La hiperkinesis legislativa

interrumpa la paz de la República y agite el vuelo de los ... rrida en la frontera en octubre pasado, de ... indignante. Cierto: nuestra frontera de más de dos.
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NOTAS

Jueves 12 de noviembre de 2009

DANIEL DELLA COSTA

H

PARA LA NACION

ASTA no hace mucho, las preocupaciones de la gente eran dos: llegar a fin de mes y llegar a salvo a casa. Pero ahora, luego de las declaraciones presidenciales de que existe un plan de desestabilización, se ha sumado una tercera, que podría expresarse así: “Maestro, ¿adónde vamos a parar?”. Porque hasta ahora la mayoría seguía convencida, en especial desde que hay fútbol gratis para todos, de lo bien que se estaba manejando el país y de que todo culminará felizmente cuando la señora le ponga la banda presidencial a su sucesor. (Aunque deseando, quizá, que no se trate de su marido ni de su hijo ni de su cuñada ni tampoco de su mamá.) Desde ya que no podía ignorarse que un grupo –pequeño, pero muy activo a la hora de remitirse e-mails, de opinar cuando sale a barrer o a sacar la basura y también en el café, en la oficina y en el taller o, en fin, donde fuera que se encontraran dos argentinos– había comenzado a preguntarse qué es lo que estaba pasando y, lo que es más grave, qué puede llegar a pasar en el país y si ha llegado, o no aún, la hora de almacenar fideos y birras. Ahora bien, ¿por qué y de dónde ha surgido, de pronto, esta inquietud y por qué se ha generalizado tanto? Desde ya que el periodismo debe de tener una fuerte carga de culpa. Pero también debe de estar relacionada con esta curiosa eclosión del piqueterismo más cerril, de las huelgas más salvajes, de los atropellos más impunes, de los crímenes más espantosos, realizados a la vista y paciencia de todos, sin que las autoridades intenten siquiera intervenir. Como si pensaran que más vale mirar para otro lado y silbar una tonadilla que meterse a corregir la cosa y que algún finadito interrumpa la paz de la República y agite el vuelo de los helicópteros. Sin embargo, no confundirse ni apresurarse a mandar los dólares afuera. Lo que está pasando no es indicio de que los que hoy se le atreven al Gobierno porque lo ven débil y hasta se le caen las extensiones tengan el éxito asegurado. El exceso de generosidad con piqueteros, intendentes y punteros de barrio ha traído como consecuencia este afán por tirar la manga del modo que sea y no sería de extrañar que mañana cortaran las calles pibes de la Recoleta pidiendo que les financiaran el abono a la temporada anual de polo. La manga ancha con que se ha tratado a gremialistas amigos, como los de Aerolíneas, también ha traído sus consecuencias y acaso a los del subte no sólo haya que darles libertad de agremiación, sino también la empresa. Pero ojo: todo tiene un límite. El doctor Jekyll bien puede convertirse, si lo presionan, en Mr. Hyde. O, por ponerlo en términos más criollos, siempre se está a tiempo de cambiar al amistoso y sonriente Camporita por el siniestro comisario Lopecito. “Mire, maestro –dijo el reo de la cortada de San Ignacio–: la paciencia de Lupin y señora tiene un límite. Si los siguen jeringueando con eso de investigarles el patrimonio, un día de éstos se cansan, llenan 10 o 12 Boeing con las pilchas de ella y los mocasines de él, se piantan de Olivos rumbo a cualquier parte donde haya buenos cirujanos plásticos, le dejan la llave de la residencia a los de La Cava y que el que venga detrás se ocupe de desalojarlos. Si puede. © LA NACION

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EL PODER EJECUTIVO SOBREEXIGE Y APREMIA AL PARLAMENTO

CIRCO CRIOLLO

¿De Camporita a Lopecito?

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La hiperkinesis legislativa ALVARO ABOS PARA LA NACION

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IENTRAS los problemas estructurales se acumulan sin que nadie los enfrente, un gobierno obsesionado por la conservación del poder sólo riega una raíz venenosa: la planta del poder eterno. Está en marcha una reforma que debería ser la base para refundar la representación política. Y, sin embargo, ni la sociedad ni los legisladores de la oposición conocían el proyecto, pocos días antes de su tratamiento. En la televisión, a comienzos de noviembre, pudo verse y escucharse este diálogo delirante: Periodista: –¿Qué opina sobre la reforma política? Legislador nacional: –No puedo opinar porque no conozco el texto del proyecto. Pero... el tal proyecto ¡debe ser la base de un nuevo ordenamiento político que mejore la calidad institucional del país! ¿No merecía un debate sin urgencias? En los últimos meses, tomó protagonismo el escenario legislativo, absolutamente secundario durante los últimos seis años, en los que se gobernó al compás de decretos de necesidad y urgencia. Y con ese nuevo protagonismo legislativo afloraron mezquindades varias: así, se han visto legisladores tránsfugas, otros que se venden al mejor postor o practican el cambio de favores con el poder. Se sospecha que hubo “aprietes”. Transcurren las semanas previas al cambio de la composición legislativa. El Gobierno está poseído por una hiperkinesis legislativa (hiperkinesis, define la Organización Mundial de la Salud, es un trastorno cerebral leve por el cual el afectado no puede dejar de moverse). Los legisladores oficialistas exigen sanción de proyectos que no se aprobaron en seis años: reformas impositivas y financieras, reforma del espacio audiovisual, estatización de pensiones y de la aerolínea de bandera, asignación para los niños pobres, régimen electoral. Un viento de energía sopla por los pasillos del viejo palacio legislativo. Como es lógico, se multiplican los errores técnicos en la redacción de las leyes y hay que proveer a las nuevas normas, votadas en sesiones vertiginosas, de una fe de erratas, que a su vez contiene errores que habrá que salvar... y así hasta el infinito. Tales aceleraciones argentinas me traen a la memoria una lectura antigua, y voy a la biblioteca para confirmarla. Rescato una vieja crónica del Buenos Aires del siglo XVII. La escribió, allá por 1658, un tal Acarete du Biscay, un francés trotamundos y aventurero. Señala Acarete du Biscay que la ciudad se alzaba sobre un terreno elevado, en las orillas del Río de la Plata, un terreno situado “a tiro de mosquete del canal, en un ángulo de tierra formado por un riacho llamado Riachuelo”. Añade que la principal riqueza de esos habitantes consistía en sus ganados, que se multiplicaban prodigiosamente en la campaña. “Cuando yo manifesté mi asombro –continúa el francés– al ver tan infinito número de animales, me refirieron una estratagema de que se valen cuando temen el desembarco de enemigos... En tal caso, arrean toros, vacas, caballos y otros animales a la costa del río, en tanto número que es imposible a cualquiera partida de hombres, aun cuando no temieran la furia de los toros salvajes, el hacerse camino en medio de una tropa tan inmensa de bestias...” Los porteños del siglo XVII temían que los piratas, por tierra o agua, les robaran sus animales. Entonces, llenaban los campos de animales. Pensaban que la superabundancia del botín paralizaría a los posibles ladrones. Trescientos cincuenta años después, es como si los gobernantes de este 2010 razonaran igual. ¿Critican “los contreras” la escasa producción legislativa? Entonces, los inundaremos con leyes. En 1994, una buena parte de la sociedad miraba críticamente el entendimiento entre el gobierno de Carlos Menem y las cúpulas militares, ejemplificado en los indultos a Videla, Massera y demás jerarcas condenados por sus horrendos crímenes. Fue entonces cuando un hecho de gran crueldad reveló el trato violento que el Ejército aún dispensaba a los conscriptos:

el soldado Omar Carrasco murió “bailado” en un cuartel del Sur. Menem huyó hacia delante y de un plumazo abolió el servicio militar obligatorio, instituto que se había convertido en mortificación para tantos jóvenes argentinos. Quien estaba en el gobierno desde 1989 quiso revertir el juicio negativo que crecía en la sociedad ¿Qué ganó con ello? ¿Acaso ese avance borró la imagen que una parte de la sociedad se estaba formando del hombre de Estado Carlos Menem? No. La historia no es un camino frágil cuyo curso puede variarse cambiando de lugar algunas pocas piedras; es, más bien, un curso lento, con frecuencia irreversible. Se parece a un gran río de llanura más que a un arroyo de montaña. Lo que no se hizo en muchos años de poder no puede hacerse en pocos días. Carlos Menem tuvo largos años para mostrar sus maneras de gobernar. En 1994,

La clase política argentina prefiere construir poder a construir política. La ética le parece un valor de escasa productividad se acercaba el divorcio entre la sociedad y el hombre de Estado. Sólo se consumaría tras la reelección de 1995. En junio de 2009, el oficialismo perdió las elecciones en los principales centros urbanos del país. Perdió, sobre todo, en la inmensa región metropolitana, esa que abarca a la Capital y a vastos partidos colindantes, región que reúne el 33 por ciento de la población argentina. Ni siquiera los baluartes del primero, segundo y tercer cordones suburbanos le permitieron alzarse con una victoria por la que empeñó todo, hasta inventos como las candidaturas testimoniales, de dudosa constitucionalidad. Las clases medias urbanas, que influyen decisivamente en el humor colectivo, dieron la espalda al kirchnerismo. Por supuesto, nadie podrá negarle al matrimonio gobernante el derecho a interpretar a su manera las elecciones de 2009. Un político puede leer la realidad como le parece. También Menem ejerció ese derecho,

aun después de su salida del poder, y hasta concitó el apoyo de muchos que lo siguieron en 2003, y que quizás aún lo sigan. El matrimonio gobernante no admite que el voto del 28 de junio de 2009 fue un rechazo a las maneras agresivas con que se manifiesta, a las ínfulas absolutistas, al discurso confrontativo y la violencia retórica. No reconoce que ese voto castigó la degradación de la fe pública, ejemplificada en la desarticulación del Indec. No reconoce que el voto repudió la contradicción entre la gramática seudoizquierdista y el afán por el peculio. Allá ellos. Pero al elegir la espasmódica hiperkinesis legislativa como táctica, dilapidan una oportunidad histórica. Gobernar dos años al margen de especulaciones electoralistas le permitiría al Gobierno dictar normas que aspiraran a la permanencia y no se agotaran en la coyuntura como flores de un día. Si se pusiera a legislar bien, debería preocuparse por la sustentabilidad futura de sus normas más que por su funcionalidad para un proyecto de continuidad en el poder. La clase política argentina prefiere construir poder a construir política. La ética les parece un valor de escasa productividad. Pero quizás la ética sea moneda que aún circulará cuando otras, en el cambiante mercado del tiempo que nos ha tocado transitar, se hayan devaluado o directamente sean sólo recuerdo de numismáticos. Hay como un vicio coyuntural en la proliferación de proyectos... Es oportunista, por insuficiente, un subsidio como el que beneficia a los niños pobres si se hace con un ojo puesto en esa noble causa y otro puesto en su aprovechamiento clientelístico. Es oportunista una reforma política que corrige vicios como la primacía del dedo y restaura las elecciones internas, pero no limita el abuso de los recursos publicitarios del Estado en favor del gobernante. Es oportunista y muy malévolo hacer de los habitantes del distrito capitalino, por el motivo de que no cobijan simpatías kirchneristas, rehenes del Estado nacional, víctimas de unas nunca consumadas transferencias de competencia. ¿Por qué las crónicas del siglo XVII seducen al lector de hoy? Porque nos hablan de un Buenos Aires distinto: con la terra incognita del desierto a un paso, con las barrancas

escarpadas batidas por las aguas del gran río, con sus historias sobre contrabandos de cintas, paños, sedas, agujas, espadas, y sus crónicas de cuatreros y corsarios que codiciaban esas mercaderías preciosas. ¿Tan distinto? Por un momento, dejo de lado el libro de historia y vuelvo a las noticias de la actualidad, a estas crónicas de la inmensa región metropolitana, de este Gran Buenos Aires negro, atravesado por bólidos conducidos por pistoleros adolescentes, los nuevos corsarios que siembran la muerte en autopistas iluminadas por gélido mercurio. Refor mas, refor mas, refor mas... Bienvenidas sean, las haga quien las haga. Si algo necesita el rumbo incierto de la Argentina son reformas. Algunas quizás utópicas, como acotar el crimen urbano, una lacra que hace tambalear a grandes Estados del mundo, por ejemplo, el de México. Pero otras reformas son posibles.

El matrimonio gobernante no admite que el voto del 28 de junio fue un rechazo a sus maneras agresivas y a sus ínfulas absolutistas Sin ir más lejos, aquellas que mejoren las condiciones penosas del transporte público, que cada día agobian a millones de pobladores de esta región metropolitana, por los cuales tan poco se ha hecho en los últimos seis años. Cuando Carlos Menem abolió el servicio militar obligatorio, recordé aquel proverbio chino: “De las nubes más negras cae agua limpia”. La historia la hacen los hombres, no los ángeles. En España, el falangista Adolfo Suárez, que había sido un puntal del tardofranquismo, fue quien comandó la refundación de la democracia en 1977. Pero una cosa es descontar deudas vigentes en áreas decisivas de la vida argentina, como hace el Gobierno, apropiándose de iniciativas largamente reclamadas por sus opositores, y otra pretender que esa llovizna lave las manchas acumuladas en seis años y rectifique un epitafio que comenzó a escribirse el 28 de junio de 2009. © LA NACION

Usos políticos de la xenofobia en Venezuela CARACAS ECUERDO nítidamente a los primeros colombianos que vi. Eran unos infortunados cirqueros varados en un baldío de Prado de María, mi barrio natal, un suburbio pobretón de la capital venezolana. Corría enero de 1958. Nadie acudía a sus funciones. A los niños no nos dejaban acercarnos a ellos, pues por entonces decir “colombiano” era nombrar un “malandro”, un pícaro palabrero, un sin papeles, un trapisondista marihuanero. Los estigmatizados cirqueros no tenían ni para la gasolina y se decía que mataban perros para echárselos a unos leones tan flacos que parecían gente mal disfrazada de leones flacos. Un día, mi mamá, al volver de la escuela elemental donde era maestra, se horrorizó de ver que los cirqueros se disponían a matar a uno de sus caballos flacos. Mamá se adentró en el baldío y los disuadió de manducarse al rocín. Inmediatamente fue convocada una reunión de padres y maestros. Se organizaron cuatro funciones a beneficio del circo, en los espaciosos

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predios del –mire usted cómo son las cosas– Grupo Escolar Gran Colombia. Fue así como los cirqueros dejaron de ser monstruos, volvieron a comer caliente, cargaron nafta, levantaron campamento y la caravana cogió camino mientras todos nos decíamos adiós con la mano. Yo no podía saberlo, pero ya hacía años que millares de colombianos, desplazados

Cada tanto aparecen quienes se empeñan en usar a Colombia como el espantajo para avivar pasiones patrioteras del Magdalena Medio por la violencia desatada en el país vecino durante los años 50, confraternizaban con “los de abajo”: venezolanos. Sin embargo, y desde entonces, el bipartidismo criollo, barrido hace una década por Chávez, y más de un grupo editorial venezolano cortejaron cada

IBSEN MARTINEZ PARA LA NACION

tanto las pulsiones xenófobas, mostrando a Colombia como el espantajo con que avivar pasiones patrioteras en tiempos de sequía electoral. Hasta ahora, el pretendido casus belli entre ambos países había sido siempre un añoso y enrevesado litigio cartográfico sobre la soberanía en aguas del golfo de Venezuela, algo que la sorna caraqueña supo siempre escarnecer: “Cambio Golfo por [Amparo] Grisales”, rezaba una pintada caraqueña, aludiendo a una bella actriz colombiana, muy afamada en los años ochenta. Pero la manera inhumana e impía con que el gobierno de mi país ha despachado, sin mayor investigación, la masacre ocurrida en la frontera en octubre pasado, de diez ciudadanos colombianos aficionados al fútbol, a manos de un grupo armado aún no identificado, al describirla como un ajuste de cuentas entre paramilitares y contrabandistas de gasolina colombia-

nos, rebasa todo límite, por inaudita e indignante. Cierto: nuestra frontera de más de dos mil kilómetros hierve de guerrilleros del ELN y las FARC, de paramilitares, desplazados y contrabandistas de gasolina y otros productos subsidiados por el precio del crudo venezolano. Y, ciertamente, hay razones para ver con aprensión el tratado

El discurso guerrerista anticolombiano da cuenta de cuánto ha caído la popularidad del presidente Hugo Chávez militar colombiano-estadounidense que acaba de entrar en vigor. Pero los demás países de la región harían bien en tomar nota de que la indefensión e impunidad que se vive en la frontera colombiano-venezolana responde en gran parte a la arrogante negativa de Chávez a

aceptar las duras derrotas electorales en las elecciones regionales de noviembre de 2008. Su respuesta ha sido despojar, arbitraria e inconstitucionalmente, de toda competencia y recurso para la seguridad ciudadana a los gobernadores de oposición. Tal es el caso del gobernador del estado fronterizo de Táchira, César Pérez Vivas. Las ya desguarnecidas policías estatales han sido despojadas hasta de sus vetustos revólveres calibre 38. La violencia fronteriza y su correlato, el discurso guerrerista anticolombiano, dan cuenta también de cuánto ha caído la popularidad de Chávez en Venezuela. La pérfida Colombia vuelve a ser, como de costumbre, motivo electoral. Esta vez de la campaña por las legislativas de 2010. En lo personal, ya fuesen contrabandistas los futbolistas o no, es como si hubiesen asesinado a los cirqueros costeños de mi niñez. © LA NACION Ibsen Martínez es un escritor, ensayista y periodista venezolano.