Momento de Decisión
La historia de la iglesia primitiva apostólica nos manifiesta que aquellos creyentes cumplieron fielmente el mandato de Cristo; haciendo discípulos, bautizándolos y enseñándoles las sendas del Maestro. Sigamos, entonces, cronológicamente, los versículos relativos al “bautismo”, según el orden en que San Lucas los escribió: 1) Hch. 2:38, 41 – “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícense cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo... Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.” En el pasaje (2:14-41) Pedro predicó el bautismo el día de Pentecostés, y aquellos que creyeron se bautizaron. Recordemos que Juan había predicado un bautismo de “arrepentimiento”. Pero aquí, el bautismo que Pedro proclama (v. 38) es el de testimonio de “perdón de pecados”, obteniéndose este “perdón” únicamente, por fe en Jesucristo. Así, aquellos que estaban dispuestos a ser bautizados, expresaban que, antes, se habían convertido al Señor. La fuerza del (v. 38), está sobre el “arrepentimiento” y no sobre el bautismo, el cual implicaba un cambio de mente respecto al reconocimiento del Señor como el Mesías, el Cristo, a quien ellos (los judíos) habían rechazado, como señal evidente de que se había producido un cambio de corazón, que se expresaba en un cambio en la manera de pensar (Ro. 12:2). Por su parte, el bautismo era señal de haber depositado le fe en Cristo, como condición, excluyente, para ser salvo (Ro. 5:1). Siendo la bendición de los salvados “recibir el don del Espíritu Santo”, el cual los unía a otros creyentes, sin distinción de raza o condición social, conformando así “un cuerpo en Cristo” (1ª Co. 12:13). El cambio principal entre el bautismo de Juan y el de Pentecostés, está dado en que este último está relacionado con el nombre del Señor Jesús y el don del Espíritu Santo. - En cuanto al v. 41, nos revela al grupo que conformaban la iglesia primitiva, como “creyentes genuinos” porque “habían recibido la Palabra” y “obedientes” a ella, “fueron bautizados”, siendo la evidencia de su conversión el hecho de ser “añadidos a la iglesia”; produciéndose esa “incorporación” no por “el bautismo de agua”, sino por “la acción” del Espíritu Santo, quien es el que tiene el “poder” de “unir” a los creyentes en Cristo y así, “añadirlos” o “sumarlos” a “la iglesia local”, la cual es la expresión de “la Universal”, en el tiempo y espacio de nuestra humana dimensión. 2) Hch. 8:12 – “Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres”. - El evangelio que predicaba Felipe era “el del reino”, el cual, proclamaba a Cristo (v.5), al igual que el de Juan el Bautista que anunciaba al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Así, los oyentes de Felipe “creyeron en el Señor Jesús” y, obedientes al mandato de Cristo, se bautizaban.
Fijémonos que el versículo menciona, únicamente a “hombres y mujeres”, pero no se nombra a ningún “niño” recién nacido o sin uso de razón. Es decir, se refiere únicamente a personas adultas o capaces, al menos, de discernir, lo cual no hace más que confirmar que el “bautismo” siempre sigue a la fe, pero nunca la precede. 3) Hch. 8:36-38 – “Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó”. - El pasaje nos expresa que el etíope buscaba la verdad, y una vez que halló a su salvador, inmediatamente quiso bautizarse, no tardando Felipe en concederle su petición, pues evidenciaba el ansia de su alma regenerada, considerando al bautismo un “mandato de Cristo” y por tanto “divino”, que Dios había establecido para todo creyente (Mt. 28:19; Mr. 16:16). Notemos que “el bautismo” exige una verdadera “confesión” de fe: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (v. 37b), dijo el eunuco, sin ambigüedades ni reservas. También queda evidentemente claro que el bautismo fue por inmersión (v. 38), pues “ambos descendieron al agua”. El término “bautizó” del versículo, equivale en su expresión original a “sumergir”. 4) Hch. 10:47-48 – “Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días”. - Habiéndose evidenciado sobre los gentiles en la casa de Cornelio, una genuina obra de Dios (v. 44) y no habiendo objeción escritural, Pedro mandó bautizarlos de inmediato. Notemos que Pedro deja bien claro que debían ser bautizados “en el nombre del Señor Jesús”, es decir, bajo su autoridad y como “testimonio” de haber sido incorporados a ÉL por “el bautismo del Espíritu” (1ª Co. 12:13). 5) Hch. 16:15 – “Y cuando fue bautizada (Lidia), y su familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad. Y nos obligó a quedarnos”. - Lidia, después de recibir al Señor Jesús como su Salvador (v. 14) fue bautizada juntamente con su familia, quienes, obviamente, se habían convertido antes de ser bautizados. El término “su familia” (Gr. “oikos”), se lee “su casa”, es decir, los que estaban bajo su cuidado y servicio, probablemente las empleadas en su taller de tinte (v. 14 – “vendedora de púrpura”). Algunos estudiosos sugieren que Evodia y Síntique (Fil. 4:2-3) podrían haber formado parte de “la casa” de Lidia. Pensemos que Lidia no fue salvada por sus buenas obras, sino “para llevarlas a cabo” (Ef. 2:10). Y lo demostró hospedando en Filipos a Pablo, Silas, Lucas, Timoteo y, sin duda a otros misioneros que se reunían en su hogar. Fijémonos que si bien Pablo no pudo – al serle impedido por el Espíritu Santo – predicar en Asia (v.6), sin embargo su primera convertida, fue una mujer de allí, originaria de la ciudad de Tiatira – una región famosa por sus tinturas – en el distrito de Lidia, en Asia menor. Siendo esa dama misericordiosa y piadosa: Lidia, una vendedora de tejidos teñidos de púrpura (tinte de color encarnado subido, de gran valor y preciada demanda). También ella era de gran valía, no solamente para su Señor sino para con sus hermanos en Cristo. Así seámoslo nosotros, también.
6) Hch. 16:32-33 – “Y le hablaron (Pablo y Silas, al carcelero) la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y enseguida se bautizó él con todos los suyos”. - El evangelio de Cristo el Señor, fue predicado juntamente al centurión romano (el carcelero) y a toda su casa. El relato descarta la inclusión de bebés o criaturas, en la familia que fue bautizada, ya que todos eran lo suficientemente mayores como para “creer en Dios” (v. 34c). La demostración de lo genuino de la conversión fue la cura de las heridas por parte del mismo carcelero, como así también la hospitalidad y refrigerio de la cual todos los allí presentes, con “gozo” participaron. La verdadera “fe” se manifiesta en obras no en palabras (1ª Jn 3:18; Stgo. 2:17). No lo olvidemos. 7) Hch. 18:8b – “... y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados”. - Muchos corintios confiaron en su salvador y fueron bautizados. Y aunque el versículo no menciona a Crispo, el principal de la sinagoga, (1ª Co. 1:14-16) sabemos que también él, juntamente con algunos más, fueron bautizados por el mismo apóstol, aunque esta no era la práctica habitual en Pablo, que prefería lo hiciese algún otro creyente. Para que la validez del acto no dependiera de quien bautiza, sino del mandato de Dios, el apóstol, así, simplemente imitó a su Maestro (Jn. 4:12). También nosotros hagámoslo. 8) Hch. 19:1-7 - En este pasaje, los “doce hombres” (v. 7) de Éfeso (v. 1) que habían sido bautizados por Juan (v. 3), se bautizaron de nuevo – este es el único caso de re-bautismo en el nuevo N.T. – después de haber recibido a Cristo. Poniéndonos en evidencia el relato que un bautismo que en su día fue “escritural” (el de Juan el bautista – vs. 3 y 4), pero que se realizó antes de la fe en Cristo, no evitó el bautismo cristiano: “En el nombre del Señor Jesús” (v. 5). La porción nos relata que estos hombres ni siquiera habían oído que el Espíritu Santo existía (v. 2) – o como dice la A.S.V. “ni siquiera hemos oído que el Espíritu Santo haya sido dado” – ya que por el A. T., no podían ignorar la existencia del Espíritu Santo. Lo que, en realidad ellos no sabían, era que el Espíritu Santo ya había sido dado en el día de Pentecostés. Entonces, habiéndoles explicado (Pablo) las diferencias entre el bautismo del arrepentimiento y el de Jesús el Cristo (v. 4), les apremió a que creyesen en ÉL, haciéndolo ellos así (v. 5), reconociendo públicamente, que habían aceptado en sus vidas a Jesucristo como su Señor (Jehová). - El pasaje expone implícitamente que, sin la recepción del Espíritu Santo, no existe el “nuevo nacimiento”, ni “la incorporación al cuerpo de Cristo” (Ro. 8:9; 1ª Co. 12:13). También pone de manifiesto que “el bautismo de Juan” señalaba al que venía: al del Señor Jesús, exponiéndoles, Pablo, a partir de ahí, “el evangelio de la gracia” (v. 4) mediante el cual, “creyeron” en Cristo, siendo luego “bautizados en el nombre del Señor” (v. 5). Así tenemos que “el bautismo de Juan” apuntaba hacia Cristo, mientras que “el bautismo en el nombre de Jesús”, miraba retrospectivamente hacia “la obra realizada por el Señor Jesús, en la cruz”. Una observación importante: ·
La iglesia de Cristo fue bautizada una sola y única vez, para siempre, con el Espíritu Santo, en el día de Pentecostés, (*) y esto no tiene nunca jamás “repetición”. Fue en ese día que descendió la tercera persona de la trinidad, para llenar el “nuevo templo de Dios”
y ser residente “divino” en cada creyente (Hch. 2:1-4; 1ª Co. 6:19; Ef. 1:13; 4:30). Así Dios, manifestó gloriosamente su presencia en “el nuevo templo”, que es la iglesia, “para morada de él en el Espíritu” (Ef. 2:20-22). ·
Sin embargo, hay tres circunstancias más en que se repite esta acción del Espíritu Santo, en Hechos, a un grupo de cristianos:
a)
En (Hch. 8:17). Cuando el Espíritu fue dado a los samaritanos por la imposición de Pedro y Juan (“la imposición de manos”, era un acto mediante el cual se simbolizaba el otorgamiento de una bendición – Gn. 48:14; Mr. 19:13-15 –, o un nombramiento – Nm. 27:18-23 –, o como en este caso, para simbolizar el otorgamiento del Espíritu Santo dado por Dios al creyente).
b)
En (Hch. 10: 44-45), en la casa del gentil Cornelio, en Jope, mientras hablaba Pedro, en una clara manifestación de Pentecostés a los gentiles, aunque no se trataba de un “nuevo Pentecostés” (al igual que en el caso anterior de los samaritanos), sino que la manifestación del Espíritu en Pentecostés, también comprendía a los nuevos grupos que entraban a formar parte de la iglesia;
c)
Finalmente, aquí, en Hch. 19:6, se trata de la manifestación del Espíritu Santo a los discípulos de Juan. Así, por medio de la imposición de manos de Pablo, el Señor excluía toda posibilidad ulterior, de que se considerase al apóstol, inferior a Pedro, a Juan o a cualquier otro. (*) Nota: “Pentecostés” significa “quincuagésimo”, tratándose del nombre dado a la fiesta de las siete semanas (Lv. 23:15-22).
·
Todos estos hechos, son irrepetibles en la vivencia de la iglesia, (*) no debiendo generalizarse, ya que de alguna manera son “extensiones” o “prolongaciones”, taxativas y no repetitivas de Pentecostés, conforme diferentes grupos (judíos – samaritanos – gentiles y discípulos de Juan) se iban incorporando a la iglesia primitiva. Siendo todas estas experiencias irreiterables en la prosecución de los tiempos de esta “Dispensación de la Iglesia”.
Otra observación: - No debemos descartar (si bien el re-bautismo “cristiano” nunca es necesario) que un creyente que haya sido bautizado de niño (por ejemplo ex–católico) o incluso por inmersión, pero antes de su conversión a Cristo, reconociendo la invalidez de una ceremonia vacía y vacua de espiritualidad, desee hacerlo nuevamente. En tal sentido, la iglesia local por medio de sus responsables y hermanos espirituales, deben proveer ese bálsamo para su alma, en la medida que el hermano solicitante manifieste fehacientemente su necesidad espiritual y plena conciencia del privilegio de estar “bautizado en Cristo”. Pensemos que si el bautismo de los doce discípulos de Juan (antes de la fe en Cristo) no evitó “el bautismo cristiano”, ¿cuánto menos lo podrá evitar una práctica errónea de tal “acto”, sin sustento
escritural alguno, ante la necesidad espiritual del peticionante, deseoso – después de haber recibido a Cristo como su salvador – de servirle en plenitud? 9) Hch. 22:16 – “Ahora, pues (dijo Ananías a Saulo), ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”. - Cuando Saulo de Tarso se convirtió, se le envió a Ananías con las instrucciones, “levántate y bautízate, y lava tus pecados”. Instándole así, a que actuara por sí mismo expresando públicamente su fe, por medio del bautismo, de manera tal que sirviera de “renuncia” a los pecados de su antigua manera de vivir, los cuales ya había lavado Cristo “con su sangre” (Apoc. 1:5). Así, el “lavamiento”, se produce, entonces “en el nombre de Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1ª Co. 6:11). Dado que “las aguas” no pueden lavar ninguna rebelión ni transgresión contra Dios, consistiendo el bautismo, en una respuesta contundente a una “buena conciencia” que ya ha sido limpiada por la fe en Jesucristo el Señor (Ro. 10:9-10; 1ª P. 3:21). Siendo éste el motivo, por el cual, si no hay evidencia del nuevo nacimiento (ni obviamente manifestación propia de la persona a ser bautizado, como puede ser el caso de un niño pequeño o infante), no debe accederse “al bautismo por agua”. La salvación es únicamente, por gracia mediante la fe (Ef. 2:8-9), teniendo que ver este “lavamiento” del versículo, con “la regeneración”, al igual que en (Ef. 5:26 y Tit. 3:5).
(*) Nota: No se trata esta manifestación del Espíritu de la circunstancia de si estas personas eran salvas o tenían antes el Espíritu Santo. La íntima relación de su alma con Dios, estaba sujeta al “Señor de todos, (que) es rico para con todos les que le invocan” (Ro. 10:12). Se trata de la manifestación de la plenitud del Espíritu Santo en la esfera de la iglesia. Usado con permiso. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.