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La ciudad se paralizó por la selección

sonriente y una banderita plástica de la argentina. ... tiene una bandera argentina a un lado y una griega al otro. Es, en el fondo, una fiesta de dos países.
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INFORMACION GENERAL

Miércoles 23 de junio de 2010

I

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Sudáfrica 2010 | Todo el país estuvo pendiente del partido de la Argentina

La ciudad se paralizó por la selección Mientras los cafés con televisores se colmaron de gente, avenidas y calles se vaciaron; muchos colegios adelantaron la hora de salida

Una multitud vibró ante las pantallas gigantes

JOSE MARIA COSTA LA NACION Buenos Aires, como las principales ciudades del país, se paralizó ayer durante dos horas para ver al seleccionado argentino de fútbol, que jugó el tercer partido de la fase de grupo del Mundial, en el que venció al equipo griego por 2 a 0. Entre las 15.30 y las 17.30 las calles porteñas se vaciaron y los pocos transeúntes que circulaban, al encontrar alguna vidriera donde ver el partido entraban en trance y permanecían allí por varios minutos o un tiempo completo del partido. En los colegios la reacción por el horario fue dispar. Algunos adelantaron la salida para las 15; otros optaron porque los alumnos vieran en el establecimiento el partido. Las principales avenidas y la peatonal Florida estuvieron en silencio y poco transitadas a lo largo de todo el cotejo, que le permitió al seleccionado terminar primero en su grupo y lograr el pase a los octavos de final, donde se enfrentará al equipo mexicano el próximo domingo, también a las 15.30. LA NACION hizo un recorrido por aquellos puntos de la ciudad donde el tránsito y el congestionamiento suelen ser una constante para comprobar que la solución del caos vehicular quizá sea tener mundiales más seguido. La avenida Santa Fe, entre la avenida Pueyrredón y la avenida 9 de Julio se vio de una manera poco habitual. Uno de cada tres negocios tenía sus persianas bajas: entre las 15.30 y las 17.30 imitaron la siesta de las ciudades del interior del país. “¡Qué placer caminar por la avenida sin que nadie te empuje!”, dijo sonriente a LA NACION una mujer de 75 años, mientras cruzaba tranquila la avenida Callao a la altura de Santa Fe. En tanto, en los locales abiertos, televisores y radios, indefectiblemente, estaban sintonizados en el partido de la selección nacional. En la recepción de la galería de Santa Fe 1780, ante la falta de televisores el encargado y los empleados de una tienda de camping miraban el partido en un pequeño televisor instalado en el descanso de la escalera para bajar al subsuelo. “No nos queda otra que mirarlo acá. No tenemos televisor en el local, así que es esto o nada”, dijo uno de los empleados de la tienda, casi resignado. En la juguetería Apio Verde, de Santa Fe al 2200, los cuatro empleados improvisaron su propio microcine para presenciar el cotejo. Dos de los tres hombres se sentaron en sillas plásticas coloradas para niños, el restante sobre dos rollos de papel para envolver regalos y la mujer sobre dos cajas de mercadería. Los cuatros miraban fijamente un antiguo televisor donde la lluvia dificultaba el reconocimiento de los jugadores. En la parte inferior del antiguo aparato se pegó un cartel manuscrito con la frase “LCD 32’” y en el vértice superior derecho, una cara sonriente y una banderita plástica de la argentina. Coronaba el decorado del televisor un fixture en el que se iba anotando el resultado de los partidos ya disputados en el Mundial. Durante el encuentro fueron pocos los clientes que se acercaron al local. En contraposición, la confitería Cinema, en la esquina de las avenidas Callao y Santa Fe, estaba repleta en sus dos plantas. El horario del partido planteaba el primer dilema para los comensales, almorzar o merendar. Según el gerente del lugar, la mayoría optó por el almuerzo, en el que picadas, hamburguesas, tostados y papas fritas fueron los más elegidos, casi siempre, acompañados por cerveza.

Florida, en silencio Los nueve televisores ubicados en la vidriera de una cadena de electrodomésticos e indumentaria chilena, situada en Florida y Tucumán, eran como miel para las moscas. Más de medio centenar de personas se pararon frente a las pantallas a ver, sin oír, el partido de la selección argentina. Todos detuvieron sus actividades cuando comenzó el encuentro. Por ejemplo, un vendedor ambulante de garrapiñadas cerró su carro, lo dejó en la esquina y se puso frente a los televisores a mirar el partido. Estaba tranquilo, lo custodiaban seis guardias de dos camiones de caudales que interrumpieron sus tareas hasta que finalizó el partido. El silencio reinó en la poco transitada peatonal hasta que en el minuto 77 del encuentro el equipo argentino convirtió su primer gol. Allí el grito de gol retumbó en los locales vacíos de clientes. La apertura del marcador significó el comienzo de las conversaciones y los intercambios de opiniones de la ecléctica tribuna. La albiceleste estuvo presente en la zona, pero de la mano de los manteros, que a sus habituales artículos le sumaron todo tipo de merchandising mundialista, que incluían sombreros, pañuelos, bufandas, cornetas y, como no puede faltar en Sudáfrica 2010, vuvuzelas.

En plaza San Martín, más de 5000 hinchas Pasión en un colegio de Devoto

La pantalla de plaza San Martín congregó a miles de personas

Ansiedad de alumnos griegos MARIA DELIA PEREZ LA NACION

Diagonal Norte, en el microcentro porteño, estuvo vacía durante el partido en el que la selección argentina le ganó 2 a 0 a Grecia

Multitudinario festejo en Córdoba ante el triunfo argentino

El Obelisco ya es una cábala para festejar luego de una victoria FOTOS DE MARIANA ARAUJO, HERNAN ZENTENO, RODRIGO NESPOLO, SOLEDAD AZNAREZ E IRMA MONTIEL

Las pasiones por la Argentina y por Grecia, unidas en el mismo colegio La comunidad helénica local siguió en un instituto del barrio de Palermo la suerte de ambos equipos SANTIAGO MARTINEZ SARRASEGUE LA NACION El salón de actos del Instituto Incorporado Colectividad Helénica, en Palermo, está lleno de padres, docentes y chicos de todas las edades. Se sientan en las sillas, en el suelo y en las mesas para ver el partido en una pantalla que tiene una bandera argentina a un lado y una griega al otro. Es, en el fondo, una fiesta de dos países. Son tantos los que visten camisetas argentinas como los que portan casacas griegas, o prendas de ambos equipos en diversas combinaciones. Los gritos de aliento, los suspiros de alivio y las quejas son bilingües. Hay comida y gaseosas para amenizar la tarde. El bullicio y las charlas no

cesan durante el partido y tapan por completo a las famosas vuvuzelas. Se presta atención a lo que ocurre entre Nigeria y Corea del Sur. El anhelo es claro: empate en Polokwane, victoria nigeriana en Durban. Es un compromiso razonable entre dos pasiones encontradas. La falta de goles durante el primer tiempo y buena parte del segundo se hace difícil de llevar. Muchas veces los presentes exclaman aliviados o incrédulos, o ambas cosas, ante las oportunidades de convertir que pierden los dos equipos. Se mezclan los cánticos a favor de nuestro país con los gritos continuos de “¡Hellas!”, “Grecia”, en griego. “Un 0-0 estaría bien, pero prefiero que gane Grecia”, admite Elena Doukas, quien

se define como “argentina de sangre espartana”. A su lado, Georgios, griego y profesor de su idioma, opina que “no es una guerra, sólo es un juego” y para ilustrarlo promete cocinar para sus amigos argentinos si Grecia gana. Dos sacerdotes se suman a la audiencia. Uno es el arzobispo Tarasios, cabeza de la Iglesia Ortodoxa griega en América del Sur. El otro es el padre Ioannis, quien augura un 1 a 0 de la Argentina, aunque tanta ansiedad lo lleva a gruñir: “Lo increíble es que Messi no pueda meter un gol”. El gol de Demichelis pone un abrupto fin a 77 minutos de angustia; padres, chicos, maestros y sacerdotes explotan en celebración. Ondean las banderas de ambos países, e incluso unos “¡Hellas!” se cuelan entre los

“¡Vamos, vamos, Argentina!”. No terminan de festejar la entrada de Palermo cuando éste convierte el segundo gol albiceleste. Vuelven a escucharse los gritos emocionados de toda una audiencia puesta de pie, chicos y grandes por igual. El propio Palermo parece conducir los festejos en la toma que de él hacen las cámaras. En medio de la euforia, el padre Ioannis sonríe y se permite una única queja: “Palermo me arruinó el Prode”. Al sonar el silbato final, todos se levantan a aplaudir y a festejar. Los resultados en Polokwane y en Durban dejan a Grecia fuera del Mundial, pero por lo menos, en la Argentina, algunos griegos y sus descendientes encuentran razones para celebrar.

Una mañana charrúa y azteca en Retiro Cientos de hinchas de Uruguay y de México se reunieron en la mañana de ayer en la plaza San Martín para disfrutar al aire libre y por pantalla gigante del partido que ambas selecciones jugaron para cerrar el grupo A del Mundial. Durante buena parte del primer tiempo reinó el silencio entre los grupos de personas vestidas con camisetas verdes y celestes que veían el encuentro. Sólo los goles de Sudáfrica ante Francia en Bloemfontein despertaron aplausos antes de que en Rustenburg se produjera el único tanto de Uruguay en el partido. El retraso en la transmisión HD le permitió a un solitario hincha uruguayo, que seguía por radio el encuentro, celebrar el gol a los gritos antes de que los otros seguidores de la Celeste pudieran comprobarlo con sus propios ojos y se desataran los

ALFREDO SANCHEZ

Toda la alegría de los hinchas uruguayos en la plaza San Martín

festejos en la céntrica plaza. En el entretiempo, el resultado por entonces parcial no impidió que charrúas y aztecas se encontraran y juntos posaran y cantaran ante las cámaras, uniendo banderas y cantos mexicanos y uruguayos. Ante la falta de definición de Uruguay, la segunda mitad del partido trajo a México muchas oportunidades fallidas de empatar que hicieron sufrir a sus simpatizantes, que de tanto en tanto entonaban un “Cielito Lindo” para mantener el ánimo. Tras el final del partido, los uruguayos comenzaron un modesto pero emocionado festejo en la plaza, mientras que los hinchas mexicanos que quedaban se reunían en pequeños grupos, algunos en silencio y otros continuando el aliento a su selección, de cara a la Argentina por los octavos de final.

El país vibró otra vez. De nervios; de ansiedad; de alegría, con el primer gol; y de emoción, con el reencuentro de un goleador eterno, que ayer hizo lo que más sabe: aparecer y hacer los goles que nadie espera, pero que todos desean. Y los principales centros urbanos fueron una fiesta. “Vinimos en el colectivo 115, desde Villa Soldati, a ver al equipo. Esto es como vivirlo en un estadio”, dijo a LA NACION Chiara Poggi, de 14 años, que ayer festejó en el centro porteño por partida doble, porque también era el día de su cumpleaños. La joven alentaba eufórica a los jugadores, en un abrazo compartido junto a seis compañeras del Instituto Cristo Obrero de Villa Soldati, frente a la pantalla gigante, con tecnología de alta definición, instalada en plaza San Martín por el gobierno de la ciudad. Allí, al igual que en parque Centenario, se transmiten todos los encuentros del Mundial. Como la mayoría de las más de 5000 personas presentes en la plaza, las chicas vestían camisetas del seleccionado y gorros albicelestes, y en sus mejillas lucían pintadas banderas argentinas, maquillaje por el que habían pagado 5 pesos. Muchos otros habían arribado a la plaza con sus cámaras digitales, en especial, turistas alemanes, suizos, franceses y salvadoreños, que aclamaban a Messi, criticaban a Papastathopoulos –su marca personal–, e intentaban retratar el fervor del público argentino contenido en el lugar. La multitud saltó y saltó, y gritó con pasión el primer tanto de Demichelis. Luego, pasaron sólo segundos para que sobreviniera el cantito clásico, que acompaña a los argentinos desde el Mundial ‘86: “...que de la mano, de Maradona, todos la vuelta vamos a dar. Vení, vení...”. Pero fue el momento en que el técnico argentino decidió el cambio de Milito por Palermo en el que surgieron miles de comentarios individuales: “¡Vamos viejo y querido Martín!”; “¡Hacé lo que vos sabés, por favor!”, comentaban los presentes. A continuación, la escena fue la siguiente: mientras en Sudáfrica el delantero de Boca aplaudía a su compañero que se retiraba de la cancha, en la plaza San Martín, la gente lo aplaudía a él, exclusivamente a él. ¿Será porque en una tarde, en la que la lluvia casi no dejaba ver el campo del Monumental, hizo un gol épico contra Perú y le dio el empuje necesario a la selección para clasificar en el Mundial? Es probable. “¡Gooooool!”; “¡Increíble!”; “¡Este pibe siempre está ahí, donde tiene que estar!”, gritó Esteban Schiavino, de 35 años, al ver el segundo tanto, de derecha, del goleador eterno xeneize. “Soy de River, pero lo quiero igual”, agregó. Faltaban menos de diez minutos para la culminación del partido y Esteban, junto a otros tres compañeros de oficina –trabajan en una compañía de seguros– irían hacia el Obelisco. Según ellos, el lugar era la cita obligada para continuar con los festejos.

Festejos en las calles “Este lugar se convirtió en mi cábala”, dijo a LA NACION el abogado Ernesto Cañete Duarte, que desde el primer partido contra Nigeria asiste puntualmente al Obelisco luego de cada encuentro del seleccionado. El letrado concurre siempre acompañado de su perra, Sole, porque así lo hizo desde el comienzo del Mundial. “Sucede que tengo el estudio a pocas cuadras. Vine el primer partido, para sacar a pasear a Sole. Y Ganamos. Vine el segundo. También. Ahora, no puedo dejar de hacerlo aunque sea unos minutos”, dijo Cañete, convencido. Incluso, los buenos resultados motivaron al abogado para vestir a su mascota. Cada vez que juega la selección argentina en un estadio sudafricano, Sole usa una bufanda y gorro celeste y blanco. Mientras, otros pasaban por el Obelisco a la salida de sus trabajos y registraban con sus celulares la emoción que allí se vivía. “Es sensacional presenciar esta alegría”, relataban quienes atravesaban la plazoleta. También en las principales ciudades del interior del país la gente se volcó a las calles para festejar el triunfo argentino, con una concurrencia masiva en Córdoba, Rosario y Mar del Plata, entre otras.