La cortina: una pausa, por favor
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6 Viernes 8 de octubre de 2010
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a cortina es un fragmento musical de cualquier género, que sirve para separar una tanda de la otra e indicarles a los bailarines un cambio de ritmo. También funciona como una especie de fórmula de cortesía que se cumple en casi todas las milongas del circuito. Ocurre que al cuarto o quinto tango “picadito” de una tanda, muchas personas quedan con la lengua afuera (sobre todo los mayores de 40, que no siempre resisten un ejercicio aeróbico semejante) y menos cuando se trata de milonga y vals. Al caballero le permite no poner en evidencia esa falta de estado, acomodarse nuevamente en su mesa y recuperar energías para la tanda siguiente; lo mismo para las mujeres. La existencia de la cortina se agradece, porque si a un bailarín no le gustó la técnica de su partenaire, tiene este separador como excusa para evitar el “sincericidio” (léase, decirle a una persona “No quiero bailar más”). Todos quieren alternar las parejas de baile. “Yo juego más en las cortinas que con las tandas –dice Lucía Plazaola–. Aprovecho para poner música brasileña o algún cantante que me gusta. Y si hay turistas, por ejemplo, franceses o norteamericanos, les paso algo que reconozcan, a modo de bienvenida.” En otros lugares, como Niño Bien, la cortina es fija: siempre hay que escuchar a Serrat, porque el organizador desea mantener esa voz como identidad del lugar. “Para los extranjeros es el indicador claro de que viene otro sonido –explica Natucci–, porque eso los ayuda a diferenciar.” La cortina no se extiende por más de dos o tres segundos, y salvo en algunas prácticas de pricipiantes, frecuentadas por gente joven, es una regla imposible de evitar.
Horacio Godoy está orgulloso de su local, La Viruta: es una de las milongas más populares de Buenos Aires
por primera vez a la orquesta de Aníbal Troilo. Hoy trabaja en Italia la mitad del año, pasando música y dictando conferencias sobre la historia del tango en la Universidad de Bolonia. A partir de la turbulenta década del 60, las orquestas típicas fueron disolviéndose. Como era muy costoso contratarlas, los clubes y salones empezaron a recurrir a las grabaciones. En el interior, adonde nunca llegaban las orquestas, ya usaban ese soporte. Por lo general, la tarea quedaba en manos de un empleado del club o de un socio aficionado. “Ignoro cómo trabajarían, si habría dos bandejas o sólo una, pero lo cierto es que el club usaba sus propios discos y que anunciaban el programa en una pizarra –explica Gabriel Soria, vicepresidente de la Academia Nacional del Tango–. Colocaban, por ejemplo: ‘Esta noche, baile con Osvaldo Pugliese’. Eso era un poco engañoso, porque Pugliese no estaba en persona. Otros lo aclaraban, pero al pie: ‘Esta noche bailamos con Juan D’Arienzo’. Y más abajo se leía: ‘Con selectas grabaciones’. Tengo varios ejemplares de pasta y de vinilo con el sello del Club Atlanta, entre otros.” La llegada del long play inició una revolución y con el tiempo dio origen a la tanda, concepto que hasta el momento no existía. Antes hubiera sido imposible integrar la producción de todas las orquestas en una misma noche. Primero se pasaba material de una sola agrupación,
Los pasadiscos tienen mucho trabajo en Buenos Aires, donde hay un centenar de milongas, y también afuera, en las 35 de Berlín y en las 28 de Roma
pero variando el repertorio según las épocas de sus grabaciones, hasta que finalmente surgió una norma o rutina única, que en general consiste en alternar secuencias de cuatro tangos, tres valses y tres milongas, separadas por breves cortinas de otros géneros musicales, como jazz, bossa nova, boggie-woggie, rock nacional, pop y, a veces, cumbias. Para hacer selecciones atractivas, el DJ debe saber mucho de tango. Son cerca de dos mil los temas bailables que más se escuchan y el musicalizador debe hilvanarlos siguiendo una lógica. Ese bagaje lo diferencia de su colega, el DJ de música electrónica, que, además de cobrar mejores honorarios, dispone de un repertorio muy homogéneo que se va renovando constantemente. Lucía Plazaola, que aprendió el oficio con Natucci, considera que la exigencia es mayor cuando se trata de pasar música en Buenos Aires. Al terminar el secundario, debutó como moza en la milonga El Beso. El día que renunció el DJ del lugar, ella estaba lista para cubrir el puesto. Tenía 21 años. Con 26 cumplidos, ya anda por su tercera gira por Europa.“De afuera parece una pavada, que apretás botoncitos y ya está. Pero no: tenés que estar atenta a muchas cosas”, dice, mientras anota en un cuaderno el esquema tentativo de la noche. Desde su cabina, en el entrepiso del local, vigila el panorama de la pista, que irá mutando con las horas, en función