La Fantasía no existe: esa es la gracia Paula R.D [The fantasy worlds] give your world meaning. They do not exist; and thus they are all that matters. (N.G) «La Fantasía no existe», me dijo una amiga una vez. Si me lo hubiera escrito, ni siquiera lo habría hecho con esa mayúscula que en Chile es casi la única forma de distinguir este subgénero literario con algo de dignidad. Luego, para remarcar sus palabras, lanzó una pequeña perorata de la que sólo recuerdo la palabra feliz. ¿La Fantasía, feliz? Eso ya era algo nuevo. La mayoría de las veces, la gente se quedaba sólo en el escapismo y la ñoñería, cuando no en su supuesto infantilismo y en su presunta escasez de calidad literaria. Porque asumir que lees y escribes Fantasía en un país que aún espera obras que sigan denunciando la precariedad política y sociocultural de nuestro contexto (idealmente, en plena dictadura), equivale casi a ser incinerado en la hoguera literaria. Soy una bruja, sí, y desde un principio acepté ser quemada. Pero a veces, hablando con personas como mi amiga, me pregunto por qué existirá un prejuicio y una ignorancia tan grandes al respecto, más aún en gente que viene de la mal llamada academia literaria. ¿O es que nadie recuerda que la primera novela del género en nuestro país fue Don Guillermo, obra fantástica que ni siquiera se encuentra disponible en Memoria Chilena? La tradición de la literatura fantástica chilena ha sido bastante errática, siendo algunos de sus autores más representativos valorados en otros países y/o de manera póstuma. Afortunadamente, con el paso del tiempo y el surgimiento de internet, han aparecido diversas iniciativas (páginas web, congresos, colectivos y editoriales), que han contribuido a rescatar estas obras de autores como Hugo Correa, Miguel Serrano o Elena Aldunate. Acaso por eso, la primera imagen que el lector chileno se hace ante el término Fantasía en la literatura sea el espacio y planetas con extrater31
restres listos para ser la Otredad, a lo Bradbury simplificado. Y con eso basta, ¿verdad? Pues no. Eso sólo equivale al espectro especulativo de la literatura fantástica: la Ciencia Ficción. Es como si dijéramos que una nave espacial es igual a un dragón. Pero lo cierto es que en Chile los dragones existen ante todo en círculos no literario-canónicos; cuando han logrado llegar a la página literaria impresa, la mayoría son sólo criaturas de cartón, ridículas. En eso se le puede dar crédito a personas como mi amiga: qué pobre es en general la literatura publicada de Fantasía en Chile hasta el momento. Gran parte de los autores tienen escasas lecturas en el cuerpo —aun del propio género desde el que escriben— y aún menos años de oficio literario. Sus publicaciones suelen obedecer al capricho del momento (árbol, hijo, libro), que pueden ver realizados previo pago a editoriales que aceptan la modalidad de coedición sin apenas revisar el manuscrito. Y si hasta yo sufro leyéndolas, por más dragones que me metan, ya me imagino el asco de los lectores del realismo, suponiendo que sepan de su existencia. Pero la Fantasía no tiene por qué limitarse al escaso valor estético de estas obras. Al contrario, su propia estructura es tan rica que una escritura que aproveche del todo sus potenciales puede llegar a superar los méritos de una obra realista. En éstas últimas, el mundo está sentado de base: el nuestro. Sólo se requiere elegir y desarrollar cuidadosamente una temática en la que un grupo de personajes con sombra —para usar una expresión propia de alguien que odia la Fantasía, Vargas Llosa— puedan existir. La Fantasía, sobre todo en su subgénero de Alta Fantasía, implica lo anterior más una construcción coherente de un mundo nuevo y autónomo: la Tierra Media de Tolkien, Narnia de Lewis, Terramar de Le Guin. Eso, desde luego, requiere un nivel de compromiso mayor para la conformación del universo narrativo y, al fin, del concepto más amplio de la ficción. Crear algo desde la nada, reelaborando de manera única y personal algunos referentes reales. Eso lleva a la elección temática. Puesto que ya no estaremos ni 32
en Chile ni en ningún país conocido, no tendrá sentido hablar de elementos contingentes. Quizá en estos nuevos mundos haya facciones políticas u otro tipo de aspectos que remitan al nuestro (la Fantasía, aunque describa elfos o enanos o dragones, en última instancia estará trabajando siempre con la esencia humana), pero serán aspectos reinterpretados que no tendrán por qué leerse como metáforas de nuestra realidad. Ya lo dijo el repetido Todorov y luego un montón de críticos que no son leídos en las aulas de Literatura Hispanoamericana: la lectura alegórica de los componentes fantásticos le sustrae a la Fantasía su naturaleza de tal. ¿Por qué en Chile se le teme tanto a la lectura literal en la Fantasía? Alsino no podía contar la historia de un bello niño-monstruo alado, sino sólo exhibir una alegoría de los anhelos de superación del pueblo campesino de la época. La raza de los espeluncos en Don Guillermo no podían deber su nombre a la etimología griega (spēlunks), relativa a las cuevas y posteriormente a la exploración de mundos desconocidos, lo que conectaría en seguida a la obra con lo fantástico, sino sólo lo representaría como un anagrama del término pelucones, el nombre del partido Conservador. ¿Pero por qué se desestima una lectura ante otra? Aunque contrarias, ambas son válidas, siempre que una no anule la existencia de la restante. Lamentable y paradójicamente, podría decirse que esto es una “metáfora” de lo que ha sucedido en Chile: cualquier intento comprometido de hacer Fantasía se ha visto menospreciado ante la urgencia del realismo. ¿Por qué la Fantasía podría suponer un peligro? Se ha argumentado que su premisa de trabajar con mundos inexistentes podría provocar una desconexión con la realidad y su contingencia, sobre todo cuando la leen los niños. Al momento de referirse al lector adulto, la crítica va por el lado de que la Fantasía sería menos “seria” que las temáticas realistas, asociándola a una puerilidad patológica. Todo esto es también parte del prejuicio. En su ensayo académico On Fairy Stories, dedicado al análisis crítico de los cuentos de hadas y la Fantasía en sí, Tolkien acuñó cuatro componentes es33
enciales del género: fantasía, evasión, renovación y consuelo. A grandes rasgos, el autor sostiene que todas ellas contribuyen, por un lado, a brindarle al ser humano la posibilidad de darle consistencia a los mundos de su imaginación, mientras que por otro, le permiten retornar de una manera enriquecida al mundo real luego de estas experiencias. Es decir, no se trata de viajar en un dragón a otro mundo sin volver atrás para escapar de nuestros problemas, sino de realizar un viaje que nos permita crecer y aprender a asignarle un sentido a la existencia, para luego regresar al inicio con una mirada distinta sobre las cosas cotidianas. Es más, este regreso podría implicar una despedida eterna del dragón en el que viajamos, junto con la terrible certeza de que ese Otro Mundo existe, pero que nosotros ya no podremos volver jamás a él. ¿Es eso algo feliz, como me decía mi amiga? A mí no me parece. Quien encuentre infantiles y felices los elfos de Tolkien debería replantearse su calidad de lector, pues ¿quién podría tener una visión positiva del peso de esa inmortalidad a lo largo de las eras? Siguiendo con Tolkien, ¿tiene El Señor de los Anillos un final “feliz”? Sauron es derrotado y el Anillo destruido; los protagonistas regresan a casa. Un momento: ¿Frodo regresa en verdad? No, su cercanía al Anillo y las heridas del viaje han mellado tan hondo en él que debe partir para siempre de la Tierra Media. Si hay algún alcance interpretativo que pudiese hacerse sobre la Fantasía, creo que ese sería su facultad para representar con la mayor de las intensidades las vicisitudes de la existencia humana, más allá de las dictaduras o decadencias particulares de cada nación en cada época. En ese sentido, de escapista no tiene nada, porque trasciende la contingencia y se enfoca en lo atemporal del ser humano. La mayoría de sus máximos exponentes, de hecho, estuvieron ligados a sus contextos específicos y lograron resignificar sus experiencias en sus obras de una manera catártica y redentora: Tolkien participó en la Primera Guerra Mundial y no terminó como un cínico, sino que entregó una esperanza en su obra que consiguió sostenerse a pesar de las tragedias; Ende fue un autor 34
que no apartó la crítica social de sus obras infantiles (la frivolización de la ficción en La Historia Interminable, el consumismo en Momo), pero que supo crear historias memorables a partir de eso; y Le Guin supo reconstruir su visión sobre el feminismo en función de sus diversos mundos narrativos, y eso sin caer en la apología del sexo como única libertad para la mujer, que pareciera ser a veces la mayor consigna de algunas obras feministas más panfletarias que literarias. Lo anterior apunta a que la Fantasía, en general, se aparta del nihilismo, el cinismo y la amargura que parecen ser habituales en el realismo, pero sin volcarse a un optimismo vacío. Al contrario, la esperanza que deja es dolorosa; ha costado un sinfín de pérdidas para concretarse. Y es una que trasciende el universo narrativo para extenderse también al lector. Que la vida tenga sentido es cuestionable, pero al menos la Fantasía, al tener sentido por sí misma, puede dar algunas claves para quien quiera hacerlas suyas. En un mundo en donde el arte ha ido poco a poco perdiendo su valor de preservar lo que queda de humano en la humanidad, esta visión estética me parece más que aceptable como opción. He intentado explicarle todo esto a mi amiga, desde luego, pero me dice que no le interesa. Y yo entonces me propongo escribir un texto como éste para extender mis explicaciones a más personas. Aunque supongo que a ellas tampoco les interesará.
Luces de Neón Distopía y -des-focalización.
Gabriel Ribet A.
Lenguaje, pensamiento, identidad Comenzaré dejando en claro algunas cosas -de las que no estoy seguro-. El signo crea al len-guaje. Cada signo mantiene una mochila cultural, no solo significa lo que yo quiera si no dialo-ga con los siglos de uso de esa palabra. El signo es dialéctico: individuo y sociedad. El lenguaje es el medio “La memoria despierta para por el cual nosotros creamos al mundo, el herir a los pueblos dormidos mundo se materializa en pala-bras. Nues- que no la dejan vivir libre tro pensamiento se materializa en palabras, como el viento.” y las palabras son sociales, son aje-nas… viven en la alteridad. Por lo tanto, la realidad que cada uno logra construir está cargada por una cierta tradición (o memoria de la palabra) de la que nos hacemos cargo cuando definimos nuestra ideología. Entendiendo ideología, como caudal universal de las ideas de la cual cada uno es libre de elegir las representaciones que –re- quiera para construir su propio punto de vista. Teniendo en claro esto, lenguaje como objeto de creación y tradición social, por lo tanto, toda nominalización del pensamiento como creación social, me propongo a comenzar con la idea en sí. Luces de Neón nos presenta un quehacer cotidiano: calles de cemento, gente que camina muy rápido por las veredas, carteles luminosos, publicidad llamativa, calles congestionadas de vehículos… y un sujeto que no recuerda ningún significado. Este sujeto se mueve, su pensamiento se mueve, en el mundo de los significantes. No logra comprender nada de lo que ve, él logra nominalizar al mundo, mas no logra entrar en las pala-bras. El sujeto sostiene su relato desde palabras ‘vacías’ El hambre es solo una
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