La alquimia de los signos Una lengua irreductible

10 oct. 2009 - Nietzsche, Marcel Mauss y Benjamin para señalar cómo la experiencia histórica se ve transformada para constituirse en una vía de acceso al ...
2MB Größe 8 Downloads 120 vistas
SIGNATURA RERUM

CRÍTICA DE LIBROS

POR GIORGIO AGAMBEN ADRIANA HIDALGO TRAD.: FLAVIA COSTA Y MERCEDES RUVITUSO 162 PÁGINAS $ 49

FILOSOFÍA

POESÍA

La alquimia de los signos

Una lengua irreductible

El italiano Giorgio Agamben aborda de manera provocativa las estrategias metodológicas de Paracelso, Kuhn y Foucault

POR SANDRO BARRELLA

POR CECILIA MACÓN Para La Nacion

D

urante el siglo XVI, Paracelso, alquimista, cirujano, mago, astrólogo, se convirtió en mito al aunar el misterio de sus métodos con su pretendida eficacia de mutar el plomo en oro. Logró también que sus trabajos sobre un orden cósmico habitado por gnomos, nereidas y silfos coincidieran con su capacidad para revivir áreas de la medicina por entonces olvidadas. La lectura que el filósofo italiano Giorgio Agamben brinda de Paracelso en Signatura rerum no se refiere en principio a ninguna de estas zonas, sino a su “teoría de las signaturas”; vale decir, el modo en que los signos, al manifestarse, alteran el mundo. Sin embargo, las restantes habilidades del alquimista –capaz de hundirse en los terrenos más oscuros para acceder a la materialidad de lo reluciente– están, de manera inevitable, presentes. Agamben, uno de los filósofos que con más vigor ha ingresado en el debate político en los últimos años, hace de las cuestiones metodológicas parte sustancial de su teoría. Ya había dado pruebas de ello en varios trabajos anteriores. Es difícil imaginar cada uno de los volúmenes de la serie Homo Sacer –El poder soberano y la nuda vida, Estado de excepción, Lo que queda de Auschwitz y El Reino y la Gloria– al margen de la guía de autores como Walter Benjamin, Jacques Derrida o Carl Schmitt. Tampoco sería posible borrar de Lo abierto, otro de sus libros, las marcas de Martin Heidegger o Georges Bataille. El modo sistemático con que encara la tarea en Signatura rerum, sin embargo, hace de ésta una obra clave para quien busque indagar en la propuesta del filósofo italiano. En los tres textos compilados, Agamben coloca en un lugar central otras tantas estrategias metodológicas: el concepto de paradigma desarrollado por Thomas Kuhn, el ya nombrado de las sig14 | adn | Sábado 10 de octubre de 2009

naturas de Paracelso y el de la arqueología foucaultiana. El primer artículo, “¿Qué es un paradigma?”, no se limita a evocar los principios básicos del concepto de Kuhn, dedicado a los modelos o patrones aceptados por la ciencia establecida, sino que también muestra el modo en que se entrelaza, no sin fricciones, con la propuesta de Michel Foucault. Ideas clásicas del pensamiento de Agamben –el homo sacer, el estado de excepción y el campo de concentración– son justamente, según el propio filósofo, paradigmas, es decir: “Formas de conocimiento que no son ni inductivas ni deductivas, sino analógicas, moviéndose en la singularidad, y capaces de neutralizar la dicotomía entre lo general y lo particular”. El objetivo de sus paradigmas no es, entonces, devenir hipótesis sobre la modernidad a la caza de una causa, sino volver inteligibles fenómenos cuyo parentesco escapaba al historiador. Si uno de los intereses del artículo es analizar la analogía entre el vocabulario de Foucault en términos de dispositivos, saberes o epistemes– en el sentido de “todos los procedimientos y todos los efectos de conocimiento que un campo específico está dispuesto a aceptar en un momento dado”– y el concepto de Kuhn, es porque Agamben comparte con el primero la necesidad del pasaje del paradigma de la epistemología a la política, de la “alternación de la forma teórica” al “régimen interno de poder”. “Teoría de las signaturas”, el segundo de los artículos, no sólo es el más extenso y el que da título al volumen, sino también el más provocativo. Allí se evoca el noveno libro del tratado de Paracelso Sobre la naturaleza de las cosas donde se sostiene que todas las cosas llevan un signo que manifiesta y revela sus cualidades invisibles: “Nada es sin un signo –señala Paracelso– puesto que la naturaleza no deja salir nada de sí”. O: “No hay nada exterior

Para La Nacion

C

El alquimista (1853), de William Fettes Douglas CORBIS

que no sea anuncio de lo interno”. Allí están los sacramentos para demostrar la eficacia del signo. La teoría de las signaturas tuvo una gran influencia en las ciencias y en la magia renacentista y barroca hasta llegar a Leibniz y Kepler. Aun cuando desapareció durante el Iluminismo, se revitalizó en el siglo XX con los desarrollos de Aby Warburg, Benjamin, Sigmund Freud, Carlo Ginzburg y el concepto de actos de habla de John Austin y John Searle, donde el lenguaje parece limitar con la magia. Las signaturas orientan la eficacia del signo al mostrar que éste no existe puro: el signo significa porque lleva una signatura. Es en la moda donde Agamben encuentra un ejemplo clave de ese aspecto: por medio de un gesto del diseñador se introduce discontinuidad en el tiempo, se crea lo actual y lo inactual. En el último y más breve de los textos, “Arqueología filosófica”, le toca el turno a ese concepto que está presente (como el de arqueología en el sentido que le da Foucault) a lo largo de todo el libro. Pensada como un a priori histórico, donde los saberes y los conocimientos encuentran su condición de posibilidad supone, como las signaturas, que “hablar es hacer algo y no simplemente expresar un pensa-

miento”. Agamben rastrea el concepto de arqueología en Immanuel Kant, Friedrich Nietzsche, Marcel Mauss y Benjamin para señalar cómo la experiencia histórica se ve transformada para constituirse en una vía de acceso al presente. En cada página de Signatura rerum, el filósofo se encarga de mostrar, casi obsesivamente, la forma en que las representaciones –sean paradigmas, signaturas o epistemes– transforman de manera radical el mundo. Tras la lectura, resulta casi imposible no sólo defender la división tajante entre mundo y representación, sino también ignorar hasta qué punto el lenguaje o los modos en que concebimos el mundo y a nosotros mismos devienen actos políticos capaces de trastocarlo todo. Gracias a este libro el propio Agamben podría jactarse, como Paracelso, de sus talentos como alquimista. Por medio de su fina disección logra transmutar las evocaciones eruditas en propuestas provocativas y orientadoras de sus preocupaciones metodológicas al tiempo que señala las no siempre advertidas consecuencias políticas de teorías de la epistemología hoy muy populares.

uando en 1939 el poeta inglés W. H. Auden (1907-1973) se embarcó en el transatlántico francés Champlain rumbo a Estados Unidos y abandonó su país natal, se encontraba sumergido en una profunda crisis personal que desembocaría, años después, en su conversión religiosa. Para el poeta, una de las voces clave de su generación, dejar el continente europeo en vísperas de la guerra significó cargar sobre sus espaldas la amonestación de buena parte de la intelectualidad inglesa. Otro tanto, aunque por razones inversas, le ocurriría al apartarse de sus posturas políticas cercanas a la izquierda, decepcionado por lo que había visto en España durante la Guerra Civil. Más allá del flirteo que en su juventud tuvo con el marxismo o del interés que por la misma época le despertó la teoría freudiana, Auden siempre mantuvo su poesía a prudente distancia de los efectos que podía ejercer sobre ella un sistema de creencias. Vale decir que, a ambos lados del Atlántico, mantuvo inalterable aquello que resumió en una entrevista: “Un poeta, como poeta, tiene una sola obligación política, y es que su propia escritura dé un ejemplo del uso correcto de su lengua materna, que siempre está siendo corrompida”. La poesía de Auden hace equilibrio

entre cronos social y mundo privado. Poemas como “Homenaje a Clío”, “El escudo de Aquiles” o “Monumento recordatorio para la ciudad” evidencian este movimiento pendular en el que el destino individual se ve arrasado por el acontecer histórico. El aspecto sombrío que adquiere el mundo después de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y los campos de exterminio aparece en estos textos en mayor o menor medida, ya de manera explícita (“entre las ruinas de la Ciudad Posvirgiliana,/ donde nuestro pasado es un caos de tumbas y el alambre de/ púas se extiende/ hacia nuestro futuro hasta perderse de vista”), o, implícita, como en “El escudo...” poema en el que la diosa Tetis mira cómo Hefestos fabrica las armas para su hijo Aquiles, donde el poeta establece un contrapunto entre el mundo antiguo y el siglo que le toca vivir, aunque la distancia entre ambos se reduce hasta volverse un tiempo único. De cualquier modo, hablar de “temas” sería en el caso de Auden simplificar la perspectiva de su obra. Se ha dicho que con el tiempo su poesía se volvió menos oscura. Esto podría verse, alternativamente, como virtud o defecto. Sin embargo, poemas como “En homenaje a la piedra caliza”, “Bucólicos”, “Horae canonicae” o “En memoria de Sigmund Freud” pueden contarse entre los mejores de su obra. Por otra parte, y a pesar de haber cambiado el modo de escribir

Auden CORBIS

a lo largo de su vida, supo mantener un núcleo irreductible en su poesía. En Auden, el yo poético nunca cede a la autoexpresión, aun cuando él participe del “motivo” del poema (como “La vida en común”, dedicado a Chester Kallman, su compañero de toda la vida). Cuando en sus versos aparece la primera persona, lo pertinente será escucharla como una voz universal dirigida a un interlocutor ideal. A su vez, evidencia una mirada clínica sobre el mundo y las cosas que, unida a su sentido del humor y el uso que hace de la ironía, pone al descubierto el trabajo del poeta sobre la emoción. En ese sentido, protege a su poesía de los efectos no deseados del yo lírico. Es posible atestiguar esto en “Lo primero, primero”, un bellísimo poema de 1957 en el que una tormenta, con sus estruendos y sus leves sonidos, crea en la duermevela del yo poético, la posibilidad de una lengua amorosa que evoque la figura del

LOS ESTADOS UNIDOS, Y DESPUÉS. POESÍA SELECTA 1939-1973 POR W. H. AUDEN ACTIVO PUENTE TRAD.: ROLANDO COSTA PICAZO 407 PÁGINAS $ 68

amado. El poema avanza en una atmósfera de encantamiento por las palabras que pudo suscitar. Hacia el final, el encantamiento se quiebra, la conciencia de la inmediatez asalta al yo, que, sin desmentir a la tormenta en su capacidad para cifrar una lengua amorosa, establece una lógica que apunta a otra dimensión de lo real: “Agradecido, dormí hasta una mañana que no quiso decir/ cuánto creía de lo que yo decía que había dicho la tormenta,/ pero que muy tranquilamente me llamó la atención a lo sucedido/ –tantos metros cúbicos más en mi cisterna/ contra un verano leonino–, poniendo lo primero, primero:/ miles han vivido sin amor, pero nadie sin agua.” La presente antología bilingüe completa un trabajo que Rolando Costa Picazo publicó quince años atrás. Aquel libro –agotado hace tiempo– se ocupaba de la primera etapa creativa del poeta y concluía con el poema “Septiembre 1°, 1939”. Este volumen recoge, en cambio, una amplia selección de la producción del poeta desde su llegada a Estados Unidos hasta su muerte, en 1973. Cabe destacar que no se trata de una mera recopilación. Con un excelente prólogo, versiones que el lector sabrá agradecer y un aparato de notas en el que se glosa cada poema con comentarios siempre interesantes, esta Poesía selecta constituye un verdadero trabajo crítico. © LA NACION

© LA NACION

Sábado 10 de octubre de 2009 | adn | 15