que, cuando tú me faltes, me faltará el mar. Padre.— ¿Y eso? Necesito escuchar el mar.

María.— No sé nadar. Padre.— Que no sepas nadar… ¡Pero que una hija mía no sepa conducir!

María.— Que no es un siluro, que es un pakistaní. Coger la patera en la dirección contraria.

María.— Papá, ¿nunca has querido ir a África? Padre.— A mí me han ofrecido ir a África, igual que ir a ver al Madrid…, y África es un mito para los imbéciles. Tener un trofeo de unos cuernos de elefante en una pared me parece una mierda. Coger la patera a África.

Aunque sea enlatado. Ponme el mar.

María.— Contigo no temía a las olas.

María.— ¡Que una persona en sus cabales pueda disparar a un animal tan vulnerable!

Padre.— No soy un buen nadador.

Padre.— ¿Vulnerable un elefante?

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María.— Vulnerable por su tamaño… Cuanto más expuesto estás al otro, eres más vulnerable.



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María.— Y aldea. Padre.— Y barrio.

Padre.— ¡Visto así! Desandar los pasos de los parias.

María.— Papá, ¿qué opinas tú de que pongan cuchillas en el muro de Melilla? Padre.— Cuando Franco, ponían alambres y cristales en las huertas para que no cogiéramos manzanas y peras que nos servían para comer: los cotos son un privilegio de mierda. María.— ¿Sabías tú que arrabal es una palabra árabe? Padre.— Y alfalfa. María.— Y dado.

María.— Me quiero ir de aquí todo el rato, pero luego considero las alternativas y entro a un bar a pedirme… Padre.— ¡Una caña! María.— Alcohol. Padre.— ¿Qué? María.— Alcohol también es del árabe. Padre.— Y almohada. María.— Y albaricoque.

María.— Y diván.

Padre.— ¡Tú no pases calamidades, hija! A mí me mandaron a Francia creyendo que les iba a arreglar la vida, y allá me reprochaban hasta que gastara las zapatillas… Pero tenía que andar. Y tú, tú tienes que andar. Descasta el mundo, desanda el planeta con tus excursiones, deléctate con todos los licores típicos, no dejes un centímetro por conocer, coge todos los trenes, súbete a todos los aviones. Haz autostop. Haz fotos, mándamelas, escribe una postal. (…) ¿Pero por qué tan lejos? ¡Si África empieza en los Pirineos!

Padre.— Y almóndiga.

María.— ¿Tú crees? ¿Crees que España es el norte de África?

María.— Se dice albóndiga, papá.

Padre.— Por lo menos, dime que no vas en patera…

Padre.— ¿No me has entendido igual?

María.— Voy en ferri, papá. Lo de la patera era una metáfora.

María.— Y álgebra.

Padre.— ¿Qué es una metáfora?

Padre.— Y jabalí.

María.— El teatro es una metáfora.

Padre.— Y zorro. María.— Y limón. Padre.— Y chirivía.

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Padre.— Chica, un sitio donde no hay libertad de expresión, por no hablar de las mujeres. Luego decís de Franco, pero… María.— Me gusta África, me gustan los barrios desordenados, igual que los hombres que me hacen sufrir. Padre.— ¡Ese bando de perdices está en Pekín…! María.— ¿Tengo tu bendición? Padre.— ¿Y qué te voy a decir yo?



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María.— Tú mismo. Padre.— Es ley de vida. Los sacamos adelante, y cuando ya pueden valerse por sí solos, los devolvemos al aire, donde están expuestos a decenas de rapaces, buitres, alimañas, carroñeros, predadores e hijos de puta, cuatro millones en Madrid, qué te voy a contar. María.— Hacías lo mismo cuando íbamos a pescar. Padre.— ¿Qué te hacía?

María.— Esto.

María.— A mí, nada. A los peces. Devolverlos al agua después del anzuelo.

Padre.— ¿Y qué es esto?

Padre.— Para que dejaras de llorar.

María.— Tu separata. Padre.— ¡Pues sí que me sacas de dudas! ¿Dónde tengo las gafas? ¡Podías haber puesto la letra un poco más pequeña! A ver… María.— ¿Lo lees?

María.— Cuando extraías la cuchara de la boca parecías un cirujano. Padre.— Uno no puede encariñarse demasiado. Ni de los animales… María.— ¡Pero ya qué iban a nadar! Padre.— Ni de las personas.

Padre.— “Lí-bra-te de las co-sas her-mo-sas que te de-se-o”.

María.— ¿Tampoco de la familia?

María.— ¿Qué le haces al pájaro?

Padre.— En general.

Padre.— Se hace el muerto.

María.— Ni de los brasileños.

María.— Por lo menos déjalo descansar, ¿no?

Padre.— Ni de los guardabosques.

Padre.— Voy a tirarlo hacia arriba para que retome el vuelo.

María.— Ni de los africanos.

María.— Papi, está completamente seco.

Padre.— Ni de los lebreles.

Padre.— Hay que dejarlos volar.

María.— Ni de los cosmopolitas.

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Padre.— Ni de tu padre. ¿Yo cirujano? ¡Pero si solo estudié hasta los catorce! María.— ¡Pobre pajarito! Padre.— Pero a ti aún te que quedan muchos años por delante… María.— ¡Déjalo tranquilo, anda! Padre.— Déjame intentarlo solo una vez. ¡Aupi! María.— ¡Plof!

A modo de segundo epílogo La mirada de la periferia: Entrevista a Juan Goytisolo1 (Tánger, 11 de agosto de 2013) “Empecé muy joven a dudar de lo que se me estaba enseñando” “Apreciada amiga, estaré este mes de agosto en Tánger. Un saludo. Juan Goytisolo”. En el laberinto del barrio viejo se agazapan los minotauros. Algunos de ellos matan el tiempo fumando quif; otros esperan el desliz del turista para convertirse perentoriamente en guías. En la medina de Tánger se alterna con los fantasmas de Paul y Jane Bowles, William Burroughs, Brion Gysin, artistas exiliados del “Primer Mundo” que, en el siglo xx, dieron aquí asilo a sus fantasías. Pero también, en la City Dream, el espectro de los caídos por la independencia. La Primavera Árabe ha puesto en tela de juicio años de pétreo inmovilismo. Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) ha sido mi interlocutor, como el de tantos otros lectores de la prensa española, con el mundo árabe… “Me envían la prensa –me dice– con diez o doce días de retraso. Aunque para saber lo que ya sabes… Corrupción. Esto ya no es noticia. Umberto Eco en la Teoría de la información decía que, cuanto más improbable es una noticia, mayor contenido informativo tiene. Lo que hoy sería notable es que dijeran que alguien no ha robado”. Con puntualidad férrea ha aparecido en

1 María Velasco, “Juan Goytisolo: ‘La dictadura es fácil, se hace por la fuerza; la democracia es un camino largo’”, en El Correo de Burgos (El Mundo), 25 de agosto de 2013.

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el vestíbulo del Hotel Schella vestido de crudo. Los años aún no estorban la elegancia. Con los ojos extremadamente claros y entornados, me ha parecido un santo pagano. Pregunta.— Me gustaría que esta conversación versara sobre su biobibliografía. Biografía y bibliografía. Respuesta.— Siempre hay una relación muy extensa y muy íntima entre la obra literaria y la vida. En Coto vedado y En los reinos de taifas quise explicar cómo había nacido mi vocación de escritor en un cúmulo de circunstancias históricas y por qué ese corte de mi literatura joven a la literatura adulta. Con la idea de Don Julián, cuando se me ocurre la invasión de España desde Tánger, termina la autobiografía. A partir de ahí mi vida no interesa a nadie. P.— Pero ha seguido practicando el autoanálisis. R.— He procurado siempre ser crítico de lo propio y respetuoso de lo ajeno (lo que tiene de respetable); siempre, la amistad crítica hacia los demás. P.— De un medio conservador al librepensamiento. ¿Podemos decir con Paul Valery que la verdadera educación estriba en desaprender lo aprendido? R.— Me costó mucho tiempo desprenderme de lo que me habían inculcado. Tuve la desdicha de sufrir, no la educación, porque no la tuve, sino el adoctrinamiento, que es algo muy distinto, en el colegio de los Jesuitas, y en el entorno de la familia paterna, ultraconservador y ultracatólico. Si no hubiera sido por la Guerra Civil y la dictadura, hubiese aprendido varios idiomas desde muy temprano. La única hermana de mi madre, que falleció joven, escribió un poemario en castellano, catalán y francés. Esa era la herencia que me correspondía. La familia materna se deshizo, y la familia paterna… ¡Con decir que he tenido cinco primos hermanos curas! Uno no se desprende de eso de la noche a la mañana. Perdí mucho tiempo. Fue necesario un proceso de desadoctrinamiento y, luego, de verdadera educación. Empecé muy joven a dudar de lo que se me estaba enseñando. A fines del bachillerato, ya era completamente agnóstico. Desde los dieciséis o diecisiete años, tenía la



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obsesión de viajar, porque me había dado cuenta de que el país en el que estaba no me convenía. P.— En 1956, movido por sus ambiciones intelectuales, abandona al fin España, pensada e interrogada en su libro España y los españoles. R.— El hecho de que haya vivido en el extranjero desde los veinticinco años me ha permitido ver a mi propio país desde fuera. Lo he visto siempre desde Francia, Estados Unidos o Marruecos. La mirada de la periferia al centro siempre es más interesante que la del centro a la periferia. Esto obviamente ha marcado mi obra. P.— Durante el franquismo regresará a la península (he leído) como un fantasma. ¿Y ahora? R.— Voy a España por relación de trabajo. Con Barcelona, de alguna manera, me he reconciliado, pero hay ese nacionalismo… Estuve el año pasado en la Diada, y fue una pena no tener la cámara fotográfica, porque una familia iba con un perrito envuelto en una bandera catalana. Un perrito catalanista, me encantó. Los nacionalistas lo nacionalizan todo. P.— “Castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia, latino en Norteamérica, nesraní en Marruecos y moro en todas partes”, así se autorretrataba Juan Goytisolo, cuyo nombre es indisociable del “nomadeo” y los viajes. Decía Paracelso que “quien no conoce nada no ama nada”. R.— Yo he aprendido mucho viajando. Siempre hay ocasión de aprender de los demás. En París vivía donde hay más mezcla de gente de todos los orígenes. Era un barrio de judíos y armenios que luego se llenó de españoles e italianos, magrebíes, pakistaníes y, cuando el golpe de Estado en Turquía, turcos. Cerca de mi casa había una asociación de exiliados. Aprendí turco en París, puesto que los turcos habían venido a mi barrio. Conocer otras lenguas siempre ha sido interesante. En la comisaría de mi barrio, también en París, había un descampado con una pared y alguien había escrito en árabe “policías, sucios racistas”. Como los policías no se enteraban, la pintada estaba ahí. Me divertía muchísimo cada vez que pasaba. Me sentía su propietario, y tenía miedo de que se borrara.

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P.— “El término moro –dirá en sus memorias– se asoció en mí, desde fecha temprana, a unas vagas e inquietantes imágenes de violencia y terror”. ¿Cuál es la base de su fecunda relación con el mundo árabe? R.— Sorprende siempre en España. A la pregunta de a qué viene ese interés por el mundo islámico, yo respondo a qué viene esa falta de interés. Es el desconocimiento de nuestra propia cultura. Ortega y Gasset por una vez tuvo razón cuando dijo que era absurdo llamar “reconquista” a una guerra que había durado ocho siglos. Hay que preguntarse por qué. No es la Historia general de España, sino la mitología general lo que se enseña. Aprendiendo el árabe dialectal de Marruecos he aprendido mucho de nuestra propia lengua. Hay cuatro mil palabras de origen árabe en nuestro vocabulario y, en el refranero de Alonso del Castillo, docenas de refranes. También podría citar listas enteras de giros, cosas que llaman la atención, como la personalización de verbos intransitivos: “amanecí cansado”, “anochecí borracho”. P.— ¿Por qué un escritor español se instala en Marruecos? R.— Al mismo tiempo que es un país brutal, la simpatía y la cordialidad de la gente son extraordinarias. Lo único que hay que evitar es el trato con la administración y la burguesía. La burguesía, al tanto de todas las figuras mediáticas francesas, por lo demás es de una incultura total. Aquí el problema es que hay muchos que quieren leer pero no tienen dinero para libros, y los que tienen dinero para libros no leen. Es interesante ver casos en los tribunales, porque te enteras de los problemas reales de la sociedad. Iba a menudo en Rabat, y un día vi a una mujer que se separaba del marido. Le preguntaron qué tenía contra él, y ella puso una zapatilla del revés. Yo no me enteré de nada. Luego me explicaron que era que el marido le daba por detrás. También recuerdo a un muchacho detenido por “acompañar” a un señor inglés. No había querido abogado. Explicó que había nacido en una familia muy humilde, que quiso estudiar pero sus padres no pudieron pagarle los estudios, que buscó trabajo pero no lo había, que intentó conseguir un pasaporte para irse pero no se lo dieron, que conoció a una señora francesa y le detuvieron por acompañarla; que al salir de comisa-



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ría empezó a trapichear con hachís y también lo encarcelaron, y que ahora lo habían enrejado por ir con un señor inglés: “¡Señor juez, dígame lo que debo hacer!”. Fue formidable. Ningún abogado hubiera hablado como él. El pobre iba buscando una salida, y todo lo tenía bloqueado. P.— Pienso en el caso del autor marroquí Mohamed Chukri. Su conversión, de ratero o niño de la calle a escritor, hispanista y traductor celebrado. R.— Chukri era una persona extraordinaria, y yo le tenía mucho afecto. Por fin han sacado su libro en España con el título correcto: El pan a secas. “El pan desnudo” era un disparate, no quería decir nada. P.— Vivir en Marruecos, corríjame si me equivoco, exige cierto amor abstracto, una división entre lo objetivo (el paisaje civil) y los sentimientos. ¿Perdonamos mejor ciertos defectos sociales o políticos bajo el signo de la alteridad cultural? R.— La crítica amiga es indispensable. Este es el único país árabe donde, si no te metes directamente con la monarquía, puedes vivir tranquilamente. En los demás no te dejan. Yo estuve en Túnez en la época de Ben Ali y era de vergüenza. Me tenían fichado por haber escrito algo poco amable y siempre había dos policías detrás de mí: “¿Quieren tomar un café conmigo?”. Es como en Egipto, que es un país extraordinario, al que he ido muchas veces. En el año 85 logré instalarme en el cementerio de El Cairo, que tiene un montón de habitantes. Tuve la curiosidad de ver cómo se vive allí y dormir en un mausoleo. En Marruecos, no me pongo a hacer política interior, pero la gente conoce bien mis ideas. Lo que no me parece bien lo digo muy claramente. Publiqué hace poco en El País un artículo que se llamaba “Manipulaciones identitarias”. La definición que dan los nacionalistas de Istiqlal y los islamistas de Marruecos como identidad árabo-islámica no es cierta; se trata de una identidad arabobereber de religión musulmana, que es muy distinto. Ahora, por suerte, hay la enseñanza del bereber, prohibida hasta hace poco. Esto son cosas que hay que ver y señalar, alentando los progresos. La situación de la mu-

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jer es inadmisible, aunque ha habido mejoras. Una de las cosas que ha hecho este rey es modificar el estatuto, pero la situación ha cambiado solo para las mujeres de la burguesía, la gente del pueblo ni se ha enterado. En Túnez había el estatuto más avanzado. Ahora los islamistas están intentando hacer retroceder, con una gran resistencia por parte de los movimientos feministas y laicos. Hay que llegar a una legislación que reconozca la igualdad. P.— Sin embargo, lo cual es paradójico, me parece que los árabes integran mejor que nosotros el cuerpo y la sexualidad en su cultura. No me imagino a mi abuela ni a mi madre, castellanas, en el hamman. R.— España se está descristianizando. El catolicismo está en franco retroceso entre los jóvenes. Esto es un progreso respecto a hace cincuenta años. Pero sigue habiendo una influencia muy fuerte, véase ahora con la ley del aborto. Es lamentable. Ciertos consejos morales no tienen nada que envidiar a los de los salafistas. Aquí, antes era así, tal como dices. Por ejemplo, la bisexualidad, mientras se llevase con cierta discreción no “chocaba”. Ahora hay grupos, los salafistas, que hablan de un pecado importado de Occidente, y todo un sector de la sociedad con un islam muy riguroso. (Los santos paganos acceden casualmente a la conversación. Juan habla de las “escapatorias dentro del sistema cultural” bajo el islam popular marroquí) Durante varios meses fui a esas “romerías”. ¡De un pagano! Y escribí un ensayo largo en Aproximaciones a Gaudí en Capadocia. Cerca de Marrakech, en la montaña, hay un santo, Moulay Brahin, que da la fertilidad. Como socialmente no se admite la esterilidad masculina, hasta allí iban muchas mujeres. Había un ambiente muy promiscuo y divertido, y volvían milagrosamente embarazadas. El marido contento porque tenía hijo; la mujer, porque salvaba el matrimonio; y el tercero, en concordia, porque había pasado un rato agradable. No había perdedores. Todo en gloria del santo. P.— ¿Qué conclusión se extrae de la Primavera Árabe? ¿Una conclusión melancólica? R.— Yo fui a Egipto un mes y medio después de la caída de Mubarak y estuve con un grupo de chicos y chicas del Movimiento del



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25 de Enero muy entusiasta. Les dije que la democracia es un camino muy largo. En España empezó con la constitución de 1812, desde entonces tuvimos monarquía absoluta, monarquía liberal, tres guerras civiles, dos repúblicas, dos dictaduras, hasta llegar a 1975. Espero que en Egipto no dure tanto, pero imaginar que se va a llegar de la noche a la mañana… P.— ¿Es desacertado poner en relación la Primavera Árabe y el 15M? ¿Una onda expansiva o fenómenos aislados? R.— Hubo una cierta relación, porque el impacto mediático de la Primavera Árabe fue muy fuerte en Occidente. Esto tal vez alentó, pero en el 15M las reivindicaciones eran mayormente económicas y sociales, no políticas. De todas formas, sentí una gran simpatía por el movimiento de los indignados, porque hay razones para indignarse. P.— Hay una fuga creciente de jóvenes españoles a los países del Sur. Ahora no solo buscan los valores primitivos y/o el reposo psicosomático, sino oportunidades… R.— Hay una desastrosa situación económica y de paro juvenil. Se busca la posibilidad de tener un trabajo digno donde sea. Había una obra clásica, Del rey abajo ninguno, ahora es del rey abajo todos. Es de vergüenza. [Pausa] Yo lo que menos le perdono a su majestad es que matara a un elefante. No me cabe en la cabeza que una persona en sus cabales pueda disparar a un animal tan vulnerable por su tamaño. Me parece monstruoso. P.— Viendo el panorama, ¿es posible poner en tela de juicio las nociones de desarrollo y progreso? ¿La prepotencia de los valores ilustrados tiene los días contados? R.— Los valores siguen ahí, los derechos del hombre, así como la Carta de Naciones Unidas, siguen vigentes, pero los gobiernos no los aplican, que es muy distinto. Hay una gran hipocresía. Basta ver lo que está ocurriendo con la condena de este muchacho, Bradley Manning. Están desvelando el Big Brother. Se hablaba del totalitarismo soviético. Estados Unidos no es un régimen totalitario, pero estos procedimientos sí que son

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totalitarios, es decir: espionaje de la totalidad de la población. Que el que alerta sea el castigado y el traidor a la patria es inadmisible. P.— En España, vivimos una denigración absoluta de las humanidades. Parece que solo se confía en la tecnocracia para salir de la crisis… R.— La tecnocracia tiene un lado muy bueno, pero se da el fenómeno de que cada vez sabemos más cosas menos importantes. Un joven internauta que me veía siempre escribiendo a mano y corrigiendo con papeles pegados se burlaba: “Aprieto un botón y puedo redactar inmediatamente un artículo sobre la guerra civil en Sri Lanka”. Lo que queda de lado es que la cultura es un esfuerzo, y que la mejor forma de combatir la desmemoria es el trabajo intelectual. Si tenemos todo el saber a nuestro alcance sin esfuerzo alguno, con la prolongación de la esperanza de vida, el alzheimer se va a multiplicar. Dentro de cincuenta años, trescientos millones de enfermos… y quién los cuidará. P.— A la luz de esta escalofriante distopía, recuerdo sus palabras en la biblioteca en ruinas de Sarajevo, “el mundo está necesitado de contemplativos y de poetas”, en la película Notre musique (2004), de Jean-Luc Godard. R.— Tuve siempre una gran admiración por Godard, un director que ha hecho un cine creativo –en España tenemos a Víctor Erice–. Tradujeron al francés lo que escribí en Cuaderno de Sarajevo, a partir de los tres viajes que hice durante el asedio. Un día me llamaron por teléfono: “C’est Jean-Luc Godard”. Nos citamos en París, quería que participara en su proyecto. A cualquier otro director le hubiera dicho que no, a mi edad ya sabía que no iba a hacer carrera de actor, pero me interesaba verlo rodando, y fue él el que decidió lo que tenía que decir. P.— Como ejemplo, en la misma secuencia, cita a Valente y a Lezama Lima… R.— Dos grandes poetas que reflexionan sobre la condición humana.



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P.— ¿La literatura es más impotente hoy que hace unos años? R.— Hay una censura comercial. Es decir, lo que cuenta es el número de ejemplares vendidos: “Es un escritor formidable, ha vendido dos millones de ejemplares y lo han traducido a veinte idiomas”. Como dice Malika Embarek, hay autores que salen mejorados de la traducción, pero traducir una obra poética no es una empresa fácil. Hay que tener un oído literario y musical. No puedes traducir a Proust o a Joyce a veinte idiomas inmediatamente, porque es un trabajo. [A colación, Goytisolo anuncia que revisará las pruebas de una nueva traducción de la novela Las casetas de baño, de su compañera Monique Lange, desaparecida en 1996. Está feliz por su reedición]. P.— Viaja de vez en cuando a París, donde mantiene el contacto con la intelligentzia europea (Edgar Morin, Florence Malraux), por lo demás… R.— Renuncio a hacer viajes disparatados, la edad no perdona, aunque esté razonablemente bien. [Se queja además de las nuevas medidas de seguridad de los aeropuertos]. ¡Es desagradable que te cacheen la totalidad del cuerpo! Una vez me confiscaron unas tijeritas minúsculas. ¡Si fuera un coloso de un metro ochenta con unas grandes tijeras! Muy desagradable. P.— Hoy día, con las agencias cuadriculando la tierra y preservándonos de toda proximidad social, es muy difícil hacer un “verdadero” viaje. R.— Los turistas no se enteran. Fotografían, y luego se quedan mirando la fotografía. Una vez estaba sentado en el café, y había uno horroroso que adiviné español: tenía una barriga enorme y llevaba unos shorts con unas piernecitas como palillos; iba con una cámara de fotos, y me estaba mirando fijamente. Se acercó con la máquina, tuve una reacción rápida y le dije: “Sí, soy Antonio Gala”. P.— Aquel “joven de belmotiano” ha adquirido con los años un aspecto ascético. ¿Ajeno a los cambios de ánimo de la tribu literaria? R.— Yo vivo al margen. No tengo cuenta en Twitter ni todas esas cosas. Soy un bicho raro, por decirlo de alguna manera. Cuando era joven era vanidoso, como todos. Pero hay casos tan grotescos

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entre escritores que conozco… La última vez que salí en un programa, me dijeron “pase a maquillarse”. ¿Para qué voy a maquillarme si no soy actor? He procurado siempre ser persona y no personaje.

María Velasco (1984, Burgos)

El escritor Mohamed Churkri escribió que los extranjeros que llegaban a Tánger querían ser su rey Shariar, convirtiendo la ciudad en su Sherezade. Pero no es posible arrancar el secreto de los lugares ni el de las personas súbitamente. Son necesarias mil y una noches. Con motivo del Ramadán, como ha afirmado Juan, “hay que vivir de noche” y él, de ordinario mañanero, se ve obligado a demorar su agenda. Dentro de unas horas, aproximadamente a las siete y media de la tarde, las calles se colmarán de aromas dulces y especiados, y los marroquíes harán el desayuno coincidiendo con la puesta de sol. Como dicen por aquí: “Prisa mata”.

Es doctora en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid, tiene un máster en Práctica Escénica y Cultura Visual y es licenciada en Dramaturgia por la RESAD. Desde 2008, ha colaborado con la Sala Cuarta Pared (ETC), donde ha desarrollado obras de teatro-danza, infantiles y proyectos personales, como Günter (Primer Acto, núm. 327), estrenada en febrero de 2014 (Cuatrienal de Praga 2015), o Líbrate de las cosas hermosas que te deseo (La Cantera Producciones, febrero de 2015). Otros textos son: Perros en danza, accésit Marqués de Bradomín 2010, exhibida en el Teatro Principal de Burgos, el Jovellanos de Gijón, etc.; Nómadas no amados (Teatro de Papel, núm. 12), finalista de los premios Born y Calderón; Tratado para saber vivir (http://www.muestrateatro.com/dramaturgias_actuales/), becada por el Programa Dramaturgias Actuales del INAEM; La ceremonia de la confusión (CDN, 2013); Manlet, incluida en Acotaciones, núm. 28, y estrenada por Inés Piñole en Nave 73 en 2014; Triple salto, para Pikor Teatro, nominada a los Premios Max como mejor espectáculo revelación en 2015, e Infamia, publicada en Ínsula, núm. 823-824. Como ensayista, ha publicado con Amagord, JC, Antonio Castro y la revista Primer Acto, a cuyo consejo de redacción pertenece en la actualidad. La autora también ha colaborado con el Nuevo Teatro Fronterizo, de José Sanchis Sinisterra, o la Sociedad Cervantina, en Lorca al vacío, El Banquete (Fringe Madrid 2013) o la adaptación de La Gitanilla (Festival de Teatro Clásico de Alcalá, 2015). El imaginario cervantino es revisitado en A siete pasos del Quijote (Teatro Español, 2015/2016). Traducida al euskera y al francés, Velasco tiene otra fijación en el cine (ha sido miembro del comité asesor de ayudas del Instituto de la Cinematografía) y en las artes vivas (véase Los dolores redondos –Teatro Pradillo, 2013– o su próxima instalación para “Punk: Sus rastros en el Arte Contemporáneo”, en ARTIUM). Su siguiente estreno, La soledad del paseador de perros, está previsto para abril de 2016.