Lance Armstrong: el Tour precisa héroes

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Miércoles 8 de julio de 2009

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la mirada de Ezequiel Fernández Moores s

Para LA NACION N

Lance Armstrong: el Tour precisa héroes

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ance Armstrong puede volver y ganar ocho o nueve Tours de Francia, pero yo prefiero una de mis victorias que diez de las suyas”, me dice Greg LeMond. Primer estadounidense campeón del Tour, en 1986, LeMond casi muere al año siguiente en un accidente de caza. Un tercio de los cuarenta perdigones que le disparó su cuñado permanecen aún hoy en su cuerpo. Volvió de la muerte y reconquistó los Tours de 1989 y de 1990. A él no lo conmueve la eventual hazaña de Armstrong, su compatriota que sobrevivió a un cáncer y ganó siete Tours consecutivos, de 1999 a 2005. Y que ahora, a casi cuatro años de su retiro y ya cerca de cumplir los 38, puede ganar su octavo Tour y convertirse en el campeón más viejo desde el triunfo del belga Firmin Labot en 1922. “Yo gané sin doping”, me aclara LeMond. Un rato antes, había expuesto en el Congreso Play the Game, en la ciudad inglesa de Coventry. Le preguntaron si creía que Armstrong admitiría algún día haberse dopado. “De ninguna manera, ese muchacho –respondió LeMond– no tiene moral.” Armstrong, que inició esta semana una de las mayores gestas en la historia del deporte, dedica cada una de sus etapas en el Tour a un enfermo de cáncer. Seleccionó los nombres de las personas que enviaron sus historias a LiveStrong. La Fundación de Armstrong recibió más donaciones desde que él anunció su retorno al ciclismo. Volvió con un puesto 29 en Australia. Luego fue séptimo en el Tour de California. A fines de marzo, se fracturó una clavícula en la Vuelta de España. Cinco semanas después, se presentó en el Giro de Italia y terminó 12º. El 22 de junio, ganó en Nevada. Y ahora quiere conquistar otra vez el Tour, contra rivales que podrían ser sus hijos. Dice que volvió para promover su lucha contra el cáncer. Otros creen que lo hizo para refutar a quienes lo acusan de doping y para ganar votos en su eventual postulación como gobernador de Texas en 2014. Y que lo hizo por ego o por dinero. Todo puede ser cierto, como también que Armstrong, que fue padre por cuarta vez el mes pasado, volvió porque es un guerrero y su lugar es el campo de batalla. En el Giro de Italia, lideró una rebelión de sus compañeros porque el equipo kazajo

Astana no pagaba los sueldos. Y la prensa italiana, que parecía amarlo, terminó odiándolo porque encabezó una queja por supuesta inseguridad del trazado. Se negó a seguir hablando y sólo declaró a su página web. Los periodistas italianos lo bautizaron “Osama”, porque sólo habla a través de videos grabados. Armstrong aprendió a protegerse de la prensa. En una célebre conferencia de 2001, soportó un duro cuestionamiento del editor de Sunday Times, David Walsh, por sus vínculos con Michele Ferrari, médico italiano vinculado con el doping. Walsh pasó a ser un paria dentro del ciclismo. Quien hablara con él pasaba a formar parte de la “lista negra”. Si algún periodista escribía sobre el doping, Lance no dudaba en llamar a su celular de modo intimidatorio. Su asistente Jogy Muller daba el micrófono sólo a los periodistas amigos. Y si alguno realizaba preguntas “incómodas”, Mark Higgins lo filmaba con su cámara. El método lo cuenta Jeremy Whittle en Bad Blood, The Secret Life of The Tour de France (Mala sangre, La vida secreta del Tour de Francia), elegido como uno de los mejores libros deportivos publicados en 2008, en Gran Bretaña. Es un relato en primera persona de un periodista que confiesa su fanatismo por el Tour y el grado de amistad que tuvo con varios ciclistas, entre los cuales está el propio Armstrong. Hasta que termina revelando su decepción por un deporte que “tiene ídolos con pies de barro y la ética de una república bananera”. Whittle cuenta que los periodistas que cubren ciclismo comparten avión, hoteles y hasta discotecas con los ciclistas. Y que alguno hasta les trasporta la droga. El que se pasa del otro lado, recibe el castigo. El rey Armstrong aplica la misma regla para los ciclistas. Whittle hace un relato tremendo sobre la persecución en pleno Tour de 2004 de Armstrong contra el italiano Filippo Simeoni porque éste había denunciado al médico Ferrari. “Te voy a destruir”, le dijo Armstrong mientras colocaba su bicicleta a centímetros. En el Tour de 1999, el ciclista francés Christophe Basson escribió en el diario Le Parisien que el doping seguía siendo un problema tras el escándalo de 1998 que provocó la expulsión del equipo Festina. “¡Por qué no te vas a la mierda!”, lo encaró Armstrong. El ex ciclista Paul Kimmage, autor del libro Rough Ride, una dura confesión sobre el doping, osó preguntarle a Lance antes del inicio del Tour de 2005 si seguía preparándose con Ferrari. No pudo preguntar más y pasó a ser otro paria en el mundo del ciclismo. Frankie Andreu fue

Fenomenal atleta; no un deportista modelo “El doping era parte del trabajo, parte del juego”, dijo Fignon, enfermo de cáncer a los 49 años y que en 1989 perdió por ocho segundos ante LeMond. “El ciclismo está tan enfermo que nadie quiere hablar de lo que dice Fignon”, me responde por correo electrónico Walsh, el periodista cuyos libros son el más duro documento contra Armstrong, un atleta fenomenal, pero no un deportista modelo.

expulsado de la dirigencia del ciclismo de los Estados Unidos luego de que confesara que se dopó cuando ayudó a Armstrong a ganar su primer Tour en 1999, con el equipo US Postal. LeMond perdió a uno de sus principales patrocinadores, supuestamente por presiones de Armstrong. Aun así, se sentó en primera fila en una conferencia de septiembre pasado, en la que Armstrong explicaba el nuevo programa antidoping de su retorno. LeMond cuestionó el programa y, cuando quiso repreguntar, Armstrong lo cortó y pidió pasar a la siguiente pregunta. Armstrong se negó a que el Tour revisara con nuevos métodos seis muestras suyas de 1999 que, según se afirmó, revelan consumo de EPO, una droga que no era buscada en aquel momento. En ese Tour, sufrió el único positivo de su carrera, por el corticoide triamcinolona. Se salvó de una sanción sólo porque las autoridades aceptaron una prescripción médica que fue presentada luego del resultado. El sábado pasado, volvió al Tour después de 1441 días. Se había despedido desde un podio en el que aprovechó para criticar a quienes qui creían que el cic ciclismo era un deporte do dopado. Meses despué después, el italiano Ivan Ba Basso y el alemán Jan Ul Ullrich, que lo acompañaban acompañ en ese podio, eran sancionados por

doping. Basso, sin embargo, fue contratado inmediatamente por Armstrong para el equipo Discovery Channel, ahora desaparecido. Así como persiguió a los denunciantes, la historia de Armstrong demuestra su apoyo constante a quienes son sancionados por doping. Ahora debe estar odiando al austríaco Bernard Kohl, de 27 años, rey de la montaña del Tour 2008, quien se decidió a confesar. “Los ciclistas –agregó– llevamos una doble vida, por un lado, negamos vehementemente cualquier vinculación con el doping, pero, por el otro, sabemos que no estamos limpios.” El arrepentido más reciente es el francés Laurent Fignon, campeón del Tour en 1983 y en 1984. “El doping era parte del trabajo, parte del juego”, dijo Fignon, enfermo de cáncer a los 49 años y que en 1989 perdió por ocho segundos frente a LeMond. “El ciclismo está tan enfermo que nadie quiere hablar de lo que dice Fignon”, me responde por correo electrónico Walsh, el periodista cuyos libros son el más duro documento contra Armstrong, un atleta fenomenal, pero no un deportista modelo. “Para quienes yo era un héroe lo lamento, tendrán que buscarse nuevos héroes”, dijo hace un tiempo el ciclista danés Bjarne Riis, cuando también él terminó confesando que se dopaba. El campeón del Tour 2009 será el que llegue primero a París el 26 de julio, tras recorrer alrededor de 3500 km en cerca de 80 horas, a unos 40 km por hora. Pero la prueba más agotadora del deporte mundial ofrece este año la novedad de que el día previo habrá que subir al Mont Ventoux, el “gigante de la Provenza”, un paisaje lunar con vientos de hasta 300 km por hora y donde el 13 de julio de 1967 el Tour registró su primera víctima fatal. Tom Simpson, primer británico campeón del mundo, sufría diarrea, casi no comía, el calor era infernal y sólo se había detenido para poner cognac en su botella. A 2,5 km de la cima comenzó a zigzaguear, su cabeza se dobló hacia la derecha y Simpson cayó un kilómetro después. Pidió susurrando que lo levantaran y recorrió 400 metros más. Sus manos quedaron agarrotadas en el manillar. Le soltaron los dedos uno a uno. Le hicieron respiración boca a boca. Presionaron su pecho. Le pusieron la máscara de oxígeno. Fue inútil. En su malla, había tres tubos con anfetaminas. Dos estaban completamente vacíos.

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