2
|
enfoques
| Domingo 6 De julio De 2014
planetario
Berlusconi cambia de opinión, entre lo celestial y lo terrenal elisabetta piqué
CORRESPOnSAL En ROMA
ROMA.– Cambia, todo cambia. Y algunos se convierten, como el ex premier italiano y magnate Silvio Berlusconi. A los 77 años, mientras una vez por semana visita un centro de ancianos de Milán para cumplir una condena por fraude fiscal, soprendió hace unos días al manifestarse en favor de los derechos de gays y lesbianas. “La de los derechos civiles para los homosexuales es una batalla que en un país realmente moderno y democrático debería ser un compromiso de todos”, dijo el Cavaliere, famoso por sus salidas sexistas y homófobas. En noviembre de 2010, en medio del escándalo Ruby, había dicho: “Me-
jor apasionarse con chicas lindas que ser gay”. Aunque en su carrera hubo más frases por el estilo: “En Italia son santificados solamente los comunistas y los gays”, había dicho en 2005. Y en 2008: “Mejor ocuparnos de infraestructura y transporte que de homosexualidad”. ¿Qué le pasó a Silvio? ¿Hubo una conversión? Al parecer, fue influido por dos personas: el papa Francisco y su “quién soy yo para juzgar a los gays”. Pero más aún, por Francesca Pascale, su novia oficial –de 29 años, acusada de ser lesbiana por una ex amante de Berlusconi–, considerada ahora la “Richelieu” del hombre que dominó la política italiana por más de veinte años y una “Evita napolitana”.ß
El auge de una ciudad que tiene serie propia para su aeropuerto silvia pisani
CORRESPOnSAL En EE.UU.
WASHInGTOn.– Dicen que se diferencia del resto del país y que es de las pocas zonas donde el empleo abunda. Miami experimenta un boom en sectores muy significativos, como el de la construcción, e inversiones que permiten que la ciudad crezca, incluso, para arriba. Su aeropuerto internacional bate todo tipo de récords, a tal punto que le empieza a hacer sombra al John F. Kennedy, emplazado en la ciudad de nueva York. Más de 40 millones de pasajeros transportados en el último año, de acuerdo con los reportes oficiales, lo que equivale a decir que la población entera de la Argentina pasó por la terminal aérea de la ciudad con la que
muchos sueñan. Tanta actividad tiene el aeropuerto que incluso se ha montado una serie de televisión alrededor de las vidas –reales o imaginarias– de quienes por allí pasan. Producida por la TV norteamericana, anda bien de rating y todo. Como si no alcanzara con sufrir un aeropuerto, el de Miami crece hasta en la ficción. El programa televisivo se denomina 24/7, en clara alusión a que la terminal funciona, en teoría, todo el día y todos los días. Pasan todos los dramas humanos que podemos imaginar, pero con un sustrato recurrente: la seguridad. El argumento de fondo es que el aeropuerto, por su porte, es potencial blanco terrorista.ß
LA 2 punto de vista
La paradoja del juicio político autoinfligido Pablo Mendelevich —PARA LA nACIOn—
A
nivel del Poder Ejecutivo nacional, el juicio político, que ahora irrumpió en la escena como si se tratara de una venerable institución en el andamiaje de la república, nunca sirvió para nada. Pero como en la Argentina suele fingirse que las instituciones funcionan, la propia dinámica política les refuerza su entidad como decorados: cada tanto sirven para decir que “en este caso” no aplican. Se creerá que el problema es que se trata de instituciones muy viejas porque vienen de 1853. En rigor, los más rimbombantes instrumentos incorporados a la Constitución en 1994, desde el ballottage hasta la moción de censura al jefe de Gabinete, por no hablar de los partidos como instrumentos fundamentales de la democracia, tampoco funcionan. El problema, vaya novedad, está en la distancia entre normas y praxis política. O tal vez en que el sistema está pensado para partidos políticos convencionales, y el peronismo, con su ambigüedad movimientista, su particular vínculo con el poder y sus infinitas metamorfosis, usa enchufes que no son compatibles con los de otras marcas. Pocos lo recuerdan: la última vez que el juicio político no sirvió para nada fue en el verano de 1976. Aunque desde diciembre de 1975 la amenaza golpista estaba incorporada al discurso público, los esfuerzos de vastos sectores para evitar el golpe de Estado fracasaron debido a que el peronismo impidió que avanzara el juicio político a la presidenta Isabel Perón. En las vísperas de los cinco golpes anteriores (1930, 1943, 1955, 1962 y 1966) no llegó a tener entidad la alternativa de que el Congreso destituyera al presidente en los términos previstos por la Constitución. En 1976 sí, porque la evidencia de la incapacidad personal de la presidenta para desempeñar el cargo era irrefutable. Sin embargo, a los principales líderes peronistas de la época, con el vicepresidente de hecho Italo Luder a la cabeza, les pareció un sacrilegio emprenderla contra alguien abrazado caprichosamente al sillón presidencial que tenía la solitaria cualidad de portar el apellido Perón. Con una terrible tragedia nacional la historia enseñó que hubiera valido la pena salvar al régimen constitucional con sus propios mecanismos depuratorios, o cuando menos intentarlo. Obsérvese que el descrédito de Isabelita soportó el paso del tiempo, al revés de lo que sucedió con las memorias de otros presidentes derrocados, como Yrigoyen, Frondizi, Illia o incluso Perón, revalorizados con el paso de las décadas hasta por algunos de sus verdugos políticos o por los herederos de éstos. Ahora no se trata de evitar un golpe, sino de digerir la corrupción a nivel vicepresidencial. Mediante la táctica sorpresiva, que es como el kirchnerismo disimula las improvisaciones, la Casa Rosada habilitó la Comisión de Juicio Político, cerrada por años, al solo efecto de mostrar quién tiene la llave de ese reservorio del civismo cuyas placas de bronce lustran con esmero todas las mañanas un par de ordenanzas del Congreso. La Presidenta decidió hacer causa común con su cuestionado lugarteniente, incluso después de que el oficialismo dijera que la decisión de que el vicepresidente se tomase licencia era “un asunto personal” de él. nos vino a recordar lo que podría llamarse la paradoja del juicio político autoinfligido, un juicio que jamás veremos. ß
g El problema de las malas traducciones Por Héctor M. Guyot | Foto Finbarr O’Reilly/Reuters modiin, israel, 1° de julio de 2014. La imagen de una mujer leyendo en un bosque puede resultar bucólica. Pero las apariencias a veces esconden y así desacreditan al sentido de la vista. En este caso, estamos ante un drama. Uno que encierra dos realidades humanas que existen desde que el mundo es mundo y que resultan más desoladoras cuando se tocan. La muerte, por un lado. Y el odio a lo distinto, por el otro. Aquí ambas van juntas, aunque ninguna se muestre en la figura de una mujer que lee abstraída en medio de un bosque agreste. La mujer, en verdad, reza. Reza durante el funeral, celebrado el martes, de tres jóvenes israelíes secuestrados y asesinados
HuMor
en Cisjordania. El ejército israelí acusó del crimen al grupo islamista Hamas. Entonces, la venganza se descargó sobre un joven palestino. Fue encontrado sin vida el miércoles, en otro bosque, cerca de la ruta que une Jerusalén con Tel Aviv. Había sido secuestrado al amanecer, frente a su casa, cuando se dirigía a una mezquita. Iba a rezar. Como la mujer. Pero con otro libro. Estos libros, los de unos y otros, así como aquellos que encierran las enseñanzas de otras religiones, son sin duda sagrados y sabios. Tanto como cada cual estime. Pero también son maderos sobre el mar encrespado de la vida, a los que nos aferramos para no hundirnos, o para que no nos trague el
vacío o la sensación de vacío, que tal vez sean la misma cosa. De esto último, y de inequidades más concretas, se aprovechan quienes los enarbolan para erigirse en dueños de una verdad detrás de la cual encolumnar a los náufragos. Tal vez esos libros, todos, digan más o menos lo mismo. O, sabiamente, no lo digan. Porque en última instancia todos apuntan, como la poesía, a lo que escapa de las palabras. Estamos entonces ante un problema de traducción. En todos lados hay gentes que se empeñan en hacerles decir a las cosas lo que les conviene. En todos lados hay otros que lo aceptan. Al final, eso es tomado como bueno. Y ya nadie lee de verdad. Y las divisiones crecen y matan.ß
vidas prestadas
Joan Didion, la guardiana fiel del relato de su propia vida Hinde Pomeraniec —PARA LA nACIOn—
Patrick Chappatte/ suiza –¡Este es el momento para invadir!
marian Kamensky/ austria –Lo lamentamos muchísimo Sr. Sarkozy. ¡Todos nuestros patrulleros están ocupados persiguiendo a mujeres con burkas!
A
tardece y el balcón terraza rústico mira hacia el acantilado. La nena rubia en blanco y negro mira hacia la cámara, seria. Lo mismo hace su padre, a su lado, aunque en él se adivina una sonrisa. Un poco más atrás está la madre, con un cigarrillo en la mano derecha y un whisky con hielo esperándola sobre la baranda de madera. Ella no mira ni a la cámara, ni al acantilado, ni al mar. Los mira a ellos, atenta y celosa, como quien cuida un tesoro. La foto fue tomada en Malibú, California, en la década del 70. Por entonces, en esa casa vivía la familia integrada por la periodista y escritora Joan Didion y su marido y colega John Dunne, junto con su hija adoptiva Quintana. Durante cuarenta años, Didion y Dunne compartieron el glamour, la cama y las comas. Intercambiaban lecturas, se leían uno a otro novelas y artículos y consiguieron trabajar a cuatro manos en Hollywood, donde escribieron los guiones de películas emblemáticas como Pánico en el parque, con Al Pacino, y la remake de Nace una estrella, con Barbra Streisand. Considerada una de las grandes maestras del nuevo Periodis-
mo, Didion practicó desde el comienzo una lengua de acero y terciopelo sobre temas cotidianos. Pese a su prestigio, su obra recién obtuvo alcance masivo con el libro El año del pensamiento mágico, registro minucioso y conmovedor del duelo y el enajenamiento provocados por la muerte de su marido. “La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sentás a cenar y la vida, tal como la conocés, se acaba...” La muerte asomó el 30 de diciembre de 2003, a la hora de la cena, en el piso que compartían en el Upper East de Manhattan. Acababan de llegar del hospital en donde estaba internada en terapia intensiva Quintana, luego de un shock séptico provocado por una neumonía. La hija, la única, la elegida, tenía 37 años. John cayó fulminado por un infarto. Cuatro meses después, Joan escribía aquello de “La vida cambia rápido”. Por primera vez escribía sin que su marido la leyera. El año del pensamiento mágico (2005) fue escrito en ochenta y ocho días, todo un logro para una escritora que dijo que le llevaba toda una mañana obtener un párrafo que la dejara satisfecha. El libro aún no había sido publicado cuando la muerte golpeaba de nuevo y Joan quedaba definitivamente sola, sin marido y sin hija. Tal vez habrá recordado la escena profética que
narra en uno de sus artículos, de 1967 y, si no lo hizo, es el lector quien no puede dejar de hacerlo: “Alguien hace un cálculo numerológico de mi nombre y del nombre del fotógrafo que me acompaña. Al fotógrafo le sale todo blanco y el mar (…), pero mi nombre tiene un símbolo de muerte doble…”. Una anciana sola con una prosa de prodigio y una cabeza a toda marcha sólo puede resistir el paso del tiempo escribiendo. En 2011, Didion publicó Noches azules, un breve ensayo sobre la vejez que es, también, una reflexión sobre las frustradas búsquedas de su hija, sobre su vida y sobre su muerte. En un texto que brilla en su desolación, todas las culpas y todas las preguntas resuenan como un eco. “Todo escritor está siempre traicionando a alguien”, escribió, como anticipándose a las críticas por tomar la intimidad de los suyos como material literario. Cronista de su propia vida, la mujer que decía que uno de sus atributos como periodista era su estatura pequeña, que le permitía ver la realidad a ras del piso, elige ser guardiana de sus memorias, embelleciendo lo oscuro, iluminando lo opaco, ocultando aquello que no quiere que nadie vea. Está en su derecho. ß Twitter @hindelita