KNAPPETT, Carl (2004): “The affordances of things: A post-Gibsonian perspective on the relationality of Mind and Matter”. En: DEMARRAIS, E., C. GOSDEN , C. RENFREW (eds): Rethinking Materiality: The engagement of Mind with the Material World. Cambridge: McDonald Institute Monographs. El propósito de este artículo es ofrecer nuevas perspectivas y reflexiones sobre la idea de compromiso tal como fue desarrollada por Renfrew (2001; este volumen). El compromiso es un concepto potencialmente clave para los arqueólogos, sin contar con los estudiosos de la cultura material en un sentido más amplio, porque asume una mirada relacional sobre la cognición. Es decir, la relación entre mente y materia es entendida como de mutua codependencia; no se privilegia ni a una ni a otra, por lo tanto se evita el reduccionismo tanto mentalista como materialista. Los enfoques que apuntan a la importancia de la relacionalidad en la interpretación arqueológica no son del todo nuevos. Se podría citar el trabajo temprano de Shanks y Tilley (1987), algunos de los trabajos posteriores de estos autores (por ej., Tilley 1994; Shanks 1998), al igual que Thomas (1998; 2001) y Hodder (2001). Esto es apenas una selección. Sin embargo, crucialmente, ninguno de estos arqueólogos “post procesuales” desarrollan sus nociones de relacionalidad en conexión específicamente a la mente o la cognición. Sus puntos de vista están más dirigidos a la interdependencia entre sujeto y objeto, cuerpo y cosa; siendo su fuente de inspiración la tradición filosófica de la fenomenología, particularmente Heidegger y Merleau-Ponty. Parte de la razón por la cual este importante conjunto de abordajes ha seguido focalizándose en el cuerpo más que en la mente se debe a divisiones académicas; a saber la emergencia de la mente y la cognición como temas de la línea “opuesta” de la arqueología procesual (Renfrew 2001, 123-4). Sin embargo, el enfoque procesual, o “cognitivo-procesual”, a la mente, en general no ha considerado a ésta en términos plenamente relacionales vis a vis la materialidad. Dentro de este enfoque mente y materia están separados, siendo la una primaria y la última secundaria. Este tipo de esquema jerárquico continúa estando presente en formulaciones teóricas recientes que examinan la relación entre mente y materia. La noción de “materialización”, por ejemplo, incluye la idea de que la mente precede a la materia, encontrando en ésta cierto tipo de “materialización” secundaria (DeMarrais et al, 1996; DeMarrais este volumen). Siguiendo esta noción de materialización un poquito más allá, resulta claro que una separación profundamente establecida entre mente y materia no es privativa de la arqueología. Una imagen dominante en nuestro escenario social actual –“la sociedad de la información”implica en realidad una desvinculación fundamental de mente y materia. En su crítica de lo que llama “post humanismo”, Hayles argumenta que: Una característica definitoria del momento cultural actual es la creencia de que la información puede circular inmodificada entre diferentes sustratos materiales (Hayles 1999, 1). Cuando esta lógica se aplica a los seres humanos, se sugiere que la esencia de una persona puede ser cargada, almacenada y luego descargada en alguna otra dimensión básicamente inalterada. El carácter físico humano comienza a ser considerado derivativo, una presencia mortal que es secundaria a nuestra existencia virtual como patrones de información. Y sin embargo, como
Hayles se esfuerza en señalar, esta perspectiva post humanista (que no es muy diferente del humanismo liberal) falla en concederle alguna significación al hecho de que la información debe estar siempre instanciada para poder existir. Más significativo aún, la información así instanciada no deja de ser afectada por el medio en el cual se encuentra; la información no puede transmitirse libremente entre substratos físicos, fácilmente anexada y desanexada, libre de ser transferida libremente a otro lugar en cualquier momento. La información misma es transformada por el medio. Este énfasis en la corporización de la información está dentro del pensamiento relacional que es central a la idea de “compromiso”. Un agente humano, se podría uno imaginar, requiere información en orden a decidir cómo actuar a continuación. Pero dónde reside esta información, qué forma toma, y cómo es especificada y procesada? Alguna información puede simplemente ser almacenada en la mente del agente, y puede accederse a ella independientemente de la situación corporal o el contexto ambiental. Sin embargo, una gran cantidad de información no está inmediatamente accesible y “on line” de este modo; más bien, está situada y corporeizada, emergente en contextos particulares de acción. La información, en este sentido, está “allá afuera” en el mundo material, y es inmediatamente accesible a un agente dado en cierta situación. La contribución de la psicología Pese a que uno podría imaginar que los arqueólogos habrían abrazado este tipo de posición hace mucho tiempo, no hay disponible en la teoría arqueológica un enfoque relacional sobre la interfase de mente y materia, tal que la información sea considerada como distribuida entre ellas. Ha habido enfoques fuertemente relacionales, tal como se mencionó arriba, y enfoques explícitamente cognitivos, pero raramente se han combinado. Este es el porqué de que la noción de compromiso marque un nuevo desarrollo importante, y una chance de superar la vieja división entre arqueologías procesuales y post procesuales. Intentando llevar más allá la idea de compromiso, sin embargo, necesitamos volvernos inmediatamente a otras disciplinas, y en particular a varias ramas dentro de la spicología (ver Cowgill este volumen). Hay en verdad unas cuantas líneas dentro de la psicología que exploran la relacionalidad entre mente y materia (de modos compatibles con la teoría de Renfrew de compromiso material). Las tres líneas en cuestión son la psicología ecológica, la psicología cultural y la cognición situada.
Psicología ecológica
Psicología Cultural
Cognición situada
Psicología ecológica Como indica este diagrama, es la psicología ecológica la que subyace en la raíz de este proceso. En particular, es fundamental el trabajo de James Gibson (1979) sobre percepción visual. Gibson, contemplando los modos en que los humanos perciben los objetos en su ambiente, no se sentía feliz con la mirada ortodoxa –que los humanos son capaces de entender la función o el significado de un objeto indirectamente, mediante representaciones internas. Es decir, una vez que se percibe la estructura física de un objeto (por ej., cuatro patas, una superficie plana, etc.) el objeto es subsecuentemente ubicado dentro de una categoría preexistente dentro de la mente humana (“silla”). Sólo entonces, una vez que se ha accedido a la categoría “silla”, el agente humano es capaz de reconocer la función potencial del objeto (“para sentarse”). Así la percepción humana de la función, de acuerdo a la ortodoxia científica, era considerada indirecta, y mediada por representaciones culturales (un proceso de dos etapas de percepción y conceptualización. Buscando una alternativa a esta sabiduría recibida, el psicólogo James Gibson desarrolló la noción de “percepción directa”. Para Gibson, el potencial de un objeto para sentarse, continuando con el ejemplo de la silla, podía ser observado directamente sin categorizar primero al objeto como “silla”. Esto sugirió que la información podría residir en el ambiente mismo más que simplemente como representaciones mentales internas. Su idea fue que un agente puede adquirir información directamente del ambiente como un modo de conocer lo que una situación puede ofrecer. Las potencialidades presentadas por un objeto para un conjunto particular de acciones fueron denominadas por Gibson como sus “affordances” (potencialidades). Los conceptos de percepción directa y potencialidad están íntimamente entretejidos en la psicología ecológica de Gibson. Ciertamente hay mucho por decir del enfoque de Gibson. Es fundamentalmente dinámico en su naturaleza, al trabajar sobre la plausible idea de que la percepción humana está dirigida a rastrear posibilidades de acción en el mundo. Se suma a esta mirada “ecológica” que sirve como un importante contrapunto al concepto cartesiano dominante de que la acción inevitablemente implica reflexión y evaluación consciente. Gibson demuestra exitosamente la naturaleza reactiva/ejecutiva de la percepción y la cognición humanas en ciertas circunstancias materiales. Ciertamente hay un número de artefactos en situaciones dadas que sirven para desatar secuencias de acciones cas “sin pensarlo”. Y sin embargo decir que esto es todo en cuanto a la percepción humana es bastante extremo, y Gibson ha sido muy criticado por ello. Un ejemplo usado por Gibson mismo que ilustra las limitaciones de su perspectiva es el buzón. Gibson argumentó que las características físicas del buzón anuncian su función de un modo directo y no mediado. Pero qué hay de otros receptáculos de dimensiones similares, como papeleros? No pueden ellos también ofrecer la posibilidad de despachar cartas, en términos puramente físicos? La razón por la cual un agente humano despacha una carta en un buzón y no en un papelero es que posee información cultural relevante para la situación y el objeto en cuestión (Noble 1991, 207-8; Palmer 1999,409). Este conocimiento de la función del buzón no es accesible sólo a partir de su forma física, sino que se deriva de numerosas asociaciones y categorizaciones internas. Es decir, su función es en parte, y contra Gibson, indirectamente percibida. Esto no significa que la teoría de Gibson sea inválida, sino que es demasiado radical y unilateral (y, podría decirse, en el momento necesitaba serlo, para tener alguna chance de ser
escuchada ante el enfoque representacionalista dominante). Lo que se requiere, entonces, es una modificación de la perspectiva de Gibson, y tal movimiento está en marcha –en psicología el potencial de la teoría de Gibson continuó siendo explorada a lo largo de los 80 y principios de los 90, con estudiosos tales como Reed (1988a,b; 1991), Michaels & Carello (1981), Noble (1991; 1993), Heft (1989) and Costall (1981; 1995). Fue recién a finales de los 90, sin embargo, que la propuesta bastante radical de Gibson vino a ser considerada más seriamente dentro de la corriente principal de la psicología sobre percepción visual (por ej., Bruce et al. 1996; Gordon 1997; Palmer 1999). Algunos estudiosos de áreas relacionadas han identificado también la necesidad de una solución de compromiso que una la percepción directa y la indirecta – notablemente dentro de la “cognición situada”, a la cual nos dirigimos ahora brevemente. Cognición situada “Cognición situada” se refiere a un movimiento dentro de la psicología cognitiva que intenta contraponerse a la mirada cartesiana representacionalista de la cognición (que subyace en el corazón de IA), argumentando en cambio que la cognición es un proceso corporeizado, situado y distribuido (Clark 1998). Pese a que la cognición, la percepción y la acción son separadas frecuentemente, incluso jerárquicamente, esta escuela tiende a tratar las relaciones entre ellas mucho más fluidamente. Aquí “cognición situada” también implica percepción situada y acción situada. La psicología ecológica gibsoniana ha alimentado ciertamente esta rama de la ciencia cognitiva (ver diagrama más arriba), como fue explícitamente reconocido por Kirsh (1995). Algunos de los proponentes más radicales de esta perspectiva se acercan a las ideas de Gibson sobre percepción directa (por ej., Brooks 1991; Van Gelder & Port 1995), mientras otros han desarrollado un enfoque más equilibrado incorporando elementos de la percepción directa e indirecta (Clark 1996; 1997; Kirsh 1995; Norman 1998; Hutchins 1995; Suchman 1987). Una idea fundamental, sin embargo, es que las conexiones entre mente y materia deben verse en términos relacionales. Para más sobre cognición situada, ver la contribución de Malafouris en este volumen.
Psicología cultural Una perspectiva relacional similar aparece dentro de la psicología cultural, notablemente en el trabajo de estudiosos tales como Michael Cole (1996), James Wertsch (1998a, b), Dorothy Holland (Holland et al. 1998) y Michael Tomasello (1999). Un elemento común a todos estos es la profunda influencia ejercida por el psicólogo soviético Lev Vigotsky (1978). Un punto clave, en lo que concierne a la materialidad, es que los humanos usan artefactos culturales cuando se comprometen en una acción, y que esos artefactos sirven como “medios mediacionales”. Los artefactos no sólo median entre un humano y su ambiente, sino entre humanos. Un artefacto puede actuar como fuente común de lo que Tomasello llama “atención conjunta” (1999, 62), una especie de pivote alrededor del cual se pueden conformar actividades. En una línea similar, Wertsch describe tales procesos en términos de “acción mediada”. Es también interesante notar que Wertsch expresamente enlaza esta perspectiva al enfoque de la cognición situada descripto arriba (particularmente D. Norman). Más aún, tanto Norman con Wertsch tienen una deuda considerable con la psicología ecológica (ver diagrama arriba), y no es menor su uso de la idea
gibsoniana de potencialidades. No sólo Wertsch entre los psicólogos culturales que adopta el concepto de potencialidades –lo mismo puede decirse de Tomasello (1999) y Holland et al. (1998). Cole apenas menciona las potencialidades e su libro de 1996, pero colaboró con Holland en la escritura de un artículo en el cual se le dedicó mucha mayor atención al concepto (Holland & Cole 1995). Las tres líneas señaladas arriba –psicología ecológica, cognición situada y psicología cultural – tiene en común la idea de que cognición y materialidad están mucho más íntimamente conectadas de lo que habitualmente se reconoce. La compatibilidad entre estas tres líneas está subrayada por el hecho de que cada una de ellas usa la idea de potencialidades. Ahora le daremos mayor consideración a este potente concepto. Affordances [potencialidades] El concepto de potencialidades constituye un núcleo central de este artículo porque puede ayudarnos a entender la codependencia entre mente y materia. Tomada directamente de Gibson, la idea tiene algunas limitaciones; afortunadamente, sin embargo, el concepto ha venido llamando la atención cada vez más en un conjunto de disciplinas, y como resultado ha sido sujeto de importantes revisiones y modificaciones. Lo que tal trabajo nos permite es anclar en tres aspectos clave de las potencialidades: su relacionalidad, transparencia y sociabilidad. Un paso importante a dar subsecuentemente es una afirmación de la relación entre potencialidades y significados. Mucha de la discusión se dirigirá a la cultura material en general, si bien con un ojo en la aplicabilidad a contextos arqueológicos. Relacionalidad La potencialidad de un objeto no es sólo una propiedad independiente del objeto mismo, ni es exclusivamente un estado intencional dentro de la mente de la persona comprometida con él, sino una propiedad relacional compartida entre objeto y agente. La situación en la cual objeto y agente se comprometen es dinámica –y la información que especifica a dónde puede llevar la situación no está enteramente en la cabeza del agente, sino que de algún modo también está dentro del objeto (él mismo dentro de un ambiente). Esta idea de que es una situación la que tiene potencialidades, en lo que concierne a un agente que posee un repertorio dado de acciones, ha sido ventajosamente desarrollada en ciencia cognitiva por Kirsh (1995). Más que ser constantes, las potencialidades de un artefacto pueden cambiar de acuerdo a la situación en la que se encuentren. La noción de relacionalidad es absolutamente clave para entender el concepto de potencialidades, y ha sido aclarada por otros (por ej., Ingold, Noble, Heft, Palmer). Volvamos por un momento al ejemplo de la silla usado antes. Puede parecer como que la potencialidad de la silla de sentarse en ella está dentro de la silla misma, independientemente de las acciones de los agentes humanos. Sin embargo, la silla no posibilita el sentarse a todos los humanos –los muy pequeños o los muy viejos, por ejemplo, podrían ser excluidos, en tanto podrían no ser capaces de sentarse a ciertas alturas (tal vez sillas muy bajas para los muy viejos, o muy altas para los muy pequeños). Así la silla posibilita el sentarse a aquellos capaces de ciertas acciones. Más aún, mientras un agente humano puede tener la capacidad de sentarse, la naturaleza de la situación
podría no permitirlo; en verdad, otras potencialidades de la silla pueden emerger en ciertas circunstancias, tal como su capacidad de mantener abierta una puerta. Reconociendo la importancia de la relación mutua entre objeto, agente y contexto para establecer una potencialidad, al mismo tiempo uno debe admitir que las potencialidades de la silla no son ilimitadas –sus propiedades físicas intrínsecas ponen ciertos límites. Hay una difícil tensión entre las propiedades independientes y relacionales de los objetos (Heft 1989). Transparencia Volviendo al principio de acción situada descripto por Kirsh, un segundo aspecto clave, además de la relacionalidad, es la transparencia de las potencialidades. Para que sea cierta la teoría de Gibson sobre percepción directa, la potencialidad de un artefacto debería ser transparente en su forma física misma. Esto quizás es válido para ciertos objetos en ciertas situaciones –las potencialidades del agua brotando de un manantial en el desierto para un humano sediento son transparentes. La potencialidad de una silla para sentarse también puede ser transparente (para ciertos agentes en situaciones dadas). Pero lo que un objeto posibilita puede ser más o menos transparente en diferentes situaciones con diferentes agentes. Un objeto diseñado para ser usado en una situación específica, asumiendo cierta cantidad de conocimiento por parte del usuario prospectivo, puede “anunciar” bastante claramente lo que posibilita. Pero con un cambio en las circunstancias, su función puede distar mucho de ser transparente. Alternativamente, algunos artefactos pueden ser diseñados de modo que sus potencialidades son casi siempre transparentes, independientemente de la circunstancia (hacha de mano, taza de papel?). Para usar el ejemplo del buzón citado arriba, su uso es transparente sólo para aquellos con el correspondiente conocimiento cultural –las potencialidades del buzón no son cognoscibles sólo por su forma y tamaño. Sociabilidad Un tercer elemento importante de las potencialidades es que en una situación dada implicarán inevitablemente un componente social. Este es un aspecto que Gibson apenas elaboró, y ciertamente su formulación de las potencialidades puede ser criticada por ser asocial. Esto no significa decir que una dimensión social es intrínsecamente incompatible con su teoría, y algunos autores han intentado “socializar” las potencialidades (Reed 1988a; Costall 1995; 1997; Williams y Costall 2000). Sin embargo la dimensión social de las potencialidades ha sido apenas registrada como un área de interés en aquellas disciplinas más inclinadas a comprometerse con cuestiones de sociabilidad, como la sociología o la antropología. Una notable excepción a esto es el trabajo del antropólogo Tim Ingold (2000). Tratando de entretejer las tradiciones habitualmente separadas de la biología, la antropología y la psicología, Ingold considera absolutamente clave la vena gibsoniana de pensamiento “ecológico” dentro de la psicología (2000, 3-4). Pero mientras Ingold se inspira directamente en Gibson, hay otra línea en la antropología en la cual la psicología ecológica ha tenido recientemente un efecto, si bien vía una ruta bastante enrevesada. Esta línea forma parte de la tradición socio antropológica francesa que se involucra con la cultura material desde hace muchos años, desde el trabajo pionero de Marcel Mauss (1950/1936) y subsecuentemente Leroi-Gourhan. Difícilmente podría calificarse a esta tradición como una extraña para la psicología, pero en años recientes ha estado recibiendo su aporte psicológico
desde una fuente inesperada. El revival de las conexiones entre antropología y psicología está representado en el trabajo de científicos como Warnier (1999a,b), Kaufmann (1997), Julien (1999), Semprini (1995), Löfgren (1996), Conein & Jacopin (1993), y de Fornel (1993). Lo que es notable aquí es la evidente influencia de la perspectiva de la cognición situada (descripta antes), especialmente el trabajo de Norman. Tal vez no sea casualidad que dentro de la cognición situada haya una orientación definitivamente antropológica, por ejemplo en el trabajo de Suchman y Hutchins (y el de Norman es ampliamente sociológico). Sin embargo, de los científicos franceses mencionados arriba, sólo de Fornel vuelve directamente al trabajo de Gibson. Más aún, ninguno parece tener a Ingold como referencia, pese a los paralelismos obvios y potencialmente fructíferos entre el trabajo de unos y otro. Entonces qué significa, exactamente, la “sociabilidad” de las potencialidades? Muy simple, que cualquier situación dada involucrará muy a menudo más de un agente humano; dos o más agentes pueden estar comprometidos en una actividad conjunta y así cada uno puede ver las potencialidades compartidas que un objeto ofrece a cada uno de ellos. Alternativamente, dos o más agentes pueden encontrarse en el mismo contexto pero en diferentes situaciones, buscando diferentes resultados. En este caso un simple objeto puede ser percibido como teniendo diferentes potencialidades de acuerdo a la perspectiva de cada agente. Las potencialidades de un objeto pueden así ser negociadas y disputadas. De Fornel (1993) provee un excelente ejemplo mostrando cómo las potencialidades llegan a ser compartidas en una situación social. El caso de estudio de de Fornel implica un análisis de las secuencias de interacción en las investigaciones de rutina de la policía. Los objetos frecuentemente son sometidos a análisis y ofrecidos como evidencia. Una parte importante del proceso es colocar el objeto en cuestión (un cuchillo, por ejemplo) ante el acusado para su identificación o reconocimiento. Antes de hacerlo, sin embargo, los investigadores de la policía evalúan los objetos que han sido tomados de las personas acusadas, los clasifican y deciden lo que implican para sus (ex) propietarios. Esto ocurre dentro de un contexto de interacción de múltiples agentes, de modo que las potencialidades de los objetos son exploradas y compartidas. Un caso particular discutido por de Fornel concierne a un grupo de punks seleccionados para ser interrogados. Se les pide a los miembros del grupo vaciar sus bolsillos y bolsos sobre una mesa en medio de la habitación. Entre sus posesiones hay un número considerable de cuchillos. Una vez sobre la mesa, las posesiones del grupo son recategorizadas y fuera de su alcance. Un inspector entra en la habitación y los oficiales le presentan la situación. Mientras algunos oficiales presentan a los punks, un oficial de pie junto a la mesatoma uno de los cuchillos confiscados, mostrando claramente su hoja de tal modo que atrae, casi implícitamente, la atención del inspector. Es a través de una secuencia de interacciones que los oficiales y el inspector llegan a compartir las mismas ideas sobre el objeto y toda la situación. Consecuentemente los oficiales pasan por una extensa manipulación conjunta de los cuchillos; tomándolos, comprendiendo sus particulares potencialidades. Descubren que uno de los cuchillos está quemado en la punta, llevándolos a acusar a su propietario de usarlo para el hashish. Otra hoja está rota –el propietario alega haberlo hecho abriendo una lata- los oficiales sugieren que la rompió tratando de forzar la puerta de un auto. Los oficiales llegan a una comprensión conjunta de las potencialidades de los artefactos a través de una actividad práctica compartida. Los punks miran esta performance pero están excluidos de participar. Los cuchillos están lejos de ser objetos pasivos, pero juegan un rol muy activo en establecer la situación y los roles de los diferentes protagonistas dentro de ella. Directo e indirecto: ejecución y evaluación Además de demostrar el modo por el cual las potencialidades vienen a ser compartidas en las interacciones sociales, de Fornel muestra exitosamente los aspectos mediados e indirectos de
la percepción, si bien dentro de un marco gibsoniano. Pese a que en algunas circunstancias los agentes humanos simplemente realizan tareas reaccionando a los objetos, de Fornel subraya que a menudo las potencialidades de los artefactos son activamente evaluadas dentro de situaciones sociales. Conein & Jacopin (1993) comentan este doble status del agente humano, como activo y reactivo. Argumentan que en la teoría de Gibson sobre percepción directa los humanos efectivamente quedan reducidos al rol de agentes reactivos, reaccionando simplemente ante aquellas potencialidades que posibilitan la ejecución de una acción. La teoría de la percepción directa carece de la habilidad de colocar a los agentes humanos como activos, con la capacidad de evaluar tanto como de reaccionar. Desde este punto de vista, Conein & Jacopin son afectos al concepto de acción situada (citan a Donald Norman como su principal fuente) que da lugar tanto a un agente activo en el nivel de evaluación como a uno reactivo en el nivel de ejecución. Esta diferenciación señalada por Conein & Jacopin entre evaluación activa y ejecución reactiva es afín a aquella hecha por Kirsh & Maglio (1994) entre acción epistémica y acción pragmática respectivamente. Tomemos el ejemplo de un rompecabezas. Una acción pragmática es de ejecución, tal como colocar una pieza en su posición correcta. Una acción epistémica es un acto de evaluación que precede o sigue a la ejecución: ésta podría ser agrupar todas las piezas con un lado recto y color de cielo. En la ciencia cognitiva tradicional, se argumentaría que el proceso de ejecución es externo y físico, mientras que el proceso de evaluación es interno y mental. Lo que proponen Kirsh & Maglio, como lo hacen Clark, Hutchins y otros desde la perspectiva de la cognición situada/distribuida, es que ambos procesos (ejecución y evaluación) implican la manipulación externa de objetos físicos. La cognición es un proceso tanto interno como externo. En el curso de la acción situada la percepción es tanto directa como indirecta, mediada y no mediada. Y nosotros nos encontramos esencialmente en el punto que puede ser descripto como post gibsoniano, en el cual las potencialidades de los objetos se comprenden simultáneamente de manera directa y de manera indirecta, a través tanto de la ejecución y la evaluación, y en términos tanto de corporización como de representaciones. Mencioné el rompecabezas como un ejemplo de la complejidad del proceso perceptual/cognitivo. Y sin embargo entender la potencialidad de una pieza del rompecabezas es relativamente directo en tanto sólo puede ser colocada en un conjunto muy limitado de contextos, y las acciones compatibles en tales contextos demarcan la potencialidad de la pieza con relativa claridad. Lo mismo puede decirse de otros ejemplos estudiados por Kirsh y sus colaboradores, en particular los juegos de Scrabble y Tetris (Maglo et al. 1999; Kirsh & Maglio 1994). En situaciones más “reales”, las posibilidades de acción son usualmente mucho más fluidas, y las interacciones entre agentes humanos menos regladas. Como corolario, las potencialidades de los objetos son más proclives a una interpretación ambivalente. No sólo Kirsh (1995), sino también Conein & Jacopin (1993) abordan la cuestión del uso del espacio en la cocina y los modos en que las potencialidades de una situación están implicadas por la distribución de los artefactos en el espacio. El despliegue espacial puede ayudar a generar un plan de acción –puede propiciar la evaluación tanto como la ejecución. Donald Norman (1998) se ha focalizado en puertas y cómo su materialidad puede o no anunciar si deberían ser empujadas o tiradas (entre otras acciones posibles). Se podría citar también el trabajo de Edwin Hutchins (1995) sobre sistemas de navegación, y el de Latour sobre topes de puerta, lomos de burro y llaves (Latour 2000). En todos estos ejemplos se puede hacer una distinción lógica entre potencialidades físicas y cognitivas, pese a que ambas pueden muy bien co ocurrir en la práctica (Kirsh 1995). En la primera, el ambiente está formado físicamente de modo que la acción se ve afectada directamente; en la segunda, la información está disponible en el ambiente pero libre de restricciones físicas. Un lomo de burro físicamente fuerza a un conductor a bajar la velocidad de un modo que no lo hhhace una señal caminera. Dejar las llaves del auto en una mesa cercana a la puerta de la casa es un modo de
plantar información en el ambiente (“no olvides las llaves del auto”) pero no proporciona restricciones físicas directas (es todavía posible salir por la puerta y olvidarlas. Potencialidades y significados Las potencialidades de los objetos no siempre pueden ser advertidas directamente mediante la información disponible en el ambiente inmediato. A menudo un objeto tendrá asociaciones que pueden no aparecer físicamente pero que el agente recuerda –una similitud con otros objetos conocidos previamente, o un recuerdo de que este objeto en una ocasión anterior había estado yuxtapuesto con otros tipos de artefactos en un contexto diferente. Tal conocimiento no está disponible en el ambiente, pero llega al agente con la reflexión, y puede muy bien afectar las potencialidades percibidas del objeto a mano. En otras palabras, el objeto tiene una significación que sólo puede percibirse indirectamente, mediado por las representaciones sociales existentes del agente sobre el mundo. Un simple ejemplo puede subrayar este punto. Tomemos un objeto cotidiano, una taza de café. Tiene ciertas características físicas que posibilitan el beber (a agentes con repertorios de acción apropiados). Por ejemplo, es fácilmente manipulable, dado su tamaño, forma, peso y textura. Tiene un borde ancho y regular adecuado. Pese a que puede sostenerse fácilmente, cuando está lleno de café caliente sus paredes conducen calor y resultan muy calientes al tacto. Por esta razón la taza está provista de un asa. La forma vertical del asa y su ubicación cerca del borde son rasgos que posibilitan el asirla; más aún, el asa a menudo está diseñada de modo tal que cabe más de un dedo en ella, facilitando el agarre. Pueden también existir otros artefactos que parezcan, al menos físicamente, posibilitar acciones similares. Una taza de té, una jarra de cerveza y una taza de plástico pueden todas cumplir las mismas funciones que una taza de café, pese a que actualmente son raramente usadas de ese modo. Esto es en parte porque las asociaciones culturales de estos diferentes objetos no son las mismas. Y estas asociaciones no pueden ser directamente aprehendidas a partir de la situación misma. Puede ser una cuestión de similitud física con otros tipos de artefacto que las vuelve más o menos adecuadas para ciertos tipos de actividad (quizás diferentes materiales y formas usadas por grupos de diferente status social). O puede ser que la taza de café tienda a encontrarse cerca de ciertos tipos de objetos en configuraciones espaciales particulares, y tales asociaciones afectan su significación (incluso en aquellas instancias en que la taza de café no se encuentra en tales circunstancias). Puede haber también comentarios y narrativas simbólicas conectados a cierto artefacto que afecte el modo en que es percibido (percepción mediada por representaciones). Obras de arte y artefactos Pero puede aplicarse esta misma perspectiva a todo tipo de objetos? Sigue lo mismo siendo verdad para obras de arte, o éstas están sujetas a una dinámica diferente? Por un lado, el artefacto cotidiano está comprometido sensorialmente, en la medida en que el protagonista humano lo corporeiza en el curso de la acción. Se desarrolla una comprensión funcional, práctica, del objeto, obviando cualquier necesidad de pensamiento consciente por parte del agente. La obra de arte, por otro lado, significa más que actúa. El agente se compromete con este tipo de objeto visualmente más que sensorialmente. Más aún, se pone en juego un tipo diferente de conocimiento, uno que requiere una noción de los códigos simbólicos relevantes que permiten la interpretación de los significados codificados en la obra de arte. La “lectura” de la obra de arte demanda una forma lingüística de conocimiento que tiene poca relación con el conocimiento práctico, corporeizado, asociado con el artefacto cotidiano. Mientras la evaluación consciente del agente de la obra de arte está mediada por un conjunto internalizado de representaciones
culturales, el compromiso del agente con el artefacto emerge en la práctica mediante un tipo de proceso directo, no mediado. Esta clase de polarización de obras de arte y artefactos es exacerbada por la distinción simplista frecuentemente trazada entre conocimiento lingüístico y conocimiento práctico (Hodder 1993), o la mente pensante y la mente actuante (ver Schlanger 1994 para la crítica). Es como si los humanos interactuaran con objetos usando simultáneamente dos lógicas enormemente diferentes, una lingüística, codificada y simbólica, la otra corporeizada, no codificada y pragmática. Sin embargo una tal división cognitiva parece altamente improbable, dadas las a menudo continuas interacciones entre la mente humana y el mundo material. Volviendo al tema de la información, podría ciertamente parecer que hay diferentes fuentes de conocimiento que informan a los agentes sobre cómo proceder en una situación dada. Cierta información está en realidad presente en el ambiente material de forma tal que los humanos pueden responder a ella directamente e irreflexivamente; pero al mismo tiempo también hay información interna derivada de representaciones o esquemas culturales dentro de la mente humana (Strauss & Quinn 1997). Sin embargo, aunque las fuentes de información pueden variar, es necesariamente así que la información “externa” y la “interna” obedecen a lógicas diferentes, “práctica” y “lingüística” respectivamente? Cómo exactamente el conocimiento interno y externo, y procesos directos e indirectos (es decir ejecución y evaluación) se articulan uno con otro? Es aquí donde el fenómeno de “sintonización” (ver Norman 1998), o lo que Gell llama “isomorfismo estructural” (1998) entra en el cuadro? Gell usa este término para describir los lazos entre “los procesos cognitivos que conocemos (desde adentro) como “consciencia” y las estructuras espacio temporales de objetos distribuidos en el campo artefactual” (1998, 222). Si este tipo de aproximación entre dominios “interno” y “externo” se muestra sustentable, promete entonces remover no sólo la profunda división entre conocimiento lingüístico y práctico, sino también la profundamente inútil polarización entre obras de arte y artefactos. Necesitan encontrarse respuestas a éstas y otras cuestiones similares si vamos a hacer algún progreso en la comprensión del compromiso de la mente con el mundo material. Y afortunadamente se han dado pasos recientemente en esta dirección, mostrando la viabilidad de combinar fenomenología y semiótica, y psicología ecológica y representacionalismo, en los varios dominios de historia del arte (Sonesson 1989; Bryson 1990), sociología (Gottdiener 1995), antropología (Csordas 1994; Parmentier 1997), antropología cognitiva (Strauss & Quinn 1997) y ciencia cognitiva (Clark 1997; Petitot et al. 2000). Esta línea ha sido también tomada dentro de la arqueología, si bien sólo en un grado limitado hasta aquí (Preucel y Bauer 2001). Para concluir, se podría preguntar por qué el concepto de potencialidades tardó tanto en llamar la atención dentro de la arqueología. La culpa en parte es de los límites académicos. La idea apareció primero en psicología, una disciplina con la cual la arqueología y la antropología han tenido poco contacto. Más aún, por muchos años ocupó una posición bastante radical dentro de esa disciplina. Para dificultar aún más las cosas, su principal protagonista, J.J. Gibson murió muy poco después de la publicación de su trabajo más sustancial (1979). Sin embargo, con la importante modificación que ha sufrido desde entonces, y con la creciente permeabilidad de los límites entre ciertas tradiciones académicas, el concepto de potencialidades tiene un papel importante que jugar alentándonos a adoptar el tipo de enfoque relacional que es central a la idea de compromiso. Si como arqueólogos podemos aceptar que los humanos piensan a través de la cultura material y que mente y materia alcanzan un grado significativo de codependencia, entonces quizás nos daremos la chance de escapar a la paradoja de ser mentalistas frustrados condenados al materialismo.