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“Las prácticas en la formación y en el ejercicio profesional” “Las ...

El primero de ellos viene a señalar que una práctica profesional es supervisada cuando existe un registro más o menos puntual acerca de cierta carencia.
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II CONGRESO NACIONAL DE TRABAJO SOCIAL Y ENCUENTRO LATINOAMERICANO DE DOCENTES, PROFESIONALES Y ESTUDIANTES DE TRABAJO SOCIAL Tandil - 2007

“Las prácticas en la formación y en el ejercicio profesional”

“Supervisión e identidad profesional. Reflexiones sobre un itinerario complejo“ Esp. Claudio Robles.

Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Carrera de Trabajo Social.

Desde los orígenes de la profesión y sea cual fuere la corriente a la que adscribamos respecto a la génesis del Trabajo Social (endogenismo y corriente histórico-crítica) ha existido un denodado esfuerzo en lograr la inserción de la disciplina en el campo de las ciencias sociales. Sea desde el discurso de sus agentes o a través de sus organizaciones profesionales y académicas, este proceso de recalificación profesional ha sido incesante, lo que ha permitido importantes conquistas tanto en la acumulación de puestos de trabajo, así como de una cada vez más profunda capacitación que incluye el surgimiento de una numerosa oferta de formación en posgrado. Semejante desarrollo no se ha visto reflejado, en cambio, en la supervisión, que ha tenido un crecimiento dispar respecto de aquél y en muchos casos ha dado muestras de un temperamento regresivo. ¿Por qué Trabajo Social no instituye la supervisión de sus prácticas con el rigor con que lo hacen otras disciplinas que abordan los problemas humanos? ¿Cuáles son las representaciones que dominan en el colectivo profesional acerca de la necesidad y utilidad operativa de la supervisión? Responder estas preguntas supone reflexionar en torno de algunos supuestos: El primero de ellos viene a señalar que una práctica profesional es supervisada cuando existe un registro más o menos puntual acerca de cierta carencia. Cuando la percepción acerca de lo realizado se caracteriza por las certezas más que por las dudas e incertidumbres, el espacio que media entre lo hecho y lo que debería haberse hecho se reduce a su mínima expresión. Resultado de este proceso (que puede formularse de manera explícita, aunque también presentarse de manera latente) es una acción en la que predomina cierta omnipotencia, perspectiva desde la cual también quedan reducidas las posibilidades de desarrollo profesional y, naturalmente, se limita el desarrollo del campo profesional. Mucho se ha dicho respecto a que las profesiones se desarrollan en la medida en que pueden dar respuestas a las nuevas demandas. Y para ello es necesario repensar la práctica, para no realizar prácticas repetitivas que llevan a la burocratización de la intervención profesional. Y creo que no solamente es necesario pensar respuestas a las nuevas demandas, sino además pensar nuevas respuestas a viejas demandas. Es preciso desarrollar la creatividad en busca

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de otras alternativas de intervención que superen lo conocido puesto que es en lo nuevo donde se gestan las posibilidades del desarrollo. Lo creativo, lo novedoso, lo sorprendente genera en el sujeto un fortalecimiento de su capacidad personal y con ello se despliegan nuevas posibilidades y recursos internos que propician mejores condiciones para el desarrollo de la tarea. Ámbitos tan complejos como las instituciones donde habitualmente desarrollamos nuestra labor los trabajadores sociales requieren de una preparación muy afinada de nuestro rol y nuestra persona, toda vez que somos nuestro propio instrumento de trabajo. Es entonces cuando deberíamos preguntarnos si los trabajadores sociales cuidamos nuestro rol y si cuidamos adecuadamente nuestra persona. Si la supervisión apunta a promover acciones de cuidado de nuestro propio instrumento de trabajo (nuestra persona) es porque es necesario cuidarnos, ya que también de nuestro propio cuidado depende el cuidado que podamos ejercer de otros. Pero si este cuidado no es debidamente problematizado puede persistir la idea/representación de una tarea para la que no hace falta más que tener sensibilidad. Y cuidado remite a la noción de continencia, que no implica una acción meramente protectora, que silencia el conflicto y lo disimula sino “la posibilidad de albergar al otro dentro de sí, sus afectos, ansiedades, proyecciones y fantasías, para devolverlas, descifrándolas, de manera que esos contenidos puedan ser reconocidos, asumidos y elaborados”.1 Entiendo que ha operado con el concepto continencia un proceso de metamorfosis que ha dejado de aquél sólo sus aspectos más aparentes. Algo similar ha ocurrido con la idea del “lugar del medio” que el trabajador social ocupa entre las necesidades de los sujetos y las instituciones, que como bien señala Danani, implica conflicto y no conciliación. Si deseamos trascender en el campo de las profesiones por medio de prácticas nuevas será preciso abandonar el “repertorio de respuestas listas” del que habla Martinelli y afrontar el desafío de lo no conocido, ya que es allí donde encontraremos propuestas alternativas que dinamicen nuestra práctica profesional. Esto supone abandonar actitudes limitativas y reemplazarlas por acciones propositivas, de superar el “no se puede” por el “vamos a intentarlo”, el “no hay recursos” por el “empecemos por algo”. Disponer de un tiempo-espacio para la revisión de la tarea supone un proceso de revalorización del trabajo como promotor de salud. Se trata de superar el trabajo alienado, vinculado a la noción de mercancía y en donde el trabajador social participa acríticamente del proceso de acumulación, por el trabajo emancipado, que a decir de Lukács, es protoforma del ser social, puesto que distingue la transición del ser biológico a su conversión en ser social. O como dirá Marx “... el trabajo, como creador de valores de uso, como trabajo útil e indispensable para la existencia del hombre -cualesquiera sean las formas de sociedad- es una necesidad natural y eterna para realizar el intercambio material entre el hombre y la naturaleza, y por lo tanto mantener la vida humana”.2 Así concebido, el trabajo se constituye como instancia del aprendizaje y la creación, lo que también evita la rutinización y la aparición de conductas propias del stress laboral. Esto supone la existencia de un sólido rol profesional, al que sólo se accede a través de un proceso de formación personal y profesional. Así, y siguiendo a Rojas Bermúdez, pueden evitarse tres situaciones propias de los momentos de stress, estados de alarma o pánico: el compromiso total, la falta de objetivación y la dependencia del otro. La existencia de roles bien desarrollados posibilita una relación en la que existe un compromiso limitado y claro y 1

QUIROGA, Ana. Enfoques y perspectivas en Psicología Social. Ediciones Cinco. Buenos Aires. 1986. Pag..157. 2 Citado por ANTUNES, Ricardo. “¿Adiós al trabajo?”. Cortez Editora. Sao Paulo. 2001.

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una cierta distancia que permite objetivar el propio comportamiento y el ajeno. En situaciones estresantes se produce una dilatación del sí mismo psicológico -que envuelve al Yo, desde donde parten los roles- y el sujeto puede responder desde su sí mismo en lugar desde su rol. En tales circunstancias el individuo reacciona como si no tuviera roles bien desarrollados y la interacción es vivida como una invasión peligrosa e inmanejable. En tales circunstancias, no es desde el rol desde donde se responde, sino desde la persona, resultando un proceso de identificación con el otro y/o la situación, desde donde es altamente complicado intervenir eficazmente. Otro de los supuestos sostiene que una práctica es supervisada cuando la complejidad de la intervención profesional realizada amerita una mirada externa que contribuya a elevar la calidad de la actuación. Muchas prácticas institucionales están atravesadas por demandas burocráticas, a las que muchas veces respondemos como única acción profesional, limitando de este modo la puesta en práctica de soluciones creativas ante las demandas sociales. Son estas alternativas creativas de intervención, las que aportan mayor complejidad en el análisis de la realidad y las que harán requerir de espacios de intercambio, reflexión y crítica. No desconozco las serias limitaciones que presentan muchas de las organizaciones en las que los trabajadores sociales nos desempeñamos. Se trata de obstáculos para un desempeño más eficaz y en tal sentido podríamos señalar múltiples experiencias en las que la exigencia de la organización radica (en base al típico modelo de producción capitalista), en aumentar la cantidad de las intervenciones, en desmedro de la calidad y la profundidad de las acciones realizadas. El modelo neoliberal implementado en los últimos treinta años ha priorizado la mercantilización de las relaciones sociales, reduciendo todo al carácter de mercancía, incluso la producción de bienes y servicios, área en la que Trabajo Social desarrolla sus prácticas. La profesión de Trabajo Social ha visto precarizar sus tareas profesionales, siendo este deterioro expresión de lo que se ha dado en llamar eufemísticamente “globalización”, pero que ha sido, principalmente, una globalización económica a favor de los países más poderosos, o como Netto prefiere llamar “la planetarización de América del Norte”. Las relaciones laborales han quedado reducidas en una amplia proporción de casos a contratos donde priman las exigencias y se limitan las obligaciones de quienes Martinelli llama “los mandantes de la práctica”. Querría destacar dos aportes de autores que realizan una lectura acerca de los límites y posibilidades que presentan las organizaciones. En tal sentido, Netto afirma que “no hay ninguna situación histórica que ponga límites a las acciones profesionales y que no ofrezca, además, posibilidades y alternativas”.3 Faleiros, en tanto, hace alusión a los intersticios de las instituciones, por donde el trabajador social puede ingresar y promover cambios. Iamamoto también plantea que siempre existe un campo para la acción de los sujetos a través de propuestas alternativas creadoras y señala que se evita así una actitud fatalista del proceso histórico y del Trabajo Social que conduce a visiones deterministas y ahistóricas de la realidad y que conducen a la acomodación, la reproducción de lo rutinario, lo burocrático y lo mediocre. Para Iamamoto, la práctica social profesional oscila entre el fatalismo y el mesianismo. En el primer caso “… el Servicio Social se encontraría atrapado por las redes de un poder visto como monolítico y sin que nada pueda hacer”, mientras que “…el mesianismo se traduce en una visión heroica, ingenua, de las posibilidades revolucionarias de la práctica profesional a partir de una visión mágica de la transformación social”.4 3

NETTO, José Paulo. “Reflexiones en torno a la “cuestión social”. En “Nuevos escenarios y práctica profesional”. Espacio Editorial. Buenos Aires. 2002. Pag. 10. 4 IAMAMOTO, Marilda. “Servicio Social y división del trabajo”. Cortez Editora. Sao Paulo. 1992. Pag. 186.

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Martinelli habla de no pintar un escenario catastrófico puesto que “nada en la vida puede ser pensado solamente como trágico” y porque “en esta misma sociedad que oprime es posible también descubrir los caminos de la liberación”.5 O como dice A. Giddens “los agentes sociales son los que producen, mantienen y alteran cualquier grado de sistematicidad de la realidad”.6 Las organizaciones del Estado, aun en sus francas limitaciones, continúan siendo espacios eminentemente populares, en donde se expresan las necesidades de las mayorías. Y es desde este lugar y desde esta razón que entiendo que es indispensable elevar la calidad de nuestras intervenciones. En otro trabajo he afirmado: “... Nuestro compromiso con las instituciones estatales debe ser cada vez mayor en un contexto en el que se busca la eliminación del gasto público y el achicamiento cada vez mayor del Estado. Este compromiso es aún más significativo cuando lo que se pretende es convertir a las instituciones públicas en espacios sólo destinados a las clases subalternas, que ya nada tienen, como paso previo a la cada vez más achicada intervención estatal. Como señala Martinelli “existe una confusión entre las nociones de público y pobre, como si la política pública y el espacio público fuesen destinados al pobre, al no-ciudadano”. Es ese compromiso con los sectores excluidos el que debe llevarnos a elevar la calidad de nuestras intervenciones para revertir la idea de que “... es bastante bueno para ser público”, tan escuchada entre muchos usuarios de los organismos gubernamentales. Este compromiso es todavía mayor en tiempos en que se espera el fracaso de lo estatal como un modo de expandir las actividades del mercado y privatizar hasta el aire que respiramos. Nada hay más funcional a los dueños del capital que un servicio público ineficiente, pues encuentran allí la razón (que nunca tienen) para seguir avanzando. O como sostiene Netto “... la defensa del Estado mínimo de la ideología neoliberal pretende fundamentalmente un estado máximo para el capital”. Por eso, elevar la excelencia de nuestras instituciones estatales es hoy un imperativo ético y esto significa cumplir nuestra tarea con un elevado sentido de responsabilidad política”.7 Un tercer supuesto acerca de la escasa presencia que reviste la supervisión en las prácticas institucionales permite pensar en el todavía insuficiente abordaje interdisciplinario de los problemas sociales. Pensar con otros exige un mayor grado de compromiso en el estudio de nuestro objeto de intervención; no sólo se trata de fortalecer el desarrollo de la disciplina, sino además instalarla y recalificarla en el trabajo grupal e institucional. Y no hay modo de lograr ese propósito sino a través de la tarea conjunta, ámbito que también fortalece la visibilización del hacer disciplinario. Es preciso pensar la interdisciplina como instancia de diálogo fecundo, único modo de abordar los problemas sociales en tanto multideterminados. En el libro “La supervisión en Trabajo Social” hemos sostenido que la supervisión ha sido expuesta al riesgo de ser considerada una “especie en extinción” y hemos mencionado algunas razones a las que puede obedecer aquel fenómeno, entre las que sostuvimos: la dicotomía planteada entre el pensar y el sentir;

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MARTINELLI, Maria Lucia. “O Serviço Social na transição para o próximo milênio: desafíos e perspectivas”. Revista Serviço Social & Sociedade Nº 57. Julio 1998. Pp. 135-147. 6 Citado de ROZAS, Margarita en “Una perspectiva teórica metodológica de la intervención en Trabajo Social”. Espacio Editorial. Buenos Aires. 1998. 7

ROBLES, Claudio. “Reflexiones en torno a la identidad profesional en Trabajo Social. Maestría en Trabajo Social. UNLP. 2003.

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la creencia de una supuesta omnisciencia del/la trabajador/a social, unida a una equivocada concepción acerca del aprender que olvida que el conocimiento se encuentra socialmente producido y distribuido; el escaso valor que el colectivo profesional ha otorgado, históricamente, a la teoría y la consecuente sobrevaloración de “la práctica” escindida de la primera; la casi nula oferta de formación de postgrado en materia de supervisión; el inadecuado cuidado que el propio trabajador/a social realiza acerca de sí mismo/a como recurso en la actuación profesional; el establecimiento de rígidas fronteras interprofesionales que nos llevan a creer que todo aquello que se vincula a la persona del/la trabajador/a social corresponde a otro campo disciplinar; las representaciones sociales en torno a la figura del/la trabajador/a social como administrador/a y gestor/a de recursos; el énfasis puesto en los aspectos ejecutivos del Trabajo Social por parte de las organizaciones que contratan los servicios profesionales, con desmedro de aquellos vinculados a la reflexión, la planificación y la elaboración intelectual. la propuesta transformadora que puede llevar implícita una buena supervisión y el rechazo resultante (manifiesto o latente) que ello representa para las organizaciones convocantes. Definida la supervisión como un proceso teórico-metodológico con objetivos de aprendizaje y reflexión del desempeño profesional, se trata de un proceso en el que intervienen conocimientos teóricos y experiencia práctica, habilidades intelectuales y cuestiones emocionales. Entiendo la supervisión como un espacio de problematización y reflexión crítica, tanto intelectual como afectiva, entre los integrantes del binomio (supervisor/a y supervisados/as) acerca de la relación instituyente-instituido presente en las prácticas sociales, así como la búsqueda de instancias superadoras en la actuación profesional. Esta posición es distante de las concepciones que entienden la supervisión como la incorporación de conocimientos generalmente aportados por el/la supervisor/a, cuya mirada supuestamente objetiva, neutral, superior (“sobre visión”; “super visión”), es su atributo exclusivo, constituyéndose de este modo en una figura omnipotente (que puede todo), omnisciente (que sabe todo), depositaria del saber, del saber hacer y del saber ser. Concebida la supervisión como instancia de aprendizaje, se trata antes bien de un proceso que de un análisis de resultados, en el que las cualidades analíticas no resultan dones y/o capacidades extraordinarias sino aspectos presentes en todas las personas y que el/la supervisor/a, como orientador/a y guía del proceso, ayuda a explorar y promover. De este modo, son todos los participantes del proceso de supervisión quienes asumen activamente la dirección del proceso, bajo el control del/la docente-supervisor/a.8 Recalificar nuestra práctica social profesional exige pensarla en su triple condición de práctica teórica, práctica educativa y práctica política. Como dice Martinelli “... Dialécticamente concebida, la práctica social resulta una práctica del encuentro y la construcción compartida, que busca la consolidación de la democracia y el fortalecimiento de la ciudadanía a través del compromiso social y político”. Lo hasta aquí descripto implica un necesario proceso de reformulación de la práctica profesional a través de la capacitación permanente, la sistematización de la práctica y la producción escrita de experiencias e investigaciones, que contribuyan a un más fuerte desarrollo de las competencias antes mencionadas. No es posible superar la empiria si no es 8

Las nociones de dirección y control corresponden a BLEGER, en “Temas de psicología (entrevista y grupos)”. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. 1982. Pag. 15.

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a través de diagnósticos sociales que permitan verificar la teoría; a través de la sistematización y comunicación de nuestras innovadoras experiencias de intervención y la publicidad de nuestras producciones escritas. Es necesario superar la urgencia en la actuación social que también recorre las prácticas profesionales y que pueden producir acciones iatrogénicas derivadas de un inadecuado concepto acerca de lo “urgente”, que lleva a acciones precarias más vinculadas a dar cumplimiento a las expectativas institucionales y/o a resolver la ansiedad del/la trabajador/a social, que a adoptar medidas de cuidado. El “fetiche de la práctica” se apodera de este modo y otros similares de los/as trabajadores/as sociales, cuando urgidos por la demanda de una pronta intervención (que en algunos ámbitos llega a ser de 24 hs.) actuamos la urgencia y omitimos la reflexión. O como dice Martinelli “...el fetiche de la práctica, fuertemente impregnado en la estructura de la sociedad, se apoderó de los asistentes sociales insinuándoles un sentido de urgencia y una rapidez para la acción que quitaba cualquier posibilidad de reflexión y crítica”.9 Resulta habitual que esa urgencia sea requerida en situaciones de larga tramitación, demora por lo general producida por los mismos organismos que luego reclaman la urgencia. No descartamos la existencia de situaciones críticas sobre las que es necesario actuar de manera inmediata. Sólo llamo a la reflexión sobre la necesidad de considerar que lo urgente debe complementarse con lo prudente (“que obra juiciosamente”, “que sabe discernir”), estableciendo claramente sus alcances y diferencias. Es verdad que las prácticas de los trabajadores sociales ocurren por lo general en contextos de precarización e incluso de violencia, que no es más que la expresión de lo precario y violento de las condiciones económicas, sociales, culturales y hasta religiosas en que se desarrolla la vida social. Por ello es necesario realizar una defensa de nuestras incumbencias profesionales y trabajar en pos del fortalecimiento de los derechos ciudadanos. Querría compartir con Uds. algunos interrogantes que nos ayuden a develar los obstáculos que impiden instalar a la supervisión en las prácticas profesionales. ¿Es posible suponer que la supervisión pública y gratuita se instale como práctica insoslayable del ejercicio profesional en el marco del estado capitalista, el mismo que promovió las condiciones de profesionalización del TS con la clara finalidad de intervenir en la ejecución terminal de las políticas sociales y con la intención de controlar a los sectores subalternos? ¿Es dable pensar que la supervisión profesional, en su concepción amplia y moderna pueda ampliar y fortalecer sus horizontes en tanto los actores que deben participar de ella mantengan y reproduzcan las condiciones de subalternidad profesional? ¿No guarda acaso una incidencia de carácter causal la presencia de prácticas neofilantrópicas y/o burocratizadas y la ausencia de espacios de supervisión? Si no opera un registro de malestar como necesidad motivacional de procesos de cambio ¿es posible alterar las condiciones que rigen nuestra inserción laboral? ¿Será que nos hallamos cómoda y dramáticamente instalados en el lugar del no se puede, como forma de evitar la explicación de posicionamientos ético-políticos de carácter claramente conservador? O como sostiene Netto “... la ruptura con el histórico conservadurismo del Servicio Social, que fue hiperdimensionada, no significa que el conservadurismo haya sido superado en el interior de la categoría profesional. Se democratizó la relación en el interior de la categoría y se legitimó el derecho a la diferencia ideo-política (...) Esta diversidad de posiciones está lejos de equivaler a la emergencia de una mayoría político-profesional 9

MARTINELLI, Maria Lucia. “Servicio Social: Identidad y alienación”. Cortez Editora. Sao Paulo. 1997. p.152.

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radicalmente democrática y progresista que para ser construida demanda trabajo de largo plazo y coyuntura histórica favorable”.10 En suma ¿será que continúan dominando en los procesos identitarios de los trabajadores sociales fuertes representaciones sociales que ligan el quehacer profesional a lo que se ha llamado protoformas de la intervención profesional: la caridad y la filantropía? Si profesionalmente nacimos para ayudar y controlar ¿es necesario para eso supervisar nuestras prácticas? ¿nos atreveremos a transgredir ese mandato? Es necesario recordar que Trabajo Social vio su desarrollo como profesión en el enfrentamiento de la “cuestión social” por parte del Estado. Dirá Faleiros que las instituciones aparecen entonces como espacios compensatorios de los desequilibrios producidos por el proceso productivo. Comprender estas nociones se vuelve imprescindible para que, al decir de Faleiros la institución “sea utilizada en vez de utilizar”. Ello implica analizar lo que Schvarstein llama “espacios prescriptivos y espacios proscriptivos”11 de las organizaciones, que permita a los usuarios de nuestra intervención ejercer sus derechos, alentando todo aquello que sí se puede hacer, por sobre órdenes, prohibiciones y restricciones. Claro que ello también implica revisar profundamente el uso del poder que desplegamos los trabajadores sociales en las instituciones, principalmente aquellas en las que es más evidente el control político-social de la población, para colaborar en la conversión de los “beneficiarios” en “ciudadanos”. Como sostiene Martinelli, aquello a lo que aspira el Trabajo Social, es instituir a cada persona como sujeto político en un proceso de transformación que implique pasar de la condición de objeto instituido de la asistencia, a sujeto político instituyente de lo social. El riesgo de las organizaciones (y de las instituciones totales en particular) radica principalmente en la adaptación pasiva a las normas de la institución, circunstancia en que los trabajadores sociales nos convertimos en vehículos de la “patrulla ideológica de la vida personal y social del cliente” de la que habla Faleiros. Nuestro desafío es transformar el control del orden establecido en acciones promocionales en defensa de los derechos ciudadanos, lo que supone preguntarnos para quién trabajamos los trabajadores sociales. He podido observar en algunas instituciones que prestan servicios materiales a la población usuaria una defensa encendida y acrítica de la política económica de la institución, sin reparar que tales “prestaciones” (término por demás cuestionable toda vez que con él se quiere manifestar la dación de un beneficio, es decir un préstamo que no adquiere carácter de derecho y que supone, implícitamente, alguna devolución por parte de quien lo recibe) constituyen, como señala Alayón, apenas una “reapropiación -por parte de los sectores populares-, de riqueza previamente producida (que como tal les pertenece inalienablemente) y como derechos socialmente conculcados”.12 De lo que se trata, en efecto, es de un proceso de transformación de carencias en derechos, que reubique al trabajador social como un profesional que orienta sus prácticas hacia las mayorías, a través de acciones democráticas destinadas a la inclusión social. Me interesa socializar una experiencia de supervisión profesional que vengo desarrollando desde hace casi tres años junto al servicio social de un hospital público de la

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NETTO, Jose Paulo. “Transformações societarias e Serviço Social. Notas para uma analise prospectiva da profissão no Brasil”. Revista Serviço Social & Sociedade Nº 50. Abril 1996. Pag.111.

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SCHVARSTEIN, Leonardo. “Psicología social de las organizaciones”, Paidos. Bs. As. 1992. Pag. 252. ALAYÓN, Norberto. “Asistencia o asistencialismo”. Edit. Lumen-Hvmanitas. Buenos Aires. 2000. Pag. 8.

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ciudad de Buenos Aires. Inicialmente integró el equipo supervisor la Dra. Graciela Tonon y desde hace dos años lo hace la Lic. Verónica Rojas. Hemos elegido el dispositivo grupal como modalidad de abordaje ya que partimos de la idea de concebir al equipo de trabajo como un grupo, en tanto conjunto de personas que se proponen objetivos y tarea y que se articulan a través de su mutua representación interna y procesos de asunción y adjudicación de roles. Entiendo que el dispositivo grupal aparece especialmente recomendado para abordar la tarea implícita grupal, es decir: conformarse como grupo, resolver los obstáculos interpersonales, promover la comunicación, reflexionar sobre los mitos e ilusiones grupales. Es a partir de estas tareas que los equipos podrán encarar acciones laborales específicas (su tarea explícita), optimizando y multiplicando sus resultados. En nuestra modalidad de intervención proponemos aperturas abiertas, lo que implica que es el propio grupo quien define las áreas de interés, a través de los emergentes, que son vehiculizados por los portavoces. La lectura de estos emergentes permite advertir cómo han sido retrabajados a lo largo de la reunión grupal. La unidad de trabajo queda configurada por el existente, que debidamente interpretado por el equipo de coordinación, dará lugar a nuevos emergentes. Para el tratamiento de las temáticas abordadas proponemos en ocasiones técnicas participativas, con la finalidad de abordar los emergentes detectados e incluir la vivencia corporal a la emoción y la reflexión, por entender que a partir de esta triple relación es posible lograr modificaciones efectivas. El ejercicio de la función supervisor es desarrollado con técnica operativa, esto es la presencia de un equipo que cumple tareas de coordinación y observación. La crónica grupal permite un registro amplio de la situación grupal; la crónica es trabajada por el equipo supervisor, realizándose su posterior devolución al grupo, en la reunión siguiente. En ocasiones, la lectura de la crónica queda postergada para un momento más avanzado de la reunión, lo que permite advertir las coincidencias entre las lecturas realizadas por el grupo y la lectura previamente realizada por el equipo supervisor. Esta situación pone de relieve que la capacidad interpretante no es atributo exclusivo del equipo de coordinación. Esta experiencia de supervisión no habría sido posible sin el claro propósito del grupo contratante, que obtuvo autorización de las autoridades de la institución para abocarse exclusivamente a la supervisión, una vez por mes y en el horario convenido. Los honorarios del equipo supervisor son afrontados por los propios participantes, lo que también da cuenta del lugar secundario que ocupa en las organizaciones gubernamentales la tarea de la supervisión profesional. Es habitual que la supervisión sea requerida cuando el impacto de lo personal “vicia” la tarea y como respuesta frente a la crisis que despierta un trabajo o, incluso, como un modo de hallar medios para continuar desempeñando la profesión. En cualquiera de sus formas, parece percibirse a la supervisión como un recurso al que se accede como medida última y no como alternativa de prevención. Cuando se indaga acerca de por qué se cree que la supervisión no se materializa, suelen plantearse que no está instituido su espacio y también se señala el dinero como elemento obstaculizador. Respecto al dinero como obstáculo, es preciso destacar que siendo un aspecto de la tarea profesional, la supervisión debería resultar pública y gratuita, al menos en las organizaciones del Estado; sin embargo deberíamos problematizar esta argumentación puesto que aquellos colegios profesionales que ofrecen espacios de supervisión gratuita tampoco ven ampliar los horizontes de este recurso profesional. En referencia a la ausencia de un espacio instituido para la supervisión, no cabe menos que interrogarnos acerca de nuestra capacidad como instituyentes de lo social, puesto que sólo así se explica el motivo de su ausencia.

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Entre las fantasías que despierta la supervisión suele mencionarse el “quedar en evidencia”, la impronta de “control de resultados” de la que estaría investida la supervisión, como así también la idea de que permite “consensuar las intervenciones”. Una vez más parece configurarse una representación distorsionada de ella y sus posibilidades. “Quedar en evidencia” parece constituir la expresión emblemática del miedo al error y de ella es posible inferir el alto grado de omnipotencia desde el que se ejercería la actividad profesional. Por supuesto que ninguna supervisión que se precie de calidad puede identificarse y/o limitarse al control de resultados, pero ¿qué nos lleva a suponer que nuestro trabajo no debe ser controlado, bajo riesgo de caer indefectiblemente en perspectivas eficientistas y de mercado? Finalmente, la idea de un consenso en la intervención profesional puede llevar implícito el mito de la unidad, que excluye la diferencia, lo heterogéneo, la diversidad y lejos de resultar un aporte sustantivo al desarrollo de la disciplina puede representar un obstáculo, que muchos equipos de trabajo tienen que enfrentar y resolver. Claro que no se trata de discutir la necesidad de establecer criterios de intervención, protocolos y pautas, sino de advertir que tras la apariencia de la unidad se esconde muchas veces la masificación, el totalitarismo y el pensamiento único. Recogiendo algunos interrogantes que circulan en torno al modo en que debería ejercerse la supervisión, diré que idealmente la supervisión debería ser una función independiente de la jefatura del servicio, tal como en algunas pocas organizaciones existe. Ello, a efectos de preservar algunas características sobresalientes que cada una de estas funciones debe garantizar. La tarea del supervisor aparece vinculada a profundizar en los procesos de intervención y los obstáculos intra e intersubjetivos en el desarrollo de la tarea. No obstante, las posibilidades de una operativa articulación de las funciones de jefatura y supervisión parecieran depender también de los atributos de quien ejerce la función, más que de cuestiones inherentes al rol. Mientras las tareas de jefatura y supervisión no resulten compatibles, por las razones que fuere, parece más razonable distribuirlas en sendos roles. Necesitamos más espacios de supervisión, y en tal sentido la insistencia en concentrar eficazmente ambas funciones en una sola persona puede actuar como un obstáculo a aquél propósito. Sea cual fuere la modalidad en que la función de supervisión sea ejercida, corresponde a su desempeño promover una actitud crítica que posibilite develar las características con que el mito encubridor se manifiesta: se naturaliza lo social; se universaliza lo singular y se atemporaliza lo histórico. Esto equivale a afirmar: “es así”; “todos son así” y “siempre fue así”. Respecto a la supervisión interna y/o externa, estimo que las conjunciones “y” y “o” dan cuenta de distintos posicionamientos respecto de aquélla. Desde mi personal perspectiva, postulo la necesidad y coexistencia de ambas. Es preciso que los servicios dispongan de supervisores que se aboquen desde su especificidad a las peculiares cuestiones inherentes a cada organización. Y a su vez una supervisión externa podrá abordar los aspectos personales, vinculares, institucionales y organizacionales. En tal sentido importará el abordaje de los obstáculos epistemológicos y epistemofílicos que se interponen en el desarrollo de la tarea.13 13

Las nociones de obstáculo epistemológico y obstáculo epistemofílico fueron abordadas por Enrique PichonRivière para referirse a las dificultades para aprehender un objeto de conocimiento. Mientras el obstáculo epistemológico alude a la ausencia de elementos conceptuales para efectuar una correcta lectura de la realidad, el obstáculo epistemofílico hace referencia a dificultades personales de orden emocional que interfieren en el aprendizaje de la realidad.

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“Las prácticas en la formación y en el ejercicio profesional”

En cuanto a las fortalezas y debilidades de cada una de ellas voy a hacer mención sólo a las fortalezas, eximiéndome de hablar de sus debilidades, con la intención de no alimentar resistencias en un contexto de escasa apertura a la supervisión, como es el que caracteriza nuestra práctica profesional. Son fortalezas de la supervisión interna: la inmediatez del recurso, que lo hace disponible; la viabilidad de disponer roles de supervisor, toda vez que el propio servicio podría acordar su implementación; el dominio de las temáticas abordadas por el servicio; la gratuidad; la obligatoriedad. Son fortalezas de la supervisión externa: el factor de distanciamiento que opera con personas que no pertenecen al servicio; la posibilidad de desarrollar lecturas pluricomprensivas; la mayor apertura a aceptar propuestas novedosas cuando provienen de terceros no familiarizados con el servicio; el compromiso que deviene de participar en un espacio libremente elegido. Quiero proponer un trabajo sencillo, para que cada uno se responda a sí mismo si se siente identificado con algunas de estas expresiones, que estimo constituyen formas en que la resistencia a la supervisión se expresa. “Es fácil hablar desde afuera”; “Si me queda tiempo prefiero irme”; “Lo asistencial es prioritario”; “Lo asistencial me ocupa todo el tiempo”; “¿Pagar para que critiquen?”; “Yo sé lo que tengo que hacer”; “Yo sé distinguir lo mío de lo de los otros”; “Lo que hago no requiere tanta vuelta”; “El supervisor no me puede decir qué tengo que hacer”; “¿y encima tengo que pagar?”; “Yo para eso tengo mi terapia”; “Yo no tengo que dar cuenta de lo que hago”; “Yo tengo autocrítica”; “Los trapos sucios se limpian en casa”. Mi propuesta es que podamos advertir, cual si fueran signos de alarma, indicadores de una tarea en riesgo de volverse burocrática, rutinaria o mediocre. Y para que esto no ocurra puede servir la supervisión. BIBLIOGRAFÍA • • • • • • • • • •

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II CONGRESO NACIONAL DE TRABAJO SOCIAL Y ENCUENTRO LATINOAMERICANO DE DOCENTES, PROFESIONALES Y ESTUDIANTES DE TRABAJO SOCIAL

“Las prácticas en la formación y en el ejercicio profesional”

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