LA DISCIPLINA DEL OÍDO Por Jorge M. Vargas ¿Qué se le puede decir a un hablador compulsivo? Pues, ¡cállese y escuche! Un distintivo del liderazgo cristiano, especialmente de nosotros los pastores, es el hablar demasiado, y por eso cuesta que oigamos, a esto se le agrega un cierto inoperante, nos es difícil poner atención. El no escuchar causa distorsión, esta produce problemas. Ya ha sido dicho por el Señor, «¿Teniendo oídos no oyes?» (Mc 8.18). Así hay muchos pastores, oyen pero no escuchan, no prestan atención. ¿Cuál es el problema? Pues, por la actitud que tiene hacia la persona que le está hablando, no le presta la atención debida. Es decir, bloquea la comunicación en una dirección. Oye lo que quiere oír y no lo que debería oír. Este no es un problema nuevo, desde la antigüedad ha existido dicha actitud. Zenón, el filósofo de la antigua Grecia, decía: «La naturaleza nos ha dado dos oídos, dos ojos y una lengua para que podamos oír y ver, más que hablar». Y un filósofo chino hace la siguiente observación: «El buen oyente cosecha, mientras que el que habla siembra». Sea como sea, hasta hace muy poco tiempo se prestaba escasa atención a la capacidad de escuchar. Un exagerado énfasis en la habilidad expresiva había llevado a la mayoría de las personas a subestimar la importancia de la capacidad de escuchar en sus actividades de comunicación. El cultivo de un oído atento, es una de las habilidades más descuidadas en el ministerio cristiano. La Palabra de Dios nos insta a no hablar demasiado (Pr 10.19), más bien nos invita a escuchar demasiado (Stg 1.19). Este llamado de Santiago a ser «pronto para oír» no es algo que nos resulte fácil de aceptar, a personas acostumbradas a compartir información, aunque se ignore cierto tema, es preferible hablar, a que se le acuse de ignorante. Un renombrado psicólogo dijo que deberíamos mirar a cada persona como si esta llevara colgado del cuello un cartel en el que dijera: «Quiero sentirme importante». Todos queremos sentirnos importantes. A nadie le gusta ser tratado como si careciera de valor. Y todos deseamos, además, que dicha importancia sea reconocida. La experiencia misma nos enseña que, si las personas son tratadas como tales, se sienten felices y procuran hacer y producir más. Oír es mucho más complicado que el mero proceso físico de la audición. La audición se da a través del oído, mientras que el oír implica un proceso intelectual y emocional que integra una serie de datos físicos, emocionales e intelectuales en busca de significados y de comprensión. El verdadero oír se produce cuando el oyente es capaz de discernir y comprender el significado del mensaje del emisor. Sólo así alcanza el objetivo de la comunicación. LA DISCIPLINA DE ESCUCHAR La disciplina de escuchar envuelve dos áreas: a quien se escucha y la manera en que se hace. ¿A quiénes debemos escuchar? Primero y principalmente escuchar a Dios Una de las claras verdades acerca de Dios es que quiere ser escuchado. A diferencia de los ídolos paganos que por estar muertos son mudos, el Dios viviente ha hablado y sigue haciéndolo. Los ídolos tienen boca pero no hablan; Dios no tiene boca (por cuanto es espíritu), pero habla. Y dado que Dios habla, es preciso que escuchemos.
La Escritura enseña: El que le ama (a Dios) tiene que escucharlo (Dt 30.20); tiene que obedecer su voz (Sal 95.7). A pesar de que Dios habla algunas personas no quieren oírlo (Jer 13.10). A Israel Dios le habló y lo llamó. El pueblo se negaba a escucharlo y a responder. Por su actitud recibieron juicio (Zac 7.13 y Jer 21.10-11). Dios mandó a su Hijo para que lo escucharan, y lo mataron. Hoy todavía nos habla por su Palabra. Nos da discernimiento especial para que entendamos Su mensaje. La tragedia está en que incluso en el día de hoy, como en los días del Antiguo Testamento, con frecuencia la gente no puede o no quiere escuchar a Dios, o sencillamente no le interesa escucharlo. La falta de comunicación entre Dios y nosotros no se debe a que Dios esté muerto o mantenga silencio, sino al hecho de que nosotros no estamos prestando atención. En ocasiones, florece el estancamiento espiritual porque hemos dejado de escuchar su voz. Escucharnos unos a otros La comunión cristiana gira en torno a la comunicación. Es sólo cuando nos hablamos y nos escuchamos unos a otros que se desarrollan y maduran las relaciones, mientras que cuando dejamos de escucharnos mutuamente, decaen. Es imprescindible escucharse el uno al otro. «El sabio atiende los consejos» (Pr 12.15); el que escucha será sabio; el corazón entendido atiende sabiduría. En otras palabras, estamos llamados a escuchar con-sejos, las amonestaciones y la instrucción. Quienes proceden así serán sabios. Esta necesidad de escuchar se aplica a todas las esferas de la vida: a. En el hogar (Pr 18.15) los hijos tienen que escuchar a los padres. Los padres deben ser humildes y escuchar a los hijos. Los cónyuges necesitan escucharse mutuamente. Los fracasos matrimoniales en su mayoría vienen precedidos de fallas en la comunicación. Cualquiera que sea la razón (negligencia, fatiga, egocentrismo o la presión de las obligaciones), los esposos ya no se ocupan de escucharse uno al otro. Así se van distanciando entre sí y aumentan los malos entendidos, las sospechas, los agravios y los resentimientos, hasta que resulta demasiado tarde —aun cuando de hecho nunca es demasiado tarde— para comenzar a escuchar una vez más. b. En el lugar de trabajo, la gente en medio de los conflictos, prefiere agredirse mutuamente en lugar de escucharse. Sin embargo, sólo cuando ambos lados están dispuestos a sentarse juntos, a deponer sus prejuicios y a escuchar, surge alguna posibilidad de reconciliación. c. En la iglesia, muchos de los conflictos y controversias han venido por la falta de voluntad, o la incapa-cidad de muchas personas para escuchar. Los pastores son las personas que más necesitan prestar atención. A estos les ha encomendado Dios el ministerio de escuchar. El pastor Dietrich Bonhoeffer, escribió sobre el oído atento con su acostumbrada perceptibilidad: «El primer servicio que uno debe a otro dentro de la comunidad consiste en escucharlo. Así como el comienzo de nuestro amor a Dios consiste en escuchar su Palabra, así también el comienzo del amor al prójimo consiste en escucharlo. El amor que Dios nos tiene se manifiesta no solamente en que nos da su Palabra, sino también en que nos escucha. Escuchar a nuestro hermano, es por tanto, hacer con él lo que Dios ha hecho con nosotros. Ciertos cristianos, y en especial los predicadores, creen a menudo que, cada vez que se encuentran con otros hombres su único servicio consiste en “ofrecerles” algo. Se olvidan de que el saber escuchar puede ser más útil que el hablar.... La cura de almas se distingue fundamentalmente de la predicación en que a la misión de hablar se añade la de escuchar. Se puede escuchar a medias, convencido de que, en el fondo, ya se sabe todo lo que el otro va a decir. Esta es una actitud impaciente y distraída de escuchar que desprecia al prójimo, y en la que no se espera otra cosa sino el momento de quitarle la palabra.
Mucha gente busca a alguien que les escuche y no lo encuentra entre los cristianos, porque estos se ponen a hablar incluso cuando deberían escuchar. Ahora bien, aquel que ya no sabe escuchar a sus hermanos, pronto será incapaz de escuchar a Dios.... El que no sabe escuchar detenida y pacientemente a los otros hablará siempre al margen de los problemas y, al final, no se dará cuenta de ello. Los cristianos ... han olvidado que le ha sido encomendado el ministerio de escuchar por aquel que es “el oyente” por excelencia, que quiere hacernos partícipes de su obra. Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios». Escuchar al mundo El mundo contemporáneo se revuelca insistentemente con gritos de odio, frustración y dolor. Con harta frecuencia, sin embargo, hacemos oídos sordos a estas voces angustiadas. Primero, está el dolor de quienes nunca han oído el nombre de Jesús o que, habiendo oído hablar de él, no han llegado a conocerlo aún y que sumidos en su alienación y soledad, sienten un horrible dolor. En muchas ocasiones ahuyentamos a las personas e incluso aumentamos su alienación porque presentamos a Cristo de un modo insensible, torpe y aun irrelevante. Debemos escuchar al mundo con el fin de discernir cuáles son las riquezas de Cristo que más se necesitan y cómo presentárselas de la mejor manera posible. Está el dolor de los pobres y los hambrientos, los desposeídos y los oprimidos. La palabra de Dios nos exige ayudar a estas personas. Sólo últimamente muchos estamos tomando conciencia de la obligación que la Escritura siempre ha impuesto al pueblo de Dios, de ocuparnos de la justicia social. Deberíamos prestar más atención al clamor y los lamentos de los que sufren. Ya lo ha dicho la Palabra: «El que cierra su oído al clamor del pobre, también el clamará, y no será oído» (Pr 22.13). Hacer oídos sordos a quien nos habla es una falta de respeto. Si nos negamos a escuchar a alguien, estamos diciendo que consideramos que no vale la pena escuchar a esa persona. Pero hay una sóla persona a la cual debiéramos negarnos a escuchar, con el argumento de que no vale la pena escucharla, y esa persona es el diablo, juntamente con sus emisarios. Acuérdense de Adán y Eva. Si sistemáticamente nos negamos a escuchar todo lo que no sea verdadero, injusto, descortés o impuro, deberíamos al mismo tiempo escuchar atentamente las instrucciones y los consejos, las críticas, las amonestaciones y las correcciones, juntamente con las opiniones, las preocupaciones, los problemas y los infortunios de las otras personas. Porque, como bien se ha dicho, «Dios nos ha dado dos oídos, pero sólo una boca, por lo que evidentemente quiere que escuchemos dos veces más que lo que hablamos.» Debemos dedicar tiempo para escuchar a Dios y a las personas. RECOMENDACIONES A PASTORES Cuando una persona necesita desahogarse, la mejor manera de hacerlo es hablando. La persona que oye, no debe ser solamente alguien sentado delante de quien habla, sino que debe ser alguien que participa, que pregunta, que busca entender lo que se le dice, que siente lo que la otra persona está sintiendo. Para lograrlo, es necesario disponer de: Sentir lo mismo Este intercambio de comunicación, le está dando, a la persona que quiere ser escuchada, la sensación de que verdaderamente está siendo escuchada. La persona que escucha, no sólo debe estar preocupada por captar lo que la voz indica, sino que se preocupa en observar los gestos, la fisonomía, el tono de la voz, la postura, y los asimila para tratar de entender la situación. Escuchar imparcialmente
Significa dejar de lado los prejuicios. Lo que se requiere es que se escuche, no que se hable, ni que se enseñe, ni que se exhorte (en ese momento). Escuchar imparcialmente no da lugar a reprensiones, amonestaciones o críticas; ni a gestos, actitudes o posturas corporales que puedan dar a entender objeciones en cuanto a lo que escucha. Se debe evitar, ir haciendo juicios sobre lo que se nos expone. Lo que vale, es entender cómo ve su propia situación la persona afectada; no cómo la vemos nosotros. Escuchar sin previsiones Una tendencia muy común, a medida que nos cuentan un drama, es intentar hacer previsiones sobre el resultado final; hacer juicios de valoración y anticipar datos. Al hacerlo, se le está diciendo a la otra persona: «lo suyo es muy común». Escuchar completamente Quien escucha debe tener en cuenta que, todo lo que el otro le cuenta es importante y por lo tanto debe darle una atención completa y total. Escuchar pacientemente Una de las mayores virtudes que debe cultivar quien ejerce el ministerio de consolación, es la paciencia. Oír requiere una buena dosis de ella. Escuchar interesadamente Cuando la persona que habla percibe que quien la oye está interesada, tendrá mayor libertad para decir una serie de cosas que quizás, en otras circunstancias, no tendría disposición de decir. AUTOEVALUACIÓN 1. Su habilidad para ser un oyente depende sólo de una cosa, SU ACTITUD. Tiene que querer escuchar para ser un buen oyente. Dejar saber a la gente qué piensa de ella por la manera en que la escucha. Medite cómo los siguientes cuatro casos pueden influir toda su manera de escuchar. a. b. c. d.
Con personas que le agradan Con alguien que no está de acuerdo con usted Con alguien a quien cree aburrido Con alguien a quien considera interesante y alegre
2. Se ha dicho que el saber escuchar es la base principal para la buenas relaciones humanas, para hacer que otros se sientan importantes y para comunicar la comprensión. ¿Cuál es su reacción acerca de ésto? 3. Se cree que el «concepto propio» es amenazado al hablar con alguien que no sabe escuchar y se mejora al hablar con un buen oyente. Explique, cómo afecta su «concepto propio» la manera en que otros lo escuchan. 4. ¿Cómo se afectan las relaciones entre esposo y esposa cuando hay costumbres pobres de escuchar? y ¿entre hijos y padres?, ¿entre maestro y alumno?, ¿en dirigir a otras personas? y ¿en situaciones sociales? 5. Se ha dicho que se tiene un efecto más grande sobre las demás personas por la manera cómo son escuchadas que por lo que hablan. ¿Cómo se siente usted acerca de ésto? 6. La gente es juzgada por la manera en que escucha. ¿Cómo afecta su impresión acerca de la inteligencia de otra persona cuando la escucha? y, ¿su personalidad? ¿su amistad? y ¿su éxito?
7. ¿Cuál de las siguientes declaraciones cree que representa su problema más grande en comunicaciones? (marque solamente una). a. Haciendo que uno/a sea comprendido/a b. Escribiendo una carta interesante c. Contando una historia o chiste curioso d. Presentando ideas de manera clara y concisa e. Dando un buen discurso frente a otras personas f. Escuchando g. Haciendo comentarios sarcásticos y diciendo cosas graciosas 8. Usted está haciendo una consulta. Mientras habla, la otra persona sigue haciendo anotaciones, corrigiendo tareas, etc. mirando el reloj. Usted siente: (marque sólo una) a. Lástima porque está muy ocupado/a. b. Deseos de decirle: «Oiga, pare y escúcheme» c. Que esta situación es parte de la vida d. Que él/ella piensa que usted no es importante 9. Escriba el nombre de tres personas que considere buenos oyentes. (Pídales ayuda) A fin de cuentas, el escuchar, nos hace meditar en algo muy claro: ¿Cuál es nuestro motivo para oír? El motivo correcto: simplemente el deseo de ayudar a otros brindándoles asistencia en verdad eficaz. Jorge M. Vargas, es pastor en San José, Costa Rica. Tomado de Apuntes pastorales. Usado con permiso.
ObreroFiel.com - Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.