Lengua olvidada La pérdida del centro Genealogías

16 may. 2009 - ENTRE PARÍS Y. BUENOS ... Divina Comedia árabe, escrita tres siglos antes de la ... lectual de la Argentina a lo largo del siglo XX: la psico-.
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EL FIN DE LA EXCEPCIÓN HUMANA

ECOLALIAS POR DANIEL HELLER-ROAZEN

ENTRE PARÍS Y BUENOS AIRES

POR JEAN-MARIE SCHAEFFER

KATZ TRAD.: JULIA BENSEÑOR 253 PÁGINAS $ 67

POR ALEJANDRO DAGFAL

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA TRAD.: VÍCTOR GOLDSTEIN 324 PÁGINAS $ 66

PAIDÓS 576 PÁGINAS $ 85

Lengua olvidada

La pérdida del centro

Genealogías argentinas

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n De vulgari eloquentia, Dante Alighieri escribió que el rasgo característico del lenguaje humano es su variabilidad en el tiempo. Es esa mutabilidad, afirmó el poeta, la que da lugar a la pluralidad de las lenguas. Esa idea –reelaborada para evitar el anacronismo– sostiene buena parte de la argumentación de Ecolalias. Sobre el olvido de las lenguas, del canadiense Daniel Heller-Roazen, un volumen singular y persuasivo, que en 21 capítulos breves recorre las relaciones entre la memoria y el olvido de las lenguas, el modo en que reaparecen unas en otras en el tiempo y la geografía, y sus vínculos con la poesía, la religión y el mito. Con una erudición sorprendente, Heller-Roazen –especialista en estudios medievales, conocedor de nueve idiomas además del inglés, entre ellos provenzal antiguo, hebreo bíblico y árabe– argumenta que, lejos de ser una anomalía, el olvido de una lengua, de ciertas palabras, sonidos o letras, y su reemplazo por otras, es la condición de existencia de nuestra capacidad de comunicarnos. Para demostrarlo, se detiene en el balbuceo de los bebés, las onomatopeyas, el nacimiento de la lengua francesa, la afasia, la letra hebrea alef, el concepto de lengua muerta –cuya analogía con la vida humana rechaza– y los lenguajes “en peligro de extinción”. Pero, sobre todo, articula un estilo de escritura asertivo y ágil, pleno de ejemplos, con párrafos introductorios que recuerdan más a un copete periodístico que a un ejercicio de reflexión filosófica. “La lengua, por su propia naturaleza variable en virtud del tiempo que es su elemento, no puede ser poseída; por consiguiente, tampoco puede perderse por completo.” “Con el paso del tiempo, todo signo escrito termina cayendo en desuso.” El libro está matizado con relatos. Sobresale, entre ellos, un cuento de Tommaso Landolfi sobre un hombre convencido de haber aprendido persa hasta que descubre que le han enseñado una lengua que nadie conoce, o que todos olvidaron. O una suerte de Divina Comedia árabe, escrita tres siglos antes de la obra de Dante, donde los poetas que llegan al Paraíso olvidan todo lo que escribieron en la tierra, mientras los que van al Infierno están condenados a recordarlo. Y la angustiada búsqueda de la lengua materna –que no es la de su país de origen– de Elías Canetti en el exilio. Quizá los lingüistas, los historiadores o los antropólogos objetarían conceptos, pero no puede negarse que la argumentación es convincente. Al respecto, pruebe el lector la reflexión final de HellerRoazen sobre la torre de Babel, en la que aún estaríamos, “confinados sin fin a la confusión de las lenguas”, persistiendo en el olvido.

l desmoronamiento de las pretensiones de excepcionalidad humana es resultado directo, según se señala tradicionalmente, del impacto que tuvo la teoría de la evolución y su evidencia. El propio Darwin, se dice, era claramente conciente del golpe al ego de la humanidad que representaba esa secuencia azarosa de la biología dentro de la cual la aparición del ser humano era un accidente más. Son varias las confesiones del científico británico acerca de su pudor frente a la revolución que representaban sus investigaciones, no sólo para la ciencia, sino también para el modo en el género humano estaba habituado a pensar su lugar privilegiado en el mundo. El fin de la excepción humana, del filósofo francés Jean-Marie Schaeffer, retoma esta intuición y desarrolla una minuciosa teoría destinada a barrer con toda pretensión de excepcionalidad humana. Tomando como punto de partida las aspiraciones del sujeto humano individual, expresadas a través del cogito cartesiano, el autor realiza un recorrido donde salen a la luz los desafíos de este supuesto y, también, los riesgos de forzar su supervivencia. Schaeffer se ha caracterizado siempre por encarar su tarea cruzando sin prejuicios la filosofía continental y la analítica, de origen anglosajón –una combinación de extrema rareza–, e incluyendo en sus análisis las ciencias cognitivas y los estudios antropológicos. Hasta ahora, esta estrategia se había volcado centralmente a la filosofía del arte, a través de volúmenes como ¿Por qué la ficción? y Adiós a la estética. El fin de la excepcionalidad humana se presenta, en cambio, como una propuesta filosófica destinada a impactar sobre distintas áreas. Claramente, el modo en que se piensa lo político, la relación con la naturaleza, la creatividad en el arte o la ciencia resulta sustancialmente transformado por los argumentos de Schaeffer. Y aún cuando la hipótesis central no resulte enteramente innovadora –las proclamas sobre la muerte del sujeto o el propio ecologismo van en la misma senda–, sí lo es el cruce que realiza. Se torna difícil argumentar contra el rigor de la presentación, aunque al mismo tiempo resulta inevitable preguntarse si poner en jaque la excepcionalidad humana no obliga a modificar la estrategia filosófica. Las pretensiones de constituir una suerte de “gran teoría” colisionan con una de las consecuencias del fin anunciado en el título: encarar la reflexión de modo más local haciendo a un lado la aspiración de delinear teorías definitivas que no toman en cuenta la falta de excepcionalidad de la propia razón humana, que, por cierto, incluye la de los filósofos.

a influencia europea en el pensamiento argentino es algo conocido. Si hay un campo que especialmente refleja esta filiación es el de las “disciplinas psi” que el psicólogo e historiador Alejandro Dagfal toma como objeto de estudio en Entre París y Buenos Aires. La invención del psicólogo (1942-1966). Luego de 12 años de investigación y con el aval supervisor de Élisabeth Roudinesco, quien dirigió su tesis de maestría y doctorado en la Universidad de París VII, Dagfal realiza en este libro una genealogía de la figura del “psicólogo argentino”, para lo cual examina con precisión la constitución de tres disciplinas que signaron el campo intelectual de la Argentina a lo largo del siglo XX: la psicología, el psicoanálisis y la psiquiatría. Dagfal escoge un período histórico particular para encarar su estudio, de 1942 a 1966, porque en dicho ciclo se produjo el mayor proceso de institucionalización del campo: en 1942 se funda la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), a partir de 1955 se crean las primeras carreras de psicología y paralelamente se constituyeron las primeras especializaciones en psiquiatría. Más allá de la autonomía que reinó entre las tres disciplinas hasta 1955 y de los cruces que signaron su imbricación a partir de esa fecha, hay algo que permaneció como una constante en la caracterización del “psicólogo argentino”: su orientación clínica y su marcado perfil psicoanalítico, influido en un primer momento por el psicoanálisis de origen inglés y, luego, por el de origen francés. El autor deja ver esa impronta en Entre París y Buenos Aires: aunque reconoce que en otros lugares del mundo la psicología estuvo estrechamente ligada a la investigación y, por lo tanto asociada a perspectivas objetivistas, a partir del recorrido histórico que construye en este texto se constata que en la Argentina la psicología siempre se erigió como una disciplina del sentido y de la subjetividad: quizá por ello la mayoría de sus protagonistas la ejercieron dentro de consultorios privados u hospitales, y poco en laboratorios. El libro explora con precisión estos influjos europeos (Melanie Klein, Daniel Lagache, Pierre Janet, Jacques Lacan) que hacen del “psicólogo argentino” un personaje definidamente ecléctico. Prueba de ello lo constituyen los retratos que Dagfal realiza de los grandes actores de la escena psicoanalítica argentina: Enrique Pichón Rivière, José Bleger y Oscar Masotta, entre tantos otros. Como bien sostiene Roudinesco, “evitando toda concesión a una hagiografía interna al psicoanálisis” Dagfal adquiere la distancia necesaria para realizar una idónea historia del campo sin perder la familiaridad que le confiere su formación como psicólogo.

Raquel San Martín

Cecilia Macón

Carolina Menéndez Trucco

© LA NACION

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