IGNACE DE LA POTTERIE
LA VERDAD DE LA SAGRADA ESCRITURA Y LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN SEGÚN LA CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA "DEI VERBUM" Desde el Vaticano II, el problema de la verdad o inerrancia de la Escritura ha cobrado de nuevo actualidad teológica. La Constitución «Dei Verbum», en el párrafo que trata de la verdad de la Escritura, ha marcado el punto de madurez de la cuestión, dando un principio teológico claro y firme sobre el modo de entender la doctrina tradicional acerca de la verdad de la Sagrada Escritura. La vérité de la Sainte Ecriture et l’histoire du salud d’après la Constitution dogmatique «Dei Verbum», Nouvelle Revue Théologique, 88 (1966) 149-169. Articulo publicado en «Hechos y dichos»,nº 361, Febrero 1966) Dividiremos nuestro estudio en cuatro partes. En la primera haremos un breve recorrido histórico de los últimos 80 años, tratando los problemas y soluciones que se han dado al tema que nos ocupa. Estudiaremos después el sentido de la fórmula conciliar "verdad de la Escritura en el orden de nuestra salvación". A continuación concretaremos la noción de verdad que usa el Concilio, y finalmente haremos alguna aplicación práctica en el terreno exegético. Esto último nos permitirá comprender el sentido de la interpretación concreta de textos de la Escritura bajo el punto de vista de la verdad que ellos enseñan.
I. - PROBLEMA DE LA INERRANCIA ANTES DEL VATICANO II La verdad de la Escritura es un principio teológico afirmado con fuerza en la tradición cristiana y en la misma Escritura. Pero el problema que levanta su aplicación concreta nace en la época moderna, con el desarrollo de las ciencias positivas y de la crítica histórica. 1) El ejemplo más escandaloso del conflicto entre Ciencia y Biblia es el de Galileo. Para él, la tierra giraba alrededor, del sol, en contra, al parecer, de lo que afirmaba la Escritura (Jos 10,12-13). De hecho, la, Inquisición concluyó que su teoría era sospechosa de herejía, por ser "falsa y contraria a las Escrituras". Y hemos de confesar que el sentir de la Inquisición era el de los exegetas de la época. Con el siglo XIX, debido al rápido progreso de la ciencia, el problema se agudizó y la apologética cristiana se esforzó en demostrar un concordismo entre Ciencia y Escritura. Más grave fue el problema en el terreno de las ciencias históricas. Las excavaciones y los rápidos conocimientos de las lenguas orientales, permitieron a los historiadores hacerse con una imagen precisa de las civilizaciones antiguas del Próximo Oriente. Con ello se puso de manifiesto la inexactitud de algunos datos bíblicos: fechas, papeles de personajes mal atribuidos... que llevaron a algunos críticos a la conclusión de que la Biblia carecía de valor como fuente de conocimiento histórico. 2) ¿Cuál fue la respuesta de los teólogos a estos ataques de la ciencia? En el fondo, los exegetas se hallaban en un "impasse" del que era necesario salir: se esforzaron por limitar de distintas maneras el dominio de la doctrina de la inerrancia: a) Newman, por
IGNACE DE LA POTTERIE ejemplo, quería eliminar del campo de la inerrancia las cosas "obiter dicta". Otros, como el canónigo Didiot o monseñor d'Hulst decían que sólo quedaba libre de error lo que tocaba a cuestiones de fe y costumbres, res fidei et morum. Es interesante conocer esta teoría, pues en el debate conciliar se llegó a afirmar que la posición de algunos -que es la que por fin prevaleció- nos conducía a esa antigua teoría que había sido formalmente condenada por el Magisterio. Expliquemos más en detalle su contenido: se trataba de una limitación puramente material de la inerrancia, concretada en los textos que interesan a la fe o a la moral. Una distinción de ese tipo resulta desafortunada y artificial: supone que la única revelación de Dios a los hombres consiste en la comunicación de "verdades" y doctrinas religiosas orientadas a la fe y a las costumbres. Esta concepción intelectualista ha sido superada en el Vaticano II, que dice que Dios se ha revelado con palabras y con obras, "gestis verbisque intrinsece inter se conexis" (C.I., n. 2). Además, limitar la inerrancia a lo "religioso" parece implicar que en la Biblia se da lo "profano", distinción tan impropia como la anterior. Toda la Biblia es inspirada, y cuesta creer que Dios haya inspirado a los hagiógrafos para que escriban cosas puramente profanas. La Escritura tiene siempre, en cierta manera, un carácter religioso. Esta limitación material de la verdad de la Escritura es, en definitiva, una solución inaceptable. Ha sido condenada por León XIII (EB 124 s.), Pio X (EB 279) y Pio XII (EB 539s.). b) Después de la Encíclica Divino afflante Spiritu de 1.943, las soluciones se hicieron más satisfactorias. Se insistió en el principio de los géneros literarios como método para intentar descubrir, la verdadera intención del autor inspirado. El P. Benoit dijo que la inerrancia viene limitada por el grado de afirmación del hagiógrafo; solamente los enunciados que el autor afirma -en el pleno sentido de la palabra- están libres de error en virtud del carisma de la inspiración. La Constitución "Dei Verbum" consagra el recurso a los géneros literarios, recomendados ya por Pio XII en Divino afflante Spiritu : "Ad hagiographorum intentionem eruendam, inter alia etiam genera litteraria respicienda sunt" (C. III. n. 12). c) Pero los géneros literarios, método indispensable, no son un medio suficiente para resolver el problema de la verdad de la Escritura. Permiten captar la intención del hagiógrafo y su grado de afirmación, pero no siendo un principio teológico, nada nos dicen de la naturaleza y objeto de su enseñanza. La dirección teológica la han emprendido dos ensayos recientes, uno de N. Lohfink (Cfr."Selecciones de Teología" n .o 14,) y otro de P. Grelot. Presentamos brevemente el trabajo de este último. P. Grelot hace notar que siempre se ha hablado de inerrancia bíblica, y encuentra en el término "inerrancia" dos defectos: por un lado, presenta negativamente (ausencia de error) un privilegio positivo de la Escritura; por otro, el empeño en defender la Biblia contra los ataques de los racionalistas que pretenden descubrir errores en ella, puede encerrar al apologeta en una problemática estrecha. Para resolver positivamente el problema, Grelot propone dos principios fundamentales: 1) La Palabra de Dios tiene por finalidad comunicar la revelación a los hombres; y esta revelación es "el misterio de salvación realizado en Cristo". Revelación y misterio de salvación van siempre unidos. Por tanto, se puede, decir que el objeto formal de la verdad de la Biblia es la revelación del designio salvífico de Dios. 2) Es necesario tener en cuenta el carácter progresivo de la revelación la plenitud de la revelación tiene lugar
IGNACE DE LA POTTERIE en Jesús y en su obra, por lo que no se puede pedir al A.T. una perfección igual a la del Evangelio. E incluso hay que añadir que el N.T. debe ser explicitado todavía en la Iglesia e interpretado en su tradición viva, bajo la acción del Espíritu de la Verdad, Por eso "se ha de buscar la verdad de cada texto a partir del conjunto de la revelación y de su carácter progresivo".
II. - EL TEXTO DE LA CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA "DEI VERBUM" El recorrido que acabamos de hacer nos permite abordar directamente el examen del texto de la Constitución "Dei Verbum", promulgada al fin de la cuarta sesión, el 18 de noviembre de 1.965.
1. - ¿Verdad o inerrancia ? La terminología del Concilio El Concilio no usa el término "inerrancia" -usual hasta entonces- sino que habla directamente de la "verdad" de la Escritura: "veritatem quam Deus nostrae salutis causa Litteris sacras consignara voluit, firmiter, fideliter et sane errore docere profitendi sunt." (C. III. n. 11). Sólo en la penúltima redacción, el término "inerrancia", que encabezaba el capítulo, fue sustituido por el de "verdad". La idea de inerrancia sigue en pie, pero correlativa de esta otra, que ha venido a ser la afirmación directa y principal del texto: "los libros de la Escritura enseñan la verdad que Dios ha querido que fuese consignada en ellos en orden a nuestra salvación."
2. - La verdad "en el orden de la salvación" Así, pues, la Constitución "Dei Verbum" nos invita a no permanecer prisioneros en esa concepción demasiado estrecha e incluso demasiado profana de la verdad de la Escritura. El punto de vista que propone el Vaticano II es el de buscar en, la Escritura la verdad salvífica, "la verdad en orden a nuestra salvación" (Para valorar la importancia de esta frase, recordemos que en la primera redacción del esquema, en 1.962, se podía leer que la inspiración excluye todo error "en cualquier materia, religiosa o profana".) Pero esto, ¿no es volver a la solución antes explicada, de limitar la inerrancia solamente a cosas de fe y costumbres? El punto de vista comienza ya por ser muy distinto: antes se trataba de una limitación material en el campo de aplicación de la inerrancia bíblica. Notemos además que el texto conciliar ha adoptado en su redacción definitiva la fórmula "veritatem, quam... " y no la que tenía antes: "veritatem salutarem..." precisamente para evitar la interpretación de la limitación material. El "salutarem" ha pasado a ser en la redacción final "nostrae salutis causa", cuyo carácter restrictivo no es de orden material sino formal. Por tanto, no hay que buscar en la Escritura solamente "verdades religiosas", sino que en ella, todo está libre de error con tal de que se la considere desde el punto de vista de la revelación del designio salvífico de Dios, es decir, de la historia de salvación. Con esto el Concilio nos coloca a un nivel claramente religioso y teológico, superior al de la exactitud histórica.
IGNACE DE LA POTTERIE 3. - Verdad salvífica y verdad histórica Conviene distinguir entre la verdad de la Escritura en orden a nuestra salvación y su verdad histórica o historicidad. La primera se sitúa en un plano vertical, el de la relación de la Biblia con la intención divina; la segunda, en un plano horizontal, el de la relación de los relatos bíblicos con el pasado. Examinada la primera, hagamos una reflexión sobre la segunda. ¿Cómo juzgar los sucesos bíblicos desde su valor histórico? Para responder a esta pregunta hemos de tener presente que el fin primario de la Escritura consiste en darnos a conocer la serie de intervenciones divinas ocurridas en la historia que tienen como término a Cristo y a su Iglesia. A partir de aquí, la respuesta es sencilla: la inspiración garantiza la historicidad de los sucesos bíblicos en la medida en que estos acontecimientos hacen referencia a la historia de salvación. Casos típicos serían: en el A.T., los grandes acontecimientos del Exodo la conquista de la tierra prometida, etc. En el N.T., los milagros de Jesús, la fundación de la Iglesia, la resurrección de Cristo y su ascensión. Estos hechos constituyen la trama de la historia sagrada. Su verdad salvífica supone y entraña necesariamente su verdad histórica. El especial interés del pueblo de Israel y de los primeros cristianos por las intervenciones de Dios en la historia hace que su historiografía sea netamente superior a la de los pueblos del Antiguo Oriente. Ahora bien: desde el punto de vista de la historia exacta -que no es el de los autores bíblicos- no todas las particularidades narradas en la Biblia son siempre y necesariamente "verdaderas". Pero incluso en estos casos (p. Ej., la genealogía de Jesús en el evangelio de Mt, según la cual entre Abraham y Jesús hay tres veces catorce generaciones, lo cual es inexacto) no dejamos de hallar la verdad salvífica. (En el caso expuesto, ésta sería que Jesús, "hijo de David, hijo de Abraham", es el heredero de las promesas mesiánicas.) Así pues, el aspecto bajo el cual permanece íntegra la verdad de esta página del evangelio, es aquel que se refiere a la historia de salvación. Recojamos nuestras conclusiones: el criterio de la verdad de la Escritura no es el de la materialidad de lo tratado -fe y costumbres-; tampoco el de la correspondencia exacta entre texto y acontecimiento. Es un criterio formal, el de la intención verdadera del autor inspirado, que también es la de Dios, y que no pretende narrar simplemente unos hechos, sino mostrar en ellos la acción de Dios en la historia, poner de manifiesto su referencia al misterio de salvación.
4. - A la luz de la Tradición Esta comprensión de la verdad de la Escritura no es tan nueva como parece. Está vinculada con la gran tradición de la Iglesia, como lo muestran los textos a que remite la Constitución. Recorreremos las etapas más importantes de esta tradición. Ya en san Pablo (2 Tim. 3,1617: "Toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena". Y en el v. 15: "...conoce las Sagradas Escrituras, que pueden instruirte en orden a la salud por la fe en Jesucristo.") encontramos la idea de que la "utilidad" de la Escritura viene dada en función de
IGNACE DE LA POTTERIE obtener la salvación. Sería vano exigirle una cosa distinta de aquella para la cual fue hecha. El primer texto patrístico al que remite la Constitución es de San Agustín: el Espíritu Santo no ha querido enseñar en la Escritura cosas que no sean "útiles" para la salvación de los hombres. (Notemos que Agustín recoge la idea de "utilidad" que ya estaba en Pablo). Y más tajantemente nos dice que no se lee en el evangelio que el Señor enviase el Espíritu Santo para que supiéramos cuál es el curso del sol y de la luna; "quería formar cristianos, no matemáticos" (PL 42, 525). Trasladando' el pensamiento al terreno histórico, diríamos que no quiso hacer de nosotros historiadores, sino cristianos. Todavía es más claro un texto de sto. Tomás en "De veritate", (q. XII, a. 2, c.) en el que dice que sólo puede ser objeto de profecía aquello que es útil a la salvación. Por su parte, se sitúa conscientemente en la tradición agustiniana, pues comenta el texto de Agustín que precisamente acabamos de citar. También en el Concilio Vaticano I (Denzinger, 1.787), cuando se habla de inerrancia se hace en estrecha conexión con el concepto de "revelación", con lo que la ausencia de error no se refiere al orden profano (historia o ciencia) sino precisamente el orden de la revelación. Finalmente, las encíclicas Providentissimus, de León XIII y Divino afflante Spiritu, de Pio XII, citadas exp resamente por la Constitución "Dei Verbum" (C. III, n. 11, nota S .a) se oponen tanto a los racionalistas como a aquellos teólogos que limitaban materialmente la inerrancia de la Escritura. Contra los primeros enseñan que la Escritura ni contiene error ni puede contenerlo. Contra los segundos, que esto se entiende de todas las partes de la Biblia. Y al hacer esto, citan el primero de los textos de san Agustín que más arriba hemos comentado, con lo que se ve que la inerrancia se refiere a la verdad salvífica. Así pues, el Concilio Vaticano II, al hablar de la verdad que Dios ha querido que fuese consignada en las Sagradas Escrituras "para nuestra salvación", se coloca en la línea de esa Tradición que acabamos de evocar.
III. - DOS CONCEPCIONES DE LA VERDAD Pero el alcance considerable del texto conciliar aparece con mayor claridad cuando nos damos cuenta de su significado: es una vuelta a la tradición donde se concibe habitualmente la verdad en sentido bíblico -sentido esencialmente religioso y teológicoal tiempo que un regreso de la concepción de la verdad en sentido profano - filosófico o científico-, concepción derivada de los griegos. Intentemos caracterizar a grandes rasgos ambas concepciones.
1. - La concepción griega ¿Qué entendían los antiguos griegos por la palabra "verdad"? Su misma etimología lo indica muy bien: a- letheia. Esta palabra está compuesta de un "a" privativa y de la raíz
IGNACE DE LA POTTERIE "lath", estar encubierto. Así pues, la verdad es la realidad descubierta. Para los filósofos griegos, buscar la verdad consistía en intentar descubrir, de un modo objetivo y racional, la esencia y el origen de las cosas. Y la "verdad" de éstas era su auténtica naturaleza, su última explicación. Por eso, para Platón, la verdad del ser es su idea. Y como para él el mundo de las ideas está separado de nuestro mundo sensible, resulta que la verdad pertenece propiamente al mundo separado de lo divino. Se comprende que la tradición platónica identificara pronto la verdad con Dios mismo. San Gregorio de Nisa, formado en esa tradición, escribiría un día: "La verdad es Dios" (Vida de Moisés, 11, 19). Pero para el tema de nuestro articulo, lo que más nos interesa es la concepción griega de la verdad en el dominio de la historiografía. Aquí, "verdad" sigue significando "realidad", pero aplicado al conocimiento del pasado. Para Tucidides, el fin del historiador es "ver claramente lo que aconteció" (1,22). Otros historiadores, como Polybo y Flavio Josefo indican al comienzo de sus obras que su único intento es narrar fielmente "la verdad". Para ellos, la "verdad" era el acontecimiento del pasado conocido con exactitud y descrito con objetividad. La tendencia de la Historiografía moderna está esencialmente ligada a esta concepción. Y así, al final del siglo XIX se llegó a estimar que la objetividad de la historia pertenece al mismo orden que la objetividad de las ciencias exactas, tales como la Física. En nuestros días se ha producido una vigorosa reacción, insistiendo en que el historiador no sólo debe reconstruir objetivamente el pasado sino también comprender su sentido y alcance, toda su profundidad humana, y descubrir así su valor permanente para nuestro tiempo. Según esto, si se quisiera aplicar al problema de la inerrancia esta concepción de la verdad, se llegaría a unas consecuencias imposibles: habría que decir que lo garantizado formalmente por la inspiración es la exactitud de los relatos bíblicos acerca de la historia de Israel y de los orígenes del cristianismo. Pero al hacer esto habríamos tomado la Biblia como una fuente de información para nuestro conocimiento del pasado, con lo que la Escritura seria un libro profano, pero no la Palabra de Dios.
2. - La concepción cristiana Sin embargo, el problema de la verdad de la Escritura se nos presenta bajo otra luz cuando partimos de la concepción cristiana de la verdad, concepción que proviene de la Biblia, pero que sigue y se desarrolla en la Tradición. a) En el A.T., sobre todo a partir del Exilio, la idea dominante es la siguiente: conocer la verdades conocer el designio de Dios sobre los hombres. Y la verdad es la revelación de los misterios, es decir, del plan divino de salvación. Cuando el misterio es revelado, la verdad se identifica prácticamente con la misma revelación; entonces "verdad" se hace sinónimo de "sabiduría", ya que la revelación procedente de Dios ha de ser para el hombre una regla de vida. En el N.T. la noción de "verdad" sigue la misma línea, aunque referida a Cristo. En san Pablo, muy a menudo, "verdad" es sinónimo de "evangelio": "...vosotros, que escuchasteis la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación..." (Ef, 1, 13.).
IGNACE DE LA POTTERIE Señalemos la relación existente entre este pasaje y el texto conciliar que habla de la verdad "en el orden de la salvación". Asimismo, la relación entre palabra y verdad, muy bíblica, y que prepara inmediatamente la terminología y la doctrina de san Juan. Para san Juan, la verdad no es otra cosa que la Palabra de Dios, dirigida a los hombres por Jesús, y presente en él. Cuando Juan dice que la Ley fue dada por Moisés, pero que "la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo" (Jn l, 17), opone a la revelación imperfecta de la Ley mosaica la revelación perfecta y definitiva de los tiempos mesiánicos, realizada en Jesucristo. Por eso Jesucristo podrá decir que él es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). El es la verdad, no en sentido griego sino en sentido bíblico, pues en el, hombre al tiempo que Hijo de Dios, se nos presenta la plenitud de la revelación del Padre. Resumiendo: según la Sagrada Escritura, la verdad es la Palabra de Dios, traída a los hombres por el Verbo hecho carne y presente en su propia persona. Esta revelación es para los creyentes una doctrina y una norma de vida. b) Esta concepción la encontramos también en la Tradición. Así, en san Ireneo hallamos estas palabras: "El Maestro de todas las cosas ha dado a sus Apóstoles el poder de (predicar) el evangelio. Por ellos conocemos la verdad, es decir, la enseñanza del Hijo de Dios" (Adv haer., III, Prefacio). También en muchas oraciones litúrgicas encontramos el término "verdad" significando la doctrina cristiana, o mejor, la verdadera fe: "Oh Dios, que muestras la luz de la verdad a los extraviados a fin de que puedan volver al camino de la justicia..." (Colecta, 3.er domingo después de Pascua.) El Concilio de Orange emplea como sinónimos la palabra "veritas" y la expresión "salutaris... id est evangelica praedicatio" (can 7; Dz 180). Y Trento, en un pasaje recogido por el Vaticano II (C.II, n. 7) llama al evangelio "fuente de toda verdad saludable": fontem omnis... salutaris veritatis (Dz; 783). c) Es especialmente importante constatar que en la Constitución "Dei Verbum" la palabra "verdad" se emplea ordinariamente en este sentido, propio de la Tradición. Por traer un ejemplo, en el C. I, n. 2, se dice: "La profunda verdad... acerca de Dios y de la salvación del hombre resplandece en Cristo, el cual es a la vez mediador y plenitud de toda la revelación." La misma idea la encontramos en el C. VI, n. 24. Consecuentemente con esto, el descubrimiento de la verdad en la Iglesia se hace bajo la acción del Espíritu, llamado muy a menudo, como en el 4.0 Evangelio, "el Espíritu de la verdad" (nn. 2, 7, 19.) d) Volvamos ahora a nuestro pasaje, es decir, al que se refiere a la verdad de la Escritura. Este texto habla de "la verdad que Dios ha querido que fuese consignada en las Sagradas Escrituras para nuestra salvación" (C. III, n. 1l). No hay ninguna razón para darle un sentido distinto del que tiene en la Tradición y a lo largo de la misma Constitución. Incluso cuando habla de la historicidad de los evangelios, lo hace en el mismo sentido (n. 19). Así pues, la verdad en cuestión no es formalmente la verdad de la historia, en sentido profano, sino la verdad religiosa de la revelación. Por eso la verdad de la Escritura garantizada por la inspiración, es esa verdad de la revelación. que siempre se relaciona de alguna manera con la salvación de los hombres.
IGNACE DE LA POTTERIE IV.- APLICACIÓN CONCRETA1 Vamos a concretar en un ejemplo la distinción hecha más arriba entre la verdad histórica de los relatos y su verdad en el orden de nuestra salvación. Tomemos, p. ej., el relato referente al Bautismo de Jesús: (Me, l, 13; Le, 3, 22; Mt, 3, 17; Jn, 1, 32-34). Si los comparamos advertiremos una progresiva tendencia a subrayar los elementos materiales y públicos de la teofanía. En Me, es Jesús quien ve descender el Espíritu "en forma de paloma". Lucas precisa que "en forma corporal". Mateo pone la voz celeste en tercera persona ("Este es mi Hijo amado...") como estando destinada a un grupo de testigos. Juan afirma que el Bautista vio también la paloma. Si ahora aplicamos la distinción hecha más arriba, veremos que desde el punto de vista de la historicidad es cierto el hecho de la teofanía en el Jordán y del descenso del Espíritu sobre Jesús. Su importancia en la vida y misión de Jesús no permiten pensar de otro modo. Sin embargo, las ligeras variantes de los relatos y la tendencia de la tradición a acentuar los aspectos exteriores y comunitarios de la teofanía nos inclinan a pensar que el descenso del Espíritu en forma de paloma fue originalmente el objeto de una visión interior reservada a Jesús (y también, sin duda, a Juan el Bautista, según el testimonio del 4.0 evangelio). Si Lucas habla de "en forma corporal", es a fin de subrayar la realidad de la visión. Y si en Mateo se amplia el grupo de testigos, parece que es un reflejo de la predicación eclesial y comunitaria de esta escena. Pero lo más importante es su significación religiosa, tanto para la vida de Jesús como para la primitiva comunidad cristiana. En ella reside la "verdad", la enseñanza del relato. Para comprenderla, recordemos el simbolismo de la paloma en el ambiente judaico: era un símbolo del pueblo de Dios. Si el Espíritu Santo desciende sobre Cristo en forma de paloma es para indicar el sentido de su misión: bajo la acción del Espíritu, Jesús deberá empezar a formar progresivamente el nuevo pueblo de Dios, el nuevo Israel de los tiempos mesiánicos. Esta "verdad" del relato está colocada en un plano distinto del de la verdad histórica. Su profundidad también es diversa, sin que de ninguna manera suprima el carácter de acontecimiento que tiene la teofanía.
CONCLUSIÓN Después de lo dicho se ve claramente la novedad e importancia del texto conciliar sobre la verdad de la Escritura. Son dos los principios indicados por la Constitución para resolver el problema de la verdad escrituraria: un principio para el estudio literario de la Biblia (el de, los géneros literarios, que permiten descubrir la intención verdadera de los hagiógrafos) y un principio teológico, para determinar su contenido. La consecuencia de este principio es que el exegeta debe tender a iluminar el sentido religioso de los textos, colocándolos en su contexto, que es el de la historia de la salvación. Sólo de esta manera su exégesis será teológica, sin que esto signifique minimizar la importancia de los hechos históricos,, ya que precisamente la intervención salvífica de Dios se ha realizado en la historia. Semejante actitud ante la Escritura respeta a la vez el realismo histórico de la revelación y su finalidad esencialmente religiosa, orientada a la salvación de los hombres. Y al hacer esto nos encontramos en continuidad con la inspiración profunda de los Padres de
IGNACE DE LA POTTERIE la Iglesia, que nunca olvidaban lo que llamaban "letra" o "historia", pero que iban más allá, esforzándose, por encontrar el sentido verdadero de esa historia, su "sentido espiritual". Aunque nuestros métodos de trabajo hayan cambiado y las exigencias críticas de hoy sean más considerables, podemos y debemos permanecer fieles al espíritu de esta antigua tradición, intentando descubrir a lo largo de la Escritura aquello que constituye su verdad, a saber, la profundidad del misterio de salvación, la revelación progresiva del designio de Dios.
Notas: 1 El autor lo concreta en dos ejemplos: uno, el que reproducimos abreviadamente. El otro es el episodio de Jesús caminando sobre las aguas. Lo hemos omitido por no alargar esta condensación. Tradujo y condensó: FRANCISCO CUERVO-ARANGO