La Niña del Arco Iris - Unicef

se distrajo mirando un sapo feo que saltó de pronto, haciendo que la niña perdiera el paso y se golpeara la cabecita contra un pedrón. Dormidita quedó para ...
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La Niña del Arco Iris -Cuento-

En la margen derecha del gran río, en Tingo María, jugaba la niña del Arco Iris con su hermanita mayor. Hacían la ronda, cantando canciones antiguas que les enseñó su madre, el águila de Huánuco, y también su padre, el león. Tras siete vueltas completas, llenitas de música y amor, la niña del Arco Iris se distrajo mirando un sapo feo que saltó de pronto, haciendo que la niña perdiera el paso y se golpeara la cabecita contra un pedrón.

Dormidita quedó para siempre, sin importar los ruegos de sus papás, de sus hermanos, de sus parientes. Dormidita la llevaron al gran kuraka blanco, para que la despierte con su magia poderosa. Nada pudo hacer. "Es el destino" le dijo varias veces a los padres, "déjenla morir acá".

Echadita en su lecho de enferma, la niña del Arco Iris dormía profundamente, sin parar. Detrás de ella, sobre el horizonte, se podía ver también la silueta de Nunash, la princesa incaica que se convirtió en montaña para estar con su amado Cuynac una eternidad. ¿Será ese también el destino de la niña del Arco Iris? ¿Dormir para siempre? "No y mil veces no" decía rugiendo su padre, lleno de furia, no de resignación.

El padre distrajo al kuraka blanco, que la tenía cautiva, para que su hermanita menor pudiera visitarla en secreto. Pero la hermanita hizo más que eso: le habló con mucho amor. Le dijo que todos la querían, pero la niña del Arco Iris no despertó. Le dijo que la extrañaban. Pero la niña del Arco Iris no despertó. Le dijo que en casa había pescado fresco y papas. Pero la niña del Arco Iris no despertó. Triste, la hermanita le acarició el rostro y tocó sus labios que estaban secos. Entonces la niña del Arco Iris abrió los ojos y la mordió. "Tengo hambre" le dijo. "Entonces vamos a casa a comer" respondió la hermanita, sobándose su dedo pero feliz.

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El kuraka blanco ya no pudo decir que no. Al regresar a la casa de la niña hubo una gran celebración. Canto, comida rica, dulces. "Milagro" decían todos al verla reír y jugar de nuevo, pero ella sonreía nomás, sin contar lo que había vivido mientras durmió.

Desde entonces, en las noches de luna llena, la niña del Arco Iris se quedaba mirando la silueta dormida de Nunash, la princesa inca que se inmoló de amor. Se habían conocido en el mundo de los sueños, que la niña había visitado cuando se golpeó la cabeza. “Qué lindos son tus ojos” le dijo Nunash al conocerla. “¿Cómo te llamas?”. “Dina, señora” respondió la niña del Arco Iris, impresionada por la princesa. Nunash le contó su vida, su amor por Cuynac, su determinación de convertirse en montaña. "Yo quiero ser igual que tú" le dijo la niña, llenita de admiración. Pero Nunash se negó. "Mi destino es velar a mi amado, pero el tuyo no. Tu destino será cantar como canta el agua del arroyo, en la quebrada, como canta el ave paucar, en el monte". "Pero yo no sé cantar" respondió la niña. "No hacia afuera, pero si en tu ser interior -insistió la montaña- el gran río me ha traído tu canto, el sabe, y tú tienes un gran don, úsalo".

Fue entonces cuando la niña despertó, no por hambre de comer, sino por hambre de cantar. Al comienzo le daba vergüenza, miedo, pero más miedo le daba desafiar a la montaña, así que poquito a poco comenzó a cantar, poquito a poco el canto comenzó a ganarse su corazón y ella el corazón del canto, hasta que se convirtió en una gran pasión. Desde entonces la niña del Arco Iris inspira con su canto a todo el Perú, despertando el talento de otras niñas como ella, para que sumen su voz, una voz que va creciendo y creciendo, grande como las montañas del ande, y con un solo mensaje de amor.

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