LA LENGUA DE LOS SEFARDÍES LA lengua hablada por los sefardíes, el judeo-español, es desde el punto de vista hispano un dialecto (o mejor, un complejo dialectal) que se ha ido distanciando de su origen: el español medieval-renacentista que se hablaba en la Península, anterior a los profundos cambios que experimentó a partir del siglo XVI; por lo tanto, al compararlo con nuestro español actual, el judeoespañol resulta un dialecto con carácter arcaico, que ha conservado en su fonética la pareja de prepalatales sonora-sorda /ž/ (j, s en la transcripción con ortografía española, diacríticamente marcadas con tilde grave, de pronunciación igual a la j francesa) y /š/ (para las mismas grafías marcadas con tilde circunfleja invertida, con sonido de la ch francesa o la sh inglesa); igualmente ha conservado la sibilante sonora /z/ transcrita ć, ś o ź, y pronunciada como s intervocálica francesa, además de otros fonemas propios del español medieval, como la aspiración de la h (representada por ). Los caracteres generales del español sefardí son el polimorfismo (es decir, no se presenta como un dialecto unificado, puesto que se ha desarrollado en países distintos, en contacto con lenguas diferentes), la innovación y el arcaísmo, que se presentan en una mezcla gradual de diversos componentes: el hebreo-arameo y el hispánico medieval (con préstamos arábigos) antes del destierro, y ya en la diáspora, el turco y las otras lenguas balcánicas (neogriego, servocroata, rumano...), lenguas romances como el francés y el italiano, el árabe norteafricano, y en el s. XX el inglés, el hebreo israelí y de nuevo el español de España e Iberoamérica. Los nombres dados a este dialecto son varios: judeoespañol, jaketía (en el norte de África), ĵudeśmo y ladino, aunque esta última denominación no parece demasiado correcta, dado que se refiere a una variedad semiarcaica del español sefardí utilizada para traducir a una lengua romance los textos litúrgicos hebreos. El problema de la ortografía EN la Edad Media, tanto musulmanes como judíos se servían de las grafías de sus alfabetos para representar por escrito las lenguas derivadas del latín. A este tipo de transcripción se le llama grafía aljamiada. Los sefardíes emigrados a la zona oriental del Mediterráneo y el Norte de África siguieron utilizando el alfabeto hebreo en sus escritos hasta el segundo tercio del siglo XIX por razones evidentes de comodidad, ya que era la letra hebrea la que se enseñaba en su sistema tradicional de educación, tan ligado a la religión (esta era lógicamente la misma grafía de los textos sagrados). En cambio, los sefardíes que pasaron a Italia y los Países Bajos escribían e imprimían sus libros con caracteres latinos. Esta tendencia se impuso como consecuencia del proceso de occidentalización en las demás zonas a partir del último tercio del siglo XIX, con el abandono de la escritura aljamiada.1
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En la ilustración de la página siguiente vemos la portada del Meam Loez (comentario sobre el Génesis) en escritura aljamiada, en una edición publicada en Esmirna en 1864 (original conservado en la Biblioteca de Estudios Sefardíes del CSIC).
Surge entonces el problema ortográfico, que aún pervive. En los congresos sobre el judeoespañol celebrados en Jerusalén (1999) y La Rioja (2000), los filólogos y periodistas participantes no lograron ponerse de acuerdo, salvo quizá en el abandono del sistema aljamiado. Se mantienen básicamente dos posturas distintas: a) La escritura “fonética”, defendida por la revista Aki Yerushalayim (que se publica desde 1979 en Israel) pretende la normalización de la grafía sefardí para evitar el polimorfismo, e intenta reflejar fielmente la fonética judeoespañola, aunque basándose a menudo en ortografías ajenas al español (es el caso de los grupos consonánticos “sh”, “dj”). No utilizan la “h” muda, la “rr”, la “ll”, la “ñ”, la “q” ni la “c” (que es sustituida según sus sonidos por “k” y “z” o “s”, según los casos). Sus inconvenientes más notables son el alejamiento de la norma hispánica común y la ruptura del consenso ortográfico, que hacen dificultosa su lectura para los hispanohablantes. b) El mantenimiento de la ortografía del español actual, pero marcando con signos diacríticos las consonantes y vocales cuya pronunciación difiere de la norma española, para mantener los rasgos diferenciales de la fonética sefardí. Es la postura defendida por los filólogos del Instituto Arias Montano (en la actualidad Departamento de Estudios Hebraicos y Sefardíes, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas), y se explicita como puede verse algunos párrafos más arriba. Tiene el inconveniente de la adición de signos diacríticos sobre ciertas consonantes (tildes y puntos), caracteres que no son fáciles de conseguir en los teclados a pesar de los avances informáticos.