La mayúscula no es un juicio de valor En el nombre

El comienzo del texto concuerda con el título: «Más de 400 niños de hasta. 6 años padecen cuadros de desnutrición en La Calera…». Pero al avanzar en la lec-.
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Notas

Lunes 11 de febrero de 2008

LA NACION/Página 13

La Catedral y los cómplices Por Sergio Bergman Para LA NACION

L

a profanación de la Catedral Metropolitana no fue sólo perpetrada por quienes la tomaron, sino, sobre todo, por aquellos que sabemos y no nos sinceramos. Es la acción de algunos pocos pero, tanto o más, la omisión, el silencio cómodo y cómplice de quienes, viendo todo, no hacemos nada. Como la Catedral, la República está siendo profanada. Quienes abandonamos lo público en el refugio seguro de lo privado, lamentaremos, cuando ya sea tarde, no habernos consagrado a la ley como el límite que sostiene no sólo el orden constitucional, sino también las garantías cívicas, que son la expresión jurídica de la dignidad que resguarda los derechos humanos. Consagrar es una acción terrenal, social, cultural y colectiva que no sólo es patrimonio de la experiencia religiosa. La religión, en cuanto institución, designa tiempos, espacios, símbolos y rituales para hacer sagrado con otros, es decir, con-sagrar en lo terrenal su vínculo con lo celestial. Los creyentes, en nombre de lo divino, revelamos lo humano. Aquello que la religión instituye en la libertad de conciencia, en nuestra sociedad lo establece la Constitución de la Nación. Consagrar los límites es una experiencia propia del Estado de Derecho, que da garantías a la libertad de todos y no para ejercerla según la visión de algunos, que profanan los límites para imponerse en la pre-potencia de lo concedido y no en la potencia del contenido de lo que se reclama. Podríamos decir que este principio nada tiene de extraordinario en una sociedad democrática y con un sistema vigente, donde la ley es el límite. No es nuestro caso en la Argentina de la sociedad anónima, que no es sólo una figura apta para los negocios que se van haciendo con lo de todos para pocos, sino un abismo en el que se quiebra la empresa de ser el país que nos debemos. Cuando en forma reiterada y cotidiana se violenta la ley, se profana el límite, vaciándolo de su valor sagrado. Hace unos días, la Catedral Metropolitana fue profanada. Siempre imaginé, como rabino, que debía estar atento a reclamar por la profanación de nuestras sinagogas o cementerios. Nunca que deberíamos hacerlo por la del templo emblemático de la Iglesia Católica argentina. El cardenal Bergoglio siempre resalta que, en el frontispicio de la Catedral, está la imagen de José y sus hermanos en la reconciliación y el encuentro. Deberíamos insistir en esta narrativa bíblica, para reencontrarnos los argentinos en un abrazo fraterno. Sin olvidar el pasado trágico, es en nombre de la verdad, la justicia y la memoria que debemos hacer de la ley un templo sagrado,

quierda, sino del derecho universal para que se cumpla el límite sagrado de hacer valer los derechos de uno sin violentar los del otro. Convivir es vivir con los demás en este vínculo sagrado del límite que propone la ley. Consagrar lo profanado es hacer un templo de este límite que, como santuario, nadie pueda vulnerar. La ley es la catedral de la república. No debemos dejar que se confunda –a pesar de la demagogia y la manipulación mediática– este legítimo orden cívico con autoritarismo; que se equipare el hacer cumplir la ley con la represión; ejercer autoridad, con abusar de la fuerza; establecer seguridad jurídica y física como garantía constitucional, con la apología o el fantasma de las fuerzas de seguridad usadas como el único resguardo para hacerlas valer. Son nuestras instituciones republicanas las que hacen de catedral de la ley sagrada, que, sin ser perfectas, son nuestra garantía de vivir en civilización y no en barbarie.

La ley es la catedral de la república; no debemos dejar que se confunda

Cuando reiteradamente se violenta la ley, se profana el límite ya que es la expresión formal del valor espiritual de los derechos humanos. No queremos olvidar el pasado, pero queremos partir de él y, a partir de él, acceder al presente, que anticipa el futuro de un abrazo donde todos los argentinos seamos familia. Cuando uno vive en el Estado de Derecho no requiere reivindicar los derechos humanos, sino cumplir con la ley donde están resguardados y garantizados. Al mismo tiempo, los derechos humanos no son ni de izquierda ni de derecha, sino de la ley, la Constitución y el orden republicano, en los que las instituciones, y ya no sólo los movimientos, son los protagonistas exclusivos de su vigencia. La dignidad de

lo humano es la raíz del derecho. Ningún derecho puede reivindicarse torcido. En este caso no fue la lucha histórica de la madres, que sostenemos y acompañamos durante décadas, sino la particular forma de hacer política de una de ellas la que lideró la irrupción en la Catedral, ámbito sagrado de lo religioso, para reclamar partidas presupuestarias. No es mi intención abrir una polémica sobre los fondos, pero sí reflexionar sobre el fondo de la cuestión, que es preguntarnos si uno, por aquello que cree sagrado para su causa, se encausa y desborda en profanación de lo que es sagrado para otros. Nada puede justificar la desproporción de ingresar en la Catedral para tomarla como rehén de un mecanismo de extorsión, a cuenta de la profanación de aquello que, sabiendo de la sensibilidad de su proyección, pretende sólo dañar. Lo paradójico es el silencio masivo frente a este hecho que, público y notorio, fue rápidamente disimulado y silenciado. Si se

hubiera realizado la misma acción de presión ingresando en una sinagoga o en una mezquita o algún otro templo de cualquier confesión, sé que la reacción hubiera sido inmediata, masiva y de repudio. La Constitución da claras garantías para expresar y reclamar. Hay ámbitos públicos donde cada día se ocupan las calles y se reclama, por lo que cabe preguntarnos el motivo de hacerlo en la Catedral. Pero no sólo la Catedral es profanada, sino también los límites sagrados de la ley, donde los derechos de unos no pueden imponerse para violentar los de otros. Ya sea como en este caso, de ingresar en la casa del otro y degradarla en su dimensión sagrada, como en lo público, que es de todos y se profana para que sea tomado cautivo como propiedad de algunos. Las calles, las rutas y los puentes deberían volver a consagrarse como espacio de todos, donde la libertad de transitar, llegar a trabajar, a estudiar, vivir en libertad no son un reclamo de la derecha, ni una reivindicación de la iz-

Instituir república es una construcción social, cultural y colectiva, que nos hace pertenecer a esta sociedad de derechos y obligaciones, donde no sólo tenemos derecho a reclamar, sino compromisos que asumir. Cuando se trata de con-sagrar la ley como límite, estaremos haciendo sagrado lo profano. Acción sagrada que es, en este campo de la transformación política, un desarrollo de la espiritualidad cívica. Por ello, aun quienes somos creyentes, no le pedimos al cielo, sino que, sumados a todos los argentinos, hombres y mujeres de buena voluntad que habitan el territorio nacional, que no sólo habitemos, sino que comprometamos nuestras manos y corazones aquí, en esta bendita tierra, todo aquello que debemos ser y hacer para vivir en la paz y el amor de este santuario de todos, que es el país. Cuando nuestro país ya no sólo se habite como condominio, sino que se instituya en construcción ciudadana, desplegando, en el marco de la ley, el poder de las acciones políticas y cívicas, volveremos a caminar hacia ésta, nuestra tierra prometida, consagrada en la Constitución y sus instituciones como nuestra Nación, tan República como la Argentina. © LA NACION El autor es rabino de la Asociación Israelita de la República Argentina.

En el nombre del padre L

a modificación de la ley de apellidos deja a las mujeres ubicadas de otra manera, pero todavía en manos de los hombres. El terreno que pierden los maridos no lo ganan ellas: lo ganan los padres de ellas. No es un detalle. Al contrario. Es extender el poder del patriarca. Es permitirle a un hombre, el padre de la madre, mantener su legado a través del tiempo y que sean también las hijas las responsables de sostenerlo. Los nacidos luego de promulgada la ley no recibirán el apellido de la madre: recibirán el apellido del padre de la madre. La madre de la madre, la línea femenina, quedará nuevamente excluida. Parecería que, de ahora en adelante, la ley podrá corregir ese

problema, pero no es así. Aunque la hija tenga ambos apellidos, el único que podrá traspasar será el de su padre. El de su madre quedará en el olvido. Por eso sigue siendo una cuestión de hombres. La histórica disputa entre padres y maridos. En el momento del traspaso reaparece la supremacía del varón, pero esta vez no es la del marido, sino la del padre de la mujer. Desgraciadamente, ella seguirá siendo el vehículo que transportará el nombre de un hombre de una generación a la siguiente. La ley recoloca a la mujer. En el futuro será menos “mujer de un hombre” y más “hija de un padre”. Para las mujeres, no es un cambio menor. Son dos posiciones diferentes

Por Ricardo Coler Para LA NACION y la consecuencia ineludible de mantener el linaje por la vía del varón. Es una pura cuestión lógica. Como es algo delicado, quisiera dejar en claro que apoyo la medida. La doble filiación es más que justa. Los hijos son de ambos y si de alguna manera se aumenta la protección a los menores, poco hay para discutir. Es un tema aparte acordar si es momento de tratar estos asuntos. La pelea por las reivindicaciones a veces nos hace olvidar algunos detalles. El primero es que no hay ley que arregle del todo las cuestiones

humanas. Siempre en algún lado fallan, justamente porque ésa es una de las características de las cuestiones humanas. Cuando algo se arregla en un lado se desarregla en otro. No es para deprimirse; tiene una ventaja: permite elegir. El otro punto es suponer que esto implica un matriarcado. Lamentablemente, no es así, sino todo lo contrario. Nada como esta ley para revitalizar la función del padre, pero la del padre de la madre. En el momento del nacimiento, el padre donará el apellido de su padre y la

madre hará exactamente lo mismo. Da la sensación de que los hombres siempre hiciéramos trampa. El amor por el padre puede coexistir con el amor por la pareja de la mejor manera. Pero si hubiera que elegir, quizá sean preferibles las enamoradas del marido a las enamoradas del padre. Incluso son más saludables como madres. A las enamoradas del padre no les es tan fácil habilitar a sus hombres para que sean los padres de sus hijos. Hay sociedades como la de los khasi de la India (dos millones de integrantes) donde las mujeres tienen todos los derechos. Usan el apellido de sus madres y son las únicas que pueden recibir herencia.

Pero entre los khasi, cuando hay un hombre adelante, la mujer se calla. No alcanza con una legislación que las favorezca. No me parece justo decir que los argentinos somos misóginos. En especial después de que el setenta por ciento de la población votó por mujeres en las últimas elecciones. Más aún: el que critica –al menos, de manera pública– a las dirigentes por su condición femenina difícilmente pueda salir indemne de semejante barbaridad. Claro que siempre hay un espacio para hacerlo, pero es un espacio estrecho. De todas maneras, algunas cuestiones de género se pueden resolver con una decisión. Pero no todas, no totalmente. © LA NACION

Diálogo semanal con los lectores

La mayúscula no es un juicio de valor “E

N el «Diálogo» del 28 de enero, se sostiene que «en español, los nombres de los días y de los meses se escriben con minúscula». ¿Sería correcto entonces escribir con minúscula Viernes Santo o 25 de Mayo?”, pregunta Osvaldo M. Helman. Cualquier sustantivo común, cuando es parte de un nombre propio, se escribe con inicial mayúscula. Escribimos Facultad de Filosofía y Letras o Ministerio de Educación con iniciales mayúsculas porque esos son nombre propios de instituciones, aunque los sustantivos que los forman son sustantivos comunes que normalmente se escriben con minúscula. Lo mismo hacemos con los adjetivos que forman parte de nombres propios, por ejemplo Real Academia Española, aunque los adjetivos normalmente se escriben con minúscula. Viernes Santo es el nombre de una festividad y por eso se escriben con iniciales mayúsculas las dos palabras que lo forman, no solo el sustantivo, sino también el adjetivo. En 25 de Mayo, Mayo se escribe con mayúscula cuando es el nombre del hecho histórico o de la fiesta que lo conmemora, pero si se trata de la fecha, aunque sea la fecha de ese hecho histórico, debe escribirse con inicial minúscula. Por ejemplo, se escribe: “El 25 de mayo la escuela estuvo cerrada y por eso festejamos el 25 de Mayo un día antes”; “El 25 de mayo de 1810 se instaló el primer gobierno patrio”. Estas no son mayúsculas de respeto, sino que responden a reglas puramente

formales. Los nombres de los hechos históricos más terribles y de las organizaciones más nefastas, como Holocausto o Triple A, también deben escribirse con iniciales mayúsculas. El uso de las mayúsculas no es un juicio de valor y no tiene nada que ver con las buenas o malas cualidades de los objetos designados. Otra vez los números Escribe Félix J. Garrigós: “El viernes 25 de enero se publicó una noticia que, no sé si por afán sensacionalista o por simple torpeza, lleva un título equivocado: «Más de 400 desnutridos en Córdoba». El comienzo del texto concuerda con el título: «Más de 400 niños de hasta 6 años padecen cuadros de desnutrición en La Calera…». Pero al avanzar en la lectura, se ve que la situación es diferente. Según declara el director del hospital, los niños en cuestión son «alrededor de», no «más de», 400, pero «un 80 por ciento de esa cifra corresponde a casos de criaturas con bajo peso, un 20 por ciento con desnutrición de grado uno y un dos por ciento con desnutrición moderada». Esto también está mal expresado, porque suma un 102 por ciento. Posiblemente el médico haya querido decir que el 80 por ciento de los niños (es decir, unos 320) tienen peso bajo, y el 20 por ciento restante (unos 80), desnutrición, y de estos, la mayoría (unos 72), desnutrición leve, y el 2 por ciento (8 niños), desnutrición moderada. Como se ve, esto, aunque grave, es muy diferente de los «más de 400 desnutridos» del título.

ollar o piedra ollar viene, como bien ha intuido Lonati, de olla.

Por Lucila Castro De la Redacción de LA NACION En todo caso, debería haberse hablado de niños mal alimentados.” Homónimos “En las palabras cruzadas del 30 de enero, en verticales, nº 10, figura la referencia «piedra para hacer vasijas». En la solución, al día siguiente, aparece la palabra «ollar». En el Diccionario Salvat, ollar está definido como «orificio de la nariz de las caballerías». Nada parecido. Tendrá alguna relación con olla, pero no lo entiendo; nunca oí de una piedra con ese nombre”, escribe Marta Julia Lonati. La referencia es correcta y también lo sería si se hubiera puesto la definición que cita la lectora. Son dos homónimos. El sustantivo ollar ‘orificio de la nariz de las caballerías’ viene del galaico-portugués ollo, que significa ‘ojo’. El nombre de la piedra llamada

Los dígrafos Escribe el ingeniero Conrado Estol: “En la columna «Cuando las letras son muchas», del 28 de enero, veo: «Los nombres de las consonantes en su mayoría terminan en -e y agregan -s para formar el plural: bes, ces, ches, efes, eles, emes, haches, uves, etcétera». En mis tiempos, en el Nacional de Buenos Aires, así era, pero entiendo que el asunto ha cambiado y la ch, incluida en esa lista de consonantes, no es más una letra (pérdida que por alguna extraña razón he lamentado), sino un simple, o no tan simple, dígrafo. ¿Es así, efectivamente, o estoy confundido después de tantos años y de tantos cambios en las reglas que me enseñaron?” La che es un dígrafo y siempre lo fue. Esto no ha cambiado ni puede cambiar, a menos que se decida cambiar el signo gráfico que la representa. Pero ese signo gráfico, efectivamente “no tan simple”, porque es doble, representa una sola consonante (africada, palatal, sorda) y como consonante está mencionada la che en el texto que cita el lector. Sin embargo, si se la hubiera mencionado como letra, esto tampoco sería incorrecto, porque tradicionalmente los dígrafos che y elle, por representar cada uno una sola consonante, han sido considerados letras de nuestro alfabeto. Y esto tampoco ha cambiado. Lo único que ha cambiado es que, desde 1994, para ordenar palabras alfabéticamente, cada uno de los dos signos que forman esos dígrafos se considera por separado.

Leemos en el Diccionario panhispánico de dudas, de la Real Academia Española: “Como las demás lenguas románicas, el español se sirvió básicamente de la serie alfabética latina, que fue adaptada y completada a lo largo de los siglos. El abecedario español está hoy formado por las veintinueve letras siguientes: a, b, c, ch, d, e, f, g, h, i, j, k, l, ll, m, n, ñ, o, p, q, r, s, t, u, v, w, x, y, z. Esta variante española del alfabeto latino universal ha sido utilizada por la Academia desde 1803 (cuarta edición del Diccionario académico) en la confección de todas sus listas alfabéticas. Desde esa fecha, los dígrafos ch y ll (signos gráficos compuestos de dos letras) pasaron a considerarse convencionalmente letras del abecedario, por representar cada uno de ellos un solo sonido. No obstante, en el X Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, celebrado en 1994, se acordó adoptar el orden alfabético latino universal, en el que la ch y la ll no se consideran letras independientes. En consecuencia, las palabras que comienzan por estas dos letras, o que las contienen, pasan a alfabetizarse en los lugares que les corresponden dentro de la c y de la l, respectivamente. Esta reforma afecta únicamente al proceso de ordenación alfabética de las palabras, no a la composición del abecedario, del que los dígrafos ch y ll siguen formando parte”. © LA NACION Lucila Castro recibe las opiniones, quejas, sugerencias y correcciones de los lectores por fax en el 4319-1969 y por correo electrónico en la dirección [email protected].