La parábola de Michel Foucault

14 oct. 2011 - sante, en la École; colabora, como psicó- logo, en el hospital psiquiátrico Sainte. Anne y en el hospital del centro peni- tenciario de Fresnes.
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Cabe destacar en esta lectura un curioso contraste entre el incuestionable talento que todos y cada uno [de los examinadores] reconocen al candidato y la multiplicidad de los reparos que se formulan desde el inicio hasta el final de la sesión [...]. Nos encontramos ante una tesis principal verdaderamente original, de un hombre cuya personalidad, cuyo dinamismo intelectual, cuyo talento de exposición califican para ejercer la enseñanza superior. Por

La parábola de Michel Foucault POR TOMÁS ABRAHAM Para La Nacion

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Pronto se gana la fama de “espíritu genial”. Pero al mismo tiempo que deslumbra con su inteligencia, el joven profesor escandaliza con su conducta

oucault inicia y termina sus cursos en el Collège de France con una misma invocación a la filosofía griega. No es de extrañar, ya que la filosofía nace en Atenas. Para sorpresa de muchos de sus lectores, en esta travesía se lo escucha hablar de algo llamativo en sus escritos: la filosofía occidental y Occidente. Los viajes del filósofo por la historia del pensamiento tocaron una tal diversidad de puertos que prácticamente poco dejó sin nombrar. Pero ahí, en el Pireo, sucedió algo revolucionario, una mutación cultural, que produjo el acontecimiento llamado filosofía. Si alguna vez Foucault dijo que las preguntas por la identidad eran vanas, por no decir persecutorias, y que su tarea de escritor era indisociable de portar una máscara, en este trayecto su adscripción a la filosofía no admite dudas. Foucault es filósofo, no es científico, ni historiador, ni ensayista, ni, por supuesto, un profeta. Y su oficio de filosofar es más que un trabajo, que una profesión, es una actitud. En los catorce años de su vida académica en el recinto abierto de una institución parauniversitaria, su proyecto llamado “Historia de los sistemas de pensamiento” discurre por una reiterada preocupación: la relación entre aletheia, politheia y ethos. La verdad, el poder, la moral, para decirlo en términos escolares, constituyen el trípode del pensamiento llamado filosofía. La figura de Sócrates es la del héroe epónimo de esta disciplina nómade por definición. Su carácter ambulatorio no se debe sólo a la diversidad inacabable de sus modos de expresión, sino al tránsito irrefrenable entre las tres instancias nombradas. Para hablar del poder hay que desplazarse por los modos en que se enuncia una verdad que legitima el relato de los que mandan, y puntualizar la diferenciación ética que distingue a los sujetos. La verdad no es una entelequia ni real ni ideal que pueda abstraerse de las formas históricas en que ha sido nombrada. Toda verdad depende de un régimen, es decir, de un sistema de escritura y de una forma de autoridad. Nada pierde de su majestad por el hecho de que sea histórica, por el contrario, su majestuosidad sólo cabe en un orden del discurso que abre el texto a la historia. La verdad, además, se articula con una preocupación sobre las condiciones, los límites y las prácticas que un aspirante debe cumplir para estar preparado en el momento de recibirla y adoptarla. Finalmente, ningún sujeto moral es concebible sin una problematización sobre su lugar en la polis, su relación con sus semejantes al interior de una organización comunitaria, su posición y función en un espacio de poder, y su relación con la verdad. La inscripción délfica del “conócete a ti mismo”, el denominado “cuidado de sí” y la misión del verbo “parresiástico o hablar directo” son los tres conceptos con que, a lo largo del enunciado de su palabra en las aulas, ante un auditorio en el que legos y doctos se alternaban para escucharlo, Foucault ilustrará el pasaje entre la verdad, el poder y los valores, transversal a este Occidente. En el año 1970, Foucault da inicio a sus actividades en el Collège con la conferencia “El orden del discurso”. Desde ese momento inaugural le da un color nietzscheano a su emprendimiento filosófico. El filósofo alemán lo inquieta. Le abre las puertas de la percepción. No ve en él a la efigie del superhombre, ni al paranoico del poder. Admira su poder sísmico. Así como buscó el “pensamiento del afuera” de la filosofía, transitando por sus bordes con la literatura de G. Flaubert a R. Roussel, luego de realizar intervenciones históricas en la filosofía sobre la base de los escritos de F. Braudel, P. Brown y P. Veyne, cinco años después de haber escrito Las palabras y las cosas, un texto en el que la filigrana y la sintaxis de una episteme trazan los límites del “decir” de una época y destronan la pretensión regia de la filosofía, en los comienzos de la década del setenta aparece Nietzsche, la quinta columna del proyecto fundador nacido en tierra helénica. Nietzsche es el filósofo contra la corriente platónica y aristotélica. Y con esto no se dice sólo “Grecia”, sino más allá de un área cultural, se apunta al “sujeto del conocimiento”, figura del saber occidental que supone que hay un deseo de conocer natural en el hombre, a partir del cual la filosofía se define como la búsqueda de la verdad. Si Freud introdujo la peste psicoanalítica al llegar al puerto de Nueva York, NietzsContinúa en la pág. 8

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Viernes 14 de octubre de 2011

tiene el tercer puesto. Sin embargo, en lugar de alegrarse por el logro, se enfurece por no haber alcanzado la primera ubicación, para la cual había trabajado denodadamente. Entre 1951 y 1955, Foucault se dedica a la psicología. Imparte clases, como pasante, en la École; colabora, como psicólogo, en el hospital psiquiátrico Sainte Anne y en el hospital del centro penitenciario de Fresnes. Por entonces, ya había obtenido las licenciaturas en Filosofía y en Psicología en La Sorbona y un diploma en Psicopatología en el Instituto de Psicología de París. El contacto con los internados psiquiátricos y con los reclusos dejará hondas marcas que no tardarán en aflorar cuando llegue el tiempo de la filosofía y la política. En 1955 acepta un puesto como “lector de francés” en la Universidad de Uppsala, Suecia, conseguido por recomendación de Georges Dumézil. Las tareas que realiza son variadas: dictado de conferencias, promoción de las letras y las artes francesas, organización de encuentros culturales. Foucault se muestra entusiasmado con su cargo que no sólo le deja tiempo para investigar y comenzar a escribir su tesis de doctorado, sino que también le permite vincularse con algunos de los principales protagonistas de la cultura francesa del momento, como Marguerite Duras, Albert Camus, Roland Barthes, Jean Hyppolite. En las conferencias que él mismo imparte tanto en Uppsala como en Estocolmo fascina a sus auditorios. Pronto se gana la fama de “espíritu genial”. Pero, al mismo tiempo que deslumbra por su inteligencia, escandaliza por su comportamiento. Contra la imagen de un intelectual serio y austero, el joven profesor exhibe un hedonismo que lo coloca permanentemente al borde del escándalo. Su Jaguar beige, que conduce algunas veces alcoholizado y casi siempre a muy altas velocidades, es tan célebre en Uppsala como su conductor. Tras desempeñar durante tres años este cargo, ocupará uno semejante en Varsovia y luego en Hamburgo para, en 1960, regresar a París con su tesis “Locura y sinrazón. Historia de la locura en la época clásica” íntegramente redactada. Otra vez se enfrenta Foucault con un tribunal, ante el que debe defender su tesis de doctorado. En el acta redactada por el jurado, se lee:

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