La Personalidad de D. Severo - Farmaindustria

1941, de boca de mi primer profesor, D. José García Blanco. En su opinión, ..... pues me tendré que poner de rodillas para pedírselo". Entonces el Profesor ..... sus colegas y amigos (Fernando de Castro, Luis Federico Leloir, Xavier. Zubiri ..... miento de Cruz Martínez Esteruelas, Ministro de Educación y de Federico Mayor,.
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LA PERSONALIDAD DE D. SEVERO: RECUERDOS PERSONALES Remembranza de Severo Ochoa en el centenario de su nacimiento

Director

JOSÉ Mª SEGOVIA DE ARANA Coordinador

SANTIAGO GRISOLÍA Secretaria

CONCHA ALBALAT CRIADO

Serie Científica

Madrid, 2006

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CURSOS DE «LA GRANDA»

“ESTOS CURSOS CONTRIBUYEN DE UN MODO DESTACADO A LA ACTIVIDAD CULTURAL ESPAÑOLA Y, SOBRE TODO, A LA DE LA REGIÓN ASTURIANA”.

Servero Ochoa

(ABC 29-8-1987)

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ÍNDICE 9 11 15 19 31 43 49 57 61 67 75 79 87

Prólogo José Mª Segovia de Arana

Inauguración del Curso de La Granda-Severo Ochoa Antonio Treim Recuerdos personales del Profesor Severo-Ochoa José Mª Segovia de Arana

En el 100 aniversario del nacimiento de Severo Ochoa Santiago Grisolía

La personalidad de Severo Ochoa: Recuerdos personales César de Haro Severo Ochoa y Jiménez Díaz: Recuerdos personales Fernando Ortíz Maslloréns

Evocación de Severo Ochoa en el centenario de su nacimiento César Nombela

El impacto de la obra de Severo Ochoa sobre la investigación clínica Rafael Carmena Mis años con Severo Ochoa Charo Martín

Severo Ochoa, maestro y amigo Margarita Salas

Severo Ochoa: Recuerdos personales Rafael Foguet

La personalidad de Severo Ochoa: Recuerdos personales Asunción Gandía

Un gran hombre y un investigador nato une sus fuerzas al servicio del futuro de España Ricardo Díez Hochleiner

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La personalidad de D. Severo Ochoa: Recuerdos personales Julio Rodríguez Villanueva

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La personalidad de D. Severo Ochoa Enrique Macián

Mi relación con el Prof. Severo Ochoa Francisco Murcia García Severo Ochoa desde la economía Juan Velarde Fuertes

Severo Ochoa. Luarca-Estocolmo: 10 de diciembre de 1959 Ramón Muñoz-González y Bernardo de Quirós Añoranzas de La Granda Ramón Martín Mateo

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PRÓLOGO

JOSÉ Mª SEGOVIA DE ARANA

La Medicina científica, que se inició a finales del siglo XVIII en Europa, se fue desarrollando durante el pasado siglo y acelera su progreso en el actual. El gran impulso moderno se produce en los Estados Unidos a final de la II Guerra mundial, cuando se invierten muchos recursos económicos, los que ya no se necesitaban para la contienda bélica, en la investigación científica y más concretamente en los hospitales, en los que junto a los clínicos, empiezan a trabajar investigadores básicos, bioquímicos, físicos, matemáticos, etc. que hacen florecer el método científico y dan un extraordinario impulso a las disciplinas básicas que contribuyen poderosamente al conocimiento de las enfermedades además de constituirse en ciencias de contenidos y objetivos propios. En este mismo orden de ideas, se encuentran disciplinas como la Inmunología, la Biología celular y la Genética clínica, que están revolucionando los conceptos tradicionales sobre las enfermedades y la explicación de las mismas, abriendo caminos, insospechados hasta ahora, para nuevos tratamientos que constituyen brillantes expresiones modernas del desarrollo científico de la Medicina. Uno de los grandes impulsores de la medicina científica es Severo Ochoa, que con su descubrimiento del código genético, junto a Kornberg y Watson, introdujo los estudios de la Patología Genómica que se ha convertido en una de las grandes fronteras del progreso médico actual. Los ya tradicionales cursos de La Granda han tenido el acierto de haber tratado en el verano del 2005 el estudio de tan egregia figura, en cuyo desarrollo han intervenido prestigiosos protagonistas de la actual comunidad científica de nuestro país. Ochoa procuró, por todos los medios a su alcance y apoyándose en su extraordinaria condición humana y su gran prestigio internacional, despertar la conciencia de la sociedad española para que

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pudiera apreciarse lo que la investigación científica representa para el progreso global de un país. Ochoa decía en una ocasión: “la ciencia siempre vale la pena porque sus descubrimientos, tarde o temprano, siempre se aplican”. La visión del espíritu científico como conductor del desarrollo humano, individual y colectivo, es una de las grandes aportaciones de este gran español del que todos nos sentimos orgullosos. La Escuela Asturiana de Estudios Hispánicos y sus directores, los profesores Teodoro López Cuesta y Juan Velarde, nos han regalado este magnífico curso en el que los que intervenimos, pudimos expresar nuestro agradecimiento y admiración por Severo Ochoa. Gracias también al profesor Santiago Grisolía, que actuó como coordinador, y a Concha Albalat, que tan eficazmente desempeñó la Secretaría del mismo. El agradecimiento se extiende también a la Fundación Areces y a Farmaindustria por su decisiva e inestimable colaboración.

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INAUGURACIÓN DEL CURSO DE LA GRANDA-SEVERO OCHOA

D. ANTONIO TREIM

Delegado del Gobierno en el Principado de Asturias

Quiero agradecer en primer lugar a la Universidad de Oviedo y a la organización de los Cursos de Verano de La Granda que me hayáis invitado a acompañaros hoy en la inauguración de esta jornada sobre el científico Severo Ochoa. Felicitar también a la organización, por el acierto de elegir la temática de estas jornadas este año en el que se cumple el centenario del nacimiento del ilustre biólogo luarquino, que tanto colaboró y tanto aportó en los distintos veranos de La Granda. Quisiera, en unas breves palabras, reflexionar sobre la figura de Severo Ochoa, sobre su aportación a la ciencia y sobre su papel de fundador de la nueva era de la genética, que estamos descubriendo como campo ilimitado de investigación y de aplicación práctica. Yo no soy científico, ni médico, ni biólogo. Por ello estas reflexiones que quiero hacer será desde un punto de vista social, cómo nos afecta a todos la existencia y el trabajo de personas, que como Ochoa, dedican su vida a la investigación. Esa investigación no está nunca aislada, se realiza en un momento histórico concreto, puede tener consecuencias políticas importantes. Han pasado 100 años del nacimiento de Severo Ochoa, han pasado 50 años desde su síntesis de ARN, y hoy, en el año 2005 seguimos debatiendo sobre la aplicación en la práctica de estos descubrimientos: niños a la carta, clonaciones, … ¿Por qué se gana un Premio Nobel? Uno de los factores para el otorgamiento de este galardón es, sin duda, la trascendencia que las investigaciones, los estudios, la literatura, la acción a favor de la paz, tengan.

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Trascendencia universal en el espacio y trascendencia temporal. Los nóbeles de literatura son fuente de inspiración, los nóbeles de medicina son base de la investigación futura. En palabras de Cesar de Haro, discípulo de Ochoa, sus descubrimientos fueron la “auténtica Piedra de la Roseta del Código Genético”. Dolly existe porqué existió Servero Ochoa. Severo Ochoa nació el 24 de septiembre de 1905 en la villa pesquera de Luarca. Severo Ochoa era asturiano y así se sentía aunque a partir de los ocho años, tras la muerte de su padre, sus estancias en Asturias se reducían sólo a los veranos. En Asturias se casó con Carmen, gijonesa y ella y nuestra tierra, fueron junto con su trabajo, los grandes amores de Severo, esos amores que para él eran “física y química”, ¿reduccionista esta expresión? Severo pronto abandonaría nuestro país en aras de seguir avanzando en sus conocimientos y carrera científica. Muchos asturianos a lo largo de la historia lo han hecho, aunque sin alcanzar tan altas cotas, lo siguen haciendo y lo harán en un futuro. Es una característica de nuestra gente, que en algunas ocasiones se ha visto como algo negativo para la tierra. Los asturianos se van porque Asturias no vale nada, no ofrece posibilidades, no hay oportunidades. En realidad, los asturianos no se van nunca, simplemente se trasladan físicamente a algún lugar donde se puedan desarrollar con más facilidad, pero todos vuelven. Severo lo hizo. Eso es lo que enriquece a nuestro pueblo. Los asturianos somos un pueblo valiente, conquistador y eterno inconformista. Eso es bueno. Creo, no obstante, que hay que distinguir en la vida de Severo dos momentos “migratorios”. El primero, el que realiza en su soltería. Es un traslado que podría clasificarse de estudiantil, la oportunidad de trabajar con premios nobel alemanes como Meyerhof, o en Oxford y Sant Luis. Siempre intercalaba sus estancias en el extranjero con estancias en España. La otra parte de su exilio, llamado siempre “exilio voluntario”, fue en 1936, con la Guerra Civil. Es chocante el calificativo de “voluntario” que se otorga cuando alguien abandona su país en el período de una contienda. Si, además, esta persona vive por y para la ciencia era absolutamente necesario que abandonara España y Europa posteriormente, cuando la Segunda Guerra Mundial. No corren buenos tiempos para la investigación (que no sea armamentística, desde luego) en épocas de conflictos bélicos y afortunadamente el genio de Severo Ochoa supo apreciarlo a tiempo. No puedo obviar, me lo van a permitir, en mi condición de político militante de un partido republicano y perdedor de la Guerra, lo cortante y mutilador que fue el alzamiento del General Franco, la Guerra Civil y la posguerra para la Ciencia española.

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¿Cómo iba a ser un exilio voluntario para alguien que convivió en la Residencia de Estudiantes, con Buñuel, Dalí? Fue discípulo del mismísimo Juan Negrín, … Debió ser duro para él ver como se desmoronaba todo el trabajo de construcción de ciencia en España realizado durante la Segunda República. El reduccionismo ideológico, científico. Los pilares científicos sobre los que se basó la dictadura española impedían que investigadores honestos, en lo personal y en lo profesional, pudieran realizar su labor. No olvidemos que el Régimen financiaba a investigadores, si así les podemos llamar, como Vallejo Nájera, que dedicaban los recursos a demostrar científicamente que las ideologías contrarias eran una enfermedad que había que combatir. Una persona de la talla moral de Severo Ochoa, no podía permitirse quedar en esa España, pero su discreción hizo que muchos historiadores calificaran su exilio como voluntario. Permitidme, pues, que me quede un atisbo de duda. Así con su regreso en 1977 comienza, con toda esa vitalidad y fervor que le caracterizaban, la labor de fundar el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBMSO) de Madrid. La investigación científica vuelve a la escena social española, y de su mano, como no podía ser de otra manera. Gracias a este Centro, a sus científicos y a todo su personal ya no podemos decir que no hay investigación en España. Esta lucha por el desarrollo de la investigación en España es un reflejo de que nunca el científico, pese a pasar la mayor parte de su vida fuera de sus fronteras, perdió sus raíces. Fue un hombre universal con todo lo que eso conlleva, visión global de la trascendencia humana y de sus actos pero desde un punto de principio y de final, eso era Asturias para Severo Ochoa. Yo creo, ya para finalizar, que Severo Ochoa, si hoy estuviera con nosotros sería un hombre feliz. Hoy no sólo hay cabezas, hay medios (hay que reconocer que todavía no los suficientes). Le gustarían los retos actuales: clonaciones de embriones, creación de células madre... Tenemos la posibilidad de ser dios, gracias a la labor de hombres como él. Disfrutaría con la nanotecnología, con los efectos increíbles que su aplicación tiene en la medicina. Pero estoy seguro que no se conformaría con el mundo actual: con el sida, con el hambre, con la injusticia. Realmente creo que Asturias, como España y el mundo, andamos justos de genios.

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RECUERDOS PERSONALES DEL PROFESOR SEVERO OCHOA

DR. JOSÉ Mª SEGOVIA DE ARANA Catedrático de Patología Médica

Hace dos veranos, con motivo del décimo aniversario de su muerte, dedicamos una sesión conmemorativa a la figura de Severo Ochoa. Ahora, con ocasión del centenario de su nacimiento volvemos a recordar su memoria y en este recuerdo nos brotan ideas y sentimientos cuyo denominador común es la creciente percepción, cada vez más profunda, de la grandeza de este gran hombre. Como diría Pablo Neruda “cuando los pasos del tiempo nos alcanzan, no es hacia abajo ni hacia atrás la vida, sino que ésta se viste de una percepción más profunda, más vital, más entrañable, de lo que es nuestro, de lo que nos rodea, nos ilusiona o nos inquieta”. Esto, aplicado al recuerdo de Severo Ochoa, se convierte en una auténtica realidad emocional que efectivamente crece en nosotros, con el paso del tiempo. Hace unos días, con motivo de una conferencia dada en Cuenca en la Universidad de Castilla La Mancha, sobre constitución genética y factores ambientales, en un curso organizado por el profesor Grisolía, también en homenaje a Ochoa, tuve ocasión de revisar algunos de los escritos y aportaciones de don Severo sobre el descubrimiento del código genético. Recordaba que lo que durante muchos años fue la Patología humoral y más tarde la Medicina constitucional, que se basaba en los diversos tipos constitucionales, se había convertido en nuestros días en la Patología genómica, que nos aproximaba y nos hacía beber científicamente en las mismas fuentes de la vida, en el código genético del que Ochoa fue uno de los descubridores con Konberg y Watson. Emocionados científicamente, nos parecía que debíamos aproximarnos de puntillas, en silencio y con admiración, a estos descubrimientos y a sus auto-

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res. Por eso, nos ha parecido un regalo del destino el haber podido convivir y dialogar con personalidad tan excepcional, tan propia del Olimpo científico de todos los tiempos, al que podíamos estrechar la mano y contar nuestras impresiones de la vida y del mundo. Es emocionante y ahora nos parece casi increíble, que cuando hablábamos de transplante de corazón, de inmunidad o de cirrosis hepática, don Severo se encontrase ahí, escuchándonos atento con el regalo que nos hacía con su presencia. Las fotografías en las que esas escenas se recogen son el mayor orgullo de un conferenciante de La Granda. Hoy sabemos que en nuestra constitución intervienen genes que son definitivos en su función organizadora y constructiva de nuestro organismo pero que hay otros que fabrica, configuran posibilidades de desarrollo de nuestra mente, nuestra inteligencia, nuestra conducta, de nuestra personalidad en definitiva. El que seamos buena o mala persona, inteligentes o majaderos, activos o descuidados, va a depender del uso que hagamos de esas posibilidades, de esos programas posibles y que para elegir los mejores, tenemos que imitar a los que como don Severo han desarrollado su vida en un alto nivel de exigencias consigo mismo y con los que estaban en su entorno. Este excelso ejemplo humano, este patrón referencial de conducta, es para mí tan valioso como sus grandes descubrimientos científicos. En New Brunswick (N.J.) en el Instituto de microbiología realizando trabajos de investigación en Inmunología dentro del servicio del profesor Michael Heidelberger, uno de los pioneros de la inmunología moderna, muy amigo del profesor Ochoa. Me impresionó entonces la gran vitalidad de don Severo, el gran respeto que inspiraba al numeroso grupo de colaboradores que trabajaban a sus ordenes en Nueva York y el destacado puesto que ocupaba en la investigación científica norteamericana. Años más tarde, ya en Madrid, tuve el privilegio de trabajar con él en el proyecto del nuevo Centro de Biología Molecular vinculado a la Universidad Autónoma de Madrid, de cuya Facultad de Medicina yo había sido nombrado Decano en 1964. Al principio se pensó que el nuevo Centro se construyese en el campus de la Facultad pero posteriormente se decidió ubicarlo en Canto Blanco en su Facultad de Ciencias. En varias ocasiones visité a don Severo en el despacho que tenía y donde había empezado a investigar de nuevo, tras su regreso a España después de su jubilación en Estado Unidos. Afortunadamente para la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, que deseábamos que tuviera sólidos departamentos de investigación que reforzaran y completaran los Departamentos clínicos de la Clínica Puerta de Hierro, La Paz y la Fundación Jiménez Díaz, un nuevo Centro, denominado de Investigaciones Biomédicas, perteneciente al Con-

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sejo Superior de Investigaciones Científicas, vino a ocupar el lugar que inicialmente se pensó para el Centro de Biología Molecular. Este nuevo centro de investigaciones biomédicas fue consecuencia de la expansión del Instituto de Enzimología que animó y dirigió el profesor Alberto Sols, quien al fundarse la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma aceptó mi invitación de incorporarse a la misma para impartir las enseñanzas de Bioquímica, uniendo por primera vez un Instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas a la Universidad, adaptándose a su plan de estudios y a las actividades universitarias. El éxito de esta unión ha sido completo. En 1980 se constituyó el Fondo de Investigaciones Sanitarias de la Seguridad Social, continuación del llamado Fondo del Descuento complementario de la industria farmacéutica que empezó a sentar bases de una incipiente investigación científica en los hospitales de la Seguridad Social. Como director del mismo invité al profesor Ochoa a presidir su Consejo Científico, del que formó parte durante varios años en compañía de un distinguido conjunto de científicos españoles que venían de campos tan diversos como la medicina, la economía, la física o la bioquímica y que sentaron las bases de una institución que ha ido creciendo y afianzándose, siendo en la actualidad la institución de más prestigio para la financiación de la investigación biomédica. El F.I.S. realiza una gran tarea a través de la financiación de proyectos de investigación en los hospitales, tanto de la seguridad social como universitarios, concediendo becas de formación de investigadores, bolsas de viaje, becas de ampliación de estudios en el extranjero, organización de congresos y simposios y reuniones científicas, etc. todo lo cual ha ido aumentando en volumen e importancia. En el acto de constitución del Consejo Científico del F.I.S. realizado el 13 de noviembre de 1980 el profesor Ochoa dijo entre otras cosas: “Asisto con sumo placer a este acto pues considero que la creación del Fondo de Investigaciones Sanitarias de la Seguridad Social es un hecho de considerable trascendencia para la investigación médica y biológica en España. Organizaciones semejantes existen en otros países, pero creo que en España, éste Fondo constituye una novedad altamente deseada para el impulso y apoyo de la investigación científica en el campo de la biomedicina. Estoy seguro de que el Fondo de Investigaciones Sanitarias contribuirá de un modo eficaz al tan necesario desarrollo de la ciencia biomédica en España”.

Los que hemos disfrutado de la amistad del profesor Severo Ochoa hemos sentido, cuando estábamos a su lado, la sensación de encontrarnos junto a uno de los padres vivos de la ciencia médica actual. Es difícil que una per-

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sona vaya por el mundo con tan gloriosa carga que supone sus descubrimientos sin descomponer el paso humano de su propia existencia. Don Severo fue siempre consecuente con la genialidad de su obra, siendo profundo en sus sentimientos hacia su mujer, hacia la ciencia y hacia Asturias y España, que no se veían empañados por su devoción a los Estados Unidos como país que lo acogió y le dio medios para desarrollar su labor. Asturiano cien por cien, el profesor Ochoa pasó todos los veranos, especialmente desde que murió su mujer, en Asturias asistiendo a estos curso de La Granda en el magnífico marco de la Escuela Asturiana de Estudios Hispánicos que dirigen los profesores López-Cuesta y Velarde y que, como todos sabemos, ofrecen magníficas oportunidades de intercambio de ideas y experiencias académicas. Otras ocasiones de convivencia, amistad y admiración hacia D. Severo las he tenido a través del Consejo Científico de la Fundación Areces que él presidía con su enorme autoridad y experiencia, así como en el Consejo Asesor de Sanidad para cuya Presidencia de Honor fue nombrado por el Ministro de Sanidad, D. José Antonio Griñan. Medicina genómica

Dentro del fascinante mundo de la genética molecular las aportaciones de los descubrimientos del profesor Severo Ochoa han sido decisivos, especialmente su descripción del código genético basado en la relación que existe entre nucleótidos del acido desoxi-ribo-nucleico (ADN), transcrito en el acido ribo-nucleico (ARN) y los aminoácidos que forman una proteína. Lo básico es un codon constituido por tres nucleótidos que definen un aminoácido. La mayoría de los aminoácidos pueden ser hechos por codones diferentes. La llamada degeneración del código genético es que un aminoácido puede ser producido por más de un codon lo que es una salvaguarda frente a mutaciones que acabarían con la posibilidad de producir algunos aminoácidos. Todos los grandes avances de la genética molecular están conduciendo a nuevos soportes de la medicina clínica en los más variados aspectos. No se trata sólo del conocimiento objetivo de las enfermedades hereditarias sino también del conocimiento de la predisposición individual a padecer ciertas enfermedades, lo que constituye el conjunto de la llamada medicina predictiva. La práctica de la medicina se va a ver transformada profundamente al tener que intervenir en el estudio de la predisposición a ciertas enfermedades muy frecuentes, identificando los factores de riesgo, tanto los existentes en el individuo como en el ambiente externo.

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EN EL 100 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SEVERO OCHOA

PROF. D. SANTIAGO GRISOLÍA

President del Consell Valencià de Cultura. Murcia

Mi conocimiento de la existencia y de la competencia científica de D. Severo empezó poco después de iniciar mi aprendizaje en el laboratorio del profesor García Blanco en Valencia, en el año 1941. Mucho tiempo después, tras la publicación de la monumental obra de recopilación de todos sus trabajos, hecha por Alberto Sols, éste y yo acometimos, junto con nuestras esposas Angelines y Frances, la tarea de seleccionar entre unas ochocientas fotografías las que integrarían el libro Ochoa en imágenes. Y ahora, ante la conmemoración del 100 aniversario del nacimiento del maestro, a Frances y a mí nos pareció oportuno hacer algo parecido, aunque, desgraciadamente, ya no pudiéramos contar con Alberto ni con Angelines. Este libro no pretende describir la gran labor científica del profesor Ochoa, ni muchos otros aspectos y logros de su vida. Simplemente refleja una parte de la misma, por medio de fotografías –de las que se incluyen algunas, poco conocidas, tomadas en Asturias, Madrid y Barcelona, pero que en su mayor parte conciernen a las intensas relaciones valencianas del maestro– y también de una serie de anécdotas y recuerdos personales de muchos años. Soy consciente de que en estas notas no puede condensarse la brillante carrera científica de Severo Ochoa o sus cualidades humanas, que tuve la fortuna de observar, para aprender, durante casi cincuenta años de una fuerte amistad. Las he escrito pues con admiración, nostalgia y profunda tristeza, y también en ellas me he centrado en las relaciones del maestro con la Comunidad Valenciana. Admiración porque su personalidad científica fue muy grande. Él, a su vez, admiraba profundamente a Ramón y Cajal, el otro español ganador de

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un Premio Nobel en Medicina, cuya obra todavía se cita muy frecuentemente, a pesar de que murió en 1932, y que tuvo una enorme influencia tanto en Severo Ochoa como en otros muchos jóvenes científicos españoles. Nostalgia porque ya no podré escuchar más sus consejos ni gozar de su cariñosa amistad. Tristeza, una gran tristeza, porque ya no estará más con nosotros y porque le vi sufrir mucho, particularmente desde la muerte de Carmen, su querida esposa, fiel y constante compañera y consejera durante casi medio siglo, y particularmente por haberle visto en sus últimos meses en unas condiciones de gran debilidad. No obstante, como siempre, nunca se quejó y cortésmente se preocupaba por otros cuando éstos preguntaban por él. Como ya he dicho, oí por primera vez el nombre de Severo Ochoa en 1941, de boca de mi primer profesor, D. José García Blanco. En su opinión, era el mejor joven bioquímico de España. Había nacido en 1905 en Luarca, Asturias, y siendo aún un chiquillo ya se mostró interesado por la ciencia. Él mismo me contó cómo, muy joven, había concebido un proyecto para obtener continuamente energía, el sueño de muchos jóvenes curiosos, la máquina del movimiento perpetuo. Aprendió francés casi sin ayuda. Pasó su juventud entre Asturias y Andalucía, sobre todo en Málaga, adonde se desplazaban debido a los problemas de salud de su madre viuda –Ochoa había perdido a su padre cuando tenía siete años–. Desde pequeño siempre quiso tener éxito para que su madre pudiera sentirse orgullosa de él, como le escribió siendo un joven estudiante de Medicina, en una carta que conservaba y que un día me dejó leer. Fue muy buen estudiante de Fisiología, y su profesor de Fisiología y Bioquímica, Juan Negrín, que más tarde llegaría a ser jefe del Gobierno de la República, reparó en él. El Dr. Negrín había estudiado en Alemania y seleccionaba como ayudantes de laboratorio a sus estudiantes más brillantes. Ése fue el comienzo de la carrera científica de Severo Ochoa. Vivió muchos años en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, un centro intelectualmente excitante, que afortunadamente presenta hoy, de nuevo, una renovada actividad, en el que residieron muchos genios, incluyendo al pintor Salvador Dalí, al director de cine Luis Buñuel o al poeta Federico García Lorca. Por entonces había allí unos pocos laboratorios, en uno de los cuales trabajaba otro gran y respetado científico admirador de Ramón y Cajal, Pío del Río Hortega. Severo Ochoa trabajaba en el del Dr. Negrín, como he dicho. En aquellos años, se daban en la residencia muchas conferencias pronunciadas por visitantes distinguidos, como Marie Curie o Albert Einstein. Durante el verano de 1927, cuando Ochoa estaba en 4º de Medicina, fue a Glasgow por consejo de Negrín, a trabajar con el profesor Paton estudiando la acción de la guanidina en el melanóforo de la rana. Incluso en este corto espacio de tiempo, y empezando como un principiante, pudo publicar una

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nota, su primer artículo científico, en los Proceedings of the Royal Society. Poco tiempo después, ya en Madrid, envió al Journal of Biological Chemistry un artículo sobre un micrométodo para medir la creatina, que fue publicado con sólo unas pequeñas correcciones. El Dr. Ochoa hablaba a menudo de lo contento que se había sentido de que su inglés fuese ya suficientemente bueno. Su interés por esta lengua le acompañó siempre. El Dr. Ochoa acabó su carrera en 1928 e inmediatamente solicitó y obtuvo una beca para trabajar con Otto Meyerhof en Berlín. La razón de seleccionar el laboratorio de Meyerhof fue por su interés en la contracción del músculo y en el posible papel de la creatina en la misma. Por cierto, renunció a la dotación económica de la beca a favor de su amigo el Dr. Valdecasas, ya que sabía que éste la necesitaba más que él. Su estancia en el laboratorio de Meyerhof fue muy feliz e hizo muy buena amistad, entre otros, con el profesor Nachmanson y con Fritz Lipmann, que también llegaría a obtener el Premio Nobel. En 1929 participó en el Congreso Internacional de Fisiología en Boston y visitó algunos lugares de los Estados Unidos, donde en aquel momento vivía uno de sus hermanos. Tengo la impresión de que se enamoró del país en aquella primera visita. A su vuelta a Madrid completó algunos de los requerimientos para su doctorado y en diciembre del mismo año volvió al laboratorio de Meyerhof. Regresó a España en 1930 y continuó trabajando en la contracción del músculo, siempre en la Residencia de Estudiantes. Se casó con Carmen en 1931, y poco después se fue a Inglaterra, al laboratorio de Sir Henry Dale, donde, en colaboración con el Dr. Durdley, trabajó por primera vez con una enzima, la Glioxylasa. Desde ese momento, su amor científico fue la enzimología. Permaneció en Inglaterra hasta 1934, en que volvió a España para leer su tesis doctoral. El presidente del tribunal era el profesor Jiménez Díaz, quien más tarde influiría mucho en la vida de Ochoa. Muchos años más tarde, éste había de morir en la clínica fundada por el Dr. Jiménez Díaz. En 1935 asistió al XVII Congreso Internacional de Fisiología en Leningrado. Parece ser que por aquel tiempo se había enfriado el interés del profesor Negrín por ayudar al Dr. Ochoa, y éste lo atribuyó a que el profesor Jiménez Díaz le había ofrecido un puesto como jefe del Departamento de Fisiología en el recién creado Instituto de Investigaciones Clínicas y Médicas. No obstante, ese mismo año, según parece por la insistencia de Negrín y en contra de sus deseos, compitió por una cátedra de Fisiología. La cátedra le fue denegada y sus amigos intentaron consolarle llevándolo de excursión al monasterio de Silos, en Burgos. Ciertamente, estaba enfadado por la actitud negativa del amigo de toda la vida, Valdecasas, miembro del tribunal de oposición. Sólo muchos años más tarde comentó D. Severo que siempre

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había pensado, puesto que su ejercicio fue brillante, que no le habían otorgado la cátedra debido a una revancha de Negrín. En 1936 empezó la Guerra Civil española. Ochoa no podía soportar aquella terrible atmósfera; me contó cómo en su camino al laboratorio, donde era la única persona que había quedado y donde seguía trabajando para mantener la cordura, a menudo encontraba cadáveres de personas asesinadas en las calles cercanas al hospital. Decidió dejar España, y por medio de Negrín obtuvo un visado para trasladarse a Francia. Desde allí volvió a Alemania, al laboratorio de Meyerhof, que ahora se encontraba en Heidelberg, donde permaneció muy poco tiempo, de noviembre del 36 a junio del 37, porque Meyerhof había tenido que dejar Alemania, como muchos otros judíos. Dada la situación en el país, Ochoa marchó a Inglaterra, para trabajar primero en Plymouth y después en Oxford, con Peters. Es importante mencionar que antes de que Meyerhof abandonara Alemania escribió una carta en la que facilitaba la reubicación de Ochoa pidiendo para él una beca a sus amigos ingleses. El afecto del Dr. Ochoa por sus profesores fue muy profundo y sincero, especialmente por Meherhof. De hecho, en los archivos del Museo Príncipe Felipe hay también cartas de Meyerhof, escritas mucho más tarde desde los Estados Unidos, en las que agradece a Ochoa su ayuda en la obtención de fondos para investigación. El Dr. Ochoa llevó mucho tiempo en su cartera, además de la de su madre, una carta de Meyerhof. Su estancia en Oxford fue muy productiva; de hecho le llevó al descubrimiento de la fosforilización oxidativa y a la descripción del P.O. ratio, un valor que no ha cambiado desde que él lo determinó experimentalmente. Allí volvió a encontrarse con Pío del Río Hortega e hizo otros muchos amigos, especialmente Ernest Chain. Después estalló la guerra y, ya que era extranjero, decidió ir a los Estados Unidos. Dejó Inglaterra en 1940, y después de una breve estancia en Méjico contactó con Carl Cori y fue a trabajar con él en 1941. No obstante, sobre todo por consejo de Carmen y con la ayuda de un amigo becario, en 1942 se trasladó a Nueva York, donde yo le conocí más tarde y donde trabajó hasta su primer retiro, cuando tenía sesenta y nueve años. Desde ese momento hasta que cumplió los ochenta, trabajó en el Instituto de Investigación Roche. El solía señalar como virtudes de su carácter la determinación y el optimismo: en 1944 fue virtualmente echado del Departamento de Psiquiatría, donde tenía su laboratorio; un día encontró su mesa y su equipo en el pasillo; el nuevo jefe del departamento ¡necesitaba sitio! Pero nunca perdió la fe, incluso siendo extranjero. Por suerte, el profesor I. Greenwald le ofreció inmediatamente su laboratorio en el Departamento de Quí-

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mica, donde yo le conocí por primera vez. El jefe del departamento, el profesor Cannan, a quien Greenwald habló de la seriedad y la capacidad de trabajo de Ochoa, le proporcionó un puesto como profesor asistente. El Dr. Ochoa tenía entonces treinta y ocho años y ese fue su primer puesto permanente. A mi llegada a los Estados Unidos a finales del año 1945 fui a visitar a Ochoa y le pedí que me aceptara para mi formación en Bioquímica. Como he dicho, el Dr. Ochoa no tenía laboratorio propio y debía pedir permiso a Cannan. Una vez concedido, empecé a trabajar con él a principios de enero de 1946. El grupo del Dr. Ochoa consistía en Alan Mehler, un estudiante graduado –el único entonces de los pocos que el profesor Ochoa tuvo, ya que trabajaba generalmente con postdoctorales–, el Dr. Arthur Kornberg, quien había llegado unos pocos días antes que yo, y un colaborador a tiempo parcial, la Dra. Weiz Tabori. Desde entonces mantuve con Ochoa una estrecha relación, y durante toda mi vida le pedí consejos, ya que me acogió generosamente, y más tarde a mi esposa y a mis hijos, y a todos nos trató como a grandes amigos. En muchas ocasiones él y Carmen compartieron nuestra modesta casa en los Estados Unidos, y más tarde en España. La carrera científica del Dr. Ochoa es bien conocida, pero me gustaría señalar aquí que él mismo comentaba, en sus últimos años, que uno de los momentos más excitantes de su vida fue su descubrimiento, en 1944, de la fijación del CO2 en tejidos animales. Ya he indicado más arriba que su interés se dirigió durante los 40 y principios de los 50 a la enzimología, y llega ser justamente considerado uno de los mejores bioquímicos del mundo. En 1955 decidió volver a su interés inicial por la fosforilización oxidativa, lo que le llevó al trascendental descubrimiento de la polinucleótido fosforilasa y a la síntesis de un ácido nucleico, por primera vez en un tubo de ensayo. Por este descubrimiento le concedieron en 1959 el Premio Nobel de Medicina y Fisiología, que compartió con Arthur Kornberg. Su trabajo en el código genético, en una apasionada competición con Marshall Nirenberg, empezó en 1961, lo que llevó a una clarificación completa del código en tres años. Debe resaltarse que la polinucleótido fosforilasa jugó un papel crucial en este trabajo; el Dr. Ochoa comparaba su descubrimiento con el de la Piedra de Rosetta. Muchos creemos que debió concedérsele un segundo Premio Nobel por él. En esos últimos años, y durante más o menos una década, su principal interés en el ahora desaparecido Instituto Roche se dirigió hacia la síntesis de las proteínas, un campo en el que se le deben muchos progresos. La edición completa de sus artículos se emprendió con ocasión de su 70 aniversario, una más que festiva ocasión, que celebró en Barcelona y en Madrid. Entre los muchos y distinguidos invitados, cuyo trabajo había

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estado relacionado con el suyo, estaban los siguientes Premios Nobel: Hans Krebs, Hugo Theorell, Ernest Chain, Carl Ferdinand Cori, Fred Sanger y Fritz Lipmann. La colección de sus artículos, hasta ese momento, ocupaba unas 3.600 páginas en tres volúmenes. Los publicados a partir de entonces, hasta sus ochenta y dos años, ocuparon un volumen más. Afortunadamente, su mente se mantuvo lúcida hasta el día de su muerte. Como es sabido, D. Severo donó todas sus distinciones, documentación y libros científicos al Instituto de Investigaciones Citológicas, donde fueron organizados por mi esposa, la Dra. Frances Thompson Grisolía, en un pequeño museo que inició en 1980 con sus generosas donaciones. Después, este legado se trasladó al Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, donde ocupa un área destacada entre las exposiciones de Ramón y Cajal y de Jean Dausset. Creo que la razón de esta donación tan generosa no fue porque yo había sido, cronológicamente, su primer discípulo español, sino por su estrecha relación con la Comunidad Valenciana, y especialmente porque sus ascendentes maternos eran la familia Albornoz, originaria de Orihuela, donde aún queda la casa familiar, ahora convertida en una fábrica, y donde se inauguró hace años un parque con el nombre de D. Severo. Es conocida la estrecha y afectuosa relación que mantuvo D. Severo con su tío D. Álvaro de Albornoz, que fue ministro de Justicia y ministro de Fomento en la II República española. En el bufete de D. Álvaro trabajaba, entre otras personas, Victoria Kent, que fue directora de Prisiones y muy conocida por una canción popular de los años 30. D. Severo, además, tenía un afecto especial por su abuela Dña. Concha, orihuelana, que cuidó muchísimo de él por ser el más joven de los hermanos. D. Severo recordaba muchas veces a su abuela y su acento, sorprendente para él, en su niñez en Luarca. Dña. Concha llevó a toda la familia a Orihuela. El Dr. Ochoa recibió muchas distinciones, incluyendo 36 doctorados Honoris Causa y 120 medallas y condecoraciones, entre ellas la que le concedió la Academia Pontificia de Ciencias, cuando se le hizo miembro en 1974. Todo esto se encuentra en el citado museo de Valencia, junto con los 219 diplomas, cerca de 2.000 libros y sus amplios archivos, que contienen documentos de las principales figuras de la edad de oro de la Bioquímica Metabólica, incluyendo libros de notas del laboratorio de Meyerhof, fotografías, correspondencia, artículos de periódicos y memorias de muchos de los honores que recibió. Entre los muy interesantes documentos que contiene su archivo, está su discurso, escrito de su propio puño y letra, para la ceremonia de entrega del Premio Nobel, así como numerosos libros de notas y sus primeros protocolos de trabajo, en los que se muestra su cuidadosa y organi-

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zada aproximación a la ciencia. Su interés en el alcance internacional de la ciencia y la educación, le llevó a aceptar muchos cargos que ocuparon mucho de su tiempo. No obstante, él nunca tuvo prisa y siempre contestaba a todas las preguntas con mucha cortesía. El Dr. Ochoa también donó toda su biblioteca no científica, que incluye algunos incunables, a la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados, para ser utilizada principalmente por los visitantes cuando en la Fundación existía una pequeña residencia. Severo Ochoa no fue sólo un gran científico sino también un gran maestro, tanto a nivel predoctoral como posdoctoral. En este último nivel su familia es muy larga –sus verdaderos hijos, ya que él no los tuvo, fueron sus estudiantes, que llegaban de cualquier lugar del planeta para aprender con él–. Así, su influencia hizo que la Bioquímica se difundiera mucho, especialmente en España, que, debido sobre todo a esta influencia, cambió de no contar prácticamente, a ocupar el séptimo lugar en el mundo. Pasaba muchas horas preparando sus lecciones para los estudiantes de medicina; ellos estaban tan bien preparados que el resto del personal del departamento los atendía regularmente, una costumbre que se extendió a los otros miembros del personal. Me dijo muchas veces que su peor pesadilla era ir a una clase sin haber preparado sus lecciones. Quizás el mejor resumen de su amor y compromiso con la ciencia lo describe una anécdota escrita por él en la Annual Review of Biochemistry en 1980. "Una noche a final de los años 40, mi mujer y yo estábamos en una fiesta que se daba en honor de Otto Loewi y Sir Henry Dale, que habían recibido el Premio Nobel de Medicina en 1936 por su descubrimiento de la transmisión química del impulso nervioso. Se nos pidió a todos que firmásemos en el libro de invitados y pusiésemos nuestras aficiones, y yo lo hice, con Sir Henry mirando por encima de mi hombro. Como yo puse que mi afición era Bioquímico, él estalló en risas. En aquél momento yo era Presidente del Departamento en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York y Sir Henry dijo: "Ahora que es farmacólogo, tiene la bioquímica como afición".

No obstante, el Dr. Ochoa era más conocedor y aficionado a la fotografía, pintura y música. Sus elegantes facciones y figura fueron a menudo comparadas con las figuras del Greco. Dejó la mayor parte de su fortuna para la creación de una fundación para el desarrollo de la bioquímica en España. La fundación, de la cual soy miembro, da un premio científico y una lección magistral anualmente. Recuerdo que alguien una vez le preguntó cómo quería ser recordado y él dijo: "Como una buena persona", y eso es lo que fue.

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Se ha hablado mucho del agnosticismo de Severo Ochoa; no obstante, recuerdo que cuando le dije que él tenía muchas medallas y su esposa no, por lo que había que darle una, y la propusimos para Dama del Santo Cáliz, él no quería, pero ella sí. Cuando D. Severo la acompañó a la ceremonia, se fue animando poco a poco y tomó muchas fotografías. Recuerdo su nostalgia cuando, ya muerta Dña. Carmen, hicimos una excursión a su chalet de Benidorm para rastrear, creo, sus recuerdos con la excusa de un incierto baúl abandonado. En una de sus visitas a Valencia y, con motivo de las buenas relaciones con el Ayuntamiento, que me había concedido una ayuda a través del concejal Garcés, poco después de mi regreso a Valencia, sugerí crear unas becas con el nombre de Severo Ochoa. Con ese motivo el Profesor Ochoa visitó Valencia y su Ayuntamiento, donde la policía le regaló una copia de la espada del rey Jaime I y más tarde se le nombró hijo adoptivo. Tiempo después, pidió que se cambiara el título de las becas por el de Becas Carmen y Severo Ochoa, como así se hizo. Estas becas ya llevan 25 años concediéndose. Hay una anécdota que algunas veces se ha interpretado mal. Fue en el 25 Aniversario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Un número de personas fuimos invitados en representación de distintas academias e instituciones científicas. D. Severo representaba a la Academia Nacional de Ciencias. Durante su discurso le volvió la espalda al General Franco, que presidía la solemne sesión. Dña. Carmen se lo recriminó diciendo que no se podía actuar así ante un Jefe de Estado. La verdad es que D. Severo no podía olvidar la Guerra Civil ni los sufrimientos de los españoles, especialmente de su familia; además, era un republicano convencido. Él y Paco Grande pasearon por Madrid, en un coche que tenía D. Severo, la bandera republicana en el primer día de la declaración de la República. Además, D. Severo quería muchísimo a su tío carnal D. Alvaro de Albornoz, que fue Ministro de Justicia y en cuya oficina, como hemos dicho, era pasante Victoria Kent, que fue directora general de Prisiones y más famosa por la canción de "Los nardos ". De todas formas, al terminar la sesión formal salimos al patio y se nos acercó un ministro diciendo que D. Francisco Franco nos estaba esperando. En el grupo estábamos el Premio Nobel argentino D. Bernardo Houssay, el cuñado de Alberto Sols, el profesor Rodríguez Candela y yo; entonces D. Severo, mirando el reloj, dijo: "Creo que ya se está haciendo hora de irnos". A mí no me gustó, ya que hubiera querido ver alguna vez directamente a Franco, pero nos marchamos y por alguna extraña razón fuimos al Puente de Toledo, que creo quería ver D. Bernardo.

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En dos ocasiones, y así me lo ha contado el propio rey, no aceptó un título nobiliario que le ofreció Su Majestad, a pesar del afecto que D. Severo tenía por el monarca y viceversa. De hecho, hace muchos años fuimos a visitar al rey los miembros del Colegio Libre de Eméritos, que cuenta con grandes personalidades. Quizás por ello había un poco de inhibición mutua para empezar el diálogo con Su Majestad, que tiene gran habilidad para tranquilizar a sus visitantes. Después de los saludos nadie hablaba. Entonces se dirigió el rey a uno de los lados de la sala en la Zarzuela, cogió un sillón, lo llevó al centro de la estancia y le dijo: "Don Severo, por favor, siéntese". D. Severo se sentó, pero inmediatamente se levantó de nuevo y dijo: "No puedo estar sentado ante Su Majestad", y empezó un tira y afloja entre ambos: "Siéntese usted, por favor", "No", "Sí"..., etc. Finalmente, el rey dijo: "Bueno, D. Severo, pues me tendré que poner de rodillas para pedírselo". Entonces el Profesor Ochoa se sentó, los demás nos colocamos a su alrededor y la audiencia se desarrolló con toda naturalidad. Durante una reunión del Comité de Expertos de la Exposición de Sevilla (EXPO), en Madrid, D. Severo tuvo un desvanecimiento. La verdad es que nos quedamos prácticamente solos Marino Gómez Santos, alguien más que no recuerdo y yo, llamamos a una ambulancia y tuvimos que hacer toda clase de presiones para que bajasen a D. Severo en la camilla. Una vez en la ambulancia le llevé a la Clínica de la Concepción, donde inmediatamente bajaron corriendo todos los amigos y excelentes clínicos que allí se encontraban. Cuando lo desnudaron y nos quedamos solos es cuando D. Severo me dijo que cogiese la cartera de su chaqueta y que la guardase. Entonces, al poco rato, me dije: "Ya puedo regresar pronto a Valencia puesto que D. Severo se está recuperando rápidamente". El número de personas en la Facultad de Medicina de la Universidad de New York interesados en investigación era pequeño pero de gran categoría, especialmente en el departamento de Fisiología y en el de Bacteriología, en el cual tenía un puesto el cáustico y ocurrente Dr. Efraim Racker, uno de los mejores amigos del Profesor Ochoa. Generalmente comía con él y se les unían algunas personas, porque durante estas comidas habían grandes discusiones de Bioquímica. Racker comentaba algunas veces cómo él y D. Severo habían preparado un ATP que les había salido muy extraño al haber olvidado, durante la preparación, utilizar una vasija metálica en uno de los pasos, ya que el mercurio produce amalgamas. Y es que entonces la mayor parte de los productos los tenías que hacer tú, porque no existían compañías como Sigma, compañía que me hace recordar una anécdota que le gustaba mucho a Broida, su fundador. Éste fue a hablar con Kornberg, quien había ido a trabajar con los Cori en San Luis, donde fue nombrado poco después

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jefe del laboratorio de Microbiología, y le preguntó si le parecía una buena idea el hacer una compañía fabricante de productos bioquímicos. Al parecer, Kornberg dijo: "Esa es la tontería más grande que he oído en mi vida, puesto que yo, en un día y con un conejo, soy capaz de aislar suficiente ATP para todo el año". Como todos sabemos, ahora sin la compañía Sigma cerrarían la mayor parte de los laboratorios del mundo, puesto que dependen de los productos que esta compañía hace. Quiero recordar dos anécdotas del laboratorio de Farmacología, una de ellas con el Profesor Otto Loewi. Éste tenía, en un espacio compartido conmigo, un quimógrafo. Todos los días yo tenía que empujar su material para hacerme sitio y él hacia lo mismo con el mío. Por aquél entonces yo no sabía que ese señor, que me parecía muy mayor, era Premio Nobel. La otra es que la entrada se hacía por la Sala de Disección, lo que no era lo más agradable al llegar por la mañana. Entre las personas que recuerdo muy bien de aquél año están Arthur Keston, un hombre enormemente ingenioso, pero a quien curiosamente no le gustaba limpiar ningún cacharro en una época en que cada uno se limpiaba los suyos. Así, cuando llegabas como nuevo, venía y te pedía que le prestases el material de vidrio limpio que tenías. Años más tarde me contaron que cuando se abrió su laboratorio en Columbia se encontró un montón de cacharros sucios y un caminito entre todos ellos hasta llegar al banco de trabajo. La capacidad analítica de Keston era extraordinaria y además ganó mucho dinero con inventos tales como el glucostate, para que los diabéticos controlasen su nivel de azúcar midiéndola en la orina o en la saliva. También venía por el laboratorio Sydney Udenfriend, que no quiso ser estudiante graduado de Ochoa porque tenía que ser en Farmacología. Ochoa ha tenido pocos estudiantes graduados, ya que trabajó casi siempre con post doctorales, pero años más tarde, cuando D. Severo se jubiló de la Universidad de New York, Udenfriend le ofreció un puesto en el recientemente creado por él departamento de investigación de la compañía Roche, donde D. Severo permaneció muy feliz durante unos diez años, hasta su regreso a España. Por cierto que entre sus recuerdos contaba Javier Solana (que lo visitó allí cuando era más físico que político) que compartió la mitad de los sandwiches de D. Severo para su almuerzo. D. Severo, como decía Udenfriend, era el chofer más distinguido de New York; le gustaba tanto conducir que siempre se ofrecía para recoger a distinguidos científicos, y eso les causaba gran hilaridad a éstos: ¡que se les ofreciese como chofer un Premio Nobel! En una de las primeras reuniones del Jurado del Premio "Príncipe de Asturias" de Ciencia y Tecnología, Frances y yo fuimos en el mismo avión que D. Severo y Dña. Carmen. Hacia la hora de la comida íbamos juntos

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Dña. Carmen, Frances y yo, puesto que D. Severo se había quedado charlando con un amigo. Dña. Carmen dijo que ya era hora de ir a almorzar y yo le recordé que D. Severo había dicho que ya que tenían una cena esa misma noche, lo mejor era tomar sólo un sándwich, a lo que Dña. Carmen dijo: "¿Y quién es Severo para tomar esas decisiones?". Así que comimos el almuerzo seguido de una larga sobremesa. Después de la muerte de Dª Carmen, mientras visitábamos Asturias, nos invitaron a la inauguración de uno de los hospitales que lleva su nombre. Con tal motivo, dieron, tras los tradicionales discursos, un vino de honor. Dispusieron una mesa con dos sillas para D. Severo y mi esposa, Frances, a fin de que estuvieran más cómodos. Como nos habían indicado que se nos invitaba luego a una comida, ambos pensaron que este piscolabis era la comida, por lo que comieron de todo. Cuando les dijeron que la comida tendría lugar en un restaurante cercano, ambos habían comido suficiente, por lo que D. Severo exclamó: "¡Pues yo sólo me comeré una truchiña!"; pero se comió todo cuanto le sirvieron, ¡incluyendo la fabada! En otra ocasión, también poco después de la muerte de Carmen, íbamos con D. Severo paseando y él se cogió del brazo de Frances para ayudarse. La gente se creía que era Dña. Carmen y les hacían toda clase de saludos. D. Severo, a quien como ya he dicho en otras ocasiones le gustaba mucho hablar con Frances por su amor por el inglés, le dijo: "Get used to it", es decir: "Acostúmbrate". Entre los muchos lugares que tienen un hospital, un instituto, una calle con el nombre de Severo Ochoa, hay una en Valencia que antes se llamaba calle de la Universidad y que precisamente está al lado de mi casa. Durante unas fiestas de Fallas, D. Severo se empeñó en venir conduciendo, aunque intenté disuadirle de que no lo hiciera, y sin saberlo paró en la misma calle Severo Ochoa. Vio a una mujer que iba con su hijo y bajando la ventanilla le preguntó por la ubicación de esta calle. La mujer, mirando a su hijo, le dijo: "Ves, este señor es Severo Ochoa, está en la calle Severo Ochoa y ¡me pregunta por ella!” En una de sus visitas a Valencia, hubo ocasión de poner una placa en la última casa en la que vivió Santiago Ramón y Cajal. Con este motivo nos acompañó el alcalde de Valencia, Ricardo Pérez Casado, que nos prestó su coche. Un día, en mi casa, hablando de zarzuelas y música en general, le puse un disco con muchas de las canciones clásicas cantadas por Olga Ramos. Cual sería mi sorpresa cuando comprobé que D. Severo las conocía todas y además las tarareaba. Tanto es así que en una reunión sobre Cajal, después de la cena, dejamos al resto de personas en la hora del café para irnos a oír el disco de Olga Ramos y lo pasó muy bien.

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Naturalmente, se han dicho muchas falsedades sobre D. Severo; una de ellas es acerca de su deseo de morirse a raíz del fallecimiento de su esposa. Desde luego, Frances puede corroborar, puesto que cuando venía a mi casa ella le preparaba el desayuno, que D. Severo sacaba su cajita con sus numerosas pastillas, unas ocho o nueve, y cuidadosamente, como lo hacía todo, se las tomaba. Estuvimos en el Sidi Saler, en 1988, con motivo de la primera reunión sobre el Genoma Humano. Después estuvimos varias veces más y siempre que iba con él, el maître nos hacía un descuento del 50%, pero cuando yo continué yendo sin él me hacía un descuento del 10 ó 20%, así que comenté a D. Severo que cuando me acompañaba me trataban mucho mejor, y él me dijo: "Entonces me debes el 20%". Una de las "joyas" que tenemos en la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados es un dibujo, realizado por su esposa Carmen, de D. Severo durmiendo la siesta. D. Severo nunca perdía la calma, de hecho lo he visto una sola vez enfadado y fue con Alan Mehler. Tampoco hablaba mal de nadie, aunque, como yo le decía, es que él hablaba poco, ni tampoco dijo nunca una palabra malsonante. Tanto es así, que en una de sus estancias en La Granda, de donde puede contar muchas anécdotas Teodoro López-Cuesta, fuimos a Gijón un día que llovía mucho e iba conduciendo D. Severo, que era ciego de un ojo y no veía lo peligrosa que era la ciudad con la lluvia. De vez en cuando la gente le insultaba y él decía: "Es que me conocen". En distancias largas veía bien y no había problemas, pero esa noche le pedí que me dejara conducir, a lo que él se negó. Cuando llegamos a La Granda le dije algo así como "Fantástico", pero con una palabrota, y aunque yo ya tenía por entonces cerca de 70 años, me "leyó la cartilla" y me dijo que ese tipo de palabras no se decían. En una ocasión insistí en que visitásemos la Capilla de San Severo, que fue Obispo de Barcelona. Las monjitas que allí había tuvieron que buscar durante un gran rato hasta que encontraron la reliquia, es decir la tibia de San Severo. También le dije que debíamos visitar una capilla en la catedral, dedicada asimismo a San Severo. Cuando llegamos delante de la capilla sacó monedas y las puso en el cepillo, lo que significa mucho, ya que D. Severo no tenía inconveniente en rellenar un cheque pero no le gustaba utilizar dinero en efectivo.

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Investigador Científico, Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa”, CSIC-UAM

A Severo Ochoa le conocí personalmente en 1975, junto a su esposa Dª Carmen, durante la celebración del VI Congreso de la Sociedad Española de Bioquímica (SEB) en Sevilla. Concretamente, el primer encuentro se produjo a los postres de una comida organizada por el Congreso, en Jerez de la Frontera. En aquellos momentos, yo ya había sido aceptado por el Dr. Ochoa para que me incorporara a su laboratorio del Instituto Roche de Biología Molecular en Nutley, New Jersey, como becario postdoctoral, a comienzos de 1976; gracias a la mediación del Prof. Julio Rodríguez Villanueva, Jefe del Departamento de Microbiología de la Facultad de Ciencias, de la Universidad de Salamanca, donde me encontraba realizando la tesis doctoral. Permanecí unido a él manteniendo un contacto muy cercano hasta la fecha de su fallecimiento, ello significa que mi relación estrecha con el Dr. Ochoa se extendió durante dieciocho años. Es ésta, una magnífica ocasión para honrar su memoria, expresando ahora mi admiración, respeto y cariño por este científico apasionado, hombre bueno y español comprometido. Dentro de los rasgos de su personalidad destacaría, en primer lugar, el gran respeto y admiración que profesaba a sus maestros, tanto los “terrenales” (Eduardo García Rodeja, Otto Meyerhof, Carlos Jiménez Díaz, Gerty Cori, entre otros), como los “espirituales” (Santiago Ramón y Cajal). Sobre todos ellos nos dejó escritos de lectura recomendable1. En efecto, es bien sabido, que para el Dr. Ochoa fue una decepción el que D. Santiago se hubiera jubilado un año antes de cursar su asignatura de Histología. Aunque no llegó a conocerle en persona, la figura y los escritos de Cajal le ayudaron a forjar su personalidad. Ese alto concepto de Cajal, se mantuvo y acrecentó

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a lo largo de los años y así, al escribir en 1982 el epílogo a una biografía de Cajal, manifestó: “Tienes en tus manos la biografía del más grande hombre de ciencia que España ha tenido y uno de los más grandes que ha tenido la humanidad; de la estatura, a mi juicio, de un Galileo, un Newton, un Darwin, un Pasteur o un Einstein, que con su obra hicieron posible nuestra actual comprensión del universo, la naturaleza, la vida y de nosotros mismos”. Unos años más tarde, le invitaron a escribir el prólogo de una nueva edición del libro de Cajal “Reglas y consejos sobre investigación científica”, subtitulado “Los tónicos de la voluntad” y de él entresaco algunos párrafos: “Cajal fue un autodidacta, un genio. No le vi jamás pese a que era la figura que yo más admiraba e idolatraba y, a pesar de que mis maestros me ofrecían llevarme a visitarle, no me pareció que un joven estudiantillo como yo podía perturbar la paz o el trabajo de un hombre como Don Santiago. Traté, sin embargo, de organizar mi vida tomando a Don Santiago como modelo y pensando siempre en él. Si yo algo he sido o algo he hecho, a él se lo debo”. Además, muchas veces le escuché palabras amables y consideradas hacia sus colegas y amigos (Fernando de Castro, Luis Federico Leloir, Xavier Zubiri, Francisco Grande Covián, Antonio García-Bellido, Alberto Sols, entre otros), que también recogió en algunos de sus escritos1. Precisamente, en uno de ellos titulado “Alberto Sols y la Bioquímica Española”, decía: “Yo quisiera colocar a Alberto Sols en el marco de la biología española. Alberto Sols contribuyó de manera destacada al renacimiento de la ciencia española, haciendo surgir con vigor inusitado una ciencia, la bioquímica, que apenas había iniciado su aparición en el ámbito científico español cuando comenzó el eclipse. Alberto Sols, como dijo muy bien Manolo Losada, es pionero y quijote de la bioquímica española”. Pero quizás el rasgo de su personalidad que más deberíamos valorar los científicos españoles y la sociedad en general, sea el de español comprometido. Así, sintiéndose profundamente español, desde muy pronto adquirió el firme compromiso de ayudar a que España alcanzara los niveles científicos de las naciones mas avanzadas; compromiso que mantuvo vivo hasta el final de sus días. Por ello, desde 1945 hasta 1976, acogió y formó en sus laboratorios de los Estados Unidos a numerosos científicos españoles, sobre los que ejerció una influencia directa. Al regresar a España, sus discípulos (“Hijos” científicos de Severo Ochoa) crearon importantes escuelas de investigadores (“Nietos”), y éstos a su vez, han sido maestros de nuevos científicos (“Bisnietos”). Creo que podemos afirmar que Severo Ochoa desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de la Bioquímica y Biología Molecular en España, a partir de la concesión, en 1959, del Premio Nobel de Medicina. En aquellos momentos, la Ciencia española estaba despertando lentamente de un largo letargo en que se había sumido tras la muerte de Ramón y Cajal en 1936 y los años de la guerra civil. Habían transcurrido veinte años durante los cuales,

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la creación del Centro de Investigaciones Biológicas (CIB) en Madrid representó probablemente el “hito histórico” más importante, por su influencia en el renacimiento de la investigación biomédica en nuestro país. Efectivamente, en el CIB, inaugurado oficialmente en 1958 aunque había iniciado su andadura dos años antes, se concentró un pequeño grupo heterogéneo de jóvenes científicos entusiastas, que habían adquirido una sólida formación en el extranjero y que tenían, a su vez, una clara vocación de formar nuevos científicos. En un tiempo récord, el CIB se convirtió en un fecundo vivero del que saldría un plantel de bioquímicos, biólogos moleculares y celulares y microbiólogos, que irradiarían su poderoso influjo por toda la geografía española. Despertar de ese letargo se consiguió gracias a muy pocos científicos; unos, trabajando en los laboratorios (“científicos pioneros”) y otros, en los despachos (“gestores científicos”); que acudieron a Severo Ochoa en busca de ayuda. El prestigio y el reconocimiento científico adquirido por el Dr. Ochoa tras la concesión del Premio Nobel, representaba la mejor tarjeta de presentación ante las autoridades políticas, a fin de conseguir apoyo público creciente a la investigación biomédica en España. Como soy consciente de que intentar nombrar a todos ellos conllevaría el riesgo de olvidar a alguno, destacaré a un representante de cada grupo: el Dr. Alberto Sols y D. José María Albareda; y rescataré testimonios que sobre ambos dejó escritos Severo Ochoa : “Yo quisiera colocar a Alberto Sols en el marco de la biología española. Alberto Sols contribuyó de manera destacada al renacimiento de la ciencia española, haciendo surgir con vigor inusitado una ciencia, la bioquímica, que apenas había iniciado su aparición en el ámbito científico cuando comenzó el eclipse. Si excepcional fue la labor científica de Sols, quizás fue más excepcional su labor formadora de investigadores”. En 1975, durante la clausura del VI Congreso Nacional de Bioquímica celebrado en Sevilla, Severo Ochoa pronunció estas palabras: “Quiero dedicar aquí un sentido recuerdo a la figura del Padre José María Albareda, que durante muchos años, más aún que su Secretario General, fue el alma y la inspiración del CSIC. Sin Albareda, el CSIC tal vez no hubiera existido, y sin él no hubiera llegado la biología, y dentro de la biología la bioquímica española, a alcanzar el grado de desarrollo que tiene en la actualidad”. Fue precisamente D. José María Albareda quien en 1960 envió una carta a Severo Ochoa invitándole a participar en una Reunión de Jóvenes Bioquímicos que se celebraría en Santander en 1961. Desde ese momento, el contacto directo del Dr. Ochoa con las primeras generaciones de bioquímicos y biólogos moleculares españoles, sería constante. Esta I Reunión de los Bioquímicos Españoles se celebró en torno al liderazgo científico internacional del Dr. Ochoa, convirtiéndose en una reunión científica al uso, con presentaciones orales de los científicos pioneros. Además, constituyó el embrión de la Socie-

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dad Española de Bioquímica (SEB), que se formalizó en el mes de Agosto de 1963, durante la II Reunión de Bioquímicos Españoles celebrada en Santiago de Compostela. Desde el principio, los científicos pioneros hicieron el esfuerzo de integrarse en una comunidad científica internacional ya en pleno desarrollo, procurando ajustar sus investigaciones a las que sus contemporáneos realizaban en importantes centros de investigación de Europa y de los EE.UU. La internacionalización era uno de sus objetivos principales y por ello, era prioritario la publicación de sus trabajos originales en revistas extranjeras de amplia difusión. La formación previa en el extranjero de todos ellos explicaba estos planteamientos científicos, poco habituales hasta entonces. La SEB se constituyó con 30 “Socios Constituyentes” y cuatro “Socios de Honor”: Carlos Jiménez Díaz, Luis Federico Leloir, Manuel Lora-Tamayo y Severo Ochoa. Quiero recordar que precisamente en aquellos años, el laboratorio del Dr. Ochoa se encontraba en la cima de su producción científica e inmerso en una carrera frenética para lograr el desciframiento de la Clave Genética. Efectivamente, la concesión del Premio Nobel, lejos de significar la meta final de sus ambiciones científicas, le estimuló para que en cinco años, en dura competencia con los laboratorios de Marshall Nirenberg y de Gobind Khorana, lograra el completo desciframiento de la clave genética. Para ello, fué esencial la utilización de la polinucleótido fosforilasa, auténtica “Piedra de Rosetta” del Código Genético. Por este descubrimiento, la llave que abrió las puertas de la Ingeniería Genética y de las técnicas de clonación, los Dres. Nirenberg y Khorana recibieron el Premio Nobel de Medicina, en 1968. Severo Ochoa mereció compartir ese premio, que, por tanto, hubiera significado su segundo Premio Nobel. Otros autores relatarán con detalle otro gran “hito histórico” en el desarrollo de la Bioquímica y Biología Molecular en España, que se gestó gracias a la influencia del Dr. Ochoa y representó la mayoría de edad de los bioquímicos españoles y su reconocimiento a nivel internacional. Me estoy refiriendo a la celebración en Madrid, en el mes de Abril de 1969 del VI Congreso de la Federación Europea de Sociedades de Bioquímica (FEBS), a la que asistieron diez Premios Nobel. Ahora, regresando a mis recuerdos personales, tras el primer contacto con el matrimonio Ochoa en Jerez de la Frontera, unos meses más tarde, a finales de Septiembre, tuvo lugar el segundo encuentro, con motivo de un homenaje de admiración y afecto que le tributaron sus discípulos, colegas y amigos al cumplirse su 70 cumpleaños. Con este motivo se celebró un Simposio durante cuatro días sobre “Enzymatic Mechanisms in Biosynthesis and Cell Function” en las Universidades de Barcelona y Madrid. Participaron hasta diez Premios Nobel: Bloch, Cori, Chain, Khorana, Kornberg, Krebs, Leloir, Lipmann, Lynen

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y Theorell. Salvador Dalí se sumó al homenaje con un cuadro para la portada del libro Reflections on Biochemistry 2, que los participantes en el Simposio dedicaron al Dr. Ochoa. La obra del genial pintor catalán estuvo acompañada de un texto explicativo del autor que empieza diciendo : “Dios no juega a los dados, escribió Albert Einstein mucho antes de la escalera de ADN, cuyos peldaños recorren los ángeles en el sueño de Jacob que yo tuve la noche antes de dibujar esto para Severo Ochoa; estos ángeles simbolizan los mensajeros del código genético, o las moléculas de polinucleótidos sintetizadas por primera vez en el laboratorio de Severo Ochoa”. Haciéndolo coincidir con las jornadas del Simposio celebradas en Madrid, tuvieron lugar dos actos, presididos por los entonces Príncipes de España, D. Juan Carlos y Dª Sofía. En el primero, se le hizo entrega al Dr. Ochoa de tres volúmenes que recogían toda su obra científica3, fruto de una idea de Alberto Sols que contó con la colaboración de Federico Mayor y Carlos Asensio, entre otros. Con el segundo acto, se hacía realidad el sueño de Severo Ochoa. Me refiero, naturalmente, a la inauguración oficial del Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa” (CBMSO), en la Universidad Autónoma de Madrid. Fue a comienzos de la década de los 70, cuando en una conversación con el Ministro de Educación y Ciencia, José Luis Villar Palasí, el Dr. Ochoa le manifestó que, si algo podía decidirle a regresar a España, sería la creación de un Centro de Biología Molecular que reuniera las condiciones físicas y ambientales necesarias para el cultivo eficaz de esta Ciencia. A pesar de que Villar Palasí apoyó con entusiasmo la creación de ese Centro, en torno a la figura del Dr. Ochoa, durante su gestación se sucedieron diversos avatares4, incluyendo cambios en el proyecto original, que sin embargo no impidieron que el Dr. Ochoa lo impulsara con todas sus capacidades. Finalmente, el CBMSO estuvo totalmente operativo en Septiembre de 1977, una vez finalizadas las obras en el edificio remodelado de la Facultad de Ciencias. El CBMSO se creó como un centro mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de la Universidad Autónoma de Madrid, algo sin precedentes en aquel momento y por tanto, en palabras de Federico Mayor “inventado jurídicamente”. Una constante ha guiado los pasos del CBMSO desde sus comienzos: la excelencia científica. Sobre este acontecimiento, el Dr. Ochoa dejó escrito: “Me enorgullece decir que el Centro de Biología Molecular fue mi sueño,... Gracias al CBMSO, a sus científicos y a todo su personal, ya no se puede decir que no existe investigación en España”. Desde el comienzo, el Dr. Ochoa tuvo su laboratorio en el CBMSO y en él pasaba temporadas, periódicamente. Tras los años de esplendor en que había contribuido directamente al desciframiento de la clave genética, el código universal que utilizan las células para traducir la información contenida en los ácidos nucleicos al lenguaje de las proteínas, Severo Ochoa se interesó por desvelar, a nivel molecular, el

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mecanismo de la síntesis de estas proteínas en las bacterias y así, descubrió varios de los factores proteicos que intervienen en la iniciación de este proceso. Cumplido este objetivo, y comoquiera que se postulaba que, a diferencia de en las bacterias, en células superiores la síntesis de proteínas estaba regulada; a principios de los años 70, se planteó dos nuevos retos: i) identificar y caracterizar los factores esenciales para llevar a cabo la síntesis de proteínas en células eucarióticas; y ii) profundizar en los mecanismos de control de la traducción en dichas células. Estos dos objetivos estaban vigentes cuando, según los planes previstos, el 8 de Enero de 1976 cruzaba el charco rumbo a los laboratorios de investigación básica que la compañía farmacéutica Hoffmann-La Roche tenía en los Estados Unidos. Me recibía el Dr. Ochoa en su modesto despacho del Instituto Roche de Biología Molecular (RIMB) y tras darme la bienvenida en nuestro idioma nativo, me notificó que en lo sucesivo nos comunicaríamos en inglés, la única forma de que yo superara pronto mis dificultades con la lengua inglesa. Llegaba con mucha ilusión al laboratorio que yo había elegido y con ganas de aprender ciencia con un maestro excepcional. Mis dudas iniciales en torno a la posibilidad de que la motivación y dedicación al laboratorio del Dr. Ochoa estuviera por debajo de mis expectativas, algo razonable en un científico de esa edad, que había alcanzado ya los premios y honores más importantes y el reconocimiento científico mundial, se me disiparon muy pronto. Felizmente, pude comprobar que la anécdota que relataría en su autobiografía5 unos años más tarde, era una realidad vigente. En dicho trabajo autobiográfico, el Dr. Ochoa recuerda una tarde, a finales de los años cuarenta, en que estaba con su mujer en una fiesta en honor de los Premios Nobel, Loewi y Dale, y se le pidió que firmara en el libro de asistentes e indicara, además, cual era su “hobby”. Sin dudarlo, escribió que su “hobby” era la Bioquímica. Quizás ello explica que estuviera durante más de cincuenta años en la vanguardia de la ciencia universal. Desde un principio, el trato con sus discípulos era muy cercano, así su despacho estaba siempre abierto y diariamente venía a buscarnos, al mediodía, para comer en los comedores de la compañía farmacéutica. Allí, se hablaba de experimentos y de muchas otras cosas. Cuando a media tarde regresaba a su casa de Nueva York, se despedía diciendo: Good night; excepto los viernes, que decía: See you tomorrow. Efectivamente, a diferencia de los demás jefes, Severo Ochoa también trabajaba los sábados. Comoquiera que el comedor de diario se encontraba cerrado, solíamos comer sin testigos en un restaurante cercano al Instituto. Durante esas comidas, más relajadas, me hablaba muchas veces del CBMSO, particularmente, cuando regresaba de su estancia anual en el laboratorio de Madrid. Estaba muy ilu-

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sionado con el proyecto, pero también me contaba los antecedentes que habían precedido a esa realidad y los distintos avatares que se habían producido durante su gestación. Ya no recuerdo con detalle esas conversaciones, pero he recuperado un escrito del Dr. Ochoa rememorando los comienzos de ese proyecto. Dado su elevado valor histórico, permítanme recoger aquí un fragmento de dicho documento : “La iniciativa primera fue del Ministro Villar Palasí. Al proyectar la fundación de la UAM, me ofreció la cátedra de Bioquímica. Le respondí que para dar clases estaba algo viejo. Pero si algo podía decidirme a regresar a España, esto sería la creación de un Centro de Biología Molecular (CBM) que reuniera la condiciones físicas y ambientales necesarias para el cultivo eficaz de esta Ciencia. Se formó un Patronato y un Comité Científico y se comenzó a trabajar en el proyecto. Cuando éste estaba avanzado y se había adquirido ya material científico con Fondos de la Cooperación Técnica con los EE.UU., cesó Villar Palasí en el Ministerio de Educación, en 1972 y su sucesor paralizó las obras. Yo, que me había jubilado en la Universidad de Nueva York, tuve la suerte de incorporarme al Instituto Roche de Biología Molecular, con lo cual retrasé mi regreso a España, debido a que el proyecto de CBM no había llegado a cristalizar. Con el posterior nombramiento de Cruz Martínez Esteruelas, Ministro de Educación y de Federico Mayor, Subsecretario del Ministerio, el proyecto se recuperó, con unos medios económicos muy mermados, por lo que el proyecto inicial de construir un centro de investigación inspirado en el que la empresa farmacéutica Hoffmann-La Roche había creado en Nutley, New Jersey, en 1969, no pudo ser y el CBM se instaló definitivamente en los locales de la Facultad de Ciencias de la UAM”. Mi estancia en los laboratorios del RIMB se prolongó durante tres años y al terminar, creía haber cumplido, con creces, todas mis expectativas. Había adquirido una formación científica sólida y nuestra contribución al avance científico había sido tan destacada que había merecido la invitación a escribir un trabajo de revisión, por parte de los editores del Annual Review of Biochemistry 6. Severo Ochoa me demostró su generosidad al pedirme que le ayudara en esa tarea y me hizo el mejor regalo posible: compartir con él la autoría de dicho trabajo. En realidad, en esos tres años apasionantes, había crecido como científico, pero también como persona, y en todo ello, el Dr. Ochoa había colaborado de forma directa. Mi regreso a España fue posible gracias a él, que me ofreció un lugar en su laboratorio del CBMSO, y a Eladio Viñuela, que me ofreció una plaza de profesor contratado de la Universidad Autónoma de Madrid. En esos difíciles comienzos en Madrid, cuando debía formar un pequeño grupo, con la incorporación de estudiantes de doctorado, y echar a andar un proyecto de investigación, siempre conté con su ayuda y su dirección. También, fueron importantes los excelentes estudiantes que iniciaron su carrera

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científica en nuestro grupo, desde Antonio García de Herreros, el primero, a Raúl Méndez y Fernando Peláez, entre otros. Mi relación profesional y personal con Severo Ochoa se fue estrechando cada día más, sobre todo, durante sus cada vez más dilatadas estancias en Madrid. Durante esos periodos, venía diariamente al CBMSO y seguía directamente los progresos científicos del laboratorio. Como durante toda su vida, no había cosa que más le interesara que la discusión de un nuevo resultado y la planificación del experimento siguiente. Durante esos años, le gustaba ir a comer a un modestísimo restaurante de Alcobendas y hasta allí nos dirigíamos habitualmente en su flamante Mercedes. Regresó definitivamente a España en Enero de 1986, al cumplir los 80 años y se incorporó plenamente al CBMSO hasta su fallecimiento. Sobre su regreso, el Dr. Ochoa en algún momento manifestó: : “la existencia del CBM y la presencia de mis discípulos me ayudaron a tomar la decisión de regresar a España al cumplir los ochenta años. En estos momentos, mis discípulos y colaboradores trabajan en los mecanismos de regulación de la síntesis de proteínas, factor esencial en el crecimiento de los seres vivos. En realidad, yo ya no investigo directamente, pero estoy en continuo contacto con mis discípulos y sigo su trayectoria muy de cerca”. A los pocos meses, concretamente el 5 de Mayo de 1986, se produjo un suceso terrible que cambió su vida: el fallecimiento de su esposa Dª Carmen. Se truncaba así una relación admirable de más de cincuenta años, en la que Carmen fue la compañera inseparable que le dio sentido a su vida. Desde entonces, decidió no volver a firmar un trabajo original, cerrando así un currículum científico que había comenzado en 1928 y que acabó en 1986. Pero esta decisión no alteró en nada su interés por conocer puntualmente los avances científicos del grupo hasta sus últimos días, incluso durante los meses en que estuvo ingresado en la Clínica de la Concepción. Sus últimas contribuciones científicas también se reunieron en el IV volumen de sus “Trabajos Reunidos de Severo Ochoa (1975-1986) 7”. El triste acontecimiento que representó la muerte de su esposa, no le movió a abandonar su firme y temprano compromiso de ayudar a que España alcanzara los niveles científicos de las naciones más avanzadas. Así procuró por todos los medios que tuvo a su alcance, despertar las conciencias de la sociedad española y de sus gobernantes para que valoraran justamente lo que representaba la investigación científica en el bienestar de un país. A menudo se le escucharon frases como éstas: “Los países con un nivel elevado de desarrollo tienen un nivel elevado de Ciencia propia. El Estado tiene la obligación inexcusable de promover la investigación científica”. Su preocupación e interés porque España alcanzara un nivel científico de vanguardia se concretó en su respuesta a un diario madrileño que, dentro de un cuestionario que debía rellenar personalmente, le preguntó, ¿cual sería su sueño dorado?,

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a lo que respondió de su puño y letra: “Que España posea Ciencia y Tecnología propias”. No descansó de apoyar a los científicos españoles; así, impulsó y presidió los Jurados de varios premios de Investigación: “Príncipe de Asturias”, “Rey Jaime I”, “Severo Ochoa” de la Fundación Ferrer, entre otros, con el propósito de distinguir y resaltar el grado de excelencia investigadora alcanzado por algunos de los miembros de nuestra comunidad científica. Tras su fallecimiento y por voluntad testamentaria, se constituyó la Fundación Carmen y Severo Ochoa, para perpetuar el nombre de su esposa y reafirmar su ferviente deseo de que España se incorpore algún día a los países científicamente desarrollados. Acabo de referirme a la influencia del Dr. Ochoa en la creación del CBMSO, un Centro de excelencia que durante estos últimos 27 años ha impulsado la investigación en Biología Molecular en España, agrupando algunos de los investigadores más relevantes en este campo. Efectivamente, los seis “científicos fundadores” crearon escuelas que han producido un crecimiento exponencial de científicos de primera generación (más de sesenta) y éstos a su vez han formado a una segunda generación aún más numerosa. El CBMSO se ha convertido en estos años en un lugar de referencia en el mundo científico y en escuela de nuevos investigadores. Lentamente, más lentamente de lo que muchos quisiéramos, la Biología Molecular en España sigue avanzando. Severo Ochoa, suscribiría hoy las palabras de su amigo, Antonio García Bellido: “La investigación biomédica en España ha mejorado sustancialmente en los últimos 15 años. Pero esta mejora no lleva el ritmo e intensidad que debía. La investigación en España se compara mal con la de los grandes países, diferencia que mantenemos durante hace siglos. El Estado se desentiende de su responsabilidad de crear cultura científica y favorecer en particular la ciencia básica; espera que una industria miope le sustituya. Se necesita más investigación; esto es, más investigadores, más medios y mayor vertebración con los que hay. Nos queda mucho para poner a nuestra Ciencia al nivel que debe”. En estas fechas estamos conmemorando los 100 años del nacimiento del Dr. Ochoa con diferentes actos que expresan la admiración y el cariño que sentimos por aquel científico apasionado, hombre bueno y español universal. Sin embargo, muchos compartimos el pensamiento de que el mejor regalo que podríamos hacer a Severo Ochoa en su primer centenario sería trabajar todos juntos para llegar a alcanzar su “sueño dorado”. En este Curso, he escuchado a D. Ricardo Díaz Hochleitner, en su magnífica intervención, una frase que dice así: “Para dedicarse a lo universal hay que tener muy claras las raíces”, y afirmar que Severo Ochoa había sido un español universal, porque había sido un gran asturiano, un asturiano de Luarca. Por ello, desde la muerte de Dª Carmen, asistió todos los veranos a los Cursos de Bio-

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medicina de La Granda, donde era inmensamente feliz en compañía de sus amigos, disfrutando de su paisaje asturiano y agradecido a la cariñosa hospitalidad de D. Teodoro López Cuesta y de su esposa. Además, cedió todos sus Diplomas, Medallas y documentos científicos personales al Instituto de Investigaciones Citológicas de Valencia para la creación del Museo Ochoa. En estas líneas he tratado de argumentar con algunos datos la influencia decisiva de Severo Ochoa, en el despertar de la Bioquímica y Biología Molecular en España. Además, he pasado de puntillas sobre su enorme pasión, dedicación y entusiasmo por la investigación científica, y la incuestionable trascendencia de sus contribuciones al desarrollo de la Ciencia. Así, llegó a decir: “Pocas veces he sentido emoción más intensa que cuando creí haber hecho descubrimientos de alguna trascendencia”. Sin embargo, tras los años que conviví con el Dr. Ochoa, yo destacaría, por encima de todo lo anterior, su perfil humano. Cuando se cumplió el 40 aniversario de la concesión del Nobel, me pidieron un pequeño artículo sobre el acontecimiento, que titulé: “Severo Ochoa, un hombre bueno”. Es bien sabido el profundo vacío que le causó la prematura muerte de su esposa, sin embargo, solo algunos presenciamos el trato cariñoso, lleno de ternura y respeto, que dispensaba a Carmen en todos los momentos del día. Todo este amor lo supo expresar con estas palabras . “En mi vida hay algo que ha merecido la pena y no es la investigación científica, sino el haber tenido su amor. ¿Cómo puede sorprenderse nadie de que diga que mi vida sin Carmen no es vida?”. Además, Ochoa reunía en su persona otras grandes virtudes que me gustaría destacar: la dignidad, la modestia, el espíritu tolerante, y un profundo sentido de la ética. Quizás, alguno de estos rasgos se proyectaron hacia una parte de la juventud, para la que Ochoa fue todo un símbolo. En muchas ocasiones, fui testigo presencial de la relación especial que se establecía entre el Dr. Ochoa y los universitarios españoles, y de cómo sus conferencias o encuentros con los jóvenes eran vividas por éstos de forma apasionada. Para ellos y para las generaciones futuras, Severo Ochoa, ese hombre bueno, nos dejó escrito este legado: “Si os apasiona la Ciencia haceros científicos. No penséis lo que va a ser de vosotros. Si trabajáis firme y con entusiasmo, la Ciencia llenará vuestra vida”. Ahora, al recordar al Dr. Ochoa acudo a este pensamiento anónimo que comparto. “Los hombres no mueren mientras su recuerdo viva en el corazón de quienes lo quisieron, mientras que perduren las cosas que hicieron”.

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Agradecimientos

Agradezco sinceramente a D. Teodoro López Cuesta y a D. Santiago Grisolía su invitación a participar en este sentido homenaje al Dr. Ochoa en compañía de amigos con quien comparto la admiración, respeto y cariño por este sabio bueno. Asimismo, agradezco a Concha Albalat, organizadora de este encuentro, su amabilidad, paciencia y amistad. Referencias

1 Severo Ochoa : Escritos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1999 2 A. Kornberg et al. (eds.) : Reflections on Biochemistry. In Honour of Severo Ochoa, New York, Pergamon Press, 1976 3 Alberto Sols y Clotilde Estévez (eds.) : Trabajos reunidos de Severo Ochoa 1928-1975, Tomos I, II y III, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1975 4 Margarita Salas : Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa”, Recuerdos y Perspectivas, Coordinación editorial: César de Haro, Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa”, 2003 5 Severo Ochoa : The Pursuit of a Hobby, Annual Review of Biochemistry, vol. 49, págs. 1-30, 1980 6 Severo Ochoa y César de Haro : Regulation of Protein Synthesis in Eukaryotes, Annual Review of Biochemistry, vol. 48, págs. 549-580, 1979 7 Alberto Sols y Santiago Grisolía (eds.) : Trabajos reunidos de Severo Ochoa 1875-1986, Tomo IV, Fundación Colegio Libre de Eméritos Universitarios, 1987

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DR. FERNANDO ORTÍZ MASLLORÉNS

De la Real Academia de Medicina de Asturias Consultor Jefe de la Fundación Jiménez Díaz

Otros participantes en este Seminario se ocuparán, o lo habrán hecho ya, de otras facetas de la personalidad de Severo Ochoa. Yo me voy a limitar a un análisis de las relaciones que existieron entre él y otra gran figura de la Medicina del siglo XX en España: Carlos Jiménez Díaz, de las cuales me tocó ser testigo directo en varias ocasiones. Pueden ordenarse en una primera etapa, al comienzo de sus respectivas vidas profesionales, en un largo intermedio desarrollado en gran parte en tono menor, y en los años finales, tras la muerte de don Carlos. Primera etapa

En 1934 Jiménez Díaz tiene 36 años y lleva ocho de Catedrático de Patología Médica en Madrid después de haberlo sido durante otros cuatro en la Universidad de Sevilla. Están bastante avanzadas las obras de construcción de la nueva Facultad de Medicina en la flamante Ciudad Universitaria, donde espera disponer de locales que permitan un mejor acomodo y desarrollo de los laboratorios que había ido creando en el viejo caserón de la calle de Atocha. No ve posibilidades, sin embargo, de conseguir presupuesto para el personal y la actividad que en ellos se tendría que desarrollar a fin de hacer realidad su sueño de una Medicina cada vez más científica. En esta tesitura, aconsejado por algunos amigos del mundo de la empresa y las finanzas, decide crear una Asociación Protectora de su cátedra con el fin de garantizar el soporte económico necesario para las nuevas actividades previstas.

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Por la misma época Ochoa, siete años menor que él, ha terminado la carrera de Medicina en 1929 y está de regreso de algunas estancias en el extranjero (donde trabajó entre otros con Meyerhof en Alemania y con Dale en Inglaterra). Es profesor ayudante de clases prácticas en la Cátedra de Fisiología de Juan Negrín y trabaja en el Laboratorio de Bioquímica dirigido por este profesor en la Residencia de Estudiantes. Pero está desencantado, porque Negrín, que había ilusionado a Ochoa y a otros jóvenes con una nueva manera de hacer y enseñar el trabajo científico, ha dado un giro radical a su actividad para dedicarse casi exclusivamente a la política. En 1935, con el apoyo de la Asociación Protectora, Jiménez Díaz crea el Instituto de Investigaciones Médicas, adscrito a su Cátedra de Patología Médica, después de vencer innumerables dificultades y zancadillas en el seno de la propia Facultad de Medicina. Seducido por la idea de poder dedicarse por entero a la investigación científica, Ochoa se ofrece para trabajar en el nuevo Instituto y su ofrecimiento es aceptado por Jiménez Díaz, que le encarga la dirección de la Sección de Fisiología. Con el nuevo año de 1936 comienza el trabajo efectivo y entusiasta en el Instituto de Investigaciones Médicas en la Ciudad Universitaria de Madrid. Pronto van a cambiar las cosas, porque el 18 de julio estalla la guerra civil y la Ciudad Universitaria no tarda en convertirse en frente de batalla. Jiménez Díaz es encargado de dirigir un hospital de guerra instalado por las autoridades republicanas en el edificio de un convento incautado a las religiosas a las que pertenecía. Como la situación se va volviendo cada vez más difícil, aprovechando una invitación para dictar unas conferencias en Francia, marcha a este país y pasa de allí a la zona nacional, en San Sebastián. Ochoa sigue trabajando, primero en el laboratorio de la Ciudad Universitaria y, cuando esto ya no es posible, en el hospital dirigido por Jiménez Díaz, pero las condiciones de trabajo se vuelven cada vez más precarias y el sueño de llevar a cabo una labor de investigación científica se desvanece por completo. Concibe por ello la idea de salir de España, lo que consigue gracias a los salvoconductos que para él y para su mujer, Carmen, con quien había contraído matrimonio en 1932, le proporciona su antiguo maestro Negrín. Con esta ayuda y no sin dificultades en el camino, pasan ambos a Francia y de allí, en años sucesivos, a Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, donde termina fijando su residencia durante cerca de 50 años. De todo esto, naturalmente, no tengo recuerdos personales directos, porque yo cumplía siete años en el Oviedo sitiado en septiembre de 1936. Pero muchos años más tarde, con ocasión del cincuentenario del Instituto de Investigaciones Médicas, Severo Ochoa nos escribió una carta a los que entonces ocupábamos cargos directivos en la Fundación Jiménez Díaz. A

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dicha carta, fechada el 28 de enero de 1985, pertenecen los párrafos siguientes: “El Instituto de Investigaciones Médicas ofrecía la posibilidad, en España entonces casi insólita, de dedicarse de lleno a la investigación, trabajando todo el día en el mismo lugar, con medios adecuados, y con adecuado personal investigador y técnico. Y, efectivamente, comenzamos a trabajar con ahínco un grupo de jóvenes entusiastas, con verdadero espíritu de compañerismo y cooperación, que no podía sino hacer más fructífera y eficaz nuestra labor ...

“Recuerdo haber obtenido, para mis experimentos de glicólisis cardiaca, una excelente preparación de ATP que, en forma de su sal de plata, agoté instantáneamente al caérseme al suelo, y deshacerse en mil pedazos, el matracito en que la llevaba...

“Frente a las dificultades actuales luchad con más encono y, no lo olvidéis, una institución asistencia1 de la categoría de la Fundación Jiménez Díaz no desempeña en pleno sus funciones sin una sólida investigación. Y no olvidéis tampoco lo que sabía muy bien D. Carlos: que sólo el progreso de los conocimientos biológicos básicos puede hacer progresar la medicina,”.

El episodio del matraz con ATP, roto al huir precipitadamente ante una alarma de ataque aéreo, refleja vivamente las precarias condiciones de trabajo durante la guerra civil. Intermedio

Desde 1936 Ochoa y Jiménez Díaz siguieron sus propios caminos, independientes pero no mutuamente olvidados. Jiménez Díaz rehizo su Instituto a partir de 1940, instalándolo provisionalmente en un chalet de la calle Granada, en lo que entonces era la periferia de Madrid, detrás del parque del Retiro. En 1945 volvió el Instituto de Investigaciones Médicas a la Facultad de Medicina en la Ciudad Universitaria, en el mismo edificio en que había estado antes de la guerra, aunque en un emplazamiento diferente. En 1955 se inaugura la Clínica de la Concepción, aprovechando una estructura arquitectónica que la Dirección General de Regiones Devastadas había levantado para la reconstrucción del Instituto Rubio, cuyos directivos lo cedieron a Jiménez Díaz. al sentirse incapaces de dar continuidad a la obra iniciada por el Dr. Federico Rubio y Gali. El pequeño edificio inicial de la Clínica de la Concepción fue objeto de sucesivas ampliaciones en los años siguientes hasta alcanzar la capacidad suficiente para albergar los laboratorios y otros

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servicios asociados a la cátedra de la que había surgido todo este complejo. Complejo que en 1964 recibió el espaldarazo legal y administrativo de ser reconocido como Fundación Jiménez Díaz. Mientras tanto Severo Ochoa siguió sucesivamente en Berlín, Heidelberg, Plymouth, Oxford, Saint Louis y Nueva York una línea ascendente que lo llevó a la obtención del Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1959. El premio supuso la culminación pero no la terminación de una carrera científica brillantísima continuada en la misma Universidad de Nueva York, desde 1975 en el Instituto Roche de Rutgers (New Jersey) y desde 1985 en Madrid, en el Centro de Biología Molecular que lleva su nombre. A partir de 1950 Ochoa reanuda su contacto personal y directo con España, donde es oficial y mayoritariamente “ignorado” porque su expatriación durante la guerra civil, su pensamiento liberal, su relación familiar con una destacada figura de la República y el hecho de haber adoptado la nacionalidad norteamericana no son las circunstancias más propicias para granjearle las simpatías del régimen político imperante. Pero mantiene su estrecha relación con Jiménez Díaz y con viejos amigos del Instituto de Investigaciones Médicas (Grande Covián, Barreda, Villasante, Alés, Castro Mendoza, Vivanco, etc.) con los cuales se reúne a comer y a conversar durante sus visitas a Madrid. Y aquí comienzan mis recuerdos personales sobre Severo Ochoa porque yo, todavía estudiante de Medicina, empiezo a trabajar en el Instituto en 1952, y de esta forma se inicia mi conocimiento y mi admiración hacia aquel asturiano como yo, trasterrado como yo, que se perfila ante mi mente juvenil como estímulo y como ejemplo. Al recibir el Premio Nobel en 1959, Ochoa es objeto en España de un frío reconocimiento oficial, al mismo tiempo que se convierte paulatinamente en “estrella” social y mediática, manteniéndose simultáneamente la nunca interrumpida relación con Jiménez Díaz y su escuela. En 1960 el Secretario General del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, José María Albareda, concibe la idea, que comunica a Severo Ochoa, de realizar una reunión de bioquímicos centrada alrededor de la figura del sabio bioquímico. Consecuentemente, en 1961 se celebró en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander la I Reunión Bioquímica, bajo la presidencia de Ochoa, siendo Vicepresidente Alberto Sols y Secretario Julio Rodríguez Villanueva. Ochoa recabó la presencia en esa reunión de Jiménez Díaz y algunos de sus colaboradores dedicados a estudios bioquímicos aplicados a la Medicina. La reunión de Santander fue el origen de la fecunda Sociedad Española de Bioquímica, cuyo primer Congreso tuvo lugar en 1963 en Santiago de Compostela bajo la presidencia de Severo Ochoa y Manuel Lora Tamayo, a la sazón Ministro de Educación. Actuaron como Presidentes de Honor Carlos Jiménez Díaz y el argentino Luis F. Leloir, galardonado también con el premio Nobel.

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En 1967 fallece Jiménez Díaz. Por iniciativa de Santiago Grisolía se instaura la Lección Conmemorativa Jiménez Díaz, que ha venido celebrándose anualmente hasta la actualidad, bajo el patrocinio de la Fundación Conchita Rábago. Conchita, que sobrevivió dos años a su marido, creó la Fundación de su nombre para honrar la memoria de Jiménez Díaz, para quien había sido el único y ferviente amor desde sus años de estudiante de Medicina. Un ejemplo de amor, fidelidad y dedicación en todo comparable al que tuvo severo Ochoa hacia Carmen Grande Covián, la única mujer de su vida, que al fallecer lo dejó sumido en una profunda soledad que ensombreció sus últimos años. Ochoa impartió la primera Lección Conmemorativa Jiménez Díaz bajo el título “Polinucleótido-fosforilasa y sus aplicaciones” en 1969 y se implicó activamente en la organización y selección de conferenciantes para los años sucesivos, mientras su estado de salud se lo permitió. La etapa final

Han pasado casi veinte años. Los cambios políticos y sociales acaecidos en España crean una inestabilidad que aboca a la Fundación Jiménez Díaz a una crisis económica que se presenta como insuperable. En enero de 1987, tras graves incidentes con un grupo de trabajadores de la Fundación Jiménez Díaz, dimite el Presidente de su Patronato Rector, Jesús Aguirre, Duque de Alba, que había sido designado para ese cargo el año anterior. Para sustituirlo es nombrado Presidente Severo Ochoa, que ya formaba parte del Patronato Rector de la Fundación. Yo, miembro del Patronato desde ocho años antes, soy designado Vicepresidente con carácter ejecutivo para trabajar en estrecha relación con Ochoa en la difícil tarea de intentar salvar la Fundación. Es 1987 el año en que el Ministerio de Sanidad y Consumo propone la “solución Alcalá”: el cierre del edificio de Madrid que constituía la sede de la Fundación desde la creación de la Clínica de la Concepción en 1965, y su traslado a un nuevo hospital que el Ministerio está terminando de construir en Alcalá de Henares y que, de aceptarse esta solución, recibiría el nombre de “Hospital Universitario Carlos Jiménez Díaz”, reuniéndose en él las actividades asistenciales, docentes y científicas propias de la Fundación Jiménez Díaz. Esta propuesta tropieza con una fuerte oposición dentro y fuera de la Fundación y es objeto de una intensa campaña de prensa en contra de su realización. Sin embargo, es la única solución aceptada en ese momento como viable por el Ministerio para evitar la suspensión de pagos que llevaría a la disolución de la Fundación. Es, pues, un año de intensa actividad negociadora con el Ministro de Sanidad, Julián García Vargas, con el Secretario General de

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Asistencia Sanitaria, Eduardo Arrojo (un economista asturiano que había sido Consejero de Hacienda en el Gobierno del Principado de Asturias) y con el Director Provincial del Insalud de Madrid, Fernando Lamata. Mis recuerdos personales de Severo Ochoa llenan este año de 1987. La personalidad de Ochoa, su actitud serena y comprensiva no exenta de firmeza, su altura de miras para apreciar objetivamente las situaciones, fueron factores que hicieron abrirse para la Fundación puertas que antes habían estado obstinadamente cerradas. Ochoa y yo luchamos codo con codo por salvar a la Fundación Jiménez Díaz. Sería imposible relatar el número de visitas, entrevistas y proyectos, las horas y horas dedicadas al estudio de posibles soluciones, unas veces en la propia Fundación y más a menudo en el domicilio de don Severo, donde muchas tardes nos reuníamos él y yo para analizar los cambios en la situación y valorar cualquier posibilidad real o imaginada que surgiera. Pero no logramos vencer las resistencias internas. La Fundación y su Patronato Rector se volvieron ingobernables, en vista de lo cual, ante lo caótico de la situación y convencidos de la inutilidad de nuestro esfuerzo, decidimos dejar que otros intentaran lo que nosotros no habíamos sido capaces de llevar a buen término. Severo Ochoa dimitió de su cargo en el Patronato Rector a finales de diciembre de 1987 y yo lo hice en los primeros días de enero de 1988. Y ahora, séame permitido un arrebato de vanidad, aunque los que mejor me conocen saben que no es éste el mayor de mis defectos. Con fecha de 26 de enero de 1988 Ochoa me escribió una carta que supuso en aquel difícil momento una inmensa satisfacción para mí. En uno de sus párrafos decía: “Querido Fernando: …Yo soy quien tiene que agradecerte a ti el apoyo que me has prestado durante los difíciles meses en que ambos estuvimos en el Patronato. No creo que hubiese aceptado la Presidencia del mismo de no haber sido tú el Viepresidente.” Sin comentarios. Epílogo

El 1 de noviembre de 1993 fallecía Severo Ochoa en la Clínica de la Concepción de la Fundación Jiménez Díaz, donde llevaba más de cinco meses ingresado. Severo Ochoa y Carlos Jiménez Díaz, unidos hasta el final. Dos vidas inextricablemente entrecruzadas. Dos ejemplos imperecederos de científicos, de patriotas, de maestros.

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EVOCACIÓN DE SEVERO OCHOA EN EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO PROF. D. CÉSAR NOMBELA

Departamento de Microbiología y Cátedra Extraordinaria MSD de Genómica y Proteómica

Una ocasión muy especial se vive este año en la Escuela de La Granda. Este lugar fue testigo excepcional de los últimos años de Severo Ochoa, recordamos muchos momentos de esos sus años crepusculares, cuando, consciente de que al final de su vida volvía a su Asturias natal –ya para siempre–, sintiéndose acogido por tantos amigos a los que continuamente devolvía su afecto, arrastrando siempre una ausencia, un vacío que nada ni nadie podía llenar, desde que Carmen se fue para siempre, en Mayo de 1986.Su imagen, era ciertamente la de alguien que transformó su vocación en una búsqueda apasionada, la de los secretos que el hombre de ciencia puede arrancar a la naturaleza, cuando sabe formular las preguntas adecuadas en el momento justo, cuando es capaz de convertir esa dedicación profesional en un hobby –como el mismo señaló cuando se lo preguntaron: “mi hobby es la Bioquímica”–. Mirar los pequeños detalles y ver a lo grande, descubrir lo que aun nadie ha visto, esa es la metáfora del sueño de un científico, que tan bien acertó a plasmar Mingote tras la muerte de Severo Ochoa en la viñeta que le dedicó. Cuando se cumplen los cien años de su nacimiento, mi aportación a su evocación y recuerdo en La Granda, la quiero centrar en su propio testimonio. Su labor es patrimonio de la Historia humana, sus descubrimientos forman parte de lo que encontramos en los libros de texto más universales. Busquemos algunas claves de su trayectoria a través de sus relatos y encontraremos el rédito principal que de lo que nos dejó, la emoción de hacer ciencia, el compromiso con la Humanidad, el anhelo de que España satisfaga su deuda con la creación de conocimiento, el disfrute con todo lo que es creación humana. Entre las laderas cantábricas de su Asturias natal y la luminosidad del mediterráneo malagueño transcurrieron la infancia y adolescencia de Severo Ochoa.

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Fueron, ambos, excelentes escenarios para madurar su vocación como científico interesado en los fundamentos de la vida. Andando los años, Ochoa escribiría1:

Mi vida en la aldea me hizo entusiasta observador de la naturaleza desde muy niño y mis andanzas por las escarpadas y accidentadas playas de las cercanías me hicieron enamorarme de la misma. Durante la bajamar pasaba las horas muertas observando la enorme variedad de vida animal y vegetal que poblaba los innumerables pozos formados al retirarse el mar en las oquedades de las rocas. Tal vez fuese éste el despertar de mi futura vocación a la biología.

Investigador vocacional, científico precoz

Muy pronto descubre su vocación de investigador, aprende a superar dificultades y se convierte en uno de los científicos más precoces. Pero, su compromiso con la ciencia más genuina –así nos lo señala el propio Ochoa– se asienta en el ejemplo y el impulso que supone para él la personalidad de Cajal. D. Santiago es para Ochoa el científico genial, capaz de superar a base de talento y coraje las limitaciones que supone un ambiente carente de estímulos para la investigación. Refiere Ochoa en su relato autobiografico 2, publicado en 1980 en el Annual Review of Biochemistry:

“..pensé estudiar ingeniería, pero por una parte yo tenía poco talento para las matemáticas y por otra me di cuenta de que lo que realmente me importaba era la biología. Nunca se me pasó por la imaginación dedicarme a la práctica médica pero en aquel momento, al menos en España, esta carrera proporcionaba el mejor acceso al estudio de la biología. Los descubrimientos del gran neurohistólogo español Santiago Ramón y Cajal me habían impresionado y soñaba con tenerle de profesor de histología, cuando entré en la facultad después de una año previo de estudios de física, química, biología y geología. No puedo describir lo decepcionado y triste que me sentí cuando me di cuenta de que el septuagenario Cajal se había retirado de su cátedra, a pesar de que seguía investigando en el laboratorio. ...”.

No obstante, como estudiante de Medicina crea su propio laboratorio en un piso de Madrid, publica su primer trabajo en una revista internacional, trata de acercarse a quienes puedan ofrecerle dirección y orientación y consolida su vocación científica. No hay limites para la formación de un científico ambicioso

La nostalgia del magisterio de Cajal no impidió a Ochoa seguir aspirando al encuentro con los líderes científicos, españoles y europeos. La vieja Europa,

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cuna y soporte de la Ciencia, se convierte pronto en el horizonte científico de Ochoa, que consigue colaborar con algunos de los científicos que ensanchaban de forma intensa las fronteras del conocimiento. Su presencia en Alemania e Inglaterra le permite aprender con científicos muy consagrados como Meyerhof y Peters, al tiempo que le abre las puertas del ambiente investigador de mayor relevancia en Europa. Su encuentro con investigadores muy establecidos, así como con otros que alcanzarían posteriormente la cima del reconocimiento científico, consolida su formación, le abre al entusiasmo por los avances en el conocimiento de los seres vivos, en especial el funcionamiento de sus procesos esenciales como la obtención y utilización de energía para los procesos vitales, y le confiere las capacidades de un investigador maduro. Carmen: un encuentro decisivo en la vida de Severo Ochoa

Pero no podemos olvidarnos de que no se entiende ni al Ochoa científico ni al hombre sin Carmen, la mujer de su vida. Ochoa escribió mucho de Ciencia y poco de otras cosas, pero lo justo para que pudiéramos percibir los perfiles del ser humano que llevaba dentro. Ya solo para siempre, como se sintió cuando Carmen dejó este mundo, las paginas de ABC recogieron un hermoso testimonio sobre la mujer de su vida, “Carmen retrato de una mujer 3”, era el título con el que se acercaba al lector con temblor, pero con el aliento poético de quien quiere hacer publico su homenaje a la persona a quien amó, y con quien fue feliz durante una dilatada parte de su vida: Perdona, lector amigo, que hable de mi mujer, pero, desde que la perdí súbitamente la pasada primavera, está constantemente en mi pensamiento y ante mi vista. Perdóname mi desahogo de evocar, no sólo su belleza y distinción, sino su extraordinaria calidad humana y, sobre todo, femenina. .... Carmen, la gijonesa, y yo, el luarqués, nos conocíamos desde niños por la amistad de nuestras familias... ...El amor surgió mucho mas tarde cuando, en el otoño de 1930, regresé de Alemania..”

Describiendo avatares de su vida y constatando el apoyo –Carmen sabía muy bien la vida que le esperaba al casarse conmigo, un quijote científico que no tenía más perspectiva que la de sus ilusiones y esperanzas– la compañía y el impulso recibidos de su mujer, Ochoa describe con delicadeza cómo es Carmen:

Carmen era esbelta y delgada... ...Carmen tenía especial disposición para el dibujo y la pintura... ...Era Carmen una mujer extraordinariamente inteligente y culta, a la vez que enormemente crítica... ...Carmen reflexionaba mucho y confiaba al papel gran parte de sus reflexiones ....

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Los avatares de la situación española (1936) les convencen –está claro que la decisión es muy compartida, por Severo y Carmen– de la necesidad de emigrar para seguir en la investigación, y se convierte en un exiliado científico. Los conflictos que afectan a Europa le llevan a buscar en el Nuevo Mundo el lugar donde poner en práctica sus capacidades para el trabajo científico. Continúa su acercamiento a los investigadores más destacados. Carmen resulta la compañera imprescindible que alienta e inspira sus mejores anhelos, ayudando a superar las dificultades esenciales. La nostalgia por una España en la que fuera posible una dedicación a la investigación se adueña de Ochoa en su acceso al otro lado del Atlántico. Investigador independiente, científico consagrado

La química de la vida es la respuesta, el funcionamiento de las enzimas (proteínas), fuera y dentro de la célula comienza a dar grandes claves. Dominando la Enzimología, Severo Ochoa da el salto a trabajar como investigador independiente, animado por la clara visión de Carmen que le señala que ha llegado “su momento”. El encuentro con Nueva York sería el inicio de una larga y fructífera estancia en una ciudad única. La madurez le lleva con pasos seguros a consolidar paulatinamente su posición en la universidad, su laboratorio se convierte en referencia mundial para los estudios sobre enzimas, un centro en el que solicitan la oportunidad de trabajar investigadores de todo el mundo. El reconocimiento mundial no le aparta de su objetivo: avanzar en el conocimiento de los enzimas y el metabolismo de las células. Desde el interés por la fosforilación oxidativa, surge su primer contacto con la Enzimología a través de la enzima glioxalasa. Ochoa se convierte pronto en un líder en estudios sobre enzimas de cadena respiratoria, glucólisis, ciclo tricarboxílico, fijación de CO2 .Ochoa alcanza maestría en la preparación de sustratos y estudio de cofactores. Y siempre recorriendo el camino con !a misma pregunta que resumía en un artículo publicado en la tercera del diario ABC 4: “Con la definición de vida he tenido que enfrentarme durante muchos años al impartir la primera clase de bioquímica a los estudiantes de Medicina de la New York University. Los aspectos en que puse mayor énfasis fueron cambiando paulatinamente hasta que llegué a considerar la propagación y evolución de las especies, es decir, la herencia y sus modificaciones accidentales, como la propiedad más característica de los seres vivos, de los organismos más simples a los multicelulares más complejos, como el hombre”. No se le escapó la alusión a la vida como proceso continuo, afirmando:

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“Algo que es muy característico de la vida es lo que podríamos llamar su dinamismo. Todo se encuentra en constante estado de flujo. Las diversas células de un organismo, con la excepción de las neuronas o células nerviosas, mueren y se regeneran a plazos más bien cortos .... Hoy sabemos que muchas enzimas, las proteínas que catalizan o promueven los millares de reacciones químicas que ocurren en todas las células de un organismo, se renuevan a tiempos muy diferentes; mientras unas tienen vida corta, solo de unos minutos, otras tienen una vida de varias horas. El significado de estas diferencias se nos escapa. Las células de un ser vivo no reposan jamás de este constante trasiego químico”.

Para concluir señalando que el camino a recorrer todavía era muy largo, tal vez interminable: “...para la mayoría de los científicos, la vida es explicable en casi, si no en su totalidad, en términos de la física y la química. Eso no quiere decir, sin embargo, que sepamos lo que es la vida. ¿Lo sabremos jamás?”.

El esplendor también llega

Información genética: los ácidos nucleicos también se hacen en el tubo de ensayo, esa es la consecuencia de un conjunto de observaciones que surgen de forma casual. El aislamiento de la polinucleótido-fosforilasa permite al laboratorio de Ochoa protagonizar un hallazgo trascendental, la primera demostración de que es posible llevar a cabo de síntesis de ácido desoxirribonucleíco (ARN) en el tubo de ensayo. Fue un corto pero intenso período de trabajo, para llegar a establecer la clave de las reacciones que se manejaban. La enzima finalmente se demostró como no funcional en la célula, sintetizaba polirribonucleótidos al azar, con una proporción de bases representativa de la proporción de los precursores disponibles en la mezcla de reacción, no necesitaba molde. Sin embargo, el hallazgo se revelaría como extraordinariamente útil, posteriormente, para descifrar en código genético. La Bioquímica se hacia ya Biología Molecular, y Severo Ochoa, ya candidato anteriormente por su monumental trabajo enzimológico, recibía por fin en 1959 el Premio Nobel de Medicina y Fisiología. Un Nobel que ampliaba horizontes y agrandaba ambiciones. Había sido una observación inesperada la que concentró la atención de un Ochoa convencido de que a veces llega el resultado trascendente: se da cuenta de que los ácidos nucleicos se pueden sintetizar en el tubo de ensayo. Con ello se abre camino como uno de los promotores de una revolución científica trascendental: la Bioquímica se hace Biología Molecular. El Premio Nobel reconocía una trayectoria brillante como la suya, con sus momentos estelares, pero reforzaba su determinación para seguir avanzando.

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La serena madurez

Después del Nobel... el experimento diario (como siempre). Severo Ochoa sabe que hay una vida científica después del Nobel. Pronto se encuentra como un participante en una carrera incluso más apasionante que sus realizaciones anteriores: el desciframiento del código genético, en dura competencia con otros laboratorios de vanguardia. Ochoa sabe que en la Ciencia hay emoción y deslumbramiento, pero también lucha y sana competencia por alcanzar logros significativos antes que otros. Los conceptos clave que están en la base de la Biología Molecular se consolidan como paradigma que inspira el desarrollo del nuevo conocimiento. De nuevo la cita protagonista 5: En 1960 el concepto del RNA mensajero había sido ya formulado. Había evidencias de que, después de infectar E. coli con fago T2, el nuevo RNA mensajero era utilizado por los ribosomas de las bacterias para hacer proteínas del fago. Estos hallazgos indicaron que el RNA mensajero es el molde para la síntesis de proteínas. Esto nos sugirió el uso de polirribonucleótidos sintéticos como mensajeros de los sistemas de síntesis de proteínas en las células libres para estudiar el código genético. Peter Lengyel y Joe Speyer creían firmemente que este avance nos abriría el camino para descifrar el código. A principios de 1961 empezaron a trabajar con sistemas de síntesis de proteínas. Se esperaba que los sistemas dependientes de la adición de RNA-m para la incorporación de aminoácidos en proteínas respondieran ante la adición de polinucleótidos sintéticos e incorporaran así diferentes aminoácidos atendiendo a su composición en bases. Cuando estábamos empezando este trabajo Nirenberg observó que un sistema de E. coti transformaba poli(U) en polifenilalanina. Nosotros confirmamos la observación de Nirenberg y además descubrimos que mientras que el poli(U) favorecía únicamente la incorporación de fenilalanina en material insoluble en ácido triclomacético. los copolinucleótidos tales como poli(UC) favorecían la incorporación de fenilalanina, serina y leucina y el poli(UA) la de fenilalanina y tirosina. Lengyel, Speyer y yo observábamos el contador con verdadero asombro. Este resultado, obtenido por primera vez en todo el mundo, mostraba que la incubación de extractos de E. coli con polinucleótidos que contuvieran residuos C o A además de los U favorecfa la síntesis de polipéptidos conteniendo serina, leucina, tirosina junto con fenilalanina. Recuerdo aquel momento como uno de los más estimulantes de mi vida. En una reunión de la sección de Microbiología de la Academia de Medicina de Nueva York en setiembre de 1961, Nirenberg presentó sus resultados de la síntesis de polifenilalanina dirigida por poli(U). Por alguna razón los copolinucleótidos que le habían proporcionado Leon Heppel y Maxine Singer no habían resultado activos. En la reunión anuncie nuestros resultados positivos con copolinucleótidos, anuncio que despertó un considerable interés. El primer trabajo de la serie «Polinucleótidos sintéticos

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y código de los aminoácidos» apareció en el número de diciembre de 1961 de PNAS. En la conclusión decíamos “éste y otros resultados reflejados en este trabajo parecen abrir la vía para una estrategia experimental en el estudio del problema de la codificación en la biosíntesis de las proteínas”.

En ese escenario es donde mejor cabe situar la vida científica y la proyección de Severo Ochoa. En la isla de Manhattan, el corazón de esa gran urbe norteamericana que es la ciudad de Nueva York, con el geométrico trazado de sus largas avenidas, alineadas de las mas atrevidas creaciones arquitectónicas, como lo es la dureza de las condiciones para hacerse un lugar en el que existir, en una ciudad que, representando en muchos aspectos el “american way of life” no es, sin embargo, homologable con ninguna otra, ni americana ni perteneciente a cualquier otro lugar Estas fueron mis primeras impresiones en Septiembre de 1972, cuando llegué a Nueva York con el propósito de completar mi formación científica al lado de Severo Ochoa. Ochoa representaba un auténtico mito en los ambientes científicos españoles, en los que se alimentaba desde hacía muchos años el anhelo de superar la insatisfacción por la escasa aportación española a la ciencia, escasez que se había hecho mas patente durante los años de mayores progresos en la configuración de la ciencia moderna Ochoa dirigía el Departamento de Bioquímica del Centro Médico de la Universidad de Nueva York, en el que se ubicaban los departamentos encargados de las enseñanzas médicas preclínicas junto las clínicas basadas en el prestigioso hospital de esta universidad. Los laboratorios de Bioquímica, sin la menor concesión al lujo, albergaban tanto los medios necesarios para el esfuerzo investigador que el momento demandaba, como el testimonio fotográfico de los protagonistas de brillantes logros científicos obtenidos en aquellos laboratorios durante largos periodos de tiempo Destacaba la fotografía de Arthur Kornberg, uno de los primeros discípulos de Ochoa a la sazón en la Universidad de Stanford, que en 1959 compartió el Premio Nobel con su maestro. Pero la imagen de muchos otros ocupaba su lugar en las paredes del pasillo o el despacho del director. Un despacho sumamente modesto y funcional, demostrativo de que la calidad científica no precisa para acreditarse de los alardes que se prodigan en los despachos de quienes tienen poder. Trabajaban en aquel departamento de Bioquímica un conjunto de colaboradores de Ochoa, junto con otros científicos bien establecidos, como Kleinschmidt, pionero entonces en la microscopia de ácidos nucléicos, o Robert Chambers, que se había formado en el grupo de Khorana, años antes Premio Nobel por sus aportaciones al código genético y la estructura de los tripletes. Era una ambiente que articulaba bien la docencia bioquímica para futuros médicos con una investigación de vanguardia en temas de Biología Molecular.

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Españia: una deuda con la Ciencia

La nostalgia crítica de Severo Ochoa por su país de origen le acompañió toda su vida. Volvería a España si podía contribuir a crear un ambiente. Todo lo que hizo en sus últimos años demostró que estaba comprometido hasta el final. El convencimiento de que España tenia una deuda con la Ciencia inspiró en buena medida la tarea de Severo Ochoa, de quien se puede decir con justicia que fue un ciudadano del mundo y un español comprometido. La atención que prestó a la comunidad investigadora en nuestro país, su presencia continua entre nosotros, con el convencimiento de que su prestigio pesaba mucho para promocionar el valor de la investigación son pruebas fehacientes. No regateó esfuerzos para convencer a las autoridades y a la sociedad –oportune et importune– de que una de las claves del futuro es la promoción de la investigación. España formó ya parte fundamental de su dedicación y compromiso, los círculos científicos y culturales más destacados le reclamaron, Carmen nunca desaprovechó la posibilidad de estar entre los suyos. Carmen siguió siendo su apoyo en la intimidad, compañera con la que quiere compartir el reconocimiento que su trabajo ha merecido, así como las mejores inquietudes que tiene como ser humano para disfrutar del arte y la mejor creación cultural. Aceptó la llamada de España convencido de que sus esfuerzos por promover una investigación de vanguardia en su país de origen merecían la pena. Emprendió muchas iniciativas, formó discípulos españoles, aceptó una presencia pública continua que sirviera a esa finalidad. Ni siquiera en los años crepusculares, cuando estaba definitivamente sólo por la muerte de Carmen, cejó en este empeño. La figura de Severo Ochoa está en la entraña de lo que ya es –y será en años venideros– la Ciencia española. El mejor reconocimiento que nos cabe hacer a su labor es dar a conocer la trascendencia de sus hallazgos, en primer lugar, pero, sobre todo, reforzar nuestro compromiso y motivación con el avance de la Ciencia en España. Referencias

1 S. Ochoa. Visión y recuerdos de mi tierra. Escritos pag. 27-30. Departamento de publicaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de. Madrid 1999. 2 S. Ochoa. La prosecución de un hobby. En Escritos pag. 52-92. Departamento de Publicaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid 1999. 3 S. Ochoa. Carmen: retrato de una mujer. En Escritos pag. 17-26. Departamento de Publicaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid 1999. 4 S. Ochoa, ABC, 30 Mayo de 1987. Tercera página. 5 S. Ochoa. La prosecución de un hobby. En Escritos pag. 78. Departamento de Publicaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid 1999

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EL IMPACTO DE LA OBRA DE SEVERO OCHOA SOBRE LA INVESTIGACIÓN CLÍNICA PROF. D. RAFAEL CARMENA

Catedrático de Medicina, Universidad de Valencia Jefe del Servicio de Endocrinología y Nutrición Hospital Clínico Universitario de Valencia

Constituye un honor a la vez que una profunda satisfacción colaborar en esta obra, que trata de honrar la memoria del Prof. Severo Ochoa al cumplirse los 100 años de su nacimiento. Desde mi perspectiva de Catedrático de Medicina Interna intentaré glosar cómo la obra de Ochoa, entre otros investigadores de su época, abrió las puertas al enorme avance de la moderna investigación en biomedicina y obligó a cambiar nuestra forma de entender y llevar a cabo la investigación clínica. El nacimiento de la ciencia clínica podemos situarlo a mediados del siglo XIX y atribuírselo, entre otros, a personalidades de la talla de Claude Bernard y Louis Pasteur en Francia y de Rudolf Virchow y Robert Koch en Alemania. Ellos, y sus respectivos discípulos y colaboradores, iniciaron la apasionante tarea del estudio sistemático de la etiología, fisiopatología y anatomía patológica de las enfermedades entonces conocidas. Durante la segunda mitad de dicho siglo los médicos clínicos buscaron la forma de cimentar la medicina sobre las raíces de las ciencias básicas y experimentales. Ya no les bastaba con describir y clasificar las enfermedades, querían también penetrar en el secreto de los complejos mecanismos envueltos en los procesos patológicos. El auge de la fisiopatología y la introducción en esas fechas de las pruebas funcionales o de sobrecarga en la exploración de los enfermos no son sino exponentes de tal estado de cosas. Es en este momento trascendental cuando aparece en Alemania un proceso de integración entre la clínica (el enfermo), la anatomía patológica (la necropsia) y los incipientes laboratorios de investigación. Así nació la medicina clínica como ciencia, de la mano de internistas como Traube, Frerichs, Cohnheim y la pléyade de discípulos que les siguieron.

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“El objetivo de la clínica, según Frerichs, no está constituido por los fenómenos morbosos aislados o por agrupaciones más o menos artificiales, sino por el individuo enfermo en su totalidad. Todos los aspectos del proceso vital alterado han de ser investigados con los recursos que proporcionan las ciencias de la naturaleza”. De esta forma, cuando Frerichs preside en Wiesbaden, en 1882, el Primer Congreso de Medicina Interna pronunciando esas palabras en su discurso inaugural puede decirse que, por primera vez, se ha reunido un grupo de médicos que intentan aplicar las ciencias experimentales al progreso de la investigación médica. A partir de dicha fecha queda perfilada la figura del médico internista, clínico preocupado por aclarar los mecanismos de la enfermedad y descubrir las correlaciones existentes entre los diferentes sistemas del organismo. Paso a paso, iniciado ya el siglo XX, la medicina clínica había evolucionado desde un período de observación a otro en el que resultaba posible investigar de modo sistemático y planificdo las cuestiones planteadas por el ejercicio clínico. “Un experimento es una observación provocada”, había dicho Claude Bernard en “L’Introduction”. En este sentido, un experimento puede llevarse a cabo por la observación de fenómenos que se hayan inducido de forma artificial como por la observación de fenómenos que ocurran naturalmente, como son las enfermedades.Nadie mejor que Jackson para sintetizar con su frase “experiments performed by disease” la situación a que nos referimos. La aplicación del método científico al estudio de los problemas clínicos, con la consiguiente creación del nuevo campo científico denominado ciencia clínica, constituye el más brillante triunfo de la medicina de finales del XIX y comienzos del pasado siglo. La creación del Instituto Rockefeller en Nueva Cork en 1901 marca el punto de arranque de la poderosa investigación biomédica en los Estados Unidos. El momento crucial del desarrollo del investigador clínico y la investigación biomédica tiene lugar en Estados Unidos a mediados del siglo XX y es fruto de la creación de los Nacional Institutes of Health (NIH) y de las importantes sumas de dinero destinadas a su financiación una vez finalizada la segunda guerra mundial. En la década de 1950-60 la investigación biomédica podían desarrollarla todavía médicos clínicos que a la vez eran investigadores con amplia experiencia, capaces de descubrir nuevos mecanismos biológicos y de aplicar a sus enfermos los avances científicos en el diagnóstico o la terapéutica. James Shannon, director del NIH en esos años, postuló que “las enfermedades se curarán sólo cuando la ciencia nos proporcione un conocimiento completo de la fisiología, la normal y la patológica” y supo transmitir este mensaje a los poderes públicos para alcanzar mayor financiación. Su paradigma era el médico-científico, apto para trasladar los descubri-

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mientos científicos a la cabecera del enfermo. Un clásico ejemplo del espíritu de esta época es el Premio Nobel de Medicina de 1950, otorgado a un clínico reumatólogo y a un químico (Philip Hench y Edgard Kendall) por sus trabajos, en la Clínica Mayo, sobre el empleo de la cortisona en el tratamiento de la artritis reumatoide. Otro ejemplo, más reciente, es la concesión del Premio Nobel de Medicina 2005 a Barry Marshall y Robin Warren, un miocrobiólogo y un gastroenterólogo, por su descubrimiento de que la úlcera gastroduodenal está producida por el Helicobacter Pylori. En 1959 Severo Ochoa recibe el Premio Nobel de Medicina y Fisiología y el desarrollo de la biología molecular inicia un camino fulgurante de desarrollo que llega hasta nuestros días. Desde esa fecha, la masa crítica de biólogos moleculares en el mundo crece de forma exponencial y la biotecnología sigue ese camino en paralelo; entre 1982 y 1997, la Food and Drugs Administration aprobó no menos de 17 nuevos compuestos obtenidos con esa metodología, desde la insulina y la hormona de crecimiento recombinantes al interferon, eritropoyetina etc. Se han realizado grandes esfuerzos en desentrañar la estructura y función de los componentes moleculares de la célula, culminando en la genómica y proteómica que pronto permitirán conocer la función de los genes y proteínas celulares y abordar el estudio de sistemas. No debe sorprender que, desde mediados de los años 60, la imposibilidad de llevar a cabo, simultáneamente y por una misma persona, las labores del médico clínico y las del investigador de primera línea se haga cada vez más patente. Comienza así la desaparición de la figura del clínico investigador porque, para decirlo con palabras del propio Shannon, “one can be all things to all people, but not at the same time”. En 1977 James Wygaarden, uno de los sucesores de Shannon al frente del NIH, es el primero en expresar su preocupación por el progresivo abandono de la investigación por parte de los médicos y en reconocer que la figura del médico-científico tiene necesariamente que evolucionar. A partir de 1970 se inicia un cambio de tendencia en dos indicadores importantes: las solicitudes referidas a proyectos de investigación clínica disminuyen significativamente (aumentando espectacularmente las de investigación básica) y la asistencia al congreso anual de la American Federation for Medical Research y al de las dos sociedades de investigación clínica más importantes de Estados Unidos (American Society for Clinical Investigation y Association of American Physicians) decae de forma espectacular. En cambio, la participación en congresos de las sociedades de investigación básica (American Society of Human Genetics y otras) experimenta un incremento arrollador. El gran progreso de la biología molecular ha revolucionado la investigación biomédica de los últimos 30 años y ha obligado a replantearse el papel médico interesado por la investi-

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gación clínica porque, curiosamente, la aplicación real a la práctica clínica de los avances en la investigación básica es poco significativa. De esta forma se llegó a desarrollar la idea de que era necesario trasladar de forma más eficaz dichos avances a la clínica (del laboratorio a la cabecera del enfermo, from bench to bedside) y, también, llevar al laboratorio las preguntas de los médicos sobre cuestiones clínicas sin resolver. En esto consiste una nueva forma de investigación, la llamada “investigación tralacional o de transferencia”, cuyo fin es trasladar el descubrimiento del laboratorio a la clínica, para el diagnóstico, tratamiento y pronóstico de las enfermedades. A su vez, las preguntas científicas provenientes de la observación clínica se trasladan también en dirección opuesta, al laboratorio. Esta nueva disciplina requiere la cooperación e integración de hospitales de alto nivel asistencial y laboratorios de investigación de gran calidad. No es fácil alcanzar esta integración, que requiere una modificación sustancial de la estructura de los hospitales, generalmente masificados y sobrecargados por la asistencia. La fórmula válida no se ha encontrado todavía pero la creación de redes de investigación incorporando en los hospitales a investigadores básicos y a clínicos parece la más viable. La combinación de ambos grupos de investigadores trabajando en proximidad, a ser posible en el mismo centro, redunda en beneficios para ambas partes: mejora la investigación biomédica y mejora la asistencia médica a los enfermos. Las posibles soluciones para favorecer la investigación traslacional en España, como apuntaban recientemente Rodés y Mayor, pasan por mejorar la deficitaria formación científica de los médicos, la creación de institutos de investigación multidisciplinarios, cambiar la organización asistencial, hacia un modelo más horizontal que atienda a grupos homogéneos de pacientes y potenciar la incorporación de nuevos investigadores, mejorando la movilidad de los ya existentes. Además, habría que cambiar los baremos para juzgar las plazas asistenciales en nuestros hospitales, reconociendo la formación científica como un mérito extraordinario para conseguir una plaza. No pretendemos, en el breve espacio que se nos ha asignado, desarrollar todos estos puntos. Sí deseamos, al rendir en estas páginas homenaje a Severo Ochoa, subrayar que una mejor formación científica es lo que desde mediados del siglo XIX ha permitido que el clínico avance en el conocimiento y la práctica de la medicina. En nuestros días, cuando la medicina basada en pruebas exige rigor y una gran capacidad crítica por parte del médico, dicha formación es todavía más imprescindible. Y de esta forma, sustentando su tarea asistencial en bases científicas, cumplir con el fin de todo clínico merecedor de tal nombre: mejorar la asistencia al enfermo. Porque, conviene no olvidarlo, en los hospitales donde se lleva a cabo una buena investigación biomédica se realiza también una buena asistencia clínica.

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MIS AÑOS CON SEVERO OCHOA

DÑA. CHARO MARTÍN

Secretaria del Prof. Severo Ochoa

Es una gran satisfacción para mí hablar en un sitio como La Granda, tan querido por el Dr Ochoa. Quiero agradecer al Comité Organizador el gran honor que me hace invitándome a hablar del Dr. Ochoa en el año de su centenario y, muy especialmente, a D. Santiago Grisolía que, de todo el entorno del Dr. Ochoa, ha sido la persona que ha continuado tratándome con el mismo afecto y deferencia que cuando él vivía. Invitaciones como esta lo demuestran. Gracias también a Concha Albalat, que con su amable insistencia ha hecho posible que hoy esté yo aquí. Haremos primero un poco de historia: En el año 1975 me seleccionaron para trabajar en el Centro de Biología Molecular. En el proceso de selección, bastante exigente, sólo me dijeron que tendría que trabajar con una persona muy importante. Más tarde me enteré quién era esa persona. Fue mi primer contacto con el mundo de Severo Ochoa. Era Abril y yo lo conocería después en Septiembre de ese mismo año, cuando vino a España para los actos de celebración de su 70 cumpleaños, el 24 de Septiembre, y la inauguración por los entonces Príncipes de España de lo que con el tiempo sería el Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa”. En esa época sólo pasaba algunas temporadas aquí; cuando estaba en Estados Unidos, me encargaba desde allí todos lo asuntos que tenían que ver con España. Desde el primer momento congeniamos muy bien; a mi él me impresionaba en todos los aspectos –además de sus muchísimas cualidades, resaltaba a primera vista su porte elegante y su esmerada educación– y supongo que

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yo a él le gustaba por mi carácter. Le hacía mucha gracia mi acento, mucho más marcado en esa época, y mis expresiones canarias que no entendía, sobre las que frecuentemente me decía que tenía que comprarle un diccionario Canario-Español/Español-Canario. Apreciaba mi forma de trabajar y, siempre valoró muy positivamente mi disponibilidad para quedarme las muchas horas que él estaba dispuesto a pasar en el despacho. Siempre había mucho que hacer; no se descansaba. Aun así, los recuerdos de esos tiempos son los de una época feliz en la que trabajé muy a gusto y me sentí estupendamente tratada. Nunca como entonces he tenido un reconocimiento igual a mi trabajo y un agradecimiento tan grande a mi dedicación. En 1985 regresó a España de forma definitiva y ocupó el cargo de Director Honorario del CBM. Si no estaba ocupado en alguna de las muchísimas actividades que lo reclamaban, pasaba el día entero en su despacho. Las muchas horas de trato, acrecentadas a raíz de la muerte de Dña. Carmen, hicieron que nos conociéramos muy bien. Supe de sus gustos, de sus alegrías y tristezas, de sus afectos y desafectos, a quien quería más y a quien quería menos, quienes eran sus verdaderos amigos… Con el tiempo, llegué a ser capaz de interpretar correctamente cada una de sus frases y a darle el sentido exacto a sus palabras. Cuando a mi pregunta sobre que le parecía tal científico, me contestaba, con esa vena gallega (según él tan criticada por Dña. Carmen): “no es mal chico, Charo”, entendía muy bien lo que quería decir. Me responsabilizaba de muchos de sus asuntos. Contestaba cartas en su nombre a petición suya, ingresaba cheques en el banco o simplemente me encargaba de cuestiones “domésticas”, como los problemas de su ducha o cambiar pilas y correas a su querido reloj del Nobel. En 1988, en el programa de entrevistas de Televisión Española “Muy personal”, a la pregunta de como le gustaría ser recordado respondió: “como creo que soy: humano, comprensivo y tolerante”. Efectivamente era así, yo añadiría además, honesto, legal, gran trabajador, muy organizado, sencillo, exquisitamente educado, cariñoso, ocurrente... Intentaré ilustrar estos adjetivos con algunas de mis experiencias con el. Como trabajador, Severo Ochoa era incansable. Es una de las frases más repetida por las personas que lo conocimos. Trabajaba incluso los días de fiesta. Como saben, el 15 de Noviembre se celebra la festividad de San Alberto Magno, Patrón de Ciencias y, por lo tanto, fiesta en nuestro Centro situado dentro de esa Facultad. Un año, cuando nos despedíamos la tarde anterior, algo esperanzada le dije: Dr. Ochoa, mañana es San Alberto. ..y ¿qué Charo? como ni usted ni yo nos llamamos Alberto, que lo celebre Alberto Sols (refiriéndose al conocido bioquímico español, gran amigo suyo).

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La cantidad de borradores que guardo (y guardo muchos) reflejan sólo una mínima parte del trabajo que era capaz de generar. Muy organizado: siempre teníamos un plan de trabajo. Era normal que trajera listas hechas en casa, en las que mezclaba el inglés y el español, con las tareas que teníamos que hacer y que íbamos tachando a medida que se realizaban. Sencillo: Frecuentemente el Dr. Ochoa, Cesar de Haro y yo íbamos a comer a un restaurante muy modesto de Alcobendas (en el norte de Madrid) donde la mayoría de los clientes eran obreros de la construcción. Nada más verlo, se acercaban a la mesa a saludarlo. Les respondía con amabilidad, pero se sorprendía de que le reconocieran en el restaurante, así como en el teatro, en los conciertos, o simplemente por la calle. Le divertía esa situación y comentaba que en América, algo así sería impensable. Allí la gente no se impresionaba puesto que había muchos como él. Era tal su sencillez que se reía cuando llegaban cartas de individuos pretenciosos que debajo de la firma ponían títulos y más títulos. Me decía, “mala cosa cuando los títulos se los tiene que poner uno”. Contaré lo de su carta a Su Majestad el Rey, rechazando respetuosamente el ofrecimiento de un título nobiliario, y lo de la nota donde me pide que si puede heredar otra máquina de escribir. Impresiona lo de la carta a Su Majestad El Rey, pero sorprende lo de la máquina de escribir teniendo en cuenta lo que representaba él en el Centro de Biología Molecular. Ya había ordenadores y estoy segura de que los directores de entonces hubieran estado encantados de comprarle el último modelo sólo con que lo hubiese insinuado. Sin embargo, se conformaba con heredar una máquina vieja... A mí, que he seguido trabajando con mucha otra gente, me es fácil comparar esta actitud con la que, en iguales circunstancias, hubieran tenido otras personas de menor categoría. Educado: Muy alejado de los comportamientos de otros famosos personajes, contemporáneos suyos, cuyas actitudes no dudaba en calificar de “soeces”. Debido a su fama, recibía miles de cartas. Muchas de ellas de personas excéntricas que le comentaban teorías biológicas imposibles o temas religiosos en los que no estaba en absoluto interesado. Se contestaban todas. Decía que todo aquel que se había tomado la molestia de escribirle, merecía una contestación. Si no podía hacerlo personalmente, me pedía a mí que lo hiciera Cariñoso: Con gran deferencia me presentaba siempre a todas las personas que le visitaban o que encontrábamos en cualquier acto. Sobre todo a partir de que se quedó sólo, me llamaba muchas noches a mi casa pidiéndome, como un gran favor, si podía acompañarlo en sus compro-

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misos. Me llenaba de emoción que él, que podía elegir a quien quisiera, se acordara con tanta frecuencia de mí. También fui testigo de su constante preocupación por la situación de la ciencia en España. Como forma de proteger la ciencia puso mucho interés en la creación de un Patronato Científico bajo la Presidencia de Su Majestad el Rey y sugirió incluso las personas que deberían formar parte de ese Patronato En una cena-homenaje que le dio ABC se refirió críticamente al bajo desarrollo de la ciencia en España. Esto dio lugar a una polémica en prensa con el Director General de Política Científica de entonces, al que respondió que era necesaria la repatriación de científicos españoles. Le preocupaba el futuro de la juventud. Siempre aceptaba participar en actos con público joven a los que alentaba y aconsejaba con frases como: “independientemente de la profesión que se elija, lo realmente importante es el trabajo bien hecho”. Tanta era su preocupación por el futuro de la juventud y especialmente por el de los jóvenes científicos españoles, que tenía la intención de que parte de su patrimonio se dedicara a dotar becas para realizar estudios postdoctorales en América, su país de adopción. Tan interesado estaba, que incluso había organizado un comité y había dejado escritas instrucciones precisas al respecto. No sólo le preocupaba la Ciencia. Como gran humanista que era le interesaba y tenía grandes conocimientos de arte en todas sus manifestaciones. Precisamente a este interés se debe que dedicara muchas horas a tratar de solucionar la penosa situación de lo que él llamaba la Capilla Sixtina española: San Antonio de la Florida. Muestra de ello fue su tan comentado artículo en ABC “Una vergüenza nacional”. La muerte de Dña. Carmen le sumió en una profunda tristeza. Guardo cintas con su voz en las que, al dictarme contestaciones a los muchísimos pésames recibidos o cartas que hacían mención a ella, no puede contener la emoción. No voy a descubrir aquí lo mucho que significó Dña. Carmen en su vida. Estaba presente en todo. Ninguna conferencia, reunión científica o acto de cualquier tipo, se aceptaba sin consultarlo antes con ella. Como fórmula para combatir esta tristeza, personas de su círculo le recomendaron que escribiera su biografía. Lo intento, incluso compramos varias cajas de casetes para que la dictara. Pero le faltó interés y nunca paso de! comienzo. El resumen de todo lo dicho hasta aquí se refleja fielmente en sus interesantes respuestas a las ”declaraciones íntimas” para “Los domingos de ABC”.

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En Abril de 1993 enfermó, lo ingresaron y empezó lo que para mí fue su triste etapa de la clínica. Yo iba a verlo con toda la frecuencia que me permitía estar en Madrid sin familia y con un hijo muy pequeño, consciente de lo mucho que se alegraba al verme. Mi último servicio fue escuchar sus confidencias sobre los temas que le preocupaban, y oírle hablar de sus ilusiones sobre cuándo íbamos a hacer el viaje a Chile o cuándo se podrían reanudar las cenas en Lucio. Incluso en ese ambiente de tristeza seguía conservando intacto su fino sentido del humor que tanto me admiró siempre. Cuando al llegar al hospital le preguntaba sobre su estado de salud, me contestaba aquello de: “Dios en su inmensa bondad bien fastidiados nos tiene, será porque nos conviene, hágase su voluntad.”

El día 1 de noviembre de 1993 moría con tranquilidad y resignación; era la forma en la que había dicho que le gustaría morir, según contestó en el cuestionario de ABC, antes citado.

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PROFESORA Dª MARGARITA SALAS

Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa” (CSIC-UAM). Madrid

Yo tuve la suerte de conocer a Severo Ochoa en el verano de 1958 en Gijón, siendo yo estudiante de Ciencias Químicas en la Universidad Complutense de Madrid. Severo Ochoa, después de estar años sin volver por España, comenzó a venir a pasar los veranos en Asturias, donde permanecía una parte del tiempo en Luarca y otra en Gijón. Yo estudiaba en Madrid pero pasaba los veranos en Gijón. Ese verano de 1958 Severo fue a Gijón y tuvimos una comida en casa de mis padres con él y Carmen. Recuerdo que comimos una excelente paella. Nos comentó que al día siguiente iba a dar una conferencia en Oviedo y nos pidió a mi padre y a mi que le acompañáramos. De hecho, así lo hicimos los tres en el coche de mi padre. La conferencia que dio Severo me fascinó. Posteriormente hablamos de su trabajo en Nueva York y como yo aún no había estudiado Bioquímica, que era una asignatura del cuarto curso de la licenciatura, Severo me prometió que cuando llegase a Nueva York me mandaría un libro de Bioquímica. Pocas semanas más tarde recibía yo, en mi casa de Gijón, un paquete de Estados Unidos que contenía e1 libro de Bioquímica de Fruton con una dedicatoria de Severo. Mi emoción fue enorme. Estamos hablando de 1958, en que Severo todavía no había recibido el Premio Nobel. Durante el tercer curso de Licenciatura en Ciencias Químicas yo había realizado unas prácticas excelentes en el laboratorio de Química Orgánica, asignatura cuyo catedrático era D. Manuel Lora Tamayo. El trabajo de laboratorio me entusiasmó y en aquellos momentos yo pensaba que mi futuro sería la investigación en Química Orgánica. Hasta que conocí a Severo

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Ochoa. Sus trabajos me fascinaron y determinaron mi vocación por la Bioquímica. Por consejo suyo, realicé la tesis doctoral en el Centro de Investigaciones Biológicas con Alberto Sols. Para ello, Severo me dio una carta de presentación para Alberto Sols. Recuerdo que fui a visitarle en compañía de mi padre (era a finales de 1960). Alberto Sols no se pudo negar a algo que le pedía el ya Premio Nobel Severo Ochoa aunque tengo que decir que Sols no creía demasiado en el trabajo de investigación que podía realizar una mujer, Una vez acabada la Tesis Doctoral me fui, junto con Eladio Viñuela, mi marido, a realizar una fase postdoctoral con Severo Ochoa en el Departamento de Bioquímica de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York, donde se concentraba un plantel de magníficos científicos realizando investigación de la mejor calidad. Así pues, en el año 1964, Eladio y yo nos fuimos al Departamento de Severo Ochoa. Tengo que agradecerle a Ochoa que desde el principio nos puso en grupos de trabajo distintos. Citando textualmente sus palabras, dijo: “Así, por lo menos, aprenderéis inglés”. Esta separación creo que más bien reflejaba su interés en que cada uno desarrollásemos nuestra personalidad científica. Yo en Nueva York me sentí persona respecto a mi trabajo. Si yo obtenía resultados interesantes era yo la que los conseguía y a mí se me reconocía. Realmente, durante los tres años que estuve en Nueva York no noté la menor discriminación por el hecho de ser mujer. Me sentí persona por primera vez desde el punto de vista científico. Cuando llegamos al Departamento de Ochoa, en Agosto de 1964, se acababa de terminar la fase febril del desciframiento de la clave genética, es decir cómo la información genética contenida en nuestro DNA, en nuestros genes, da lugar a las proteínas. Precisamente, el uso de la polinucleótido fosforilasa descubierta por Ochoa pocos años antes, y que le valió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1959, fue esencial en el desciframiento de la clave genética, ya que dio lugar a la preparación de polinucleótidos sintéticos de distinta composición de bases con los que el grupo de Severo Ochoa, en paralelo con el grupo de Marshall Nirenberg, llegaron a descifrar cuales son los tripletes, o grupos de tres nucleótidos que codifican a los distintos aminoácidos. De acuerdo con Kornberg, Ochoa podía haber obtenido un segundo Premio Nobel en 1968 compartido con R.W. Holley, G. Khorana y M. Nirenberg, quienes lo obtuvieron “por su interpretación de la clave genética y su función en la síntesis de las proteínas”. A mi llegada a Nueva York Severo me encargó descifrar la dirección de lectura del mensaje genético. Mediante el uso de polinucleótidos sintéticos que contenían poli A y el triplete AAC (que codifica la asparagina) en el extremo 3’ del RNA mensajero demostré la formación del péptido polilisina

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con la asparagina en el extremo carboxilo. Puesto que se sabía que la síntesis de proteínas tiene lugar desde el grupo amino al carboxilo, esto indicaba que la dirección de lectura del mensaje genético tiene lugar desde el extremo 5’ al 3’. Cuando el triplete AAC se colocaba en el extremo 5’ del RNA, la asparagina se incorporaba en el extremo amino del polipéptido, confirmando los resultados anteriores, Estos trabajos se publicaron en el J. Biol. Chem., y en los Proc.Natl.Acad.Sci. Posteriormente empecé a estudiar la síntesis de proteínas usando como mensajero el RNA del fago MS2, en lugar de los polinucleótidos sintéticos. La sorpresa fue que utilizando lo que llamábamos ribosomas lavados, si bien había síntesis de proteínas con polinucleótidos sintéticos como el poli A, no la había con el RNA de MS2. Eventualmente purifiqué del lavado de los ribosomas dos proteínas, a las que llamé F1 y F2, que restablecían la síntesis de proteínas con el RNA de MS2. Posteriormente demostré que dichos factores estaban implicados en la iniciación de la síntesis de proteínas, concretamente en la unión del Formil-metionil-tRNA a los ribosomas en presencia del triplete iniciador AUG. Mi emoción fue enorme cuando, poco después de este descubrimiento, Severo me dijo que presentase mis resultados en una reunión científica en Estados Unidos. Eladio, después de trabajar un año con Charles Weissman en la replicación de los fagos MS2 y Qβ, le pidió a Ochoa que le dejase desarrollar un trabajo independiente, a lo que Severo accedió. Eladio caracterizó las proteínas inducidas en E.coli después de la infección con el fago MS2 y en colaboración con Eladio demostramos que todas las proteínas inducidas por MS2 comienzan con formilmetionina, lo que confirmaba la idea de que la formilmetionina era el iniciador universal de la síntesis de proteínas, al menos en bacterias y sus virus. Eladio, además, hizo una aportación esencial para la determinación de los pesos moleculares de las proteínas: la electroforesis en geles de poliacrilamida en presencia de dodecilsulfato sódico. Este trabajo fue ampliamente citado y fue objeto de un artículo en Citation Classics que le pidieron a Eladio. De la estancia en el laboratorio de Severo Ochoa guardo un recuerdo imborrable. Severo nos enseñó a Eladio y a mi, no solamente la Biología Molecular que después pudimos desarrollar y enseñar a nuestra vuelta a España, sino también su rigor experimental, su dedicación y su entusiasmo por la investigación. El seguía día a día el trabajo que se hacía en el laboratorio, y a diario discutíamos con él los experimentos que se habían hecho, y planeábamos los que había que realizar. Tengo un recuerdo especialmente agradable de los almuerzos en los que, además de largas discusiones sobre ciencia, también se hablaba de música, de arte, de literatura, de viajes. Era un rito el paso de Severo Ochoa a las 12 en punto por nuestros laboratorios para recogernos de camino al comedor de la Facultad.

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También tengo un excelente recuerdo de las clases que se impartían a los estudiantes de Medicina de la Facultad por los profesores del Departamento, y a las que asistíamos todos los miembros del mismo. Ello nos dio ocasión de aprender la Biología Molecular desde el punto de vista teórico de la mano de Severo Ochoa y de otros grandes profesores del Departamento. También recuerdo las reuniones de todos los miembros del Departamento en la biblioteca del mismo a las 4 de la tarde donde, junto con el café y las pastas, se discutía de los trabajos que se desarrollaban en el Departamento. Estas discusiones eran extraordinariamente instructivas. En 1967, después de tres años en Nueva York, Eladio y yo tomamos la decisión de volver a España, a intentar hacer trabajo de investigación y a desarrollar la Biología Molecular en nuestro país. Éramos conscientes de que podíamos encontrarnos con un desierto científico, y podría ser difícil o imposible hacer investigación. Por ello, nos planteamos una vuelta condicional. Si las circunstancias no eran favorables para investigar en España, nos volveríamos a Estados Unidos. La primera cuestión que nos planteamos fue el tema de trabajo. Descartamos seguir trabajando en nuestros temas de trabajo respectivos, muy competitivos en aquella época, y decidimos volver a trabajar en un proyecto único pues éramos conscientes de las dificultades que tendríamos al volver a España, y siempre sería más fácil salir adelante si uníamos y complementábamos nuestros esfuerzos. Habíamos seguido un curso sobre virus bacterianos, en Estados Unidos. Precisamente, el estudio de los virus bacterianos había dado lugar a las primeras aportaciones a la Genética Molecular en la década de los 50. Decidimos elegir como tema de trabajo el estudio de un virus bacteriano relativamente pequeño, pero morfológicamente complejo, lo que nos daría la posibilidad de profundizar en su estudio a nivel molecular y de desentrañar los mecanismos utilizados por el virus para su morfogénesis, es decir para formar las partículas de virus a partir de sus componentes, proteínas y DNA. El nombre de este virus es Ø29. Apoyados por Severo Ochoa, con cuya ayuda conseguimos financiación americana de la Jane Coffin Childs Memorial Fund for Medical Research volvimos a España, al Centro de Investigaciones Biológicas en Madrid, a iniciar nuestra aventura. Partimos de un laboratorio vacío que nos proporcionó José Luis Rodríguez Candela, director del Instituto Gregorio Marañón, que tuvimos que equipar, y de entrada estábamos Eladio y yo solos. Afortunadamente, pocos meses después de nuestra vuelta se convocaron las primeras becas del plan de formación de personal investigador, con lo que pudimos seleccionar a nuestro primer estudiante de doctorado, Enrique

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Méndez. Después de él llegaron Jesús Ávila, Antonio Talavera, Juan Ortín, José Miguel Hermoso y Víctor Rubio. Esta fue nuestra primera generación de estudiantes de doctorado. En el verano de 1974, 20 años después de su incorporación como Jefe del Departamento de Bioquímica, con 69 años, Severo Ochoa dejó la Jefatura del mismo. No quería ser Profesor Emérito y pidió a la Universidad que lo mantuviesen simplemente como Profesor de Bioquímica, lo que le concedieron. Pero en esa época le ofrecieron un puesto de Investigador Distinguido en el Instituto Roche de Biología Molecular en Nutley, New Jersey, lo que aceptó encantado. A Severo Ochoa le encantaba vivir en Nueva York por lo que no se trasladó a Nutley. Decía que el ir y venir todos los días de Nueva York a Nutley y viceversa, era un bajo precio que tenía que pagar por vivir en Nueva York. Además, la ventaja es que iba y venía a contra corriente. Severo Ochoa fue un investigador fascinado por los distintos aspectos de la Bioquímica y la Biología Molecular, estando siempre en las fronteras de los mismos y contribuyendo de un modo esencial a todos ellos. Su vida puede considerarse un resumen de la historia de la Bioquímica contemporánea y de las bases de la Biología Molecular. Severo estaba profundamente interesado en la Bioquímica, le entusiasmaba hablar sobre el trabajo en su grupo y nunca tenía secretos respecto a su trabajo. En cuanto se decidió a seguir por el camino de la bioquímica, Ochoa quiso aprender al máximo y estuvo en muchos laboratorios para conseguirlo. Como decía él mismo, fue de un laboratorio a otro y no se preocupó por conseguir una posición estable. De hecho, dicha posición no la obtuvo hasta los 39 años, y en cierto modo, presionado por Carmen, su mujer, quien le dijo que ya era hora de que trabajase independientemente y no bajo la sombra de científicos prestigiosos, animándole a aceptar el puesto que le habían ofrecido en la Universidad de Nueva York. A pesar de su excelente formación en Bioquímica, Severo echaba de menos el no haber estudiado Química, y siempre procuró rodearse de investigadores que dominasen la Química y la Fisico-Química. Por otra parte, aunque la Bioquímica fue su hobby, Carmen trató siempre de que compaginase el trabajo con la música, el arte, el teatro, y los buenos restaurantes. Todos los que conocimos a Severo sabemos de estas aficiones suyas. Severo Ochoa pasó los últimos años de su vida en el Centro de Biología Molecular (CBM), que es un Centro mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de la Universidad Autónoma de Madrid. El CBM fue concebido a comienzos de los años 70 en conversaciones de Severo Ochoa con el entonces Ministro de Educación y Ciencia José Luis Villar Palasí, con el fin de que Severo Ochoa regresase a realizar su investigación en España,

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una vez finalizada su actividad académica en la escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York en 1974. Los avatares políticos hicieron que el proyecto se frustrase en aquel momento, por lo que Severo Ochoa se trasladó en 1974, como Investigador Distinguido, al Instituto Roche de Biología Molecular en New Jersey, como ya he comentado antes. Pocos años más tarde, a mediados de los setenta, el proyecto renació gracias al apoyo del entonces Ministro Cruz Martínez Esteruelas y de Federico Mayor Zaragoza, Subsecretario del Ministerio de Educación y Ciencia que se concretó en una reunión de Eladio con Cruz Martínez Esteruelas, de la que yo fui testigo en la que Eladio le pidió al Ministro que retomase el proyecto de creación del Centro de Biología Molecular a lo que Cruz Martínez Esteruelas accedió. Severo Ochoa volvió a hacer suyo el proyecto, y a ilusionarse con el mismo, pues estaba convencido de que un Centro de esa naturaleza tenía que existir en España. El apoyo e interés de Severo Ochoa hicieron que, además de la ayuda económica del Ministerio de Educación y Ciencia para la construcción de los nuevos laboratorios en la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid, se obtuviese una generosa ayuda de la National Science Foundation de Estados Unidos para el equipamiento del nuevo Centro, en cuyo diseño científico y técnico jugaron un papel importante Eladio Viñuela y Javier Corral, respectivamente. El Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa” se inauguró oficialmente en Septiembre de 1975 por sus Majestades los Reyes, entonces Príncipes de España, coincidiendo con la celebración del 70 aniversario de Severo Ochoa, con un Simposium en el que participaron un gran número de amigos, colegas y discípulos, tanto de España como del extranjero. Entre ellos se encontraba Arthur Kornberg quien, junto con otros colegas, editó un libro titulado “Reflections in Biochemistry” en el que participaron los científicos que habían intervenido en el Simposium. La cubierta del libro fue un dibujo de Salvador Dalí, preparado para conmemorar tan memorable ocasión. Desde mediados de 1977, fecha en que se finalizaron las nuevas instalaciones del Centro de Biología Molecular, Severo Ochoa compartió sus actividades en el Instituto Roche de Biología Molecular en New Jersey con sus estancias en el Centro de Biología Molecular en Madrid, donde dirigía un grupo de investigación sobre los mecanismos de iniciación de la biosíntesis de proteínas en colaboración con sus anteriores discípulos Cesar de Haro y José Manuel Sierra. En el Centro de Biología Molecular, Severo Ochoa ocupaba, al lado de su laboratorio, el despacho que él eligió, sobrio y sencillo, como él era. En este despacho, que seguirá siendo siempre el despacho de Severo Ochoa en el Centro de Biología Molecular, él se reunía con sus colaboradores a discutir el trabajo de investigación que se realizaba en su labora-

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torio, recibía a todas las personas que pedían su ayuda y consejo y, ayudado por su leal secretaria Charo Martín, despachaba los numerosos asuntos que requerían su atenci6n. En 1985 Severo Ochoa se volvió definitivamente a España, al Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa”, en el que hemos disfrutado a diario con su presencia y sus consejos y al que ayudó con todas sus energías, como lo reflejan las importantes ayudas institucionales concedidas al Centro de Biología Molecular, en un principio por el Fondo de Investigaciones Sanitarias y posteriormente, desde 1988, por la Fundación Ramón Areces. Severo Ochoa ha sido para el Centro de Biología Molecular un punto de referencia, un ejemplo y un estímulo continuo para realizar siempre más y mejor investigación. Severo Ochoa puede considerarse el padre de la Biología Molecular en España ya que, directa o indirectamente, ha formado a un gran número de investigadores en este campo, estimulando siempre el desarrollo de la investigación en esta área. Hoy día podemos decir que al menos tres generaciones de investigadores españoles han tenido a Severo Ochoa como maestro. Además, Severo Ochoa desempeñó un papel importante en la creación de la Sociedad Española de Bioquímica en 1963, hoy Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular, con su apoyo y participación en la primera reunión de bioquímicos españoles celebrada en Santander en 1961, donde se gestó la creación de la Sociedad. Severo Ochoa es, sin duda, el ejemplo de una vida dedicada a la investigación, quien ha tenido la Bioquímica como “hobby” y ha ido siempre a la búsqueda de ese “hobby”. Sin embargo, quisiera también recordar al Severo Ochoa amante de la cultura, de las artes y de la música, quien se extasiaba al contemplar los frescos de Goya de la Capilla de San Antonio de la Florida, a la que consideraba la Capilla Sixtina española, o al escuchar los cuartetos de Beethoven o Don Giovanni de Mozart, cuya partitura se sabía de memoria. En esta última faceta de amante de la música de Severo Ochoa, ha sido un privilegio para Eladio Viñuela y para mí acompañarle al Auditorio Nacional a los magníficos conciertos de la Universidad Autónoma organizados por José Peris, amigo entrañable, muy querido por Severo Ochoa. A pesar de su gran prestigio y relevancia como investigador, Severo Ochoa era una persona enormemente sencilla, quien siempre estaba dispuesto a atender a todos los que se acercaban a él y a quitarle importancia a sus méritos y al hecho de haber obtenido el Premio Nobel. En una entrevista que le hicieron en los últimos meses de su vida, le preguntaron cómo le gustaría que le recordasen, a lo que él contestó que como hombre tolerante y bueno, que es lo que creía que había sido. Como hombre tolerante y bueno, como gran investigador y como gran maestro siempre recordaremos a Severo Ochoa.

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Vicepresidente del Grupo Internacional Ferrer

Permítanme expresarles mi satisfacción y agradecimiento por tener la oportunidad de estar, de nuevo, en La Granda entre tantas personalidades y amigos y, al mismo tiempo, felicitar a los organizadores de este acertado “Memorial Severo Ochoa con motivo del centenario de su nacimiento”. Para mí es un honor el poder aportar algunas experiencias personales derivadas de la amistad y trato con que nos distinguió a mi familia y a mí. La Investigación Científica en España

Los problemas de la investigación científica en España son bien conocidos. Aquí se están tratando con el rigor que a Vds. les caracteriza y no son mi tema en el día de hoy, lo cual no me impide lamentar, como todos Vds., que sigamos con una notable insuficiencia investigadora. Sin embargo, hemos de reconocer que en los últimos 40 años se han dado pasos importantes y se han formado grupos, centros y departamentos de nivel internacional, en distintas áreas del conocimiento y especialmente en biomedicina. Al principio de este periodo de tiempo, la percepción de la investigación en el área de ciencias experimentales por el ciudadano de a pie, era escasa y deficiente. El Plan de Estabilidad de 1959 tuvo una importancia trascendental en los cambios económico-sociales de España, de los años posteriores, con una creatividad y expansión industrial, que dieron lugar a lo que. después, se describiría como el “desarrollismo español”.

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En aquellas fechas (1959), yo estaba trabajando como investigador en temas industriales de química orgánica y la noticia de un Nobel español suscitó mi interés, como supongo les ocurrió a otros muchos. Seguí, a distancia y a través de publicaciones su vida científica, aunque mi campo de trabajo estuvo, durante años, alejado de la Bioquímica. Por mi trayectoria profesional dejé pronto mi tarea de investigador para asumir otras responsabilidades que me estimularon, durante más de 45 años, a defender la necesidad de la innovación científico-técnica en la industria y a tener, siempre en mi área de trabajo, Departamentos de Investigación con directores de gran nivel. En este empeño y otros, tales como la expansión industrial en el área químico-farmacéutica y de una manera especial la colaboración universidadempresa (englobando en el término “universidad” los centros científico -tecnológicos oficiales), pude participar activamente en la evolución industrial del país en los distintos Planes de Desarrollo; en Acciones Concertadas de I+D; en la creación de congresos y eventos internacionales (algunos de ellos siguen en la actualidad, con 30 ó 40 años de vida activa), y en actividades para- y pro-universitarias diversas. En la década de los ochenta los laboratorios de ciencias experimentales universitarios y los de las empresas investigadoras habían modernizado el equipo y asimilado tecnologías. Metido ya en el campo biomédico (química fina y farmacia), participé (en representación propia y de la CEOE, que presidía Carlos Ferrer), en una reunión en Valencia, propiciada por el Profesor Santiago Grisolía, en su despacho, con ocasión de una visita del Dr. Kornberg. La reunión versó sobre temas generales, en la línea de qué podía hacerse en España para el desarrollo de la Biotecnología. Para mí fue de gran interés y la recuerdo con gran afecto por la cálida acogida de Santiago, por los temas tratados y porque reforzó la idea de un proyecto mío para estimular la investigaci6n en el área biomédica española. Hacía algún tiempo que había planteado, a mi presidente Carlos Ferrer, la creación de una Fundación financiada por el Grupo Ferrer, que apoyase la investigación biomédica básica destacando a investigadores y trabajos de importancia y actualidad. Todo ello, sin ninguna relación o dependencia mercantil con el propio Grupo. Carlos Ferrer en principio, y a reservas del proyecto final, me dio luz verde haciéndome sólo algunas recomendaciones de prudencia económica. Después cuando pusimos en marcha la Fundación, conociendo a las personas y los objetivos científicos, Carlos Ferrer se entusiasmó con el proyecto y participó con gran ilusión en los actos académicos públicos.

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Al principio de los ‘80, aproveché una estancia en Madrid del profesor Ochoa (con ocasión de una reunión del FISS, del que por razones diversas me sentía muy próximo) para proponerle mis planes: - creación de la Fundación Ferrer para la Investigación (FFI) - constitución de un Comité Científico presidido por él - la FFI otorgaría el “Premio Severo Ochoa a la Investigación Biomédica” básica, dotado económicamente, y financiaría hasta tres becas para post graduados

Su primera reacción fue de un cierto escepticismo, no obstante me pidió documentación escrita sobre el proyecto para pensárselo. Le remití a Nueva York un amplio dossier con estatutos, componentes, objetivos, actos programados etc. Pronto recibí una carta suya aceptando mi proyecto y proponía fechas para una futura entrevista para ultimar detalles y firmar la autorización mediante la cual prestaba su nombre al Premio y Becas de la FFI. Los trámites administrativos oficiales y la aprobación definitiva duraron casi dos años y una vez superado todo pudimos celebrarlo en una entrañable estancia en S’Agaro (Costa Brava catalana). Era el verano de 1985. La primera convocatoria al Premio y Becas fue la del mismo año 1985 y antes de fin de año se reunió, por primera vez, el Jurado. Unos meses después, en una nueva estancia del matrimonio Ochoa en Barcelona, organizamos una visita al Monasterio cisterciense de Poblet, en la provincia de Tarragona, que fue guiada por el Padre Prior, con quien D. Severo departió largo tiempo informándose sobre la historia y actividades del cenobio en aquellas fechas. El magisterio de D. Severo en la Fundación fue muy importante y con sus conocimientos y actividad supo transmitirnos un estilo y unas formas que siguen todavía vigentes. Desde el año 1985, se han otorgado 15 premios “Severo Ochoa a la Investigación Biomédica” y se ha becado a 26 investigadores distintos, de los cuales un porcentaje elevado ha podido disfrutar la beca durante tres años seguidos. Polifacetismo cultural y calidad humana de D. Severo

Era muy ordenado, preciso y cumplidor, ayudado por Charo y de su inseparable agenda roja, donde anotaba sus reuniones, viajes y obligaciones. Le había oído conversar en cinco idiomas, pero, además, era un políglota de los que disfrutaba practicándolos y se esforzaba en hablarlos con gran precisión. Desde el principio, me sorprendió agradablemente la amplia cultura extraprofesional de D. Severo, ya que junto a sus profundos conoci-

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mientos bioquímicos tenía una sólida formación humanística, alimentada por su afición y amor a las artes (música, especialmente la ópera; pintura; literatura, escultura...); historia, arqueología.. . Aparte de tener amigos bioquímicos en todo el mundo, siempre tenía asociado al nombre de una ciudad un valor artístico o arqueológico de sus calles o museos: los impresionistas de París y el Louvre; la ópera y los Brugel de Viena; de Londres, el fondo arqueológico del British Museum o los Turner de la Tate Gallery; de Berlín (aparte de su época de Meyerhof), el Pergamon, la Nefertiti del Museo Egipcio, y un largo etc. Era buen conocedor de la Historia, lo que le permitía extraer acertadas valoraciones que explicaban, por ejemplo, cómo a lo largo de años o siglos se había configurado la situación de un país, tal como el nuestro. Le interesaban las corrientes intelectuales modernas y también los trabajos de los demás, incluso de científicos de campos distintos al suyo y especialmente en áreas de conocimiento nuevas. Valoraba mucho el trato con la juventud por las aportaciones (decía él) que pudiese recibir y, supongo, por la “gimnasia intelectual” que le obligaban a practicar. Alguna vez me explicó que cuando en la NYU le propusieron liberarle de dar clases para concentrarse en la investigación, el prefirió reducir el tiempo docente, pero mantener al menos una clase semanal. Con su calidad humana y su extraordinario y variado bagaje cultural, surgían fácilmente largas y agradables charlas tanto en el entorno familiar, como en sobremesas, veladas y viajes. Severo Ochoa viajero incansable

El alto nivel cultural y de conocimientos, no propios de su especialidad, no era sólo fruto del estudio, que practicó durante toda su vida, sino también de la información y experiencias adquiridas a través de sus múltiples viajes. Severo era, usando un término de moda ahora, un viajero proactivo. Su curiosidad intelectual le llevaba a esforzarse en entender y asimilar otras culturas a través del contado directo con personas, el medio, las tradiciones y la historia. A sabiendas de que le gustaba mucho viajar y que le alejaba de otros problemas (especialmente después de la pérdida de D” Carmen), para nosotros planificar y compartir viajes constituyó una tarea atractiva, que nos permitía recordar o descubrir un cúmulo de monumentos, museos, representaciones musicales (opera principalmente) etc.

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PROFESORA Dª ASUNCIÓN GANDÍA Universidad Católica de Valencia

Me siento muy honrada de que hayan pensado en mí para participar en este curso. Muchas gracias, pero siento defraudarles, porque mis recuerdos personales se reducen a una conversación mantenida con D. Severo, en su casa de Madrid, en una agradable tarde de verano. El motivo de mi encuentro con él, fue a raíz de mi trabajo de tesis doctoral que versó acerca del “Pensamiento Científico de Severo Ochoa. Correspondencia Científica”, bajo la dirección de D. Eduardo Primo Yúfera y con la ayuda inestimable de D. Santiago Grisolía y de Dª Francis Thompson. Trabajo que gracias a D. Julio R. Villanueva, pude publicar en la Fundación Ramón Areces. Al acabar mis estudios, saqué plaza en el Instituto de Játiva (población que se encuentra a 60 km de Valencia), y pensé que era buen momento para iniciar la Tésis Doctoral, ya que siempre mi deseo ha sido seguir formándome. Conversé con el Dr. Hernández Yago, quien me sugirió iniciar la Tésis, aprovechando el legado de material personal y científico que había dejado D. Severo al Instituto De Investigaciones Citológicas de Valencia. Así inicié mi trabajo. Desde el principio me fascinó la trayectoria personal e investigadora de D. Severo y recordando una frase de Hans Krebs “los científicos no nacen, son formados por aquellos que les enseñan a investigar”, pensaba ¿Quién formó a Ochoa? Y me decía: si tengo ocasión se lo preguntaré. No fue una de mis dos preguntas.

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También me preguntaba ¿Cómo fue posible que surgiera en España un científico de la talla de Ochoa, en una época en la que no destacaba ninguna escuela bioquímica importante? Por su correspondencia, he podido ver que junto con Lippman, sus trabajos de Investigación, casi condensan la Bioquímica desde 1940, hasta su fallecimiento, participando siempre en las áreas más innovadoras de la misma. Pero volvamos a esa tarde de verano. Me recibió muy atentamente y le comenté que estaba muy ilusionada con el trabajo y sonriendo me dijo ¿hay suficiente tema? Le abordé con mi primera pregunta: ¿Se habría marchado de España, igualmente, si no hubiera tenido lugar la guerra civil? Me contestó que probablemente sí, porque la Administración española estaba desarrollando permanentemente actuaciones anticientíficas, que impedían investigar y me comentó “Entonces, como hoy, estoy en contra del anticuado sistema de oposiciones a Cátedra de Universidad, en las cuales mas que la calidad científica del candidato, influyen las presiones familiares o políticas que se ejercen sobre los miembros del tribunal”. Añadió que él no disfrutó de un nombramiento permanente, hasta cumplidos los 41 años. Me dijo que pasó por unos veinte laboratorios, antes de tener un nombramiento permanente: “Quizás mi caso fue un poco exagerado, pero sin duda formativo, ahora que veo que en España muchos investigadores, permanecen siempre en el mismo departamento, lo que a mi juicio es incompatible con la buena formación de un investigador” Mi segunda pregunta fue: ¿Cuál considera, como investigador, su etapa más fructífera? Antes de contestarme, como recordando, me dijo que él había trabajado con Meyerhof, Peters y los Cori. Con todos estuvo feliz. De los Cori comentó que, tanto su esposa como él, congeniaron mucho con el matrimonio, pero que “científicamente me atasqué”. Siguió comentando que “en esos momentos Bob Goodhart, un nutricionista que había conocido en los tiempos de Peters, me dijo si quería ir a Nueva York, en calidad de investigador asociado”. Dudé, comentaba, pero Carmen lo resolvió: “Tú has trabajado siempre al lado de científicos famosos. Ya es hora de que salgas del cascarón y te desenvuelvas por ti mismo”. Me parece, decía, que fue el inicio de mi etapa más fructífera. Comencé estudiando la eficacia de la fosforilación oxidativa en extractos de corazón y fue un trabajo reconocido por las diversas aportaciones en el conocimiento de la fosforilación oxidativa, como es la confirmación de la formación de adenosintrifosfato o la cuantificación del efecto de la ATP-fosfatasa.

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Luego, seguía diciendo, realizamos muchos trabajos sobre el metabolismo intermediario, hasta que en 1955, conseguimos por primera vez la síntesis del RNA, en un sistema acelular. Nos centramos en el estudio de la polinucleótido fosforilasa, que la aislamos y purificamos a partir de la bacteria Azotobacter vinelandii, y con la cual conseguimos dicha síntesis. Esta enzima nos sirvió de herramienta para sintetizar gran variedad de ácidos ribonucleicos de composición conocida. Fue Brenner, comentaba, quien me dio la idea de emplear polirribonucleótidos sintéticos, con secuencias de nucleótidos conocidos como mensajeros y un colaborador mío, Lengyel, se aplicó seriamente al trabajo, con otros colaboradores. Así surgió el descubrimiento de que con preparados de E. Coli, el poli U, promovía la incorporación de la fenilalanina en un polipétido (polifenilalanina). Después, me ofreció merienda y comentaba que los trabajos que lucieron en realidad eran la consecuencia de otros tantos realizados a lo largo de muchos años. Le dije que también recopilaba su correspondencia científica y que me llamaba la atención el afecto y respeto con que se trataban entre ellos. También le dije que algunos de los que le enviaban cartas manuscritas, tenían letras imposibles y que Dª Francis Thompson, tuvo que ayudarme a descifrar la letra de Otto Meyerhof. Sonriendo me contestó: ”es cierto, sí, he tenido grandes amigos gracias a la ciencia. Krebs, Grisolía, al que conoces, Word, Peters, los Cori y tantos más que nos han facilitado la vida a Carmen y a mí”. Se levantó, diciendo: Voy a buscar unas palabras que dejó escritas Carmen, acerca de la amistad. Volvió con un texto que decía: “Si no eres capaz de sentir y comprender la amistad, terminarás perdiendo tu interés por el Arte, la Religión, la Naturaleza, en suma todo cuanto es importante en la vida”. Le pedí que me dejara copiarlo y cuando levanté la mirada para darle las gracias, me pareció que estaba emocionado. Seguimos conversando sobre la belleza de Asturias, sobre Madrid y sus posibilidades…, y nos despedimos. La vez siguiente que hablé con él fue por teléfono y me dijo que no se encontraba muy bien. A las dos semanas lo ingresaron. He pensado que en este foro de amigos, estará contento de que suscribamos el pensamiento de su esposa sobre la primacía de la amistad.

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Correspondencia científica de Severo Ochoa

Severo Ochoa mantuvo una extensa correspondencia con los científicos de la época, tratando con gran detalle las investigaciones que realizaban. La relación entre ellos era cordial y confiada: se ayudaban, intercambiaban resultados, compartían reactivos y en muchos casos se interesaban por temas más personales. He estudiado la amplia correspondencia científica mantenida por Ochoa, durante veintidós años, entre el 26 de Mayo de 1939 y el 11 de Julio de 1961. Esta correspondencia se encuentra en el Museo Príncipe Felipe de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. De esta correspondencia cabe destacar la mantenida regularmente con veintiseis científicos. Por ejemplo con Krebs del Departamento de Bioquímica de la Universidad de Sheffield, intercambió datos sobre la oxidación del pirúvico entre 1939 y 1940. Como dato anecdótico Ochoa, en una carta del 1 de Octubre de 1939, le pide informes sobre Stern, que luego sería un estrecho colaborador, y Krebs le habla de sus grandes cualidades. Con Harden G. Word, del Departamento de Bioquímica de la Facultad de Medicina de Ohio, establece una amplia correspondencia, entre 1946 y 1949, acerca de la fijación del anhídrido carbónico. En concreto, se conservan mas de 30 cartas manuscritas en las que se intercambian conocimientos y reactivos. Hablan de la síntesis del ácido cítrico, de la enzima málica, de reacciones de carboxilación o de la fosforilación oxidativa. El 25 de Enero de 1949, hay una carta de Ochoa a Wod, en la que le habla de que han obtenido una enzima que sintetiza citrato. También acerca de este tema intercambia información con Peters, del Departamento de Bioquímica de la Universidad de Oxford, y con Lynen, del Departamento de Química de München. En realidad, con Lynen desarrolló un trabajo conjunto, entre 1950 y 1952, sobre la enzima condensante (citrato sintasa) y la reacción catalizada por ésta. Sobre estudios enzimáticos, mantuvo una amplia correspondencia, de la que destaca la mantenida con A. L. Woff del Instituto Pasteur de París, en los años 1947-48, acerca de la enzima málica. Ochoa le comenta en varias cartas que la enzima purificada de hígado de palomo, cataliza no sólo la conversión de L malato a piruvato y anhídrido carbónico, sino también la descarboxilación de oxalacetato a piruvato y anhídrido carbónico. Otto Meyerhof, de la Universidad de Pensilvania, también habla de estos temas en sus cartas. Se escriben con gran frecuencia en el periodo de 1947 a 1951. También hablan del estudio de la cetoglutárico deshidrogenasa y de láctico deshidrogenasa. Es de destacar que con Meyerhof, mantuviera una relación de total confianza en el plano personal. Hay una entretenida corres-

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pondencia, fechada entre enero y marzo de 1947, en la que Meyerhof le pide a Ochoa que interceda por él para conseguir una beca de 6.000 $ para gastos del laboratorio y manutención. Después de consultarle a Ochoa cuál de sus dos líneas de investigación podría ser más fácilmente subvencionable, decide presentar las dos y le dan el dinero. No es la única ocasión en que tratan estos temas. Con Birgit Vennesland, del Laboratorio de Bioquímica de la Universidad de Chicago, intercambió resultados acerca de estudios enzimáticos de carboxilaciones oxidativas, en 1948. Con Lipmann, del Laboratorio Bioquímico del Hospital General de Massachussets, hizo lo mismo con los conocimientos que tenían acerca de la enzima que interviene en la síntesis del ácido cítrico (1949/1951). Lipmann le envía en varias ocasiones a Ochoa, muestras de COA semipurificada, para sus trabajos y el 22 de marzo de 1949, Ochoa le confirma que ha obtenido la síntesis de ácido cítrico, en extractos de hígado de palomo, con la receta de Stern. En esta carta le comenta que piensa que podrá purificar la enzima condensante, como así sucedió. Si D. Santiago Grisolía no tiene inconveniente, voy a ser un poco más explicita en la correspondencia mantenida entre su primer discípulo postdoctoral y Ochoa. En el Museo, se conservan muchas cartas cuyo marco es el afecto y la confianza. Grisolía le cuenta las investigaciones que realiza como la de la fijación del anhídrido carbónico en el ciclo de la urea con C y sobre el carbamyl L-glutámico. El 25 de septiembre de 1946 Grisolía le escribe una afable carta en la que le cuenta su llegada a Chicago y la buena acogida por parte de los profesores Barron y Evans. Ochoa le contesta a vuelta de correo alegrándose y en la siguiente carta Grisolía le dice que el Dr. Evans le ha asignado un laboratorio con el Dr. Altman, del que dice que es un gran compañero. El 6 de Octubre de 1948, D. Santiago le cuenta sus problemas de estancia, ya que la visa de estudiante se le había terminado. Invariablemente Grisolía le enviaba saludos para Dª Carmen. En sus cartas se cuentan los estudios que llevan entre manos, se intercambian informaciones de otros investigadores, materiales, reactivos. La consideración entre ambos era reciproca. Hay una sencilla carta de Ochoa a Grisolía, que aunque escapa a las fechas de estudio (31 de diciembre de 1979) traigo a colación para demostrarlo. Se ve que D. Santiago había escrito a Ochoa y que éste tardó en contestarle. La respuesta es una reiterada disculpa por haber tardado ya que él y Carmen estaban en Egipto y termina su carta con una felicitación para el 80. Me llama la atención la extensa correspondencia mantenida con Slater del The Molteno Institute de Cambridge, ¡más de 75! Al principio sólo hablan de temas científicos. La correspondencia se inicia con una carta de Severo Ochoa

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en la que le dice que sigue atentamente sus trabajos y que comparte con él su deseo de aclarar la parte desempeñada por el sistema citocromo en la fosforilación aeróbica. Son temas centrales de estas primeras cartas la fosforilación acoplada al cetoglutárico y la reducción fosforilativa del citocromo C. A partir de 1950, las cartas se vuelven más personales, intercalando confidencias amistosas sobre gustos personales o temas de familia. Debió enfermar la esposa de Slater, porque en una carta de 22 de febrero de 1951, Ochoa se interesa por ella. Del 21 de mayo de 1954 es la primera carta conservada en la que Ochoa nombra por primera vez a la enzima Azotobachter. Le comenta a Slater que cataliza la incorporación de P en ATP. Con tres días de diferencia Slater le contesta diciéndole que lo que le cuenta de la enzima le parece de gran interés. El 17 de mayo de 1955, se le ve a Ochoa contento de que Slater vuelva a Amsterdam y en esa misma carta le comenta con detalle que se ha producido un giro imprevisto con la enzima ya que han comprobado que produce la síntesis de polinucleótidos a partir de diversos nucleósidos difosfatos como el ADP, IDP, GDP o CDP. Le cuenta que actúa sobre una mezcla de variados nucleósidos difosfatos, formando polímeros mixtos que contienen diferentes unidades de polinucleótidos. En el terreno más personal Ochoa mantenía correspondencia con científicos de otras áreas como el médico Jiménez Díaz, el geólogo José Maria Albareda o el filósofo Xavier Zubiri. De Zubiri se conserva una hermosa carta en la que éste le recuerda un paseo juntos por la playa, en la que charlaban del sentido trascendente de la vida. Zubiri le dice “todavía recuerdo sus palabras: Pensamos en todo igual excepto en el origen. Usted cree en la existencia de un Ser superior como motor y yo en un instante inicial de Energía; y yo, querido amigo, sigo apostando por la eternidad del amor”. Jiménez Díaz era muy admirado por Ochoa. Al enterarse que el doctor le elogia, Ochoa le escribe: “No son los honores los que a la larga cuentan, sino el afecto de aquellos a quienes se quiere y admira. Sus palabras y sus gestos han sido para mí una de las satisfacciones mas grandes de mi vida”. A partir de la concesión del Premio Nobel, la correspondencia aumenta exponencialmente. De todo el mundo recibe felicitaciones y también invitaciones y agradecimientos cuando visita otras universidades, como es el caso de una sentida carta de Luis Ceruti , director de la Escuela de Química y Farmacia de Chile, que el 23 de Diciembre de 1959 le agradece su visita, interesándose por la salud de Dª Carmen que no pudo acompañarlo, por encontrarse mal. Hay un intercambio epistolar entre D. Eduardo García Rodeja, que había sido profesor de Química de Ochoa en el Instituto y de quien siempre Ochoa conservó un gran recuerdo.

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Tras obtener el Premio Nobel Ochoa, habla de él con agradecimiento y su profesor le escribe el 17 de Octubre de 1959 “al ser el único superviviente en activo de aquel grupo de profesores, me veo todo el día requerido por periodistas y reporteros y me pregunto: ¿Qué valor pueden tener los conocimientos que yo pude transmitirle?... aunque reconozco que estas nobles manifestaciones de gratitud me ayudan a continuar”. Elena Villanueva, Directora del Instituto de Málaga le dice que le han puesto una lápida en el patio donde jugaba y que su compañero de universidad y amigo, el Doctor D. Salvador Marina les ha hecho sonreír al contarles en el acto, que Severo era el mejor, pero... “solo en las materias que le gustaban”. Cuando trabajaba vi una correspondencia entre D. Severo y el padre de Dª Margarita Salas, que por ser de índole totalmente personal no recogí en mi tesis. En ella el padre de Dª Margarita, le cuenta que tiene una hija muy estudiosa y que le gustaría que le orientase porque le tiene gran admiración y que le parece que posee dotes científicas. A los pocos días se inicia una correspondencia entre Dª Margarita y D. Severo que se conserva en el Museo. Ochoa quería entrañablemente a sus amigos. Hay dos textos ilustrativos, una entrañable necrológica a G.T. Cori, al que llama en varias ocasiones su gran amigo, y otro dedicado a A. Komberg con motivo de un homenaje, donde se aprecia al Severo más cálido.

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UN GRAN HOMBRE Y UN INVESTIGADOR NATO UNE SUS FUERZAS AL SERVICIO DEL FUTURO DE ESPAÑA

PROF. RICARDO DÍEZ HOCHLEITNER Presidente del Club de Roma

Honrar su recuerdo es el derecho sagrado de quienes se fueron tras una vida de entrega al servicio de los demás. Homenajear a tales seres es también el primordial deber de los bien nacidos. El caso de Severo Ochoa en su centenario es paradigmático: Aparte de ser, por ahora, el único otro español distinguido con el Premio Nobel de Medicina después de don Santiago Ramón y Cajal, Severo Ochoa fue, por encima de todo, una figura insigne tanto científica como humana. De grandes cualidades personales, él fue todo un caballero, un señor. Además de su gran capacidad científica, sobradamente demostrada, siempre se mantuvo por encima de los debates politiqueros circunstanciales. Él nos dejó una lección de vida, inolvidable e inestimable, por su tesón, perseverancia vocacional, motivación en su trabajo, honestidad y lealtad para con todos sus colaboradores. Ahí están, por ejemplo, sus más de 300 trabajos, empezando con el primero fechado en 1928, publicados en 1975 por el Ministerio de Educación y Ciencia en más de 3.000 páginas. Muchos de sus colegas de profesión y trabajo, aquí presentes –empezando por César Nombela, Presidente de la Fundación Carmen y Severo Ochoa– nos podrían contar cientos de datos y anécdotas relevantes sobre quien tan decisivamente contribuyó a pasar de la Biología Experimental a la Biología Molecular; de la síntesis del ácido ribonucleico al ADN, a la Biomedicina, a la Bioética y a la Medicina Regenerativa e incluso hasta a la futura Medicina Preventiva, de la que ahora se ocupa nuestra Academia Europea de Artes y Ciencias bajo la inspirada orientación de José María Segovia de Arana.

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Repetidas veces, Severo Ochoa dijo: “me marché de España por falta de oportunidades para mi trabajo, además de huir de la violencia. Siempre he procurado un lugar adecuado para mi trabajo”. No extrañe, por lo tanto, que también afirme que “nunca he sido un exiliado político”. Más aún: “Por temperamento soy republicano pero, tal vez, una monarquía constitucional, al estilo de la de Inglaterra o de los países escandinavos, sería la salida más aceptable para España (La Prensa, Buenos Aires, agosto 1968). Por lo tanto, resulta coherente que Severo Ochoa aceptara participar en actividades directamente relacionadas con su actividad profesional y así asistiera ya en 1961, en Santander, a reuniones con bioquímicos españoles, ocasión en la que planteó crear la Sociedad Española de Bioquímica (SEB), la cual terminó constituyéndose formalmente en 1963, en Santiago de Compostela. En 1967 le rinden un entrañable homenaje Camilo José Cela, Pedro Laín, Gregorio Marañon Moya, Jiménez Díaz, etc. en el Restaurante Lhardy de Madrid. Entre los muchos discípulos suyos que siempre le han honrado destacan otros tan eminentes cual Santiago Grisolía, Margarita Salas (y su ya fallecido esposo Eladio Viñuela), Juan Oró, Alberto Sols y Julio Rodríguez Villanueva, respectivamente Presidente y Secretario General de la SEB. Por mi parte, mi admiración y amistad hacia Severo Ochoa nace por circunstancias muy especiales, a saber, en relación con mi definitivo regreso a España, en 1968, para encargarme de la elaboración de un Libro Blanco y consiguiente Ley General de Educación (LGE de 1970) o reforma general del sistema educativo español al socaire de las revueltas universitarias, iniciadas en los EE.UU. y Francia, las cuales llegan en forma de asambleas imparables en la aulas y con manifestaciones en las calles de España, como la más tangible crítica a la dictadura franquista de entonces. Se trata, para empezar, de lograr democratizar la enseñanza, es decir, la igualdad de oportunidades y la educación permanente en esos años en los que se concreta una etapa que bien puede llamarse ahora de pre-transición gracias a la prudente inspiración del entonces Príncipe Don Juan Carlos de Borbón. Así se logra que Naciones Unidas mantenga confidencialmente mi estatus de funcionario en misión especial una vez nombrado Secretario General Técnico y, posteriormente, Subsecretario del Ministerio de Educación y Ciencia. Entre los variados objetivos prioritarios está el de la recuperación de los llamados “cerebros” españoles, intelectuales y científicos relevantes en el extranjero, con miras a la cooperación y la reconciliación al servicio del futuro de España, intento que ya compartí brevemente al final del ministerio ejercido por Joaquín Ruiz Giménez, quién me nombró Inspector General de Formación Profesional Industrial cuando estaba de profesor universitario en Bogotá.

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El bioquímico Severo Ochoa era desde luego, por aquel entonces, el más relevante internacionalmente, aunque también se logró reincorporar, entre otros, a personalidades tan destacadas como Nicolás Cabrera, Francisco Grande Covián (de la Uniersidad de Minnesota, cuñado de Ochoa), Francisco Llorente (de la Universidad de Caracas), Vicente Rojo (de la Universidad de Cali), Carlos Villar Palasí, Juan Linz (de la Univerisad de New York), así como al Dr. Castroviejo, de New York, otro de los estrechos amigos de Ochoa. A fin de contar y asegurar la accesibilidad del Profesor Severo Ochoa recurrí en París a nuestro común amigo Manuel Jiménez Cossío, descendiente de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza y gran compañero mío en la UNESCO. Unas llamadas telefónicas suyas bastaron para que Severo Ochoa me abriera las puertas de par en par pese al alto cargo oficial que desempeñaba yo entonces en España. Allí, en el Medical Center de la New York University, a principios de septiembre de 1968, me recibió muy temprano en su sencillo despacho, tiza en mano ante la pizarra de la pared y enfundado en su bata blanca que tan bien cuadraba con su impresionante cabellera blanca. Tras una conversación muy cordial durante la que le informé de la situación y propuestas de reforma educativa, con particular énfasis en la educación e investigación universitaria, almorzamos en la cafetería universitaria de autoservicio, para continuar luego hasta bien entrada la tarde y culminar finalmente con una cena en el centro de Nueva York, acompañados ya por su mujer, Carmen Grande Covían, sin cuya aquiescencia final no tomaba nunca una decisión importante. Así lo dejó sentado una vez que llegamos previamente a un acuerdo sobre su aceptación de presidir la Comisión de Planificación Universitaria, la cual estaba previsto reunir en Madrid, con Rectores, Profesores y Alumnos, para la segunda quincena de Octubre de ese mismo año. Una de sus ideas fuerza, ya por entonces, era que “a la vista del mundo y de la época actuales, me siento escéptico respecto al futuro de la Humanidad”… “sin embargo, lo esencial es que la juventud comprenda sus responsabilidades”. Entre sus muy valiosas aportaciones al proyecto de reforma debo destacar su insistencia en que el último curso del bachillerato se organizara no sólo en colaboración con la Universidad sino que, de ser posible, debería incluso quedar bajo la supervisión de la misma, para así acceder al título equivalente al de Bachellor universitario norteamericano. De hecho, ése fue el principal impulso inspirador para el establecimiento del COU, o Curso de Orientación Universitaria, para una mejor orientación educacional y vocacional. También insistió mucho en que el examen de selectividad fuera mucho más flexible y sin examen de Estado, otorgando en cambio un cierto papel a las Facultades (así como a las Escuelas Superiores) para poder elegir a los mejores estudian-

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tes candidatos, aunque no sólo a la vista de sus notas sino, sobre todo, en relación con sus actitudes, habilidades, aptitudes e inquietudes o vocación. Ante el proyecto de la reforma de establecer la Diplomatura tras los primeros tres años de estudio, su preferencia era limitarlo a dos años de estudios universitarios. Otro aspecto en el que insistía era que, además de los sistemas de reclutamiento tradicional del profesorado, era imprescindible poder nombrar catedráticos por decreto a personas de reconocido prestigio internacional. Por último y a la vista de la inminente creación por aquel entonces de las Universidades Autónomas de Madrid, Barcelona y Bilbao (además de las Politécnicas de Valencia, Madrid y Barcelona), su más encarecido ruego fue la creación en Madrid de un Centro de Biología Molecular, lo cual se acordó de hecho en 1970, siendo primer Decano (Comisario fundador) de la Facultad de Medicina de la U.A.M. José María Segovia de Arana y su adjunto el Profesor Vicente Rojo. Sin embargo, y si bien la dirección del Centro se la ofreció ya el Ministro José Luis Villar Palasí, el nombramiento definitivo no prosperó hasta 1985. En un plano más personal y una vez establecida nuestra mutua total confianza, durante la cena me pidió que tratara de conseguir para su admirado amigo el Dr. Carlos Chagas, de Brasil, el doctorado honoris causa de la Universidad de Salamanca, muestra una vez más de su compañerismo y gran humanidad. De esa gestión me encargué con particular agrado, tanto más que yo había tenido la suerte de conocer muy bien al Dr. Chagas cuando él formaba parte de la Comisión de Educación de la “Alianza para el Progreso” de la que fui el Secretario Ejecutivo a principios de los años 60. Afortunadamente, mi buen amigo el Rector Felipe Lucena me comunicó la concesión del doctorado honoris causa a los pocos meses. Por mi parte tuve posteriormente ocasión de visitar a Severo y a Carmen varias veces más en Nueva York, muy especialmente con motivo de las reuniones que él me organizó hasta lograr reincorporar a España al doctor Ramón Castroviejo al frente del Banco de Ojos que creamos en 1973, en el seno de la Fundación General Mediterránea, a la que me incorporé al dejar mi cargo en el Ministerio en 1972. Luego ya, de regreso definitivo en España, nos mantuvimos en contacto, al igual que con su cuñado Francisco Grande Covián, hasta que lamentablemente llegó la hora de la despedida definitiva. En la última de sus cartas, que guardo cual tesoro, me decía de su “alegría porque hayamos aprovechado la oportunidad de unir nuestras fuerzas al servicio del futuro de España”.

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Iniciaré esta intervención diciendo que transcurrían los años cincuenta y al concluir el doctorado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en la Universidad de Madrid tuve ocasión de conocer a D. Severo durante una de sus visitas a la casa palacio que los Álvarez Nava, tíos de Dª. Carmen, tenían en Villamayor, Asturias, justo al lado de la casa de mis padres. Más tarde me confesó que en una de esas estancias en Villamayor había escrito uno de los paper más interesantes de su larga carrera científica. Más adelante, al concluir mi doctorado en la Universidad de Madrid, me decidí a escribirle una carta solicitando sugerencias respecto a mi orientación futura. Inmediatamente me contestó proponiéndome ir a la conocida School of Biochemistry con el Prof. Ernest F. Gale, en la Universidad de Cambridge o también con su amigo el profesor T. Gonsalus en la Universidad de Illinois, quien además me ofreció una beca. Sin embargo, él se inclinaba más por el Departamento de Bioquímica en Cambridge aconsejándome que tal vez después fuera a los Estados Unidos. Escribió personalmente al Prof. Gale e inmediatamente me aceptó para trabajar durante un año, que más tarde se extendió a casi cuatro con la propuesta del director para realizar otro doctorado. Durante este tiempo disfruté de becas del CSIC y de la Fundación Ramsay de Londres. La estancia en Cambridge resultó para mí sumamente interesante y facilitó mi consolidación científica en un ambiente realmente formidable para formarse con multitud de clases y reuniones científicas, “Journal Clubs”, seminarios y conferencias tanto en el subdepartamento de Microbiología que dirigía el Prof. Gale como en la famosa School of Biochemistry, que por entonces regía el Prof. F. Young. Eran momentos ciertamente interesantes para el Departamento en los que se incubaba la concesión de nada menos que seis Premios

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Nobel en la famosa Universidad de Cambridge, en el área de la Biología Molecular, el primero al Dr. Sanger por su trabajo sobre secuencias de aminoácidos de la insulina; después le llegaría el segundo por su formidable trabajo sobre los ácidos nucleicos. Durante nuestra estancia tendríamos ocasión de disfrutar de varios reconocimientos científicos a alguna de las figuras de la Bioquímica y de la Biología Molecular. Eran tiempos en los que la Universidad de Cambridge destacaba como en años anteriores con el reconocimiento de sus grandes figuras del área de la Bioquimica. Si antes habían sido J. Watson y F. Crick, luego serían otros investigadores de la Universidad los que alcanzarían el máximo reconocimiento con la concesión del Nobel. Eran ciertamente años florecientes de la antigua Universidad en donde había que contar con las prestigiosas figuras de Malcon Dixon y J. Nedam además de muchos otros de amplio renombre. Para nosotros eran circunstancias especiales en unos tiempos de nuestra formación realmente envidiables y procuramos aprovecharlas de forma bastante aceptable concluyendo nuestro Ph. D. en el verano de 1959. A continuación regresamos al Centro de Investigaciones Científicas del CSIC en Madrid, en donde iniciamos nuestra andadura científica española colaborando en el desarrollo de la Microbiología y de la Bioquímica. La relación con el grupo de Alberto Sols y Carlos Asensio y con M. Losada y con el matrimonio Escobar fue intensa y supuso la base de una relación altamente fructífera. En octubre de 1959, iniciábamos nuestro trabajo con mi esposa, la Dra. Isabel García Acha, en el Instituto Jaime Ferrán de Microbiología, comenzando la selección e incorporación de jóvenes licenciados ciertamente brillantes y que más tarde, terminado el doctorado, salían al extranjero, unos a centros y universidades europeas y otros, la mayoría, a las de los Estados Unidos. Más tarde, después de una intensa labor de formación de buenos investigadores en el CSIC de Madrid, llegó en 1967 nuestro traslado a la Universidad de Salamanca, iniciando el cambio acompañado de los Dres. Federico de Uruburu y María Dolores García López, el primero ya como profesor titular en la universidad. Su colaboración fue decisiva para la puesta en marcha, tanto de la docencia, como de la investigación en la Universidad de Salamanca. La I Reunión de Bioquímicos españoles

Tenía lugar el desarrollo del año 1961 y en una entrevista de las que solíamos mantener en el Centro de Investigaciones de Biología del CSIC de Madrid, el Prof. Alberto Sols y yo, planeábamos la organización de una primera reunión de bioquímicos españoles en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Establecimos un avance del programa sobre

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las posibles sesiones de la reunión y nos fuimos a visitar al profesor José María Albareda, como Secretario General del Consejo. Inmediatamente nos ofreció todo el apoyo necesario y nos pusimos en contacto con el Rector de la UIMP, el Prof. Pérez Bustamante y así comenzaron a darse los primeros pasos de la histórica reunión en la UIMP, que apenas sin darnos cuenta, iba a ser el formidable ámbito inicial de la creación de la Sociedad Española de Bioquímica, sociedad que se constituiría de manera formal a los dos años, en 1963, en la Universidad de Santiago de Compostela, en esta ocasión con asistencia del profesor D. Manuel Lora Tamayo, por entonces Ministro de Educación y Ciencia. En la reunión de Santander participamos unos 120 bioquímicos y especialistas de áreas próximas, especialmente de la Microbiología, presidiendo la reunión los profesores Severo Ochoa, D. Carlos Jiménez Díaz y el mismo D. José María Albareda además del Prof. Jose Luis Rodríguez Candela. A esta reunión asistieron también los profesores Juan Santamaría, que había colaborado en la organización, José Márquez, Benito Regueiro, Santiago Grisolía, microbiólogos y bioquímicos destacados de entonces y varios otros directores de grupos de centros del CSIC y de la Universidad española. El profesor Severo Ochoa en aquella primera reunión marcó la diferencia y se distinguió por su continua presencia en las sesiones científicas y sobre todo, por la cantidad y calidad de preguntas que hacía a todos los comunicantes. La verdad es que este hecho señaló por su gran competencia al Dr. Ochoa ante todos los participantes. A estos hechos se unía también la participación activa de D. Carlos Jiménez Díaz con lo cual demostraba no sólo sus conocimientos, sino también su interés por el desarrollo de la bioquímica. De hecho en la reunión de Santander se fraguó lo que dos años más tarde iba a ser el Primer Congreso Nacional de Bioquímica en Santiago de Compostela y organizado por el Prof. Benito Regueira y el profesor de Fisiología y Bioquímica de aquella universidad. Más tarde, una vez puesta en marcha la Sociedad, a partir de 1963 se decide celebrar congresos de la SEB cada dos años y así tienen lugar reuniones en Granada con asistencia del Prof. Sir Hans Krebs, por invitación del profesor Mayor Zaragoza, Rector de la Universidad y su maestro y por supuesto, el Prof. Severo Ochoa. Más tarde se celebraron otras reuniones en Madrid, Sevilla, Barcelona, Pamplona, etc., De esta forma tenía lugar el afianzamiento de la SEB, que a partir de entonces crece y se consolida, y en especial con la celebración del VI Congreso de la Federación Europea de Sociedades de Bioquímica, la conocida FEBS, que tiene lugar en Madrid en 1969 organizado por la Sociedad y que significa el auténtico espaldarazo de los bioquímicos europeos a la SEB. La colaboración del Prof. Severo Ochoa en contacto con A. Sols y conmigo, y por supuesto con la comisión organizadora, supone una ayuda extraordinaria para la organización de Congreso FEBS de Madrid así como por la

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participación de un conjunto de los más destacados bioquímicos de todo el mundo y en especial europeos entre ellos nueve o diez Premios Nobel. Otro tema por el que nos reunimos con anterioridad con D. Severo fue con ocasión del primer Ciclo de Conferencias que dictó en Madrid, a mediados de los años sesenta, concretamente en la Sociedad de Estudios y Publicaciones, que por entonces dirigía el profesor Xavier Zubiri, gran amigo de D. Severo junto con su esposa Carmen. Aquellas conferencias de Madrid fueron el comienzo de un largo camino de D. Severo por diferentes instituciones científicas y culturales de nuestro país, presentando siempre apoyo a personas e instituciones, en especial al Centro de Biología Molecular del CSIC y la Universidad Autónoma de Madrid. El ciclo de conferencias fue luego publicado en forma de un pequeño libro por nosotros, con anotaciones realizadas por la Dra. Isabel García Acha y el Dr. Carlos Asensio. De forma especial, deseo recordar en estos momentos al Dr. Carlos Asensio, ya que venía a La Granda para colaborar con nosotros para impartir un curso, cuando se produjo la explosión en la casa en donde se había alojado con su familia teniendo lugar entonces su fallecimiento en Luanco. En años sucesivos el Prof. Severo Ochoa, acompañado por Dª. Carmen, nos visitó en Salamanca teniendo así ocasión de conocer nuestro departamento y, sobre todo, la antigua Biblioteca que reúne a cerca de 50.000 ejemplares antiguos con un importante número de manuscritos e incunables, prácticamente desde el siglo X y sucesivos, con famosas obras como la de Dioscórides y otras muy conocidas sobre la Biblia políglota. Esta visita le impresionó considerablemente al Prof. Ochoa, manifestando su consideración hacia la Universidad de Salamanca y su extensa historia, de la cual había sido nombrado Doctor Honoris Causa unos años antes. Más adelante tiene lugar la importante celebración científica de los 75 años de D. Severo, en Barcelona y Madrid, con participación de notables científicos nacionales y extranjeros, en especial el Prof. Wendel Stanley, Premio Nobel por sus descubrimientos sobre los virus, y amigo personal de D. Severo, ya que su hijo estuvo trabajando con él durante su doctorado en la Universidad de Nueva York. Se da la circunstancia de que el Prof. Stanley y su esposa, se vienen con nosotros después del homenaje a D. Severo; visitamos Segovia y nos trasladamos a Salamanca. Le habíamos invitado a dar una conferencia en la Universidad sobre sus descubrimientos de los virus vegetales y la concesión del Premio Nobel. Habíamos cenado y durante la noche se encontró mal y falleció en el Colegio Mayor Fonseca en Salamanca. Afortunadamente, gracias a la ayuda prestada por el Ministro de Educación y Ciencia, Profesor José Luis Villar Palasí, y por el Profesor Felipe Lucena, Rector de la Universidad de Salamanca, las cosas se arreglaron pronto,

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siendo todo facilidades para organizar el traslado de los restos del gran científico a los Estados Unidos. Por otro lado se podía decir que una cosa que tuvo muy presente D. Severo era su especial colaboración con el CSIC, participando en las celebraciones con motivo del 25 Aniversario de la creación del Consejo, con varios otros Premios Nobel y en contacto con el Profesor D. José María Albareda, Secretario General del CSIC y de hecho auténtico responsable de su creación y desarrollo, no sólo en Madrid sino también en otras localizaciones de toda España. Por entonces, de hecho un poco más tarde, con motivo de la jubilación de D. Severo, se organizaron una serie de actos en la Universidad de Nueva York y en el Instituto Roche de Nutley, en New Jersey, a donde se había trasladado a trabajar después de su jubilación de la Universidad de New York. Los actos fueron importantes y en ellos participaron, en el Instituto Roche y en la Universidad, destacadas figuras de la Bioquímica mundial, actos a los que varios de nosotros fuimos invitados y en los que tuvimos una breve intervención. Al regreso de esta estancia en Nueva York en el viaje de vuelta a Madrid, coincidimos en el mismo vuelo de Iberia con el matrimonio Ochoa, teniendo así ocasión de continuar nuestras conversaciones sobre varios aspectos del homenaje y sobre otros acontecimientos de aquellos días en los Estados Unidos. Lo que sí pudimos apreciar en las diferentes intervenciones fue el gran aprecio y simpatía de que disfrutaba D. Severo entre sus colegas y amigos americanos, así como de otros países avanzados. La verdad es que constituía comentario general al gran reconocimiento del Nobel español en los diferentes ambientes de la Bioquímica por todo el mundo, posiblemente uno de los bioquímicos que disfrutaba de más reconocimiento y simpatía, algo que pudimos observar en años posteriores por los sucesivos contactos y conmemoraciones en Madrid. De hecho D. Severo fue elegido Presidente de la UIB durante dos mandatos seguidos, algo que hablaba suficientemente claro sobre su personalidad y aprecio entre todos los bioquímicos. Al tratar sobre la personalidad de D. Severo Ochoa, forzosamente hemos de mencionar los contactos posteriores, tanto en su casa de Madrid, como con ocasión de diferentes viajes y reuniones por España. Una oportunidad única que tuvimos para acompañar a D. Severo eran los frecuentes encuentros en Oviedo, con motivo de la reunión de los jurados del Premio de Ciencias y Tecnología de la Fundación Príncipe de Asturias, y más concretamente, en el gran Hotel de la Reconquista. De un lado la amenidad de las tertulias con D. Severo, simplemente tomando un aperitivo, o durante las comidas, contando anécdotas y comentarios científicos; de otro observando la manera de manejarse en las reuniones del jurado con el análisis de los curricula de los candidatos a los premios. Generalmente no solía hablar mucho, simplemente observaba y después,

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a la vista de los comentarios de los demás miembros del jurado, siempre emitía su veredicto, generalmente crítico pero acertado; raramente se equivocaba. Desde nuestro punto de vista, era un espectáculo apreciar sus atinadas observaciones y los consiguientes comentarios. Se podía apreciar su experiencia a la hora de emitir sus juicios. Como preocupación general, era contrario a reunir jurados demasiado amplios, difíciles de manejar, siempre se manifestaba a favor de seis u ocho miembros como máximo. Todo un contraste con la situación que vivimos ahora con más de veinte componentes de los jurados. Después de la muerte de Dª. Carmen, las reuniones con D. Severo fueron relativamente más frecuentes, bien en su casa a última hora de la tarde y generalmente con la compañía de Marino Gómez Santos, mientras que otras veces nos reuníamos a cenar en algún restaurante conocido que a D. Severo le agradaba, unas veces, en Casa Lucio y otras en El Pescador, restaurante preferido por él, sobre todo por la calidad del marisco. Precisamente estas amenas reuniones, me recuerdan las que con ocasión de los Premios en Oviedo celebrábamos en alguno de los restaurantes más conocidos como Marchica, El Arco o algún otro del entorno del Ayuntamiento, generalmente con la compañía del matrimonio López Cuesta; siempre el marco y la reunión resultaban agradables y desde luego, con las intervenciones de D. Severo o de D. Francisco Grande Covián, siempre interesantes y entretenidas. La verdad es que más tarde, la falta de D. Severo se hizo notar mucho, tanto en las reuniones de Oviedo, como en las de Madrid. Recuerdo ahora una reunión del Comité Científico, que D. Severo Ochoa presidía en la Fundación Ramón Areces. Nos habíamos trasladado al Hotel Reina Victoria de El Escorial, en donde nos reunimos para planificar actividades de la Fundación, siempre con el conocimiento y beneplácito de D. Ramón. D. Severo estuvo sereno pero muy elocuente proponiendo actuaciones y compartiendo opiniones con los demás miembros del Consejo Científico. Sus sugerencias eran siempre interesantes, sobre la base de su larga experiencia. La reunión concluyó con un agradable almuerzo al gusto del Presidente del Comité. Allí se habló de futuras reuniones y de los pasos a dar en la Fundación. Años más tarde, cuando faltó D. Severo, el Prof. Mayor Zaragoza fue designado para sustituirle como Presidente del Consejo Científico, cargo que viene desempeñando desde entonces. Otro aspecto que siempre nos ha impresionado con relación a D. Severo, era la formidable relación científica que había mantenido a lo largo de los años con científicos de auténtica talla intelectual, algo que se había puesto en evidencia con la publicación de una tesis doctoral efectuada por la Dra. Asunción Gandía, precisamente invitada y participante en esta reunión del 2005 en La Granda. Parece ser que el Prof. Santiago Grisolía, como buen conocedor del material del que se disponía, había sugerido a la doctora Gandía, la realización de una tesis

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doctoral sobre el pensamiento científico de D. Severo Ochoa sobre la base de las cartas y escritos depositados en el Museo. La publicación, por parte de la Fundación Ramón Areces, se nos propuso desde Valencia. El tema fue trasladado al Consejo Científico y más tarde aceptado y propuesto para su publicación. En la portada del libro aparece la medalla del Premio Nobel concedida a D. Severo y sobre ella está escrita la siguiente sentencia del propio científico, escrita a mano: “No penséis que va a ser de vosotros; si trabajáis firme y con entusiasmo la ciencia llenará vuestra vida”. El contenido del libro es extraordinario, conteniendo una correspondencia científica verdaderamente apasionante y para juzgarlo solamente hay que analizar el prólogo y en especial la introducción insertada por la Dra. Asunción Gandía. La memoria recoge el pensamiento científico del Dr. Ochoa desde 1928 hasta 1961 y se aprecia como en su personalidad destaca su gran vocación por la docencia y la investigación. También se relata cómo D. Severo trabajó junto a grandes investigadores, con los que recibió una amplia formación básica; entre ellos destaca el Prof. Meyerhof, del Kaiser Wilhelm Institut de Alemania, M.H. Dudley, del Medical Research Council de Londres, Sir Rudolf Peters, de la Medical School de Oxford y el matrimonio Cori, de la Washington University School of Medicine de St. Louis, Missouri. Interesa recordar que a partir de 1942 D. Severo ingresa en la New York University, College of Medicine, donde realiza una labor docente e investigadora durante 32 años, y donde ocupa diferentes posiciones en los departamentos de Farmacología y de Bioquímica y posteriormente como Jefe de tales Departamentos. En la obra se relata los trabajos del Prof. Ochoa sobre fosforilación oxidativa y posiblemente la Dra. Asunción Gandía en estas sesiones de La Granda relatará pasajes de la obra durante su programada intervención. Aunque D. Severo se interesó por el tema de la fosforilación a partir de los años treinta comenzando a trabajar en la Universidad de Oxford sobre la fosforilación oxidativa en 1938 con el Prof. Sir Rudolf Peters del Departamento de Bioquímica, los resultados de las investigaciones ciertamente le apasionaron y le llevaron a trabajar sobre el tema durante más de 10 años. En el libro de la Dra. Asunción Gandía se describen las sensaciones de los estudios sobre la fosfolización oxidativa y de cómo estos trabajos le llevaron a describir como la fosforilasa catalizaba la síntesis de polinucleótidos. A partir de este momento se iniciaron los estudios para el desciframiento del código genético; D. Severo lo describía de la forma siguiente: “En poco más de un año habíamos encontrado la composición (pero no la secuencia) de bases de la mayor parte de los 64 tripletes de la clave genética y abierto el camino para el desciframiento total de la misma por los grupos de Niremberg y Khorana.” De hecho muchos han reconocido que posiblemente D. Severo podía haber compartido otro Premio Nobel con los Dres. Niremberg y Khorana.

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En la obra antes mencionada se recoge la correspondencia realmente apasionante del Prof. Ochoa con una serie de personalidades El primer trabajo en el J. Biol. Chem. lo publicó D. Severo con el Dr. F. Valdecasas, recientemente fallecido, habiendo sido enviado y aceptado con pequeñas correcciones. D. Severo estaba, pues, orgulloso de su dominio del inglés y satisfecho porque años más tarde fuese elegido para el Comité Editorial de tan destacada revista. Poco después se interesó por trabajos de Otto Meyerhof, quien solicitó su ingreso en 1929 en el Kaiser Wilhelm Institut de Berlín, trasladándose más tarde a Heidelberg, en donde se inauguraba una nueva sede del citado instituto. Los trabajos de Meyerhof demostraban la formación del ácido láctico, fuente indispensable de energía para la contracción y relajación muscular, aunque poco después el Dr. E. Lundsgrand de la Universidad de Copenhague, postuló que el ácido láctico no era necesario para el trabajo muscular, razón por la que el Prof Meyerhof encargó a Ochoa la revisión de ambas teorías, abriendo el camino al conocimiento de la fosforilación oxidativa. La trascendencia del trabajo de Ochoa fue importante llegando a la conclusión de que 1) existen otros componentes diferentes de los hidratos de carbono que se utilizan en la contracción muscular, 2) el ácido láctico no era esencial, 3) la disociación del fosfato de creatina es fuente de energía para la contracción y el compuesto se regenera en la respiración. Pasados los años, concretamente en 1929, el Dr. Ochoa y su esposa marchan a Londres a trabajar con el Prof. Henry Dale aunque no sobre la fosforilación, sin embargo esta nueva estancia influye decisivamente en la orientación posterior de D. Severo hacia esa línea. Resulta interesante seguir la descripción que en el libro de la Dra. Asunción Gandía se hace sobre el trabajo posterior del Prof. Ochoa sobre la enzima glioxilasa, descubierta por Neuberg en Alemania y Droken y Dudley en los Estados Unidos. El futuro del Premio Nobel se inscribe en su interés por la glicolosis. En el año 1934 el Dr. Ochoa pasa a formar parte del grupo dirigido por el Dr. Henry Dale, publicando un trabajo sobre la influencia de las glándulas adrenales en la química de la contracción muscular. Coincidiendo con la estancia del Dr. Ochoa en el Departamento de Henry Dale, los investigadores demostraron la formación de acetilcolina en el ganglio superior cervical del perro, por la estimulación de fibras nerviosas cervicales del sistema simpático, trabajo que fue de gran impacto participando D. Severo en el entusiasmo del descubrimiento. Posiblemente resulta interesante mencionar así mismo, la correspondencia mantenida entre el Prof. Ochoa y un conjunto de destacadas figuras internacionales de la Bioquimica, pudiéndose mencionar al Prof. Hans Krebs, por entonces en el Departamento de Bioquímica de la Universidad de Sheffield y antes de

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trasladarse a Oxford con Dr. Harlan C. Wood de la Facultad de Medicina de la Universidad de Ohio. Tiene interés también la mantenida con Sir Rudolf A. Peters del Departamento de Bioquímica de la Universidad de Oxford, con el Prof. Feodor Lynen de la Universidad de München, con Andre Lwoff del Instituto Pasteur de París, con Otto Meyerhof en la Universidad de Pensylvania, con B. Vennesland de la Universidad de Chicago, con Lipmam del Hospital General de Massachussets, con S. Grisolía en la Universidad de Kansas, y por último con E.C. Slater, del Molteno Institute de la Universidad de Cambridge. Asimismo, se recogen los discursos sobre G.T. Coir, con motivo de su fallecimiento, y sobre A. Kornberg, con ocasión de un merecido homenaje de los científicos y amigos. Deseamos destacar la correspondencia mantenida con el Prof. C. Jiménez Díaz y con bioquímicos tan eminentes como J.R. Stern, E.R. Stadman, J. B. Summer y tantos otros, piezas clave del posterior desarrollo de la Bioquímica. D. Severo Ochoa en la Fundación Ramón Areces

Fue una decisión personal de D. Ramón Areces, la incorporación de D. Severo como Presidente del Consejo Científico de la Fundación, situación en la que el Premio Nobel se encontraba cómodo. A decir verdad, D. Severo no frecuentó demasiado la Fundación pero en algunas ocasiones, cuando nos visitaba, subrayaba su interés por ella poniendo claramente de manifiesto su aprecio personal hacia el fundador. Con anterioridad D. Ramón había hecho gestos personales por otra gran figura como D. Claudio Sánchez Albornoz, al que había ofrecido una ayuda especial y cuantiosa para su regreso a España. El profesor Severo Ochoa se reunió en algunas ocasiones con el Consejo Científico de la Fundación y en especial recordamos una reunión memorable ya mencionada, celebrada en el Hotel Victoria de El Escorial, en la que se abordaron diferentes temas para el desarrollo futuro de la Fundación. Sus sugerencias eran siempre bien recibidas, consecuencia de su gran experiencia en temas científicos. La verdad es que D. Severo producía siempre interés en sus breves intervenciones y sus opiniones eran siempre bien acogidas en nuestro ámbito y en el desarrollo de las actividades.

La visita a la casa museo de Salvador Dalí

Al coincidir la fecha en que el Prof. Severo Ochoa cumplía 70 años, con la celebración en Barcelona y en Madrid del aniversario al que acudieron grandes figuras de la Ciencia, el Prof. Juan Oro, desgraciadamente desaparecido en fechas recientes, organizó una visita que resultó inolvidable al genial Salvador Dalí en su casa de Cadaqués. Éramos un grupo reducido de científicos

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y amigos de D. Severo, como el Prof. Wendell M. Stanley, Premio Nobel. Cabe recordar también a los profesores Alberto Sols y Carlos Asensio, acompañados de sus esposas, y el matrimonio Villanueva y el de Juan Oro, etc. La visita, a través de las diversas habitaciones de la casa, con el burro disecado e inmortalizado en las escaleras, culminó en la terraza decorada con grandes huevos. Salvador Dalí nos recibió con un ejemplar del J. Biol. Chem. bajo el brazo y su inseparable bastón. Nos expuso sus teorías sobre el DNA, el origen del mundo y la evolución. En una de las estancias se había unido al grupo Gala, la esposa de Dalí, que nos acompañó durante toda la visita. La reunión celebrada después en el jardín de la casa resultó ser realmente memorable. Salvador Dalí nos obsequió en dos ocasiones mas tarde, con sendos dibujos sobre el DNA, grabados que constituyeron el símbolo de algunas reuniones de la SEB, en especial la correspondiente al Congreso de la FEBS, celebrado en Madrid en 1969 como ya hemos mencionado. Llegado este momento, son muchas otras las pinceladas que se nos ocurren de nuestra larga relación continuada y, a veces, accidental con Severo Ochoa, y sobre ellas expondremos unos breves comentarios. Nos agrada recordar también la relación de D. Severo y Louis Leloir, que ha sido intensa a lo largo de muchos años con sus visitas tanto en Buenos Aires como en Nueva York. Por otra parte nos consta que D. Severo mucho tuvo que ver con la concesión del Premio Nobel al Dr. Louis Leloir. Y entre ellos no cabe duda que existía más que una gran amistad, siempre viva entre los dos matrimonios con especial aprecio y simpatía. En este momento recordaremos las vivencias y sufrimientos del Dr. Leloir con ocasión de una reunión del Jurado del Premio Príncipe de Asturias, del que había sido invitado a formar parte. Coincidía la reunión con los días de mayor intensidad de la guerra de las Malvinas. El Dr. Leloir, no se separaba de su pequeño aparato de radio con el que seguía todas las noticias. Recuerdo en especial su sufrimiento con ocasión del hundimiento del buque insignia argentino General Belgrano por el bombardeo de un destructor de la armada inglesa. Otra anécdota sería con motivo del homenaje de la Real Academia Nacional de Medicina a D. Severo, que por especial invitación desarrollaba una conferencia en su sede. A este acto asistía, como invitado especial, D. Ramón Areces. Al concluir el mismo, nada se había previsto por parte de los organizadores, pero la presencia de D. Ramón salvó la situación un tanto sobre la marcha; el anfitrión invitaba a un pequeño grupo a cenar en el famoso restaurante Jockey. Entre los invitados se encontraban, el Dr. Zumel y señora, el Dr. Alberto Sols y señora y nosotros con un reducido número de personas y el profesor Severo Ochoa. Recuerdo como en aquella cena disfrutaron D. Ramón y D. Severo y constituyó un motivo más para sellar esa amistad y cordialidad sincera.

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Más tarde, pasado algún tiempo, recordamos otros interesantes momentos. Concretamente la asistencia de D. Severo al entierro del Dr. Alberto Sols en su pueblo natal de Sax (Alicante), al que también nosotros asistimos, y fue otro motivo de recuerdo de la amistad entre D. Severo y Alberto. Acompañado por un conductor y en su coche, se trasladó desde La Granda a Alicante y Sax, poniendo así de manifiesto su aprecio al gran científico Alberto Sols. Recordaremos que ambos habían sido piezas claves del desarrollo de la Bioquímica en España. El trayecto de la iglesia al cementerio se hizo a pie y durante el paseo D. Severo, al que acompañábamos Isabel y yo, junto a los Dres. Claudio Fernández Heredia y Carlos Gancedo, se encontró mal, sufriendo un pequeño mareo, posiblemente a causa del calor y de la insolación del recorrido. Tuvimos que ayudarle a retirarse a un pequeño comercio, creo que era una lechería, en el que se recuperó después de ser atendido amablemente por la dueña. Después prosiguió su camino hasta el cementerio. Posteriormente partimos juntos para almorzar en un restaurante de la carretera a Madrid. A continuación nos separamos, siguiendo él su camino de regreso hacia Asturias y nosotros hacia Segur de Calafell, provincia de Tarragona. Severo Ochoa apreciaba mucho a Alberto Sols y lo puso de manifiesto con este viaje del último adiós. Se entendían bien, algo que se podía apreciar desde los primeros momentos de la reunión de la UIMP de Santander y después de la Sociedad Española de Bioquímica y en tantas sesiones en las que la planificación de reuniones científicas se organizaban previo acuerdos de Madrid y Nueva York. Por eso en alguna ocasión posterior nos comentaba lo que significaba Alberto Sols para la Bioquímica española a través de su mentalidad y de sus acciones. La SEB, sin duda tiene contraída una gran deuda con los dos científicos que habían hecho tanto por la construcción de la base de la futura bioquímica española. Otros han recogido el testigo y han contribuido a su formidable desarrollo. La presencia actual de mas de dos mil científicos pertenecientes a la SEB, lo atestiguan y son una garantía de los caminos diseñados con sus errores y aciertos. Por todo ello, en su momento, tratamos de liderar una batalla con el fin de que al Instituto de Investigaciones Biomédicas del CSIC, se le adjudicara el nombre de Alberto Sols. El profesor César Nombela, como Presidente del CSIC, junto con científicos como el gran investigador Carlos Gancedo y varios otros del mencionado Instituto, recogieron el mensaje y lo llevaron a feliz término al adjudicarle el nombre del destacado investigador. Podemos recordar además que precisamente el año pasado se celebró en la Fundación Ramón Areces un homenaje al Prof. Sols y en el que participaron la gran mayoría de sus discípulos y amigos. Con este motivo se publicó un libro que servirá de recordatorio, editado por la Fundación. El nombre del Prof. S. Ochoa ha estado presente en no pocas de las intervenciones.

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Aún nos quedan otras anécdotas curiosas, y creemos interesantes, por referir. En otra ocasión fuimos testigos, Carlos Asensio y yo, del momento en el que el Prof. Ochoa hacía entrega al Prof. Santiago Grisolía de todo su tesoro de títulos, medallas y distinciones, en su casa de Madrid, en presencia de su esposa Dª. Carmen. El acto consistió en ir depositando en una gran maleta todos los documentos y medallas que D. Severo poseía, para su posterior traslado a Valencia. Podíamos apreciar como Dª Carmen asistía al acto impávida pero aparentemente disgustada por desprenderse de este tesoro. Más tarde nos comentó que no comprendía como toda esa herencia de muchos años de D. Severo, no se quedaba en alguna institución en Madrid o en Asturias. Aun hoy nos cuesta creer que esto no fuese así pero la verdad es que nadie, ni en un sitio ni en otro, se interesó por este tesoro. De hecho sólo una colección de cuadros y obras de arte, fueron a parar a1 museo del Ayuntamiento de Gijón. Carlos Asensio y yo no comprendíamos que nadie en Asturias ni en Madrid, por ejemplo en la Fundación Jiménez Díaz o en la Universidad de Madrid, se interesara por el tema, en donde D. Severo había hecho historia. Y todas las distinciones y premios viajaron a Valencia, en donde, a decir verdad, Santiago Grisolía encontró el lugar adecuado para su colocación. Primero en el Instituto Citológico y después en el Museo de Ciencias, Grisolía proporcionó unas instalaciones realmente adecuadas y hasta brillantes para su posterior localización. En el lugar actual la exhibición de títulos y distinciones es realmente formidable, casi de lujo y la visita a la actual localización bien merece el reconocimiento general por la habilidad del Prof. S. Grisolía para encontrar los recursos para una excelente exposición. Además su esposa Francis, encontró el tiempo necesario para la completa clasificación del material, incluyendo abundantes cartas, cuadernos y manuscritos de los proyectos de investigación realizados de propia mano por D. Severo. Por tanto vaya con estas líneas nuestro reconocimiento por lo conseguido con la exposición permanente del nuevo Museo de Ciencias de Valencia, puesta al alcance de todas las personas que quieran visitarla. Severo Ochoa y Marino Gómez-Santos

A lo largo de los años, sobre todo desde que faltó Dª Carmen, he sido testigo de la buena relación de D. Severo con el que iba a ser su biógrafo D. Marino Gómez Santos. A lo largo de muchas reuniones en su casa o en sesiones de cenas en muy diferentes lugares de Madrid, pudimos apreciar la sintonía que entre ambas personas existía y sobre todo, la forma en que Marino atendía a D. Severo, bien solucionándole asuntos, o bien simplemente acompañándole en sus momentos de soledad. De esta forma, Marino estaba siempre a las órdenes de D. Severo para atenderle y hacerle más agradable la vida. Existen publicados

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numerosos datos sobre esta compañía, la de Marino y Angelines su esposa. Gracias a ellos pudo superar tantos momentos de soledad y de apatía un científico un tanto triste y no demasiado convencido de que la vida proseguía. El desconsuelo del Premio Nobel era en algunos momentos grande, ciertamente difícil y sin duda el matrimonio Gómez Santos hizo mucho para acompañarle en esos difíciles momentos. El acompañamiento de estos amigos, se puso más en evidencia en las horas de la enfermedad y cuando D. Severo más lo necesitaba, en la misma Clínica de la Concepción, en donde más tarde falleció. Recuerdo también ahora el día en que acompañando a Gómez Santos nos acercamos, a hora temprana, al aeropuerto de Barajas a recibir a D. Severo, enfermo, que regresaba de New York. Le recogimos en el mismo avión de Iberia y le acompañamos en la ambulancia hasta la Clínica de la Concepción, en donde tratado adecuadamente como él se merecía, pronto se recuperó regresando a la vida normal. Fue entonces, cuando con cierta frecuencia acompañamos, con el matrimonio Gómez Santos, a D. Severo en su casa en tertulias en las que a veces nos refería anécdotas, momentos de su vida científica y humana, haciendo destacar vivencias en las que en Alemania o en Inglaterra y más tarde con el matrimonio Cory en Estados Unidos, había disfrutado con su trabajo y en sus paseos, haciendo a veces vida social en especial en Oxford, con Sir Rudolf Peters o con el matrimonio Chain, en veladas caseras en las que el Premio Nobel de la penicilina, les deleitaba tocando el piano, contribuyendo así a hacer la sesión más atractiva. El agradecimiento hacia estos científicos era realmente inmenso y lo relataba como algo realmente extraordinario. Severo Ochoa había mantenido también estrecha relación con el Prof. Federico Mayor, en gran parte responsable de la puesta en marcha del Centro de Biología Molecular, ahora denominado Severo Ochoa, como científico y como ministro. Desde mi personal perspectiva, puedo decir que ambos científicos se entendieron muy bien, llevando a cabo iniciativas importantes que habían de consolidarse en hechos ciertamente positivos, bien para la Sociedad Española de Bioquímica o del Centro de Investigaciones Biológicas. De todo ello ha sido testigo la secretaria Charo, hoy afortunadamente presente en estos actos. Sin duda que esta persona sumamente efectiva y callada, como buena secretaria, podía hacer referencia a hechos y momentos vividos en el CBM en donde D. Severo mantenía su despacho durante los años en los que aún iba al Centro de Biología Molecular. Y ya para concluir, dentro de este conjunto de recuerdos y de anécdotas vividas con D. Severo, tendríamos que hacer referencia a las sensaciones vividas en su compañía en los viajes a Oviedo con motivo de las actividades del jurado que él presidía para la concesión de los Premios Príncipe de Asturias. Puedo recordar las ocasiones, que fueron varias, en las que acompañé a D.

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Severo entre Madrid y Oviedo en su propio coche. La verdad, es que era un deleite viajar en su compañía durante varias horas, contando anécdotas de su vida americana o europea. Nos refería historias reales, vividas en compañía de las máximas figuras científicas por las que manifestaba gran admiración y aprecio. Y algo de esto, pudimos apreciar en Cambridge, cuando .jubilado el Prof. Sir Rudolf Peters, y retirado ya de la universidad de Oxford, coincidimos algunas veces con él en el departamento de Bioquímica, concretamente en la biblioteca y al saber nuestra relación con D. Severo, recordaba y ponía de manifiesto su aprecio al matrimonio Ochoa haciendo referencia a momentos vividos en su grata compañía. El aprecio personal hacia D. Severo era inmenso, algo que se notaba en sus palabras y en la conversación que a ratos manteníamos en los encuentros de la citada biblioteca. De los mencionados viajes a Asturias también podríamos referir anécdotas sabrosas y curiosidades del momento, por ejemplo, cuando en el viaje parábamos a comer en un restaurante de Tordesillas, siempre en el mismo. Por cierto, que en una ocasión así, llovía torrencialmente teniendo dificultad para salir del coche. Se dio la circunstancia de que al llegar a Oviedo lucía un sol extraordinario, cosa que comentaba D. Severo como anécdota del viaje. Recuerdo también cómo en otra ocasión, en vez de regresar de Oviedo a Madrid por Tordesillas, se empeñaba en hacerlo por la antigua carretera de León-Palencia, porque según él, por allí lo hacían ellos siempre. Precisamente en este viaje de regreso teníamos pensado parar a almorzar en Valladolid, pero aunque buscamos el restaurante famoso y conocido por él no lo pudimos encontrar. De esta forma continuamos la vuelta por Olmedo de los Caballeros y, al fin, nos paramos a almorzar en un pequeño restaurante en donde curiosamente la hija del dueño, al reconocer a D. Severo, no dejó un momento de sacarnos fotografías, eso sí, sin pedir permiso. Y ya en el camino nos paramos un momento para repostar gasolina y a la hora de pagar se dio cuenta que no llevaba dinero, haciéndome yo cargo del importe. El caso es que una vez que proseguimos el viaje, como estaba lloviendo y en la carretera, detrás de los camiones, salpicaba el barro al parabrisas y se hacía dificultoso conducir, nuestra preocupación era grande, máxime sabiendo que D. Severo sólo disponía de un ojo para hacerlo. Después de una larga y penosa travesía llegamos felizmente a Madrid con lo que, en cierto modo, el viaje y la pesadilla terminó sin más sobresaltos. Podríamos continuar contando anécdotas y vivencias tenidas con D. Severo, pero por el momento ya nos parece suficiente.

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D. ENRIQUE MACIÁN DuPont-Asturias

El Profesor Severo Ochoa es sin duda uno de los asturianos, e incluso españoles, de oro del siglo XX. Su amor por la ciencia se tradujo en un enorme legado en el que destacamos la pasión que transmitió a todos los investigadores que tuvieron el honor de compartir con él un laboratorio, un aula, un café. El profesor cabalgó toda su vida sobre un particular caballo de batalla: el convencimiento de que la Ciencia es uno de los motores del desarrollo de una sociedad. A difundir y luchar por esta idea consagró parte de su vida. Como él, DuPont apuesta por la Ciencia como el camino por el que pasa la satisfacción de las necesidades básicas de la humanidad. Asturias vio nacer, fruto de esta coincidencia de principios, al Premio DuPont de la Ciencia, del que el Profesor fue Presidente hasta su fallecimiento. “Es necesario que las grandes compañía apoyen a la ciencia (…) la ciencia siempre vale la pena, porque sus descubrimientos tarde o temprano siempre se aplican” solía repetir. El recuerdo de nuestro insigne Profesor sigue vivo en cada edición de este premio, presidido ahora por uno de sus más queridos discípulos, D. Santiago Grisolía. Nunca podremos devolver a Severo Ochoa lo que él nos dio, pero no debemos dejar de intentarlo. En palabras del insigne maestro: “Si os apasiona la Ciencia, haceros científicos. No penséis lo que va a ser de vosotros. Si trabajáis firme y con entusiasmo, la Ciencia llenará vuestra vida”

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Líderes en la carrera científica

Severo Ochoa y DuPont han sido pioneros dentro del mundo de la investigación y el desarrollo. Líderes en la carrera científica, sus aportaciones a la Ciencia son mundialmente reconocidas. El premio Nobel, cúspide del estudio y la investigación, es la muestra de su éxito en la investigación y desarrollo. El investigador español alcanzó el galardón en 1959 en el campo de la Medicina y Fisiología. En la historia de DuPont, C. Petersen, y A. Heeger, recibieron el Premio Nobel en Química en 1987 y 1990 respectivamente. Amplio desarrollo científico

Estas dos vidas dedicadas a la Ciencia, se caracterizan por su continuo desarrollo, y aportaciones. Severo Ochoa no consideraba el Nobel como una meta, el fin de un camino, sino como el inicio de otro nuevo. El ansia de investigar hizo que sus aportaciones se extendieran a diferentes campos y estudios: la fotosíntesis, el desciframiento del código genético, la glucólisis, … De igual manera la investigación también es pilar esencial de la innovación de DuPont. Gracias a su equipo y su tecnología pone los beneficios de la Ciencia al servicio de la sociedad.

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MI RELACIÓN CON EL PROF. SEVERO OCHOA

D. FRANCISCO MURCIA GARCÍA

Presidente de la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados

Preámbulo

Mi amigo el prof. Santiago Grisolía, que sabía que yo había conocido y tratado personalmente a D. Severo Ochoa hacía muchos años, me dijo que con motivo de cumplirse el centenario del nacimiento de nuestro Premio Nobel, iba a celebrarse un curso en La Granda para conmemorar esa efemérides y que me iba a proponer para asistir a ese curso y exponer mi relación con D. Severo. Unos días más tarde, cuando recibí el programa provisional y vi que el tiempo para cada conferencia era de treinta minutos, me reuní nuevamente con D. Santiago y le dije que yo no debía ir a ese curso porque lo que podía decir sobre Severo Ochoa podía expresarse en cinco ó diez minutos y dudaba mucho que fuera de interés para los oyentes. Santiago Grisolía no opinaba así y tendiendo su índice en dirección a la biblioteca contigua a nosotros, me dijo “mira esa biblioteca, que fue, como sabes, legado de Doña Carmen y D. Severo a nuestra Fundación. Ahí tienes material más que suficiente para tu intervención. Además: ¿Cuántas personas de las que te oirán habrán tratado personalmente como tú al Premio Nobel?” Me convenció y aquí estoy. Mi relación con D. Severo Ochoa ha tenido dos partes muy diferentes. La primera, directa, de trato personal y me atrevería a decir que casi familiar, en las ocasiones en que el matrimonio venía a España en la década de los sesenta y principio de los setenta. Y otra segunda parte, de relación muy indirecta, cuando años después los Ochoa se quedaron a vivir definitivamente en España y D. Severo tuvo muy estrecha relación con D. Santiago Grisolía y con la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados, entidad a la que donaron su biblioteca personal, no la científica que está en el Museo Príncipe Felipe de Valencia.

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Pues bien, hace unos años entré a formar parte de dicha Fundación y desde hace cuatro tengo el honor de ser su Presidente. Es en mi despacho donde está ubicada la biblioteca que donaron los Ochoa a la Fundación. De manera que por vericuetos imprevistos de la vida, un servidor es quién más puede consultarla y disfrutarla. Hecho éste que no tengo más remedio que considerar algo injusto, ya que, sin duda, habrán miles de personas que merecerían ese honor mucho más que quien les está hablando. Pero, en fin, así han sido las cosas. Relación Personal

D. Severo Ochoa tenía como amigos, entre otros, a un grupo de catedráticos de medicina entre los que estaban D. Francisco Orts Llorca, D. Francisco Grande Covian y D. Miguel Carmena. Todos ellos muy amigos entre sí. El profesor Orts Llorca, oriundo de Benidorm, no tuvo hijos y como única familia tenía una hermana que vivía entre Valencia y Benidorm y una hija de ésta, de nombre Margarita, era y sigue siendo mi esposa. Cuando el matrimonio Ochoa venía a Madrid frecuentaban mucho a los Orts Llorca en cuya casa se hospedaban a veces. D. Severo tenía mucha afición a conducir. En una ocasión decidieron ir los cuatro de excursión en coche a Benidorm y visitar a la hermana de Orts y familia. Eso fue a principios de los años 60. D. Severo y Dª Carmen simpatizaron mucho con aquella familia. A ese viaje le siguieron otros, trabando mucha amistad D. Severo y D. Alfonso Puchades, cuñado de Orts Llorca y suegro mío, en cuya casa de la playa nos hospedábamos todos. A D. Severo le gustaba mucho nadar. Tanto el como Dª Carmen quedaron enamorados de aquellas playas en cuyas aguas se bañaban, alabando su transparencia, temperatura y poco oleaje. Tanto es así que, tras posteriores visitas y animados por mis suegros, decidieron hacerse construir allí un chalet para descansar en vacaciones. Así se hizo y el matrimonio Ochoa tuvo ese chalet en el que durante diez o doce años pasaban algún tiempo siempre que venían a España, sobre todo en Navidades, Semana Santa y verano. Mi suegra se preocupaba de que encontrasen en su casa todo limpio y en orden cuando llegasen, proveyéndolos del servicio doméstico necesario para hacer su estancia lo más agradable posible, aunque gran parte de los días almorzaban en casa de mis suegros. Íbamos muchas veces de excursión por los alrededores o a tomar algún café o a sentarnos en las terrazas y ver pasar a gente tomando un helado. Algunas noches íbamos al cine de verano al aire libre.

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Él recordaba perfectamente al llegar cada vez a Benidorm, el nombre de cada uno de nosotros y sus circunstancias personales en los días de su visita anterior, interesándose por lo que había sucedido entre tanto con tal o cual cuestión. Allí tuve ocasión de comprobar su gran calidad humana y su sencillez así como lo interesante de su conversación en temas muy distintos a su profesión como literatura, música, arte, historia y su visión amplia de la vida desde la perspectiva de alguien que ha vivido mucho en sitios muy diferentes y acumula una experiencia riquísima, expresada con una amenidad e interés que tenía pendientes de sus palabras a los oyentes. El Ayuntamiento de Benidorm rindió algunos homenajes a D. Severo y le dio su nombre a una calle importante de la localidad. Al cabo de unos años el matrimonio Ochoa dejó de ir a Benidorm. La anteriormente apacible población había cambiada mucho. Se había masificado y nuevos edificios muy altos impedían las buenas vistas anteriores. Vendieron el chalet pero siguieron en excelentes relaciones con mi familia política. Un cuñado mío, les visitó varias veces cuando iba a Nueva York y él le presentaba personalidades de aquel gran país. La última vez que el matrimonio Ochoa estuvo en Benidorm comiendo con mi familia, tiempo después de haber vendido su chalet, fue un mes antes de morir mi suegro. Personalmente tuve ocasión de saludar a D. Severo varias veces en sus desplazamientos a Valencia. Severo Ochoa y La Fundación Valenciana de Estudios Avanzados

La FVEA es una entidad que nació en 1978 por el deseo de un grupo de empresarios de contribuir materialmente de alguna manera al progreso de la investigación y la ciencia en España. Durante sus estancias en Valencia, D. Severo pasaba muchos ratos en la Fundación con el Prof. Grisolía que era su discípulo y gran amigo, recordando hechos personales o comentando asuntos y temas de interés científico. D. Severo participó como ponente en el primer “Congreso Internacional en Cooperación del Genoma Humano” en Octubre de 1988 y también como ponente en 1990 del “2º Congreso Internacional del Genoma Humano. Etica”. Esta Fundación cuyo Presidente de Honor es SM el Rey celebra muchos eventos científicos y edita libros. Pero aquello por lo que es más conocida es por la concesión de los Premios “Rey Jaime I” en sus distintas acepciones. Aquí entre nosotros tenemos varias ilustres personalidades con esta distinción (los profesores Juan Velarde, Rafael Carmena, Julio Rodríguez Villanueva y José Mª Segovia de Arana)

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Pues bien, D. Severo Ochoa fue presidente del Jurado del “Premio Rey Jaime I de Investigación” en los años 1989, 1990 y 1991. A proposición del Patronato de la Fundación, Dª Carmen fue nombrada Dama de Honor del Santo Cáliz en un acto solemne oficiado por el Arzobispo de Valencia, en el que estuvo acompañada por D. Severo y por el Patronato en pleno. Biblioteca “Carmen y Severo Ochoa”

En las dependencias de la FVEA existían tres habitaciones donde solían hospedarse profesores que estaban de paso en Valencia dada la escasez de establecimientos hoteleros y también para aprovechar mejor el tiempo en las breves estancias de algunos profesores. Es por esta razón que D. Severo pensó en donar su biblioteca personal, a la FVEA para que quien allí se hospedase tuviese un medio de entretenimiento o de consulta. El acto de la donación tuvo lugar el día 12 de Marzo de 1987. Esta biblioteca ofrece abundantes huellas de la personalidad íntima de quién la donó. En ella podemos encontrar desde incunables como “Historia General de La Iglesia Católica” o la “Antología de la Literatura Espiritual Española” a la Enciclopedia Inglesa, así como muchos libros de viajes y geografía. Los tomos de obras completas de la Editorial Aguilar están muy presentes, Calderón, Zorrilla, Pardo Bazán, Azorín, Unamuno y Lorca. Por los signos externos parece que los libros más leídos fueron los de Lope de Vega, Pardo Bazan, Don Quijote, Larra, novelas policiacas en inglés, varios títulos de Henry James, “Ana Karenina”, de Leon Tolstoi y la obra literaria de Gutiérrez Solana. Hay también muchos libros de arte. Destacan un libro de gran formato sobre Picasso y en un lugar de honor está la edición facsimil del “Llibre dels Feyts del Rey en Jaime I”. La biblioteca contiene ediciones en inglés, francés, alemán e italiano. Se aprecian también abundantes discos. Casi todos de música clásica. María Callas, Renata Tebaldi, Plácido Domingo, etc. En rústica aparecen novelas de Agata Christie, Daphne de Maurier, William Faukner, etc. Muchos libros están dedicados por sus autores: Rosa Chacel, Camilo José Cela, el “Italia con Benjamín Palencia” por Carmen Castro (la mujer de Xavier Zubiri con ilustraciones del propio Benjamín Palencia. Unas memorias del padre Arrupe, compañero de Ochoa en los estudios de bachillerato.

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“Naturaleza, historia y Dios” por Xavier Zubiri, el “No más guerra” por el también premio Nobel Linus Pauling. La monumental biografía “Antonio Pérez” por D. Gregorio Marañón. De esta biblioteca D. Severo se llevó posteriormente solo dos libros: “Ana Karenina” y “La Regenta”. Algunos de los tomos eran usados exclusivamente por Carmen de Ochoa, como libros de cocina, uno de ellos muy gastado con las diferentes recetas para hacer paella valenciana. De las paredes de la biblioteca cuelgan, además del nombramiento de Dª Carmen antes mencionado y las fotografías del matrimonio durante el acto. Un dibujo de D. Severo dormido en paños menores del cual era autora su propia esposa. Y en lugar muy preferente, por deseo expreso de D. Severo, un cuadro de Dª Carmen Casañ que juntamente con su esposo y otro Patrono, fueron los que aportaron los fondos iniciales para la puesta en marcha de la Fundación y quienes, de acuerdo con otros Patronso, tuvieron el acierto de hacer venir desde América al Prof. Santiago Grisolia para que se hiciese cargo de la dirección, lo cual ha sido fundamental para el éxitos de la Fundación siendo desde un principio su alma y piedra angular.

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SEVERO OCHOA DESDE LA ECONOMÍA

PROF. D. JUAN VELARDE FUERTES Director de los cursos

El centenario del nacimiento de Severo Ochoa, uno de los escasísimos premios Nobel nacidos en España, obliga a pensar en muchas otras cosas. Conviene puntualizar eso de nacido en España, porque me dijo en muchas ocasiones, en nuestros paseos por los alrededores de la Escuela de La Granda, donde convivimos muchos veranos, que, con todo el afecto que tenía a su país de nacimiento, el escoger la nacionalidad norteamericana no sólo lo había hecho por sus ventajas económicas y de investigación, sino porque aceptaba muy explícitamente todo lo que comportaba el ser ciudadano de los Estados Unidos. Ahora, esta reflexión debe iniciarse con una referencia a algo que en buena parte se desprende de Ochoa. Como consecuencia, según se contiene en el trabajo “Health is Wealth. Strategie visions for european health care at the beginning of the 21st century”, impulsado por Felix Unger y efectuado por el European Institute of Medicine para la European Academy of Sciencies and Arts (Salzburg, 2005), los avances del pasado habían ya originado un alto grado de creciente envejecimiento. Pues bien; los progresos que se están haciendo a causa de las investigaciones en los campos en los que trabajó, y fue adelantado, el profesor Ochoa, van a provocar que este grado de envejecimiento de la población aun se incremente más. Inmediatamente, desde el punto de vista de la economía, esto significa un reto muy notable al Estado de Bienestar europeo, y desde luego al español. Hay que indicar una y otra vez que lo que ha señalado en severa admonición el profesor Sala i Martín sobre esto, no es ninguna vaciedad. También que el modelo Barea que se ela-

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boró para la Fundación BBVA ahí está, y ahí permanece, y rehuir que el problema que se acumula es muy serio, si no se aborda adecuadamente, sería ridículo. Algunas voces en el Ministerio de Trabajo y en los estudiosos –en especial, un trabajo reciente de José Antonio Herce para FEDEA sus declaraciones en Capital, septiembre 2005– muestran que el avance en la esperanza de vida, bonísimo por sí mismo, en cuanto se relaciona con las pensiones, origina un problema que no se debe soslayar. Existe otro. Recientemente han aparecido, como se dice en ese documento –y repitamos, en parte no escasa gracias al impulso de Ochoa, de su escuela y de estas líneas nuevas de investigación–, “progresos fantásticos en la ciencia médica ... La tecnología genética y otras innovaciones actuales han cambiado por completo la imagen que la población tiene de la asistencia sanitaria”. Efectivamente, “la predicción desempeña un papel importante por tener influencia en un comportamiento adaptado al riesgo y a la prevención de enfermedades ... Una persona puede identificar sus riesgos heredados por investigación genómica, y las tecnologías modernas proporcionan indicadores prometedores para nuevos puntos de partida en la lucha contra enfermedades tales como la diabetes o los trastornos neurológicos... Para identificar predictores de otras enfermedades específicas –diferentes de las generadas por factores de riesgo bien conocidos, como una mala nutrición, el tabaquismo, el alcoholismo, la polución medioambiental y la falta de ejercicio– es necesario realizar otras investigaciones intensivas a nivel molecular, complementadas por estudios clínicos en relación con los patrones de cumplimiento terapéutico y tolerancia de los pacientes”. Piénsese, además, que “el requisito básico para el tratamiento es un diagnóstico exacto que comienza con la historia clínica y la exploración física del paciente para dar las primeras indicaciones. Luego se inician las exploraciones complementarias que se requieran: hemogramas, muestras de laboratorio, endoscopias, ECG, EEG, radiografías, TAC, TMN, PET y otras técnicas de exploración disponibles... La nueva RM-EEQ da nuevos conocimientos para la comprensión de las funciones cerebrales...’’ Pero todo esto es muy caro y en el modelo español de gasto público –y me atrevo a decir que en el europeo– significa una carga que, por el envejecimiento de la población, por la creciente presión inmigratoria y por los planteamientos del desarrollo equilibrado, resulta intolerable. También por eso, estos avances fabulosos, en los que tanta parte, repito, tuvo Ochoa, impulsan una urgente reforma del Estado de Bienestar. Ahora mismo surgen nuevos seguros, muy caros, para atender, de modo especialmente complejo y difícilmente generalizado, ciertas atenciones médicas. Pero Ochoa, a quienes trabajamos en economía, nos proporciona otro motivo de meditación. Siempre optó por la investigación, y su vida no se

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entiende sin una continua búsqueda de lugares para investigar y, sobre todo, para investigar sin más y hacia nuevos horizontes. En ese espléndido libro 100. En el 100 aniversario del nacimiento de Severo Ochoa (Consell Valencià de Cultura. Fundación Valenciana de Estudios Avanzados. Fundaciò Ciutat de les Arts i les Ciències. Sanofi Pasteur MSD), debido al cuidado de su discípulo Santiago Grisolía, se deja esto bien claro con la transcripción de un texto del propio Ochoa en la Annual Review of Biochemistry, 1980, donde pone de relieve que había decidido, ante el asombro de Sir Henry Dale, que acababa de recibir el Premio Nobel de Medicina en 1936, cuando había culminado sus trabajos en farmacología, el ser bioquímico. Y para serlo buscó, en primer lugar el que podríamos llamar camino del sector público, que culminó en la New York University, pero en la parte final de su vida investigadora, su centro fundamental fue el Roche Institute of Molecular Biology, que dependía de la gran empresa multinacional de productos farmacéuticos Roche. Ochoa, en la Escuela de La Granda, entraba como un auditor silencioso en todos los debates, por muy ajenos que fuesen a cuestiones de biología. Aquel día la discusión había girado sobre el pensamiento económico español. Allí habían sostenido sus ponencias Margaret Grice-Hutchison y Oreste Popescu. Yo había hablado sobre Jovellanos. Esa tarde, paseando, le pregunté por qué había ido a Roche. Eran tiempos en los que eso de las multinacionales olía a azufre satánico. Me contestó: “Pues porque las empresas farmacéuticas grandes ofrecen, a la investigación pura, más ayudas y menos incordios que las entidades públicas. Se ha estado hablando aquí hoy del teorema de la mano invisible de Smith, de cómo lo consideraba Jovellanos algo análogo en economía a lo que era en física la ley de la gravitación universal de Newton, y que dice que si cada uno busca su propio provecho, el general es el máximo posible. Pues bien; yo lo comprobé en Roche”.

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SEVERO OCHOA LUARCA-ESTOCOLMO: 10 DE DICIEMBRE DE 1959

D. RAMÓN MUÑOZ-GONZÁLEZ BERNALDO DE QUIRÓS

“Abierto soy para ti, quienquiera que seas, tú que me llamas” (Fragmento de Argirio conservado por San Agustín)

Un deber cuyo resultado es difícil de precisar, pero quizá me acerque a su exacto concepto, si lo califico como un sentimiento que me guía en presencia de una obligación no conformada, pero sí responsablemente sentida, de corresponder a la confianza en mi persona depositada al elegirme para intervenir en los actos organizados con motivo del centenario del nacimiento de nuestro luarqués universal, Severo Ochoa, sin más razón de preferencia que la de haber sido testigo presencial, por mi condición –entonces de Alcalde de Luarca–, de los actos de investidura del Premio Nobel acaecidos como recordarán en Estocolmo el día 10 de diciembre de 1959, y mantener con el matrimonio Ochoa una afectiva y entrañable relación de amistad. Acepto con sumo agrado la oportunidad que me dan de honrar con mi humilde, pero veraz testimonio, la memoria de una gran personalidad científica, humana y singular, que tuvo por orgullo hacer gala de su origen español, asturiano y luarqués, no obstante, la adquirida nacionalidad americana que apreció y valoró con exquisita matización en cuantas ocasiones pudo manifestarlo, y, muy particularmente en los actos de investidura del Premio Nobel de los que conservo –como uno de los recuerdos más queridos–, el original de una crónica por mí transmitida desde la embajada de España en Estocolmo a Radio Luarca el 12 de diciembre de 1959. Parte de ella fue recogida por Radio Nacional a instancia de aquel extraordinario periodista que

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fue González Ruano, allí desplazado como enviado especial, a cuya crónica, he de referirme en alguno de sus pasajes por representar un testimonio escrito y preconstituido, fiel reflejo de los acontecimientos vividos que son ya historia -han pasado cuarenta y cinco años -, con el ruego de que, la referencia que inevitablemente haré a mi presencia e intervención, la consideren una prueba más de los sentimientos que pretendo destacar de nuestro doble hijo predilecto de Asturias y de Luarca ante la sociedad sueca, no muy generosa para los españoles -al menos en aquellos tiempos -que al distinguir de manera evidente y notoria mi presencia, como Alcalde de Luarca, lo hacían y así supe entenderlo, rindiéndole de esa forma un significativo tributo a su patria natal por él tan querida, Luarca. No pretendo destacar ni glosar los avances científicos que significó su descubrimiento por carecer de la base cultural para enjuiciarlo, al propio tiempo que son muchas las personalidades del mundo de la ciencia las que lo han reconocido a través de numerosas publicaciones y que, concretamente, en este acto lo harán también, ni tampoco quiero glosar la trascendencia humana de Severo Ochoa, magníficamente expuesta y tratada por su biógrafo y albacea testamentario, al que en vida otorgó su más sincera amistad, Marino Gómez Santos, a cuya obra titulada: Severo Ochoa, la emoción de descubrir, he de referirme en algún momento por constituir la fuente de información más clara y precisa sobre el doctor Severo Ochoa; en cambio sí deseo, partiendo de la universalidad de su personalidad humana, poner particular énfasis en la españolidad imbricada y fundida con la ejemplar asturianía de la que en vida hizo pública ostentación y el constante recuerdo que siempre tuvo para el lugar que le vio nacer: “su añorada Luarca”. Los pueblos, como los hombres, tienen cuerpo y tienen alma, elementos somáticos y elementos psicológicos; hay en ellos una vida biológica y una vida biográfica, que acunadas en la cultura de sus orígenes, comporta, justifica y explica el atávico mantenimiento y transmisión de aquellos genes, que conforman físicamente a una raza, de tal manera, que en la biografía de sus grandes hombres, hay siempre una constante referida a aquellos “elementosvalores” que los predetermina. Pérez de Ayala, el singular escritor enamorado de su patria chica, dejó dicho que “en el asturiano se produce un panteísmo radical y determinante de un amor profundo que transustancia lo indeterminado en lo tangible”. Recordaré también la frase de Ortega y Gasset: “Como el agua da a la piedra, gota a gota su labranza, así el paisaje modela su raza de hombres”. Dice su biógrafo, Marino Gómez Santos, al hablar de las estancias en la casa de Luarca, que fueron, para Severo Ochoa, según propia manifestación, una verdadera revelación:

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“Mi vida en la aldea -escribió -me hizo entusiasta observador de la Naturaleza desde niño y mis andanzas me hicieron enamorarme de la misma. Durante la bajamar pasaba las horas muertas observando la enorme variedad de vida animal y vegetal que poblaba los innumerables pozos formados al retirarse el mar de las oquedades de las rocas. Tal vez fuese éste el despertar de mi futura afición a la biología”.

La noticia del Premio Nobel fue para mi una primicia, aunque no sorpresa, ya que hacia mucho tiempo que se venía esperando. Un periodista natural de Avilés, Mauro Muñiz, redactor de las “Crónicas Parlamentarias” para el diario “YA”, me dijo en el bar del Palacio de las Cortes, sobre las nueve horas del día 16 de octubre de 1959, “Ramón, acabo de oír por Radio París, que remite la noticia a una radio sueca, que han concedido a Severo Ochoa el Premio Nobel”. No lo pensé más, ni lo puse en duda: acto seguido trasmití telefónicamente la noticia a Radio Luarca. A las diez de la noche, en primicia nacional, Radio Luarca trasmitía la noticia. Desde el primer momento, acaricié la idea de trasladarme a Estocolmo para asistir y ser testigo representando a Luarca en los actos de imposición; sin embargo, mis justificados propósitos habrían de sufrir un frenazo radical. El Ministro de nuestra Embajada en Suecia, en aquel entonces un luarqués ilustre, Vicente Trelles Anciola, buen amigo mío, con el que me puse en contacto telefónico, me hizo ver la imposibilidad por cuanto se trataba de un acto académico cuya asistencia estaba prevista, incluso con la publicación de sus nombres, seis meses antes, recomendándome que no me pusiese en viaje, pues me expondría a verlo desde la calle. Mas las cosas no iban a ir por ahí. El 6 de diciembre recibo una llamada del Sr. Ministro de la Gobernación, indicándome que debía asistir a los actos de Estocolmo en representación de Asturias y de Luarca, mas al advertirle de las dificultades me comunicó que esa cuestión estaba resuelta, que entrase en Madrid en contacto con el doctor García Orcoyen, Director General de Sanidad, que presidía la comisión científica –aprobada en Consejo de Ministros–, para asistir a los actos, integrada por el histólogo Fernando de Castro y el profesor de Fisiología, José María del Corral. El 9 de diciembre, a las once de la noche, descendía en el aeropuerto de Estocolmo en unión de los comisionados en medio de un fuerte temporal de nieve. Al pie de la escalera esperaban el presidente de la Fundación Carolina que otorgaba el Premio, el Ministro de nuestra Embajada, luarqués de nacimiento y arraigo al que ya me he referido, Vicente Trelles Anciola, acompañado del personal de la Legación. Hechas las presentaciones, recogidas por

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los medios gráficos, un grupo de periodistas comenta, con cierto aire de extrañeza, mi juventud (entonces) para ser Burgomaestre, (así designan en Suecia a los Alcaldes), comentario al que respondo que “si constituye algún defecto, prometo enmendarlo todos los días un poco”; manifestación que es recogida por la prensa en el pie de la fotografía publicada en los periódicos del día siguiente.... Perdónenme que de este pasaje recoja el texto de su biógrafo, Marino Gómez Santos: “Las horas de Estocolmo discurren plenas de honores y homenajes. Mas la mayor felicidad de Ochoa está motivada por la presencia de amigos españoles, particularmente de algunos luarqueses que le han traído a Suecia el acento y la revivencia de su villa natal: Vicente Trelles Anciola, Ministro Plenipotenciario de la Embajada de España en Estocolmo, cuyos padres fueron amigos de los suyos y Ramón Muñoz Bernaldo de Quirós, Alcalde de Luarca, a quien la prensa sueca da la bienvenida como “burgomaestre Muñoz”.

Sí me interesa destacar el incidente relativo a la invitación para asistir a los actos de imposición de la medalla de los Premios Nobel por cuanto tiene de singular. A mi llegada a Estocolmo, en el propio aeropuerto, y por medio del Ministro Sr. Trelles, recibí el encargo de visitar a las 8 de la mañana del día siguiente, al Sr. Embajador don Ernesto Zulueta, en cuya visita le hice saber que venía sin invitación; a lo que me contestó, con aquel gran sentido del humor que tenía nuestro representante diplomático, que el problema no era de él ni mío, si no de la Fundación. Por lo que, seguidamente, tomó el teléfono poniéndose en contacto con el presidente de la Fundación, quien sin dejarle hacer presente mi situación le dijo: Estamos “consternados” al enterarnos por la prensa que nos honra con su presencia el burgomaestre de Luarca. Déle plena seguridad de que tendrá un lugar en los actos. Y, ciertamente, una hora después aproximadamente, me llegó la invitación. El hecho en sí no tendría importancia en España, porque se arreglaría con una silla más, pero en aquellas latitudes el protocolo del acto estaba ya dispuesto con el número de personas. Y, sorprendentemente, el lugar que ocupé era el que correspondía al Maestro de Ceremonias, en una fila inmediata a Sus Majestades y la Familia Real. ¿Dónde colocaron a tan singular personaje? No lo sé. Pero a Zulueta le hizo mucha gracia. De mi crónica de los actos omito relatarles el acto de entrega, de puro corte académico, en el que los galardonados se limitan a recibir de manos del Rey el título y la medalla, pero de ella entresaco: “De allí nos trasladamos al Palacio de la Municipalidad en cuyo severo y monumental salón principal se iba a servir el banquete de gala, con la asis-

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tencia de 735 comensales..., con los clarines de rigor, todos en pie, entra la Familia Real acompañada de los Premios Nobel, cada uno de ellos del brazo de una Princesa, y nuestro Severo Ochoa de la Princesa Margarita, la mayor de todas. Era la primera distinción que en el protocolo se hacia sobre los demás galardonados. Su puesto en la mesa frente al mismo Rey, rodeado de un lado de la Princesa Margarita, a la derecha, y a la izquierda, que es el puesto preferente en Suecia, Su Majestad la Reina. Otra satisfacción más íbamos a tener los españoles y era el lugar preferente que ocupa nuestro Embajador Don Ernesto Zulueta (que ya lo había tenido en el acto de imposición), primero en precedencia sobre todos los Embajadores. A su lado estaba Carmen, ¡bellísima!; que adornaba su espléndida y distinguida figura con un elegante traje blanco, llamando la atención de todos. A su vez, la esposa del Embajador, Doña Isabel Dato (hija de D. Eduardo Dato), era la primera dama que, después de la Corte, con la Señora de Ochoa, tenía precedencia en la mesa presidencial . ....” Omito los brindis “Hay un pupitre alto, elevado, lleno de micrófonos a espaldas del Rey, que preside. Van pasando cada uno de los galardonados por dicho lugar para leer unas cuartillas breves agradeciendo el Premio recibido. A todas las intervenciones siguieron los pequeños y suaves aplausos que la etiqueta y el protocolo obliga con extremado rigor, (muy propio de la frialdad temperamental sueca). Frialdad que habría de romperse en forma que no recuerda la historia de los actos”. Así lo dejó dicho la prensa al intervenir nuestro doble hijo predilecto de Asturias y Luarca, al que se le reservó igualmente el honor y la distinción de ser el último en hablar. Tuvo que andar, Severo Ochoa, aproximadamente unos sesenta metros para llegar al gran pupitre; allí con elegante estilo académico al que une su noble figura, mirando con aire distraído unas cuartillas, empezó a leerlas en el más puro inglés de Oxford –decía la prensa sueca–, y a sorprender y a entusiasmar a todos los oyentes, cuando después de agradecer a la Fundación Nobel el Premio, pasaba a decir –visiblemente emocionado–, con la voz entrecortada, que en aquellos momentos de alegría no podía menos que acordarse de España, su patria natal, en la que se había formado y aprendido cuanto le fue necesario para iniciar sus trabajos de investigación. Recordó singularmente a D. Santiago Ramón y Cajal, del que dijo que no tuvo la suerte de ser su alumno, pero conocedor de su obra, había sido el ejemplo que se propuso seguir en su vida de investigador. Agradeció a los Estados Unidos de América –patria de adopción–, su generosidad y acogida, así como los medios puestos a su alcance, permitiéndole hacer realidad los conocimientos adquiridos y complementados con los realizados por antiguos profesores de diversas universidades europeas y la devota ayuda reci-

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bida de los estudiantes con los que tuvo la fortuna de estar asociado durante muchos años. Sus últimas palabras fueron pronunciadas en sueco y textualmente dijo: “quiero expresaros en nombre de mi mujer, mi devota camarada, y en el mío, nuestra profunda deuda por vuestro recibimiento tan amistoso y por vuestra generosa hospitalidad. Conservaremos el recuerdo de estos días en tanto vivamos”. Los aplausos que siguieron a sus últimas palabras, no encuentro términos, para describirlos; baste saber que los protocolarios aplausos de los anteriores, se convirtieron en una salva prolongada y seguida, que duró desde que abandonó el pupitre, hasta ocupar su sitio en la mesa, y después de sentarse, Su Majestad el Rey, le autorizó para que se levantase nuevamente e hiciese una inclinación, momento en el que los suecos recordaron el protocolo. Así fue como el doctor Severo Ochoa honró públicamente a España en el acto más solemne de su vida y que completaría al siguiente día, 11 de diciembre, requiriéndome para que le acompañase al Real Instituto Carolina de Medicina y Cirugía, donde después de ser recibido y presentado al Claustro de Profesores, fui sentado a la izquierda del Decano que presidía el acto, firmando el libro de Oro de la Institución. En la misma fecha, con ocasión de la inauguración de la Exposición de Pintura Española, verificada aquel día por el Rey, fui igualmente distinguido por el matrimonio Ochoa, dándome un lugar en la mesa real al lado de Carmen y, cuando a las once de la noche llegaba Severo Ochoa, que había tenido que asistir a otra cena organizada por los estudiantes de la Fundación, siendo recibido en medio de grandes aplausos por el Rey –que se levantó de la mesa al verlo entrar–, en el concierto de piano, que inmediatamente dio el pianista español Joaquín Soriano, el doctor Ochoa ocupó la derecha de Su Majestad y la izquierda Carmen, mientras ésta, personalmente, me requería para ocupar un lugar a su lado; distinciones todas con las que, sin duda, quisieron Severo y Carmen, honrar públicamente a su lejana patria chica, evocada en aquellos momentos por las notas de “Asturias” de Albéniz que, especialmente, les habían dedicado. Por último, el día 12, cena de gala en su honor en la Embajada española; momentos antes Severo Ochoa grababa, en mi presencia, para Radio Nacional, unas palabras de agradecimiento a España por los innumerables testimonios de felicitación que aún seguían llegando, al propio tiempo, me dedicaba unas palabras que nunca olvidaré: “agradezco muy especialmente la presencia en estos actos de mi buen amigo Ramón Muñoz, Alcalde de Luarca, pueblo que me vio nacer y que, constantemente, llevo en mi corazón”, sustancialmente repetidas durante la cena y al hacer uso de la palabra contestando el ofrecimiento y brindis pronunciado por el Sr. Embajador, que en su discurso tam-

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bién había tenido para mí amables frases de gratitud, destacando como mi inesperada presencia en los actos, había sido excepcionalmente valorada por los suecos en su prensa, estimando que había introducido en el protocolo un auténtico y emotivo testimonio del entrañable afecto que al doctor Ochoa –aquí tan querido–, le profesaban los hombres de la tierra que le vieron nacer. Así honró públicamente Severo Ochoa a España, a Asturias y a Luarca, y así lo ha tenido a gala proclamar su condición de español, asturiano y luarqués. Pero seríamos parciales, limitados e injustos con la memoria de Severo Ochoa, incluso con el contenido de la colosal y fecunda obra investigadora y científica que nos ha legado, si en la valoración de sus cualidades y de las metas alcanzadas, omitiéramos la base humana sobrevenida en su vida que, de forma trascendente, fundamental y decisiva ha contribuido al resultado: Carmen Cobián. En el principio de todas las cosas grandes hay siempre una mujer. En la vida de Severo Ochoa, en todo su buen hacer, en su larga y dilatada andadura, estuvo siempre Carmen; con su silencioso saber estar, con su dulce saber conquistar y retener; con su invaluable sabiduría y cultura, determinante del prudente razonar y saber esperar. Sentimientos y actitudes traducidas en renunciaciones, sacrificios, esperas e intranquilidades. Pero para hablar de Carmen, oigamos a Severo en la carta dirigida a Marino Gómez Santos, y que se publica como prólogo de su biografía, y de la que extraigo los siguientes párrafos: “Querido Marino:

Estas líneas son a manera de prefacio de la narración que con tu reconocida maestría y gran sensibilidad, y sobre todo, con tu cariño al biografiado, has hecho de mis andanzas y avatares por esta vida. Esa sensibilidad te ha hecho reconocer que Carmen ha sido la promotora más enérgica y entusiasta de todo cuanto he podido realizar en esta vida y el más firme apoyo que he tenido en mis aspiraciones de hacer algo que no fuera intranscendente. Creo que si lo he conseguido, se debe en gran parte a su esfuerzo alentador y al olvido de sí misma que supuso el unir su vida a la de un joven soñador que no tenía más que deseos y esperanzas. Carmen fue, en definitiva, la que hizo el gran sacrificio de lo que ella consideraba como expatriación, al decidir, en aquellos trágicos e inolvidables momentos del otoño de 1936, salir de España a sabiendas de que esa salida iba muy probablemente a ser definitiva .... En lo que yo he podido hacer en esta vida entra mucho entusiasmo y pertinacia, pero también el entusiasmo y absoluta dedicación de Carmen a que yo hiciese la clase de ciencia que deseaba hacer .,,.,

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Yo no puedo decirte si he triunfado o no en esta vida, pero si en ella ha habido algún triunfo, éste se debe a Carmen en un noventa por ciento. Sé que con tu fina sensibilidad recoges esto en mi biografía”.

Personalmente, que la conocí y traté en la intimidad, disfrutando de su compañía, podría agregar que para ella podrían estar escritas las palabras de Fray Luis de León en la introducción a La perfecta casada: “La verdad, si hay debajo de la luna cosa que merece ser estimada y apreciada, es la mujer buena, y en comparación de ella, el sol mismo no luce, y son oscuras las estrellas”. La admiración que, sin duda, constituye el agradecimiento de la inteligencia y es la memoria del corazón, sería un sentimiento vacío de contenido e incluso muerto, si quedase expresado o meramente contrastado en el deseo, como muerta es la fe sin las obras. El principal objetivo de la historia es que: “las excelsas cualidades de los hombres no se pierdan en el silencio”, habida cuenta de lo frágil que es la memoria humana que en el buen decir de Boecio: “no es otra cosa que un gran rumor de viento en los oídos“, o como también diría el gran poeta hindú Rabindranath Tagore, cuando se pregunta “¿qué quiere decir la fama?, ¿siente el río la espuma?, pues la fama es espuma en la corriente del río”. La fama es verdad que es espuma que se lleva la corriente del río y así sería también en este caso si no glosásemos constantemente la memoria de este gran hombre que no debe de quedar simplemente materializada con el nombre de una calle, de una casa, de un hospital o de un instituto.

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AÑORANZA DE LA GRANDA

D. RAMÓN MARTÍN MATEO

Catedrático de Derecho Administrativo Universidad de Alicante

Tengo recuerdos, particularmente gratos de los cursos veraniegos de La Granda que eran hace unos, años un trance casi ritual en el que participaban selectos académicos y aspirantes a integrarse en estos rangos. Aprovecho la ocasión para rendir homenaje de gratitud a Teodoro López Cuesta, deportista, intelectual y mecenas, que organizó este selecto punto de encuentro justamente reputado, partiendo de un entorno al que había privado de vitalidad el progreso tecnológico industrial, que no había sido asimilado por la dinámica económica asturiana, lo que determinó la obsolescencia de pujantes instalaciones industriales pioneras en otras épocas, a las que políticamente se dejó languidecer, envite del que aún no se ha recuperado totalmente la economía asturiana. Pero la vigorosa naturaleza de la comarca compensó holgadamente el declive promocionando un amable entorno que aprovechó su sensible e inteligente promotor, que creó un enclave grato y atractivo, propicio a acoger a los que pretendían disponer de oportunidades para acceder a debates creativos sobre aspectos sensibles del devenir intelectual, desde una perspectiva multidisciplinar. Nuestro anfitrión, que había sido Rector de la Universidad de Oviedo, supo catalizar estas inquietudes utilizando, el amable marco natural asturiano, para alojar a grupos interdisciplinares de intelectuales inquietos, de distintas especialidades y procedencias.

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Allí reencontré en dos ocasiones al menos, a otro gran asturiano y a la vez cosmopolita científico, don Severo Ochoa a quien atendí con talante de maestresala, ya que él era un mesurado libador de vodka y yo el más joven del grupo. Casualmente había conocido a nuestro sabio universal, en mi condición de Rector, a la sazón, de la Universidad de Alicante, donde se le invistió como Doctor Honoris Causa. Desgraciadamente en esta oportunidad, enfermó, no muy gravemente, pero sí con una cierta aparatosidad. Situación que los colegas de la Facultad de Medicina asumieron con dedicación absoluta. Se designó un equipo de especialistas encargados de velar por el ilustre paciente, con lo que los encargados del restablecimiento de la salud, tenían ocasión de aparecer en la prensa nacional e internacional, a la hora de explicitar solemnemente los partes médicos. Clarita, mi mujer, sin necesidad de aparatosas motivaciones, se encargó de atender a la esposa del laureado científico, que, como era explicable dadas las características de su marido, tenía una reprimida vocación de visitante del Corte Inglés, trance al que fue eficazmente asesorada por mi consorte. Ese acontecimiento caló hasta otros estratos familiares, dando lugar a la confección de una serie de dibujos alusivos, en un cuadernillo colectivo que dirigió mi hija Cecilia en el colegio Roseletes, que hizo las delicias del doliente. Por azares del destino esta situación coincidió con una huelga de transportes aéreos, lo que hizo que cundiese un cierto nerviosismo. Felizmente todo se resolvió bien y tras la evidente recuperación del ilustre doliente, fue trasladado a Madrid en un helicóptero ambulancia.

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PROF. D. JOSÉ PERIS LACASA

Catedrático de Música Universidad Autónoma de Madrid

Conocí a D. Severo con ocasión de uno de los conciertos organizados por el Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música que yo fundé y dirigí largos años en la Universidad Autónoma de Madrid. Fue en el Salón de Actos de la Facultad de Ciencias. Se trataba de un concierto muy singular dedicado a niños huérfanos del colegio vecino, dependiente en ese momento de la Diputación Provincial de Madrid. Entre aquel griterío enorme, me llamó la atención contemplar una cabeza plateada que se elevaba visiblemente sobre el rasero de aquella juvenil asistencia. Y cual no seria mi sorpresa cuando al acercarme me encuentro con la extraordinaria figura del Prof. Ochoa al que al agradecerle entre balbuceos su presencia, me contesto con toda sencillez: “es a mí a quien corresponde expresar mi agradecimiento”. No pude evitar la tentación de preguntarle cómo se le había ocurrido asistir a un acto cuyo programa estaba pensado para niños, “Donde haya música, allí me encontrará usted.”, me respondió. Pude advertir que conocía el programa, cuando me dijo: “A Mozart podemos escucharle en cualquier momento y con cualquiera de sus obras. ¡Mozart es celestial!” Me recordó la famosa frase de Paul Hazard: “El niño es el padre del hombre” y finalmente me felicitó y me animó diciéndome: “Siga, siga por este camino”. Todo ello me dio ocasión de compartir, a partir de entonces, no sólo con D. Severo, sino con otros dos eminentes científicos y colaboradores suyos, como

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Eladio Viñuela, a quien siempre recordaré con sumo afecto, y Margarita Salas, aquí presente, muchos momentos inolvidables en torno a la música. De esta suerte, D. Severo se convertiría en nuestro más fiel melómano, ofreciendo un ejemplo único y excepcional para docentes y discentes. Su asistencia frecuente a nuestros conciertos, tanto en el Teatro Real, como más tarde en el Auditorio Nacional y también en nuestro propio campus, además de prestigiar nuestros actos se convertiría en una especie de referente para los nuevos aficionados que estábamos creando en nuestra comunidad universitaria, sin olvidar aquellos de la Villa y Corte. D. Severo representaba el papel de una suerte de hermano mayor, de buen entendido, de aficionado sobresaliente, difícilmente reemplazable por ninguna autoridad académica, y menos pública. Sin pretenderlo en ningún momento, su presencia y su amistad fue determinante para la organización de algunos eventos decisivos en el desarrollo de la programación de nuestros prestigiosos Ciclos de Grandes Autores e Intérpretes de la Música. Su admiración y el impresionante conocimiento que poseía de la Música de Cámara de Beethoven, y en particular de los Cuartetos, me llevó a organizar, para honrar su figura, seis sesiones en el Teatro Real de Madrid con la interpretación de los 17 Cuartetos beethovenianos, a cargo de agrupaciones de prestigio internacional, tales como el Cuarteto Endres de Múnich, el Cuarteto Enesco de París, el Cuarteto de Varsovia, o el Cuarteto Melos de Stuttgart entre otros, haciendo posible, como asesor de música del Patrimonio Nacional, la cesión extraordinaria de los famosos instrumentos Stradivarius de la Colección del Palacio Real de Madrid, así como la Presidencia de Honor de SS.MM. los Reyes de España. Con este motivo rogué a D. Severo que escribiera unas líneas de presentación. A esta solicitud mía me respondió diciéndome que las redactara yo mismo como quisiera y la firmaríamos los dos. A lo que naturalmente me negué, recibiendo el texto que a continuación les leo: “La audición de los Cuartetos de Beethoven, a la que me convoca nuestra Universidad, me permitirá rememorar aquellas inolvidables fechas en que vivimos en Nueva York mi mujer y yo, donde durante años los escuché repetidas veces, a la vez que suponen para mí un reencuentro conmigo mismo por la íntima humanidad contenida en estas obras.” D. Severo Ochoa

Director Honorario del Centro de Biología Molecular de la Universidad Autónoma de Madrid

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No se puede expresar con menos palabras la esencia de esta música que para él suponía el encuentro con lo más profundo de su espiritualidad y que caracterizaba la obra de Beethoven con la máxima expresión de humanidad. En este sentido, la figura de D. Severo se corresponde con la de otras eminentes personalidades universales en su propio campo científico y en otros, como los de la literatura e incluso de la política, desde Goethe y Schiller hasta Herriot, Lenin o Rooselvet. Cabría citar, en primer lugar, las figuras de Alfred Einstein y Albert Schweitzer. La segunda gran pasión de Einstein fue la Música. Nuestro arte ejercía en él una función reparadora a su esfuerzo investigador, que él lograba interpretando sonatas de Mozart con su sufrido violín al que bautizó con el nombre de “Lisa”. Para Einstein la Música significaba además el espíritu heredado de la burguesía alemana, definida como “Hausmusik”. Música interpretada en la casa familiarmente. Signo de distinción y pertenencia a una élite espiritual, y que suponía un diletantismo musical cuyas dotes técnicas no resistieron la interpretación de los primeros cuartetos de Beethoven. No obstante, su gran admiración por el genio de Bonn le llevaría a organizar la interpretación de los Cuartetos de Beethoven con solistas de la Orquesta Filarmónica de Berlín en la Sala de Música de Cámara de su casa, situada en los bosques de los alrededores de la capital alemana. A estos conciertos asistían entre otras ilustres personalidades de la Ciencia y el Arte, sus colegas Max Born, Max Planck y Otto Hann. Para D. Severo su pasión por la Música era muy distinta a la de Einstein. Para Einstein significaba sin duda el espíritu heredado de la burguesía alemana antes comentado. Mientras Einstein descubría el Mozart de sus primeras sonatas instrumentales, D. Severo afirmaba que el drama lírico más importante de la historia universal de la música era la ópera Don Giovanni de Mozart. Quizás podríamos decir con respecto a D. Severo, que se trataba de un caso muy especial y único porque, además del goce estético, oía la música científicamente. Albert Schweitzer, en su famoso libro sobre Juan Sebastián Bach, muestra su pasión por Beethoven y su música de cámara. Para Schweitzer, Beethoven es el máximo exponente de la música poética, donde narra su vida y sus estados del alma. Significa, en la apreciación del gran músico-médico, o del médico-músico, la expresión máxima del paso del hombre por la vida. Opinión que, por otra parte, había sido enunciada por Baudelaire. Albert Schweitzer y Severo Ochoa coincidían en que la última música que quisieran escuchar antes de su muerte fuese la de Beethoven. Pero mientras Schweitzer se decanta por el Andante de la 5ª Sinfonía, nuestro amigo exige la Gran Fuga, la partitura más elevada de toda la música de cámara.

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Si del campo científico pasamos al de la literatura, la pasión beethoveniana de nuestro inolvidable profesor fue compartida asimismo por Goethe, y más recientemente por Thomas Mann, revelándose como una verdadera autoridad en el análisis de la obra de Beethoven. El amor por la música de Thomas Mann, Premio Nobel de Literatura, ocupó toda su vida. Es notable la referencia que en su Doctor Faustus realiza sobre su sonata favorita, la Sonata Op. 111 para piano de Beethoven, en cuyo ensayo muestra un conocimiento tanto musical como científico de la partitura. Lo mismo le ocurría a D. Severo quien, además de apreciar los Cuartetos de Beethoven musicalmente, los oía científicamente. Sólo así podemos explicar el fenómeno extraordinario de nuestro Premio Nobel de su conocimiento y su deseo permanente por escuchar los últimos Cuartetos beethovenianos. Composiciones que consideramos como un legado a la humanidad del mundo interior del compositor, capaz de romper todas las formas habituales precedentes, reivindicando para el artista la expresión directa de su sentir más íntimo y espontáneo. En opinión de Furtwängler, “alma y música se hacen un todo único”. En una palabra, son la adaptación de la forma al pensamiento, la intensidad y la intimidad del poder imaginativo, las que constituyen las cualidades dominantes de estos últimos Cuartetos, compuestos entre los años 1823 y 1826. Los preferidos de esta última época por D. Severo fueron siempre el Op. 131 y La Gran Fuga Op. 133. El Cuarteto Op. 131 considerado como el de mayores proporciones compuesto por Beethoven y uno de los más atrevidos y originales. Sobre la Fuga del primer tiempo de este Cuarteto, Richard Wagner escribió: “El largo Adagio de introducción es lo más melancólico que se haya expresado jamás con sonidos...” Si la última obra de Juan Sebastián Bach fue “El Arte de la Fuga”, la última escrita por Beethoven fue “La Gran Fuga”. Fue la música que D. Severo quiso escuchar poco antes de su muerte. La obra que fue rechazada por los contemporáneos de Beethoven, y que durante todo el siglo XIX no pudieron descifrar ni comprender los más prestigiosos musicólogos europeos. Hubo que esperar hasta los albores del siglo XX cuando Stravinsky, tras su análisis, la definió como obra absolutamente contemporánea. Desde entonces fue el ejemplo a seguir por los grandes compositores de nuestro siglo, particularmente por Béla Bartók y Dimitri Schostakovich. D. Severo asistió en dos ocasiones a la audición integral de los Cuartetos de Beethoven en 1983 y en 1987, en el Teatro Real de Madrid. A la tercera representación que ofrecimos en 1992 no pudo hacerlo por encontrarse hospitalizado en la Clínica de la Concepción. Allí le llevamos su música prefe-

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rida junto al Dr. Segovia y a Margarita Salas, Rafael Foguet y Sra., Cayetano López Martínez, Rector de la Autónoma, y Charo, su fiel secretaria, gracias a la generosa ayuda y amistad del Cuarteto Enesco de París. Entré a saludarle y lo primero que me preguntó fue: “¿qué obra van a interpretar?” Le dije que para esta ocasión habíamos pensado ofrecerle la audición de uno de los Cuartetos del Op. 18, concretamente el segundo de los seis que componen la serie. Se trata de una obra considerada como dulce y melodiosa, ideal para levantar el ánimo y dar confianza. Pero el insistió en que quería “La Gran Fuga”, “La Gran Fuga”!! Y empezó a cantarla perfectamente. Nuestro gran hombre de ciencia y respetado amigo fue sin duda el más entendido y compenetrado con la Música entre todos los intelectuales y científicos españoles del siglo XX. D. Severo conocía de seguro los pensamientos e ideales beethovenianos: “Todo arte auténtico es un progreso moral. En las grandes creaciones el objetivo es solamente la libertad y el progreso”... “Quién sea receptivo a mi música ése se liberará de toda miseria humana”. Y muy especialmente, aquella otra manifestación del genial músico cuando afirmaba que: “Solo el arte y la ciencia nos ofrecen atisbos de una vida superior”. Podemos afirmar que Beethoven es el punto final del itinerario estético de D. Severo, si bien en los primeros pasos se identificó con Mozart. D. Severo, que como hombre de ciencia tenía una idea densa de la vida, como aficionado a la música quería tener también una idea compleja y completa del Arte. Esta idea la forjó con respecto a la música desde la sabia simplicidad mozartiana hasta la vigorosa complejidad beethoveniana, teniendo siempre en el fondo la inigualable obra de Juan Sebastián Bach. Unir estas dos razones de su vida, es una forma de explicar lo esencial de su biografía. En la parte que me afecta, que es la Música, he querido que hoy se oyese el “Cuarteto Op. 131”, máxima perfección de Beethoven, y en una dimensión modesta y entrañable, una música mía que surgió de su recuerdo y que intenta expresar de alguna forma, y por eso estamos hoy aquí, que nunca seremos capaces de olvidarle.

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