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DAPHNE ARS
Adelanto – Aniversario del Blog de Daphne Ars © Todos los derechos reservados. 2016.
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PREFACIO Londres, 1985. El corazón de Damian dio un vuelco en cuanto entró a la oficina del Obispo Norton. No era común conseguir una audiencia con su Excelencia, y él, estaba seguro, de no haber solicitado nunca una visita a esa oficina en los más de ocho años que habían pasado desde que entrara en el Seminario. Era tal vez un mito, pero se decía que el que pisaba la oficina del Obispo algo había hecho mal. Para dar buenas noticias estaban lo Obispos auxiliares. Damian acababa de recibir la orden Sacerdotal después de su año ejerciendo el diaconado en la Iglesia de La Concepción, a tres cuadras de allí. Estaba buscando la forma de quedarse en el Seminario, podía ejercer de sacerdote orientador para los nuevos seminaristas o ayudar a alguno de los obispos auxiliares. Haciendo gala de su voto personal de honestidad —voto que había sumado a los de castidad, pobreza y obediencia—, sabía que su desempeño durante su educación en el seminario y en la parroquia había sido destacable, por eso esperaba ser acogido allí, porque de lo contrario no sabría qué hacer; dudaba que hubiese una iglesia católica en todo Londres sin un sacerdote —Y no es que, por esa zona de la geografía mundial, hubiese muchos católicos—. Damian podría incluso seguir como ayudante del Padre George en La Concepción y seguir viviendo en el Seminario, aunque eso realmente dependía del sentido de caridad de su padre para seguir pagando la mensualidad y del obispo Norton, que acababa de entrar a la oficina. —Damian, cuánta puntualidad, típico de los ingleses —Expresó. Su Excelencia, el Obispo Joseph Norton era un hombre que pisaba los setenta años y casi la mitad de ellos los había vivido llevando el Seminario de San Miguel Arcángel en pleno centro de Londres, era un hombre bajo y de contextura… compacta, por así decirlo, de cerca, y Damian lo había visto muy pocas veces a esa distancia, su piel era casi traslucida y sus ojos, de un azul acuoso, miraban de alguna manera inexplicable de forma acusadora. Con su vestimenta negra y los detalles morados, acorde con su estatus dentro de la jerarquía eclesiástica, completaban el aire de autoridad que le faltaba a su estatura. —Su Excelencia —Saludó Damian poniéndose de pie de inmediato. El Obispo pasó por su lado hasta ocupar la elaborada silla que coronaba el escritorio. —Siéntate, Damian, por favor —Y aunque utilizó la educada expresión, la petición pasó desapercibida dejándose aplastar por el tono de una orden directa—. Y bien, ¿Cómo te has sentido después de la ceremonia de ordenación?
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Adelanto – Aniversario del Blog de Daphne Ars La pregunta tomó a Damian desprevenido, esperaba cualquier cosa menos una conversación de socialización. —Muy bien —Atinó a decir—. Quiero decir, bendecido y agradecido, su Excelencia —Completó. —Hablé con el Padre George el día de ayer —Dijo el Obispo e hizo una pausa que causó en Damian el efecto deseado, sentir un temor injustificado—. Ni una sola queja, Damian, ni siquiera sugerencias. Y créeme, George siempre tiene sugerencias, pero de ti: Nada. Impecable. Lo mismo que en el Seminario en general. » Recuerdo los compromisos que hago, y muy especialmente el de esa tarde de hace casi diez años, cuando, en su momento, el Obispo Laurence, me pidió que te acogiera aquí y siguiera de cerca tu desempeño. Y lo he seguido, Damian —Él asintió—. El primo de Laurence, disculpa, del Cardenal Laurence, acaba de morir. Un infarto fulminante. —Su Excelencia, ¿se refiere al Padre Charles? creo recordar que así se llamaba. —Sí, él —Damian envió una silenciosa bendición por el espíritu del Padre Charles y prometió rezar por él en cuanto tuviese la primera oportunidad—. Él había estado a cargo de la parroquia de Findhorn en Escocia, él ya estaba mayor cuando fue trasladado allí, por lo que no me ocupé, para serte franco, de pensar en su reemplazo. Sin embargo, Dios obra de maneras misteriosas, ¿no? —Por supuesto, su Excelencia. —Creo que sabes lo que quiero decirte ahora. —Con toda honestidad, no estoy seguro. El Obispo le ofreció una sonrisa indulgente. —La parroquia de Findhorn es una de las más fieles, te diría que más de la mitad de su población actualmente es católica, y eso es decir bastante teniendo en cuenta la tendencia en estas tierras. Normalmente el Padre Charles me decía que sus misas estaban abarrotadas y en las celebraciones eclesiásticas eran multitudinarias. Tal vez el Padre Charles pudo exagerar un poco, pero sé que será una comunidad que te beneficiará y si he de enviar a un reemplazo digno de Charles, considero que ese eres tú, porque es hora de pensar en tu futuro. Damian no podía creer lo que escuchaba. Iba a ejercer en una parroquia exclusiva para él, iba a convertirse en el Padre Damian. —Su Excelencia… —Comenzó a decir, pero el Obispo lo detuvo. —Dios te está asignando una tarea de suma responsabilidad, Damian, y por ello, con toda la mejor intención de ayudarte, requiero que me mantengas al tanto de tus progresos con la grey. » Sabes que aquí siempre tengo algo que hacer, pero encontraré el tiempo para dedicarle a tus reportes. —Excelencia, no encuentro las palabras para agradecerle… —No me defraudes, Damian —Demandó el Obispo interrumpiéndole—. Y, ante todo, no defraudes a nuestro Señor.
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Adelanto – Aniversario del Blog de Daphne Ars —No lo haré. —Partes de inmediato. Recoge tus pertenencias y ve al taxi que te espera afuera para llevarte a la estación —El Obispo entregó un ticket de tren—. El servicio está cancelado. Es un viaje largo, pero valdrá la pena. Damian se puso de pie con el corazón latiendo de alegría. —Excelencia… —No sabía cómo pedirlo, pero sentía que, si el Obispo Norton le daba su bendición, todo estaría bien. El Obispo extendió la mano izquierda, que Damian tuvo a bien aceptar y tomar entre sus propias manos mientras inclinaba la cabeza. —Que Dios bendiga tu camino y guíe tu corazón para que obres sólo con buenas acciones, siempre —El Obispo hizo la señal de la Cruz sobre él. —Amén —Murmuró Damian antes de soltarlo. Damian casi corrió por los pasillos del Seminario hasta su habitación. ¿Sus pertenencias? Un puñado de ropa interior y calcetines, un par de camisas y otro de pantalones, sus zapatos, los llevaba puestos, fue al baño y recogió sus artículos de higiene personal, en la misma maleta vieja y casi inservible que lo había acompañado a su llegada guardaba ahora sus cosas para otro comienzo, apretó el crucifijo de oro puro que años atrás le había regalado el Cardenal Laurence. Justo después de que se conocieran había sido nombrado Obispo y cuando él entró al Seminario, Laurence fue nombrado Cardenal y aún con sus múltiples obligaciones y los cambios horarios entre Inglaterra e Italia, su guía no había faltado nunca y sabía en su corazón que esta vez no sería diferente. Con una sonrisa llena de nostalgia, Damian miró como las rejas del Seminario de San Miguel Arcángel se cerraban después de que el taxi negro saliera de sus instalaciones. Erguido y con ese aire celestial, que tanto lo había impresionado, parecía despedirse de él y Damian sintió un pequeño nudo en la garganta, pues ese había sido su único hogar. Hasta ese momento.
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CAPÍTULO I En el Convento nunca se había vivido un aire tan pesado, al menos no desde que Angela había entrado y es que nadie cercano a las hermanas había muerto en todos sus años de recogimiento. La Hermana Hilda, era la mayor de todas y a sus noventa y dos años ahora es que parecía quedar vida en ella. Aunque varias hermanas —incluida ella— la cuidaban en ciertos momentos del día y se aseguraban de que reposara en su celda la mayor parte del tiempo, la Hermana Hilda se negaba a dejar de ir a preparar las hostias. De allí, que la inesperada muerte del Padre Charles había causado estragos en ellas, especialmente en Angela que había creado un vínculo muy cercano al Padre, ya que este asistía a cada ceremonia o celebración que se realizaba en el Convento. Había sido él quien había auspiciado la ceremonia para su noviciado, una vez que habían aceptado su postulación, a los dieciséis años, y después el Padre Charles presidió la más hermosa ceremonia de votos temporales. Todavía su corazón se estremecía con los recuerdos, estaba ansiosa porque pasaran pronto sus cinco años hasta la celebración de sus votos permanentes. Y así consagrar el resto de su vida a Dios. Por esas hermosas ceremonias y los privilegiados momentos que pasó junto al Padre Charles, Angela estaba tan afligida por su muerte. El mayor problema era que nadie lo esperaba, es decir, el Padre Charles con ochenta y tres años todavía andaba erguido y cuando sonreía lucía casi como un muchacho, por eso, cuando el ayudante en la iglesia de San Clemente llegó golpeando fuerte en el portal del Convento y comunicó entre lágrimas que el Padre había sufrido un ataque al corazón, cayó allí un silencio pesado. Porque adicionalmente, antes del Padre Charles ningún sacerdote pasó mucho tiempo en la parroquia. —Hermana Angela, lamento interrumpir tu meditación —Angela se puso de pie, y sus rodillas se aliviaron, llevaba mucho tiempo en reflexión—. La Madre Superiora quiere hablarte. —Gracias, Hermana Mary. Iré directo a su oficina. —Ella está en el jardín de las rosas. Angela asintió y salió de su celda, recorrió los largos pasillos donde se encontraban las celdas de las monjas. Subió las estrechas escaleras que llevaban a la magnífica Capilla del Convento de Las Hermanas de la misericordia del Inmaculado corazón de Jesús, con su techo abovedado y auténticas obras de arte. Hermosas pinturas que citaban pasajes de la biblia, pero lo que más le gustaba a Angela era el olor del recinto: mirra, incienso y estoraque. Todos los domingos se hacía un sahumerio y era tan potente que permanecía con el pasar de los días, inspirando apuró el paso. Afuera era otra clase de belleza, algo natural. Los jardines estaban llenos de caminos de pequeñas piedras de colores que daban principalmente a la huerta y al jardín de rosas, donde ella pasaba la mayoría del tiempo, ni hablar del hermoso río que © Todos los derechos reservados. 2016.
Adelanto – Aniversario del Blog de Daphne Ars quedaba a solo quince minutos del convento, internándose en el bosque de Darnaway. Angela siguió el camino hacia la izquierda y anduvo bajo los túneles naturales creados por los árboles, tras unos diez minutos de marcha llegó al jardín. El olor dulce de las rosas —rojas, rosadas, amarillas y blancas— invadió sus sentidos y casi se sintió flotar. —Madre Superiora —Saludó Angela al encontrarla. Estaba inclinada sobre un rosal de color amarillo. —Hermana Angela, gracias por venir tan pronto. Ella sonrió. —¿En qué puedo ayudarla, Madre? La Madre Superiora, inspiró profundamente una rosa particularmente bonita. —Acabo de regresar de una reunión con la Sociedad Parroquial. Llamaron a Londres, al Seminario de San Miguel para informar de lo acontecido con el Padre Charles, y el Obispo Norton asignó a un nuevo sacerdote. —Oh —Angela quiso alegrarse, pero esa nueva asignación sólo hacía más real la muerte del Padre Charles. La Madre Superiora le colocó una mano en el hombro en forma de consuelo. —Entiendo y comparto tu dolor, Hermana. Pero debemos seguir adelante. La misa se realizará esta tarde, en punto de las cuatro. Y el sepelio será mañana. —¿Van a enterrarlo aquí o se lo llevarán a Londres? —Aquí. El Padre Charles así lo habría querido —Angela sonrió, al menos, cuando ya hubiese realizado sus votos permanentes podría salir del Convento y podría ir a llevarle flores al cementerio de Moray—. Este jardín no sería tan hermoso de no ser por la dedicación que le has tenido, Angela. —Madre no es… —La humildad es buena, Hermana Angela, pero decir y aceptar la verdad es un deber. Este ha sido un trabajo de años, y no me atrevería a hacer nada sin su consentimiento. —¿A qué se refiere? —Quisiera llevar algunos arreglos por parte del Convento. —Por supuesto, Madre. No hay ningún problema. Las rosas que sean necesarias. —Gracias. Estoy segura que quedarán hermosos —La Madre Superiora se quitó lo anteojos de pasta gruesa y se secó las lágrimas—. ¿Necesitas que envíe a algunas hermanas para ayudarte? —No. No es necesario. —Bien, puedes saltarte el examen de conciencia de las once, pero a las doce debes estar en el comedor para la bendición del almuerzo. —Allí estaré, Madre Superiora. Angela corrió hasta el pequeño armario de jardinería, sacó las tijeras y un trozo de paño. Escogió las mejores y a las diez volvió al recinto dirigiéndose directamente al
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Adelanto – Aniversario del Blog de Daphne Ars cuarto de costura, cargada de rosas. Resultaron seis arreglos muy bonitos, justo a tiempo para llegar a la bendición del almuerzo. Antes de las una de la tarde la Madre Superiora se había retirado a la Iglesia. A las tres de la tarde, la Hermana María Dolores las había reunido en el cuarto del coro para una práctica extraordinaria. Cuando las campanadas de la iglesia sonaron cuatro veces, Angela sintió una opresión en el pecho. —Vamos, vamos —Apremió la Hermana María Dolores—. Abriremos con Anima Christi —Todas las hermanas del coro asintieron y subieron en fila hasta la capilla. Debido a que la mayoría de las Hermanas del coro aún no habían realizado sus votos permanentes, no salían de las inmediaciones del Convento más que para ir a San Clemente, tomando el camino del jardín, llegaron a la pequeña verja que daba al Bosque de Darnaway, pero sólo bordearon la muralla del Convento para entrar a la Iglesia, pasando por el costado de la Casa Parroquial, y ubicarse de inmediato en el espacio destinado para el coro. Angela paseó la mirada por los asientos, en la primera fila, reconoció al presidente de la Sociedad Parroquial y su familia, el resto de los bancos estaban abarrotados y sólo se respiraba tristeza, ni siquiera pudo alegrarse cuando entre la multitud distinguió a sus padres, porque nada podía ser más triste que ir a despedir a, más que un guía, un amigo.
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CAPÍTULO II —Praecínge me, Dómine, cíngulo puritátis, et exstingue en lumbis meis humórem libídinis; ut máneat in me virtus continéntiae et castitátis1. Damian ató el cíngulo a su cintura y retiró la estola morada de los ganchos para ropa que estaban en el pequeño closet de madera que quedaba al lado de la ventana de su nueva habitación en la Casa Parroquial. Había llegado a Findhorn con dos horas y media de retraso, por lo que simplemente había tomado una ducha rápida, preparado un poco de fruta picada y jugo de naranja, para vestirse a toda prisa. —Redde mihi, Dómine, stolam inmortalitátis, quam pérdidi in praevaricatióne primi paréntis: et, quamvis indígnus accédo ad tuum sacrum mystérium, mérear tamen gáudium sempitérnum2. —Atropellando las palabras, se apresuró hasta la puerta justo cuando comenzaron a sonar las campanadas para la Missa pro defunctis del Padre Charles. Damian cerró la puerta de la Casa Parroquial y se detuvo lo justo para contemplar la estructura de la Iglesia de San Clemente. Una reliquia de la arquitectura golpeada por el tiempo, sin duda. Desde su perspectiva, la más leve brisa parecía que podría hacer caer el techo de la capilla. No obstante, no era tiempo de cavilar sobre esos temas, desde la Iglesia se escuchaba el murmullo de los feligreses cual zumbido de abejas. No sabía qué sentir, pues estaba emocionado por su nueva congregación, pero también estaba apenado por la pérdida del Padre Charles. Se llamó a la calma y entró a la iglesia por la puerta que le había indicado la Madre Superiora del Convento vecino a San Clemente. Apenas entró y fue visible para las personas, se hizo el silencio y un coro, que no lograba ver mientras se dirigía a presentar su saludo al altar, comenzó a cantar: Anima Christi, sanctifica me. Corpus Christi, salva me. Sanguis Christi, inebria me. Aqua lateris Christi, lava me. Damian besó la biblia y entonces todo aquello que lo rodeaba desapareció a la voz de un solo angelical: Passio Christi, conforta me. O bone Jesu, exaudi me. Intra tua vulnera absconde me.
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Ceñidme, Señor, con el cíngulo de la pureza y extingue en mi cuerpo el fuego de la sensualidad, para que posea siempre la virtud de la continencia y de la castidad. 2 Devuélveme, Señor, la insignia de la inmortalidad que perdí en la prevaricación de los primeros padres, y aunque indigno me acerco a vuestro Santo Misterio, haced que merezca, no obstante, el gozo eterno
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Adelanto – Aniversario del Blog de Daphne Ars El coro se encontraba en una esquina alejada, apretujadas, había menos de una docena de monjas y aquella voz salía de en medio del pequeño grupo, para Damian no ver de donde procedía esa voz era nefasto, el coro se unificó de nuevo: Ne permittas me separari a te. Ab hoste maligno defende me. In hora mortis meae voca me. La sola voz volvió, haciendo que los vellos de su cuerpo se erizaran y entonces la vio, una etérea aparición en vestimenta de religiosa, ella no podía ser real, ni su voz, era algo divino pues él quería caer de rodillas ante esa figura y llorar mientras la oía cantar: Et iube me venire ad te, Ut cum Sanctis tuis laudem te. In saecula saeculorum. Cuando se le unieron las otras voces, la aparición dejó caer un par de lágrimas por sus mejillas y Damian supo que era real, humana, y eso lo desconcertó, de pronto no entendía dónde estaba, ni qué hacía allí o por qué no corría a caer a los pies de esa mujer. Amen. La voz del coro se apagó, pero aún resonaba dentro de él, desde lo más profundo e íntimo de su ser, haciéndolo temblar. —Padre, pase por aquí —Un monaguillo lo devolvió a la realidad, mientras lo guiaba hasta el podio donde debía comenzar la misa. —In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti —Se persignó. —Amen —Contestaron los presentes y sin saber cómo, prosiguió con la misa, pero no podía dejar de desviar su mirada hacia el coro, las monjas reunidas respondían las plegarias, se ponían de pie, se arrodillaban y volvieron a cantar. Damian estaba hechizado por la voz de esa chica y le costó retomar el hilo de nuevo, más de una vez se quedó en silencio y sólo atendió la misa cuando el monaguillo le señalaba el pasaje de la biblia que debía leer. Cuando algunos de los feligreses subieron al podio a hacer las lecturas, Damian tuvo plena libertad de detallar a la religiosa de la hermosa voz: Su piel era blanca, similar al alabastro, tenía un perfil solemne y sutil, no pudo ver sus ojos, pues tenía la mirada baja, pero pudo notar que de vez en cuando se secaba lágrimas silenciosas. —Padre… —Llamó el monaguillo otra vez.
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Adelanto – Aniversario del Blog de Daphne Ars Damian se puso de pie, era el momento de la eucaristía y puso todo su esfuerzo por concentrarse, el coro comenzó a cantar de nuevo pero muy bajo, mientras los asistentes se formaban, las hostias iban desapareciendo del plato, incluso el monaguillo le colocó otro apenas tomó la última lamina. Damian desconocía cuantas personas faltaban, quería estar solo, acabar la misa y reflexionar sobre lo que estaba sintiendo, era desesperante tratar de atinar a ofrecer el cuerpo de Cristo cuando sus ojos no hacían más que ir hacia el coro, en un par de ocasiones tuvo que disculparse pues no había acertado a dar la eucaristía en la boca de los asistentes. Se concentró mucho cuando las hermanas que estaban en los bancos fueron a recibir la comunión, se repetía mentalmente: tomar la eucaristía, apuntar, ofrecer el cuerpo de Cristo, esperar el Amén, acertar en la boca… tomar la eucaristía, apuntar, ofrecer el cuerpo de Cristo, esperar el Amén, acertar en la boca… tomar la eucaristía, apuntar, ofrecer el cuerpo de Cristo, esperar el Amén, acertar en la boca y de nuevo. —El cuerpo de Cristo —Dijo tomando la eucaristía. —Amén —La mano de Damian quedó suspendida percatándose sólo entonces de que ahora el coro ya no cantaba, sólo sonaba un juego de cuerdas de una guitarra— . Amén —Repitió la persona que esperaba por la eucaristía con la cabeza gacha, la piel de alabastro de la frente era lo único que podía ver de su rostro hasta que ella levantó la vista—. ¿Padre? La revelación golpeó a Damian con fuerza demoledora: Él resucitó, aunque hasta entonces no sabía que había estado muerto.
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