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Salir de la oscuridad; mujeres de Burundi Su abuela solía repetir un refrán que la pequeña Iris nunca acababa de comprender del todo; “No hay gallina que cante cuando el gallo está delante.” Un día Iris fue a visitar a unas primas que vivían en el campo. Las niñas jugaban en el salón y la madre divertida, les gastaba bromas chillando desde la cocina. Al rato el cabeza de familia llegó a casa. Sus primas se callaron de inmediato y la mujer ordenó a las niñas que vinieran rápidamente a la cocina. Allí permanecieron todas en silencio mientras el hombre se acomodaba en el sillón. Entonces Iris recordó a su abuela y empezó a comprender cómo era realmente la cultura de su país. Burundi es uno de los países más pequeños de África, cuenta con 7 millones de habitantes y está situado en la zona de los grandes lagos, en el mismo corazón del continente. Colinda con Ruanda, Tanzania, Congo y Uganda. Su sociedad es mayoritariamente patriarcal, fundamentalmente en el ámbito rural, donde el 80% de la población vive según este sistema, mientras que tan sólo un 20% en el medio urbano. Para las mujeres la educación también varía dependiendo de si nacen en el campo o la ciudad, no obstante sí tienen en común varios principios. “Se las enseña que deben servir y respetar siempre a los hombres, incluidos los niños. Desde pequeñas interiorizan que son inferiores a los niños y estos a su vez que deben asumir el poder y tienen la obligación de sacar la familia adelante.” Sin embargo es la mujer la que cultiva, lleva la casa y cuida de la familia. “No sólo reproduce si no también produce. Pero no tienen acceso a trabajos remunerados ni derecho a la propiedad, tampoco la de sus propios hijos. Dependen siempre del marido.” Nunca han tenido acceso a la vida pública, algo que ha empezado a cambiar. “Tras el conflicto las mujeres han llegado al parlamento. La comunidad internacional se felicita de que exista un 30% de mujeres entre esa clase política. Sin embargo esto no es progreso como se quiere vender, estas mujeres no representan a la mujer real burundesa.” El conflicto al que se refiere nuestra compañera Iris, comenzó hace 20 años, en 1993 y acabó oficialmente en 2005. Las mujeres fueron las principales víctimas de la guerra, también las niñas. La violación se aplicaba sistemáticamente como arma de guerra, “si quieres mermar a un hombre vas a por su mujer. Ella representa su honor, su intimidad.” Esta funesta práctica, también funcionaba estratégicamente, ya que obliga al enemigo a retroceder para proteger a sus mujeres. Iris cuenta que la impunidad durante la guerra fue total. “Todo el mundo hacía lo que quería, violaba, mataba. Sabían que no había justicia, ni donde denunciar y que no les pasaría nada.” Tras la guerra los soldados y violadores volvieron a convertirse en civiles y desaparecieron entre la gente y se diluyó su responsabilidad en los crímenes de guerra. “Resulta muy difícil perseguirlos ahora y tras el conflicto ha aumentado la violencia doméstica, precisamente por esa mentalidad de los soldados que ha quedado impune.” Es casi imposible obtener datos oficiales sobre violaciones. En 2011, Médicos sin Fronteras presentó un informe en el que registraba que hasta un 90% de las mujeres de Burundi habían sufrido violación. “Culturalmente la violación resulta un lastre para la cohesión y el honor familiar, pilares de nuestra cultura.” La mujer avergüenza a la familia, ya no se podrá casar porque está sucia. “Nunca se la considera víctima, al contrario, siempre es culpable por como viste, cómo actúa, consiente, provoca...” Ellas nunca denuncian. Pero a veces las cosas cambian. Ya en 2003 un proyecto de Médicos sin Fronteras en el que se trataba de visibilizar en la sociedad de Burundi el problema de la situación de la mujer, deriva en diversas asociaciones locales. Una de ellas es SERUCA, que significa salir de la oscuridad, donde la compañera Iris ha trabajado. En la asociación las mujeres, principalmente víctimas de agresiones sexuales, son atendidas de forma gratuita, 24 horas al día, siete días a la semana. “Reciben apoyo médico, la posibilidad de chequeos, medicinas antiretrovirales y píldoras del día después, todo gratis. Reciben también apoyo psicológico que pueden mantener durante el tiempo que necesiten, si son seis meses como si son dos años, no hay límite.” SERUCA también trabaja desplazándose a

las zonas rurales con algunas mujeres para que expliquen su experiencia y den a conocer las oportunidades que les brinda la asociación. Hasta la fecha más de 20 mil mujeres se han acogido al proyecto. “Todo esto es un avance, un progreso” y aún hay más. A partir del 2007 las mismas mujeres deciden dar otro paso. “Son ellas mismas las que sienten la necesidad de romper su silencio y hablar sobre todo el sufrimiento que habían callado.” Se abre así la posibilidad de comenzar a denunciar y perseguir a los violadores y la asociación pone en marcha un departamento legal con el fin de presentar los casos ante la justicia. Este proceso nos lleva sin embargo a hablar de la corrupción y la impunidad en el país. “Cada mes hay 365 casos que se presentan ante los tribunales, sin embargo sólo cinco de ellos llegan a tener éxito. Los jueces, en su mayoría pertenecientes a clases pobres y humildes, son constantemente sobornados y así los casos nunca llegan a juicio.” La corrupción es generalizada. El gobierno de ahora está formado por la misma gente que en la guerra hizo barbaridades. “No quieren que nada salga a la luz y hasta que no haya verdadera justicia una persona no puede cerrar la puerta de su pasado. Todo pasa por un proceso de justicia y reparación.” Pero al margen de los problemas de corrupción y del cuidado a las mujeres víctimas de violación de guerra, Iris pretende ir más allá y analizar las causas de los problemas. “Hay que hablar de educación, de la educación de los hombres, hay que trabajar en las causas porque si sólo trabajamos en los síntomas nunca acabaremos con los problemas.” Care International trabajó con hombres durante dos años pero el programa dejó de funcionar porque le retiraron los fondos. “A menudo los hombres que pasan por ese proceso de reeducación no quieren hablar de temas sexuales con mujeres, tienen un ego muy grande debido a la educación de su cultura y no admiten mujeres maestras.” Hay que llegar incluso a la estrategia de tratar de convencer a estos cazurros de que tratando bien a sus mujeres ganarán en todos los sentidos. Iris admite que el pesimismo aparece muchas veces cuando una se encuentra trabajando en contextos así. Sin embargo las mismas mujeres con las que trabajó le hicieron cambiar de opinión. “Ellas mismas que padecieron la guerra, fueron violadas y repudiadas por los suyos, no se consideran víctimas sino supervivientes. Este punto de vista proporciona una perspectiva totalmente diferente de las cosas y alimenta la esperanza para seguir peleando por el futuro y el de sus niñas.”