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Subvencionado por: SECRETARÍA DE ESTADO DE SERVICIOS SOCIALES, FAMILIA Y DISCAPACIDAD DIRECCIÓN GENERAL DE INCLUSIÓN SOCIAL
¿Qué nos diferencia? ¿Qué nos iguala? España, 1985-2004
ISBN 978-84-8440-370-8
Juan José Villalón Ogáyar
F u n d a c i ó n Fo e s s a Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada
Cáritas Española Editores
Cáritas F u n d a c i ó n Fo e s s a Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada
A mis padres y a toda mi familia andaluza.
IDENTIDADES SOCIALES Y EXCLUSIÓN ¿QUÉ NOS DIFERENCIA? ¿QUÉ NOS IGUALA? ESPAÑA , 1985-2004
Juan José Villalón Ogáyar
Cáritas
F u n d a c i ó n Fo e s s a Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada
MADRID, 2006
El presente trabajo forma parte de la tesis doctoral “Políticas de Activación y Rentas Mínimas” dirigida por el Dr. Sebastià Sarasa i Urdiola y el Dr. Miguel Laparra Navarro y leída el 25 de Febrero de 2005 en la Universidad Pública de Navarra.
© Cáritas Española Editores San Bernardo, 99 bis Teléf. 91 444 10 06 Fax: 91 593 48 82 E-mail:
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Índice
Págs.
Agradecimientos ........................................................................................ Prólogo........................................................................................................
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0. Introducción........................................................................................
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0.1. El concepto de identidad social ...................................................... 0.2. La investigación sociológica sobre las identidades sociales........... 0.2.1. La pluralidad de las identidades sociales............................. 0.2.2. El problema de la ordenación de las identidades sociales .. 0.2.3. Cambio e innovación de las identidades sociales................ 0.3. Estructura del libro..........................................................................
21 23 26 28 30 34
1. El peso de las fronteras sociales......................................................
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1.1. El debate sociológico sobre el peso de las identidades sociales y su cambio en el tiempo .................................................................. 1.1.1. Las teorías mecanicistas y el factor cultural........................ 1.1.2. Las teorías culturalistas ....................................................... 1.1.2.1. El mercado de bienes y servicios como productor de símbolos de identificación................................. 1.1.2.2. Sistemas de estratificación simbólica y autonomía individual de identificación ..................................... 1.1.2.3. Estructuras en red y herencias culturales para la identificación .......................................................... 1.1.3. Teorías de la subjetividad estructurada................................ 1.1.3.1. La experiencia social y la nueva individualidad societaria .................................................................... 1.1.3.2. La lucha por el poder simbólico de nombrar.......... 1.1.3.3. La escalera de formación de las clases sociales ... 1.1.3.4. El papel de las instituciones sociales..................... 1.2. Problemáticas teóricas centrales .................................................... 1.2.1. El papel de las unidades individuales .................................. 1.2.2. El dilema de la autonomía entre las estructuras sociales y la cultura ..............................................................................
39 40 42 42 43 44 45 45 48 48 49 50 51 52
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Juan José Villalón Ogáyar
Págs.
2. Selección e Identificación ................................................................
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2.1. El enfoque procesual de la desigualdad social ............................... 2.2. Los procesos que generan divisiones ............................................ 2.3. La selección estructurante.............................................................. 2.3.1. Selección y exclusión en las sociedades contemporáneas .. 2.3.2. Los procesos de selección y sus consecuencias ................ 2.3.3. ¿Cuáles son las organizaciones sociales básicas?............... 2.3.3.1. Los comercios........................................................ 2.3.3.2. Las empresas......................................................... 2.3.3.3. Los estados............................................................ 2.3.3.4. Las familias ............................................................ 2.3.4. Las estructuras organizadoras del sentido ..........................
53 54 56 56 57 58 58 60 60 61 61
3. La medición del peso de las identidades sociales ...................
63
3.1. 3.2. 3.3. 3.4.
Las identidades sociales en las encuestas..................................... Análisis del peso de las identidades sociales ................................. El análisis de la tendencia con series temporales de datos ........... Análisis de los procesos de selección en las empresas, las familias y el estado ................................................................................
64 69 71
4. Crisis de identificación....................................................................
75
4.1. 4.2. 4.3. 4.4. 4.5. 4.6.
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Respuestas a ¿quiénes son como yo? ............................................ Crisis en el trabajo, la política y la cultura ................................... Tiempos de crisis para expresar la diferencia................................. Identidades sociales emergentes ................................................... Mi generación más que mi estilo de vida....................................... Cambiando las fronteras .................................................................
77 80 96 105 111 115
5. Metamorfosis de la selección........................................................
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5.1. La selección en las organizaciones productivas ............................. 5.1.1. Nivel de integración del sistema productivo español ........... 5.1.2. La selección de la población ................................................ 5.2. La selección en las organizaciones reproductivas .......................... 5.2.1. La integración familiar .......................................................... 5.2.2. La selección de la población ................................................ 5.3. La selección de las organizaciones políticas................................... 5.3.1. La integración política........................................................... 5.3.2. La selección política ............................................................. 5.4. Mesocratización, democracia y selección por edad, sexo y ciudadanía................................................................................................
118 118 124 136 137 140 142 142 147
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Índice
Págs.
5.5. Tendencias organizativas y nuevas necesidades............................ 5.5.1. La empresa red .................................................................... 5.5.1.1. Las nuevas tecnologías y la empresa .................... 5.5.1.2. La quiebra de la ciudadanía en la empresa ............ 5.5.1.3. El poder del puesto de trabajo ............................... 5.5.2. La familia proyecto ............................................................... 5.5.2.1. La ruptura tardía de la herencia patriarcal .............. 5.5.2.2. Autonomía y nuevas dependencias ....................... 5.5.3. El estado democrático.......................................................... 5.5.3.1. El problema nacional .............................................. 5.5.3.2. La cuestión religiosa .............................................. 5.5.3.3. El modelo político institucionalizado ...................... 5.5.3.4. La frontera de la ciudadanía ................................... 5.5.3.5. Las fronteras generacionales .................................
152 153 153 154 155 156 157 157 160 160 162 164 165 165
6. Conclusión: Selección y Conciencia de pertenencia ...................
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6.1. El peso relativo de las identidades sociales ................................... 6.2. Viejos conflictos con nuevos anclajes ............................................ 6.3. Algunas tendencias de futuro.........................................................
170 172 173
Bibliografía .................................................................................................
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Índice de Gráficos ......................................................................................
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Agradecimientos
El libro «Identidades sociales y Exclusión» no hubiese sido posible sin el apoyo y colaboración de muchas personas. En primer lugar, quisiera destacar el apoyo recibido de José Félix Tezanos, director de la tesis que dio lugar a este libro y que me ha ido enseñando a cada paso cómo debe ser el trabajo científico. En segundo lugar, ha sido muy importante el contacto cotidiano con muchos de los integrantes del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales, al que me incorporé a finales de 1999 y cuyos miembros me han acompañado, apoyado y enseñado durante todo este tiempo. Entre ellos quisiera destacar a María Rosario Sánchez Morales, Antonio López y Julio Bordas por sus prácticas enseñanzas en las investigaciones comunes en las que he participado junto a ellos, y por sus consejos y apoyo permanente a lo largo de todo el trayecto de aprendizaje. En tercer lugar, también resultaron fundamentales los consejos de Salustiano del Campo, Göran Therborn, José María Tortosa, Luis Enrique Alonso, Antonio Alaminos, José Antonio Díaz y Enrique Gil Calvo en diversas etapas de su elaboración. En cuarto lugar, quisiera destacar el apoyo sincero recibido por parte de los compañeros del Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales) especialmente de Josune Aguinaga, Violante Martínez, Javier Pinilla, Elena Robles y Rosa Rodríguez desde hace años; y, desde que se incorporaron al Departamento en la última etapa de la tesis, de Juan de Dios Izquierdo, Sonia Pagés y Pilar Nova. En quinto lugar, quisiera dar las gracias a los compañeros del Department of Sociological Studies de la Universidad de Sheffield, especialmente, a Richard Jenkins, director del Departamento, por sus consejos y sus enseñanzas, a Allison James, directora de investigación, por su apoyo y exquisita colaboración durante mi estancia entre ellos, a Marilyn Gregory, compañera del Departamento y que me acogió en su casa, y a todos los compañeros que participaron en el Seminario «Social identities in Spain, 1985-2004» en Noviembre del año 2005, cuyo debate permitió asentar algunas de las conclusiones de esta investigación y abrir nuevos interrogantes. Y, finalmente, no puedo olvidar a Emilio Luque y Ángela Martín por la paciente lectura y corrección de los textos, sus comentarios y su apoyo incondicional. A todos ellos y a aquellos otros que me animaron también desde la amistad, quiero agradecerles, desde estas páginas, todo su apoyo. Madrid, Octubre, 2006
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Prólogo
Las sociedades tecnológicas avanzadas de nuestro tiempo están experimentando un conjunto de cambios en diferentes planos que están modificando las experiencias societarias en una medida de la que todavía es difícil hacerse una idea cabal. En pocos lustros, las vivencias de las nuevas generaciones están viéndose sometidas a condiciones y características bastante diferentes a las de sus mayores. Los cambios están afectando simultáneamente a las formas y las modalidades –y hasta a las posibilidades– de realizar los trabajos y entender las actividades profesionales, a las oportunidades vitales y residenciales, a las identidades básicas, a las perspectivas de vivir las experiencias familiares y de pareja, a las adscripciones políticas, a la conformación de las ideas y las creencias y a la misma manera de entender las pertenencias societarias. Es decir, estamos ante transformaciones muy profundas de las formas de vivir y de participar en la sociedad. Transformaciones que se conectan con la emergencia de un nuevo paradigma de sociedad que está surgiendo de la mano de una revolución tecnológica que está teniendo lugar en el marco de una globalización entendida –y practicada– bajo determinadas coordenadas políticas y culturales. Los cambios sociales que están teniendo lugar en la primera década del siglo XXI, obviamente, no se explican solamente a partir de factores tecnológicos. Como es habitual en todos los procesos complejos, en las actuales dinámicas de cambio están incidiendo variables muy diversas, no sólo de tipo económico y tecnológico –con sus correspondientes efectos en los modelos de producción–, sino también de carácter político, ideológico, cultural, geográfico, internacional, actitudinal, etc. En cualquier caso, lo cierto es que estamos ante un cambio importante de paradigma societario y que este cambio, aunque es muy complejo y presenta peculiaridades y diferencias de unos lugares a otros, se está viendo notablemente influido por unos procesos de innovación científico-tecnológica que conforman la tercera gran transformación global de largo alcance que se ha conocido en la historia de la humanidad: la revolución tecnológica. Por ello, hay que entender que de la misma manera que las otras dos grandes transformaciones globales –la revolución neolítica y la revolución industrial– conllevaron –o acabaron conectadas a– cambios en múltiples planos de la sociedad y la cultura, la nueva transformación en curso también viene asociada a transformaciones y alteraciones en prácticamente todos los planos de la vida social. Aunque aun estamos en las primeras fases de la revolución tecnológica, cualquiera que disponga de datos empíricos adecuados, o simplemente cual-
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José Félix Tezanos
quiera que sea capaz de observar con atención y de una manera desprejuiciada la realidad circundante, puede identificar un gran número de cambios que están afectando directamente a la médula de nuestras sociedades, en planos vitales y referenciales muy importantes. Por sólo referir aquí algunos aspectos significativos de estas transformaciones, en muy poco tiempo nos estamos encontrando con modificaciones de gran alcance en las formas de entender y desarrollar el trabajo. No sólo en lo que se refiere a las posibilidades de tener un trabajo razonablemente estable y de ejercerlo de acuerdo a patrones concordantes con las conquistas laborales alcanzadas (en salarios, condiciones, etc.), sino también en la manera de entender, valorar y referenciarse en dicho trabajo. Es decir, las nuevas generaciones no sólo se están encontrando con problemas de paro, precarización laboral y deterioro salarial, sino que muchos jóvenes se ven situados ante nuevas tesituras valorativas y referenciales del trabajo, que se conectan con las nuevas modalidades y exigencias de la actividad laboral que se dan en las actuales condiciones de las economías globalizadas y altamente tecnologizadas y robotizadas. Sin necesidad de entrar aquí en mayores complejidades sobre los efectos que están teniendo –y acabarán teniendo– muchos de los procesos técnico-económicos en curso, como las robotizaciones, las informatizaciones, las deslocalizaciones, las fragmentaciones productivas, las nuevas lógicas de especialización y organización económica, etc.1, lo cierto es que ya en nuestros días se puede constatar un conjunto muy importante de cambios que están afectando a la manera de entender y practicar el trabajo en general y las actividades laborales concretas en particular. Hasta hace muy pocos años la mayoría de los ciudadanos de las sociedades desarrolladas estaban bastante motivados hacia el trabajo y tenían coordenadas de inserción socio-laboral bastante claras y apreciablemente influyentes en muchos de sus entornos extralaborales. Para el conjunto de las personas comunes era importante estar satisfechos en sus trabajos y con sus trabajos. Resultaba necesario intentarlo, e incluso aparentar estarlo. Existían modalidades específicas de orgullo en las profesiones (como ser minero, o ferroviario o ejercer ocupaciones y actividades específicas). Los jóvenes ponían empeño en desarrollar una carrera profesional, y las familias ejercían presiones importantes en este sentido, que venían reforzadas, o revalidadas, con estímulos positivos en entornos sociales más amplios. Y todo esto tenía lugar en contextos referenciales en los que estaban bastante claramente fijados los perfiles profesionales/ocupacionales, así como las trayectorias vitales y sociales a las que se encontraban asociados prácticamente a lo largo de toda una biografía personal. Es decir, hasta hace muy pocos años los jóvenes –y sus familias– sabían qué querían ser, sabían a lo que aspiraban, y lo que podían esperar, en sociedades –y sistemas productivos– que ofrecían puestos y posiciones bastante es1 Vid., en este sentido, José Félix Tezanos, El trabajo perdido. ¿Hacia una civilización postlaboral?, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2001.
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Prólogo
tandarizadas y claras de inserción socio-laboral. Se trataba de sociedades en las que se podía ser calderero, chapista, abogado, dependiente, contable, delineante, etc. Y se podía ser tal cosa prácticamente de por vida, disponiendo de trabajos bastante estables. En cambio, en el nuevo tipo de sociedades emergentes todo es mucho más fluido, más impreciso e inestable. Las nuevas generaciones ya no están tan motivadas hacia el trabajo, ya no tienen tan claras sus aspiraciones, ni sus posibilidades, y ya no se manifiestan tan nítidamente las viejas pretensiones de «ser» calderero, o abogado, o delineante desde el principio y de por vida. Todo lo cual, obviamente, se encuentra muy condicionado por las propias oportunidades que realmente existen, o se ofrecen, en los mercados laborales concretos de nuestro tiempo. Los jóvenes de hoy, lógicamente, tienden a adaptar sus aspiraciones y sus esquemas de inserción laboral a lo que entienden que es factible en las nuevas coordenadas. Por eso, ahora, la mayor parte de los jóvenes ya no piensan en términos de «ser» calderero, o abogado, o maquinista, o delineante, o realizar un trabajo de por vida que vaya asociado a una determinada perspectiva de inserción social concreta. La idea de «ser» calderero o abogado, de alcanzar una posición social específica, está siendo sustituida por la de «tener», de manera más coyuntural e inespecífica, alguna actividad laboral –un «curro»– que permita ganar algo para disfrutar de otras cosas y posibilidades en la sociedad. Es decir, la vieja noción de trabajo está siendo reemplazada por otros referentes ocupacionales más flexibles y abiertos, a partir de los cuales los modelos tradicionales de trabajo tienden a convertirse en algo más secundario, tanto desde el punto de vista de las motivaciones, como en relación a la capacidad de atribución de rangos y posiciones sociales. En suma, ahora ya no se «tiene» un trabajo o se «es» de una ocupación o profesión, sino que ahora se «pasa» por un trabajo, por un «curro», una manera que se entiende más accidental; de forma que hoy se puede ser una cosa y dentro de un tiempo otra, en empresas y actividades mucho más abiertas y fluidas y, sobre todo, con mucha menos capacidad de atribución de rangos, posiciones sociales y elementos de referencia en el conjunto de la sociedad. Cuando a todo esto se añade una dinámica de paro juvenil, de precarización laboral, e incluso de riesgos de exclusión social, el resultado no puede ser otro que una cierta pérdida de la capacidad de inserción societaria a partir del trabajo y de la ocupación, como tal. Lo cual se está traduciendo en una pérdida de peso de las referencias identitarias de «clase social» (entendida al modo clásico) y, más específicamente, de la «profesión», tal como muestran, por ejemplo, los datos sobre identidades básicas de las Encuestas del GETS (Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales)2. Lo que ocurre en el campo del trabajo y de las ocupaciones constituye sólo un aspecto de las mutaciones que se están produciendo en las identidades 2 Vid., en este sentido, José Félix Tezanos y Verónica Díaz, Tendencias Sociales 1995-2006. Once años de cambios, Editorial Sistema, Madrid, 2006.
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José Félix Tezanos
sociales básicas. Elementos similares de complejidad pueden encontrarse también en otros ámbitos societarios menos conectados a los procesos de innovación técnico-productiva. En el terreno de las adscripciones político-ideológicas, por ejemplo, hay signos apreciables de evolución hacia mayores indefiniciones y retraimientos, como muestran los estudios sobre la crisis del capital social3, al tiempo que en el plano territorial se está produciendo una evolución hacia lo que en otros lugares he calificado como una «multi-identidad territorial compleja», o una conformación de una «ciudadanía multidimensional»4. De la misma manera que hace unos pocos años casi todo el mundo tenía razonablemente claro su eventual condición de «alemán», «francés» y «holandés», hoy en día las adscripciones político-territoriales se producen de manera más compleja. Los ciudadanos de las sociedades avanzadas de nuestro tiempo –sobre todo los jóvenes– se sienten, a la vez o alternativamente, de su nación, de su localidad, de su región o Comunidad específica, al tiempo que «ciudadanos del mundo» y/o «europeos», en su caso. Los datos de la serie de Encuestas sobre Tendencias Sociales que el GETS ha realizado desde 1995 ofrecen mucha información interesante sobre este particular y, específicamente, sobre la manera en la que están evolucionando en el tiempo las adscripciones, en cada una de las generaciones5. Finalmente, y aun sin agotar el tema, las complejizaciones también se están produciendo en el plano de las ideas, las creencias y las identificaciones sociales básicas, siguiendo una línea de evolución en la que no sólo se pueden identificar mayores dudas, difuminaciones y pérdidas de creencias tradicionales (especialmente religiosas y políticas), sino que también se constata que, en general, los elementos de adscripción referencial fuertes, macroscópicos y dotados de mayores contenidos específicos, como la Nación, la Religión, las ideas políticas, la clase social, etc., tienden a ser reemplazados por otros referentes identitarios más laxos, más microscópicos y menos perfilados, como el grupo de amigos, las personas que tienen los mismos gustos y modas, los que tienen la misma edad, etc. Todo esto da lugar, obviamente, a que en el análisis sociológico cobren mayor relevancia variables de análisis hasta ahora no tenidas suficientemente en cuenta, como la generación, el grupo socio-cultural, etc. En su conjunto, la evolución social parece que apunta hacia escenarios en los que se tiende a poner simultáneamente en cuestión la validez y la eficacia práctica de muchas de las grandes referencias y «agarraderas vitales» en las que se sustentaban las sociedades establecidas hasta hace bien poco tiempo: el trabajo, la profesión, la familia, la autonomía vital, las perspectivas y aspiraciones de prosperidad y de mejora personal, la nación, las creencias, etc. Todo lo cual muestra que el problema de las «identidades sociales» se ha convertido en una 3 Vid., Robert Putnam, Bowling alone. The collapse and revival of American community, Simond Schuster, Nueva York, 2000; y José Félix Tezanos, La democracia incompleta. El futuro de la democracia postliberal, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2002 (Vid. capítulo 3.4). 4 Vid., José Félix Tezanos y Verónica Díaz, Tendencias Sociales 1995-2006, op.cit., págs. 57 y ss. 5 En el caso de España, por ejemplo, los jóvenes y los menores de 45 años en general son más cosmopolitas, los mayores más españolistas y más localistas, mientras que las generaciones intermedias se manifiestan más «europeístas».
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Prólogo
de las grandes cuestiones primordiales de las que tiene que ocuparse la Sociología de nuestros días, si quiere cumplir adecuadamente con el cometido que le es propio. De ahí la pertinencia y la relevancia de este libro de Juan José Villalón. Este libro se basa en la tesis doctoral internacional que Juan José Villalón presentó en junio de 2006, en el marco del Programa de Doctorado sobre Tendencias Sociales de Nuestro Tiempo que se realiza en el Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales) de la UNED. Dicho programa se puso en marcha, precisamente, a partir de la convicción de que el nuevo ciclo de grandes cambios que están experimentando las sociedades de nuestro tiempo, requieren un especial compromiso de la Sociología en la investigación aplicada de las tendencias sociales en curso. De alguna manera, lo que está ocurriendo proporciona una oportunidad privilegiada a los sociólogos que están iniciando sus trayectorias académicas y científicas para volcarse de lleno en una tarea apasionante y prometedora. Una tarea que se debe desarrollar utilizando enfoques y metodologías apropiadas para el estudio aplicado del cambio social. Tal tipo de enfoques y dedicaciones sociológicas implican, desde luego, una cierta voluntad de romper con determinadas rutinas y prácticas académicas obsoletas, que resultan bastante empobrecedoras y poco útiles. El recurso, demasiado habitual en las tesis doctorales, a repetir prácticamente los mismos estudios librescos sobre los mismos tópicos abordados mil veces, ha acabado conduciendo a una parte de la Sociología de nuestros días a un grado notable de insulsez. Por eso, en el Programa de Doctorado en cuyo marco se ha realizado esta tesis sólo se aceptan temas de investigación centrados en el estudio de tendencias sociales específicas. En eso, precisamente, debemos diferenciarnos los sociólogos de los especialistas en historia social y en otras disciplinas similares que tratan de dar cuenta de procesos y/o acontecimientos del pasado. Y en eso también debemos diferenciarnos de los simples eruditos que se limitan a compilar y comentar lo que dijeron en el pasado autores de mayor o menor relieve sobre temas más o menos importantes. Obviamente, cuando un doctorando en Sociología decide romper con algunas prácticas tan estériles como cómodas (e incluso seguras), asume ciertos riesgos. Y, probablemente, eso debió ser lo primero que consideró Juan José Villalón cuando emprendió una tarea de investigación como la que le ha permitido llegar a este libro. A mí me parece que tal valentía analítica es lo primero que debe destacarse en esta obra, que además se encuentra centrada en un asunto de notable complejidad. Lo cierto es que, sin ambición analítica y sin capacidad para enfrentarse a los retos complejos, es muy difícil que pueda progresar y relanzarse una ciencia como la Sociología. Detrás de este libro, el lector debe ser consciente de que hay una labor de investigación muy concienzuda y dilatada, en la que Juan José Villalón ha podido beneficiarse de la experiencia adquirida a través de su colaboración, como investigador, en el GETS. Lo cual también le ha permitido disponer de series de datos empíricos de primera mano, especialmente útiles para una tarea como la que se había propuesto.
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José Félix Tezanos
El resultado ha sido, primero, una tesis doctoral que mereció la máxima calificación académica, y ahora un libro que, en mi opinión, muestra el camino que deben seguir los jóvenes sociólogos españoles, no sólo en función del enfoque general y de la relevancia del tema abordado, sino por la voluntad de encuadrar las informaciones empíricas disponibles en el marco de teorías explicativas relevantes. También en esto debe destacarse el mérito del trabajo desarrollado por Juan José Villalón, que no ha querido seguir el camino cómodo de remitirse a una teoría ya establecida, sino que ha pretendido construir, o plantear, sus propias explicaciones teóricas, como parecía lógico que se hiciera en unos asuntos que presentan tantas y tan nuevas facetas. Creo que por esta vía es por la que verdaderamente puede progresar la Sociología, por muchas que puedan ser las probabilidades de suscitar discrepancias y debates. Pues de eso precisamente se trata. Por todas estas razones, es de esperar que este libro tenga la acogida que se merece, no sólo entre los círculos académicos, sino también entre un público más amplio de especialistas y personas interesadas en estas cuestiones. Y espero que a este libro, y a la investigación en la que se sustenta, la sigan otras en las que el profesor Villalón pueda completar y ampliar los análisis aquí realizados y abordar otros nuevos con el mismo espíritu innovador y una ambición científica similar. José Félix Tezanos (Octubre, 2006)
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0. Introducción
Las sociedades europeas han experimentado grandes cambios desde mediados de los años setenta del siglo XX hasta ahora. Al comienzo de dicho período, se venía arrastrando un conjunto muy amplio de problemas que, o no habían sido superados por los regímenes políticos y económicos desarrollados, o habían sido creados por éstos. Eran contradicciones culturales y estructurales que se hicieron visibles por entonces y habían de ser superadas. Entre ellas destacaban dos: el problema ecológico/económico y la crisis ideológica (Therborn, 1999: 338). El primero planteaba los límites ecológicos del modelo de crecimiento económico dominante. Y, el segundo, planteaba el agotamiento de las grandes narrativas de la ilustración, la emancipación y liberación modernas que habían impulsado los esfuerzos políticos hasta entonces pero que no podían responder a los problemas sociales emergentes. Debido a ello, la sociedad civil comenzó a necesitar una nueva visión de la realidad y nuevas instituciones sociales, emergiendo desde entonces una pluralidad de «experimentos» sociales y movimientos colectivos en toda Europa alternativos que buscaban un nuevo sistema de valores sociales (Therborn, 1999; 298 y ss.). A dichos cambios acompañaron transformaciones profundas de las instituciones sociales básicas, de sus estructuras internas y de los vínculos entre sus miembros. Las instituciones entraron en crisis y los vínculos se debilitaron. Eran necesarias unas nuevas empresas, un nuevo tipo de familia y un nuevo tipo de Estado democrático. Dicha necesidad se tradujo en fuertes crisis expresivas en distintos países europeos, como Francia (Dubar, 2000), Gran Bretaña (Turner, 2001) o España (Tezanos, 1999). En estos Estados, la gente y las organizaciones sociales encontraban dificultades para identificar unas formas de diferenciación precisas y claramente jerarquizadas. Había desigualdades y diferencias. Eso estaba claro. Pero no había una respuesta clara sobre quienes eran iguales entre sí y quiénes eran, fundamentalmente, diferentes.
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Juan José Villalón Ogáyar
Con el paso del tiempo, parece que en Francia y en España se empieza vislumbrar la superación de las crisis expresivas (Dubar, 2000; Villalón, 2001). ¿Cómo es ello posible? ¿Han vuelto las organizaciones sociales básicas a establecer jerarquías estructurales claras y definitivas? ¿Se ha acabado con esa situación de vínculos frágiles y vulnerables que impulsó la crisis expresiva? No. Las investigaciones sobre la transformación de las estructuras organizativas de las familias, las empresas y las entidades políticas indican que la fragilidad de los vínculos estructurales e institucionales sigue aumentando (Tezanos, 2001; Dubet, 2006). Aumentan los divorcios, aumenta la temporalidad laboral, aumenta la precariedad en el empleo, aumenta la proporción de gente no ciudadana, en resumen, aumenta la exclusión social en todas sus dimensiones. ¿Entonces? Uno de los supuestos que tienden a asumir algunas teorías de la identidad es que la identificación se produce con los roles que ejercemos (Mead, 1972; Styker, 1987). Sin embargo, sin que esto deje de ser cierto en algunas circunstancias de estabilidad e integración social, resulta ésta una hipótesis incapaz de explicar lo que está ocurriendo en la actualidad. Si la identificación surge del rol, ¿cómo pueden los miembros de una sociedad en la que aumenta la exclusión social –es decir, desciende el número de personas que pueden acceder a roles estables en las estructuras sociales– aumentar su capacidad de identificación grupal? Lo que tiene sentido desde el supuesto del rol-identidad es que: al aumentar la exclusión social, aumente la crisis expresiva. Pero si aún cuando aumenta la exclusión, la crisis expresiva se supera, entonces, se ha de buscar otra explicación sobre cómo se conforma la preferencia de identificación grupal. Este libro trata de ofrecer una respuesta alternativa a la teoría del rol-identidad. Para ello, en los próximos dos capítulos, se explica teóricamente que la identificación preferente con un tipo de grupo social no surge de los roles que se ejercen, sino de la experiencia social que las personas adquieren en sus procesos selectivos para formar parte de las organizaciones sociales básicas, es decir de la experiencia de ser seleccionados o excluidos para ocupar un puesto en cada tipo de organización social. De tal modo que: Uno se identifica, preferentemente, con aquellos que se encuentran con las mismas barreras que uno para poder trabajar, formar una familia o ejercer como ciudadano plenamente. Esto implica que, uno puede identificarse con personas que tienen una posición social objetivamente diferente de la de uno pues con ellas se comparte una experiencia común de exclusión o integración en algún aspecto. Dicha experiencia se sustenta, no en la posición ocupada, que puede ser transitoria, sino en la selección pasada, presente o esperada para ocuparla o para dejar de ocuparla. No es el rol o la posición adquirida hasta un momento determinado lo que nos identifica preferentemente con los demás, sino las barreras que nos hemos encontrado, nos estamos encontrando y esperamos encontrarnos en el futuro próximo para ejercer dicha tarea y acceder a los demás recursos sociales que ésta proporciona (privilegios, derechos y medios materiales). Con lo cual, lo que influye sobre la identificación no es tanto la experiencia personal e íntima que tenemos en nuestro personal proceso selectivo, sino la experiencia compartida como gru-
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po de status, en la cual, unos consiguen «pasar» a formar parte de las organizaciones, gracias a otras particularidades que tienen, y otros no. Ello ocurre porque todos experimentan que la dificultad para, o la posibilidad de, llegar a integrarse viene de tener una edad, un sexo, ser de una etnia, haber nacido en un lugar, hablar una lengua o compartir otro atributo similar. Y, perciben que dicha frontera, si no se lo ha impedido ya como a otros compañeros, puede hacerlo mañana. Así, la experiencia de vulnerabilidad es compartida no sólo por los que tienen estructuralmente un puesto precario en un momento determinado, sino por los que entre sus expectativas de futuro tienen la de ocupar un puesto similar. La consecuencia a nivel sistémico de la asociación entre identificación y experiencia compartida en los procesos de selección es que al aumentar el grado de exclusión de ciertos grupos sociales, sus miembros tienden a dar mayor relevancia al riesgo común que les ha excluido. Esto ha ocurrido en España, donde la edad y el género en la sociedad española han incrementado su peso o importancia relativa desde 1985 al año 2004, en ambas dimensiones. Desde nuestra perspectiva, el aumento observado del peso o la importancia objetiva de las barreras generacionales y de género en los procesos selectivos para formar parte de organizaciones sociales explica gran parte del crecimiento del peso relativo de dichos atributos en el imaginario colectivo de la población española. Eso es lo que se argumenta en el último capítulo. En él se apreciarán también los claros-oscuros de los resultados hallados, que quieren ser el fundamento de nuevas investigaciones en este campo. Lo cual servirá para comprender mejor los cambios sociales que están ocurriendo y que pueden preverse para el futuro como son el fortalecimiento de conflictos entre generaciones que ya se apuntan en otros países europeos como Alemania (Schrimacher, 2004).
0.1. El concepto de identidad social Antes de introducirnos en la problemática de este libro, es necesario la aclaración de algunas cuestiones esenciales sobre el concepto de Identidad, su importancia en la investigación sociológica y en la investigación sobre el cambio social. Esto es necesario por varias razones entre las que destaca la ambigüedad que suele acompañar al término identidad y que hace conveniente utilizar otros términos más precisos si es posible para nombrar aquello que es nuestro objeto de estudio. En nuestro caso, el término que parece más adecuado como alternativo al de «Identidad» es «Identidad Social». Con dicha palabra, se viene a nombrar cualquier atributo cultural categórico que las organizaciones sociales utilicen para diferenciar a los miembros de la sociedad, y que éstos últimos usen para identificarse como miembros de un grupo social. ¿Por qué se ha optado por utilizar este término? La razón se puede comprender si analizamos brevemente el uso habitual del término «identidad» en la Sociología contemporánea. El concepto de identidad es algo confuso en la literatura sociológica actual. En cierto sentido, se ha convertido en ambiguo y polivalente debido a la ex-
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cesiva profusión con que se utiliza sin que exista una definición clara y compartida por las distintas escuelas y disciplinas que lo utilizan. Este término se usa adjetivado muy a menudo, con referencias a atributos particulares que dan lugar a términos como identidad de clase, identidad nacional, identidad étnica, identidad generacional, identidad de género, identidad religiosa o identidad política. Aunque también se usa con adjetivos que diferencian la naturaleza de los objetos de los que se predica su identidad distinguiendo entre identidad personal, identidad colectiva o identidad social. Esta pluralidad denota una cierta ambigüedad de su significado que es necesario aclarar. El término «identidad» hace referencia a diversos fenómenos analíticamente diferentes. Brubaker y Cooper han identificado los usos más habituales en las ciencias sociales y los han agrupado en dos grandes conjuntos según el grado de contingencia que se considere que tiene el hecho de referencia (Brubaker & Cooper, 2000:7-8). De modo que, por un lado, están los usos que hacen referencia a la existencia de una similitud esencial y permanente más allá del paso del tiempo, la cual todo el mundo y todos los grupos tienen, o deberían tenerla, o están a la búsqueda de ello. Y que implica, por una parte, un entendimiento fuerte de los límites y de la homogeneidad grupal, y, por otra, que los individuos y grupos pueden tener una identidad sin ser conscientes de ella. Por lo cual, la identidad puede ser «descubierta» y puede ser «errónea». Por el lado opuesto, hay otros usos que hacen referencia a unas visiones o imágenes de carácter secular, contingente y temporal, fruto de procesos de interacción en un contexto cambiante. En el cual, las identidades son construcciones sociales que pueden ser elegibles o creadas o transformadas por los actores sociales. Ante tales diferencias, Brubaker y Cooper proponen la sustitución del término identidad por otros ya utilizados en la Sociología que resultan más adecuados por su especificidad conceptual como son: «auto-comprensión» (self-understanding) o «subjetividad situada», «Grupalidad», «conectividad», «comunalidad», «afinidad», «identificación» y «categorización» (Brubaker & Cooper, 2000: 10 y ss). Por otra parte, los fenómenos a los que se alude con el término identidad también se distinguen por referirse a dos aspectos complementarios de lo que viene a denominarse la «mismidad»: el sentido de pertenencia y el sentido de permanencia. Estas dos representaciones necesitan elementos cognitivos diferentes que se suelen agrupar en la identidad. El sentido de permanencia se forma a partir de aquellos elementos cognitivos que permiten al sujeto reconocerse a través de los cambios que se producen en su historia o su biografía. El sentido de pertenencia se fija sobre los elementos que unen a los sujetos a otros por similitud. En cada contexto de análisis se suele preguntar más por una o por otra necesidad. Así, la investigación sobre la acción social y política suele estar más preocupada por el sentido de pertenencia que de permanencia. Lo mismo ocurre cuando lo que preocupa sobre todo es determinar los límites grupales o la acción de un movimiento social, es decir, cuando lo relevante es saber quienes están unidos frente a otros. Sin embargo, cuando el contexto de análisis es el Ser Social, tiende a fortalecerse la preocupación por los aspectos que implican la permanencia del sujeto en el tiempo y el espacio.
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Las dos clasificaciones anteriores son complementarias. Por una parte, distinguen entre los procesos que crean las representaciones, de las representaciones en si. Y, por otra, entre las representaciones de la alteridad y las de la individualidad. Cada una de estas preocupaciones teoréticas deben ser analíticamente distinguidas. Utilizar el mismo término para hablar de los procesos como de los resultados es enormemente confuso. No es lo mismo el valor que se da a algo que el proceso de valoración de algo. Ni es lo mismo la conciencia de ser el mismo en el tiempo y el espacio, que tomar conciencia de ser parte de algo. Así pues, al acercarse a la literatura o la investigación sobre la identidad hay que distinguir entre cuatro grandes fenómenos, al menos: El proceso de toma de conciencia de pertenecer a un grupo; el proceso de concienciación de ser uno mismo en el tiempo; Las representaciones de uno mismo en el tiempo y el espacio; y las representaciones de pertenencia de los sujetos sociales. A estas últimas es a la que nos referimos aquí con el término «identidad social». Por identidad social se entiende aquel atributo cultural categórico que sirve a los sujetos sociales para identificarse como miembros de un grupo social. Son aquellos componentes de la identidad personal que caracterizan, a través de una categoría expresada socialmente, las características (cualidades o defectos) que igualan a uno con otros al tiempo que lo diferencian del resto (Goffman, 1970:125), y que se corresponden con aquel atributo de una identidad colectiva que define los límites del grupo. Así pues, «identidad social» es un término mucho más específico que el de «identidad». Y, hace referencia a una representación específica de la diferencia y la similitud entre los miembros de una sociedad que los actores sociales (organizaciones, grupos sociales e individuos) utilizan para clasificar, agrupar o identificarse. Es una dimensión de la identidad de cada sujeto. En este sentido es utilizado este término en este libro.
0.2. La investigación sociológica sobre las identidades sociales El estudio de las identidades sociales ha pasado por varias fases en la Sociología que podemos llamar contemporánea –es decir, aquélla que se desarrolla a partir de los años setenta, en un ambiente de crisis y cambio social acelerado que conlleva la necesidad de un replanteamiento profundo de las bases de la Sociología dominante hasta ese momento–. En los años setenta y ochenta, de la mano de autores como Anthony Giddens, Ulrich Beck, Gilbert Ryle, Howard Becker, Peter Berger, Thomas Luckman, Anthony Cohen, Lucien Theveno y Pierre Bourdieu, entre otros muchos, el concepto de identidad se insertó dentro de la teoría sociológica con mucha fuerza. Estos años fueron tiempos de elaboración teórica basada en las aportaciones empíricas realizadas anteriormente por el Interaccionismo Simbólico, la Psicología Social y la Antropología Social. Estas disciplinas llevarían, por entonces, muchos años realizando estudios empíricos sobre la identidad y las identidades sociales con desarrollos teóricos e investigaciones empíricas muy elaboradas, originadas en los trabajos de autores como
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Erving Goffman, George Herbert Mead, Cooley, S. Stryker, Peter J. Burke, Blummer, Fredrik Barth o Hanna Arendt. En esta primera época, poco se puede hablar de investigación empírica sustantiva sobre la materia que fuese propiamente sociológica. La hay de carácter puntual, básicamente cualitativa, de la mano sobre todo de las escuelas francesas como la de Pierre Bourdieu, y desarrollada en el seno del campo de estudio sobre la configuración de las clases sociales, los movimientos sociales, los nacionalismo, la etnicidad y el género sexual, con una larga tradición de estudio sobre estas cuestiones y entroncada con la investigación antropológica. Mientras, la investigación empírica sobre las identidades sociales está en manos de la psicología social, especialmente, con las diversas escuelas que a ello se acercaron y que dieron paso a aportaciones tan importantes como las de Stryker, Erickson, Tajfel o Turner entre otros. Aunque también, antropólogos sociales y sociólogos de la etnicidad hicieron grandes aportaciones siguiendo los pasos de autores como Fredrik Barth. En Sociología, la investigación empírica se ciñó a cuestiones concretas como la conciencia de clase, la identidad nacional, la identificación étnica y otras identidades sociales específicas. Difícilmente se encuentran estudios sobre la interacción entre estas identidades sociales dentro de este ámbito. Esto dificultó el análisis preciso de la importancia de cada identidad social en el imaginario colectivo. Por entonces, todavía faltaban las herramientas metodológicas adecuadas para ello (Hooper, 1976). Y, ya a mediados de los ochenta, se realizaron encuestas anuales en distintos países donde se incluye alguna serie temporal sobre la cuestión como son las encuestas British Social Attitude (BSA) en el Reino Unido y la Encuesta Sobre Tendencias Sociales (ETS) en España. A mediados de los noventa se llega a una nueva etapa. Por entonces, los conceptos de identidad e identidad social siguen sin haber sido introducidos adecuadamente en la teoría sociológica consensuada de los libros de texto de Sociología (Therborn, 1999: 211). Sin embargo, ya sí hay una aproximación sistemática a la cuestión con resultados empíricos. Asimismo, en esta época se editan los primeros libros desde una perspectiva eminentemente sociológica sobre el concepto de identidad, como, por ejemplo, el libro de Richard Jenkins intitulado «Social Identity» (1996) que, aunque fuertemente enraizado en la Antropología Social y en los estudios sobre la etnicidad de Fredrik Barth, se propone como una obra que da profundidad al concepto y lo abstrae de cualquier perspectiva particular con el propósito de enraizarlo en la teoría sociológica. Además, en esta época se estudia de forma sistemática el cambio de identidades a niveles macro (Therborn, 1999; Castells, 1998) como objetos de estudio muy definidos y separados de otros elementos culturales que conforman las representaciones sociales. En estas últimas obras, la pluralidad de las identidades sociales se ha revelado como un tema clave para comprender muchos hechos sociales y analizar el Sistema Social y su transformación. La cuestión de la pluralidad de las identidades sociales y como se relacionan ha dejado de ser sólo un tema a tratar en el análisis de la personalidad o como una cuestión estrictamente cognitivista, para ser un objeto de estudio de la Sociología Cultural, junto a los valores,
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las creencias o la tecnología. Desde entonces, los sociólogos lo incorporan a su bagaje teórico y su explicación de los hechos sociales de forma rutinaria, llegando en muchas ocasiones a abandonar conceptos más adecuados para sus objetos de estudio con el propósito de utilizar este término mucho más «popular» o de moda (Brubaker & Cooper, 2000). En la nueva etapa, el estudio sociológico de la identidad tiende a centrarse en los procesos sociales formadores de representaciones de las diferencias y las similitudes grupales, así como en la influencia que estos atributos culturales tienen sobre la acción colectiva en acontecimientos y procesos históricos. Frente a las perspectivas más psicologistas, preocupadas por el Self y la autoidentidad, que tienen su gran baluarte teórico en Anthony Giddens (1991) y su preocupación por la reflexividad, la mayor parte de la sociología empírica actual ha optado poco a poco por otra perspectiva más preocupada por la introducción de la cuestión de la identidad en la teoría de la acción colectiva y en el análisis de las identidades sociales como constructos culturales (Sen, 2006). Como la investigación psicosociológica revela, la identidad personal requiere tener en cuenta un conjunto amplio de elementos culturales como valores, creencias y atributos culturales de diferenciación social, así como componentes psicológicos muy diversos que influyen en la formación de la imagen sobre uno mismo que cada individuo desarrolla. Tal conjunto de elementos es difícilmente abarcable por la Sociología y, en realidad, se escapa del objeto de estudio propio de ésta –el ámbito de lo social– y queda todavía por demostrar su efecto sobre los hechos y procesos sociales. Ciertamente, toda identidad necesita de la referencia al «otro» para constituirse, y, por tanto, toda identidad es «social» (Jenkins, 1996). Sin embargo, el componente cognitivo-psicológico de la identidad personal no debe tampoco negarse. La identificación de uno mismo es un proceso socio-psicológico de carácter cognitivo que se produce en la interacción social. Ésta genera un producto particular y personalizado cuyo estudio sólo puede ser abordado adecuadamente de forma pluridisciplinar. Teniendo esto en cuenta, es necesario distinguir entre el estudio de la identidad que puede hacer un psicólogo social y el que hace un sociólogo. El primero estudiará cómo se forma esa imagen de si mismo tan compleja cada individuo en particular afectado por factores cognitivos (Turner, 1987), afectivos (Tajfel, 1981), sentimientales, culturales (Giddens, 1991) y socio-estructurales (Stryker, 2000). Por su parte, el sociólogo centrará el análisis en cómo se establecen y modifican las identidades sociales en un sistema social dado, cómo los movimientos sociales influyen sobre ellas, así como cuál será el efecto de la dimensión estructural sobre el peso o relevancia de las identidades sociales en la conciencia de los miembros de una sociedad. Por consiguiente, en vez de preguntarse por el Self, el sociólogo se suele preocupar empíricamente por las diferentes imágenes de los agrupamientos sociales que los miembros de una sociedad determinada desarrollan o aprenden en su interacción social y que forman parte de sus identidades individuales, al igual que los valores y las creencias. Es decir, el sociólogo se pregunta cómo responden los miembros de una sociedad a las siguientes cuestiones: ¿Qué valo-
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ramos? ¿Qué creemos? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Quiénes son ellos? Cuestiones, todas ellas, que forman parte de los aspectos básicos que ha de abordar la Sociología cuando estudia los Sistemas Sociales y su transformación. Desde esta perspectiva, tres cuestiones centrales para los sociólogos son: 1. La pluralidad de las identidades sociales; 2. La ordenación de las identidades sociales; 3. El cambio de las identidades sociales. 0.2.1. La pluralidad de las identidades sociales El primer hecho social que el sociólogo se encuentra cuando se pregunta por las identidades sociales es que, en la cultura, lo que se aprende no está perfectamente ensamblado de tal manera que cada individuo se le ofrezcan unas visiones homogéneas, claras y únicas de la realidad social. Más que una cultura, existe un espacio cultural donde diversas ideas, creencias, valores, instrumentos y tecnologías permanecen sin un orden interno predeterminado. Debido a ello, los europeos expresan muy diferentes respuestas a cuestiones tales como: ¿Quiénes somos los que nos enfrentamos en esta sociedad? ¿Quiénes tienen mis mismos intereses? ¿Quiénes quieren quitarnos a mí y a los míos lo que nos merecemos o lo que nos pertenece por justicia? Estas preguntas subyacen muchas veces a la pregunta sobre quienes somos. Y hay múltiples respuestas a estas preguntas. Las culturas complejas en las que está sumergida la mayor parte de la población europea ofrecen diferentes representaciones de la diferencia y la igualdad. Dichas imágenes se reflejan de forma muy variada en la vida cotidiana a través de los rituales, las fiestas, las grandes conmemoraciones nacionales, las formas de asociarse la gente, las amistades que se tienen, las clasificaciones institucionales que se hacen en los censos, las políticas de identidad que desarrollan los gobiernos, las diversidad de segmentos de consumo que se desarrollan en la publicidad y de otras muchas maneras. El hecho de la pluralidad de identidades sociales ha sido evidente desde hace tiempo para las Ciencias Sociales6. A mediados del siglo pasado, Sorokin afirmaba «… el individuo tiene tantos egos sociales diferentes como grupos y estratos sociales diferentes con que se halla relacionado. Estos egos difieren tanto entre sí como los grupos y estratos sociales donde se originan» (1969:548). Sorokin recoge toda una tradición del pensamiento social sobre la pertenencia que se remonta a Cooley, Simmel, Park y Schmalenbach, según la cual el individuo pertenece de una forma más o menos consciente a múltiples grupos sociales diferentes (Cooley, 1902). Así, la constatación empírica de las múltiples formas de división objetiva de la sociedad estuvo asociada, desde hace tiempo, a la generalización de la idea de que hay múltiples representaciones de las diferencias y las similitudes en el imaginario colectivo. Un hecho y otro están profundamente liga6 Y esto no sólo es evidente para las Ciencias Sociales. Mucho antes y todavía hoy, la novela ha sido un recurso utilizado por muchos pensadores para mostrar la pluralidad de imágenes que los sujetos suelen tener de si mismos y su entorno (González, 2001: 54-60).
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dos. Si asumimos la pluralidad objetiva de la diferenciación social, se acepta, también, la variedad de imágenes que son posibles de este hecho. La importancia de la multiplicidad de las identidades sociales sobre la acción social se puede observar por el efecto que ha tenido en el sistema político. En los sistemas europeos el voto no es simple. Es decir, el ser de izquierdas no lleva a votar siempre a la izquierda, ni el ser regionalista lleva a votar a los regionalistas. Más bien, el sistema de partidos ha venido a desarrollar unas identidades políticas compuestas en las que se cruzan las variables ideológicas modernas con las variables nacionalistas-estatalistas. De modo que, en este nuevo modelo de identificación, los votantes y simpatizantes de los partidos políticos definen su apoyo en función de ambas variables (Lancaster, 1999: 70-72). Igualmente ocurre en muchos otros casos, por ejemplo en la decisión de pertenecer y repartir nuestro tiempo en unas asociaciones u otras, en afiliarse a sindicatos, en hacer amistades, y otras acciones que requieren de la decisión de vincularse a otras personas o defender unas ideas o a un grupo. Las identidades sociales en Europa más representativas están relacionadas con la historia de los europeos. En las celebraciones nacionales se observa que las más relevantes son las religiosas, las ligadas a la victoria en las Guerras Mundiales, las de carácter clasista y las nacionales (Therborn, 1999: 224-227). Pero no son los únicos tipos de identidades sociales de los europeos. También existen imágenes claras de la existencia de generaciones diferentes, de géneros sexuales diferentes, de ideologías políticas diferentes, de diferencias regionales, y de grupos con consumos y estilos de vida diferentes. Y, la gente se comporta siguiendo pautas que les diferencian de unos y los igualan a otros con actos como comprar cierto tipo de ropa, ir a cierto tipo de locales, participar en ciertas manifestaciones públicas, hacer turismo en ciertos lugares, etc. Son ingentes las formas en que se hacen presentes en la vida cotidiana la diversidad de identidades sociales que hemos aprendido y que nos inducen a actuar de cierta manera. Así pues, los europeos, e igualmente los españoles, no sólo se diferencian por su clase o su nacionalidad, también lo hacen según esas otras muchas imágenes de si mismos y su entorno que han experimentado en su particular historia y ello se refleja en muchas cosas. Si se ven los anuncios de televisión una tarde cualquiera es fácil reconocer unos protagonizados y dirigidos a hombres y otros sólo a mujeres o sólo a niños o sólo a adultos o a jóvenes y adolescentes, a clases medias o a clases altas,… Si se pasea por un kiosko cercano, se percibe la variedad de revistas que hay: unos para hombres, otros para mujeres, otros para personas con más estudios, otros para gentes con aficiones particulares, otros para niños, otros para jubilados y jubiladas,… Si se observan las políticas sociales se aprecia cómo se han ido dividiendo por segmentos sociales a los que se les ha reconocido una situación especial de vulnerabilidad como las mujeres trabajadoras, los jóvenes, los pensionistas, los discapacitados mentales, los discapacitados sensoriales, los discapacitados físicos, los desempleados, las familias numerosas, las familias sin ingresos estables, los ancianos, los niños menores de tres años, de seis años, de dieciocho años,…Si se estudian las listas de asociaciones se observa que las hay religiosas, de ayuda mutua entre colectivos
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marginales o afectados con enfermedades particulares, recreativas, de voluntariado local o internacional, deportivas, políticas, de defensa de la paz, el desarme, el medio ambiente, de grupos específicos como las amas de casa, las asociaciones de padres de alumnos, las asociaciones de vecinos, las de jubilados, las de pensionistas, las juveniles, las sindicalistas, las patronales,…Todo ello refleja una variedad de maneras de verse a si mismos. Ante tal diversidad de referencias imaginarias, que se hacen reales en sus consecuencias o que son objetivas en algún sentido, el sociólogo se ve impelido al estudio sistemático del conjunto de todas las identidades sociales con el fin de obtener una mejor visión sobre los conflictos sociales latentes, qué tipos de clases y grupos tienden a formarse ya no sólo desde un enfoque objetivo sino subjetivo. No vale con el estudio de una en concreto para comprender las respuestas que una sociedad hace en un momento determinado a las preguntas que nos planteábamos de ¿quiénes somos nosotros? Cada individuo puede dar una respuesta diferente dentro de los límites culturales con los que se encuentra. Pero esos límites son muy amplios hoy en día. 0.2.2. El problema de la ordenación de las identidades sociales La pluralidad de identidades sociales no sólo se produce en la cultura. También los individuos aprenden diversas formas de diferenciar e identificarse. Debido a ello, la Psicología Social llegó a encontrarse con un problema fundamental: el problema de la identificación compleja. Esta cuestión comenzó a ser estudiada en los años cincuenta a partir de los estudios previos de Mead, Goffman y otros Interaccionistas Simbólicos. Desde entonces ha quedado patente en muchas investigaciones que las identidades sociales se encuentran en los individuos ordenadas jerárquicamente. Dicho orden produce, según Stryker, una identidad básica (salience identity). Ésta es la representación que con más probabilidad será invocada en una variedad de situaciones, o, en una situación dada (Stryker & Burke, 2000: 284-297). Por su parte, la Sociología ha olvidado muy a menudo esta cuestión de la identificación compleja, es decir, cómo se organizan las representaciones de las diferencias por género, edad, etnia, religión, ideas políticas, ocupación, situación laboral, estilos de vida y demás en la conciencia de pertenencia de los individuos. Aunque dicha cuestión resulta esencial para comprender la fuerza, el poder o el peso de dichas imágenes en una sociedad concreta7. Si el identificarse con un tipo de grupo social ayuda a actuar como perteneciente a tal, y dedicar 7 La importancia relativa de las identidades sociales en el imaginario social de las poblaciones ha sido una cuestión estudiada por diversos autores, pero sin que haya llegado a consensuarse un término para nombrar a esta dimensión del estudio de las identidades sociales y la identificación. Tres nombres aparecen habitualmente: poder, fuerza y peso. La primera se utiliza con connotaciones que llenan de ambigüedad al concepto al referirlo a la influencia de las identidades sociales sobre la acción social (Castells, 1998). El término «fuerza» también recoge parte de esa idea de «empujar a la gente a morir o matar» (Therborn, 1999, 215). Y es el término «peso» (weight) el que más aséptico parece que recoge sólo la idea de ser más relevante en la conciencia de la gente (Sen, 2006)
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esfuerzos y recursos a la empresa de una colectividad con la que uno se identifica, y, sin que exista esa identidad, parece difícil que un agrupamiento se llegue a producir (Castells, 1998), entonces, el peso relativo que una identidad social tenga sobre las demás en la conciencia de pertenencia de los miembros de una sociedad será esencial para que una colectividad adquiera toda su fuerza o la pierda por completo (Tezanos, 2001). Sobre la cuestión del orden de las identidades sociales, se puede partir de la idea de que las identidades sociales se ordenan institucionalmente alrededor de un núcleo que va ensanchando su círculo de relaciones. Así, en cada uno de los «superiores» se engarzan todos los miembros de los círculos «menores». Dicha idea subyace en la consideración de que el orden institucionalizado en las sociedades europeas durante el siglo XX era uno en el que las identidades nacionales y de clase eran las de orden superior y después iba el resto. Al mirar muchos estudios sociológicos del siglo XX, parece que esta visión estaba muy generalizada pues los investigadores tendían a centrarse especialmente en esas formas de identificación social. Sin embargo, las pruebas empíricas han hecho considerar que dicho orden no es tan estable (Turner, 2001), ni generalizado. Frente a la perspectiva concéntrica, se puede considerar la perspectiva asociativa. Según ésta, las identidades sociales no definen círculos concéntricos en torno al individuo. Muchas identidades sociales asocian al sujeto con individuos disimilares entre sí en otros aspectos. Se pueden compartir intereses con otras personas por compartir una misma edad pero, en otros aspectos, por ejemplo la clase social de pertenencia o el género, encontrarse enfrentados. Por ello, los egos o imágenes diferentes de uno mismo surgidas en la interacción social se enfrentan entre sí, plantean dilemas al sujeto a la hora de orientar su acción (Elster, 1997). Nuestra pertenencia no está tan enclaustrada. Aún así, unas identidades sociales definen el universo social de tal modo que pueden restringir la imagen sugerida por otra forma de identificación. Un estudio, realizado sobre el efecto de las identidades sociales de los noruegos en los referendos sobre Europa de los años noventa, destaca que la identidad danesa tenía significados diferentes para aquellos que eran de izquierdas que para aquellos que eran de derechas. Mientras que, para unos, lo que constituía el núcleo de lo danés era el modelo de Estado del Bienestar escandinavo frente al modelo neoliberal de la Unión Europea y era eso lo que había que defender; para otros, lo danés era la soberanía frente a lo alemán, que era la imagen central de la Unión Europea que ellos destacaban. De modo que, el debate sobre la entrada en la Unión Europea se realizó en función de representaciones de barreras similares pero con contenidos diferentes (Jenkins, 2002). Lo cual no implica que los miembros de la izquierda considerasen que los miembros de Dinamarca fueran sólo los de izquierdas o que los de derechas pensaran que los daneses fueran sólo los de derechas. Sólo indica que la identidad como danés tenía un significado que dependía de la identidad ideológica de los sujetos. Por consiguiente, desde esta perspectiva asociativa, el individuo se encuentra infiltrado en numerosos círculos de relaciones o redes que más o menos interconectados e influyéndose entre sí, gravitan en su vida cambiando su
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relevancia en el tiempo y el espacio (Gil Calvo, 2001:268-269). Y sus identidades sociales son algunos de los elementos que están en negociación en cada actuación del sujeto –en negociación interna según autores como Elster (1997) o en negociación entre todos a través de la interacción social según autores como Goffman, Erikson o Stryker–. De modo que, sea como sea, las representaciones sociales de la pertenencia terminan jerarquizadas en la conciencia de los actores sociales aunque sea de forma temporal. 0.2.3. Cambio e innovación de las identidades sociales Además de la cuestión de la pluralidad y la ordenación flexible de las identidades sociales, los científicos sociales han observado que existen cambios temporales en ese depósito o espacio cultural heredado así como en el imaginario colectivo de la diferenciación social. En cada época y lugar, las formas de identificación social cambian al igual que las creencias, los valores o las tecnologías. No son las mismas revistas las de hoy que las de hace treinta años, ni los mismos tipos de anuncios, ni las formas de asociarse de la gente. A lo largo del tiempo van cambiando los gustos, las costumbres y la experiencia de la gente. Y éstos van demandando o necesitando nuevas formas de satisfacer sus necesidades personales y colectivas. Asimismo, van cambiando las identidades sociales. Unas van apareciendo y otras desaparecen o dejan de ser relevantes. En España, por ejemplo, las identidades de clase, las identidades políticas y las identidades religiosas han dejado de ser relevantes para una gran proporción de gente a comienzos del siglo XXI respecto a como lo eran en los años ochenta (Tezanos, 2001). Y, eso se ha reflejado en cosas tales como que, a largo de los años, los españoles han dejado de participar en las misas de los domingos, en la vida de las parroquias o de simplemente declararse católicos en las encuestas de opinión, en afiliarse a los partidos políticos o a los sindicatos de clase o en la reducción de la vinculación con otros en asociaciones sin ánimo lucrativo y para la defensa política de sus intereses colectivos. Por otra parte, muchas de esas identidades sociales han cambiado de significado para la gente. Uno de los cambios de este tipo más significativos es el de conceptos como joven o mayor. El joven de los años ochenta era muy diferente del joven de los noventa o de la actualidad. La juventud implicaba un estilo de vida diferente, unas expectativas distintas, una forma de trabajar distinta, un tiempo de la biografía personal diferente, unas metas distintas. Igual, el ser mayor también ha cambiado. Sea por la razón que sea, una persona de setenta años de hoy no vive, ni se siente como la que tenía esa edad hace veinte años. Ha cambiado todo, tanto sus riesgos como sus posibilidades. Y, por ello, ser «mayor» es algo diferente para todos. Esta diversidad de cambios debe ser analizada separadamente. En cada identidad social se distinguen dos dimensiones analíticas: la frontera (boundary) y el contenido (content). Cada representación está formada por un nombre específico que define el contorno del grupo, y por un significado, autónomo del
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propio nombre, ligado a la experiencia colectiva sobre cada categoría (Barth, 1976). Las fronteras son los atributos culturalmente asentados que clasifican a la población configurando una imagen de ésta segmentada en unas categorías excluyentes. Una sociedad puede ser dividida por sexos, edad, hábitat, nacionalidad, ideologías, creencias religiosas, etc. Cada una de ellas divide en categorías que son variables, según la sociedad y el momento en que se definan. La frontera de género puede dividir en mujeres y hombres. La del sexo, en heterosexuales, homosexuales, bisexuales, etc. La frontera de nacionalidad, en españoles, ingleses, estadounidenses, franceses, marroquíes, cubanos, israelitas, palestinos, etc. La frontera étnica, en blancos o payos, gitanos, negros, orientales, etc. La frontera nacional-regional, en Catalanes, Vascos, Navarros, Andaluces, Madrileños, Castellanos, Gallegos, Canarios, etc. La frontera de clase social, en clase trabajadora, clase propietaria, clase alta, clase baja, clase media, clase obrera, clase proletaria, infraclase, etc. La frontera ideológica, entre izquierdas o derechas, ecologistas, pacifistas, nacionalistas, europeistas, etc. La frontera religiosa, entre católicos, protestantes, agnósticos, ateos, mormones, pentecostales, opusinos, de comunidades de base, carismáticos, gnósticos, etc. La frontera de estilos de vida, entre noctámbulos, deportistas, borrachos, bacalaeros, poligonistas, jet-set, yuppies, etc. La frontera laboral, entre ocupados y no ocupados, parados, inactivos, jubilados, amas de casa, estudiantes, obreros manuales, técnicos, administrativos, directivos, ejecutivos, propietarios, etc. La frontera de edad, entre mayores, ancianos, jóvenes, talludos, niños, bebés, etc. Y la frontera generacional, entre los del año 39, los del 42, los del 59, los del 68, los del 75, los del 82, los del 89, los del 2001, etc. De modo que cada tipo de frontera divide a una población, es decir configura el mundo de una forma diferente (Balibar, 2006:81), siendo todas ellas compatibles entre sí. El contenido de una identidad social también es contingente. El significado de ser viejo o joven, de clase media o baja, obrero o estudiante, español o inglés, catalán o andaluz u hombre o mujer ha cambiado a lo largo de la historia y del lugar. El contexto económico, político, cultural y social determina el significado de cada forma de identificarnos (Jenkins, 2002). Lo que una frontera significa para cada sujeto depende de la experiencia particular de éste en su encuentro cotidiano con los demás. Esto implica que el significado es variable. Aunque la frontera sea la misma, su contenido cambia para los actores sociales. Debido a ello, Jenkins ha distinguido entre identidad social nominal e identidad social virtual haciendo alusión con la primera a la que es definida sólo por el nombre y con la segunda a la experiencia que la llena de contenido (Jenkins, 1996: 24). Así, por ejemplo, todos los varones comparten la identidad masculina pero ésta no tiene porqué significar lo mismo para todos. Si se habla de la identidad masculina o de género se hace referencia al atributo que define la frontera. Si se habla sobre lo que implica ser un hombre en un contexto determinado y para un sujeto particular se hace referencia a la identidad virtual. La constatación de los cambios de las fronteras y los contenidos de las identidades sociales ha llevado a la Sociología a preguntarse por cómo se pro-
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ducen éstos y a qué dinámicas responden. Las identidades sociales son hechos culturales. Las culturas no son dimensiones estables en el tiempo y el espacio sino que cambian constantemente a través de un proceso interminable de adaptación del ser humano al ambiente en el que vive y que le exige una constante innovación de sus ideas (White, 1979). Debido a la capacidad creativa de los seres humanos, éstos son capaces de desarrollar nuevas ideas y cosas materiales. Y, gracias a su capacidad de transmitir dichas creaciones, y al empuje dado por grupos interesados en dicha innovación (Morrison, 1979), es posible que tales ideas puedan pasar a formar parte de la cultura. Entonces, dicha idea o creación material se convierte en una innovación cultural, es decir: una idea cualitativamente diferente de las existentes hasta ese momento, sobre algún aspecto de la realidad, que llega a institucionalizarse (Barnett, 1953). Ciertamente existen resitencias a la innovación y ello puede hacer que una idea nueva no se llegue a transformar en algo material o práctico, que se utilice en la vida cotidiana por parte de los actores sociales o las organizaciones, o que no llegue a ser transmitida a la mayoría, sino que permanezca en el depósito cultural común a través de algún soporte como los libros sin llegar a ser utilizada. Pero, una vez transmitida, ya será parte del depósito cultural, aunque sólo será una innovación cultural desde el momento en que se ponga en funcionamiento. ¿Qué fuerzas son las que producen la innovación cultural? Éstas son de carácter sistémico. La innovación cultural se produce en un sistema social que se transforma. Es parte del proceso de transformación constante del sistema social, de sus adaptaciones, readaptaciones y revoluciones. No es un hecho aislado. En él influyen muchos elementos entre los que destacan la capacidad reflexiva de los sujetos y las dinámicas internas de la cultura y la estructura social (Barth, 1967: 668). Las dimensiones básicas de un sistema social son tres: la estructura, la cultura y la acción social. De las tres, la última resulta esencial en la producción del cambio debido a la capacidad reflexiva del sujeto social que le permite reaccionar y encontrar nuevas vías de organización social. Los actores son capaces de verse ellos mismos como objetos de conocimiento y evaluación así como a sus propias creaciones. Eso les capacita para instituirse como agentes de sus actos y no como meras marionetas de las determinaciones situacionales. Por ello, los sujetos pueden cambiar su forma de actuar y, como consecuencia de la asimetría que producen entre las tres dimensiones sistémicas, generar un nuevo orden (Therborn, 1991:3). (Figura 1)
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FIGURA 1. El cambio del Sistema Social Estructuración
Sistema 1
Espaciamiento
Reacciones de poder
Acción colectiva
Sistema 2
Aculturación Tiempo 1
Tiempo 2
Implica Afecta Fuente: Göran Therborn, 1999: 17.
Pero las otras dimensiones son también fundamentales. El actor social actúa en un contexto estructural ante el que reacciona, y cultural, que le proporciona las herramientas básicas para su propuesta innovadora. La innovación cultural es el resultado de las tres dimensiones sistémicas. Y, a su vez, todas ellas serán transformadas al aplicarse la innovación. Así, como explica Therborn, el sistema social se transforma de forma paulatina en el tiempo, producto de la interacción asimétrica entre sus dimensiones. Mas que una estructura social, lo que nos encontramos en un momento determinado es el resultado parcial de un proceso continuo de estructuración. Y más que una cultura, lo que se encuentra el sociólogo es un proceso continuo de aculturación o desarrollo de los componentes culturales de una sociedad (1999: 15). Por consiguiente, las fuerzas que producen una innovación cultural –como es una nueva imagen colectiva de las diferencias sociales– son, tanto, los cambios estructurales, como, la acción social y colectiva de los actores sociales. Desde la perspectiva teórica del cambio social expuesta por Therborn, la transformación de las identidades sociales, tanto de modificación de las diferentes identidades sociales nominales, como de sus significados debe responder a los procesos de aculturación y estructuración social ocurridos, así como a las acciones colectivas de la sociedad española durante estos años. De todos esos problemas, este libro se centra en uno en concreto: el problema del cambio de la ordenación de la pluralidad de las identidades sociales nominales. Se trata de analizar cómo, en España, éste se produjo en un momento determinado (de 1985 al año 2004). Y, de cómo surgieron nuevos modos de identificación en el que las identidades generacionales se fortalecieron, en niveles muy superiores a los de cualquier otra identidad social, en la conciencia de pertenencia de los españoles en todo ese período. Y, se probará como los cambios ocurridos en los procesos de estructuración influyeron decisivamente en dichas tendencias.
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0.3. Estructura del libro En este libro se demuestra la conexión que se produjo entre las transformaciones de la estructura social y la variación del peso de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia de los españoles a lo largo de un período de tiempo que dura veinte años y que está marcado por la intensidad de sus cambios sociales. Dicha investigación viene a confirmar la estrecha relación que se produce entre lo estructural y lo cultural en la dinámica de ordenación de las identidades sociales de manera que éstas últimas no cambian su peso en cualquier sentido en la conciencia social, sino en el mismo en que cambian en la dimensión estructural. La conciencia de pertenencia está ligada a la experiencia social. En este trabajo quedará por aclarar el efecto de los movimientos sociales y otros agentes sociales sobre tales hechos. Asimismo, tampoco se ha tenido en cuenta la posición social como elemento o factor que influye sobre la identificación de los tipos de grupos de pertenencia. Como se ha indicado, ello se debe a que se ha considerado que lo que determina la preeminencia de una forma de identificación es el proceso selectivo estructural que experimenta un grupo social, más que la experiencia de la posición social concreta y temporal que ocupe un individuo. Los capítulos de este libro se ordenan del siguiente modo: En primer lugar, se plantea la problemática actual en torno a la cuestión del cambio del peso de las identidades sociales y se definen los condicionantes del peso de las identidades sociales desde una perspectiva teórica. En el siguiente capítulo, se realiza un análisis sobre los instrumentos de medida del peso de las identidades sociales y se detalla brevemente cómo se han analizado las series temporales. En el tercer capítulo, se analizan las tendencias del peso de las identidades sociales en la sociedad española. En el cuarto capítulo, se aportan y analizan los datos principales sobre el cambio estructural en España relacionados con los procesos de selección social. Y en el último capítulo se establece la relación existente entre las tendencias estructurantes y las tendencias de las identidades sociales en España. Finalmente, se sugieren nuevos interrogantes que surgieron a lo largo de la elaboración de este libro y a partir de las conclusiones de este estudio. Los datos utilizados sobre las identidades sociales básicas proceden de las encuestas anuales sobre tendencias sociales realizadas por el Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (GETS)8, que, como se explica en el capítulo me8 El Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales está formado por un amplio conjunto de profesores universitarios que trabajan en distintas Universidades españolas. Este grupo realiza una encuesta nacional con muestras superiores a 1.700 casos cada año desde 1995. En el cuestionario de esta encuesta nacional siempre se incluye un módulo denominado «Tendencias Sociales» que incluye dos preguntas sobre el peso de las identidades sociales para los individuos. Dicha pregunta fue utilizada previamente en al menos cinco encuestas nacionales realizadas por el profesor Tezanos y el profesor Alaminos entre otros, desde 1985 a 1991 cuyas muestras fueron superiores a los 2.200 casos. Toda esta información se amplía en el capítulo metodológico. Ver también algunos de los distintos informes publicados por el GETS desde 1997 e incluidos en la bibliografía de esta tesis donde se pueden encontrar una copia de los cuestionarios indicados, los detalles de la distribución de las muestras y otros aspectos relacionados.
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todológico, es uno de los instrumentos mejor diseñados para el seguimiento de la tendencia del peso relativo de las identidades sociales en estudios cuantitativos. La investigación se ha desarrollado en su totalidad en el marco del Programa de Investigación que GETS comenzó en 1995 y al cual me incorporé en el año 2000. El proyecto central desde 1997 ha tenido como objetivo profundizar en las causas y consecuencias de la exclusión social en las Sociedades Tecnológicas Avanzadas, siendo el principal caso de estudio España. Este proyecto se enmarca en una teoría general sobre el cambio social entendido como resultado de tendencias sociales. A esta teoría también han contribuido de manera importante los trabajos realizados por el Grupo de Estudio sobre Cartografía Social. Sin el trabajo teórico y empírico realizado por estos grupos de investigación, esta investigación no hubiese sido posible.
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1. El peso de las fronteras sociales
La cuestión de cuáles son las fronteras sociales en cada sistema social ha preocupado especialmente a los sociólogos dedicados al estudio de las desigualdades sociales y el cambio social. Éstos son los que descubren, reiteradamente, la multiplicidad de atributos culturales que pueden llegar a ser relevantes en la formación de las estructuras de desigualdad, en las relaciones sistémicas de poder y en la configuración de los escenarios de conflicto social y político. Marx y Weber, padres de la Sociología, son casos paradigmáticos de analistas preocupados por la desigualdad y que comprendieron las estructuras de éstas como sistemas de estratificación de grandes conglomerados jerárquicamente relacionados. Y, desde ellos, son cientos los estudiosos que han ahondado en estas perspectivas. Desde los años setenta del siglo XX al menos, son muchos los estudios que destacan la importancia que distintos atributos culturales de clasificación –sobre todo las de clase, etnia y género– han adquirido como formas de clasificación, diferenciación, desigualdad o agrupación social en las sociedades complejas. Los estudios de Parkin sobre las barreras sociales (Parkin, 1974), hasta las investigaciones de Tilly sobre las formas categóricas de desigualdad en Estados Unidos (2000), o de Mendras (1997)sobre las «brechas socioculturales» de las estructuras sociales contemporáneas europeas son referencias obligadas. Pero el estudio de cómo funcionan y actúan estos atributos culturales ha sido desarrollado, especialmente, por los ingentes estudios sobre exclusión social de grupos sociales como las mujeres, los jóvenes, los mayores, los minusválidos físicos, psíquicos o sensoriales, los negros o los indígenas desarrollados a partir de los estudios franceses de los años setenta sobre la cuestión y que se asentaron de una forma definitiva gracias a los estudios de Robert Castel sobre la desigualdad en las sociedades salariales (Castel, 1993). Y, asimismo, otros estudios se dirigen al análisis de cómo grupos sociales definidos por esos atributos han dado lugar a nuevos tipos de demandas de reconocimiento de esas colectividades, de su identidad y sus intereses colectivos (Piore, 1995; Castells, 1998).
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La perspectiva predominante ha estado marcada por la consideración objetivista del proceso de conformación de las clases sociales, así como de las demás formas de desigualdad y poder. Desde esta perspectiva, la importancia de cada frontera social se tiende a medir de forma objetiva. Las clases teóricas –definidas a partir de cómo se distribuyen las tareas, los derechos y los medios materiales entre las poblaciones, o cómo se distribuye el poder político –son clases reales. Es decir, éstos son grupos reales de individuos con conciencia de su condición y de sus intereses comunes, una conciencia que simultáneamente les une y les opone a otras clases. Desde dicha perspectiva tiende a obviarse la dimensión subjetiva del proceso de conformación de las relaciones de poder (Bourdieu, 2002: 111). Se obvia el problema derivado de la pluralidad de las pertenencias sociales, que no sólo emanan de la estructuración de los recursos sociales, sino de los procesos selectivos basados en componentes culturales. Se considera que las relaciones de poder son iguales a las relaciones de desigualdad. De modo que, definidas las dimensiones centrales de desigualdad en el acceso a los recursos sociales, obtenemos los ejes centrales de las relaciones de poder. Lo cual tiene como consecuencia que el esfuerzo investigador se centre en el estudio de las formas objetivas de desigualdad social9. Por el contrario, la cuestión subjetiva ha sido fundamental para los teóricos del constructivismo social. Estas teorías han estado centradas especialmente en el estudio de los movimientos sociales. Su principal aportación ha sido su análisis sobre cómo estas formas de acción colectiva son capaces de dar sentido a las categorías sociales, proporcionarles un significado y modificarlo con el fin de conseguir la movilización de sus bases potenciales (Melluci, 1999a). De manera que, los movimientos sociales consiguen focalizar la mirada de la sociedad sobre un problema concreto y desarrollar en torno a éste un conflicto sociopolítico que puede llegar a transformar las creencias y las estructuras del sistema social relacionadas con dicha problemática. Para ello, un elemento esencial es una identidad colectiva que permita movilizar a los potenciales activistas o militantes del movimiento social. Lo cual obliga a afirmar la importancia de la subjetividad como paso intermedio entre los procesos de estructuración y las relaciones de poder que darán lugar a acciones colectivas transformadoras. Frente a las perspectivas meramente mecanicistas, el estructuralismo constructivista de Pierre Bourdieu (1989) o la teoría de la conformación de las clases sociales de José Félix Tezanos (2001) son ejemplos de sociologías que han incorporado la dimensión subjetiva. Según éstas, las relaciones de poder no se organizan en función sólo de las estructuras organizativas, sino de la conciencia sobre éstas que la población tiene. Es decir, los grupos o clases que llegan a tomar forma en una estructura de poder conflictiva no surgen, directamente, de las
9 Véase, por ejemplo las relecturas continuas de Weber y Marx que neomarxistas y neoweberianos han seguido haciendo a lo largo de los años ochenta y noventa en la búsqueda de clasificaciones más acordes con la «realidad» para definir cómo se estratifica la sociedad y consecuentemente el poder como E. O. Wright o Golthorpe.
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estructuras objetivas. Esta relación está tamizada por una fase intersubjetiva en la que los miembros de la sociedad, los actores sociales individuales se agrupan en torno a unos intereses colectivos frente a otros en función de una identidad social común que tiende a predominar en su conciencia social en ese momento concreto (Tezanos, 2001; Bourdieu, 2002). Desde esta perspectiva, el estudio del peso o importancia de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia adquiere toda su importancia. A la preocupación por las fronteras objetivas de la desigualdad se añade la cuestión de cómo son percibidas por los miembros de la sociedad.
1.1. El debate sociológico sobre el peso de las identidades sociales y su cambio en el tiempo El debate sociológico sobre el peso relativo de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia gira en torno al problema de la influencia de la estructura social sobre el proceso de identificación. En dicho debate se plantean, básicamente, dos cuestiones: Primero, si la dimensión estructural influye, y en qué grado, sobre el proceso de identificación con grupos sociales, o si, por el contrario, ésta es una cuestión estrictamente cultural o psicológica. Segundo, qué elemento de la estructura influye sobre dicho proceso. El desarrollo del debate no sigue una trayectoria temporal. No es acumulativo. En él hay distintas aportaciones que no siempre se suman para aclarar las cuestiones o matizarlas sino que parecen muchas veces desligadas entre sí, sin conexiones claras, sin conocimiento por parte de unos autores de lo que otros afirman o niegan, ni de lo que sus investigaciones aportan. Así y todo, cada enfoque de los que más adelante se señalan añade algún matiz que, visto en conjunto, indican algún aspecto especial que debe ser considerado al elaborar un marco teórico de análisis adecuado. La presentación uniforme y completa de las aportaciones que se han realizado desde cada perspectiva resulta una tarea harto compleja que desborda a este trabajo. Aquí se presenta sólo una síntesis de dicho debate que intenta trazar sólo las perspectivas más relevantes para el marco teórico finalmente desarrollado. Al exponer las ideas más relevantes del debate en este apartado, se ha tenido en cuenta que, explícitamente, la cuestión del peso de las identidades sociales ha sido tratada sólo recientemente en la Sociología de forma empírica y sistemática. Desde otras disciplinas o enfoques teóricos como la Psicología Social o el Interaccionismo Simbolico, el diferente peso subjetivo de las identidades sociales en la conciencia de los individuos fue tratado previamente. La introducción del concepto de identidad básica fue realizada por Stryker que la denominaba «salience identity». Los primeros estudios detallados sobre ello se remontan a mediados de los setenta, cuando algunos autores se propusieron segmentar a la población a partir de sus respuestas al TST (Twenty Statement Test), –el instrumento más típico utilizado por la Piscología Social para estudiar las formas de identificación de los individuos y grupos desde los años cincuenta
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creada en el seno de la Universidad de Iowa por Khun y McPartland entre otros– (Escobar, 1989). En un artículo de 1976, Hooper, un analista, se quejaba de la parcialidad de los estudios realizados hasta ese momento porque siempre tenían en cuenta sólo una identidad social particular y segmentaban a la población en función de ella, y porque cuando se permitía al individuo expresar su pluralidad de identidades se hacía con instrumentos ineficaces para medir la asociación con otras variables (Hooper, 1976). Sin embargo, gran parte de la Sociología tardó una década más antes de comprender la importancia de la cuestión. Será en los años ochenta y noventa cuando comenzará a haber estudios de estas características con una clara orientación sociológica y empírica. Y, en la actualidad, son todavía pocos los estudios que incorporan un análisis empírico de la pluralidad y ordenación de las identidades sociales. Éstos se han desarrollado especialmente desde la perspectiva cualitativa, más preocupada, a menudo, por las identidades sociales virtuales que por las nominales. Por ello, la exposición del debate que se detalla a continuación presenta las ideas principales de las corrientes que han influido o, en olvidar esta cuestión (mecanicistas) o, en impulsar y desarrollar su estudio (las teorías culturalistas y las teorías de la subjetividad estructurada). Lo más relevante de ellas es que perciben la relación entre lo estructural y lo cultural, así como el papel que cumple la persona en la sociedad de modo dispar. Y eso es lo que las lleva en direcciones opuestas. Es necesario acentuar estas disparidades para poder reconocer cuáles son los problemas teóricos heredados. Ese es el objetivo de este epígrafe, más que el de presentar el debate en toda su amplitud y con todos sus matices. 1.1.1. Las teorías mecanicistas y el factor cultural Las fronteras sociales son concebidas por las corrientes mecanicistas u objetivistas como divisiones objetivas que crean clases sociales reales con los que sus miembros se identifican o pueden identificarse. En función de tal supuesto, las teorías mecanicistas –tanto en la versión neomarxista, que incide más en la importancia de las relaciones de explotación como base de la desigualdad y el conflicto posterior, como en su versión neoweberiana, que incide más en la centralidad de las relaciones de dominación– coinciden en ignorar, en la mayor parte de sus análisis, la importancia de la subjetividad en la conformación de las clases y grupos sociales. Estas aproximaciones insisten en que las clases y grupos sociales definidos teóricamente son clases y grupos reales. Y que, por tanto, la organización de la estructura de roles y status sociales determina cómo serán las formas de identificarse la gente. Cuando las formas de identificación no coinciden con las de la posición de rol-status del sujeto –algo que ha ocurrido recurrentemente desde hace décadas en la investigación social– el sociólogo mecanicista se plantea que ello está motivado por la influencia de agentes externos como los Mass-media o las clases dominantes generadores de «ideologías», tal y como las llamó Marx.
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En los años cincuenta del siglo XX, algunas investigaciones plantearon dudas sobre la determinación estructural de la conciencia social. Ello ocurrió tanto en los estudios sobre las clases medias como en los relacionados con el aburguesamiento de la clase obrera10. La tendencia observada por entonces de acentuación y extensión de la identificación con la clase media en las sociedades anglosajonas, exigió nuevos enfoques que explicasen cómo se forma la conciencia de clase. Autores, como David Lockwood, demostraron que la conciencia de clase es una función de factores económicos y también de otros de naturaleza cultural como las ideas, las visiones del mundo y los estudios académicos realizados así como aquellos otros que influyen sobre el status y la autoidentificación de clase (1962: cap. VI y V). Dichos resultados fueron una puerta abierta a la investigación sobre las limitaciones culturales de la conciencia social. Y, a su vez, aproximaba la sociología de la desigualdad hacia las teorías de la subjetividad social y de los condicionamientos del saber desarrolladas por autores como Manheim, Sorokin, Gurvitch, Parsons, Merton y Znaniecki. Dichos autores negaban el determinismo estructural del pensamiento para afirmar su condicionamiento debido a que otros factores como la ideología total y las convicciones e ideas de los grupos dominantes también influyen sobre el conocimiento de la realidad, al igual que dinámicas estructurales como la movilidad social horizontal y vertical. Pero, aún así, no se puede decir que negasen en algún momento el principio mecanicista. Más bien las aportaciones de estos autores fueron modificaciones paulatinas que exigían cambiar el principio determinista por el de la influencia o causalidad múltiple. Para ahondar en la cuestión de la difícil manera de configurarse la conciencia social, otro autor, Stanislaw Ossowski, mostró la pluralidad de formas que adopta la conciencia social sobre la estructura de clases en los años sesenta. En primer lugar, Ossowski constató la multiplicidad de representaciones sociales de la estructura de clases que convivían en las sociedades occidentales. Éstas se podían distinguir según dos criterios: el elemento de referencia o división utilizado y el número de grupos en que se divide a la sociedad (Ossowski, 1972: 184). El primero diferencia las imágenes que hacen referencia a un sólo factor de clasificación –como la propiedad o la ocupación– respecto de aquellas que resultan de la síntesis de varias dimensiones como son: el grado de riqueza, el presupuesto del gasto, el nivel de instrucción, el rango profesional y el origen social. Y el segundo criterio diferencia tres tipos distintos de imágenes: las que distinguen sólo dos categorías antagónicas, las que distinguen distintas capas graduales y las que diferencian según clases funcionales. En segundo lugar, Ossowski llegó a la conclusión de que esta pluralidad de imágenes estaba muy influida por la estructura social ya que la aplicación de esquemas de referencia diferentes en distintos contextos históricos podía ser explicada como expresión 10 Sobre la cuestión de la concepción y análisis del aburguesamiento de la clase obrera desde sus orígenes, el estudio de José F. Tezanos en su libro ¿Crisis de la conciencia obrera?, Madrid, Mezquita, 1982, pág. 27-46 fue una de las primeras aproximaciones empíricas de la Sociología española a la cuestión junto con la de Víctor Pérez Díaz en su libro Clase obrera, partidos y sindicatos, Madrid, INI, 1979.
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de criterios o intereses dominantes disímiles en cada momento cultural producidos por una estratificación social diferente. La estratificación social condicionaba el desarrollo de los antagonismos de los intereses de clase, y éstos, a su vez, condicionaban la conciencia de clase (Ossowski, 1972: cap. XII). En concreto, Ossowski consideraba que la toma de conciencia de la clase de pertenencia depende de los intereses de la clase dominante que actúa fomentando una visión sobre otra. Es decir, la relación entre estructura y conciencia está mediada por otro elemento: la acción de los agentes dominantes. No existe una frontera clara entre la conciencia «verdadera» y la falsa conciencia. Hay límites culturales a la conciencia social. Estos son, principalmente, el conjunto de representaciones de las estructuras sociales en los que una sociedad determinada socializa a sus miembros. Difícil es que el individuo sea consciente de una estructura determinada si el ambiente cultural no le ofrece las herramientas conceptuales adecuadas para captarla. Y, en consecuencia, los agentes dominantes son los que determinan las representaciones sociales en tales circunstancias. De modo que, desde esta perspectiva se termina considerando que, debido a todas estas limitaciones que influyen sobre la cultura y socialización del sujeto social, es difícil que el individuo desarrolle una identificación con las clases o grupos sociales reales y objetivos que emergen de las desigualdades sociales. Y pueda «reconocer» su identidad social básica. 1.1.2. Las teorías culturalistas Por otra parte, en los años ochenta y noventa cristalizaron otras perspectivas que consideraban todas las identidades sociales como representaciones sociales de las diferencias de carácter cultural de mismo nivel. Es decir, las clases y los grupos sociales no eran realidades estructuralmente ordenadas sino figuraciones que podían cambiar en el imaginario colectivo en cada sistema social. Estas teorías surgían del estudio del cambio social contemporáneo. La cuestión central que se planteaban es: ¿quién o qué puede crearlas y ordenarlas? Las respuestas principales apuntan hacia: las prácticas de consumo, el sistema de estratificación simbólica y las redes sociales. 1.1.2.1. El mercado de bienes y servicios como productor de símbolos de identificación De las aproximaciones teóricas más extendidas que acentúan el papel de la dimensión cultural en la identificación están las mercantilistas. Éstas parten de la afirmación de dos supuestos sobre las sociedades emergentes: Primero, el modelo o patrón cultural dominante restringe las identidades sociales posibles; Segundo, el marco cultural dominante se desliga de la experiencia estructural productiva en las sociedades emergentes. Con lo que, quien produce los símbolos culturales genera las identidades básicas. Ya no existe la posibilidad de «reconocer» una identificación sino que sólo es posible «negociarla». Desde esta perspectiva se considera que, si en el modelo cultural moderno la identidad estaba ligada a la labor desempeñada en la producción y en las
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actividades de distribución de los recursos, en el modelo cultural postmoderno la identidad se liga a las prácticas y aspiraciones de consumo. De tal modo que, en esta nueva sociedad, es el Mercado de Bienes y Servicios a través de los medios de comunicación de masas el que produce símbolos culturales de mayor extensión (Bocock, 1995: 117). Este proceso ocurre debido a distintos procesos relacionados con lo que se denomina la III Revolución Industrial. Se interpreta que ésta ha destruido los espacios y los lenguajes modernos y ha aislado a los individuos hasta conseguir que el Orden Social pertenezca a un Sistema externo al del individuo. En tal situación, el nuevo orden ha implicado la ruptura de los vínculos estructurales. Por ello, el nuevo sujeto se caracteriza por una individualidad que puede negociar sus identificaciones y crear otras formas momentáneas y frágiles (Barcellona, 1992: 39). La identificación con un grupo ya no hará referencia a las relaciones de poder o desigualdad que se mantienen sino que se construirá a través de las prácticas de consumo. 1.1.2.2. Sistemas de estratificación simbólica y autonomía individual de identificación Desde una posición teórica diferente aunque también culturalista, Palkuski y Waters definieron el cambio del modelo social actual como una transformación desde las sociedades de clase organizadas hacia las sociedades de status convencionales o culturalistas (1996:153-155). Según estos autores, la substantividad del sistema de status convencionales que tiende a dividir la sociedad se caracteriza por: – Implantar un sistema de estratificación basado en las diferencias simbólicas manifestadas en los estilos de vida en función de tipos de consumo, flujos de información, acuerdos cognitivos, preferencias estéticas y valores comunes; – Fragmentar la sociedad en función de una matriz fluida de formaciones frágiles que circulan y se multiplican dentro de un campo globalizado; – No desarrollar un elemento central o una dimensión única según la cual se ordenen las preferencias o los intereses, gracias a una progresiva autonomización de la producción de los intereses. – Desarrollar un proceso de estratificación continuamente fluido y dinámico, con lo que constantemente, los sujetos individuales y colectivos se sitúan una y otra vez, añadiendo o quitando significados a su posición. Por consiguiente, las desigualdades materiales no tenderían a ser las bases de la diferenciación y la similitud, sino que éstas se basarían en diferencias culturales que afectarían a las materiales en las nuevas sociedades. Estas dimensiones simbólicas competirían unas con otras en la dimensión estructural, generando el fenómeno de los múltiples elementos divisorios de status que utilizan la «ocupación» y la posición en el mercado de trabajo como forma de sim-
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bolizar la importancia de uno y la capacidad de consumo que se tiene. En tal sentido, la transformación de las identidades sociales básicas sería el resultado de un cambio en el cual, los órdenes simbólicos serían los que estarían definiendo el sistema de estratificación social. El sistema de clases ocupacionales, aún existiendo, dejaría de ser el que define la posición social. En esta propuesta, la cultura se erige en la dimensión central del sistema social, imponiéndose a la estructura social. 1.1.2.3. Estructuras en red y herencias culturales para la identificación También, incidiendo en el nuevo papel que la Cultura asume en las sociedades emergentes, autores, como Manuel Castells, consideran que el proceso socio-histórico actual de cambio de los vínculos sociales viene a explicarse del siguiente modo: fenómenos generales como la globalización y particulares, como la fragmentación laboral, han conllevado la multiplicación de las identidades sociales y han impedido una conciencia de clase «fuerte» una vez que la mayor parte de los trabajadores adquieren situaciones laborales, consumos y hábitos diferenciados. En tales circunstancias, los individuos recurren a otros elementos de la cultura para desarrollar sus identidades. Es decir, la Globalización, como término compilador de todos los cambios actuales de la estructura social, impulsa la identificación de elementos de diferenciación no estrictamente laborales. Este proceso ha significado la constitución de una sociedad que crea una nueva forma de relacionarse, en redes, donde los símbolos culturales de identidad intentan ser impuestos desde las elites de la sociedad. Pero frente a ellas, han surgido cientos de expresiones colectivas organizadas en redes de comunidades que desafían la globalización y el cosmopolitismo en nombre de la singularidad cultural y el control de la gente sobre sus vidas y entornos (Castells, 1998). Las redes emergen como forma de organización social alternativa a las clases. En la sociedad red, la cultura se forma como un depósito de significados heterogéneos. El sujeto queda ligado a éste a través de las redes sociales. Y, habrá de acercarse a él para conformar el sentido de su acción. Esto no significa que las clases o los grupos sociales dejen de existir, sino que éstos surgen a través de un proceso de identificación subjetiva que utiliza las herramientas culturales que posee una sociedad y en función de la posición de las redes a las que los individuos están adheridos. Por consiguiente, para estos autores, lo estructural sigue siendo un vector central del cambio de las formas de identificación. Pero la cultura heredada se convierte en una fuente de recursos de identificación fundamental frente al poder económico, y autónoma de las estructuras. Por lo cual, el sustrato del conflicto emergente es estructural-productivo aunque su expresión se configura haciendo acopio de referencias culturales heredadas. Lo cual explica que la estructura de clases socio-ocupacional esté quedando relegada a una posición secundaria dentro de las estructuras de poder aún cuando el trabajo sigue siendo un elemento central de diferenciación social (Van Parijs, 1986:453-482) y también que la precariedad en aumento de las trayectorias laborales impida la posi-
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bilidad de crear una forma de identificación basada en la similitud ocupacional (Bilbao, 1993: 38). Y, asimismo, esta perspectiva ayuda a explicar que existe la posibilidad de desarrollar nuevas formas de identificación en un contexto de aumento de la exclusión social. En fin, desde esta perspectiva, se vuelve a afirmar la emergencia de identidades sociales estrictamente culturalistas que no responden a las relaciones de desigualdad objetivas pero ayudan a aunar a la gente y resistir ante los embates de los procesos globales. Y, por consiguiente, las relaciones de poder se hacen más complejas en las sociedades emergentes al desarrollarse un tipo de estructuras sociales distintas de las que culturalmente se visibilizan. Las organizaciones sociales nos organizan en redes y nosotros nos asociamos en grupos. 1.1.3. Teorías de la subjetividad estructurada Sin llegar a ser opuestas a las teorías culturalistas presentadas, las teorías de la subjetividad estructurada son aquellas que han insistido más en el papel de las formas de estructuración social en el desarrollo de las identidades sociales a través de explicaciones que parten del supuesto de que los individuos se identifica en función de su experiencia estructural porque son sujetos estructurados. Y eso no cambia de un sistema social a otro. Lo que cambia es la experiencia social y las formas de estructuración social. Estas teorías intentan no apoyarse en un cambio del papel de cada dimensión sistémica en la conformación de las formas de identificación para explicar el cambio de éstas. Las teorías de la subjetividad estructurada vuelven a algunos supuestos teóricos mecanicistas pero modifican su perspectiva general sobre la naturaleza de las clases y los grupos sociales, así como de los individuos, aproximándose a veces a la perspectiva de las teorías culturalistas. Así, estas últimas teorías proponen explicaciones más parsimoniosas del cambio del peso de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia de la sociedad que las propuestas por las teorías culturalistas. Para ello, destacan el papel de diversos procesos y hechos sociales como son la experiencia social, la lucha por el poder simbólico, el momento subjetivo de la identificación o las instituciones sociales. Todas las teorías buscan lo mismo: hacer emerger, mediante aproximaciones, la relación existente entre la dimensión estructural y la cultural en la conformación de las relaciones de poder. E, insisten en que aquella sólo se puede producir a través de sujetos sociales estructurados que se identifican a través de un proceso en el que ambas dimensiones sistémicas influyen. 1.1.3.1. La experiencia social y la nueva individualidad societaria Dentro de los enfoques del cambio que inciden en la subjetividad del actor individual destacan los enfoques teóricos sobre la experiencia social. Los cuales han sido desarrollados, especialmente, en Francia por autores como Dubar, Martinelli o Dubet. Dubar realiza un análisis de la crisis de las instituciones sociales básicas en Francia. Su conclusión es que los franceses han conseguido ir desarrollando
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nuevas identidades, más flexibles, más centradas en los propios sujetos pero que son identidades compartidas que sustituyen poco a poco a las de la Sociedad Industrial Avanzada (Dubar, 2000). Ha habido una «crisis» en las organizaciones de la familia, el trabajo y el Estado que ha afectado a las identidades heredadas, pero tal situación tiende a resolverse con la creación de otras nuevas que emergen de éstos. Pero, ¿cómo emergen? Frente a las teorías culturalistas y aquellas que implican un sujeto individualizado y autónomo, este autor coincide con autores como Dubet y Martucelli en que la identidad surge de la experiencia social (Dubet y Martuccelli, 2000), es decir, de las actividades habituales de los individuos en su vida social cotidiana, de aquellas que forman los hábitos de la vida y que están institucionalmente organizadas. La experiencia social para Dubar no es un conjunto de posiciones sino el resultado continuamente alimentado de los procesos de interacción social que los individuos viven. Y, es en este proceso donde el individuo se constituye y forma como Sujeto, y de donde emerge su capacidad para identificarse con otros. Para Dubar, en la actualidad, hay un nuevo modelo de relaciones individuosociedad en el cual cada persona es un sujeto descentrado que sigue limitado por la estructura social y la cultura para poder identificarse. En cierta manera, el individuo es más parecido a un campo social en el que se desarrolla una lucha entre fuerzas sociales que «intentan imponer», figuradamente, una representación sobre otras, que un sujeto activo elector de su identidad. Lo que ha ocurrido es un cambio de las formas institucionalizadas de organización social que ha producido una crisis transitoria de la identificación. Pero todo eso ha dado lugar a un nuevo modelo, todavía emergente, de sociedad donde unas nuevas formas de identificación son construidas por los actores sociales en función de su nueva experiencia. El cambio de los vínculos sociales se ha originado en la transformación del orden simbólico, del económico y del político conjuntamente. Estos cambios han hecho entrar en crisis las formas de identificación legítimas históricamente en las sociedades precedentes y que eran gestionadas por las colectividades. La conjugación de los procesos de racionalización (Weber), de liberación (Marx) y de civilización (Elías) ha desarrollado un nuevo sistema de configuración identitaria. En éste se encuentran cuatro tipos de identidades: Culturales, Narrativas, Reflexivas y Estatutarias distinguidas por dos dimensiones: El eje biográfico que reconoce la naturaleza del sujeto con mayor capacidad definidora (colectiva o individual) y el eje de relación definido por la naturaleza del objeto principal de referencia (uno mismo o los otros). Las identidades culturales son las configuradas por los Nosotros moldeadores del Yo. Las demás, son modelos que conjugan el yo con el nosotros, dando un papel progresivamente más relevante al individuo en la construcción de la identidad. Las identidades narrativas y reflexivas serán las más individualizadas, es decir donde el papel del individuo es más relevante a la hora de construirlas. La hipótesis general de Dubar es que hay un movimiento histórico de tránsito de los modos de identificación definido por los otros, a unos nuevos definidos por cada individuo. Éste se desarrolla a partir de procesos históricos, colectivos e individuales, que modifican la configuración de las formas identitarias
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definidas como modalidades de identificación en una sociedad. En este movimiento se pasa de formas comunitarias a formas societarias. Las formas comunitarias son aquellas que creen en la existencia de agrupaciones denominadas «comunidades» consideradas como sistemas de lugares y nombres preasignados a los individuos y que se reproducen idénticamente a lo largo de generaciones. Las formas societarias son aquellas donde se encuentran colectivos múltiples, variables y efímeros a los que los individuos se adhieren por períodos limitados y que proporcionan recursos de identificación que se plantean de manera diversa y provisional. Por consiguiente, la identidad ha dejado de ser un hecho social impuesto por las instituciones a los individuos. La subjetividad se ha convertido en un elemento central para la constitución de la identidad. Pero ello no significa que el yo se imponga al nosotros (Elías, 1990). Los nosotros y el yo, son realidades plurales. El sujeto representa una configuración de formas identitarias constituida por y en un proceso específico de socialización que garantiza generalmente la doble preeminencia de lo societario sobre lo comunitario y del «para sí» sobre el «para los otros». Pero sigue habiendo en ese orden espacio para los nosotros y las identidades colectivas. El individuo ha dejado de ser un personaje, un miembro de grupos, para ser un «sujeto societario». La identidad personal es «construida» por el individuo a partir de los recursos que le proporciona su trayectoria social, considerada como una historia subjetiva de identificación narrativa y reflexiva cambiante. El vínculo societario en el que se desenvuelve la persona le ofrece oportunidades, recursos, señas y un lenguaje para la construcción del Yo. Así, el nuevo tipo de ligamen parece posibilitar dos formas de identificación alternativas: la que se refugia en la intimidad, de la que nos hablaba Anthony Giddens a finales de los ochenta (Giddens, 1991), y la que se centra en la acción colectiva, sobre la que ya reflexionó, a comienzos de los noventa, Alain Touraine (1993). El proceso de individualización ha provocado que la construcción de vínculos sociales quede en manos de los individuos, de su decisión racional, a partir de su experiencia social. En consecuencia, el individuo no se relaciona con las instituciones sociales actuales de un modo pasivo sino activo. Este cambio transforma todas las instituciones, por ejemplo, la ciudadanía. Según Dubar, las identidades ciudadanas están en crisis debido a que las formulaciones actuales manejadas por las instituciones tienden a ser estatutarias o comunitarias cuando los cambios sociales llevan a que, en realidad, la identidad ciudadana sea individual, inalienable e igualitaria. La construcción de identidades políticas sobre bases partidistas, étnico-religiosas o estatutario-profesionales está abocada, en la nueva configuración social, a una crisis permanente. El otro camino es la construcción de un sistema democrático que gestione la paradoja de las identidades personales. Para ello el principio de legitimidad que puede garantizar una correcta representatividad del individuo es la definición de una ciudadanía basada en la reflexividad y la convicción personal, junto al reconocimiento público de la individualidad. De este modo, el conjunto de la ciudadanía, entendida como conjunto de individuos autónomos e iguales, sería la forma más adecuada de legitimación de un sistema democrático representativo. Como dice
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el autor: Hay que encontrar en uno mismo las razones para elegir tal o cual representante, tal o cual programa, o tal o cual opción (Dubar, 2000; 186). Es decir, la pertenencia es construida por el individuo en interacción con los demás, a partir de su experiencia social. 1.1.3.2. La lucha por el poder simbólico de nombrar Por otra parte, entre los autores que consiguen explicar más certeramente que las clases sociales son, al igual que cualquier otra agrupación, una construcción social sustentada sobre hechos reales, se encuentra Pierre Bourdieu. Este autor explica la producción de los grupos y clases sociales como resultado de procesos conflictivos por la definición de las fronteras entre grupos. Distintos agentes sociales luchan por imponer unas representaciones o imágenes que crean las propias cosas representadas, haciéndolas existir públicamente. Para Bourdieu la realidad del mundo social se define por la inexistencia de límites o brechas absolutas que vayan más allá de lo físico. La construcción de grupos se nutre de dicha ambigüedad de los objetos del mundo real, pues en función de ella, los agentes sociales (expertos, políticos, o cualquiera a la búsqueda de unos intereses individuales o colectivos de los que son portavoces) pueden construir su identidad a través de la lucha por el poder simbólico que le permita imponer una visión legítima del mundo social y sus divisiones. Y, así, poder hacer grupos e instituirlos haciendo explícito lo que había implícito en el magma social (Bourdieu, 2000; 116-120). Desde esta perspectiva la «clase» de cualquier tipo tiene una existencia objetiva que es construida por los agentes sociales. Éstos, en su lucha por el poder simbólico, llegan a imponerse a si mismos como autorizados a hablar y actuar en nombre de una colectividad específica que les reconoce, y de la que se reconocen a si mismos, como miembros de esa clase. Es, entonces, cuando un grupo que ya existía en potencia, llega a existir de hecho. 1.1.3.3. La escalera de formación de las clases sociales Por su parte, José F. Tezanos hace hincapié en las diversas fases de la estructuración del poder desde el momento en que un sustrato estructural se forma hasta que, a través de un proceso de concienciación inter-subjetivo, se genera la acción social en que se hace presente un grupo social. En dicho proceso, existen diferentes subfases analíticamente definibles que forman una escalera detallada sobre la formación de las clases sociales (2001). El problema del peso de las identidades sociales surge al comienzo de la fase intermedia o fase inter-subjetiva. En ella, se forma la conciencia de pertenencia colectiva. Los individuos, en un proceso continuado de interacción social, conforman, construyen o descubren sus identidades sociales y las ordenan o articulan hasta que se genera una conciencia de pertenencia a una clase social de la que derivará su acción social y colectiva. Esta fase está influida sobremanera por el sustrato objetivo de relaciones sociales (fase objetiva). De la realidad objetiva, los actores sociales se hacen conscientes en la interacción con los demás.
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Las identidades sociales, sin embargo, no surgen de la estructuración social. Lo que surge de ésta es la conciencia de clase, sea ésta social, política, religiosa, de género, generacional, laboral, nacional u otra. El origen de las identidades sociales es cultural. En consecuencia, el desarrollo de una conciencia de clase está en función de la realidad objetiva y de la experiencia intersubjetiva. A diferencia de Bourdieu, el cual acentúa el carácter colectivo-conflictivo de la construcción del grupo social, Tezanos remarca la naturaleza intersubjetiva del proceso de identificación: la identidad social básica resulta de la interacción entre los actores sociales en un contexto estructural que parece imponerse. Dicha divergencia implica una visión diferente del grupo social. Mientras que Bourdieu considera que el grupo es una construcción social final resultado de la lucha por la construcción del sentido y el poder de nombrar la realidad, Tezanos ofrece una respuesta según la cual los grupos sociales son categorías estructurales de diferenciación al tiempo que se constituyen como grupos sociales en su pleno sentido cuando sus miembros toman conciencia de su existencia en su interacción social. Podemos encontrar las mismas divisiones sociales en la conciencia de pertenencia de los individuos como en las estructuras sociales. En ambas, las identidades sociales funcionan como sistema de clasificación y ordenación de la sociedad. Es como si, la estructura de poder fuese un reflejo imperfecto de las estructuras de desigualdad primeras y más complejas. Una relación que queda oscurecida en la perspectiva de Bourdieu. 1.1.3.4. El papel de las instituciones sociales Por su parte, otros autores insisten en que la identificación es un proceso en el que intervienen de forma esencial las instituciones más que como conformadores de estructuras, como organizadores de los imaginarios colectivos o socializadores de las personas. La persona no ha dejado de ser miembro de grupos, de estar inserto en estructuras sociales y de entenderse a sí mismo dentro de tales estructuras. La conciencia del ser humano sobre si mismo está construida básicamente en torno a dos representaciones inseparables: el «nosotros» y el «yo», imágenes que son aprendidas en el proceso de socialización. (Berger y Luckmann, 1993: 164). Todos nacemos y nos criamos dentro de comunidades de vida que además son –en diversos grados– comunidades de sentido. (Berger y Luckmann, 2000:45) Estas «comunidades de sentido» son las que nos proporcionan el sentido de lo que somos. Sin ellas es imposible la superación de las crisis. Por ello, si las instituciones preexistentes entran en crisis, toda sociedad necesita crear unas nuevas instituciones, tal vez de carácter intermedio, para que sus miembros puedan encontrar sentido a sus acciones sociales. Los grupos sociales son instituciones creadas por los actores sociales. Pero, ¿cómo se crean? Para Berger y Luckmann el proceso creativo necesario es previo a la identificación, no posterior. Los grupos llegan a existir a través de la acción social pero son previos a que los individuos encuentren el sentido de su acción. Esto es un círculo sin fin. El problema surge en los momentos de crisis y en la incapacidad de los actores sociales de un momento determinado para
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conformar nuevas instituciones. Pero, ¿qué actores son capaces de existir sin necesidad de una identidad propia? Los grupos no. ¿Cuáles? Las organizaciones sociales. Las organizaciones sociales son redes institucionalizadas de relaciones jerárquicas, de sub- y superordenación, de poder y autoridad, las cuales, de forma automática identifican a los individuos como miembros y no miembros (Jenkins, 1996: 140; Jenkins, 2004). Estas instituciones sociales, como son las familias, los estados o las empresas, son definidas por sus actividades, no por el sentimiento de pertenencia de sus miembros a ellas. Existen previamente al sentimiento de identificación. La vinculación existente con los miembros de la familia son objetivas pues están definidas estructuralmente. Sea yo consciente o no de mi pertenencia a una familia, sea este vínculo importante o no para uno, existe una relación estructural con sus miembros. Las organizaciones sociales ordenan las identidades sociales. En su cotidianeidad, estas instituciones tienen entre sus actividades el seleccionar quienes pertenecen a ella y quien no, así como qué posición ocuparán. Dicho proceso lo pueden hacer por la vía de la afirmación de la pertenencia, que emerge del reconocimiento del status adscrito del sujeto, de una identidad social de éste, o a través del proceso de racionalización de la posición a ocupar en función de criterios racional-legales. Tanto uno como otro tienen en común un hecho: son procesos unilaterales de identificación en los que sólo participa la Organización Social (Jenkins, 1996:144; Ahrne, 1994: 39). Aquí no hay negociación. Aunque también es posible que haya gente que se una a organizaciones o forme organizaciones para fortalecer su identidad o para generar identidades sociales. Si bien, como explica Richard Jenkins, la identificación es un proceso dialéctico entre la imagen externa de uno mismo que los demás –las redes en las que participa– muestran a cada sujeto, y la imagen interna que uno mismo va creando para si mismo a partir de lo que experimenta en las diversas redes en las que participa (1996; 21). De modo que, la ordenación final de las identidades sociales en la conciencia social surge de la intervención primera de las organizaciones sociales, que pueden estar en conflicto entre sí, y, después, de los individuos.
1.2. Problemáticas teóricas centrales Como se ha expuesto en el epígrafe anterior, los enfoques que abordan la cuestión del peso de las identidades sociales y su transformación en el tiempo difieren esencialmente en su concepción del papel de las personas en la construcción de los grupos sociales y en su idea de la relación existente entre la dimensión estructural y cultural de los sistemas sociales. La visión de cada uno sobre estas cuestiones determina en gran parte la solución que ofrecen finalmente al problema de la influencia de la estructura social sobre la identificación y el peso de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia. Las teorías mecanicistas suelen obviar al individuo y se olvidan de la raíz cultural de las identidades sociales. Las teorías culturalistas tienden a separar lo estructural y lo
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cultural, y consideran al individuo como un ser autónomo. Y las teorías estructural-subjetivistas redefinen la idea de autonomía de los sujetos sociales incardinando a éstos en la estructura social. Del debate entre dichas teorías, ¿qué idea emerge sobre el papel de las personas y de la relación entre las estructuras y la cultura? 1.2.1. El papel de las unidades individuales Las aportaciones teóricas expuestas en el epígrafe anterior, que intentan dar respuesta a los procesos actuales de cambio del imaginario colectivo, exige desarrollar una visión sociológica de la persona que no sólo acentúe su realidad como miembro de grupos o clases sociales. La fragmentación y multiplicación de las representaciones de uno mismo que se ha producido, la diversidad de los focos de identificación actual, o la maleabilidad de nuestro cuerpo y nuestros compromisos adquiridos en la vida pública y privada son hechos sociales que muestran que cada individuo no es únicamente un miembro de un grupo, ni actúa sólo como tal. Cada individuo es un sujeto reflexivo que tiene que tomar decisiones por si mismo, pero que diferentes elementos estructurales y culturales orientan. Dichos elementos son fundamentalmente organizaciones sociales que marcan los límites de las orientaciones posibles. Sin embargo, cada persona pertenece a varias organizaciones sociales a un tiempo. Y, en cuanto las organizaciones sociales no están organizadas entre sí, los sentidos que propone la experiencia en cada una de ellas compiten por ser los más significativos. Debido a ello, si la sociedad inserta a los individuos en grupos ordenados de mayor a menor, las personas actuarán así. Si la sociedad liga a los individuos como unidades en el seno de unas estructuras sociales complejas y desarrolla diversas representaciones, que no están organizadas entre sí, entonces, el sujeto individual actúa teniendo que ordenar ese magma. De modo que, el sujeto individual no es una unidad sino una pluralidad formada culturalmente. Y, esa pluralidad de imágenes de uno mismo y los demás (sus identidades sociales) puede estar estructuralmente muy ordenada o, en tiempos de crisis institucional, completamente desordenada. Tanto en un caso como en otro, el individuo es un sujeto estructurado capaz de reflexionar sobre uno mismo y su entorno. Y, por tanto, es capaz de ordenar sus identidades sociales. Él no las crea individualmente, sino que le son dadas. Pero colectivamente, en el proceso de interacción con otros, puede transformar sus significados y la definición concreta de las barreras. Ése parece ser su papel en el proceso de identificación de sus iguales y los diferentes. Por lo cual, el peso de las identidades sociales dependerá de cómo los individuos formen sus identidades y de qué importancia den a cada tipo de identidad social respecto de las otras a la hora de ponderar sus intereses y utilizar sus recursos sociales dentro de un contexto social limitado por la dimensión estructural y la dimensión cultural. Este dilema parece haber quedado resuelto en la investigación sociológica. Desde los extremos mecanicistas y constructivistas se ha lle-
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gado a una síntesis bastante plausible sobre el papel del individuo en la sociedad, como sujeto estructurado. Sobre tales bases, la cuestión que queda por dilucidar es la del dilema de la relación entre las distintas dimensiones sistémicas que limitan la acción social. 1.2.2. El dilema de la autonomía entre las estructuras sociales y la cultura El segundo dilema que plantea el desarrollo teórico actual versa sobre la relación entre la estructura y la cultura. El supuesto de la autonomía del depósito cultural sobre las estructuras sociales que asumían las teorías constructivistas pareció durante un tiempo necesario para alcanzar una explicación satisfactoria a la cuestión del desarrollo de formas de identificación no estructurales. Lo cual, las teorías mecanicistas no consiguen explicar. Sin embargo, algunas identidades sociales, que no emergen directamente de la forma de organización de las tareas, los derechos y la riqueza en las organizaciones sociales, sí definen desigualdades, brechas o barreras objetivas. De la organización del trabajo parece surgir la división por clases sociales, pero ¿de donde surge la división por edad o por sexo? Existen divisiones laborales por edad y sexo pero no porque haya unas tareas que las determinen sino porque se atribuye culturalmente a unas edades y sexos el que realicen esas tareas. La división de tareas por status no es «natural» sino de origen cultural. Igual ocurre con la nacionalidad en muchos países. O, con la etnia. Estas identidades sociales, igual que cualquier otro atributo cultural que sirva para identificar quienes son iguales y quienes son diferentes, son previas al desarrollo organizacional. Sin embargo, influyen sobre la estructuración del trabajo. ¿Cómo? La respuesta deviene de la consideración de que existen unas instituciones sociales capaces de existir sin una identidad, pero que utilizan éstas de forma patente y activa. Estas instituciones son las que se materializan en organizaciones sociales. Así, las identidades sociales llegan a ser factores de estructuración social. Al final de esta elaboración teórica lo que surge es una visión nueva de la estructura de desigualdad. Según ésta la desigualdad es el resultado de dos procesos diferentes: por un lado, la organización funcional de las tareas y los demás recursos sociales; y, por otro lado, la selección de los individuos que han de ocupar dichas tareas.
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El término «estructura» alude en Sociología al modelo de distribución de los recursos y las limitaciones a disposición de la gente y los actores sociales, que ubica a cada uno en una posición social. La posición social define a cada individuo respecto de los demás en términos de igual, diferente, subordinado o superior. Esta posibilita el desarrollo de intereses comunes de algunos frente a otros. Por ello, el fenómeno estructural se ha considerado normalmente ligado al proceso general de identificación y, en particular, de ordenación de las identidades sociales en la conciencia social. Uno de los problemas sociológicos centrales sobre la estructura social ha girado en torno a la desigualdad social. Este problema ha acuciado a los sociólogos desde su origen, hasta el punto de que uno de los factores más influyentes en el nacimiento de la Sociología es la «cuestión social», es decir la alta sensibilización sobre las desigualdades sociales surgidas del proceso de industrialización de las sociedades europeas durante el siglo XIX (Tezanos, 1998). Normalmente, dicha preocupación se ha traslucido en un análisis sobre cuáles son las divisiones sociales más desequilibrantes en los distintos sistemas sociales. Sin embargo, dicho enfoque ha tenido graves problemas para comprender la realidad, especialmente su dimensión dinámica.
2.1. El enfoque procesual de la desigualdad social Una estructura social es una figuración de las relaciones sociales, más que un hecho objetivo, que está sujeta a variaciones en el tiempo. Las relaciones de dependencia, o simplemente de desigualdad no son concebibles como permanentes en el tiempo y el espacio, sino que han de variar en función de los cambios en los diversos ámbitos de la vida social. Los individuos se encuentran dentro de dinámicas o procesos estructurantes que le ubican de una forma concreta
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en el tiempo y el espacio, cambiando tal posición según se transforman los factores estructurantes. Más que ocupar una posición, éstos se encuentran en una situación dinámica con un pasado, un presente y un futuro. Si el sistema social cambia a lo largo de la vida, entonces, las relaciones de desigualdad en las que los sujetos individuales se encuentran insertos, cambiarán. Debido a ello, la Sociología ha tenido que hacer un esfuerzo continuo por definir cómo son las estructuras sociales. Los esfuerzos de marxistas, weberianos, funcionalistas, neomarxistas y neoweberianos, entre otros, han sido muchos a lo largo del siglo XX y siguen dando sus frutos aunque la mayor parte de ellos chocan, igual que hace medio siglo, con la muy superior complejidad de las sociedades humanas frente a cualquier sistema teórico que recurrentemente termina por subrayar ciertos aspectos de la realidad y deja de lado otros (Lenski, 1993; 33). Ahondando en este problema, las perspectivas procesualistas, frente a las estructuralistas, han centrado su trabajo sobre la cuestión de los procesos que generan las estructuras. Uno de los más relevantes que formularon esta idea fue Lenski que comentaba en su obra Poder y privilegio: «Al realizar análisis de estratificación social se siente la tentación de abordar inmediatamente los problemas estructurales, interesantes y muy discutidos, como los de la naturaleza, número y composición de las clases. Si bien semejantes cuestiones deben constituir de modo inevitable una parte de cualquier tratamiento adecuado del tema, tienen importancia secundaria al compararlas con los problemas acerca de los procesos de que surgen las estructuras. Más aún, intentar tratar los problemas estructurales sin conceder antes atención a tales procesos, como a veces se ha hecho, equivale a colocar el carro delante del caballo y a crear confusión» (1993: 57).
Por la misma razón, Therborn, en los años noventa, al igual que otros estudiosos, comenta que prefiere estudiar las estructuraciones en vez de las estructuras, es decir, prefiere comprender cómo los sistemas sociales obtienen sus fronteras y sus poblaciones y cómo las poblaciones de los sistemas sociales obtienen sus recursos y limitaciones más que cuál es la estructura de una sociedad en un momento determinado (Therborn, 1999: 35). La frontera de un sistema social, la regulación de las relaciones entre sus miembros, el «lugar» ocupado por estos, la forma regularizada de distribuir los recursos y las limitaciones entre éstos, así como el conjunto de probabilidades, riesgos y oportunidades de cada cual se comprenden como dimensiones de una estructura que está en continuo movimiento. Por consiguiente, lo relevante no es preguntarse por la división social más importante objetivamente sino por los procesos que generan las divisiones y agrupaciones objetivas y cómo éstas han evolucionado en el tiempo.
2.2. Los procesos que generan divisiones ¿Cuáles son las divisiones y agrupaciones reconocibles empíricamente? El sociólogo, al analizar las estructuras de desigualdad social, suele poner el énfa-
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sis en que cada individuo ocupa un lugar en alguna de las siguientes tres formas de división y agrupación: las jerarquías, las redes o las brechas o fronteras culturales. Las jerarquías son grandes conglomerados diferenciados según los rol-status que se desempeñan, y que generan estructuras de clases sociales. Las redes son flujos de comunicación y recursos con cierta estabilidad, aunque de naturaleza intermitente más que continua, entre nodos o puestos sociales conectados que intercambian, básicamente, información con el fin de obtener recursos. Y los «desfases» o brechas (Mendras, 1997, 210-212) son límites definidos institucionalmente a partir de atributos culturales que establecen categorías bien diferenciadas entre la población (status), como, por ejemplo, los 18 años como edad para votar, los 16 como edad para trabajar, los 65 como edad para jubilarse, la nacionalidad como factor diferenciador para poder votar o ser elegido en elecciones, los estudios realizados para poder ejercer una profesión específica, etc. Y, que por tanto, generan grupos de status diferenciados. Todas estas divisiones sociales establecen agrupaciones de individuos que mantienen entre sí relaciones que pueden ser de explotación, de dependencia, de subordinación, de colaboración, de interdependencia, de solidaridad, de exclusión o de marginalización. Las tres primeras son típicas de estructuras jerárquicas. Las tres siguientes son las normales dentro de las redes. Y las dos últimas corresponden con las que emergen del establecimiento de estructuras donde el acceso depende de brechas culturales. La explotación es la apropiación por un individuo o clase del excedente producido por el trabajo de otro u otra. La dependencia es la incapacidad de poder procurarse un individuo o clase la satisfacción de sus necesidades sin la intervención de otros. La subordinación es el sometimiento de unos individuos o clases a otros actores debido a que estos últimos pueden regular su comportamiento utilizando los flujos de recursos como incentivos para dirigirlos. La interdependencia es la conexión entre diferentes sujetos que necesitan del otro para la realización de su actividad. La colaboración es la integración de todos en un proyecto común. La solidaridad es el apoyo mutuo entre iguales en situaciones de dificultad para alguno de ellos. La exclusión es la separación de un individuo o grupo social respecto de las posibilidades laborales, económicas, políticas y culturales a las que otros sí tienen acceso. La marginalización es la expulsión de unos individuos o grupo hacia los márgenes de la vida social, cultural, económica y política. Según el proceso establecido, así será el tipo de relación que se establece entre los actores sociales. Por consiguiente, ¿cómo se llegan a establecer relaciones jerárquicas, reticulares o fronterizas? A través de los procesos estructurales de ordenación y selección de los recursos organizativos. Esas relaciones son la institucionalización de las divisiones realizadas por las organizaciones sociales de los recursos que necesitan para la realización de sus actividades. Las relaciones jerárquicas y en red son los resultados de cómo las organizaciones sociales regulan los puestos organizativos destinándoles unas tareas, derechos y medios. Y las relaciones fronterizas son el producto del sistema de selección de las unidades individuales para ocupar los puestos en las estructuras organizativas. Las jerarquías definen clases sociales. Las redes, nodos en contacto. Y los desfases, categorías in-
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tegradas o excluidas según fronteras culturales utilizadas por las organizaciones en sus procesos selectivos, es decir, grupos de status en los que algún status no puede acceder a un rol, ni a otros recursos sociales. En resumen, las relaciones sociales de desigualdad son el resultado de dos procesos básicos: la división social del trabajo y la selección social de los individuos. La división social de trabajo es el proceso de definición de la estructura de puestos de trabajo de una organización y de la distribución de las tareas, derechos y medios entre ellos. La selección social es el proceso de elección de los individuos que han de ocupar dichos puestos.
2.3. La selección estructurante La investigación sobre los procesos de selección estructurante se puede remontar a Emile Durkheim y sus investigaciones sobre la manera en que las instituciones realizan las clasificaciones. Durkheim consideraba que la fuente que determina la conciencia de vinculación reside en ciertas instituciones sociales y para demostrarlo, analizó cómo las religiones totémicas impulsaban una división fundamental en la vida ordinaria en ciertas sociedades, concretamente los Arunta, que diferenciaba entre lo sagrado y lo profano. Esta distinción era esencial en la producción de la comunidad de creyentes y de las relaciones entre éstos, y, de éstos con los no creyentes. La división excluía a ciertos individuos de la comunidad mientras que al resto los integraba en calidad de iguales (Durkheim, 1993). Quedaba asentado desde entonces que las clasificaciones institucionalizadas, por subjetivas que parezcan, tienen la capacidad de influir sobre el modelo de selección de los individuos para pertenecer a una organización social y ocupar una posición. 2.3.1. Selección y exclusión en las sociedades contemporáneas ¿Ocurre lo mismo en las sociedades contemporáneas? En éstas, la estructura de relaciones es mucho más compleja. Sin embargo, un gran número de estudios muestra cómo se mantiene un fuerte componente de categorización en las estructuras de desigualdad social. Por ejemplo, Charles Tilly ha estudiado la desigualdad en Estados Unidos de América centrado en el análisis del mercado. Su conclusión es que ciertos sistemas de diferenciación en categorías son los «instrumentos institucionales» más extendidos para la distribución de los recursos y los beneficios (2000: 249). En el Mercado, se reproducen divisiones y desigualdades que segmentan a los individuos según diversos factores culturales. Ni en las sociedades industriales ni en las sociedades emergentes, la incorporación de la gente a las estructuras parece haber dejado de estar influida por formas culturales de categorización social. Y, como consecuencia, los miembros de las sociedades no se ubican sólo en una estructura jerárquica de posiciones sociales definidas por el rol-status o la red en la que uno esté ubicado, sino en un modelo de estratificación derivado de los procesos selectivos que implica la integración o exclusión de los individuos de los puestos sociales.
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Por supuesto, este segundo tipo de estructura no es únicamente el resultado de formas de categorización cultural aplicadas a los procesos selectivos. Existe un fuerte factor estructural en la conformación de las posiciones de integración-exclusión social. Como explica Castel, el problema de la exclusión se sitúa en las sociedades donde los miembros de una comunidad dejan de pertenecer a un mismo conjunto básico o esencial (1993: 21-30). Tal proceso se produce en sociedades donde la estructura de posiciones es frágil e inestable. De modo que surge un modelo de desigualdad peculiar donde la gente puede ser situada en cuatro zonas indeterminadas de integración, vulnerabilidad, asistencia o exclusión y no sólo en capas o clases sociales. Ser un «excluido» no es identificar una categoría social más en la sociedad emergente11, sino ser una unidad inserta en la dinámica estructurante de la sociedades salariales, ligada a posiciones más o menos frágiles en función de cómo se combinen las variables de riesgo en el individuo12. Castel explica que, en Francia, la desaparición de un status integrador común a toda la población se ha producido cuando el Trabajo se ha vuelto precario y los vínculos familiares han dejado de ser permanentes. La debilidad de estas instituciones aumentó el riesgo de exclusión en todos los órdenes (1993:35). Desde tal perspectiva, el aumento del problema de la exclusión no es el producto de cambios en los procesos de selección empresariales sino de cambios en las estructuras de posiciones sociales que se han vuelto frágiles e inestables. Por consiguiente, la estructura social actual de integración-exclusión es el resultado de una estructura frágil de posiciones sociales, sobre la cual incide un modelo de selección sociocultural que divide a la sociedad en categorías culturales. El proceso de selección genera la exclusión de unas categorías sociales y la integración de otras pero no produce el aumento de la exclusión social o la desigualdad. 2.3.2. Los procesos de selección y sus consecuencias El funcionamiento de los procesos de selección potencia la exclusión de unos mientras integra a otros. Tales procesos no son sencillos. La selección es hoy día todo un campo de trabajo e investigación que ha ido racionalizándose en ámbitos como la Empresa o la Administración Pública pero que en otros como la familia o la política están todavía bien lejos de responder a criterios tan claramente organizados. Partiendo de los modelos más racionalizados, parece que 11 Ésta fue una perspectiva muy extendida en la sociedad francesa durante los años setenta y ochenta. Y se atribuye a Lenoir el desarrollo de dicho término en la investigación sociológica en su informe : Les exclus, Paris, Le Seuil, 1974. 12 De este modo, el estudio de la estratificación social adquiere un sentido procesual novedoso como se ha mostrado en diversas investigaciones empíricas internacionales sobre la desigualdad en las que se añadió esta perspectiva a la clásica de la pobreza. La investigaciones aplicadas realizadas desde la perspectiva que combina el análisis de la pobreza y exclusión social han mostrado la validez y la importancia de tal tipo de proyecto tal y como demuestra el proyecto de investigación multinacional realizado por el Instituto Internacional de Estudios Laborales (IIEL), Exclusión social y estrategias de lucha contra la pobreza, Bruselas, Organización Internacional del Trabajo (OIT), 1998.
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los dirigentes de las organizaciones son determinantes porque, por burocratizado que sea el sistema, la selección parte de un análisis previo de la planificación de los recursos. Quienes hacen este análisis son los que definen quienes podrán introducirse. La selección de personal es una función dependiente de la descripción de los puestos de trabajo. Si consideramos que la definición de los puestos se hace en función de las necesidades organizacionales, la organización, a través de sus directores, es la que selecciona. Para hacerlo, las organizaciones sociales desarrollan sistemas de afiliación, reconocimiento y exclusión que les permiten mantener el control sobre las relaciones sociales (Ahrne, 1994: 39-40). El sistema de afiliación es aquel conjunto de normas que incorporan a los individuos a una organización. El de reconocimiento es el sistema por el cual los demás reconocen la afiliación. La exclusión es el sistema de expulsión o negación de entrada a individuos en una estructura o puesto concreto. En todos ellos, el individuo siempre es sujeto pasivo. La organización es la que afilia, reconoce y excluye. Es la que selecciona. 2.3.3. ¿Cuáles son las organizaciones sociales básicas? En las sociedades complejas el sistema social está formado por diversas organizaciones sociales más o menos autónomas. A lo largo del tiempo, las organizaciones se han ido especializando en alguno de los objetivos sociales a cubrir como son la reproducción de la población y la cultura, la producción de alimentos y bienes o la cohesión política. Cada sociedad se organiza en función de aquellas actividades a las que da más prioridad. Dos de ellas son fundamentales: la reproducción y la producción. Su importancia radica en que si una población no se reproduce, ni reproduce sus creencias y no produce tampoco sus alimentos y bienes entonces desaparece su población. Pero también ha sido fundamental la actividad política. Ésta es una necesidad que ha ido aumentando su importancia conforme las poblaciones han crecido. Por lo cual, los procesos de selección a los que está sujeto un individuo son múltiples, uno por cada organización a la que pueda pertenecer, sin ser éstas incompatibles. En principio, cuatro actividades destacan hoy día en la vida cotidiana. Estas actividades son: el consumir, el trabajar, el reproducirse y la política. Las organizaciones implicadas son, esencialmente: los comercios, las empresas, las familias y los Estados. 2.3.3.1. Los comercios La actividad de consumo ha ido adquiriendo una gran importancia en la vida contemporánea. Algunos teóricos plantean que los individuos de la tardo-modernidad pueden afiliarse a través del consumo de productos y servicios. Indican que este campo social ha llegado a ser tan importante como el rol laboral en grupos concretos como los varones jóvenes o las mujeres (Bocock, 1995:156-164). El cambio es explicado en función del valor simbólico que ha adquirido el Consumo en las sociedades avanzadas. En éstas, el individuo que consume se convierte en «consumidor», uno de los papeles institucionalizados básicos de las
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sociedades capitalistas. Con lo que, el sujeto se integra en la sociedad por una vía alternativa a la laboral o a cualquier otra en la que el individuo quede sujeto a una posición en función de una categoría social determinada. Tal actividad se manifiesta en «el comercio», sea este físico o virtual, donde existen dos roles básicos: el de consumidor y el de vendedor. El rol de consumidor parece que ha sido en gran parte de las sociedades una reproducción de la afiliación de clase pues el valor simbólico de lo consumido ha tendido a estar limitado por la relación práctica entre los agentes sociales, por sus posiciones sociales, siendo lo consumido un mero reflejo de éstas. Así lo demostró Bourdieu en su obra La distinción. Lo explicaba así: «…basta con tener presente que los esquemas clasificadores que se encuentran en la base de la relación práctica que mantienen los agentes con su condición…son a su vez producto de esa condición, para ver los límites de esa autonomía (de la lógica de las representaciones simbólicas con respecto a los determinantes materiales de la condición social): La posición en la lucha de enclasamientos depende de la posición en la estructura de clases; Los sujetos sociales nunca, sin lugar a dudas, tienen menos probabilidades de superar «los límites de su cerebro» que en las representaciones que ofrecen y se ofrecen de su posición, que define esos límites» (1988: 494). Es decir, cualquier representación de las diferencias sociales está limitada por la posición social ocupada. Con lo cual, la clase de la estructura de poder (sea ésta cual sea, y sea concebida como sea) se define por el ser percibido tanto como por su ser objetivo. En el caso de estudio de Bourdieu: la posición de clase se define por el consumo realizado tanto como por la posición en las relaciones de producción. Son dos caras de la misma moneda. Las dos hacen referencia al mismo proceso de vinculación cultural y a la experiencia social de la desigualdad estructural. Desde esta perspectiva, cualquier identidad social, como pueda ser la derivada de la actividad de consumo, es una configuración estrechamente ligada a la de clase o grupo de pertenencia productivo, aunque tal vez sea un reflejo de ésta menos ideologizado, menos utilizado en la arena política, y al tiempo, más flexible y más satisfactorio psicológicamente. Así, lo que deriva del consumo es una vinculación cultural y una ubicación estructural. El consumo y cualquier otro tipo de identificación siguen siendo un elemento expresivo de la posición ocupada. En consecuencia, la organización que ordena las prácticas generadoras del consumo no es el comercio sino las empresas o cualquier otra organización que estructure la producción. Esta perspectiva fortalece la idea de que, la conciencia de pertenencia de un momento determinado debe ser el resultado de «las luchas a propósito del sentido del mundo social». En éstas se debate sobre los esquemas clasificadores y los sistemas de enclasamiento que se encuentran en la base de las representaciones, de la movilización y la desmovilización de los grupos sociales. Es decir, la conciencia se desharía y crearía en el debate continuo entre «los guardianes del orden establecido» y la «oposición herética». La presencia o ausencia de un grupo en un momento concreto sería el resultado de su capacidad para hacerse reconocer, percibir y admitir en un lugar del orden social. Pero ello sólo es factible si el es-
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quema clasificador hace referencia a las diferencias que configuran la estructura del orden establecido, es decir, a los mecanismos objetivos de enclasamiento13. Con lo cual, la conciencia de pertenencia sólo puede ser el producto generado en un plano subjetivo, derivado de la acción social, que hace explícita una división social y que tiene su límite en un sustrato objetivo de diferenciación social. 2.3.3.2. Las empresas Desde esta perspectiva, el factor central que estructura las identidades sociales de consumo son las organizaciones sociales que actúan sobre el mercado laboral, las empresas. Éste definiría la posición del individuo ante los demás. Así, las identidades sociales básicas habrían de ser aquellas que hicieran referencia al elemento objetivo básico de diferenciación y desigualdad social en el ámbito laboral. Si no fuese así, de la conciencia no derivarían clases sociales ni estructura de poder alguna. Esta reflexión parte del supuesto de que el Trabajo –o más bien la actividad productiva– es el elemento central de estructuración social. Esto se debería a que la actividad del mercado de trabajo genera una distribución desigual de tres recursos básicos: la propiedad, el status y el empleo, es decir, los bienes materiales, los derechos de los miembros a esos bienes y las tareas productivas. Entre todos ellos destaca el tercero, debido a la creciente importancia que está adquiriendo al estar generando la apertura de brechas desigualitarias entre los que tienen ocupaciones en las que disfrutan de condiciones laborales normalizadas e ingresos suficientes y regulares y, por otro lado, los que están en riesgo de exclusión (Tezanos, 2001b: 352). Es decir, tiende a ocurrir que del empleo, o puesto de trabajo, deriva el acceso a los demás recursos. Los estudios de Bourdieu y de otros autores en la misma línea fortalecen la idea de que las empresas son las que regulan la selección que determinará la conciencia social. Se parte del supuesto de que la actividad productiva es el sustrato esencial del sistema de estratificación social de las sociedades avanzadas. Por lo cual, no se suele tener en cuenta la existencia de otras organizaciones sociales. Sin embargo, como se puede ver a través de investigaciones más actuales sobre desigualdad y exclusión, hay otras organizaciones sociales que seleccionan. 2.3.3.3. Los estados El caso de los inmigrantes extranjeros es un fenómeno claro de exclusión de derechos básicos, sobre todo políticos, como manifiesta Aguinaga en su estudio Inmigrante o ciudadano. En éste, la autora expone cómo la definición política del extranjero en oposición a nacional es una diferencia trascendental en el acceso a los recursos y a la posición a ocupar en la estructura social. De modo que, aún en los inmigrantes económicos que no buscan de primeras la posibilidad de acceder a derechos políticos de ciudadanía, el poder legalizar su situación 13 Los términos entre comillas son los nombres que el traductor del autor utilizó en ese texto. (Pierre Bourdieu, 1988: 490-493).
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(un proceso político-administrativo) resulta ser un factor central de estructuración social (Aguinaga, 1999:553-578). En este caso resulta patente la importancia que el Estado tiene como institución reguladora del acceso a ciertos recursos sociales, con una función estructurante en una sociedad de mercado. Pero el papel del Estado respecto de las identidades no se queda solamente en que define categorías sociales de los individuos y asigna derechos y privilegios a unos y se los resta a los otros. Además, el Estado tiene la capacidad de desarrollar «políticas de identidad» las cuales se traducen a veces en políticas de «construcción del enemigo» como las llama el sociólogo José María Tortosa. Este autor analiza las imágenes occidentales sobre el Islam, rechazando las perspectivas esencialistas de autores como Samuel Huntington, Bernard Lewis o Daniel Pipes que consideran a la diferencia religiosa como factor central del problema y apoyando la tesis contingentista que ubica el problema del enfrentamiento actual entre los países islámicos y Occidente en un contexto histórico en el que es necesario situar las relaciones entre unos países y otros, entre unas poblaciones y otras. En éste, la necesidad de los Estados de fortalecer las identidades propias (de ciudadanía) genera la necesidad constitutiva de definir un Otro frente al cual afirmar la propia identidad y la subsiguiente necesidad política de defenderla (Tortosa, 1999: 81). 2.3.3.4. Las familias Por otra parte, los estudios desde una perspectiva de género han servido, entre otras cosas, para resaltar la importancia de la familia en la construcción social de las relaciones de desigualdad, fundamentalmente entre hombres y mujeres. En esta sentido Gotzone Mora, entre otros, ha resaltado la importancia que hoy por hoy sigue teniendo en la sociedad española las relaciones de género en la familia para determinar el acceso de las mujeres a los recursos básicos en la sociedad, en concreto al trabajo fuera del hogar o remunerado. De modo que, por ejemplo, soluciones para compatibilizar la vida familiar y laboral más allá de los cánones tradicionales, han generado nuevos procesos en las familias que suponen la subordinación de las mujeres a los hombres en este ámbito y en la economía. Subordinación, que se percibe en la actual distribución de los roles desempeñados por ambos en el ámbito familiar (Mora, 2002:373-397). 2.3.4. Las estructuras organizadoras del sentido Como se puede apreciar, en estas investigaciones las instituciones familiares y políticas no pueden ser contempladas como elementos contextuales que afectan a un proceso de exclusión social desarrollado en el mercado de trabajo. Más bien, estas organizaciones sociales definen formas de selección que estratifican y definen posiciones diferenciadas para unos sujetos y otros en función de características extralaborales. Ciertamente, las diferencias subyacentes en unas organizaciones sociales podrán tener consecuencias en el mundo laboral pero suelen actuar de forma autónoma a éste o utilizar al Mercado para volver a asentar las bases de la diferencia que se mantienen dentro de las familias o de
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las instituciones políticas. Esta última situación se aprecia, por ejemplo, en el pronunciado acceso a los contratos a jornada parcial de las mujeres o a trabajos de mismo nivel pero menor salario que las obliga a compatibilizar su rol reproductivo con el productivo, construyendo una posición social que no es sólo material sino también fuertemente simbólica (Anthias, 2001:367-390). En ésta, la mujer está sistemáticamente por debajo de otra persona que no necesite compatibilizar ambos tipos de roles, fundamentalmente hombres, o mujeres que renuncien a su rol reproductivo, es decir, a formar una familia. La importancia de las actividades paralelas al mundo del trabajo en la configuración de las representaciones sociales de los españoles ha sido estudiada recientemente por investigadores españoles de la Universidad Autónoma de Barcelona. En su trabajo, se hace referencia a tres actividades: la productiva, la reproductiva y la de ocio y tiempo libre. Y han observado cómo éstas se articulan en diversos tipos de personas para la configuración del sentido de la vida cotidiana. Para ello han utilizado el método de la entrevista para una amplia muestra que ha sido repetidamente visitada. Y la conclusión que aquí interesa destacar es que las estructuras que suelen generar el sentido de la vida cotidiana, de la distribución del tiempo o de los objetivos a alcanzar en un cierto plazo tienden a ir articulándose de una forma pluridimensional. Es decir, el trabajo, el ocio y la familia tienden a ser espacios donde se definen unas estructuras de sentido coherentes, donde no hay un espacio que domine a los otros. Las más importantes en la actualidad tienden a ser las bidimensionales (basadas en el trabajo y la familia) aunque poco a poco y en ciertos colectivos tiende a aparecer el ocio como un espacio de sentido relevante. Así, por ejemplo, estos autores consideran que los papeles de hombres y mujeres empiezan, a finales de los noventa, a ser distintos en la relación habitual de sus vidas cotidianas. En la mujer se está pasando de una vida centrada en el mundo reproductivo a un tiempo en el que se está abriendo hacia la esfera productiva (representado por el trabajo productivo) mientras que el hombre comienza a concebir el trabajo reproductivo con mayor dignidad. Sobre los cambios que más están afectando a este hecho, los autores resaltan sobre todo el cambio en el mundo laboral con lo que parece que se vuelve a señalar a esta actividad como central en el proceso de cambio de las representaciones sociales (Miguélez, 1998:152-179). Aún así, la importancia de las actividades reproductivas en la configuración de las representaciones sociales queda patente en la investigación. Por consiguiente, resulta inadecuado centrarse sólo en las instituciones laborales para describir la selección estructurante y, consecuentemente, para explicar la formación de la conciencia de pertenencia a través de la experiencia social de selección. Si las desigualdades se originan en distintos espacios sociales, si éstas son configuradas por distintas organizaciones sociales capaces de estructurar las relaciones sociales de los individuos entonces, es necesario considerar que el cambio del peso de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia pueda estar relacionado con los cambios en los procesos de selección estructurante en las familias, el mundo laboral y las instituciones políticas.
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3. La medición del peso de las identidades sociales
Esta libro trata de mostrar que hay una asociación importante entre los procesos selectivos en las distintas organizaciones sociales básicas y el peso de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia. Pero, dicha relación se establece en el tiempo. Los sistemas sociales y, por tanto, sus dimensiones y componentes se relacionan en el tiempo y el espacio, produciéndose un desajuste temporal entre ellos que no afecta a las tendencias generales. El análisis de éstas últimas permite observar las relaciones entre sus componentes sin estar mediatizados por los acontecimientos coyunturales, que, aunque puedan ser importantes, se producen en un contexto de cambio. Por ello, este estudio se centra en el análisis de las tendencias de las dimensiones de estudio. La hipótesis general que se demuestra en nuestra investigación es que las tendencias de los procesos sociales de selección para ocupar las posiciones de las estructuras organizativas influyen decisivamente sobre las tendencias generales del peso relativo de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia de una sociedad. Concretamente, se analiza cómo ocurrió esto en España desde 1985 hasta el año 2004. Las dimensiones a estudiar en esta investigación son cuatro. Las variables dependientes son los pesos de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia o pesos subjetivos. Las variables independientes son las variaciones de los pesos objetivos de las identidades sociales en el proceso de selección familiar, así cómo, en el de selección empresarial, y, en el de selección política. Las tres últimas son dimensiones bien conocidas, cuyos datos para el período estudiado no son difíciles de encontrar en encuestas y censos de instituciones públicas. Sin embargo, los pesos subjetivos y su variación en el tiempo han sido menos estudiados14. Por ello, este capítulo se centra en tal dimensión y el análisis de los instrumentos de medida disponibles. 14 Sobre los cambios del peso de las identidades sociales en España hay algunos estudios empíricos cuantitativos entre los que destacan los de José F. Tezanos y José A. Díaz que han sido pioneros en esta
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Las series temporales de datos para el análisis de los procesos selectivos en la familia y la empresa utilizados han sido extraídos de la Encuesta de Población Activa (EPA), el Censo y los Padrones Municipales tal y como son elaborados y publicados por el Instituto Nacional de Estadística de España (INE). Por otra parte, los datos de las series temporales sobre la selección política utilizan las series temporales de los censos electorales y de Migraciones del Ministerio del Interior y el INE. Y, junto a ello, en algunas ocasiones, se han utilizado algunas series temporales provenientes del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Las series temporales sobre el peso de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia que se utilizan en esta tesis han sido creadas a partir de los datos recogidos por las Encuestas de Tendencias Sociales del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (GETS) dirigidas por José Félix Tezanos desde 1985 hasta la actualidad.
3.1. Las identidades sociales en las encuestas La mayor parte de las preguntas sobre identidades sociales en encuestas se pueden agrupar en tres categorías: Situacionales, Estereotípicas y Directas. El primer tipo de pregunta versa sobre con quienes compartiríamos distintas situaciones decisivas o habituales en las que las identidades sociales son necesarias para orientarse, como por ejemplo: el emparejamiento, la amistad, la asociación, la vivienda o una actividad de ocio (la pesca, la caza, una excursión, un viaje, etc.). El segundo modo pregunta sobre los estereotipos, es decir, qué entendemos por tal tipo de persona o grupo, que consideración nos merecen, que carácter les atribuyes, etc. Y, la tercera forma es la que pregunta directamente por la «pertenencia» o afinidad a un grupo social. La información que proporciona cada modelo de pregunta es diferente. El primer y tercer tipo producen datos sobre la relevancia o peso de las identidades sociales. Las primeras lo hacen respecto a situaciones muy específicas mientras las últimas lo hacen de modo genérico. Por otra parte, las estereotípicas informan sobre los marcos culturales de referencia, es decir, los contenidos cognitivos de las barreras categóricas indican qué significan éstas para la gente. Las situacionales y las estereotípicas son preguntas habituales de los estudios sobre racismo y xenofobia. Y en la actualidad existen cuestionarios bien definidos para la medición de tales problemas sociales incluidos en encuestas de organismos oficiales tales como Eurostat. Las preguntas directas son más extrañas de encontrar. No existen cuestionarios formales preparados para encuestas que midan el peso relativo de las cuestión. Como referencias pioneras sirvan de muestra las dos siguientes: José Antonio Díaz, Tendencias en valores y crencias, en José F. Tezanos y María Rosario Sánchez Morales (eds.), Tecnología y Sociedad en el nuevo siglo. Segundo Foro sobre tendencias sociales, Madrid, Sistema, 1997; José Félix Tezanos, Tendencias en estratificación y desigualdad social en España, 1997, Madrid, Sistema, 1998.
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identidades sociales. Lo que hay son preguntas específicas dedicadas a ellas que se incorporan a baterías generales de preguntas sobre actitudes y opiniones. Sin embargo, estas preguntas proveen de una información a la que no se tiene acceso con las preguntas situacionales o estereotípicas como es la comparación de la relevancia de unos atributos sobre otros. Es decir, indican el peso relativo de cada identidad social para una sociedad en particular. Al menos, hay tres tipos de herramientas directas actualmente en uso en la investigación cuantitativa: Las referidas a una identidad social en particular; Las que preguntan por la identidad personal, de la que se pueden extraer datos sobre la relevancia de las identidades sociales; Y las que preguntan exclusivamente por el orden de importancia de unas identidades sociales respecto a otras para la auto-identificación o la división social. Un ejemplo del primer tipo es la utilizada por Karen Trew, Cate Cox y Peter Ward (1996) en un estudio sobre las Identidades sociales en Irlanda del Norte. Estos investigadores realizaron su análisis sobre las identidades sociales con una pregunta que estuvo muy extendida en encuestas de Gran Bretaña. La pregunta por la identidad se realizó con ítems como el que sigue: «For me being this identity is an important part of who I am». En ella, el individuo expresa que cierta identidad social es una parte importante de la descripción de si mismo (Trew, Cox & Ward, 1996). El problema de la pregunta era que no permitía la comparación entre diversas formas de clasificación. Respecto a las preguntas sobre la identidad personal, el Twenty Statements Test (TST) es el más conocido. Se utiliza en la investigación sobre la identidad individual en Psicología Social y el Interaccionismo Simbólico. Su desarrollo corresponde a la Escuela de Iowa dirigida por Kuhn en los años cincuenta y que después fue transformándose a raíz de diversas investigaciones (Escobar, 1989: 45-79). Hoy en día, con este test, se estudia si la identidad está configurada más sobre la experiencia de rol, de grupo o sobre la experiencia actitudinal. Boltanski y Thevenot desarollaron otra herramienta que buscaba saber cómo se clasifica a la gente en general. Según su método, los entrevistados debían ordenar a un conjunto de personas ficticias de las que se daban muchas características en varios grupos y subgrupos. Con su estudio demostraron que las formas de clasificar primeramente utilizadas suelen ser sistemas de clasificación institucionalizados (Boltanski y Thevenot, 1983). Esta pregunta producía un nuevo tipo de información mucho más específica sobre los sistemas de clasificación. En él no se mezclan los distintos elementos culturales que forman una identidad personal. Las respuestas del TST pueden referirse a roles, actitudes, valores, posiciones sociales, elementos físicos, etc. Mezclan las distintas dimensiones de la identidad personal. Finalmente, en relación con la tercera forma de preguntar señalada, existe otra herramienta que presenta una lista de atributos para que el sujeto se describa, con qué grupo o tipo de grupo se siente más identificado o qué tipo de personas cree que desarrollan sus mismos intereses. Esta técnica remite directamente al peso relativo de las identidades sociales en la conciencia de pertenencia. La respuesta destaca cómo el entrevistado divide a la sociedad, que
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imagen de la diferenciación social le resulta más significativa en función de la percepción de sus intereses y afinidades. En la actualidad, hay varias versiones del último tipo de pregunta directa indicado. Se han recogido algunas de las más conocidas tal y como han sido utilizadas, desarrolladas y adaptadas por el Grupo de Investigación de la British Social Attitudes Survey (BSA) y por el Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (GETS) a lo largo de los últimos veinte años. Las preguntas incluidas por la BSA sobre el peso de las identidades sociales desde mediados de los ochenta han ido cambiando progresivamente (Ver figura 2). La primera pregunta fue incluida en la encuesta de 1989. Y, hasta 1996, se mantuvo en un cuestionario auto-cumplimentado. Dicha cuestión preguntaba por el sentimiento de proximidad que se sentía hacia personas con las que se compartían ciertos rasgos y preguntaba por cada uno de ellos. Era una pregunta sobre identidades particulares.
FIGURA 2. Preguntas sobre las identidades sociales básicas de BSA Año
Texto de la pregunta
De 1989 Inglés: People feel closer to some groups than to others. For you personally, how cloa 1996 se would you say you feel towards … Español: La gente se siente más próxima a algunos grupos que a otros. Para ti personalmente, ¿cómo de cercano dirías que te sientes de…? 2001
Inglés: Some people say that whether they feel British or English is not as important as other things about them. Other people say their national identity is the key to who they are. If you had to pick just one thing from this list to describe yourself - some … Español: Alguna gente dice que su sentimiento de británico o inglés no es tan importante como otras cosas para ellos. Otra gente dice que su identidad nacional es la clave de quienes son. Si tu tienen que elegir sólo una cosa de esta lista para describirte a ti mismo – algo…
2003
Inglés: We are all part of different groups. Some are more important to us than others when we think of ourselves. In general, which in the following list is most important to you in describing who you are? (Please tick one box in the first column). Español: Todos nosotros somos parte de grupos diferentes. Algunos son más importantes para nosotros que otros cuando nosotros pensamos en nosotros mismos. En general, ¿ cual de la siguiente lista es más importante para ti en describir quien eres tu?
2003 y 2005
Inglés: People differ in how they think of or describe themselves. If you had to pick just one thing from this list to describe yourself - something that is very important to you when you think of yourself - what would it be? Español: La gente difiere en cómo ellos piensan o se describen a si mismos. Si tu tienes que elegir una cosa de esta lista para describirte a ti mismo – algo que es muy importante para ti cuando tu piensas en ti mismo -, ¿cuál sería?
Fuente: BSA: British Social Attitude Survey.
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Varios años después, en el año 2001, el BSA vuelve a introducir una pregunta sobre la cuestión de la identificación social pero es muy diferente. Esta segunda pregunta hace una introducción que resalta la identidad británica o inglesa y se afirma que ésta no es para todos igual de importante y, tras esto, se pregunta sobre cómo uno se describiría a si mismo dándole una larga lista de posibles respuestas que indicaban las categorías concretas, no el atributo cultural de clasificación. En el año 2003, la pregunta del año 2001 cambió. Se quitó parte de la introducción y se simplificó el número de respuestas agrupando las categorías o sustituyéndola por el atributo categórico cultural que las englobaba a todas. Así, no se preguntaba por si uno se identificaba como blanco o como de clase media sino según el color de su piel o su clase social. Finalmente, acompañando a la anterior cuestión pero en un cuestionario adjunto que era auto-cumplimentado, se incluyó otra pregunta similar que se utilizó de nuevo en el año 2005. De este modo, a lo largo de casi veinte años, el BSA ha ido depurando la pregunta haciéndola más sencilla. Actualmente, se pregunta sobre qué tipo de atributos culturales resultan más relevante a la gente para describirse y se le pide un orden entre éstos. En las preguntas desarrolladas por el BSA ese orden era de los tres primeros elementos. Además, la lista de respuestas se ha ido simplificando a fuerza de quitar las categorías concretas y utilizar como respuesta el nombre de los atributos generales. Por su parte, la Encuesta de Tendencias Sociales (ETS) del GETS desde el año 1985 hasta el 2005 contenía una pregunta similar a la de BSA en el año 2005. La pregunta se enuncia del siguiente modo15: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cual piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
La pregunta introduce la cuestión de la identificación en un sentido genérico. Se muestra al entrevistado la tarjeta en la que se detallan los diversos tipos de categorías sociales más relevantes, y se pide a éste que escoja en función de dos criterios complementarios: identificación e intereses comunes. El primer criterio es muy genérico y con un significado relacionado con lo afectivo. Y, el segundo tiene un significado más concreto relacionado con los procesos racionales de la acción. Ante estos datos, se diría que ambos grupos de investigación han llegado a una herramienta similar por caminos autónomos. 15 Esta pregunta aparece en el Cuestionario de las Encuestas sobre Tendencias Sociales del GETS, 1995-2005 y anteriormente en investigaciones realizadas por el profesor José Félix Tezanos desde 1985. El cuestionario de la ETS se reprodujo íntegramente en el libro de José F. Tezanos Tendencias en estratificación y desigualdad social en España. 1997, Madrid, Sistema, 1998.
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En las Encuestas sobre Tendencias Sociales (ETS) se pregunta por la primera y la segunda forma de categorización que sea más relevante para el sujeto. Esta formulación ofrece una respuesta compleja que multiplica enormemente la posibilidad de expresar una escala de identificación social diferente. Aunque, la información bruta final es menor que la proporcionada por la pregunta actual de la BSA que pregunta por las tres primeras identidades. Sin embargo, tanto una como otra tienen un problema: el establecer el significado del orden de importancia de las identidades sociales seleccionadas por los entrevistados. Esto no ha sido resuelto por ahora en los estudios del GETS, ni tampoco en los análisis publicados de la BSA16. Sin embargo, el principal problema de las preguntas de la BSA y la ETS es que las posibles formas de identificación de los sujetos están predeterminadas en el cuestionario. Esto se puede suplir con estudios previos sobre las principales formas de ubicación en una sociedad a través de estudios cualitativos utilizando el TST o de análisis de los sistemas de categorización de las principales instituciones y corporaciones de una sociedad. Y también se puede mejorar la pregunta permitiendo una respuesta de no-identificación con ninguno o con todos a la vez, es decir con respuestas que no clasifiquen. La utilidad de la pregunta depende, en su mayor parte, de las posibles respuestas que se le ofrezcan al entrevistado. Éstas deben estar contextualizadas para ser significativas y abarcar todas las posibles respuestas con sentido. En las Encuestas del GETS, se indican nueve atributos y dos respuestas más que indican incertidumbre e indefinición de la pertenencia a grupos. Las respuestas son: • (Se identifica) con las personas de la misma edad, de la misma generación. • (Se identifica) con las personas del mismo sexo o género. • (Se identifica) con las personas que tienen sus mismas aficiones, gustos, costumbres, modas, etc. • (Se identifica) con las personas que tienen sus mismas ideas políticas. • (Se identifica) con las personas de la misma clase social. • (Se identifica) con las personas que tienen sus mismas ideas religiosas. • (Se identifica) con las personas de su misma profesión y trabajo. • (Se identifica) con las personas de la misma región o nacionalidad. • (Se identifica) con las personas del mismo municipio. • (Se identifica) con ninguno. • (Se identifica) con todos por igual. • No sabe, está en duda /No contesta 16 El National Centre for Social Research (NatCen) realiza una publicación anual de los resultados de la BSA desde los años setenta con el título de la propia encuesta (British Social Attitudes Reports). En el momento de terminar esta investigación aún no había sido publicado el informe del año 2003/2004. El más reciente es el titulado British Social Attitudes: the 21st Report.
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Todas estas respuestas abarcan la mayoría de las principales representaciones de las divisiones sociales que hay entre los españoles. No incluye ninguna referida explícitamente a roles sociales salvo la profesión ni a organizaciones sociales básicas (Estado, Familias o Empresas). Se abarcan las principales referencias culturales que sirven cotidianamente para representar las diferencias y las jerarquías sociales. Pero no se incluyen aquellas otras que sirven para definir la individualidad del sujeto ni su vinculación organizacional, sino sólo su vinculación grupal en la sociedad española. A pesar de ello, en las respuestas que ofrece el instrumento de medida del GETS se echa en falta algunos sistemas de clasificación que están fortaleciéndose en los últimos años en algunos campos de lo social, fundamentalmente los que hacen referencia a la etnia. Además, con el tipo de respuestas actuales no es posible diferenciar entre la identificación con los de la misma nacionalidad y con los de la misma región. Esta diferencia en 1985, cuando la población extranjera no superaba el 1,5% de la población hacía referencia al mismo hecho, el nacionalismo periférico. Sin embargo, hoy, cuando se estima que hay más de un 8% de inmigrantes extranjeros, empieza a poder ser relevante diferenciar entre una y otra respuesta. Aún con estas salvedades, la pregunta del GETS puede ser considerada como un instrumento plenamente válido para la investigación del peso de las identidades sociales básicas en España. Simplemente, el investigador ha de tomar la precaución de revisar las respuestas cada cierto tiempo.
3.2. Análisis del peso de las identidades sociales El peso subjetivo de las identidades sociales es un concepto complejo que hace referencia a la relevancia de una identidad social en la conciencia de pertenencia del conjunto de miembro de una sociedad. Esta relevancia o peso tiene dos dimensiones analíticas a tener en cuenta: extensión (E), es decir, cuantas personas consideran que se pueden ubicar de un modo relevante –porque comparten intereses o se identifican– a si mismos y a los demás en función de un atributo concreto; E intensidad (I), es decir, el nivel de identificación relativa que una identidad social suscita entre aquellos que se identifican con un grupo social. De modo que es posible que una identidad social esté poco extendida entre una población pero sea muy intensa para aquellos que la comparten y puede ocurrir que una identidad social esté muy extendida entre la población pero sea muy poco intensa la vivencia de pertenencia para esa población. Y, asimismo, puede ocurrir que una identidad esté muy extendida y sea muy intensa para la población, y al revés. La extensión podría ser medida con una pregunta en la que se le pidiese al entrevistado que indicase con qué grupos de personas se identifica más, y tuviese la posibilidad de dar varias respuestas. La intensidad mediría el orden de las respuestas. Matemáticamente se podría decir que: Ex= (f1x + f2x + f3x + f4x + f5x + … + fnx)
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Siendo: x una identidad social; fn la frecuencia relativa en la posición n. 1 la intensidad es igual a: Ix= (f1x/E)+(f2x/(E- f1x)+(f3x/(E-f1x-f2x)+….+(fnx/fnx) En consecuencia, el peso (P) de una identidad social (x) en la conciencia de pertenencia es el resultado de ambos hechos: su extensión y su intensidad. De modo que: Función(Px)= Ex Ix Los datos obtenidos mediante el instrumento del ETS se han analizado en investigaciones previas realizadas por distintos autores de dos modos diferentes: basándose sólo en los datos dados en primer lugar por los entrevistados (Díaz, 1997) (Exa); y a partir de la suma de las frecuencias de cada tipo de categoría de respuesta en la primera pregunta y la segunda pregunta (Tezanos, 1998) (Exb). Es decir: (1) Exa= f1x o (2) Exb= f1x + f2x, Ambas fórmulas quieren representar el peso de las identidades sociales en un momento dado pero sólo son indicaciones parciales de la extensión de cada identidad social, siendo más completa la fórmula [2], que denominamos «Extensión General» que la fórmula [1] que podemos denominar «Extensión primaria» en referencia a que se corresponde con las frecuencias relativas del indicador de la identificación en primer lugar. Aún así, la distancia entre ambas es importante porque indica la intensidad de la identificación. Cuanto mayor sea la diferencia entre ambas, menor será la intensidad. Cuanto menor sea la diferencia entre ambas, mayor será la intensidad. En esta investigación se ha desarrollado un detallado análisis de las escalas de identificación utilizando las dos fórmulas (Exa y Exb). En función de ello, los análisis realizados para contestar a las diferentes preguntas formuladas se han hecho a partir de 19 variables.
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3 La medición del peso de las identidades sociales
TABLA 1. Nombre de las variables indicadoras de la fuerza de las identidades sociales por identidad social y tipo de indicador Atributos culturales categóricos
Pxa o Extensión primaria
Pxb o Extensión general
Edad o generación
MISMA EDAD
MISMA EDAD (FA)
Sexo o género
MISMO SEXO
MISMO SEXO (FA)
Clase social
MISMA CLASE SOCIAL
MISMA CLASE SOCIAL (FA)
Región o nacionalidad
MISMA REGIÓN
MISMA REGIÓN (FA)
Municipio
MISMO MUNICIPIO
MISMO MUNICIPIO (FA)
Ideas políticas
MISMAS IDEAS POLÍTICAS
MISMAS IDEAS POLÍTICAS (FA)
Ideas religiosas
MISMAS IDEAS RELIGIOSAS
MISMA RELIGIÓN (FA)
Profesión
MISMA PROFESIÓN
MISMA PROFESIÓN (FA)
Aficiones, gustos, modas o costumbres
MISMAS AFICIONES
MISMAS AFICIONES (FA)
Ningún atributo más que otro (Respuesta indefinida que reconoce la pertenencia pero no especifica alguna barrera socio-cultural)
CON TODOS POR IGUAL
-
3.3. El análisis de la tendencia con series temporales de datos Las series temporales de carácter anual están afectadas por tres tipos de componentes: la tendencia central, los ciclos y las irregularidades aleatorias y erráticas. La tendencia central o movimiento secular es el objetivo de los análisis realizados en este libro. Para su definición es necesario antes aislarla del efecto de los ciclos interanuales y las irregularidades erráticas. El esquema de los análisis realizados ha seguido cuatro pasos básicos: Análisis de la secuencia, Análisis del componente cíclico, Análisis de la tendencia central, Análisis de las irregularidades. Para ello, se ha seguido un organigrama típico de trabajo en el estudio de las series temporales que consta de varias técnicas de análisis que combina las representaciones gráficas y las técnicas estadísticas. El primer paso, es el análisis de la secuencia para lo que se utilizó el Gráfico de Secuencias. Dicho gráfico representa los datos observados de cada serie muestral junto a los límites superiores e inferiores del segmento en el que se
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podría encontrar cada dato en la población observada con un 95% de probabilidad si la muestra hubiese sido seleccionada de forma totalmente aleatoria. Por lo que se puede deducir de éste si ha existido un cambio a lo largo del período que tenga una forma lineal, curva, aleatoria o no ha habido cambio. Si del gráfico se deduce que hubo un cambio, es necesario corroborarlo con el análisis de las autocorrelaciones que ayudará a detectar el posible carácter cíclico de los datos. Esta técnica indica la significatividad de la repetición de los datos en el tiempo y el retraso o retardo (lag) en que tal repetición es más significativa. Si el retardo en que son más significativos es el 1 significa que la máxima correlación se da año tras año, lo cual implica una relación lineal. Si los retardos son más significativos cada dos años significa que existe un ciclo bianual. Si los retardos son más significativos cada 15 años significa que existe un ciclo que dura ese tiempo. Si no existe correlación entre los datos, ésta es igual a 0, entonces la serie temporal varía de forma aleatoria. La técnica de análisis de las autocorrelaciones exige tener una serie temporal completa, con todos los datos a una misma distancia para que sus resultados tengan sentido. En el análisis de las series temporales, tal situación sociológica no es habitual por lo que se han desarrollado distintas técnicas de transformación de las variables originales para la sustitución de esos datos según distintos supuestos. Estas técnicas buscan sustituir los datos no de forma aleatoria sino a partir de la información conocida proporcionada por el resto de datos. Por ejemplo, una técnica sustituye los datos que faltan por la media de la serie temporal mientras otra sustituye los datos por la media del dato inmediatamente anterior y del posterior, y otra por la media de los dos datos inmediatamente anteriores y los dos posteriores, y así. Es decir, se realiza una interpolación lineal. En nuestro caso, se ha optado por considerar que los datos de los años que faltan siguen una pauta similar a aquellos que son justo anteriores y posteriores a ellos, por lo que los datos perdidos son sustituidos por el resultado de interpolaciones lineales calculadas utilizando el último valor válido antes del valor perdido y el primer valor válido después del valor perdido. Si el primero, o el último caso, de la serie hubiesen tenido un valor perdido, este valor no es sustituido. Así, con las nuevas variables se han llevado a cabo los análisis de auto-correlación. Este método tiene el sesgo de fortalecer la tendencia central si ésta es lineal. Ello implica que con la serie interpolada es más difícil rechazar la hipótesis de linealidad frente a la de ciclo. Por ello, tras su aplicación, la hipótesis de linealidad de los datos sólo ha sido aceptada con un grado de confianza superior al habitual (95%) por lo que se ha fijado en el 99%. Una vez corroborada la inexistencia de componentes cíclicos y de linealidad de los datos, se ha seguido el modelo de análisis que suele denominarse determinista al considerar el componente irregular como producto de factores aleatorios (ruido blanco) y a la tendencia central como el único componente regular de la serie temporal. Y así, la serie temporal (Yt), ha sido considerada una función de la tendencia central (Tt) y el componente irregular (It). Es decir: Yt= Tt+It
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3 La medición del peso de las identidades sociales
La técnica utilizada ha sido siempre global porque la tendencia ha sido siempre definida a partir del análisis del conjunto de datos de la serie. Sería local cuando la tendencia fuese definida dando peso distinto a cada una de las observaciones y haciéndose el cálculo en cada uno de los puntos de la serie. Aquí han interesado más las técnicas con un enfoque global pues captan mejor los aspectos más permanentes de la evolución de las series. Los datos obtenidos para el análisis se corresponden con una fecha periódica al año (mediados de septiembre) así, la posible estacionalidad anual queda anulada. Esto quiere decir que puede ser que el peso de las identidades varíen dentro de algún ciclo estacional pero aquí éste se considera irrelevante. El objetivo ha sido establecer la tendencia central de evolución a lo largo del período una vez comprobada la inexistencia de ciclos, o una vez conocidos éstos y su efecto sobre la serie temporal. La tendencia central se analiza buscando una función matemática dependiente del tiempo, que se ajuste a la nube de puntos obtenida al representar la serie. Esta función puede constar de varios parámetros que se determinan según el método de mínimos cuadrados. Según el número de parámetros que tenga la función, la tendencia podrá ser lineal, polinomial o de otro tipo capaz de ser expresado en una función matemática. De entre ellas aquí siempre se hará referencia antes que a ninguna, a la tendencia lineal. Siempre y cuando la capacidad explicativa de ésta sea significativamente menor que la de otra curva, se utilizará esta otra curva para describir la tendencia central. Dentro de las técnicas de enfoque global, la que se ha utilizado ha sido la determinación de la tendencia lineal donde: Yt= (b0+b1)+It Esta función asume que las irregularidades (It) son aleatorias, ruido blanco. Para poder comprobar este supuesto, se ha utilizado la técnica de autocorrelación de los residuos derivados de la línea de regresión respecto a los datos originales. En éstas, si la probabilidad de que hubiese una regularidad en los residuos es superior al 5%, entonces la tendencia lineal se consideraba que no estaba bien definida. En el caso de que la tendencia central esté bien definida, y los residuos resultantes sean aleatorios con un 95% de confianza, entonces se elabora la expresión gráfica de la línea de tendencia que más parece ajustarse a los datos muestrales de la serie temporal. Esta expresión final muestra el sentido de la tendencia gráficamente. Y es la que se utiliza para mostrar los resultados finales de la investigación.
3.4. Análisis de los procesos de selección en las empresas, la familia y el estado El análisis de los procesos de selección en las empresas, las familias y la política se ha realizado en función de los resultados cuantitativos de tales pro-
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cesos en la sociedad en su conjunto. Se ha analizado la evolución del volumen de exclusión, vulnerabilidad e integración de las categorías sociales de cada una de estas organizaciones a lo largo del tiempo. El objetivo es comprobar la similaridad de las tendencias entre los usos de dichos atributos culturales en los procesos selectivos y en la conciencia de pertenencia. No se quiere describir el profundo cambio sufrido por los procesos de selección en el período estudiado. Lo cual implicaría una obra mucho más extensa que nos apartaría de nuestro objetivo principal. Para realizar el análisis, primero se ha llevado a cabo un estudio de la evolución de la estratificación social en cada uno de los campos sociales de las organizaciones sociales básicas. El objetivo de esta parte es comparar la estructura laboral, reproductiva y política existente al comienzo del período estudiado y al final de éste. En esta parte, como novedad, se han utilizado gráficos de áreas concéntricas, en los cuales se aprecian las proporciones de los estratos generales de la estructura de integración-exclusión en años determinados. Dichos estratos son definidos por las características más relevantes consideradas de la estructura de posiciones sociales con relación a las empresas, las familias y la política. A partir del análisis de la estructura de posiciones sociales, se analiza la evolución de los pesos objetivos de los atributos culturales que han incrementado su peso subjetivo. De tales análisis se infiere si se ha intensificado o reducido el uso de dichos atributos culturales en la selección de la población para acceder a los puestos más integrados, vulnerables o excluidos en el ámbito de las empresas, las familias o el Estado. Una vez analizadas las tendencias del peso objetivo y subjetivo de las identidades sociales se puede comparar si coinciden las tendencias en el modo en que las hipótesis correspondientes indican desde el marco teórico expuesto. Dichas hipótesis son: La tendencia ascendente del peso subjetivo de una identidad social está asociada a una tendencia ascendente del peso objetivo de dicha identidad social en los procesos selectivos empresariales; La tendencia ascendente del peso subjetivo de una identidad social está asociada a una tendencia ascendente del peso objetivo de dicha identidad social en los procesos selectivos familiares; Y, la tendencia ascendente del peso subjetivo de una identidad social está asociada a una tendencia ascendente del peso objetivo de dicha identidad social en los procesos selectivos políticos. Es decir, considerado el marco teórico del que se parte, el cambio de la relevancia relativa de las formas de verse las personas que viven en España a si mismos desde mediados de los ochenta hasta ahora se ha producido como consecuencia de una transformación de las formas en que escogemos a aquellos que pueden realizar un trabajo o una tarea, obtener unos privilegios o derechos o disfrutar de parte de los bienes materiales de nuestras organizaciones. Hemos cambiado las fronteras que dividen la población de España. Nuestras familias, empresas y gobiernos ya no le dan lo mismo a las mismas personas por las mismas razones. Y, por ello, también ha cambiado como nos vemos a nosotros mismos y a los demás.
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4. Crisis de identificación
Muchas personas se ven afectadas por nuestros problemas. Las personas de nuestro alrededor, las que nos quieren, las que trabajan con nosotros, las que aprenden de nosotros, las que nos enseñan, la que se divierten junto a nosotros, todos ellos y muchos otros se ven afectados en su vida particular cuando nosotros tenemos un problema. Con todos ellos formamos parte de la sociedad. Ciertamente, no todos experimentamos igual los problemas de los demás. Para algunos, los problemas de uno revierten positivamente sobre ellos porque consiguen más recursos, eliminan o incapacitan a un competidor. Sin embargo, para otros, esos problemas sí son sus problemas porque nos necesitan para conseguir otros recursos sociales o porque ellos experimentan lo mismo. Esta última situación es la que aquí nos interesa. Ocurre porque los problemas a los que nos enfrentamos en nuestra vida no son particulares o únicos en su mayoría, sino que hay otras muchas personas que pasan por situaciones similares, por las mismas problemáticas. Las identidades sociales sirven para que podamos identificar quienes son unos y quienes otros dentro de la sociedad. Ayudan a que el individuo tome conciencia de quienes comparten intereses con uno. Permiten verse como parte de grupos y no sólo como individuos aislados. Ayudan a tomar conciencia de nuestro lugar compartido en la sociedad. La relevancia de las identidades sociales en el imaginario colectivo cambia en el tiempo. Ante un nuevo nivel de actividad económica o política, o debido a las contradicciones culturales generadas por un sistema social específico, o al llegar a un nivel de desigualdades sociales insostenible o a conflictos que no es posible integrar en las dinámicas institucionalizadas y pacíficas de una sociedad y que terminan produciendo enfrentamientos suicidas dentro de las sociedades o entre sociedades, llega un tiempo en que es necesario un renovado diseño de las formas de identificación social, junto con el cambio de otros elementos del sistema social. Ningún sistema social es perfecto, y, por tanto, ninguno es estable, sino que todos se sitúan dentro de una dinámica constante de cambio igual que todos sus
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distintos elementos. Las identidades sociales también. Así, los momentos de crisis sociales profundas, de rupturas de los órdenes establecidos son significativos de la necesidad de cambios de las mentalidades sobre las divisiones y agrupaciones institucionalizadas. Cada crisis exige una nueva recomposición de la conciencia de pertenencia capaz de reagrupar a la gente de tal modo que pueda afrontar los retos con los que se enfrentan y que le llevaron a esa crisis. La necesidad de cambio de las identidades sociales es de diversa naturaleza. Siempre consiste en una respuesta que destaca un nuevo tipo de comunidad, necesaria para afrontar algún nuevo problema. La comunidad resultante puede ser más concreta o más amplia, la cuestión es que, en ella, los individuos estén más intensamente relacionados (Douglas, 1996:150-151) y encuentren sentido a su situación y su acción ante los retos a los que se enfrentan. Tras la Segunda Guerra Mundial, los europeos se vincularon fundamentalmente con aquellos que participaban de su visión religiosa, su nacionalidad, su clase sociolaboral, su ideología y su generación (Therborn, 1999: cap. XII). Las imágenes más generalizadas sobre las sociedades europeas se caracterizaban por concebirlas como sociedades culturalmente cristianas (con rituales como la Navidad), nacionales, de clases laborales, ideológicamente divididas en izquierda y derecha, y generacionalmente diferenciadas en función de la cultura desarrollada en la etapa juvenil. Junto a éstas, otras identidades alternativas o disidentes también se podían encontrar, como eran las imágenes de las nacionalidades regionalistas, las visiones feministas o las de carácter eminentemente cultural y ocioso, que han sido expresadas y fomentadas desde movimientos y otros agentes sociales a lo largo de este tiempo. De modo que todas ellas, y muchas otras más, locales y particulares, llegan a formar la conciencia de pertenencia de los pobladores de Europa. Sin embargo, los grandes procesos históricos que han convulsionado Europa durante este período han dado lugar a una transformación sustantiva de la conciencia de pertenencia de los europeos. Dicha crisis ha implicado que la organización subjetiva de las identidades sociales generalizada en las sociedades haya ido diluyéndose en la conciencia de los europeos de algunos países como Francia o Gran Bretaña, y otras nuevas hayan ido surgiendo17. ¿Ha ocurrido lo mismo en España? ¿Ha habido una transformación de la visión que los españoles tienen sobre sus diferencias y sus similitudes? ¿Se ven a si mismos los españoles de forma diferente tras los procesos de cambio que se han producido en su entorno durante las últimas décadas? 17 Sobre el caso francés una de las obras más interesantes sobre este proceso es Claude Dubar, La crisis de las identidades. La interpretación de una mutación. Barcelona, Bellaterra, 2000, pág. 15-20; En el caso inglés una obra también interesante de esta transformación es Bryan S. Turner «The erosion of citizenship», British Journal of Sociology, nº 52, vol º2, Junio, 2001. Estas obras siguen unas pautas de análisis diferentes y difícilmente se pueden comparar los datos a los que hacen referencia. Sin embargo, el conjunto de las obras son unas aproximaciones serias que deben ser consideradas al aproximarse a la cuestión de las tendencias de las identidades sociales.
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4.1. Respuestas a ¿Quiénes son como yo? Los españoles han experimentado una situación especial en el marco europeo durante el siglo XX que hace que su caso sea algo especial dentro de este contexto. La definición de quienes son sus iguales se hace en dos circunstancias muy distintas desde mediados del siglo XX en España: bajo una dictadura militar y, tras 1978, en un régimen democrático. Debido a ello, el depósito cultural español de final de siglo arrastra una experiencia histórica particular que afecta profundamente a su imaginario colectivo de las diferencias sociales. El gobierno de España hasta 1975 fue un régimen dictatorial de carácter centralizador apoyado por la derecha ideológica, la clase alta, los nacionalistas del Estado Español y la jerarquía de la Iglesia Católica predominante culturalmente en el país desde cinco siglos antes. Tal régimen estuvo asentado durante 36 años, hasta que el jefe del Estado, que había dirigido la rebelión militar en 1936, murió de muerte natural. Dicha situación determinó profundamente la modernidad española. En tales circunstancias, ¿cómo era la conciencia de pertenencia de los españoles? Las representaciones oficiales que prevalecían en las instituciones españolas y se hicieron manifiestas entonces y en el período de transición hacia la democracia fueron, principalmente, la nacional, la religiosa, la sexista y la ideológica18. Durante todo el período que duró el régimen dictatorial resistieron en la clandestinidad partidos políticos, sindicatos de izquierda y nacionalistas de algunas regiones periféricas. Ello indica el peso de tales identidades históricas, que, por otra parte, no eran nada extrañas en el contexto de la Modernidad europea. Sobre estas divisiones se configuró la oposición principal al régimen, introduciéndose miembros de organizaciones clandestinas en estructuras institucionales de sindicatos verticales y asociaciones religiosas de base. Pero mientras tanto, el régimen político fomentó el nacionalismo español, el catolicismo, el patriarcado y el libre mercado. Del conflicto social latente durante todo este período surgió una forma de identificación que fusionaba la ideología, el nacionalismo, la clase y la religión. Dichos elementos de división parecieron similares durante mucho tiempo, hasta el punto de que en períodos determinados, llegan casi a confundirse como principios de identificación. La división derecha/ izquierda aparece frecuentemente como un eje divisor paralelo a católico-no católico, así como a nacionalista-nacionalista periférico. Véase como ejemplo el que ETA, movimiento terrorista nacionalista del país vasco se autodefine de izquierdas y obrero. O, la definición confesional del Estado Español durante el régimen franquista. Sin embargo, tales fronteras hoy están mucho más diluidas y los procesos económicos, políticos y religiosos vividos han generado multitud de posturas y formas de combi18 Sobre la importancia de estas divisiones en el período de la transición española ver: Giner, (1986); Pérez Agote (1986); Pérez Vilariño y Schoenherr, (1990); Díaz-Salazar (1990); Tezanos, Cotarelo y De Blas (eds.), (1993).
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nación de estos ejes en la vida diaria. Así, cada uno de estos atributos culturales se ha reformulado y adoptado un nuevo lugar en el panorama político democrático y cultural, siendo hoy su relación algo menos definida. En el ámbito político específicamente, a mediados de los setenta las principales identidades políticas de los españoles eran la ideológica y la nacionalista. En la transición española, los grupos que participaron en la negociación de la nueva constitución y formaron los primeros partidos políticos con cierta repercusión en la expresión del voto en las elecciones de 1977, 1980 y 1982 fueron partidos divididos según su ideología, su clase social de referencia y su nacionalismo. Aunque, en un Congreso del partido de izquierdas numéricamente más relevante –el PSOE– un destacado dirigente socialista dejó explícita su renuncia a una ideología estrictamente de clases sociales poco tiempo después de la transición española. Desde entonces, la división de los partidos y el voto según ideología y nacionalismo todavía se mantiene en la vida política española. A las identidades políticas de la transición española hay que añadir la generacional debido a que hubo una brecha de edad muy significativa que influyó en la postura política de los individuos. Ello se muestra con claridad en hechos como la juventud de los principales líderes políticos de izquierdas de la transición frente a la edad de los líderes de derecha, y en la alta participación de los jóvenes en los movimientos alternativos políticos, culturales y religiosos del momento. El cambio de régimen era también un cambio generacional en el liderazgo del país. La generación como elemento cultural de diferenciación es bien antigua. La edad ha marcado significativamente la vida de las personas y desde hace mucho tiempo hay imágenes culturales diferentes para cada edad en Europa. Un ejemplo: la ilustración «Degrés des Ages». En dicha tabla del siglo XVII se puede observar cómo a cada edad le corresponde en el imaginario del autor un lugar y unas características que la hacen ser una época deseada o despreciada de la biografía. Así, a la izquierda de la tabla se reproduce la ascensión en la vida desde la edad de la infancia (abajo) a la edad de la discreción (arriba) que corresponde con la década de los cincuenta. A esta edad comienza la decadencia de la vida que pasa por distintas épocas a cada cual menos agradable: la edad del declinar (los 60 años), la edad de la decadencia (los 70 años), la edad caduca (los 80 años) y la edad de la decrepitud (90 años). Esta visión no es particular de esta época o de este autor. Por ejemplo, en Alemania, hoy se denuncia una visión cultural similar que ha convertido a los mayores en un grupo acomplejado. Así, en un best seller alemán reciente, el autor habla de «la dictadura de la juventud» como una amenaza para personas mayores. El envejecimiento se vive como un acto público anómalo que no aparece en la televisión, el cine o la publicidad y que tiene algo de infeccioso (Schirrmacher, 2004:85-86). Así, hoy día, el envejecimiento no es tanto un hecho físico o biológico como un producto social y cultural. Ciertamente existe un proceso biológico de deterioro corporal en el que se incrementan las probabilidades de sufrir afecciones patológicas. Pero, en la actualidad, se vive una época en la que se ha retrasado enormemente este proceso gracias a la dieta, el ejercicio sistemático y la tecnología médica. A pesar de ello, el pánico al envejecimiento parece generalizarse. La vejez es defi-
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nida principalmente como una carga económica, social y familiar en muchos casos pues se liga a la jubilación y a una época que se considera «pasiva». Esa es la visión que prevalece a pesar de la mejora de calidad de vida que se está experimentando (Gil Calvo, 2001: 212). De modo que, en la cultura europea prevalece la idea de la edad como un referente de diferenciación importante en la selección de papeles, posiciones y expectativas diferentes en la sociedad. Tras la implantación de la democracia emergieron a la arena pública otros movimientos sociales, fundamentalmente el feminismo, aunque también otros como el pacifismo y el ecologismo (Alonso, 1998:155-178). La riqueza del espacio cultural de identificación aumentaba en España. Nuevos movimientos culturales se reflejaron en la música, el arte y el cine. Las actividades de ocio también aumentaron. El abanico de valores e intereses aumentaba. Por otra parte, el consumo de masas ya se había desarrollado y la diferenciación por el consumo era evidente. Aún así, un fuerte carácter de clase parecía estar ligado a tal actividad (Castillo, 1991: 66). Era una nueva visión de las clases sociales que se extendía desde las relaciones laborales al ocio y al consumo privado. Finalmente, el aumento del consumo entre las clases medias y bajas permitió la creación de una nueva forma de diferenciación, primero ligada a la clase social y posteriormente, generadora de sus propias formas de identificación. En España, el consumo aumentó a niveles antes desconocidos. Aumentaron los gastos de consumo de los hogares, la estructura del gasto y el comportamiento de los consumidores. Surge el consumidor como elemento activo en el mundo económico. Éste tiene un gasto que ya no está centrado en los bienes básicos (alimentos y vivienda) sino que se diversifica hacia la cultura, enseñanza, transportes, esparcimiento, comunicaciones, cuidados personales, ocio, viajes y turismo (Navarro, 1993: 91). Esta figura no parece que forme una identidad en si misma sino que el consumidor forma su identidad en ese tiempo de ocio al que tiene acceso y a través de sus costumbres, gustos y aficiones compartidas con otros. Y esa es la identidad social que, desligada de la estructura productiva y familiar, se añade en este período al depósito cultural de los españoles. Pero los españoles no han sido iguales en su tiempo de ocio y su forma de consumo. Entre los años setenta y ochenta, la diversificación de formas de consumo era amplia. Sin embargo, estaba constreñida por los niveles de renta. La incorporación de nuevos objetos siempre sirvió para que las distancias permaneciesen. El valor simbólico del consumo se mantenía ligado a la clase económica como explicaba en 1991 José Castillo: «Los españoles… no vemos en los objetos de consumo sólo su utilidad, sino buscamos en ellos su valor simbólico. El coche no es sólo un medio de transporte o un útil de trabajo, sino también un símbolo que define la personalidad y condición social del propietario» (Castillo, 1991: 66). Sin embargo, el estudio de los estilos de vida juveniles a lo largo de los años noventa y comienzos del siglo XXI ha permitido observar cómo tienden a romperse las dinámicas de consumo basadas en las divisiones clásicas relacionadas con la desigualdades de género y clase social y fortalecerse las relacionadas con las diferencias de edad. Domingo Comas explica que el ocio se vive co-
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mo el espacio de la igualdad entre los sexos y de libertad más allá de las desigualdades de clase, situándose en un ideal de clase media que difiere sustancialmente de la situación económica objetiva de la familia. El ocio es un espacio separado del familiar y el económico. Y será la edad la que establece, de una manera que parece consciente, las mayores diferencias en el estilo de vida adoptado entre los jóvenes de 16 a 24 años (Comas, 2003: 281-282). Con lo cual el ocio, el consumo y los estilos de vida parecen un conjunto de prácticas sociales y culturales que sirven para establecer diferencias entre grupos sociales y no sólo para expresar las distancias existentes (Bocock, 1995: 97-101). Por consiguiente, de la historia reciente se hereda un depósito cultural con múltiples atributos entre los que destacan nueve de ellos por su relevancia en la vida social, cultural y política de España: las identidades nacionales, las regionales, las ideológicas, las religiosas, las de clases sociales, las de género, las generacionales y las derivadas de los estilos de vida. Todas ellas tienen un sentido o significado, que es enseñado a los miembros de la sociedad, vinculado a la vi da cotidiana. De entre ellas destacan algunas por su importancia política en el período de transición y por su fuerte implantación entre los movimientos sociales y políticos de la segunda mitad del siglo XX: las ideológicas, las nacionalistas, las de clases sociales y las religiosas. Otra deviene del proceso de desarrollo de la sociedad del consumo y el ocio en España en el último tercio del siglo XX. Y, las demás destacan por ser parte del fondo cultural español heredado y mantenido en el tiempo (las identidades generacionales y las sexuales) ¿Cómo son ordenadas estas identidades? ¿Cuál es su peso subjetivo para los españoles? ¿Cómo ha variado a lo largo de estos años? ¿Todos los españoles se identifican de una forma clara? ¿Y desarrollan una jerarquía valorativa de las identidades? ¿Cómo tiende a ser su conciencia de pertenencia?
4.2. Crisis en el trabajo, la política y la cultura Los españoles no comparten una visión única sobre las divisiones sociales principales que hay en su sociedad desde, al menos los años ochenta. La mayor parte de la gente se describe a si misma en función de muchos parámetros que le incluyen en distintos grupos separados. Se podría decir que, la mujer joven se siente mujer y se siente joven separadamente. Para unas cosas es sobre todo mujer y para otras es sobre todo joven, y para otras es una mujer joven. Igual que para otras cuestiones es de izquierdas o religiosa o andaluza. El orden de prioridad de unas representaciones sobre otras no está establecido institucionalmente19. En los años ochenta se registraron en España distintos hechos que indicaban un cambio en la conciencia de pertenencia. La identidad social básica de las 19 Tales hechos no son novedosos. Las investigaciones de carácter psicosocial que analizan la identidad individual basándose en el T.S.T. suelen confirmarlos. Véase por ejemplo el estudio empírico sobre un grupo de parados en España de Modesto Escobar (1989: 85-89).
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sociedades industriales, la identidad de clase, había dejado de formar parte de los discursos públicos y privados. Los partidos políticos y las asociaciones lo retiraron de su lenguaje para adoptar otros menos señeros como el de «progresistas». Al tiempo, se incrementaba la población que se consideraba de clase media, de la mayoría (Del Campo, 1994). Y, desde antes se apreciaba el desarrollo de una crisis importante de la conciencia obrera en cuanto que los trabajadores parecían estar asumiendo valores y mentalidades moderadas. Las representaciones de la estructura de clases se volvían más complejas y matizadas. Se reducía el porcentaje de los que se consideraban clase obrera. Se observaba un bajo nivel de implicación sindical, así como una fuerte difusión de concepciones instrumentales sobre la acción sindical (Tezanos, 1982: 191). A su vez, la identidad central de los Estados-Nación, la identidad nacional, también había dejado de ser exclusiva para comenzar a vincularse a otras, regionales sobre todo, y europeas, con lo que aquella se había diluido como siendo parte de un proceso político de desarrollo del Estado Autonómico y de integración Europea. Por consiguiente, éste era un atributo que las personas no consideraban importante a la hora de describirse. Según los datos de un estudio sobre la identidad de los parados en 1986, la identidad de clase fue nombrada sólo por el 3,7% de los entrevistados y la identidad nacional por el 5,5% en un estudio basado en la técnica del T.S.T. en la que se podían utilizar hasta 20 referencias para identificarse de muy diferente tipo (físicas, familiares, grupales, laborales, étnicas, sociales y generales según la clasificación utilizada en dicho estudio) (Escobar, 1989: 78, 107). Dicho cambio ocurría en un ambiente de transformación de la cultura española que incluía un giro valorativo hacia posiciones postmaterialistas. Éstas daban mayor importancia a problemas globales, como los ecológicos y la libertad frente a los problemas del orden social. La asimilación de valores postmaterialistas es, según Inglehart, un signo de superación de las necesidades materiales y de tener aspiraciones y preocupaciones por otros temas como el ecologismo, los valores humanos, etc. (Inglehart, 1991). Según Torcal (1989:227-254) y Diez Nicolás (1994) poco a poco los valores postmaterialistas se habían ido introduciendo en la cultura española durante las últimas décadas. Los factores relacionados eran el desarrollo de las clases medias y el efecto generacional (cohorte) principalmente (Díez, 1994:33). Se estaba produciendo un cambio cultural semejante al de los países europeos por medio del reemplazo generacional. Con lo cual, se estaba trasladando el eje de preocupación de los españoles hacia problemas sociales novedosos que implicaban una ruptura con las representaciones propias de los conflictos de las sociedades modernas. Estos últimos respondían a una visión de los problemas sociales más materialista, centrado en las desigualdades estructurales. Sin embargo, a lo largo de los ochenta, cuestiones tales como la búsqueda de la autorrealización y la búsqueda de la felicidad personal parecían fundamentales. Los valores habían dejado de estar orientados únicamente por instancias institucionales como la Iglesia o la Ideología y comenzaban a basarse en elecciones e intereses personales (Orizo, 1996).
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En consonancia con tales procesos, en 1985 y 1987, las identidades más sobresalientes eran las de origen sociocultural, ligadas a los estilos de vida, es decir, a las costumbres, los gustos, las modas y las aficiones así como la edad o generación, en vez de a las posiciones estructurales en el trabajo o a las divisiones políticas o religiosas. Si bien, alguna de estas últimas era la más relevante para un 28% de la población en 1985 y un 30% en 1987. (Gráfico 1)
GRÁFICO 1. El peso subjetivo de las identidades sociales en España en 1985 y 1987. Dimensión: Extensión general 50 1985 1987
45 40 35 30 25 20 15 10 5
RE LI G IO SA S CL AS E SO CI M AL IS M A PR O FE SI Ó N M IS M M A IS ED M AD AS CO ST U M BR ES M IS M A
M U N IC IP IO
ID EA S
M IS M AS
M IS M O
PO LÍ TI CA S
RE G IÓ N M IS M AS
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0
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
Sin embargo, la crisis de las identidades sociales modernas y tradicionales se afianzó a lo largo de las siguientes dos décadas. Las divisiones grupales que habían sido relevantes en el proceso de transición política, es decir, las identidades de clase social, de las ideas políticas, de las ideas religiosas y la identidad con la nacionalidad o región siguieron siendo desplazadas de las posiciones relevantes de la conciencia hasta representar sólo el 10% de las referencias dadas en primer lugar por los encuestados en la Encuesta de Tendencias Sociales del año 1999, y un 13,8% en el año 2004. Con lo cual, parece que se asentasen nuevas formas de conciencia de pertenencia alejadas de la desigualdad estructural y basadas en identificaciones laxas políticamente (Tezanos, 2001). La reducción del peso de las identidades sociales modernas y tradicionales ha sido continuo en el tiempo. Las diferencias entre su relevancia a media-
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dos de los ochenta y a mediados de la primera década del siglo XXI parece no haber sufrido ciclos. De todas ellas, las que tenían un carácter más estructural, las laboral-económicas, eran las de más peso subjetivo. La clase social y el trabajo, o profesión, eran dos referentes básicos como demuestra que para el 16% de la población fuese un elemento de referencia de primer orden en 1987. Las dos formas de identificación habían sido fundamentales en algunas de las principales organizaciones que participaban activamente en la vida política y económica española como eran los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones en patronales y los colegios profesionales. El peso subjetivo de la clase social se redujo a lo largo del período estudiado. Esta tendencia fue mucho más patente en los seis primeros años, mientras que en los diez últimos la dispersión de los datos ha sido mucho menor. Ello está relacionado con que a partir de 1995, la extensión de la variable ya es muy reducida pues se encuentra en valores inferiores al seis por ciento (Gráfico 2). A pesar de ello, se aprecia en los datos que sigue reduciendo su extensión (Gráfico 3). De modo que, en conjunto, la media del porcentaje de personas que utilizan la clase social para identificarse con otros en primer o segundo lugar se reduce de 11,94% en el quinquenio 1995-1999 a 9,34% en el siguiente período quinquenal. La importancia de la tendencia central en la evolución de la extensión de esta identidad es muy significativa pues llega a pronosticar las variaciones con un 80% de probabilidad en el caso de medir la extensión según la identificación en primer lugar y con un 87% en el caso de medirla con la fórmula que utiliza los datos de las variables de identificación en primer y segundo lugar. Dicha tendencia, en ambos casos, no es lineal sino de potencia. La reducción se ralentiza conforme se acerca a cero, indicando que esta identidad no tiende a desaparecer sino a quedar en posiciones residuales en la conciencia de pertenencia. Igualmente, la identidad con los de la misma profesión también perdió peso en la conciencia social. Dicha tendencia ha sido lineal. No hubo un momento previo de aceleración ni tampoco una ralentización apreciable al final de éste una vez que se llegan a proporciones próximas a 0. En 1987, esta identidad acaparaba una extensión importante en la conciencia social que se refleja en que un 20% de la población consideraba dicha identidad como una de las dos más relevantes para identificarse. Aunque sólo el 45% de ésta la consideraba su identidad más relevante (Gráfico 5). Sin embargo, en el quinquenio 1995-1999 su extensión era sólo de 11,8% de media y de 8,6% en el siguiente. Al tiempo que su extensión como identidad de primer orden se había reducido a 4% y a 3,1% en los períodos respectivos (Gráfico 4). La importancia de la tendencia central en la determinación de los valores de la identidad con las personas de la misma profesión y trabajo es aún más importante que en el caso anterior. La tendencia pronostica el 82% en la identificación en primer lugar y en un 89% en el caso de la otra variable. Esta vez, la variable tiempo es más determinante de la extensión general de la identidad social
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que de su extensión en el primer lugar. Al contrario ocurre que en el caso de la identidad con los de la misma clase social. Por otra parte, las identidades políticas de la modernidad española también siguieron en su conjunto un proceso similar. Las ideas políticas, la nacionalidad periférica y la religión mostraban ya a mediados de los ochenta signos de debilidad en la conciencia de pertenencia. Su peso subjetivo era más bajo que el de las laborales a pesar de haber sido trascendentales sus organizaciones representativas en la década anterior para la transformación de la sociedad española. ¿Significa esto que la democratización de los conflictos por tales atributos identificados no implicó un fortalecimiento de su peso en la conciencia de los españoles? Las identidades políticas tuvieron un proceso similar al de las identidades de clase social. Durante los primeros seis años del período estudiado (19851991) descendieron en la escala de las pertenencias rápidamente manteniéndose desde entonces en valores muy similares entre sí, próximos al 1,5% como modo de identificación en primer lugar (Gráfico 6) y al 4% en la variable que suma la identificación en primer y segundo lugar (Gráfico 7). La importancia de la tendencia, aún a pesar de la variaciones observadas interanuales, ha sido importante ya que tienen una capacidad predictiva con el modelo de línea de regresión cúbica del 89% y del 87%. Es pues ésta una identidad que tiende a resurgir en ciertos momentos aunque sea en niveles bajos de un modo periódico, aunque no cíclico, según los datos que hasta ahora se tienen, con lo que queda como una identidad residual que no tiende a perderse. Las identidades nacionalistas-regionalistas o del nacionalismo periférico o autonómico representan una pauta de comportamiento diferente de lo visto hasta este momento. Si bien su importancia era relativamente menor en la España de mediados de la década de los ochenta, sin embargo, desde entonces ha mantenido en gran parte su extensión tanto como identidad principal, como en segundo lugar. Con lo cual, ésta frontera ha pasado a ocupar la quinta posición entre las identidades sociales más extendidas en la conciencia de pertenencia de los españoles en el año 2004. (Gráfico 10) La evolución de la extensión de la identidad nacionalista-regionalista no ha sido lineal sino bastante aleatoria puesto que hay una variación constante de los datos que dificulta el apreciar una tendencia. Los resultados de la autocorrelación de las series temporales correspondientes a esta identidad con las variables con datos interpolados, que refuerza la hipótesis de la tendencia lineal como ya se explicó, no permite afirmar que haya una tendencia ni ciclos suficientemente significativos. La probabilidad de errar al afirmar la existencia de una tendencia o de ciclos es demasiado elevada. (Gráficos 11-14) Finalmente, la identidad con los que tienen las mismas ideas religiosas también descendió durante el período. Su extensión en la conciencia de pertenencia ya era baja a mediados de los ochenta, como la de las ideas políticas. Pero su evolución desde entonces ha sido diferente. Igual que la identificación con los del mismo trabajo o profesión, el peso subjetivo de esta identidad ha descendido constante y linealmente a lo largo del período. La comparación de aque-
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llos datos respecto a los que comprenden entre 1995 y 2004 lleva a resultados muy claros que implican un descenso absoluto del peso de estas identidades sociales en la conciencia de pertenencia, de modo que no está claro siquiera que vaya a quedar como una identidad residual con los datos actuales (Gráfico 8). Según éstos, la recta de regresión que mejor describe la tendencia es lineal y no curva. La tendencia central tiene una importante capacidad predictiva que se sitúa en una probabilidad de acierto del 86% para la variable referida a la identificación en primer lugar y del 93% en la otra serie temporal. (Gráfico 9).
GRÁFICO 2. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas de su misma clase social en primer lugar desde 1985 MISMA CLASE SOCIAL
Observada
15,00
Lineal Potencia
12,00
9,00
6,00
3,00
0,00 0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 3. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas de su misma clase social en primer lugar y segundo lugar desde 1985 a 2004 MISMA CLASE SOCIALfa
Observada
25,00
Lineal Potencia
20,00
15,00
10,00
5,00 0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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4 Crisis de identificación
GRÁFICO 4. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas de su mismo trabajo y profesión en primer lugar desde 1985 a 2004 MISMA PROFESION
Observada Lineal 8,00
6,00
4,00
2,00
0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 5. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas de su mismo trabajo y profesión en primer y segundo lugar desde 1985 a 2004 MISMA PROFESIONfa
Observada
21,00
Lineal
18,00
15,00
12,00
9,00
6,00 0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 6. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas que tienen sus mismas ideas políticas en primer lugar desde 1985 a 2004 MISMAS IDEAS POLITICAS
Observada
6,00
Cúbico
5,00
4,00
3,00
2,00
1,00
0,00 0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 7. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas que tienen sus mismas ideas políticas en primer lugar o segundo lugar desde 1985 a 2004 MISMAS IDEAS POLITICASfa
Observada
12,00
Cúbico
10,00
8,00
6,00
4,00
2,00 0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 8. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas con sus mismas ideas religiosas en primer lugar desde 1985 a 2004 MISMAS IDEAS RELIGIOSAS
Observada
7,00
Lineal 6,00
5,00
4,00
3,00
2,00
1,00
0,00 0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 9. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas con sus mismas ideas religiosas en primer y segundo lugar desde 1985 a 2004 MISMAS IDEAS RELIGIOSASfa
Observada
12,50
Lineal
10,00
7,50
5,00
2,50
0,00 0
5
10
15
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Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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4 Crisis de identificación
GRÁFICO 10. Porcentaje de población que se identifica con las personas de su misma región o nacionalidad 16,0
14,0
12,0
10,0 MISMA REGION Máximo MISMA REGION MISMA REGION MISMA REGION Mínimo
8,0
MISMA REGION (fa) Máximo MISMA REGION (fa) MISMA REGION (fa) MISMA REGION (fa) Mínimo
6,0
4,0
2,0
0,0 1985
1987
1989
1991
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
Nota: límite del error muestral estimado con un nivel de confianza del 95% en el caso de que la muestra sea aleatoria. Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 11. Análisis de autocorrelación de la variable «Me identifico con los de misma región o nacionalidad» en primer lugar
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987
GRÁFICO 12. Análisis de autocorrelación de la variable «Me identifico con los de misma región o nacionalidad» en primer y segundo lugar
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987
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GRÁFICO 13. Análisis de autocorrelación de la variable «Me identifico con los de misma región o nacionalidad» en primer lugar datos interpolados
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987
GRÁFICO 14. Análisis de autocorrelación de la variable «Me identifico con los de misma región o nacionalidad» en primer y segundo lugar con datos interpolados
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987
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Por consiguiente, los datos corroboran que se ha producido en España una crisis de las identidades sociales modernas y tradicionales, aquellas que jugaron un papel fundamental en el desarrollo político de España en los años de la transición española y sobre las que se han organizado las principales instituciones y asociaciones políticas y laborales. Esta crisis laboral, política y cultural de la modernidad española implica una transformación fundamental de la relación de los individuos con las instituciones modernas. El sentimiento nacional que une a un territorio, la conciencia de la posición compartida en la organización del trabajo, la ideología política que se defiende y la religión que fundamenta unos valores y una autoridad, vinculan a las personas a organizaciones concretas. La importante pérdida de peso subjetivo de tales identificaciones implica que la mayoría de los españoles han tendido a vincularse a sus grupos nacionales, de clase, ideológicos y religiosos subordinando dicho «compromiso» a otros «compromisos» que consideran más relevantes, tal vez el de la «autorrealización» que diría Giddens, o tal vez el de conseguir una situación mejor en la vida a través de la creación de comunidades locales con identidades reinventadas para afrontar nuevos problemas como sugiere la propuesta de Castells. Dicho cambio implica otro más general: la transformación de las relaciones entre las organizaciones sociales y los individuos. El Estado Español, las Comunidades Autónomas, los partidos políticos, los movimientos nacionalistas, los sindicatos o las Iglesias se han ido convirtiendo en organizaciones que no agrupan miembros de grupos sociales –es decir, categorías sociales de individuos conscientes de su pertenencia grupal, identificados con los intereses de su grupo–. Más bien, las organizaciones agrupan individuos con roles diversos que cumplen accediendo a los recursos sociales distribuidos por las organizaciones; integrándose en la estructura social a través de ellas; pero sin identificarse con los objetivos, normas, valores y creencias de sus organizaciones; y, por tanto, sin formar un grupo social en la vida cotidiana. Ello explica la desafección hacia el mundo político de la sociedad española, lo poco que le importa, el grado de secularización de la población española, o la permanente diferencia entre los comportamientos de los católicos y las normas que la jerarquía eclesiástica propone en la sexualidad, el control de la natalidad o el matrimonio. Y, que a pesar de ello, exista una participación organizada en la política y en las iglesias. En conclusión, el sentido de pertenencia de los españoles está subordinado a otros vínculos diferentes de los organizados en la modernidad española. ¿Cuáles son y de donde surgen?
4.3. Tiempos de crisis para expresar la diferencia El proceso de transformación de las identidades sociales difícilmente ocurre de un día para otro. Una cultura heredada, unos hábitos adquiridos, unas imágenes generalizadas en las organizaciones y una fuerte complejidad estructural son algunos de los condicionantes al desarrollo de unas identidades sociales alternativas y sobre todo, a su extensión e intensificación en la conciencia de per-
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4 Crisis de identificación
tenencia. Por ello, en el proceso de adecuación de las dimensiones sistémicas, tiende a producirse un vacío cultural, una crisis de sentido de carácter expresivo. Se habla de crisis de las identidades sociales básicas ante el hecho de que las representaciones que son fundamentales en un modelo de sociedad dejan de ser exclusivas y relevantes para la identificación personal. Tal crisis se convierte en expresiva cuando la pérdida de relevancia simbólica de las identidades sociales básicas va acompañada de una mayor dificultad para encontrar o utilizar otras identidades sociales. El problema de la generalización de una crisis expresiva es grave. En ella, el individuo quedaría vinculado a los demás sólo objetivamente. La vinculación subjetiva desaparecería. Es decir, los grupos sociales desaparecerían. La lucha por el poder sería sólo entre organizaciones sociales. El individuo quedaría culturalmente atomizado. La acción colectiva dejaría de producirse en forma de movimiento social. Sería éste un claro rasgo de una sociedad donde no existirían grupos sociales sino organizaciones e individuos vinculados entre si a la manera durkheimiana de carácter orgánico, es decir, ligados por la actividad realizada en la organización y no por la similitud de la situación vivida (Durkheim, 1990). La conexión que definiese el rol se convertiría en la vinculación que orienta la acción por lo que sólo existiría la acción social organizada. Desaparecería la actividad comunitaria en defensa de intereses grupales. No existirían movimientos sociales. No habría luchas por el poder entre clases sociales. Y, por tanto, habría una estructura orgánica de funciones múltiples donde cada cual ocuparía un puesto. Los intereses de la acción serían los de la organización y no los de un determinado grupo frente a otro. La selección sería el único camino hacia una vinculación. Así, la sociedad de individuos produciría una difícil situación en las relaciones de poder porque la estructura de ésta estaría diluida en la conciencia social al no estar unida a una imagen nítida de los problemas, de quienes los sufren y de quienes los provocan. Las diferencias se mantendrían, el poder estaría en manos de unos y no de otros objetivamente hablando pero todo ello se diluiría en la complejidad de la estructura social y sus múltiples organizaciones sociales. La competición por los recursos sociales entre ellas sería la base del conflicto y el cambio. Las clases objetivas dominantes en cada una de las organizaciones sociales serían las únicas capaces de organizarse para luchar y transformar el orden establecido pero no en función de sus intereses de clase sino organizativos. Los sistemas sociales se definirían sólo por la organización dominante20. No hay una sociedad semejante pero, en organizaciones totales, como una cárcel o un centro de salud mental es posible que sí se produzca algo parecido. Berger y Luckman exploran esta cuestión explicando que el individuo no puede construir 20 Que la historia humana se puede explicar teniendo sólo en cuenta la lucha entre las organizaciones sociales, sin contar con la relevancia de los movimientos sociales surgidos de la conciencia de clase es algo que ya muchos autores han intentado. Uno de los más sugestivo de esos intentos es el de David Anisi que llega a explicar el cambio de los últimos tiempos en las sociedades occidentales como un enfrentamiento entre el Mercado y el Estado (Anisi, 1995). Sin embargo, no sería entendible desde esta perspectiva una gran parte de los conflictos sociales, de sus asociaciones y de la intervención del ser humano como individuo y miembro de grupos sociales en la conducción social.
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sus identidades de la nada. Las sociedades necesitan desarrollar nuevas instituciones sociales cuando las existentes entran en crisis. Si no, el individuo está abocado a la experiencia de la incertidumbre y la inseguridad. Ante el riesgo, emerge la demanda de una nueva vinculación a las «comunidades de riesgo», es decir, a núcleos de solidaridad libremente elegidos (Beck & Beck, 2003), pero ello implica generar nuevas instituciones intermedias entre lo global y el individuo que regeneren los lazos sociales (Berger y Luckmann, 2000). Sea o no cierto cómo ocurre esto y quién construye las nuevas instituciones básicas para posibilitar la vinculación social, lo que si parece correcto es considerar que la salida de la crisis de los vínculos de pertenencia no es fácil ni rápida. En el caso español, la dificultad de poder identificarse con un tipo de grupo específico no era proporcionalmente relevante a mediados de 1985. Sólo un escaso diez por ciento no tenían una identidad clara. En aquel entonces, la sociedad española tenía muy diversos tipos de identidades sociales básicas y, además ya se hacía patente la crisis de las identidades modernas, aunque ésta no era tan pronunciada todavía como más adelante. Esta crisis no estaba acompañada por una crisis expresiva en 1985. Otras identidades sociales habían sustituido a aquéllas en la conciencia de pertenencia de una gran parte de la población. La más importante era de carácter socio cultural, desligada de las diferencias sustantivas en las estructuras laborales y políticas y formada a partir de estilos de vida basados en las costumbres o las modas, los gustos, o las actividades ociosas tan crecientemente relevantes en las sociedades emergentes europeas de entonces. La identidad con los que tienen los mismos estilos de vida es un conjunto de factores de diferenciación desligados de la estructura social moderna y que fueron tomando entidad como formas de diferenciación social en las sociedades avanzadas al desarrollarse el ocio y el consumo. Aunque esta identidad también puede recoger aquellas prácticas vinculadas a la tradición y las costumbres. En conjunto, en tal tipo de atributo se abarcan los elementos de lo que puede llamarse los estilos de vida21. La importancia de este elemento es enorme en el 21 Estilo de vida hace referencia a esquemas de acción social pautadas, repetidas y socialmente condicionadas pero que no se tienen por qué asimilar a esquemas estructurales predefinidos como el de una estructura de clases o de estatus etarios o sexuales. Este concepto adquiere gran importancia a partir de los años cincuenta, cuando la comunidad científica norteamericana comienza a utilizar el término lifestyle. El antecendente principal de esta corriente es Merton que estudió los distintos modos de adaptación del individuo a la cultura, formalizando una tipología de cinco categorías que no se correspondían con categorías objetivas sino subjetivas. En Europa, la investigación sobre los estilos de vida ha estado muy influida por el trabajo de postestructuralistas como Bourdieu. Éste, en su trabajo «La distinción»,analizó cómo los grupos de status y clase social se diferenciaban a través de patrones de consumo. El autor consideraba que existían estructuras objetivas que producen efectos reales sobre el comportamiento social, pero matizaba que éstas no determinan los actos de los agentes, las creencias, los valores y los deseos. Más bien, de su trabajo se deduce que las estructuras objetivas limitan las opciones de los actores sin llegar a orientar su subjetividad. Del trabajo de Bourdieu se deriva que la posición en la estructura social no produce grupos uniformes de individuos que actúen políticamente de forma concertada o que desarrollen estilos de vida diferenciados. Ello puede producirse. Pero las actividades simbólicas, los estilos de vida o las prácticas de consumo son variables autónomas de las estructuras de clases que pueden desarrollarse buscando no tanto expresar diferencias objetivas, cuanto, establecer distinciones a través de la práctica. A estas prácticas es a las que se hace referencia con la identidad de estilos de vida. Así pues,
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4 Crisis de identificación
cambio social actual. En los años ochenta y noventa, la cultura del consumo de los españoles desarrolló un repertorio de estilos de vida que difuminaron las formas de identidad centradas en el linaje y en la ocupación, y las sustituyeron por otras más versátiles (Marinas, 1998:142). El proceso que lleva al fortalecimiento de los estilos de vida como referente central es complejo. Como explica Tezanos, a lo largo de los años ochenta y noventa se crearon nuevas diferencias entre los asalariados, de las que destacan las de remuneración y sobre todo de los estilos de vida. Se produjo un importante fenómeno de escisión en las experiencias vitales de muchos trabajadores en dos ámbitos diferentes: el ámbito de la empresa y el extralaboral (Tezanos, 1998: 57). De este hecho derivaron nuevos modos de diferenciación ocupacional no basados en las estructuras de clases industriales. Los nuevos se sustentaban, sobre todo, en las ocupaciones concretas dentro de la empresa y del estilo de vida, los gustos y los hábitos comunes de la vida privada. Por lo que la mesocratización de las clases fue acompañada de un nuevo proceso de diversificación horizontal de las clases ocupacionales medias que se plasmó en su consumo y sus hábitos de vida (Tezanos, 1982). El aumento del consumo entre las clases medias y bajas en las sociedades industriales avanzadas permitió la creación de una nueva forma de diferenciación, primero ligada a la clase social y posteriormente, generadora de sus propias formas de identificación. Este fue un proceso que se dio en otros países avanzados como Francia. En La distinción, Pierre Bourdieu analiza y explica cómo los diferentes estilos de vida se correspondieron con la estructura de las posiciones sociales en la Francia de 1979 (Bourdieu, 1988; 260). Para el autor, el consumo es en las sociedades industriales avanzadas el elemento que mejor distingue a las distintas clases. Ello se debe a que el tipo de consumo reproduce la imagen que los individuos tienen de ellos mismos y de los demás, lo que les sirve para clasificar al conjunto de la sociedad en un orden social, aquel que emerge de su experiencia cotidiana extralaboral (1998: 493). Por consiguiente, aunque parece que esta relación entre clase y estilos de vida está cambiando en la actualidad (Comas, 2003: 281), sin embargo, en los años ochenta parece que sí era importante todavía. Esto explica la relevancia de las identidades basadas en los estilos de vida en los años ochenta y su pérdida posterior según la hipótesis aquí formulada. La selección social condicionada en los ochenta todavía por la clase social horizontalmente diferenciada desarrolló las identidades simbólicas de los estilos de vida. Éstas eran una traslación de lo que se producía en los procesos selectivos de la época pero bajo una imagen mucho más laxa. Tal y como correspondía a una sociedad cuya estructura de clases estaba fuertemente fragmentada y en proceso de ocultación dentro de la complejidad creciente que estaban adoptando las relaciones de desigualdad. el preguntarse por los estilos de vida suele ser una manera de plantear cómo las sociedades construyen las diferencias sociales y «responden» a las estructuras objetivas modificando las estructuras subjetivas con sus prácticas. Sobre la importancia del consumo en la conformación de los estilos de vida vid. Alonso (2005).
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Como indicaba, las identidades con los que tenían el mismo estilo de vida predominaron a mediados de los ochenta en la conciencia de los españoles. Era un tipo de identidad social muy relevante ya que el 45% de la muestra en la encuesta de 1987 lo llegó a utilizar para identificarse en primer o segundo lugar. De promedio, el 42% de la población lo utilizó en el primer quinquenio (1985-1989). De los cuales, más de la mitad lo usaron como identidad social primera. Sin embargo, en 1989 y 1991 comenzó el descenso de su peso subjetivo. Éste llegó a su punto más bajo en 1996 según los datos registrados. A partir de ese año, comienza un período de grandes fluctuaciones que hacen pensar que el peso de tal identidad está afectada por más hechos erráticos que las modernas. Esta erraticidad es mayor en la serie temporal que suma las identificaciones en primer y en segundo lugar que la que se refiere a la identificación en primer lugar. Por ello, en esta segunda serie temporal queda más patente que, aunque la extensión general de la identidad de estilos de vida en la conciencia es muy variable durante todo el período, su extensión como primera identidad sí se redujo de forma constante y, asimismo, su intensidad. La consecuencia de tal proceso ha sido que en el último quinquenio su extensión general se ha reducido sólo 18 centésimas de promedio respecto al anterior, aunque, el gran descenso ya se había producido a mediados de los noventa (Gráfico 17). Si bien, su extensión primaria sí ha acusado algo más su descenso pasando de pesar un 17% de promedio entre 1995 y 1999 a un 15% entre 2000 y 2004 (Gráfico 16). La tendencia central explica el 79% de la variación en este último caso, aunque sólo el 49% en el primero indicado. Finalmente, el análisis de regresión de una y otra variable indican que durante el período estudiado esta identidad social redujo su peso subjetivo. Por consiguiente, aquel equilibrio alcanzado a mediados de los ochenta por las identidades sociales parece que fue muy frágil. Y a él le siguió la caída del peso subjetivo de las identidades sociales modernas y sus contrarias, las de los estilos de vida, de forma más sosegada y sin perder gran parte de su extensión general. En tal contexto, según los datos analizados, la crisis expresiva aumentó (Gráfico 15). Los datos obtenidos señalan que la proporción de personas que no se identifican con un grupo social en particular, sino que, por el contrario, se identifica con todos por igual, aumentó constantemente en el período estudiado alcanzando un máximo histórico en 1997 fijado en el 30% de la población y que al final del período se situó en un 25%. La tendencia central es lineal y de aumento. Pero la serie temporal tiene algunas oscilaciones importantes. A mitad del período (1997-2000) se produjo una fuerte oscilación y descenso de los valores de este indicador para después, aparentemente, seguir aumentando pero sin superar valores anteriores a los de 1997. Se diría que algún hecho aleatorio produjo un fuerte impacto sobre los datos. Esto es algo que quedará por estudiar para otro momento. Las irregularidades observadas en esta serie temporal son difíciles de evaluar y dificultan la determinación de la tendencia. Lo que es patente es que desde 1985 a 1997 el porcentaje se triplicó y que en el último pe-
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4 Crisis de identificación
ríodo, después de un tiempo de turbulencia, volvió a ascender. En conjunto, ello significa que la tendencia central de la serie, según el método de selección de la recta de regresión de mínimos cuadrados, es, significativamente, de crecimiento continuado a lo largo del período. Debido a ello, la capacidad predictiva de la tendencia central sobre los datos es algo baja pues la correlación múltiple se sitúa en el 68%. A pesar de esto último, el análisis de regresión lineal da un resultado plenamente significativo. Así pues, desde 1985 tendió a aumentar el porcentaje de personas que se identificaba con todos los grupos por igual, tendencia afectada por muchos hechos que produjeron variaciones en todos los sentidos. Por consiguiente, a finales de los ochenta convergen dos tendencias en la conciencia de pertenencia de los españoles. Por un lado, se fortalece la tendencia a la reducción del peso de las identidades de la modernidad española y por otro comienza una crisis expresiva importante entre la población que deja de refugiarse en las identidades basadas en estilos de vida del modo en que lo pudo hacer en la década previa. Ante estos datos, se deduce que la sociedad española alcanzó un frágil equilibrio en su conciencia de sus diferencias sociales. En el cual, ninguna identidad social generaba un consenso suficiente como elemento de identificación social básico. Pero en el que todos encontraban recursos para identificarse. Dicho equilibrio era temporal. Las identidades modernas venían reduciendo su extensión en la conciencia de pertenencia desde hacía tiempo y siguieron haciéndolo. Al romperse el equilibrio en los siguientes años, en vez de fortalecerse el nuevo sistema de identidades sociales alternativo que había surgido previo a 1985 basado en los estilos de vida, ocurrió que fue creciendo la proporción de personas sin anclajes suficientes para poder tomar conciencia de sus pertenencias. La expansión de esta crisis expresiva llegó hasta 1997. Desde entonces, parece producirse una cierta regresión o estancamiento de la crisis. Este último período puede significar que se esté entrando en lo que podría denominarse un nuevo período en el que se desarrollen una nueva conciencia de pertenencia con nuevas identidades sociales básicas.
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GRÁFICO 15. Recta de regresión de los identificados con todos por igual desde 1985 a 2004
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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4 Crisis de identificación
GRÁFICO 16. Recta de regresión de la Serie temporal de la variable «Me identifico con las personas que tienen mis mismas aficiones, gustos, modas, costumbres, etc.» en primer lugar MISMAS COSTUMBRES
Observada Lineal 25,00
20,00
15,00
10,00 0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 17. Recta de regresión de la Serie temporal de la variable «Me identifico con los de sus mismas aficiones,…» en primer y segundo lugar MISMAS COSTUMBRESfa
Observada Lineal
45,00
40,00
35,00
30,00 0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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4 Crisis de identificación
4.4. Identidades sociales emergentes La creación de una identidad de grupo no es un proceso rápido. La innovación cultural exige tiempo para que se lleguen a desarrollar nuevas ideas o reconstruir alguna de las antiguas dándole un nuevo significado adaptado a la vida actual. Y, por ahora, es más claro el descenso de las identidades sociales de la Modernidad que el fortalecimiento de otras nuevas. La cuestión es que muchos partidos políticos tienen dificultades para movilizar a su electorado potencial; Que la gente se niega a participar en las fuerzas armadas; Que la gente ha dejado de ir a las iglesias cada domingo; Que los sindicatos tienen dificultades para mantener su número de afiliados; Que el número de gente que participa en asociaciones ha descendido; Y que, por tanto, la cruz, la bandera y cualquier otro símbolo propio de las sociedad española de los años setenta parece que ha dejado de tener interés para muchos. Sin embargo, a pesar de la expansión de la crisis expresiva al final del siglo XX, la mayoría de la población española ha conseguido identificarse desarrollando una conciencia de pertenencia. ¿Qué identidades sociales se han fortalecido? Mientras la crisis expresiva se expandía y las identidades de los estilos de vida reducían su peso en la conciencia social, dos identidades sociales aumentaron su peso subjetivo: la identificación con los de la misma edad o generación y la identificación con los del mismo sexo o género. Ninguna de las dos era nueva, ninguna era estrictamente laboral, ninguna era estrictamente moderna, las dos estaban ligadas a estilos de vida diferentes, antes y después del boom de ese tipo de identidades sociales. Una, la de género, tenía todo un movimiento social detrás desde los años ochenta en defensa del colectivo en peores condiciones y estaba viviendo una enorme revolución social que transformaría las relaciones entre sus grupos sociales. La otra estaba en un momento de tránsito en el que se reconfiguraban sus fronteras. En el año 1985, las diferencias de edad y de género no eran las más significativas para la población española. La edad era la segunda más relevante, siendo subrayada como una identidad básica por un 38 por ciento de la población. Pero el sexo o género no era relevante para casi nadie. Desde entonces, la edad ha pasado a ser la más fuerte de las identidades sociales en la conciencia social y el género se había convertido en la cuarta en importancia. El peso de la identidad con los de la misma edad o generación se ha incrementado de forma constante y lineal a lo largo del período estudiado. Al contrario que el estilo de vida, la edad ha pasado a tener una extensión general y primaria progresivamente mayor en la conciencia de pertenencia. En el tiempo de expansión de la crisis expresiva, la edad fue afianzándose como elemento de referencia fundamental mientras los demás atributos reducían su peso subjetivo. Es decir, esta identidad social ha pasado una etapa larga en la que ha ido creciendo su peso hasta llegar a alcanzar un nivel muy alto de consenso para la época analizada. Niveles que no habían sido alcanzados por otras identidades sociales previamente, algo por encima de los de la identidad de estilos de vida en el segundo quinquenio de los años ochenta. Su máxima ex-
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tensión general la alcanzó en 1999. Tras este año, los valores de la serie se mantienen en valores alrededor del 49% de la población (Gráfico 19). De este porcentaje, el 62% suele elegir esta identidad en primer lugar. La recta de regresión explica el 77% de la varianza de la expansión primaria (Gráfico 18) y el 63% de la varianza de la expansión general. Lo cual corrobora que la tendencia central es la principal explicación de los cambios observados. El sexo o generó también sintió un fuerte crecimiento de su peso subjetivo. Su extensión primaria y general se multiplicó por cuatro. Ésta ha supuesto que esta identidad ha pasado de ser la elegida por el 5% de la población en primera o en segunda opción a serlo por el 15% de la población al final del período (Gráfico 21). Ya no es una identidad social residual sino central. Sus tendencias son fundamentales en la explicación de la serie temporal pues explican o predicen el 71% de la extensión primaria (Gráfico 20) y el 85% de la extensión general. Por consiguiente, la crisis expresiva vino acompañada del crecimiento paralelo de dos identidades sociales que formaban parte del depósito cultural español aunque no habían sido centrales en el desarrollo de la modernidad española. Dicho crecimiento implica que el prolongado descenso de las identidades basadas en los estilos de vida, está acompañado por el ascenso de una nueva configuración de las identidades sociales que comienza a asentarse en el primer quinquenio del siglo XXI, tras algo más de una década de crecimiento de su peso subjetivo. Y, que la identidad social que lo acompaña y se fortalece como nueva identidad social básica central es el género o sexo.
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4 Crisis de identificación
GRÁFICO 18. Recta de regresión de la serie temporal «Me identifico con las personas que son de mis misma edad o generación» en primer lugar
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 19. Recta de regresión de la serie temporal «Me identifico con las personas de misma edad o generación» en primer o segundo lugar
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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4 Crisis de identificación
GRÁFICO 20. Recta de regresión de la serie temporal «Me identifico con las personas de mi mismo género o sexo» en primer lugar MISMO SEXO
Observada
14,00
Lineal
12,00
10,00
8,00
6,00
4,00
2,00 0
5
10
15
20
Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 21. Recta de regresión de la serie temporal «Me identifico con las personas de mi mismo género o sexo» en primer o segundo lugar MISMO SEXOfa
Observada
18,00
Lineal 16,00
14,00
12,00
10,00
8,00
6,00
4,00 0
5
10
15
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Serie
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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4 Crisis de identificación
4.5. Mi generación más que mi estilo de vida Ante los datos analizados, se hace patente que la conciencia social de los españoles ha sufrido una tremenda transformación en el período 1985-2004. Este cambio ha supuesto el fortalecimiento de dos identidades sociales, una de las cuales, la edad, que ya era importante en los años ochenta, se ha convertido en el vector central de la diferenciación social para casi el 50% de los españoles. Al mismo tiempo, se ha producido la práctica desaparición de las identidades sociales modernas y la reducción de aquellas que han estado fuertemente unidas a ellas en la historia española reciente. Finalmente, se ha observado el debilitamiento de la extensión de la identidad más fuerte en los ochenta: aquella referida a los estilos de vida. La evolución de la conciencia de pertenencia de los españoles parece haberse producido en tres fases durante estos veinte años. La primera se corresponde con el momento álgido de la identidad basada en los estilos de vida. La segunda, con el momento de incertidumbre y transformación. Y el tercero, con el momento álgido de la identidad generacional. Sin embargo, estas etapas son difusas con los datos aportados hasta ahora. Aunque la tendencia central de la extensión general de la edad es ciertamente creciente y el de los estilos de vida es ligeramente decreciente, los dos se mantienen durante todo el período como los referentes principales, estando la caída del atributo socio-cultural demasiado influida durante la última década por factores erráticos. Esto impide afirmar con rotundidad la idea de que ha habido un reemplazo en la pirámide de las identidades sociales. Puede ayudar a clarificar la cuestión el estudio de la intensidad de la identificación. Si la intensidad de la edad se fortaleciese mientras los estilos de vida fuesen referentes cada vez más subordinado, se reforzaría la hipótesis del cambio en la conciencia de pertenencia. El estudio de la tendencia central de la intensidad de las identidades sociales permite concluir que no sólo la extensión ha evolucionado de forma inversa sino también la intensidad de la identificación. El estilo de vida ha dejado de ser un referente primario para la mayor parte de los que lo utilizan. En 1985 era un referente central para el 60% de la población que lo utilizaba mientras que en 2004 lo era para el 45% solamente (Gráfico 23). Mientras, la edad ha pasado de ser relevante para el 56% a serlo para el 64% de la población que lo utilizó como respuesta (Gráfico 22). Además, su momento de máxima intensidad se produjo en 1999, año en que fue la primera opción para el 70% de la muestra. El cual coincide con el momento de máxima extensión. Por consiguiente, una vez más las tendencias observadas refuerzan la hipótesis del cambio de fase del imaginario colectivo de la diferencia. Además, la variación de la extensión y la intensidad es un proceso paralelo como demuestra el análisis de la correlación cruzada. El incremento de la extensión implica el aumento de la intensidad (Gráfico 24), al igual que el declive de la extensión está ligada al descenso de la intensidad (Gráfico 25).
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GRÁFICO 22. Intensidad del atributo «edad» en la conciencia de pertenencia Intensidad del atributo edad
Año
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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4 Crisis de identificación
GRÁFICO 23. Intensidad del atributo «Estilo de vida» en la conciencia de pertenencia
Intensidad del atributo Estilo de vida
Año
Fuente: Elaboración propia. Encuesta de Tendencias Sociales, 1985, 1987 Preguntas: De los siguientes grupos de personas que figuran en esta tarjeta que le voy a entregar ¿me puede decir con cuál se identifica usted más en primer lugar, es decir, con cuál piensa usted que tiene más intereses comunes? ¿Y en segundo lugar?
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GRÁFICO 24. Coeficientes de correlación cruzada entre la Extensión general y Intensidad del atributo «Edad» Intensidad del atributo edad with MISMA EDADfa
Coeficiente Límite superior de confianza
1,0
Límite inferior de confianza
CCF
0,5
0,0
-0,5
-1,0 -7
-6
-5
-4
-3
-2
-1
0
1
2
3
4
5
6
7
No de retardos
GRÁFICO 25. Coeficientes de correlación cruzada entre la Extensión general y Intensidad del atributo «Estilos de vida» MISMAS COSTUMBRESfa with Intensidad del atributo Estilo de vida Coeficiente Límite superior de confianza
1,0
Límite inferior de confianza
CCF
0,5
0,0
-0,5
-1,0 -7
-6
-5
-4
-3
-2
-1
0
1
2
No de retardos
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3
4
5
6
7
4 Crisis de identificación
4.6. Cambiando las fronteras En resumen, la crisis expresiva de los españoles de las últimas décadas se ha saldado con una fuerte conversión del peso de las identidades sociales en la conciencia social. Ha habido una transmutación de los órdenes de identificación entre aquellos otros miembros de la sociedad española que han conseguido desarrollar una imagen clara de las divisiones sociales y que son todavía la mayoría. Este cambio se ha caracterizado por el descenso del peso subjetivo de las identidades sociales relacionadas con la estructura laboral industrial y las simbólicas (religiosas, políticas, y de estilos de vida) que en la historia española del siglo XX pudieron llegar a estar ligadas a las primeras. Pero, mientras estas representaciones perdían fuerza y dejaban de ser nucleares, otras representaciones han ido visibilizándose progresivamente: la edad y el sexo. En su conjunto, los cambios observados resultan estar fuertemente relacionados entre sí pareciendo ser el resultado de un único macro-proceso histórico de transformación de la conciencia de pertenencia de los españoles. El resultado de tal proceso, por ahora, es que la edad se ha convertido en el elemento de identificación básico para casi la mitad de la población. Y el sexo ha aumentado su fuerza significativamente, aunque todavía está a mucha distancia del primero. Por lo cual, parece que la «generación» se tiende a configurar como el elemento central de diferenciación en la conciencia social. Aún así, la sociedad española sigue en un período de crisis expresiva que afecta a un porcentaje importante de la población, próximo a un cuarto, que no encuentra su identidad social básica. Con lo cual, queda todavía mucho para poder considerar que se ha llegado a una nueva conciencia de pertenencia compartida. ¿Significa esto el desarrollo de movimientos generacionales que vayan ocupando su espacio en la arena pública? ¿Significa esto un cambio hacia una sociedad nueva, donde las organizaciones sociales básicas deban transformarse hasta institucionalizar un conflicto intergeneracional latente? ¿Significa esto el desarrollo de un modelo de solidaridad intrageneracional? Los datos hasta ahora obtenidos sólo sirven para apuntar algunas ideas generales sobre cómo cambia el uso de estos atributos culturales en las sociedades complejas. Sin embargo, queda mucho por investigar en España y otros países antes de poder llegar a elaborar una teoría sobre el cambio de la conciencia de pertenencia. Al menos, algunos presupuestos de tal teoría ya pueden formularse tentativamente. Está claro que una pluralidad de las identidades sociales forma parte de la conciencia de pertenencia de toda sociedad variando éstas en número y atributos. También, que los individuos de cualquier sociedad suelen desarrollar una conciencia de su pertenencia en la que sus identidades sociales quedan organizadas jerárquicamente. Junto a estos presupuestos, los resultados obtenidos a partir del análisis de los datos aportados por las encuestas de tendencias de sociales del GETS, indican lo siguiente: El peso subjetivo de las identidades sociales que forman el depósito cultural varía según tendencias prolongadas en el tiempo. Cambia tanto la proporción de gente que se identificaba según cada atributo como la intensidad con la que se identifican con
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unos grupos y con otros. En el caso estudiado, la generación o la edad pasó a ser la identidad social más relevante. Es decir, los españoles pasaron a verse ellos mismos divididos esencialmente en generaciones o grupos de edad. ¿Cuáles son las causas que produjeron este cambio? ¿Qué crisis social ha vivido la sociedad española que ha producido esta transformación de la conciencia de pertenencia? ¿Qué cambios estructurales la han promovido?
116
5. Metamorfosis de la selección
Todos los miembros de una población son seleccionados para formar parte, de forma permanente o temporal, de empresas, familias, entidades políticas –como Estados o Ayuntamientos– y asociaciones de todo tipo (deportivas, recreativas, religiosas, políticas, vecinales, familiares, escolares, profesionales, etc.). Para pertenecer a cada una de ellas se han de cumplir unos requisitos que son definidos por aquellos que ya pertenecen a dichas organizaciones o, en el caso particular de que vayamos a crear una nueva, a organizaciones similares o superiores jerárquicamente desde la que se puede limitar la creación de aquella. Si no se cumplen los requisitos que se exigen, el individuo queda excluido. ¿A cuantos individuos pueden las organizaciones sociales españolas seleccionar? ¿Cómo ha cambiado la proporción de gente que seleccionan desde los años ochenta hasta ahora las principales organizaciones sociales, a saber: las empresas, las familias y el Estado español? ¿Cuántos individuos quedan fuera de cada uno de esos tipos de organización? ¿Quiénes son? ¿Utilizan los sistemas de selección actuales la edad como una variable central? ¿Se selecciona en las empresas, las familias y el Estado según la edad? ¿Ha cambiado la forma de seleccionar según la edad en estas organizaciones desde los años ochenta del siglo XX? ¿Qué ha ocurrido con el género? En este capítulo se comprobará como la edad y el género se han convertido en dos atributos centrales para determinar el grado de integración o exclusión social de las personas en las estructuras organizativas de la sociedad española a lo largo de las últimas décadas. Este proceso, en un contexto general de incremento de las desigualdades sociales, al tiempo que de crecimiento económico, puede explicar gran parte de los cambios habidos en las identidades sociales. De modo que, a tenor de los datos que se analizarán, se puede considerar que el cambio de la experiencia de integración/ exclusión por ser «joven», «adulto», «mayor», «mujer» u «hombre», ha sido de tal envergadura en estos años que puede explicar porqué la identidad generacional ha llegado a ser tan relevante para los españoles.
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Juan José Villalón Ogáyar
5.1. La selección en las organizaciones productivas Las empresas, dentro de los márgenes de la legislación emanada de las organizaciones políticas, regulan los recursos sociales destinados a la producción y el desarrollo de la mayor parte de los servicios. Asimismo, ellas seleccionan a su personal. Deciden quienes podrán tener un papel productivo. Las empresas utilizan las identidades sociales para seleccionar a los individuos que han de ocupar los puestos de trabajo. El papel principal de las identidades sociales es clasificar a la población para facilitar la selección. Tal papel lo cumplen otros factores también, como son los conocimientos adquiridos en un proceso formativo reglado, las aptitudes y las actitudes. La diferencia entre las identidades sociales y algunos de estos otros elementos de selección resulta difícil analíticamente. Por ejemplo, la titulación universitaria, el grado de licenciado o doctor o cualquier grado académico refleja sistemas de clasificación que incorporados de forma genérica a los procesos selectivos se convierten en herramientas de identificación selectiva eficaces. Si a pesar del título, el seleccionador simplemente hiciese una prueba a la personas para medir sus conocimientos en la materia que necesita –como todavía se suele hacer con pruebas de ofimática o de idiomas– entonces el título no sería un sistema de identificación, una identidad social, sino que el grado de conocimiento demostrado en una prueba sería la vía de acceso al trabajo. Sin embargo, la mayoría de los procesos selectivos en empresas utilizan atributos culturales categóricos para filtrar a los solicitantes a muchos puestos de trabajo. El mismo Estado utiliza este sistema en las oposiciones de modo que impide a aquellos sin una titulación determinada el acceso a cierto tipo de trabajos. Es un sistema eficaz y muy eficiente de selección. Pero hay otras identidades sociales que también funcionan como herramientas de selección como el sexo, la edad, la etnia o la nacionalidad cuya racionalidad no es tan clara. 5.1.1. Nivel de integración del sistema productivo español ¿Cuántas personas pueden acceder a un puesto de trabajo en España? El nivel de integración general de un sistema productivo está definido por la proporción de población que accede a un puesto de trabajo en un momento determinado. Este dato suele ser mediatizado por cambios en el denominador que reducen su importancia. El cambio más importante es el del total de población por el del total de la población que activamente trabaja o busca trabajar. El segundo es la reducción de la población según la edad pues está prohibido trabajar en España a los menores de 16 años. Y, el tercero es considerar a los mayores de 65 años como población inactiva. La Tasa de Actividad, medida más habitual para el análisis de la evolución del nivel de integración de un sistema productivo, utiliza sólo la restricción de considerar sólo la población mayor de 16 años. Pero considera en el numerador a toda la población que trabaja y declara buscar trabajo activamente. La tasa de
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5 Metamorfosis de la selección
inactividad es justo su opuesto numérico. Junto a este indicador, se pueden también considerar otros no tan restrictivos y que proporcionan una medida más real del nivel de integración como es la tasa de desocupación. Éste mide la proporción de personas mayores de 16 años que no trabajan. Es decir, esta última es la que divide el número de puestos ocupados por la población que potencialmente y legalmente puede ocuparlos. ¿Qué ha ocurrido en España? Desde los años ochenta, se ha producido una recuperación progresiva de la actividad hasta alcanzar cuotas muy superiores a las de comienzos de siglo (Navarro, 1994). La evolución de la tasa de actividad desde 1976 ha contado con varias etapas. En un primer momento, hasta el año 1985, la proporción de activos descendió. Y después comenzó a incrementarse siendo su mayor expansión al final del período. Ello significa que la estructura económica española ha incrementado el número de personas que se incorporaron al mercado laboral. Pero, ¿supuso ello un aumento de la integración productiva? Es decir, ¿fue acompañado el aumento de la proporción de activos del aumento de la proporción de personas trabajando? Desde el año 1987, el mercado laboral español empezó a reestructurarse hasta llegar a ser mucho menos excluyente que a comienzos de los ochenta, gracias a que el descenso de la inactividad laboral estuvo acompañada del descenso del nivel de desocupación. Hay que diferenciar tres etapas en este proceso. Desde 1986 hasta 1990 aumentó el grado de integración productiva al aumentar la ocupación, aunque se mantenía el nivel de actividad. Desde entonces hasta 1994, descendió el nivel de integración al descender el nivel de ocupación aunque se mantenía el de actividad. Y desde 1994 hasta el año 2003 volvió a aumentar el nivel de integración pero esta vez en unos niveles muy superiores a los de la primera etapa y durante mucho más tiempo. (Gráfico 26)
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GRÁFICO 26. Evolución de la exclusión del trabajo en los mayores de 16 años de 1987 a 2003. (%) 80
70
60
50
40
30
20 Porcentaje de inactivos Porcentaje de desocupados
10
04
03
20
02
20
01
20
00
20
99
20
98
19
97
19
96
19
19
94 19 95
93
19
92
19
91
19
90
19
89
19
88
19
19
19
87
0
Fuente: INE, EPA.
Esta evolución positiva del nivel de integración general se produjo en un contexto especial de desregulación laboral y mesocratización de los puestos de trabajo que ha de ser tenido en cuenta pues transformó las diferencias entre los integrados en el sistema productivo. Como se ha indicado antes, las tareas productivas se diferencian en función de diversos elementos entre los que destacan dos: la ocupación y su temporalidad. La evolución de ambos elementos indica cómo ha cambiado la organización del trabajo en la empresa. La estructura ocupacional distingue los puestos de trabajo según sus funciones. La temporalidad diferencia aquellos puestos de trabajo permanentes de aquellos que son concebidos como transitorios. Son dos variables independientes. Su relación dependerá de las expectativas y la cultura de las empresas. La evolución de las ocupaciones en las sociedades más avanzadas se ha caracterizado por la mesocratización y el aumento de la segmentación horizontal al producirse la disminución de las clases manuales industriales (desmanualización) y una diversificación progresiva de las clases ocupacionales medias (Tezanos, 2001b: 82-86). Ambas tendencias son claramente palpables en la evolución de la estructura ocupacional española. A lo largo de los años sesenta,
120
5 Metamorfosis de la selección
crecieron espectacularmente los sectores asalariados que se denominaban entonces como de «cuello blanco y corbata», refiriéndose a los empleados, vendedores, técnicos medios y otros muchos trabajadores similares. Las tendencias de la estructura laboral en esos años se pueden resumir en dos: Tecnificación y Complejidad. Las dos generaron la diversificación de las tareas y una mayor especialización (Tezanos, 1975; 78-83). En función de estas tendencias, desde mediados de los setenta, se produjo un aumento constante de las nuevas clases medias ocupacionales al crecer especialmente los sectores profesionales, técnicos, administrativos, comerciales, de empresarios, gerentes y directores, mientras que disminuían los pequeños propietarios agrícolas, los obreros agrícolas y los obreros sin especializar entre otros22. De manera que, poco a poco, se fue configurando una nueva estructura ocupacional mesocrática que se ha asentado con la incorporación de las nuevas tecnologías. En la cual distintas tendencias destacan como son el incremento de la proporción del salariado y la creación de empleos de peor calidad. El incremento de la proporción de salariado significa una transformación importante al implicar un descenso en la falta de autonomía en el trabajo y de la capacidad de iniciativa empresarial. En España, se pasó de ser los ocupados no asalariados más del 29% del total de ocupados a mediados de los ochenta a ser el 18% en el 2004. Por otra parte, la desregulación del empleo establece diferencias entre puestos ocupacionales iguales en función de la definición del puesto como empleo regular a tiempo completo o temporal (eventuales, de temporada, de media jornada, a domicilio, subcontratados, etc.). Es el desarrollo de una estructura laboral con un nuevo tipo de trabajo «de menos calidad» (Tezanos, 2001b: 92). Dos indicadores esenciales de la calidad del empleo son: el porcentaje de contratos temporales y del empleo a tiempo parcial. El primero indica la evolución de la estabilidad laboral de los ocupados. El segundo revela el tiempo de participación diario en el mercado laboral. El descenso de la calidad del puesto de trabajo que se produjo se revela en los siguientes datos: En los ochenta el 19,4% de los asalariados trabajaban con un contrato temporal, y un 4,9% de los ocupados tenían un contrato a tiempo parcial; Sin embargo, en el año 2004, la tasa de temporalidad entre los ocupados era superior al 26%. Y el 8% de los ocupados tenían un contrato a tiempo parcial. La irregularidad laboral había crecido enormemente. La evolución de las ocupaciones a tiempo parcial y temporal habían sido paralelas durante el período estudiado. Las dos habían aumentado hasta casi doblarse. (Gráfico 27). La diferencia entre ambas era que los contratos temporales se incrementaron rápidamente al comienzo del período estudiado, desde 1987 hasta 1991, para después estabilizarse en el 26% de los ocupados. Sin embar22 La complejidad de estos procesos es enorme y difícilmente podríamos aquí abordarla y explicarla en todos sus detalles. Como ese no es el objeto de este libro, prefiero para ello remitir a la bibliografía sobre esta cuestión que ya existe y entre las que destacaría por su detalle las siguientes publicaciones entre muchas otras: Tezanos, (1998); Juarez y Renes (1994); Torres, (1994); Tezanos, (1990).
121
Juan José Villalón Ogáyar
go, el porcentaje de contratos a tiempo parcial fue estable hasta 1992, año en el que comenzó a aumentar paulatinamente. Por lo cual, su evolución está motivada por factores diferentes que, independientemente, actúan sobre la estructura laboral. Sin embargo, el efecto de ambas es similar pues mantienen a una parte de la población en situaciones de parcial integración en la actividad productiva frente a un núcleo que se mantiene más tiempo integrado.
GRÁFICO 27. Evolución de la desregulación laboral en España desde el año 1987 a 2004. (%) 40%
35%
30%
25% Asalariados temporales Asalariados a tiempo parcial
20%
15%
10%
5%
04 20
02
03 20
20
00
01 20
20
99 19
97
98 19
19
96 19
94
95 19
19
92
93 19
19
90
91 19
19
89 19
88 19
19
87
0%
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del INE, EPA, Varios Años.
En consecuencia, el resultado de los procesos de incremento de los puestos de trabajo y precariedad del empleo conllevó el aumento de la vulnerabilidad laboral. Así pues, para captar la estructura básica de posiciones sociales que tiende a fortalecerse en la estructura productiva española parece necesario distinguir cinco categorías: Ocupados no asalariados, Asalariados indefinidos, Asalariados temporales, Parados e Inactivos. Los puestos de trabajo a los que la población se fue incorporando eran cada vez más similares en algunos aspectos como el nivel profesional, pero se fueron diferenciando en la durabilidad de cada puesto de trabajo y en la autonomía. Así, se construyó una estructura laboral con una proporción mayor de puestos de trabajo vulnerables. (Gráfico 28)
122
5 Metamorfosis de la selección
GRÁFICO 28. La capacidad integradora de la estructura productiva del año 1987 y 2004 en España. Gráfico de áreas concéntricas y sus datos respectivos23 1987
2004
1
1
0,9
0,9
0,8
0,8
0,7
0,7
Asalariado temporal
0,6
0,6
Parado
0,5
0,5
0,4
0,4
0,3
0,3
0,2
0,2
0,1
0,1
0
0
Ocupado no asalariado Asalariado indefinido
Inactivo
1987
2004
Ocupado no asalariado
3496,3
3256,4
Indefinido
6923,9
9924,1
Temporal
1270,1
4685,3
Parado
2959,7
2227,2
Inactivo
14615,1
15945,3
Total mayor de 16 años
29265,1
36038,3
Nota: Miles de personas. Fuente: Elaboración propia a partir de datos aportados por el INE, EPA.
Tal proceso fue progresivo en el tiempo. Especialmente, el proceso de reducción de la inactividad y el aumento de la dependencia fueron procesos paralelos y progresivos. En dichas tendencias no se produjeron variaciones significativas desde 1987 al año 2004. Sin embargo, la proporción de inestables y la de desocupación, sí pasaron por fases de tendencias diferentes. La proporción de desocupados descendió primeramente hasta 1991, después ascendió durante tres años y después fue descendiendo progresivamente. Mientras, el grado de inestabilidad, aumentó progresivamente hasta el año 1994, y, después, fue re-
23 Este gráfico muestra el grado de integración en el año 1987 y 2004. El gráfico se inspira en la tan conocida imagen de la estructura de exclusión de Robert Castel de círculos concéntricos donde los de dentro son los más integrados y los de fuera los más excluidos. En ella se observa que una reducción de los grupos más excluidos y un aumento de las categorías de asalariados, siendo el incremento más relevante el que se produjo en el colectivo de temporales. Esto indica que aumentó la vulnerabilidad en la actividad productiva.
123
Juan José Villalón Ogáyar
duciéndose hasta llegar a ser menor que a comienzos del período. Lo más significativo de estos cambios era que, la proporción de inestables que no estaban desocupados era la que más había crecido en el período estudiado. (Gráfico 29)
GRÁFICO 29. Evolución de la capacidad integradora del sistema productivo 1987 a 2004. (%) 100 90 80 70 60 50 total Dependientes
40
total D. Inestables
30 Total (0-100) Desocupados
20
Total (0-100) Inactivos
10
04 20
03 20
02 20
01 20
00 20
99 19
98 19
97 19
96 19
95 19
94 19
93 19
92 19
91 19
90 19
89 19
88 19
19
87
0
Fuente: Elaboración propia a partir de datos aportados por el INE, EPA.
5.1.2. La selección de la población ¿Cómo ha afectado el sexo y la edad a los procesos selectivos? ¿Se beneficiaron más unos que otros de la mejora relativa de la estructura de puestos de trabajo? ¿Son las situaciones más vulnerables características de algunas categorías más que de otras? En general, el sexo implica diferencias de vulnerabilidad y de homogeneidad de clase ocupacional durante el período estudiado. La posición ocupada por la mujer es sistemáticamente peor que la del hombre. La primera diferencia que destaca es la desigual incorporación de la mujer al mundo laboral. Sin embargo, en la actualidad la incorporación de la mujer ha aumentado cohorte tras cohorte. Si se observan las diferencias de activos entre los grupos de edad y sexo se observa que: Primero, sistemáticamente hay menos mujeres que hombres en todos los grupos de edad; Y segundo, las diferencias por sexo se reducen conforme la edad decrece. (Gráfico 30)
124
5 Metamorfosis de la selección
GRÁFICO 30. Número de activos según edad y sexo (miles) De 70 y más De 65 a 69 De 60 a 64 De 55 a 59 De 50 a 54 De 45 a 49 De 40 a 44 De 35 a 39 De 30 a 34 De 25 a 29 De 20 a 24 De 16 a 19 0
200
400
600
800 Varones
1000
1200
1400
1600
1800
Mujeres
Fuente: INE, EPA, II Trimestre, 2004.
Pero la situación vivida por las mujeres incorporadas al mercado de trabajo tampoco es igual a la de los hombres. La tasa de ocupación de los hombres es superior sistemáticamente a la de las mujeres aunque, también esta vez, la desigualdad entre ambos grupos ha disminuido en el período estudiado. Por otra parte, la tasa de paro ha evolucionado de forma similar en ambos sexos manteniéndose la distancia que había en un comienzo. La diferencia en puntos porcentuales desde 1987 se mantiene prácticamente invariable en 2004. Así pues, los dos han reducido su paro según los datos de la EPA (Gráfico 31). De modo que el nivel de integración ha evolucionado más favorablemente en la mujer que en el hombre durante el período estudiado, aunque la distancia se mantiene todavía en niveles importantes.
125
Juan José Villalón Ogáyar
GRÁFICO 31. Evolución de las tasas de ocupación y paro por sexo (%) 70 60 50
40 30
20 10
varones tasas de paro
19 93 19 94 19 95 19 96 19 97 19 98 19 99 20 00 20 01 20 02 20 03 20 04
19 85 19 86 19 87 19 88 19 89 19 90 19 91 19 92
0
varones tasas de empleo
mujeres tasas de paro
mujeres tasas de empleo
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del INE, EPA, Varios Años.
Las consecuencias de ello son que la mayoría de los hombres están ocupados y cada vez menos están en paro mientras que las mujeres están cada vez más ocupadas pero también son más las que están en paro. Con lo cual, hay una mejora relativa de la situación de la mujer totalmente excluida del mundo laboral porque se incorpora al mercado laboral, pero se agudiza en términos absolutos el problema del paro.
126
5 Metamorfosis de la selección
GRÁFICO 32. Variación de los motivos para encontrarse sin trabajar relacionados con el tipo de contrato que se tenía según sexo 50,00% 45,00% 40,00% 35,00% 30,00% 25,00% 20,00% 15,00% 10,00% 5,00%
03
04 20
02
20
01
00
20
20
99
20
98
19
19
97
96
19
95
19
19
94
93
92
91
19
19
19
90
19
89
88
19
19
19
19
87
0,00%
haber finalizado el contrato de temporada o estacional Hombres haber finalizado el contrato de otro tipo Hombres haber finalizado el contrato de temporada o estacional Mujeres haber finalizado el contrato de otro tipo Mujeres
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del INE, EPA, Varios Años.
Dicho aumento de la distancia de la vulnerabilidad se agrava durante el período analizado como consecuencia de que el acceso a puestos de trabajo de buena calidad es peor entre las mujeres que entre los hombres. Así, las mujeres dejan de trabajar más que los hombres porque su contrato es estacional, de temporada u otro tipo de contrato que tiene un fin (Gráfico 32). Y, por tanto, la evolución del grado de integración de los hombres y de las mujeres resulta ser diferente a lo largo del período. Las mujeres transformaron su situación pero para seguir estando en situaciones de vulnerabilidad y dependencia (Gráfico 33).
127
Juan José Villalón Ogáyar
GRÁFICO 33. Evolución del grado de integración del sistema por sexo 100 90 80 70 60 50 40 30 20 10
varones Dependientes
mujeres Dependientes
varones D. Inestables
mujeres D. Inestables
Varones Desocupados
Mujeres Desocupadas
Varones Inactivos
Mujeres Inactivas
04 20
03 20
02 20
01
00
20
20
99 19
98 19
97
96
19
19
95 19
94
93
19
19
92 19
91 19
90
89
19
19
88 19
19
87
0
Finalmente, las desigualdades se agudizan en cuanto que la incorporación de la mujer no ha sido para los mismos puestos de trabajo que los hombres. Las mujeres se incorporan a puestos de perfil bajo y medio del sector servicios en mayor proporción que los hombres. Y los hombres tienden a copar los trabajos especializados del sector industrial y de los sectores primarios. (Gráfico 34).
128
5 Metamorfosis de la selección
GRÁFICO 34. Distribución de la población por ocupaciones según sexo en el año 2004 Ocupaciones por sexos 2004
0
1000
2000
3000
4000
5000
6000
1 Dirección de las empresas y de la Admón. Pública
2 Técnicos y profesionales científicos e intelectuales
3 Técnicos y profesionales de apoyo
4 Empleados de tipo administrativo
5 Trabaj. de servicios de restauración, personales, protección y vendedores de comercio
6 Trabajadores cualificados en agricultura y pesca
7 Artesanos y trabaj. cualific. de indus. manufactureras, construcc. y minería, excepto operadores
8 Operadores de instalaciones y maquinaria; montadores
9 Trabajadores no cualificados
0 Fuerzas Armadas
Varones
Mujeres
Fuente: INE, EPA.
Además, el Mercado excluye todavía a las mujeres de los puestos directivos en una proporción importantísima. Son los hombres los que siguen ocupando este tipo de trabajos de más alto nivel. Sin embargo, en el nivel técnico y profesional existe una cierta equiparación en el número de mujeres y hombres. La barrera está en el paso de lo técnico a lo directivo. En consecuencia, ha aumentado la vulnerabilidad de las mujeres. Las tendencias observadas indican que existe una construcción constante de las diferencias de sexo en el mercado de trabajo que pasa por dos ejes: el mantenimiento de diferencias por sectores productivos y nivel ocupacional en la escala jerárquica, y el aumento de desigualdades en las condiciones de trabajo. La vulnerabilidad contractual ha venido a incidir sobre la desigualdad ocupacional24. A la mujer le es difícil acceder a un puesto y además, se incorpora a puestos temporales subordinados y a ocupaciones en sectores productivos y actividades me-
24
Este mismo proceso ocurre en países de nuestro entorno como constató Margaret Maruani (1991: 136).
129
Juan José Villalón Ogáyar
nos prestigiosas, menos remuneradas y en peores condiciones de trabajo en general (Beltrán, 1999: 97-98). Esto se traduce en una población activa femenina con una situación de vulnerabilidad mayor, aunque también más homogénea en sus trayectorias laborales, respecto de la experiencia laboral de los hombres. Por otra parte, el acceso al trabajo tampoco es igual para todas las edades ni ha evolucionado del mismo modo. El análisis de la población activa (Gráfico 35) y el nivel de ocupación (Gráfico 36) por edad indican que las edades intermedias – desde los 25 años a los 55 años han mejorado su acceso al mundo del trabajo en el período estudiado. Y, además han podido acceder en mayor proporción a algún puesto de trabajo que los demás. Sin embargo, las edades extremas no se han visto afectadas prácticamente por estas tendencias. Estas diferencias se refuerzan en el análisis del salariado. Los jóvenes han incrementado más su ratio de salarización (porcentaje de asalariados por total de población) que los mayores (Gráfico 37). Pero los contratos indefinidos han tendido a concentrarse más en las edades maduras (Gráfico 38) mientras que los contratos temporales lo hacen entre los jóvenes (Gráfico 39). De modo que la población de edades intermedias (cercanos a los cincuenta años) es la más estable, mientras que los mayores de 65 son expulsados del mercado laboral durante todo el período y los jóvenes se incorporan más al mercado laboral pero en posiciones cada vez más vulnerables. La mejora de los grupos de edad centrales se produce en función de la precariedad (Gráfico 40) y exclusión del resto (Gráfico 41).
GRÁFICO 35. Población activa por grupos de edad 80% 1987TII 1991TII
70%
1995TII 1999TII 2004TII
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0 De 16 a 19 De 20 a 24 De 25 a 29 De 30 a 34 De 35 a 39 De 40 a 44 De 45 a 49 De 50 a 54 De 55 a 59 De 60 a 64 De 65 a 69
130
De 70 y más
5 Metamorfosis de la selección
GRÁFICO 36. La población ocupada por grupos de edad 70% 1987TII 1991TII 1995TII 1999TII 2004TII
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0 de 16 a 19
de 20 a 24
de 25 a 29
de 30 a 39
de 40 a 49
de 50 a 59
de 60 a 69
de 70 y más
GRÁFICO 37. La población asalariada por grupos de edad 90%
1987TII 1991TII 1995TII 1999TII 2004TII
80%
70%
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0%
De 16 a 19
De 20 a 24
De 25 a 29
De 30 a 34
De 35 a 39
De 40 a 44
De 45 a 49
De 50 a 54
De 55 a 59
De 60 a 64
De 65 a 69
De 70 y más
131
Juan José Villalón Ogáyar
GRÁFICO 38. La población asalariada con contratos indefinidos por grupos de edad 0,5
0,45
0,4
0,35
0,3 1987TII 1991TII 0,25
1995TII 1999TII 2004TII
0,2
0,15
0,1
0,05
0 de 16 a 19
de 20 a 24
de 25 a 29
de 30 a 39
de 40 a 49
de 50 a 59
de 60 a 69
de 70 y más
GRÁFICO 39. La población asalariada con contratos temporales por grupos de edad 0,35
0,3
0,25
0,2
1987TII 1991TII 1995TII 1999TII 2004TII
0,15
0,1
0,05
0 de 16 a 19
132
de 20 a 24
de 25 a 29
de 30 a 39
de 40 a 49
de 50 a 59
de 60 a 69
de 70 y más
5 Metamorfosis de la selección
GRÁFICO 40. El nivel de desocupación por grandes grupos de edad 100 90 80 70 60 50 40 30 20 10
de 16 a 29 Desocupados
de 30 a 39 Desocupados
de 40 a 49 Desocupados
de 50 a 59 Desocupados
de 60 a 69 Desocupados
de 70 y más Desocupados
20
04
03 20
20
02
01 20
20
00
99 19
98 19
97 19
96 19
95 19
94 19
93 19
92 19
91 19
90 19
89 19
88 19
19
87
0
GRÁFICO 41. El nivel de inestabilidad por grandes grupos de edad 100 90 80 70 60 50 40 30 20
de 16 a 29 D. Inestables
de 30 a 39 D. Inestables
de 40 a 49 D. Inestables
de 50 a 59 D. Inestables
de 60 a 69 D. Inestables
de 70 y más D. Inestables
10
04 20
03 20
02 20
01 20
00 20
99 19
98 19
97 19
96 19
95 19
94 19
93 19
92 19
91 19
90 19
89 19
88 19
19
87
0
Por otra parte, el análisis de la distribución de las cohortes entre ocupaciones indica que cada generación tiene un nicho laboral diferente. Los varones jóvenes ocupan predominantemente posiciones en puestos de restauración, servicios personales, protección y ventas, en las fuerzas armadas y sobre todo
133
Juan José Villalón Ogáyar
como trabajadores no cualificados, es decir, entran en el mercado laboral por ocupaciones de bajo nivel. Mientras, las empresas las dirigen los «adultos» con más de cuarenta años, y sobre todo los que tienen entre cuarenta y cincuenta y cuatro años. Los cuales son los más numerosos también en los puestos de oficina, entre los técnicos, los obreros cualificados y los profesionales. Es decir, en las clases medias y en las clases altas. Mientras, los más mayores se mantienen en ocupaciones directivas y de obreros cualificados en los sectores en declive de la agricultura y la pesca, donde nadie les sustituirá, en una proporción superior a la que hay de personas de estas edades en la mayor parte de las ocupaciones. (Gráfico 42)
GRÁFICO 42. Distribución de los varones por grupos de edad en las ocupaciones en el año 2004 0%
10% 20% 30% 40% 50% 60% 70%
80% 90% 100%
1 Dirección de las empresas y de la Admón. Pública
2 Técnicos y profesionales científicos e intelectuales
3 Técnicos y profesionales de apoyo
4 Empleados de tipo administrativo
5 Trabaj. de servicios de restauración, personales, protección y vendedores de comercio
6 Trabajadores cualificados en agricultura y pesca
7 Artesanos y trabaj. cualific. de indus. manufactureras, construcc. y minería, excepto operadores
8 Operadores de instalaciones y maquinaria; montadores
9 Trabajadores no cualificados
0 Fuerzas Armadas
de 18 a 28
de 30 a 39
de 40 a 54
de 55 a 64
Fuente: INE, EPA.
En contraste con las diferencias generacionales entre los hombres, las mujeres jóvenes entran en sectores nuevos para ellas como las Fuerzas Armadas, abandonan los sectores en declive y pujan más que sus antecesoras por la
134
5 Metamorfosis de la selección
entrada en las ocupaciones de administración, servicios y ventas. Mientras, algunas de sus mayores resisten en puestos directivos, en trabajos en sectores en declive y, sobre todo en trabajos no cualificados, donde ya no buscan entrar tantas jóvenes y donde ellas, las mayores, tuvieron y tienen su mayor oportunidad de integración laboral, aunque con un resultado muy diferente de sus homólogos masculinos pues ellas quedaron en posiciones bajas mientras ellos, muchos, posiblemente ascendieron ya que hoy no ocupan este espacio. Por consiguiente, las diferencias de edad en el proceso selectivo son sustantivas en ambos sexos respecto a la distribución de la población en los puestos de trabajo. Y, se han ido haciendo más relevantes durante el período estudiado. Los jóvenes no ocupan las mismas ocupaciones que los adultos o los mayores. La dirección y la profesionalización está en manos de las edades intermedias. Aunque los más mayores también se resisten a abandonar la dirección, igual que el trabajo en los sectores primarios. (Gráfico 43)
GRÁFICO 43. Distribución de las mujeres por grupos de edad en las ocupaciones en el año 2004 0%
10% 20% 30% 40% 50% 60% 70%
80% 90% 100%
1 Dirección de las empresas y de la Admón. Pública
2 Técnicos y profesionales científicos e intelectuales
3 Técnicos y profesionales de apoyo
4 Empleados de tipo administrativo
5 Trabaj. de servicios de restauración, personales, protección y vendedores de comercio
6 Trabajadores cualificados en agricultura y pesca
7 Artesanos y trabaj. cualific. de indus. manufactureras, construcc. y minería, excepto operadores
8 Operadores de instalaciones y maquinaria; montadores
9 Trabajadores no cualificados
0 Fuerzas Armadas
de 18 a 28
de 30 a 39
de 40 a 54
de 55 a 64
Fuente: INE, EPA.
135
Juan José Villalón Ogáyar
En consecuencia, la selección se ha ido fundamentando progresivamente en diferencias según edad y sexo, que, aunque ya existentes en cierto grado en las estructuras de desigualdad ocupacional anterior, ahora se trasladaba a la estructura de temporalidad de las contrataciones y se hacían visibles en la estructura ocupacional. Así, la mesocratización general de la estructura ocupacional de los años setenta y ochenta se ha visto contrarrestada por estos procesos. En un primer momento, años ochenta, el bajo nivel de ocupación entre los activos y alto número de inactivos supuso la expulsión de un importante grupo de personas del mercado laboral. Sin embargo, esta exclusión se redujo en la década posterior. A cambio, las tendencias hacia la desregulación laboral permitieron el aumento de la precariedad de muchos trabajadores, sobre todo de los recientemente incorporados (jóvenes y mujeres) y fortaleció la exclusión de los mayores. Los malos indicadores de exclusión total de la primera época no han hecho sino descender a lo largo de las dos décadas estudiadas, mientras los de la precariedad y vulnerabilidad ascendían. La desregulación del mercado laboral supuso un aumento de la precariedad de los nuevos trabajadores que ahora trabajan con peores expectativas de mantenimiento de una carrera laboral deseada dentro de una empresa o de una profesión que antes. Desde esta perspectiva, si en los ochenta el problema era tener o no trabajo, en la actualidad es llegar a conseguir un trabajo estable. Aunque, ciertamente, en los años ochenta también existía una situación de irregularidad laboral importante que fue disminuyendo conforme se flexibilizó el mercado laboral (Toharia, 1994: 1390-1394). Los trabajadores que han empeorado su situación son los mayores de 45 años, los jóvenes, las mujeres y los inmigrantes. Estos colectivos son los que copan las posiciones más inestables en el mercado laboral, son aquellos que ocupan las posiciones productivas más bajas y los que siguen teniendo más difícil el acceso (López, 2004: 310 y ss.). En definitiva, la exclusión del trabajo es un problema social que ha sido resuelto de un modo ambiguo en los procesos históricos de flexibilización del mercado institucionalizado porque, en principio, éstos han servido para introducir a más personas en el mercado (más integrados) pero a cambio de aumentar las distancias entre los ocupados a través de los privilegios de estabilidad de unos respecto de otros según la edad y el sexo entre otros posibles factores.
5.2. La selección en las organizaciones reproductivas Las familias regulan cómo los individuos de ambos sexos acceden a puestos desde los que pueden engendrar, educar y criar a nuevos miembros de la sociedad, a la vez que se protegen y ayudan a los otros miembros ante las necesidades y los intereses comunes. Ello hace de la familia una institución fundamental para la integración social que es complementaria de la empresa o el Estado, de los que es bastante autónoma al regular un campo de actividad muy diferente aunque esencial.
136
5 Metamorfosis de la selección
La estructura de posiciones en la familia ha cambiado a lo largo de la segunda mitad del siglo XX democratizándose y aumentando la corresponsabilidad de los miembros. Sin embargo, las diferencias entre sus miembros siguen siendo importantes. El sexo y la edad se revelan como atributos fundamentales en el proceso de afiliación a la familia. 5.2.1. La integración familiar El modelo familiar mantiene la relación entre cuatro roles básicos: el padre-pareja, la madre-pareja, los hijos y los abuelos. De todos ellos, los roles centrales son los que conforman la pareja. La unión de ambos es la que produce la familia predominante actual. Por ello, la vinculación típica de los adultos a una familia se produce a través del rito matrimonial o de otro rito similar público o privado que es reafirmado cotidianamente con el hecho de vivir y dormir bajo el mismo techo, normalmente en el mismo dormitorio. Sin embargo, esta pareja desarrolla todos los roles reproductivos sólo desde el momento en que tiene hijos naturales o adoptados. Es desde ese momento cuando puede criar y educar a otros seres humanos. La integración en una familia también se puede producir por otra vía en la vida adulta. Un adulto se liga a una familia cuando se hace cargo del cuidado de un hijo propio o adoptado. En este caso, la familia adopta una estructura diferente con un solo adulto responsable con un hijo o varios a su cargo. También un adulto puede ligarse a una familia sin formar pareja. Normalmente ello ocurre en función de la existencia de un lazo de consanguinidad con alguno de los cabezas de familia. La más típica de estas formas de unión es la que se produce en las personas mayores que pierden a su pareja y pasan a vivir con alguno de sus hijos casados. Pero, además, también se produce entre los solteros, separados y divorciados adultos que permanecen o vuelven a casa de sus padres, solos o con hijos, en algún momento después de los 18 años para quedarse durante largo tiempo. Finalmente, los menores quedan ubicados en una familia desde el mismo nacimiento. Éstos quedan bajo la tutela de adultos consanguíneos desde el mismo momento en que nacen. Los menores nacen ya en familia, no pueden crearla. Y si no la tienen, el Estado se encarga de cuidarles hasta asignarles una, algo que en España ocurre raramente en este momento. En resumen, estas variadas formas de vinculación son las vías para el acceso a las familias españolas. Los filtros básicos son dos: poder formar una pareja y tener hijos. El siguiente es tener una relación de consanguinidad con algún miembro cabeza de familia que pueda y quiera acoger a un adulto. Debido a ello, el acceso a todos los derechos y medios en el ámbito familiar está restringido a aquellos que pueden cumplir estos filtros. Y el recurso fundamental es poder ser pareja y padre o madre de un individuo. La obtención de ambos roles proporciona el máximo grado de afiliación a las organizaciones reproductivas, la máxima integración social posible a través de esta vía. En consecuencia, la estructura de posiciones reproductivas diferencia cuatro categorías: los que forman parejas y tienen hijos menores, los que forman pa-
137
Juan José Villalón Ogáyar
rejas y tienen hijos adultos con ellos, los adultos con hijos, los adultos que viven en casas de otros adultos cabezas de familia con los que mantienen una relación de consanguinidad y los adultos que viven solos o con individuos con los que no mantienen relaciones de consanguinidad. De todas ellas, las posiciones más integradas serían las de parejas con hijos menores, ya que pueden desarrollar todas las tareas reproductivas. Y la más excluida sería la de aquellos que viven solos. Así pues, ¿cuántas personas pueden acceder a formar una familia en la sociedad actual? La estructura reproductiva en España ha supuesto el aumento de los excluidos. Aunque se haya flexibilizado el modo de acceso a la creación de una familia en la sociedad española, el modelo familiar actual ha estado acompañado de un incremento constante de aquellos que no pueden formar una familia. El número de parejas es uno de los indicadores básicos de la evolución de la construcción de familias. Éste depende del número de matrimonios que se formalizan y de los que se disuelven. Así, el análisis de las tendencias en el número de matrimonios anual, los divorcios y las separaciones proporciona indicios de cómo cambia el número de familias en una población.
GRÁFICO 44. Número anual de matrimonios, divorcios y separaciones desde el año 1987 a 2004 250000
Disolución del matrimonio
Matrimonios celebrados
200000
150000
100000
50000
0 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004
Fuente: Indicadores sociales, 2004 de INE.
El número de matrimonios celebrados anualmente se ha mantenido constante a lo largo del período estudiado, sin apenas estar afectado por las variaciones demográficas o las transformaciones políticas de las leyes que regulan este ritual. Esta evolución contrasta con el cambio en el número de disoluciones
138
5 Metamorfosis de la selección
matrimoniales (Gráfico 44). Si éstas apenas se producían en los años setenta –debido entre otras razones a una legislación enormemente restrictiva al respecto– a comienzos de los ochenta comienza a incrementarse hasta llegar a ser actualmente casi la mitad del número de matrimonios realizados cada año. Con lo cual, el resultado de estas tendencias ha sido el aumento de personas que no viven en familias generadas por esta vía. Además, las familias derivadas del matrimonio se han convertido en organizaciones más frágiles al ser el compromiso entre sus miembros adultos menos duradero ahora. Muchas personas separadas y divorciadas viven en familia monoparentales. En el año 2004, se estima que había 1.014.000 personas separadas y divorciadas, entre las cuales 202.400 formaban hogares monoparentales (EPA, III Trim. de 2004), es decir, el diecinueve por ciento. Y otras muchas vuelven a formar parte de familias donde el núcleo es compartido con abuelos, hermanos y similares o con nuevas parejas. El número de familias reconstituidas en el censo del año 2001 era 232.863. Por lo que la disolución matrimonial no conlleva directamente la falta de pertenencia a una familia. El fenómeno de las familias reconstituidas es fundamental en este sentido. Por otra parte, además de aumentar la inestabilidad de las relaciones conyugales desde los años ochenta, también ha aumentado el número de personas que no llegan a formar unidades familiares nuevas. El número de solteros jóvenes desde 1980 a la actualidad se ha multiplicado por dos a los 25 años y al triple a los 29 años según los datos censales. Ello explica que aunque las cohortes en edades casaderas hayan sido cada vez más grandes no haya aumentado el número de matrimonios. Igualmente, otro efecto de este hecho de dificultad de formación de nuevas familias ha sido que ha aumentado el número de jóvenes que viven con sus padres, así, en el año 2001 el cincuenta por ciento de los jóvenes con 28 años aún vivía con sus padres. Además, durante toda esta etapa no se ha producido un aumento del número medio de miembros de las familias, sino que se ha reducido ligeramente, siendo en el año 2001 de 2,9 personas por hogar25. Con lo cual, puede haber una mayor proporción de personas que no forman familias estables y más personas que forman hogares unipersonales, es decir, no viven en familia. Así, si comparamos los censos de 1981, 1991 y 2001 se observa que éstas últimas se han incrementado al pasar de 1,1 millones a 1,6 millones y a 2,9 millones en esos años respectivamente. Es decir, mientras la población ha crecido un cinco por ciento cada década, el número de hogares unipersonales ha aumentado casi 9 veces más en la primera década y 16 veces más en la segunda década.
25
Cifras INE, Boletín informativo del Instituto Nacional de Estadística, nº2, 2003.
139
Juan José Villalón Ogáyar
GRÁFICO 45. Estructura reproductiva en la población española en 1991 y 2001. (Gráfico de Áreas concéntricas) 1987
2004
1
1
0,9
0,9
0,8
0,8
0,7
0,7
0,6
0,6
0,5
0,5
0,4
0,4
0,3
0,3
0,2
0,2
0,1
0,1
0
0
Mayores de 15 años (adultos) según tipo de núcleo familiar Parejas con hijos menores Parejas con hijos mayores Parejas sin hijos Otros adultos con familia Adultos solos
Porcentaje de personas mayores de 15 años (adultos) según tipo de núcleo familiar
1991
2001
Que viven en pareja y tienen hijos con menos de 15 años
28,2%
20,5%
Que viven en pareja y tienen hijos mayores solteros en casa
12,3%
16,5%
Que viven en pareja sin hijos
18,0%
17,4%
Que viven en familia pero no forman pareja con nadie del núcleo f.
36,4%
37,3%
Que viven solas
5,0%
8,2%
Total
100,0%
100,0%
Fuente: INE, Datos de los Censos de Población. Gráfico de elaboración propia.
En consecuencia, la sociedad española experimenta un proceso de transformación que ha producido un aumento relativo de la exclusión y la vulnerabilidad familiar. La estructura reproductiva se ha hecho más excluyente (Gráfico 45). 5.2.2. La selección de la población A la luz de los datos anteriores, la hipótesis de que la exclusión había aumentado en este ámbito está confirmada. La familia se ha convertido en una organización social que no es de acceso para todos. La reproducción tiende a convertirse en una actividad que sólo algunos pueden realizar. El sistema de estructuración reproductiva se ha vuelto más excluyente desincentivando a formar unidades familiares nuevas, a mantenerlas en el tiempo y a tener hijos. ¿Cómo afecta la edad y el sexo a estos procesos? Según comparaciones entre el Censo de 1991 y 2001, en general todas las categorías (mujeres, hombres, menores de 65 y mayores de 65) tienen más
140
5 Metamorfosis de la selección
dificultad para conseguir un modelo familiar de plena integración que hace diez años. Sin embargo, algunos grupos están más afectados que otros. Los que viven solos suelen ser varones. En el año 2001, 346.290 personas solteras vivían solas, un 208,7% más que en 1991. De esos que vivían solos en el año 2001, dos tercios eran varones. Por otra parte, los separados y divorciados que vivían solos eran tres veces más en el año 2001 que en 1991, siendo esta situación más normal entre los hombres que entre las mujeres26. Sin embargo, las mujeres que vivían solas con menores a su cargo todavía eran muchas más (498.660) que los hombres (133.360) en el año 2001. E igual ocurría con las mujeres mayores de 65 años que vivían solas. La afiliación a la vida familiar han sido más difícil progresivamente para los hombres y mujeres jóvenes, para mujeres y hombres con obligaciones familiares pero sin el acceso a una relación estable con pareja que se corresponsabilice de la carga, y para mujeres y hombres mayores de 65 años. En total, todos ellos suman el 10% de la población mayor de 15 años de España en el año 2001. Un 78% más que la que se encontraba en estas situaciones en el año 1991. Los mayores incrementos se han dado en las categorías de varones más jóvenes. Sin embargo, las mujeres de todas las edades son las que más persistentemente viven las situaciones de vulnerabilidad y exclusión. (Tabla 2)
TABLA 2. Categorías de exclusión y mayor vulnerabilidad de la afiliación reproductiva en el año 1991 y 2001 según sexo y edad (Nº de personas) 1991
2001
Incremento
349.281
652.306
0,867
Hombres menores de 65 años que viven solos 355.605
865.329
1,433
Mujeres mayores de 65 años que viven solas
696.910
1.043.471
0,497
Hombres mayores de 65 años que viven solos
171.363
315.466
0,840
Mujeres con hijos menores a su cargo
334.436
498.660
0,491
Hombres con hijos menores a su cargo
58.524
133.360
1,278
Total
1.966.119
3.508.592
0,784
Mujeres menores de 65 que viven solas
Nota: *hijos menores de 15 años Fuente: Censo 2001, 1991. Resultados definitivos, Tablas a medida en web INE.
El aumento de la exclusión ha afectado a todos los grupos: hombres, mujeres, mayores y jóvenes. No se puede por ello decir que se hayan incrementado las diferencias entre ellos en estos niveles. Ningún grupo gana en su acceso a los recursos. Esto es como decir que el paro y la inactividad reproductiva ha aumentado para todos. 26 INE, Datos principales publicados del Censo del 2001 y comparación con datos del censo de 1991, 2002 publicados en la página web oficial del INE.
141
Juan José Villalón Ogáyar
Sin embargo, la capacidad de integración en el modelo reproductivo es diferente en las mujeres que en los hombres y entre las distintas edades. Estos grupos no tienen el mismo acceso al control de los recursos dentro de las familias. Aún todavía el mayor acceso está en manos de las personas adultas varones que son los que mayormente tienen acceso al rol de marido-padre. En resumen, los nuevos límites a la integración familiar son sobre todo de tipo estructural y cultura (Del Campo y Rodriguez, 2002; 118-119). Y, la edad y el sexo juegan un papel esencial en la selección familiar.
5.3. La selección de las organizaciones políticas La afiliación al Estado es un proceso de reconocimiento de éste de la pertenencia de los individuos a una comunidad imaginada y a las organizaciones subordinadas a éste que administran algunos recursos políticos. En España, las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos son las principales organizaciones que administran los recursos políticos y de participación de la ciudadanía. El conjunto articulado de todas estas organizaciones configura la estructura del Estado. La vinculación política es, básicamente, la pertenencia al Estado como ciudadano. Éste es el principal elemento de división en el espacio político para poder acceder a los recursos de este campo social. Seguidamente, la afiliación depende de la participación en la organización política, votando a unos partidos y otros en las elecciones legislativas. La distinción de nacional y extranjero debe ser matizada también debido a la inserción de España en la Unión Europea desde 1986 y a la ratificación de los Acuerdos de Schegen y, en los próximos años, tras la aprobación de la Constitución Europea. En función de todo ello, la población según tipo de ciudadanía se estructura en cuatro grupos: los nacionales (inmigrados o no), los inmigrantes extranjeros que son nacionales de países de la Unión Europea y los inmigrantes extranjeros de terceros países entre los que habría que distinguir entre los residentes legales y los aún no legalizados. 5.3.1. La integración política La regulación actual del acceso a la ciudadanía conlleva la existencia de personas que viven en España y no tienen acceso a los mismos derechos políticos que otros. Ello supone su exclusión de la ciudadanía de forma total o parcial. La mayor parte de estas personas se introducen en la población española inmigrando desde otros territorios. Éste es el factor más importante para el crecimiento de la población extranjera en el país, por ahora. El número de inmigrantes se incrementó enormemente desde comienzos de los años ochenta. Como se puede observar en el gráfico 12, su porcentaje respecto de la población total pasó de ser el 1,6% de la población en 1981, a ser el 7,7% en el año 2004 y 9,5% en el año 2005. La inmigración es un fenómeno que incluye diversidad de problemáticas. Existen inmigrantes que son de nacionalidad española, aunque nacidos en el ex-
142
5 Metamorfosis de la selección
tranjero; extranjeros que pertenecen a países con un régimen especial como los de la Unión Europea; e inmigrantes que no pertenecen a ninguna de las anteriores categorías. Como se ha indicado antes, la situación de cada uno de ellos es diferente ante el Estado. Los primeros, en cuanto se les reconoce la nacionalidad tienen acceso a todos los derechos vigentes. Los segundos se encuentran en una situación de incremento de sus derechos gracias al desarrollo de la Unión Europea. Y los terceros son a los que menos derechos se les atribuyen actualmente siendo mucho más difícil su integración política y social. Respecto a la anterior diferencia, el análisis de censos y padrones permite señalar que, en las últimas dos décadas del siglo XX, el perfil del inmigrante ha cambiado. Si comparamos el número de inmigrantes con el número de extranjeros empadronados obtenemos una estimación bastante fiable del número de inmigrantes españoles. Y si restamos a la cifra de extranjeros empadronados la de aquellos que pertenecen a países de la Unión Europea obtenemos el de los inmigrantes extranjeros de terceros países. De este análisis resulta que, a comienzos de los ochenta, la población inmigrante mayoritaria era española –fundamentalmente españoles retornados de los países de Centro-Europa– Sólo el 28,8% de los inmigrantes eran extranjeros. Sin embargo, en 1991, el porcentaje de extranjeros entre los inmigrantes era el 42%; y en el año 2003 era el 80,6%. (Gráfico 46) Asimismo, tras la entrada de España en las Comunidades Europeas en 1986 el número de inmigrantes extranjeros que no eran de la Unión Europea aumentó muy por encima de los que sí lo eran. En 1991, el 53% de los inmigrantes extranjeros era nacional de un país de la Unión Europea, mientras que en el año 2003 eran sólo el 22%.
GRÁFICO 46. La población inmigrante en España 1991-2004 3.500.000
Residentes extranjeros de la Unión Europea 3.000.000 Residentes extranjeros según INE, Indicadores sociales, 2004 Residentes extranjeros según revisión de padrón municipal
2.500.000
Número de inmigrantes Extranjeros anual 2.000.000
1.500.000
1.000.000
500.000
0 1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
Fuente: INE (Censos y padrones).
143
Juan José Villalón Ogáyar
Por consiguiente, el sistema de selección política ha dado un giro inmenso en pocos años. Las políticas de regulación de la nacionalidad en los años ochenta eran muy eficaces para resolver la cuestión de la integración política de los inmigrantes. Sólo un porcentaje relativamente pequeño de personas estaba fuera de esta vía de integración. La categoría transitoria entre la extranjería y la ciudadanía, el denominado estatuto de residente, solventaba adecuadamente el problema al ser una situación bastante residual. Ahora, ya no ocurre lo mismo. La diferencia entre el número de residentes extranjeros y de extranjeros empadronados era nula a comienzos de los ochenta y aún muy baja en el año 1991. Tres regulaciones extraordinarias contuvieron la diferencia entre ambas. Así, durante la última década del siglo XX, los distintos gobiernos intentaron solucionar con decretos de regulación de extranjeros de tipo masivo el problema de la ilegalidad. Sin embargo, tal procedimiento extraordinario no solucionaba el problema de la regulación a largo plazo. La inmigración, como se observó antes, había crecido enormemente. En la actualidad, el número de inmigrantes empadronados es casi el doble que el número de residentes legales. En el año 2003, había 1.017.157 extranjeros empadronados más que residentes, suponen el 38% de los extranjeros y el 31% de los inmigrantes. (Gráfico 47)
GRÁFICO 47. Variación del Porcentaje de Extranjeros residentes legales sobre el número total de extranjeros empadronados en España 1981-2003 1,20
1,10
1,00
0,90
0,80
0,70
0,60
0,50 1981
1991
1996
1998
1999
2000
2001
2002
2003
Fuente: INE Censos y padrones, (Extranjeros empadronados) y Ministerio del Interior (Residentes extranjeros).
De todos estos datos se deduce que, en España, ha aumentado considerablemente la importancia numérica de los extranjeros no europeos, tanto legales como no legalizados. Aunque tanto unos como otros tienen reconocidos un nú-
144
5 Metamorfosis de la selección
mero importante de derechos y libertades en la Carta Magna española de 1978 y las leyes y reglamentos posteriores, son muchos todavía los que tienen vedado este camino para la integración social. El sistema actual de afiliación política a través de la nacionalidad, supone un sistema fuertemente excluyente que está dejando a comienzos del siglo XXI un significativo número de personas en situaciones de gran vulnerabilidad social respecto del resto. El sistema no responde a las necesidades surgidas de los procesos demográficos que se han desarrollado. En la estructura actual quedan excluidas más personas que hace veinte años. Por otra parte, la integración política también depende de otros factores pues España es un Estado democrático donde diversos partidos políticos se disputan el gobierno. Pero no todos los ciudadanos participan de igual modo. En primer lugar, no todos los ciudadanos son considerados iguales, los que pueden votar son sólo aquellos que tienen más de 18 años. En segundo lugar, se puede distinguir a los ciudadanos que pertenecen a los partidos gobernantes de los que no, diferenciados según a que partido votaron en las últimas elecciones. Y en tercer lugar, se ha de distinguir a todos esos que votaron de aquellos que se abstuvieron. Ello no significa que todo aquel que se abstiene no esté integrado dentro de una comunidad de referencia política, sino que éste no participa en ella. En este sentido, el análisis de la participación electoral es un buen indicador del nivel de integración de la población. Desde 1985 hasta la actualidad la abstención ha fluctuado bastante entre unas elecciones y otras. La proporción de personas que no participan en ellas está entre el 40% y 45% en las elecciones europeas y el 19% y 32% en las elecciones legislativas.
GRÁFICO 48. Proporción de votantes mayores de 16 años desde 1986 a 2004 en las elecciones legislativas 1
0,9
0,8 y = 0,008x + 0,692 2 R = 0,1445 0,7
0,6
0,5
0,4
0,3
0,2
0,1
0 1986
1989
1993
1996
2000
2004
Fuente: Ministerio del Interior e INE, EPA. Elaboración propia.
145
Juan José Villalón Ogáyar
La abstención se mantiene estable. Su tendencia es muy poco significativa. La capacidad explicativa del tiempo sobre la participación es de sólo un 14%. Es decir, el grado de abstención se ha mantenido estable desde 1986 hasta la actualidad entre los ciudadanos de más de 16 años. (Gráfico 48) En función de todas estas diferencias se puede distinguir en el conjunto de la población una estructura de afiliación con diferentes posiciones de integración/ exclusión en referencia a la participación estatal. Los grupos generales serían: Los no ciudadanos, los ciudadanos que no votan en las elecciones generales, los que votan a un partido que no gobierna y los que votan al partido gobernante. El cambio producido en estas categorías indica que ha aumentado el grado de integración social en la población española al reducirse drásticamente la población no votante. Sin embargo, la población excluida políticamente ha aumentado significativamente. Lo que no ha cambiado es la proporción de población que vota al partido que tras las elecciones gobierna, es decir, la clase política más integrada. (Gráfico 49).
GRÁFICO 49. Gráfico de áreas comerciales de distribución de la población en las estructuras de posiciones políticas en 1987 y 2004 1987
2004
1
1
0,9
0,9
0,8
0,8
0,7
0,7
No votantes
0,6
0,6
Extranjeros U.E.
0,5
0,5
Extranjeros no U.E.
0,4
0,4
0,3
0,3
0,2
0,2
0,1
0,1
0
0
Votantes gobernantes Votantes oposición
Fuente: INE, Datos de los Censos de Población. Gráfico de elaboración propia.
1987
2004
Votantes gobernantes
23,2%
26,0%
Votantes no gobernantes
29,2%
34,1%
No votantes
47,3%
33,0%
Extranjera: Unión Europea
0,1%
1,0%
Población no UE.
0,2%
5,8%
Total
100,0%
100,0%
146
5 Metamorfosis de la selección
5.3.2. La selección política La selección política está afectada por la edad y el sexo. En primer lugar, la edad y el sexo afecta a la inmigración y como consecuencia los extranjeros que viven en España mantienen una pirámide de edad diferente que los españoles. Se diría que el sexo y la edad son dos atributos de discriminan quien puede ser extranjero en España. Los extranjeros en España de países de la Unión Europea son sobre todo personas adultas con una edad avanzada. Sin embargo, los extranjeros de países no europeos son sobre todo jóvenes y hay un ligero porcentaje superior de varones que de mujeres.(Gráfico 50)
GRÁFICO 50. Población extranjera en España por edad y sexo en el año 2001 Grupos de edad 85 ó más 80 a 84 75 a 79 65 a 69 60 a 64 55 a 59 50 a 54 50 a 54 45 a 49 40 a 44 35 a 39 30 a 34 25 a 29 20 a 24 15 a 19 10 a 14 5a9 0a4
Hombres
10
8
6
Comunitarios
4
2
%
%
Mujeres
2
4
6
8
10
No comunitarios
Fuente: INE, Censo de 2001.
Tales diferencias están relacionadas con las vías de acceso de los extranjeros a España, que, mientras para los comunitarios son vías sencillas, sin barreras y por lo tanto al alcance de todas las edades y géneros, para los extranjeros de fuera de Europa el método de entrada es mucho más complicado. El Estado español ha organizado un sistema de selección para ser extranjero residente enormemente selectivo de la población potencial que prima la juventud y el ser varón. Ciertamente otras variables, como la pirámide poblacional de los países de origen, influyen sobre esta selección pero, en última instancia, todas ellas pueden ser comprendidas como parte de un sistema de selección organi-
147
Juan José Villalón Ogáyar
zado. Esto no quiere decir que el ser joven lleve a ser extranjero, pero el sistema de selección compartido en un nivel internacional potencia que los jóvenes sean los que se vean impulsados a migrar a países donde serán extranjeros. Por otra parte, la edad y el sexo también influyen sobre la posición en la estructura política de los ciudadanos. La edad influye en el voto electoral. Esta influencia se ha acentuado con el tiempo y ha significado que los jóvenes han tendido a abstenerse en mayor grado que los mayores. Aunque esta relación está influida por la variable educación que implica que con menores estudios, menos tendencia a votar (Boix y Riba, 2000: 22). La consecuencia de la influencia conjunta de estos factores sociales básicos es el fortalecimiento de la participación de las edades intermedias con mayor nivel de estudios de media y con mayor edad. Aunque la edad es el factor fundamental al producir un grado de abstención mínimo entre los más mayores en la actualidad. Así, el máximo valor de participación tiende a darse a partir de los cuarenta y cinco años, con pocas variaciones desde esa edad hacia delante (Pérez Ortiz, 2004: 561). El caso del género es diferente al de la evolución de las diferencias según la edad. Las mujeres han ido consiguiendo mejorar su posición en la estructura política aumentando su participación en los diversos ámbitos y su presencia en las Cámaras legislativas y gubernamentales. Desde 1982 en las Cortes Generales, se ha pasado desde el 6% de diputadas al 32% en el año 2004. En el Senado, desde el 5% al 23%. En los Parlamentos Autonómicos, del 5% al 37%. En el Parlamento Europeo, del 8% al 33%. En el Gobierno del Estado, de cero por ciento al cincuenta por ciento. En la presidencia de las Comunidades Autónomas del cero por ciento al 5%. En las consejerías de las comunidades autónomas del 11% al 32%.27 Aún así, todavía queda mucho camino por recorrer hacia la igualdad. En consecuencia, ante los datos comentados se visualiza una dualización importante de la estructura política. Ello se debe fundamentalmente a la inadaptación del modelo de Estado a las necesidades surgidas de la inmigración. Por otra parte, en ello incide también la edad. Las generaciones mas jóvenes de ciudadanos están algo excluidas del modelo político de participación institucionalizado. No participan en él. Con lo que, a la bipolarización por la frontera de la ciudadanía habría que añadir otra, más sutil: la generacional.
5.4. Mesocratización, democracia y selección por edad, sexo y ciudadanía Por consiguiente, los datos analizados confirman que, en España, la edad y el género son dos de los atributos culturales que en mayor grado han tendido a diferenciar a la población en el ámbito productivo, reproductivo y político du27 Datos recopilados por el Instituto de la Mujer. http://www.mtas.es/mujer/mujeres/cifras/poder/ index.htm
148
5 Metamorfosis de la selección
rante décadas. Se está produciendo una intensificación de las barreras generacionales en todos los ámbitos y de género en el laboral. Hay atributos –como las clases sociales, la ideología política, la religión y el trabajo o profesión– que han visto mermada su relevancia como fronteras sociales, aunque sigan funcionando como tales. Tal reajuste está relacionado con múltiples procesos históricos que hunden sus raíces en luchas anteriores al período que se ha analizado. Entre ellos destacan dos: En primer lugar, la mesocratización de la estructura ocupacional; y en segundo lugar, el desarrollo de la democracia, como proceso que fue fruto en buena parte de la acción colectiva de movimientos sociales ligados entre sí: el movimiento por la democracia que era básicamente de izquierdas y el movimiento obrero. De forma muy sintética, se puede decir que estos movimientos plantearon una nueva forma de selección social en la que dichos atributos dejaban de ser tan relevantes para distribuir los recursos sociales en las estructuras productivas y políticas. El fruto de tales demandas fue la reducción de la desigualdad en el acceso a las estructuras en función de tales atributos, así como la regulación legal y consensuada por todas las partes de cómo debían de producirse los accesos temporales de cada grupo o sector social al poder. Sin embargo, como se ha resaltado, el debilitamiento parcial de tales elementos de diferenciación en los procesos selectivos ha venido acompañado del fortalecimiento de otras pautas de diferenciación basadas en la edad, el sexo y la ciudadanía. Ciertamente, desde cierta perspectiva, la igualdad ha aumentado entre cierto tipo de categorías sociales. Pero ha descendido entre otro tipo de grupos. Poco a poco las empresas, las familias y el Estado han visto fortalecido el peso de otras identidades para distinguir a la población y establecer cómo se distribuyen los recursos.
149
Juan José Villalón Ogáyar
FIGURA 3. Cambios en la selección social según sexo y edad Estado y política
Familias
Empresas
Capacidad integradora de las Organizaciones Sociales
Ligero descenso de la abstención Aumento de los trabajadores extranjeros sin papeles
Estructura de roles muy ligeramente más igualitaria Aumento del número de las disoluciones matrimoniales Aumento del tiempo de dependencia de los hijos Desaparición del papel de los abuelos en el hogar familiar Aumento del número de solteros jóvenes Reducción del tamaño familiar Aumento del porcentaje de personas que viven solas
Mesocratización Segmentación horizontal Desmanualización Precarización o Descenso de la calidad del empleo Salarización
Género
Mayor número de extranjeros varones que mujeres Aumento del número de mujeres en cargos de la política, la justicia y altos cargos de la Administración Pública
Aumento de las mujeres que viven solas Aumento de los hombres que viven solos Aumento de las mujeres con hijos a su cargo Aumento de los hombres con hijos a su cargo
Mayor aumento de las mujeres activas Mayor aumento de las mujeres con contratos temporales Aumento de las mujeres asalariadas Mantenimiento de las diferencias de paro a favor de los varones Reducción de la segmentación ocupacional por sexos aunque las mujeres se mantienen especialmente vinculadas al sector servicios y a puestos administrativos
Edad
Mayor número de extranjeros jóvenes Mantenimiento de la abstención joven Reducida proporción de jóvenes en cargos públicos Reducida proporción de mayores de 65 años con cargos públicos
Aumento de los mayores de 65 años que viven solos Aumento de los menores de 65 años que viven solos
Aumento de las distancias entre los grupos de edades intermedios y los mayores en la tasa de actividad Aumento de las distancias de los grupos intermedios con los extremos en la tasa de ocupación Salarización de los jóvenes Precarización de los contratos laborales de los jóvenes en mayor medida que de los mayores Aumento de la vulnerabilidad de los jóvenes Persistencia de la exclusión de los mayores
150
5 Metamorfosis de la selección
La selección en cada organización social ha evolucionado de forma diferente. Ello ha dado lugar a un sistema de estratificación altamente complejo. La instancia que ha visto acentuada su capacidad integradora, en un grado relativo, es la Empresa, que era la más selectiva anteriormente. Sin embargo, como ha aumentado la precariedad de los puestos de trabajo, su capacidad de integración está mermada. Las otras dos organizaciones, que en los años ochenta apenas expulsaban a alguien, ahora son menos universales. Las personas de edades avanzadas, los jóvenes y las mujeres han aumentado su dificultad para vivir en familia. Y, el Estado y la esfera política, ha dejado fuera a más gente en función de su estatus de «extranjero». Si se comparan los efectos del sexo y la edad en los procesos de selección en los tres ámbitos estudiados se observan diferencias importantes. En la vía política, ambos atributos han evolucionado de forma diferente. Mientras las mujeres se han integrado más, los jóvenes y los mayores han mantenido su situación diferenciada respecto a los de edades intermedias. En la familia, el sexo y la edad son dos factores tradicionales que se mantienen, aunque las diferencias entre sexos han tendido a reducirse levemente mientras que entre edades o generaciones han tendido a incrementarse. También, el sexo y la edad han sido fundamentales siempre en la afiliación productiva pero de forma diferente. Hasta hace poco el sexo era un factor que excluía completamente del mercado laboral mientras que hoy las diferencias entre las categorías se han reducido drásticamente al hacerse el mercado laboral mucho más inclusivo. Por su parte, la edad también ha sido un factor de diferenciación importante pero sólo en las edades extremas de la pirámide de edad laboral mientras que en las demás las diferencias eran relativamente bajas. Pero ahora, la relevancia de ambos ha aumentado. El sexo y la edad se han convertido en dos factores básicos para determinar la vulnerabilidad del puesto ocupado. Las mujeres no se integran en el mismo grado que los hombres. Y, los jóvenes y mayores tampoco con respecto a los de mediana edad. Mujeres, jóvenes y mayores se encuentran insertos en una situación mucho más precaria y vulnerable. Por consiguiente, cada sujeto social ocupa una posición en función de su situación en tres planos de lo social diferentes, al menos: la estructura reproductiva, la estructura productiva y la estructura política, afectado por tres atributos básicos, su edad, su sexo y su nacionalidad. Estos tres atributos facilitan o dificultan el acceso a las posiciones sociales privilegiadas de cada organización social en mayor medida que en los ochenta. Esto sitúa a los extranjeros, a los jóvenes y a los mayores de 65 años y a las mujeres en una experiencia marcada por la vulnerabilidad. Estos grupos sociales son los que afrontan más riesgo de exclusión social. La estructura de desigualdad emergente que se ha ido configurando con los datos aportados en este trabajo se podría representar como una pirámide con una cúspide formada en mayor grado por los ciudadanos varones de edades intermedias que tienden a estar plenamente integrados en todas los espacios sociales; unos sectores intermedios formados por las mujeres y los jóvenes que
151
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experimentan situaciones de vulnerabilidad laboral, de cierta dependencia en las organizaciones familiares y una situación política de baja integración; después de estos se encontrarían otras clases intermedias formadas por ciudadanos de edades avanzadas excluidos de las organizaciones productivas, con dificultades para mantenerse en organizaciones familiares y con poca participación en la vida política; y, tras estos, habría otro conjunto de individuos, entre los que se cuentan los extranjeros, excluidos de la política, con dificultades en el mundo del empleo y sin relaciones familiares. En medio de estos grandes sectores se configura la posición de un amplio conjunto de población, en la que se dan diversas situaciones, como la de aquellos que, aunque integrados laboralmente, viven sin relaciones familiares, o tienen familia pero no tienen un trabajo estable, o no tienen trabajo estable, ni familia, pero son ciudadanos potencialmente activos, o no son ciudadanos pero tienen trabajo, aunque no estable, o familia. A partir de estas imbricaciones, aquellos que se encuentran en tales circunstancias de lo social transitan entre los sectores o clases o estratos que antes se indicaba.
5.5. Tendencias organizativas y nuevas necesidades ¿Cómo ha ocurrido esta transformación de las formas de selección social y las relaciones de desigualdad? La desigualdad tiende a permanecer en los sistemas sociales complejos. Los cambios de éstos no producen, por ahora, la desaparición de la desigualdad sino la adaptación de los modos de selección a las nuevas necesidades. La explicación del cambio observado en los sistemas selectivos no tiene por qué encontrarse sólo en cambios culturales como son el desarrollo de una cultura machista, una que combata contra ésta o una que exalte la «juventud sobradamente preparada», como decía un anuncio televisivo de los años noventa. El cambio de las formas de selección está relacionado con cambios estructurales y necesidades organizativas. Éstas han sido solucionadas de un modo que puede parecer poco racional pero que ha resultado ser muy adecuado para los intereses de las clases etarias intermedias (talludas), masculinas y nacionales. Las cuales no se han salvado del todo en el cambio, pero han salido mejor paradas que las demás, por ahora. ¿Cuáles son esas necesidades organizativas? Las sociedades contemporáneas están viviendo un cambio profundo que se traduce en transformaciones de las formas en que organizan el trabajo en el ámbito productivo, reproductivo y político. Estas transformaciones responden, en parte, a necesidades sociales, surgidas del modelo sistémico anterior, que resultaron irresolubles como el problema económico-ecológico –que enfrentaba al modelo social predominante a límites ecológicos fundamentales– y la crisis de las ideologías de la Modernidad –que exaltaban el desarrollo, el progreso, la emancipación, el desarrollismo, la ilutración, etc.– (Therborn, 1999; 338). Ante estas y otras necesidades sociales nuevas, las empresas y las familias han cambiado su forma de organizar el trabajo y los Estados han experimentado un cambio profundo de su modo de organización. Entre las distintas opciones que fue-
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ron posibles, la opción predominante está siendo, básicamente, el aprovechamiento de las nuevas tecnologías para potenciar las características reticulares, sobre las jerárquicas, de las vinculaciones objetivas. Es decir, la potenciación de los puestos sociales como nodos insertos en redes por los que fluye información (Castells, 1998). Ello ha tendido a diluir las solidaridades nacidas de las experiencias jerárquicas en el trabajo entre miembros de clases ocupacionales, y ha hecho más patente y reiterada la experiencia de selección. 5.5.1. La empresa red En la actualidad, la empresa evoluciona impulsada por varios factores como la implantación de las nuevas tecnologías, la internacionalización de la economía, la quiebra de la ciudadanía, la inhibición del Estado, el desarrollo de una cultura laboral particularista y el conjunto de expectativas y valores que los actores empresariales mantienen sobre si mismos y el contexto económico en el que se ubican. A partir de ahí, se fomenta un modelo empresarial caracterizado por fomentar una cultura de máxima productividad con mínimo número de puestos de trabajo estables y máxima flexibilidad organizativa. 5.5.1.1. Las nuevas tecnologías y la empresa La implantación de las nuevas tecnologías –sobre todo la robótica, la microelectrónica y la informática–, al proceso productivo se ha traducido en un abandono de la forma de trabajo taylorista y el desarrollo de una empresa bien diferente en cuyo modo de organización destacan tres procesos: el aumento del uso de las máquinas, el mantenimiento del uso intensivo de la fuerza de trabajo, y la flexibilización de las programaciones de las máquinas y los proyectos empresariales para poder adaptarse a la demanda (Alonso, 1999: 33-34; López, 1998). Estos procesos han tenido varias consecuencias entre las cuales destacan dos especialmente relevantes. Por un lado, ha supuesto que muchas empresas hayan dejado de necesitar trabajadores para producir. La productividad ha podido aumentar al incorporar nuevas máquinas sin necesidad de aumentar plantilla, y muy a menudo ha sido necesario la reducción de ésta para ser competitivos intensificando el trabajo de la mano de obra que queda. La empresa del automóvil es un claro ejemplo. La innovación tecnológica está sirviendo para amortizar puestos de trabajo ya existentes más que para la creación de otros nuevos dentro de los sectores tradicionales (Tezanos, 2001b: 62). Ciertamente, esto no significa que no estén produciendo otro tipo de puestos de trabajo en nuevos sectores económicos como el de creación de hardware y software (OCDE, 2004). Pero está suponiendo un proceso de transformación del modelo productivo que exige un cambio del sistema empresarial hacia los nuevos sectores y los nuevos tipos de empresas. Y, por otro lado, el puesto de trabajo, ha sido redefinido, y, ahora, en vez de estar especializado, se ha convertido en polivalente gracias a la asistencia de las nuevas herramientas puestas al alcance del trabajador. Con lo cual, éste ha tenido que asumir muchas funciones frente a la especialización progresiva que había sufrido bajo la cultura empresarial taylorista.
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El ejemplo de las secretarias, los o las ayudantes de dirección y los puestos administrativos similares en las empresas resulta un buen ejemplo de este segundo proceso. Dicha polivalencia convierte al puesto de trabajo en un nodo de redes de información, cuyo trabajo es controlar, regular y transmitir información por las redes laborales. La potenciación de dichas redes tiene un efecto flexibilizador de las estructuras organizativas que potencia la creación de proyectos empresariales concretos que no obligan a inversiones a largo plazo sino en función de la demanda. Y, además, permite considerar la mayor parte de los puestos de trabajo como «flexibles» porque como nodos de información siempre pueden ser sustituidos por otros nodos si dejan de funcionar. Y, así la red puede seguir funcionando. Por consiguiente, este modelo empresarial postfordista se ha convertido en un sistema fundamentado en la informalización, la deslocalización y relocalización de la estructura productiva (López, 1999; Tezanos y Villalón, 2002: 178; Petrella, 2000). Con lo cual, la empresa ha tenido que concebirse como ligera, difusa y especializada (Castells, 1997). Y, por lo tanto, la mayor parte de los nuevos puestos de trabajo se han concebido como temporales. La consecuencia del proceso de flexibilidad productiva y laboral sobre el proceso de selección ha sido el fortalecimiento objetivo del papel de las empresas como reguladoras de la distribución de las tareas productivas, los derechos de los colectivos y los medios entre aquellos que la producen o, en cierto modo, ayudan a producirla. Pero ello ha sido posible también a que dicho cambio se produce en un contexto político peculiar. Como explica Alonso, el postfordismo sólo es posible en un contexto donde la ciudadanía deja de ser el eje básico de articulación de la vida de los individuos al quebrar presupuestos de carácter universal y fortalecer la concepción particularista de los recursos, tanto de las tareas como de los derechos (Alonso, 1999; 220). 5.5.1.2. La quiebra de la ciudadanía en la empresa La concepción particularista de los derechos laborales y de la solidaridad económica obrera se forjó en el desarrollo de las sociedades salariales surgidas del crecimiento de las economías capitalistas europeas de mediados del siglo XX. En las sociedades industriales del siglo XIX, la división económica principal hacía referencia a la posesión de la riqueza. La diferencia básica se producía entre los propietarios de los medios de producción y los trabajadores (Marx, 1987: 817). El status de trabajador igualaba a todos los que desarrollaban una tarea productiva. Toda tarea era igual. Sin embargo, al surgir las sociedades salariales en los años 50 y 60 en Europa Occidental, el recurso de división principal pasó a ser las tareas, a las cuales se asociaron derechos y rentas o salarios diferenciados. Las sociedades que se dividen fundamentalmente según el salario surgen de la promoción de la clase asalariada burguesa o nuevas clases medias. A mediados del siglo XX, éstas generaron un modelo de sociedad cuyo conflicto central se desplazó desde el problema de la propiedad al problema de la competen-
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cia por la definición o nominación de los puestos de trabajo y las categorías (Castel, 1997: 365). Era la disolución de la alternativa revolucionaria de la «clase obrera» y la redistribución de la conflictividad entre categorías profesionales que lucharon entre sí por los privilegios y las riquezas. A partir de entonces, el puesto de trabajo se convierte en el núcleo de la lucha y, según Robert Castel, en el modelo privilegiado de identificación. Ello no significa la desaparición de la división según la propiedad, sino su opacidad ante la clara división surgida de las distancias entre categorías ocupacionales en las empresas de la Sociedad Industrial Avanzada. Sin embargo, las sociedades salariales primeras mantuvieron un Estado del Bienestar fuerte y en crecimiento que supuso un freno a la división de los derechos al establecer rígidos controles sobre el mercado laboral y sus actores. Se construyó sobre un concepto ampliado de la ciudadanía en la que empresarios y trabajadores estaban todos integrados. En tal situación, las distintas clases laborales mantenían asignados derechos que habían sido obtenidos en la lucha mantenida entre empresarios y trabajadores en la arena política. El salariado era todavía una gran clase social, pero eran también ciudadanos. La empresa se concebía como un proyecto sólido de futuro donde todos eran necesarios y todos habían de ser reconocidos. La situación actual surge cuando la empresa moderna se inserta en el mundo «globalizado» y se convierte en una empresa con una estructura organizativa más flexible y reticular. Entonces, debilitada la necesidad estructural y la posibilidad del reconocimiento del salariado como clase y como ciudadanos, surgen unas visiones particularistas de los derechos y de las solidaridades económicas entre iguales, así como una competencia fuerte por los recursos entre aquellos que ocupan posiciones que sólo mantienen vínculos reticulares objetivos y temporales con los demás. 5.5.1.3. El poder del puesto de trabajo La flexibilización de la estructura empresarial ha ido acompañada de un Estado obligado o convencido de la necesidad de retirarse del ámbito económico para fortalecer la potencialidad de crecimiento económico de las poblaciones en la nueva cultura económica dominante. Ante ello, los sindicatos y otros actores sociales implicados en el ámbito económico se han visto desautorizados para la negociación colectiva general y han fortalecido tendencias corporatistas de defensa de los intereses particulares de los trabajadores más estables (Polavieja, 2003)28. La consecuencia de todo este proceso es que el puesto de trabajo se ha fortalecido como el recurso básico de la estructura productiva. Pero es un puesto de un proyecto empresarial adaptado a la demanda y flexible en sus compromisos de permanencia. Y la negociación particular entre empresarios y trabaja28 Para analizar el caso concreto del proceso de desregulación del trabajo en España resulta muy interesante el libro de Javier G. Polavieja, Estables y precarios. Desregulación laboral y estratificación social en España, Madrid, CIS y Siglo XXI, 2003.
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dores ha incrementado su fortaleza normativa sobre la regulación general. Esto implica una mayor precariedad laboral. En la negociación particular, el trabajador sólo cuenta con el poder que le otorga su puesto de trabajo reconocido en un contrato. Y los sindicatos dependen de la unión de los trabajadores para poder imponerse. Si los trabajadores consideran que compiten entre sí por los recursos, entonces los sindicatos dejan de tener un papel en las negociaciones salvo que sólo representen al grupo de trabajadores más fuerte, es decir, el más numeroso o el más difícil de reemplazar para la empresa por sus características actitudes y aptitudes o sus conocimientos o por el tipo de contrato que tienen. Y si el trabajador pierde su puesto de trabajo, queda excluido de la negociación. Por consiguiente, en la empresa flexible, el puesto de trabajo (según ocupación y contrato laboral) es el que normalmente determina el acceso a los demás recursos (Polavieja, 2003). La cultura particularista formada en la sociedad salarial, en un contexto estructural y cultural de globalización económica, impulsa el poder de la empresa en la regulación de la selección productiva. En dicho contexto, el empresariado no se preocupa de la desigualdad estructural, sino de la selección del equipo más competitivo en un momento determinado para ocupar una estructura flexible, temporal, dinámica, donde ningún nodo es irremplazable y donde la mayor parte son polivalentes. Para la selección del personal sigue utilizando filtros culturales como primera medida. No puede enfrentarse al núcleo de su empresa, formado por trabajadores ya incorporados y formados y con futuro. Por ello, se dedica a controlar los demás grupos menos integrados en la empresa, los últimos en llegar: jóvenes y mujeres, y los que ya se van a tener que ir, los mayores y menos formados en las nuevas tecnologías. No necesita acudir a diferencias de clase social de origen porque la alta formación y especialización está ya al alcance de todas las clases en gran medida. Y otras diferencias han dejado de apreciarse como la ideológica o la religiosa en la mayor parte de los casos. 5.5.2. La familia proyecto Por otra parte, la familia también se transforma. El modelo familiar español a mediados del siglo pasado estaba dominado por la tradición católico-patriarcal que imponía una relación matrimonial indisoluble basada en la autoridad del esposo o marido (varón) sobre la esposa (mujer) y los hijos menores así como la dedicación plena de la mujer en el hogar. Era una institución tradicional, rígida y jerárquica. De ahí, se pasa a la familia sustentada en un proyecto colectivo de convivencia y de vida. Ese proyecto es su fundamento. Cuando éste no es alcanzable, la familia desaparece. Cuando no cumple las expectativas de sus miembros fundadores, el compromiso-contrato desaparece. Es una familia diferente que mimetiza su modo de vinculación con el que se desarrolla en las empresas29. 29 Sobre el proceso de mimetización de las organizaciones sociales en las sociedades contemporáneas ver Carlota Pérez, 1998.
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5.5.2.1. La ruptura tardía de la herencia patriarcal El modelo patriarcal fue fomentado por el apoyo explícito del régimen político dictatorial establecido en España tras la Guerra Civil (1936-1939), que desmontó toda la legislación republicana anterior sobre el matrimonio y cedió completamente las competencias en cuestiones matrimoniales a la Iglesia Católica tras los acuerdos entre España y la Santa Sede en 1953 (Artículos XXIII y XXIV del Concordato con la Santa Sede del 27 de agosto). En este contexto, la formación de la familia se constituyó institucionalmente como el objetivo prioritario de los jóvenes de ambos sexo, con la diferencia de que los varones adultos eran preparados para la ocupación de un puesto de trabajo en el Mercado Laboral (desarrollo de tareas productivas) y las mujeres se especializaban para atender a la unidad familiar (desarrollo sólo de tareas reproductivas) como ideal colectivo. Entonces, la unidad familiar se componía principalmente de los esposos (marido y mujer) y los hijos, a los que se podía añadir una generación anterior al quedarse éstos solos o necesitar cuidados especiales. Los roles de los diversos miembros estaban bien delimitados: el marido (siempre varón) era el cabeza de familia que debía proteger y mantener al resto de los miembros así como administrar los bienes familiares. La esposa debía obediencia a su marido y había de ocuparse de la educación de los hijos no teniendo la posibilidad de tener bienes propios pues éstos estaban bajo la tutela del marido, aún cuando trabajase fuera del hogar. Y, asimismo, los hijos estaban bajo la tutela familiar obligadamente hasta los 21 años ampliándose la edad en el caso de las mujeres hasta que éstas formaban su propio hogar. Quedaba diluido el papel de los abuelos a los que se cuidaba por obligación según la costumbre sobre todo cuando quedaban solos o no se podían valer por si mismos. Su papel era el de ser cuidados. Las principales reformas políticas sobre la familia se suceden desde los años setenta hasta 1981. En este último año, se puede hablar de una total equiparación legal entre hombre y mujer tras la aprobación de la Ley 30/1981, de 7 de julio, por la que se modifica la regulación del matrimonio en el Código Civil y se determina el procedimiento a seguir en las causas de nulidad, separación y divorcio. Por primera vez en mucho tiempo, el divorcio aparece legalmente establecido y es una opción igual para ambos cónyuges. Con ello la familia pasa a ser un contrato que, igual que es suscitado por los cónyuges, puede ser desecho a iniciativa de éstos. Es uno de los grandes triunfos de las fuerzas de izquierdas en España, al que están vinculados, por entonces, la mayoría de los movimientos feministas. 5.5.2.2. Autonomía y nuevas dependencias En el nuevo contexto, los vínculos objetivos entre los miembros de la familia se transforman. Cada uno adquiere nuevas obligaciones. Y los miembros más débiles consiguen aumentar sus derechos y autonomía. Sin embargo, el cambio es lento como se observa en el cambio de la distribución de las tareas. Éste es un proceso largo y costoso que está aún lejos de alcanzarse a comien-
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zos del siglo XXI. Y, a su vez, los cambios ocurridos en el ámbito laboral, tienen consecuencias sobre las relaciones filiales que implican un aumento de la dependencia de los hijos. La distribución de las tareas reproductivas sigue pautas que todavía están mediatizadas por la estructura de relaciones heredada del modelo patriarcal. La equiparación real entre los esposos no se ha producido. En el año 2001, el tiempo diario utilizado por los maridos para las diversas tareas domésticas era inferior al de las esposas, sobre todo respecto al trabajo de la casa y al cuidado de la familia. El tiempo total dedicado por las esposas a la familia era más de dos veces superior al de los maridos. Esta diferencia se ha reducido muy poco desde 1993. Entonces, las esposas dedicaban unas 8 horas a la familia, mientras que los maridos lo hacían 2 horas y 30 minutos. En doce años, las primeras redujeron en 36 minutos su tiempo dedicado a la familia mientras los maridos lo ampliaron 40 minutos al día según los datos de encuesta sobre uso del tiempo del Instituto de la Mujer30. El grado de autonomía de unos y de otros, proporcionado por el desarrollo de una actividad productiva, es también diferente entre los roles conyugales. El marido aún se sitúa como el principal proveedor de riqueza a la unidad familiar y, en consecuencia, como el más autónomo de sus miembros. Las esposas que trabajan fuera del hogar han aumentado pero son menos que los esposos que lo hacen, sobre todo a edades tardías. Según la Encuesta de Población Activa (EPA) del II Trimestre del año 2004 del Instituto Nacional de Estadística (INE), mientras que la mayor parte de los maridos trabaja (68%), sólo lo hacen un 43% de las esposas casadas, siendo esta diferencia más importante conforme avanza la edad. Por otra parte, los hijos han aumentado su dependencia de los padres. La estancia en casa de éstos se mantiene hasta el momento de alcanzar una posición estable económicamente en el mercado laboral, con lo que muchos prolongan su tiempo en ella durante más de treinta años. Así, en el año 2001, el porcentaje de hijos entre 25 y 34 que conviven con sus padres en el hogar de éstos era el 37,7%. Un 51,2% más que en 1991, siendo este tipo de situación más normal entre los varones (43,5%) que entre las mujeres (31,7%)31. La edad media de acceso al matrimonio pasó de 28 a 32 años en los hombres y de 26 a 29 años en las mujeres desde 1991 a 2001. Con lo cual, la dependencia entre padres e hijos ha aumentado biográficamente. Además, la vuelta al hogar tras el fracaso matrimonial, durante un tiempo, no es un hecho extraño. Sin embargo, aunque se mantienen ciertas pautas patriarcales, las relaciones de los padres con los hijos menores se han vuelto más flexibles y han au30 Estadísticas en http://www.mtas.es/mujer/mujeres/ cifras/index.htm. Un texto muy interesante sobre la actualidad de la cuestión de la conciliación entre la vida familiar y laboral entre hombres y mujeres es el estudio de GPI Consultores, Estudio sobre la conciliación de la vida familiar y la vida laboral: situación actual,, necesidades y demandas, Madrid, 27 de abril de 2005, Instituto de la Mujer y Ministerio de Trabajo y Asuntos sociales. En éste se muestra con claridad hasta qué punto la división del roles en la familia sigue patente. 31 INE, Comparación de datos censales de 1991 y 2001, Madrid, INE, 2002.
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mentado los derechos reconocidos de éstos. Su situación ha cambiado al incorporarse la mujer al trabajo pues ha conllevado la necesidad de buscar estrategias para atenderlos. El proyecto familiar pasa a ser compartido por todos los miembros. Ya no es sólo de la pareja sino de todos los miembros porque todos han de aportar a él y optar por él. Iglesias señala cuatro de estas estrategias típicas a mediados de los noventa: 1- La reducción del tamaño familiar; 2- El apoyo en los abuelos; 3- La utilización de servicios contratados en el mercado; 4- Y la redefinición de los roles familiares (Iglesias, 1994: 472). Todo ellos han incidido sobre dos hechos: Primero, el reconocimiento de derechos de los niños en las relaciones familiares; Y segundo, el fortalecimiento del papel de los abuelos, especialmente de las abuelas, en la unidad familiar, en concreto en el cuidado de los nietos. El reconocimiento de los derechos de los niños ha sido inducido por la equiparación de los adultos y la necesidad de contar con la predisposición del niño en las decisiones sobre cómo abordar el problema de su cuidado y atención. Esto último, además, ha significado una menor dependencia de éstos en cuanto a sus padres al tener otros referentes de actuación. Con lo cual, la disolución de una parte importante de la regulación de las tareas entre las generaciones adultas ha democratizado las relaciones entre generaciones alcanzando los niños derechos antes imposibles para ellos de defensa y participación en la toma de decisiones familiares. El fortalecimiento del rol de abuelo ha influido en las relaciones padresabuelos que se encontraban en una situación compleja desde los años sesenta. Entonces, debido al éxodo rural, al bajo nivel de ingresos de los ancianos y al alargamiento de la esperanza de vida, muchos ancianos pasaron a depender de los hijos en activo. Ello produjo a mediados de los ochenta que, como explicaban autores en el Informe Foessa de 1983: de la situación privilegiada que los ancianos todavía gozan en las zonas rurales y sociedades tradicionales, donde todavía detentan el mayor nivel de decisión (cuentas bancarias, propiedad de la tierra, etc.), se pasa a una situación en la que el anciano es totalmente dependiente de sus hijos, y donde casi su único poder radica en la pensión que por su jubilación percibe (Alonso Torrens y González, 1983: 406). Sin embargo, en la nueva configuración de la familia de los noventa, éstos han encontrado un nuevo rol que les integra firmemente en las tareas reproductivas, sobre todo a muchas abuelas. A pesar de ello, el cuidado de los nietos no parece una solución adecuada al papel social de los abuelos pues mantiene su dependencia de otros adultos (sus hijos) para obtener un papel social relevante siendo un paso atrás en la independencia alcanzada a lo largo de su vida adulta. Por consiguiente, a pesar de la ruptura con la herencia patriarcal en un nivel legal y práctico que ha supuesto la flexibilización de las relaciones familiares, se mantiene una situación privilegiada de los adultos como sujetos independientes, capaces de responsabilizarse de cargas familiares y profesionales, la sociedad reduce a los «viejos» al papel de objetos dependientes con los que ha de «cargar» el Estado y los hijos (Gil Calvo, 2001:220). Los hijos prolongan su estancia en el hogar familiar lo que exige una renegociación de las relaciones. Y las mujeres comienzan a poder compartir las tareas del hogar y el cuidado de los hi-
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jos con sus maridos. Las relaciones se democratizan en un ambiente donde la propia familia se transforma en un proyecto familiar en marcha que puede tener, al igual que un comienzo, un fin. No es una familia red, pero sí una familia más democrática, menos jerárquica, más flexible. Es decir, se transforma en un proyecto familiar o una «familia proyecto». Y, ante tal dinámica organizativa, la construcción de una familia se convierte en una peripecia que no está al alcance de cualquiera. Y, con la cual, no todos están preparados para comprometerse. Ni todos tienen los recursos para poder hacerlo. De ahí las situaciones que se producen, en las cuales, las diferencias producidas en el sistema productivo se traslucen en nuevas desigualdades en el ámbito familiar. Las dificultades de los jóvenes y de las mujeres para encontrar un trabajo estable y digno, y la complicada situación de los mayores expulsados del mercado laboral produce dificultades para que el proyecto familiar en el que se encuentren embarcados consiga sus objetivos. La vulnerabilidad laboral se traslada a la vida familiar. La mimetización organizativa es también una traslación de los riesgos para sus miembros. Pero en este caso, todos pierden. No hay una clase «ganadora». 5.5.3. El estado democrático Ante estos desequilibrios que se crean en las estructuras productivas y reproductivas, ¿cómo responde el Estado? El Estado moderno español tiene una estructura compleja de divisiones que sitúa a la población en orden a múltiples sistemas de representación de las diferencias y las similitudes: el ideológico, el de clase, el de la nacionalidad regional y el de la laicidad-religiosidad. Cada uno de ellos ha ido adquiriendo o perdiendo peso a lo largo del período estudiado transformando la estructura política desde una centralista y rígida heredada de la dictadura de Franco hacia la estructura del Estado Autonómico. De todas estas diferencias, destaca la nacionalidad por su importancia en los principales conflictos sociales y su efecto directo sobre la capacidad integradora del Estado. 5.5.3.1. El problema nacional Las sociedades modernas europeas fueron estructuradas en torno al Estado-Nación primero y, después de la II Guerra Mundial, como Estados socioeconómicos. Ello ocurrió al ajustar sus sistemas sociales primordialmente a la reconstrucción económica, a la integración social y al crecimiento económico (Therborn, 1999:231). Aún así, toda persona accedía a la ciudadanía a través de su reconocimiento como nacional. La comunidad imaginada prevalecía sobre la comunidad real formada por todos los que vivían y aportaban a la sociedad. Sin embargo, la idea de nacionalidad en España ha de ser matizada. La configuración histórica del Estado español conlleva un problema fuertemente enraizado: el de las múltiples nacionalidades dentro del territorio español. Según el análisis de distintos autores y ante hechos como las guerras carlistas, el te-
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rrorismo de ETA, el GRAPO y otros hechos similares, parece que existe un problema no resuelto al respecto. La modernización e industrialización supuso un fortalecimiento de las divisiones internas del territorio derivadas de su origen plurinacional generado durante el período de conquista de los territorios musulmanes de la península desde varios frentes autónomos en la baja Edad Media. Las cuales configuraron una diversidad histórica y cultural bien visible a lo largo de los siglos y unas clases burguesas con múltiples y muy distintos intereses. Así, los apoyos de la opinión pública al Estado han estado secularmente divididos según la zona en que se viviese: Para las clases medias y altas de las zonas más urbanas e industrializadas el Estado significaba un peso más que una ayuda, aunque era necesario frente a las amenazas de las clases pobres. Mientras, en las zonas más atrasadas, el Estado fue fuente de seguridad y empleo para esas mismas clases. Debido a ello, la sociedad española de principios del siglo XX fue un complejo entramado de intereses y culturas cuyos miembros vivían escindidos por un conjunto de antinomias políticas, culturales y económicas que forjaron las bases de una guerra civil (Giner, 1986: 441-442). Tras la guerra civil, el régimen que se impuso construyó un Estado Nacional fuerte frente a los nacionalismos periféricos. Favoreció a las burguesías centralizadoras frente a los movimientos obreros. Y unió el anti-nacionalismo periférico con el anticomunismo en su propaganda por un Estado Central. De tal proceso histórico surgen los dos elementos centrales de la política española institucional: la cuestión de las nacionalidades y la ideología política. La postura de los individuos sobre estos dos elementos determina su lugar en la política española. La vuelta a la democracia tras el régimen dictatorial significó el refuerzo de las fuerzas nacionalistas periféricas frente al centralismo estatal. Como explica Salvador Giner: «A fines de 1970, regiones y comarcas que nunca habían dado señales de autonomismo o de regionalismo descubrieron sus atractivos y comenzaron a afirmar su particularismo… Además, los primeros gobiernos democráticos tuvieron que potenciar el neoregionalismo para poder así equilibrar el vigoroso y viejo autonomismo de vascos y catalanes que tendían más hacia el federalismo» (Giner, 1986: 447). Por otra parte, las fuerzas sociales progresistas, como reacción frente al régimen anterior, consideraron oportuno y necesario comprometerse con el autonomismo ante la historia heredada que hacía identificar Democracia con Autonomía Territorial. Según explica Pérez Agote, la legitimación democrática tras la muerte de Franco en 1975 exigía superar dos problemáticas políticas históricas: la reconciliación de la izquierda y la derecha así como la del centro con las comunidades periféricas. Esto se hace primero a través del texto constitucional y posteriormente con el desarrollo del Estado de las Autonomías (Pérez, 1986: 420). Todo ello tiene consecuencias pues el concepto de nacionalidad queda desgajado del de ciudadanía. El Estado español se forma como Estado de ciudadanos y tiene su justificación en tal hecho. Es un Estado no nacionalista, formado como Nación de nacionalidades y regiones, síntesis del concepto de Estado Nacional como el francés, el estado plurinacional, como el suizo y del
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modelo imperial de los cuales recoge tres ideas: el concepto de Pueblo, de un Pueblo multicultural (plurinacional) y de que la ciudadanía puede estar por encima de cualquier división cultural pues no es dada por la pertenencia a una cultura, sino a un Pueblo, donde todos tienen los mismos derechos políticos y económicos (Lamo, 2001: 116). Se desliga el concepto de ciudadanía de aquel de nacionalidad. En tal circunstancia, la nacionalidad no sirve en el Estado español para definir los recursos a los que se tiene acceso. Es la ciudadanía sobre la que se fundamenta tal reparto. En consecuencia, se está proponiendo, sin decirlo, un modelo de Estado no nacional. Se fomenta el Estado liberal basado en la idea de ciudadanía. Ciertamente, en el proceso de elaboración de la Constitución y debates posteriores, la idea de Nación se liga permanentemente a la idea de Estado por parte de algunos movimientos. Sin embargo, la estructura del Estado desde los años ochenta se desarrolla en función de la unión de la idea de nacionalidad a la de Comunidad Autónoma, que es una organización social similar al Estado pero que no es soberana sino por delegación de la soberanía que reside en el conjunto de ciudadanos que forman el Estado. De modo que, objetivamente, lo que se produce es un nuevo equilibrio de los movimientos sociales nacionalistas, en el cual, dicha identidad no forma parte de la idea de Estado en la práctica, pero es reconocida y aceptada por todos. Por su parte, las Autonomías encuentran su legitimidad en la idea de nacionalidad o «regionalidad» sin entrometerse en la de ciudadanía. De manera que, en el Estado emergente, ambos roles quedan jerarquizados institucionalmente siendo superior el de ciudadano y menor el de nacional. La sociedad de ciudadanos limita la comunidad de nacionales. Por eso se puede identificar perfectamente un individuo como español y como de una región pues ambos elementos hacen referencia a identidades colectivas diferentes. Son identidades sociales distintas que, organizadamente, no tienen que colisionar. Cuando comienzan los problemas es cuando movimientos sociales determinados consideran necesario reformar la concepción de ambos términos y los imaginan como antagónicos. A pesar de que, estructuralmente, son compatibles. 5.5.3.2. La cuestión religiosa Otro elemento de diferenciación político-convencional que también ha sido relevante en el siglo XX español fue la cuestión religiosa. El régimen franquista definió España como un Estado Confesional católico, y dio fuerza y estructura a una Iglesia que se autoconsideraba «triunfante» en recompensa por su apoyo al modelo político vencedor (Pérez Díaz, 1993:168). Ello fortaleció una unión entre las fuerzas conservadoras y el catolicismo en la memoria histórica de España por la que se puede percibir todavía un cierto componente político ligado a las creencias religiosas. Sin embargo, la vida religiosa abandonó gran parte de la esfera pública una vez que la democracia se instauró. Su poder mermó con los gobiernos democráticos aunque mantuvo algunos privilegios como el
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porcentaje de los impuestos directos que pasan a su poder cada año, el mantenimiento de la enseñanza católica en las escuelas y el traspaso obligatorio de espacio público urbano para la construcción de iglesias en cada remodelación urbana. Aunque tales soluciones no están igualmente aceptadas por todas las partes y sigue habiendo un intento de unos y de otros de cambiar las cláusulas de esta situación Como se ha indicado, en todo este proceso la cuestión religiosa fue transformándose. Antes de la guerra civil, el hecho religioso es un factor poderoso de bipolarización política en España debido al enfrentamiento de la Iglesia con las propuestas políticas modernizadoras a las que se oponía fuertemente y que se tradujo en: Primero, una persecución por parte de las fuerzas republicanas de los eclesiásticos durante la Guerra Civil, en la que más de siete mil religiosos murieron a pesar de que ganaron aquellos a los que apoyaba la Iglesia; y, segundo, la legitimación por parte de la Iglesia del levantamiento armado y la guerra civil considerados como «cruzada» frente al orden democrático instaurado. Pero después todo cambió. Como explica Víctor Pérez Díaz: «durante este tiempo (19301990), la mutación de la iglesia católica española ha sido extraordinaria. Como si hubiéramos asistido a un drama en varios actos, con cambios de escenario, argumento, de carácter de personajes, e incluso de tono emocional: de crispación en los años treinta; de exaltación en los cuarenta y cincuenta; de inquietud y búsqueda a lo largo de los sesenta; de discreción, y de mezcla de satisfacción y desencanto, en los ochenta» (Pérez Díaz, 1993: 161). Tanto factores internos como externos han influido sobre este proceso de cambio. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia cambia de rumbo. El cambio de valores propugnado desde Roma quiebra las bases de legitimación del sistema de adaptación de la Iglesia en España (Pérez Vilariño & Schoenherr, 1990:450). La Fe ya no se puede imponer, ya no hay lugar para «venganzas» inconfesables surgidas de los profundos odios y miedos que fructificaron en la Guerra Civil. Ante ello surgen movimientos eclesiásticos nuevos que transformarán a la Iglesia Española. Entre ellos destacan: el movimiento de reconciliación de la Iglesia con la Izquierda fomentado por los jesuitas y los curas obreros pero que también estuvo profundamente influido por toda una serie de prácticas informales comenzadas en los años cincuenta por las cuales muchos de los militantes de la izquierda democrática fueron formados por eclesiásticos en la oposición al régimen franquista); y el Opus Dei, movimiento religioso que introdujo las ideas clásicas de la religiosidad que acompaña al capitalismo: el trabajo como vocación y el puritanismo moral confinado a la vida privada (Pérez Díaz, 1993: 203 y 452453). Con lo cual, se diluyeron las relaciones entre religión y política. Se pasó de la «religión total» del nacional-catolicismo a la religiosidad no institucional (Díaz Salazar, 1990: 528.). Junto a estos cambios internos, la Jerarquía de la Iglesia cambió su papel externo y pasó a contribuir al fortalecimiento de la democracia al mediar entre los moderados del régimen y los demócratas en los años de transición (Pérez Díaz, 1993: 209). Tras este período histórico, el proceso de secularización entra en una nueva etapa. La sociedad de los años ochenta es plural. En ella, una abrumadora ma-
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yoría todavía se considera católica pero se hace manifiesto un distanciamiento progresivamente mayor entre el marco de referencia de la jerarquía eclesiástica y el de la sociedad española y sus instituciones (Pérez Díaz, 1993:207). La religión ha pasado a la esfera privada y difícilmente saldrá ya de ahí. 5.5.3.3. El modelo político institucionalizado La arena política es ocupada por los movimientos sociales que defienden nacionalidades e ideologías desde los años ochenta. El sistema político democrático español se reconstruye sobre las bases de las Autonomías y de los partidos políticos mayoritarios. Los partidos políticos se clasifican en dos ejes: de centro izquierda o de centro derecha y nacionalistas de regiones periféricas o defensores del Estado-Nación (Lancaster, 1999:59-89). Este modelo no excluye, en principio, a nadie pues todos los movimientos políticos seculares están reconocidos y ninguno queda excluido del poder dentro de un orden legitimado. El paso por el gobierno y el acceso a los recursos queda definido en función del porcentaje de votos que obtengan los partidos políticos que representan las distintas opciones en las elecciones generales, autonómicas y locales según el sistema de recuento de votos acordado en el Parlamento. Con lo cual, las comunidades de referencia están muy definidas y con unas relaciones ordenadas. El modelo de Estado que se impone ya no es un Estado-Nación sino un Estado Socioeconómico en el cual las diatribas nacionalistas son percibidas como problemas a resolver para poder dedicarse a lo importante: el crecimiento del nivel y calidad de vida de la ciudadanía cuya conducción enfrenta a dos partidos de masas: uno de política liberal-conservador y otro de política socialdemócrata. Pero que tienen que contar con los partidos nacionalistas para poder gobernar. En este contexto, poco a poco, surge el problema de género en la arena política. Éste es recogido, primero, desde la izquierda y, después, desde la derecha. Hasta que van siendo integrados miembros de esos grupos más vulnerables en las estructuras políticas. Pero éstos son vinculados a las instituciones en calidad de miembros de los partidos políticos establecidos, como representantes de ideologías de izquierdas o de derechas, nacionalistas, europeístas o regionalistas. Éstos abanderan, circunstancialmente, las reivindicaciones de esas categorías sociales con mayores dificultades, pero son, esencialmente, representantes de los grupos ideológicos. Si bien, las mujeres son los grupos vulnerables mejor posicionados políticamente, entre los que estamos tratando, en la actualidad. Lo que se traduce en un aumento de la visibilidad de sus problemas sociales y de una legislación que, progresivamente, va comprometiéndose en la lucha contra esa barrera social que diferencia según el género. Y, en líneas generales, éstas son las principales tendencias del modelo político institucionalizado. Quedan fuera de la arena política la representación de los grupos más vulnerables generados por las otras fronteras sociales potenciadas por los procesos selectivos en las estructuras organizativas laborales y familiares del momento: la nacionalidad y la edad. Es decir: los extranjeros, los jóvenes y los mayores.
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5.5.3.4. La frontera de la ciudadanía Un gran problema no abordado del todo en la política española durante el período 1985 al año 2004 es el de la inmigración extranjera y el reconocimiento de la ciudadanía a aquellos que trabajan o viven aquí. En el modelo político que se mantiene desde los años ochenta, la ciudadanía española se adquiere, se conserva y se pierde según lo establecido por la ley. En ésta se considera que puede obtenerse por origen, opción, residencia o consolidación. La Constitución española define la división de la población de España en nacional y extranjero. En torno a tal división se configuran los principios del Estado de Derecho. El nacional es el «ciudadano» mientras que el extranjero es un miembro de la sociedad al que se le reconocen menos derechos (sobre todo políticos), tiene acceso a menos tareas (casi ninguna en la política), y el acceso a los medios está mucho más restringido. Además, la condición de extranjero es más excluyente si éste reside sin estar reconocido por el Estado. En este caso, simplemente, no se le permite el acceso a tareas laborales legales ni se le reconocen muchos derechos sociales, políticos, económicos ni civiles en la Constitución. Con lo cual, queda en manos del Parlamento el establecimiento de la mayor parte de los derechos de este colectivo. A lo largo de los últimos decenios, se ha ido incrementando la regulación de la situación de este colectivo y dotándole de derechos. Pero el modelo de integración todavía está poco definido. 5.5.3.5. Las fronteras generacionales Por otra parte, el problema generacional tampoco ha sido abordado. Se intenta integrar a jóvenes y a mayores en las estructuras. Pero, al mismo tiempo, se desarrollan políticas que ahondan en las diferencias entre las generaciones y marcan con más claridad las desigualdades entre ellos. La frontera de expulsión de los mayores será la más precisa: los sesenta y cinco años. La frontera de exclusión juvenil lo será mucho menos. Hay una que es los 16 años, como edad en la que ya se puede trabajar. Sin embargo, las dinámicas generadas por la desregulación del mercado de trabajo comenzada a mediados de los ochenta llegan a ser suficientes como para traducirse en una experiencia generacional de exclusión y vulnerabilidad que alarga la juventud durante décadas. Se han detectado tres mecanismos básicos por los que la generación se ha convertido en una frontera social fundamental: la desregulación laboral; la selección por experiencia y la selección por formación. Estos factores han generado, junto con algunos otros, que la vulnerabilidad y la exclusión laboral sean dos problemas muy relacionados con la edad (Montero y Ruesga, 2000:131-134). Los procesos que llevan a las diferencias por edad son complejos. Uno de los elementos más importantes ha sido la dinámica flexibilizadora de la regulación del mercado laboral impuesta por los distintos gobiernos desde los años ochenta.32. Como Polavieja explica, el proceso desregulador del mercado de tra32 Los condicionantes institucionales sobre las desigualdades en el mercado de trabajo es patente en numerosos países europeos como indica García Blanco y Gutierrez en un estudio sobre las cuestiones te-
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bajo español ha redundado en beneficio de los trabajadores estables y los empresarios en la medida en que el efecto amortiguación de la aplicación de la ley ha aumentado la capacidad de optimización de rentas de empleo de los estables frente a los empresarios, mientras el efecto incentivación ha impedido a los trabajadores temporales obtener las rentas de empleo que sus homólogos indefinidos tenían garantizadas y han debilitado la posición de los temporales frente a los empresarios33. La consecuencia de tal dinámica es que la edad se ha convertido en un elemento central de diferenciación laboral al impedir el acceso a los que se incorporaban al mercado laboral. Pero a este proceso hay que añadir otros dos más necesarios y anteriores en los procesos de selección como son el tiempo que se lleva trabajando (experiencia) y la formación. Como parece lógico pensar, el paso del tiempo influye decisivamente en la estabilización laboral. Así, por ejemplo, los contratos temporales para un mismo puesto sólo se pueden hacer legalmente durante un tiempo (el cual, por cierto, ha ido aumentando) a partir del cual o se estabiliza al ocupado o no se puede renovar el contrato. Estos contratos están dirigidos sobre todo a la contratación de nuevos trabajadores a los que las posiciones más estables les están vedadas mientras no acumulen tiempo de trabajo. De este modo, la estabilidad del puesto de trabajo no depende de si la ocupación está prevista para ser a largo plazo o no, sino del tiempo que lleve trabajando el trabajador. La temporalidad es definida en función de las condiciones de empleabilidad del trabajador y no de la estructura productiva. Tal lógica fortalece a la edad como elemento esencial en la definición de la estabilidad laboral frente a la del puesto de trabajo en si mismo. Esto genera lógicas extrañas de puestos de trabajo permanentes con trabajadores temporales que se van sucediendo en el tiempo o que nunca acceden a «privilegios» como el pago de los fines de semana, vacaciones completas, y demás privilegios acumulados por los trabajadores indefinidos y que todavía mantienen. Así, el contrato indefinido ha estado regulado de tal modo que aumenta los «privilegios» del trabajador, al asegurarle el puesto de trabajo, conforme aumenta su antigüedad en el puesto. Como dice Garrido: «Los contratos indefinidos…son contratos con un seguro creciente en función de la antigüedad del trabajador…Además el seguro de paro se obtiene de forma proporcional al tiempo trabajado» (Garrido, 1996; 61). Con lo cual, el nuevo trabajador se incorpora en condiciones de empleabilidad mucho peores que sus compañeros de trabajo mayores, independienteóricas en torno al mercado laboral. En éste, entre otras cosas, los autores destacan cómo los grandes modelos de estratificación social señalados por Esping Andersen a comienzos de los noventa están condicionados por la presencia, en mayor o menor grado, de las instituciones públicas del bienestar en la economía nacional, entre otros factores (García y Gutiérrez, 1996: 205-206). 33 El efecto incentivación hace referencia a que la desregulación parcial del mercado laboral comenzada en los años ochenta proporcionó a los empresarios un nuevo instrumento para reducir las rentas de empleo de los trabajadores temporales porque obliga a éstos a trabajar más duro con el fin de obtener una renovación de sus contratos –y, en última instancia, una conversión de éstos en contratos indefinidos– que les permita evitar el desempleo. Por otra parte, el efecto amortiguación se refiere a que la legislación más flexible del trabajo aumenta la probabilidad de supervivencia en el puesto de los trabajadores con contratos indefinidos y, en conseIdentidades Sociales y Exclusión.
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mente del puesto que ocupa. Y nadie le asegura la renovación de su puesto de trabajo. Todo lo contrario, en principio, el contrato temporal tiende a mantenerle en tal posibilidad durante un tiempo relevante (máximo tres años legalmente) aunque existen prácticas para alargar ese tiempo como es la subcontratación a través de otras empresas, la sustitución periódica del trabajador, los contratos sucesivos para diferentes puestos todos similares, etc. Este mecanismo no funciona sólo como justificante de las diferencias por edad. La formación también influye sobre la estabilidad laboral, lo que hace que aquellas generaciones que han tenido acceso a una mayor formación tengan más posibilidades en el mercado laboral de encontrar una posición que aquellos que pertenecen a cohortes menos formadas. Así, aquella persona con más edad que necesita un nuevo trabajo lo tiene más difícil que aquella persona joven que ha podido formarse. Esto ha ocurrido con los parados de más de 45 años, que tras trabajar durante años en sectores en declive, como el industrial, no han podido encontrar un nuevo trabajo por falta de una formación que ahora se le exige pero a la que no tuvo acceso (Martínez, 1999: 262-264). La combinación de la experiencia y la formación juega a favor de las cohortes intermedias que ya sí han podido acceder a una formación más amplia y a cursos de reciclaje profesional. Y, al tiempo, han acumulado ya una experiencia suficientemente larga. Mientras, los jóvenes y mayores aún activos se encuentran en una situación más difícil por falta de uno u otro elemento. Estos mismos mecanismos han sido utilizados en el caso de la incorporación de las mujeres. Sin embargo su efecto no ha sido tan patente pues se ha cebado en las jóvenes más que en las ya incorporadas como es lógico. De modo que, el factor edad destaca sobre el sexo en la dinámica de exclusión producida por estos filtros de selección. La consecuencia de ello es que, debido a la inhibición del Estado en la regulación de estas últimas fronteras sociales o de su apoyo a ellas a través de legislación que establece algunas de ellas, las empresas han podido utilizarlas para seleccionar a la población más adecuada a sus intereses y objetivos. Lo cual ha propiciado las consecuencias sobre la familia que hemos indicado. Y, así, la exclusión y la vulnerabilidad han aumentado, formándose unas nuevas relaciones de desigualdad en las que las fronteras de edad, nacionalidad y sexo tienen un papel fundamental.
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6. Conclusión: Selección y conciencia de pertenencia
Como se ha observado en los capítulos anteriores, el cambio actual de las sociedades europeas es un proceso complejo en el cual las definiciones de la pertenencia cambian ante los retos que van surgiendo. La constatación durante las últimas décadas del avance de una crisis expresiva entre la población llevó a considerar que las instituciones sociales básicas estaban en crisis. Pero, ¿en qué consistía dicha crisis? ¿En qué se traducía? Y, sobre todo, ¿qué y cómo la producía? El objetivo de esta tesis era responder a estas preguntas; hallar una explicación coherente que no conllevara rupturas con conocimientos bien constatados por las ciencias sociales como son la influencia determinante de la dimensión estructural sobre la identificación, la interdependencia entre lo estructural y lo cultural como dimensiones de un mismo sistema, la subjetividad del individuo limitada por las condiciones estructurales y culturales; la pluralidad de representaciones sociales que los individuos aprenden; y la ordenación jerárquica de las identidades sociales en la identidad personal. Durante las últimas décadas del siglo XX se había constatado la falta de adecuación de las tesis deterministas estructurales sobre la identificación para comprender la crisis. Y habían surgido hipótesis sobre el cambio de las identidades que incidían en el factor subjetivo individual, en la ruptura entre las realidades objetivas y las percepciones subjetivas y en la autonomía del campo cultural sobre el estructural. De modo que las comunidades que pudieran surgir parecían abocadas a ser el resultado de procesos intersubjetivos de interpretación de la historia y la experiencia desvinculados de la realidad estructural de los actores sociales. Ante tales propuestas, esta tesis interpreta la transformación de las identidades sociales básicas en la conciencia de pertenencia de un modo alternativo que hace innecesarias dichas rupturas teóricas. Dicha propuesta consiste en considerar que la formación de los órdenes jerárquicos de las identidades sociales se sustenta en la experiencia de la selección para ocupar las posiciones sociales en las distintas estructuras organizacionales, es decir: en la experiencia de
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exclusión –vulnerabilidad– integración en las organizaciones sociales básicas (las familias, las empresas y los Estados).Dicha experiencia está condicionada por el uso que los «seleccionadores» de cada tipo de organización hacen de las formas de identificación social que forman parte del depósito cultural de una sociedad. Desde esta perspectiva, lo que he denominado el peso subjetivo de las identidades sociales no depende de la estructura organizativa de los recursos sociales (tareas, medios y derechos), sino de los procesos de acceso a los puestos de tales estructuras. El estudio realizado ha analizado aspectos centrales de cuatro procesos históricos: la transformación de la conciencia de pertenencia, el cambio de las empresas, el cambio de las familias y el cambio de las organizaciones políticas en España durante veinte años. Ello ha permitido dilucidar las líneas esenciales de evolución del peso objetivo de las identidades sociales en los procesos selectivos en cada espacio social y del peso subjetivo de las mismas en la conciencia de pertenencia. En conjunto, los datos y análisis realizados confirman que existe un cierto paralelismo entre los cambios de una y otra dimensión. Se puede afirmar que, en el caso español entre 1985 y 2004, el peso subjetivo de las identidades sociales está asociado al peso objetivo de éstas en los procesos de integración y exclusión. Los datos analizados han mostrado cómo el peso subjetivo de ciertas identidades sociales se ha incrementado de forma significativa. La conciencia de pertenencia ha cambiado en ese tiempo. En los años ochenta, los estilos de vida se habían convertido en el referente con mayor peso subjetivo, seguido de cerca por la edad. Pero, a lo largo de los siguientes veinte años, la edad o la generación aumentó su extensión y su intensidad en la conciencia de pertenencia. Se convirtió en el referente más relevante, sobrepasando su peso subjetivo al alcanzado por los estilos de vida a mediados de los ochenta. Ese cambio estuvo relacionado con la transformación que se produjo en las estructuras sociales, en las principales organizaciones sociales y que produjo el aumento de la importancia de las fronteras sociales de edad y sexo en las relaciones de desigualdad.
6.1. El peso relativo de las identidades sociales La conexión verificada entre las tendencias del peso subjetivo de las identidades sociales (en la conciencia de pertenencia) y la transformación de su peso objetivo (en los procesos de selección) se traduce en la confirmación de ciertos supuestos teóricos que es conveniente destacar. Éstos, considero que, habrán de ser tenidos en cuenta como base de una teoría del cambio de las identidades sociales, y, con precaución, como elementos de una teoría del cambio social. Mas allá de lo meramente empírico, lo que esta investigación demuestra es que: En primer lugar, la vinculación cultural es un fenómeno dinámico pues no se fundamenta en una representación aprendida y perfectamente fija, sino en una experiencia de aprendizaje permanente de las relaciones y vínculos sociales.
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En segundo lugar, la ubicación estructural es también un fenómeno dinámico, cuyo efecto, las relaciones de desigualdad, pueden ser entendidas como el resultado de dos procesos: primero, la ordenación de los recursos sociales por parte de las organizaciones sociales, que conlleva una cantidad determinada de posiciones sociales a ocupar por individuos; y, segundo, la selección social de los sujetos individuales que pueden ocupar dichas posiciones y que determina quién, y cómo, se puede integrar, y a quién, y cómo, se excluye del acceso a los recursos sociales. En tercer lugar, las organizaciones sociales son las encargadas de estructurar las posiciones sociales a las que quedan asociados unos recursos (tareas, derechos y medios) y de seleccionar a los individuos para poder desarrollar su actividad. De tal manera que cada individuo ocupa diversas posiciones en la sociedad, una por cada organización social en la que desarrolla una actividad. En cuarto lugar, la selección social se produce en tres ámbitos básicos de actividad: el productivo, el reproductivo y el político. Cada una de estas actividades requiere su propia organización y recursos sociales. Cuanto más diferenciados están estos ámbitos, más autónomas son las estructuras que se desarrollan en cada uno y, por lo tanto, más diferentes son las vías o procesos que los sujetos deben recorrer para su integración. En el sistema social emergente, el peso de los procesos ocurridos en el ámbito productivo resulta ser más relevante que el de los demás. En quinto lugar, la conciencia de pertenencia no está determinada por la posición social del sujeto sino por la selección que le permite ocupar esa posición social. Siendo así, cuanto más inestables sean las posiciones en las estructuras sociales, más importante será distinguir entre la selección y la posición social. En sexto lugar, la selección social y el proceso de formación de la conciencia de pertenencia, es decir, la identificación social, tienen un componente común: los atributos culturales categóricos de clasificación e identificación, o lo que ha venido a denominarse en esta tesis: las identidades sociales. Éstas son aprendidas y llenadas de contenido en la experiencia social al ser utilizadas por las organizaciones sociales para la selección social. El conjunto de identidades sociales forma parte del depósito cultural o imaginario colectivo y, por ende, de la conciencia de pertenencia. En séptimo lugar, cada identidad social tiene además de un contenido, un peso relativo en cada sistema social. Dicha característica tiene una dimensión objetiva y otra subjetiva. El peso objetivo es el grado de uso de una identidad social como factor de selección social. El peso subjetivo es el grado de uso de dicha identidad social como factor de identificación. El grado de uso se mide en función de dos parámetros: la extensión del uso entre la población y la intensidad con que se utiliza. En octavo lugar, que la identificación social se produce en la selección. La experimentación de la exclusión social, la vulnerabilidad o la integración llena de contenido las identidades sociales aprendidas y da lugar a la definición de uno mismo en sociedad. En consecuencia, el peso objetivo de las identidades sociales en los procesos de selección influye sobre el peso subjetivo de éstas en la conciencia social.
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Y, en noveno lugar, el ajuste entre el peso objetivo de las identidades sociales en la selección social y el peso subjetivo en una sociedad no es automático, sino que se produce en una dinámica en la que, al tiempo que unas identidades sociales pierden peso, otras lo van adquiriendo. La inercia cultural, los ocultamientos institucionales, acontecimiento históricos puntuales y otros factores como las orientaciones previas de la acción colectiva, así como su dinámica, influyen sobre las tendencias centrales de los procesos históricos. Por ello, el ajuste entre las distintas dimensiones se produce en el tiempo y el análisis de sus tendencias es lo que permite determinar su relación.
6.2. Viejos conflictos con nuevos anclajes Por otra parte, ¿cuáles son las consecuencias de este proceso de transformación sobre las identidades individuales? ¿Qué nos dice de ellas? El análisis de las identidades sociales realizado indica cómo está cambiando este aspecto de las identidades individuales. Las identidades emergentes son societarias (Dubar, 2000: 259) pues su ordenamiento de los atributos culturales se fundamenta en ámbitos objetivos (la familia, la empresa y la vida política) convertidos en esferas de experiencias subjetivas que el sujeto ha de articular para conseguir una imagen de si mismo como unidad en el espacio y una conciencia de cierta continuidad o estabilidad en el tiempo. La evolución de las identidades sociales y su vinculación a las transformaciones de la selección estructural da cuenta de un proceso social, el de la identificación, en el que queda ligada la experiencia estructurada del sujeto, su depósito cultural aprendido y su conciencia de pertenencia. Lo que implica una identificación de uno mismo estructurada y subjetivada en la cual la limitación estructural es parcial, pues los individuos articulan sus experiencias sociales de modos diferentes: mientras unos se representan según sus estilos de vida, otros hacen hincapié en atributos culturales estructurantes de muy diverso origen pero que no son estrictamente identidades derivadas de un rol organizativo. Las identidades sociales que más destacan en la actualidad tienen un sustrato material en las relaciones de desigualdad social de las sociedades post-industriales. Esto implica que la identidad individual se ha transformado pasando desde unas formas de autoidentificación propias de «la modernidad organizada» hacia otras formas que antes estuvieron ocultas y ahora se tienden a visualizar en mayor grado. Como explica Giddens:»Los mecanismos de desanclaje remueven las relaciones sociales…, pero a la par, proporcionan nuevas oportunidades para su reinserción» (Giddens, 1991: 134). Esta reinserción ubica al sujeto una vez más en grupos sociales. Y en la actualidad ello se hace a través de los atributos culturales indicados. Por lo tanto ¿con quienes se compromete o identifica el español? Decía Maffesoli a finales de los ochenta que el sujeto actual vive en el vaivén masas-tribus pues no se agrega a un colectivo concreto, tribu, sino que se liga de forma temporal a uno y a otro, desarrollando flujos capaces de constituirse en un momento determinado en una condensación instantánea y frágil que después desaparecerá (Maf-
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fesoli, 1990:140). Frente a esta visión reticular de las relaciones y los compromisos, los datos disponibles indican que en la conciencia social siguen organizándose sistemas de categorización con un sentido algo estable. Recurrentemente, año tras año, dicha identidad social forma parte de la conciencia de pertenencia de la sociedad española, con un peso relacionado con el que tenía el año anterior. Es decir, no parece que la identificación con los del mismo sexo o con la gente de la misma edad se fundamente en significados tan frágiles que puedan desaparecen rápidamente. Ni la masa es amorfa, ni las tribus son etéreas. Sin embargo, es cierto que resulta difícil entender o definir cuál es el problema sobre el que se ordenan las identidades sociales, a qué se intenta dar respuesta formando una comunidad etaria. ¿Es la cuestión de la Globalización, ese gran compendio de procesos que todo lo parece abarcar? En España no se puede hacer una interpretación de esas características ante los datos obtenidos pues la conciencia de pertenencia de los españoles responde a múltiples procesos concretos, cotidianos e históricos que estructuran las relaciones sociales y crean desigualdades, diferencias y conflictos entre unos «nosotros» y unos «otros» reconocibles y objetivos. La sociedad avanza con una amplia gama de respuestas sobre sus diferencias de la que emergen nuevas formas de identificación allá donde las antiguamente predominantes dejan de ser válidas. No existe un único factor de sentido que oriente al sujeto en las sociedades emergentes, ni todos lo hacen en la misma dirección. Por ejemplo, es posible que el Riesgo universalmente experimentado haga fluir identidades unificadoras donde el «otro» queda diluido. Sin embargo no es posible olvidar que otros problemas atenazan la vida cotidiana y exigen una respuesta cuya «comunidad» traza una frontera mucho más restringida. El problema de la identidad es de naturaleza socio-histórica y sólo desde ahí puede ser entendido en su complejidad.
6.3. Algunas tendencias de futuro En fin, quedan pendientes muchas preguntas que no pueden ser abordadas en este libro, pero que han ido surgiendo al hilo de la investigación realizada y del debate científico en el que se inserta. Entre ellas destaca la más genérica y que preocupa a todo aquel investigador de tendencias sociales: ¿Hacia donde vamos? En un estudio Delphi realizado hace cinco años sobre las tendencias de futuro de las identidades sociales de los españoles, los expertos consultados que formaban parte de un panel de sociólogos y politólogos, consideraban que al igual que hoy, las identidades sociales que en el año 2010 iban ser más relevantes para los españoles eran las identidades con las personas con el mismo estilo de vida y de la misma edad o generación. Para el 67,9% de los expertos en tendencias sociales, los estilos de vida sería uno de los dos elementos básicos de identificación y para el 39,3% sería la edad. Asimismo, para el 41,6% de los expertos en tendencias políticas lo serían los estilos de vida y también para la misma proporción, la edad. Y, además, aquellos expertos consideraban que las
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condiciones de integración o exclusión social serían los motivos que aumentarían su peso en la identificación con grupos de personas en el ámbito de la participación política (Tezanos y Villalón, 2002: 84-85). En un estudio similar realizado en el año 2004, dicha percepción se acentuaba al referirse al horizonte del 2014. Entonces, un 65% de los expertos en ciencias sociales indicaron la edad como una de las dos identidades sociales más relevantes y un volumen igual indicó los estilos de vida aunque ésta segunda fue apuntada por la mayoría en segundo lugar mientras que la edad era señalada en primer lugar. Y, finalmente, en otra pregunta la mayoría de esos mismos expertos preveían el incremento del peso subjetivo de estas identidades sociales, más el sexo y la nacionalidad (Tezanos y Villalón, 2004: 46-47). En consecuencia, la fase asentada a finales de los noventa puede prolongarse durante el nuevo siglo. Y en la nueva conciencia de pertenencia de los españoles se fortalecerán estas identidades que venimos comentando, siendo la edad y los estilos de vida sus dos elementos centrales de identificación. Por consiguiente no parece que se vaya a prolongar la situación de crisis expresiva de los noventa sino que se van asentando ciertas identidades sociales en la conciencia social. Aunque la crisis expresiva afecta a un porcentaje importante de personas, parece tenderse a que muchos más sean los que transforman sus identidades antiguas por otras nuevas más acordes a su nueva experiencia de afiliación. ¿Qué implicaciones tiene este fortalecimiento de las identidades sociales de la edad o generación como identidad primaria y de los estilos de vida como identidad secundaria pero muy extensa? Dicho proceso se imbrica en un cambio del modelo social de selección estructural, estratificación y ordenación de las relaciones de poder. En éste, dichas identidades sociales definen las fronteras de los conflictos sociales. Si consideramos que las relaciones de desigualdad son resultado de la fusión de dos procesos paralelos: la organización de los recursos sociales y la selección de los sujetos para las tareas y las posiciones sociales; Y es en la selección cuando las representaciones simbólicas de las diferencias sociales (identidades sociales) participan en la organización de la desigualdad; Entonces, el proceso de cambio desde la sociedades de clases industriales a la sociedades emergentes –en las que el sexo, la edad, la etnia y otros se han ido revelando como factores sustanciales de la división social– no implica un cambio de la naturaleza de los actores sociales ni de las dimensiones sistémicas y sus relaciones. Más bien, la transformación histórica ocurrida se puede explicar como sigue: Las diferencias de clase eran preeminentes en las sociedades anteriores porque fueron las identidades sociales utilizadas por las organizaciones sociales para clasificar y establecer las pautas de selección social de las unidades individuales; Cuando la estructura de clase se fue haciendo más heterogénea y se expresó la pertenencia a las clases sociales a través de los estilos de vida, entonces, éstos pasaron a ser más intensamente utilizados como elementos de identificación; Cuando se transformó el sistema de estratificación moderno por presión de la acción colectiva, mediante normas políticas y negociaciones, cam-
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biando las normas de los procesos selectivos, se intensificó el uso objetivo de identidades sociales diferentes de las de las clases sociales, religión, ideología, etc.; Y ello implicó una transformación del peso subjetivo de las identidades sociales. En concreto, en el caso de España, al fortalecerse las desigualdades entre generaciones, éste se configuró como el elemento primordial de referencia. Al aumentar su peso objetivo, creció su peso subjetivo. Por ello, la sociedad del mañana será muy similar a ésta si nos fijamos en cómo funcionan las dimensiones sistémicas y se relacionan entre sí. Lo que cambiará es su ritmo, su expresión concreta e irrepetible y nuestro conocimiento sobre ella. Lo que podrá ser diferente serán las identidades sociales básicas, pero éstas seguirán conformándose a partir de los procesos de selección social que integran y excluyen a las unidades individuales de las estructuras organizativas de las sociedades. En dicha sociedad, la solidaridad seguirá siendo posible, pero habrán cambiado las fronteras que definan con quienes lo querremos ser. Además, aunque integrados en organizaciones donde establezcamos fuertes vínculos orgánicos, nuestra identidad reflejará las vicisitudes pasadas hasta llegar allí. Entonces, nuestra solidaridad emergerá hacia aquellos que, con una edad similar a la nuestra o algún rasgo similar, tengan una experiencia selectiva similar. Y, si las tendencias actuales se mantienen, nos enfrentaremos en la arena pública los «jóvenes» con los «adultos», y los «mayores» con los demás, cuando los «otros» quieran quitarnos nuestros derechos, o no nos quieran seleccionar para unas tareas, o no nos quieran dar aquello que nos merecemos. La solidaridad que se configura deja de ser intergeneracional, para ser generacional.
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Índice de gráficos
Págs.
TABLAS Tabla 1. Tabla 2.
Nombre de las variables indicadoras de la fuerza de las identidades sociales por identidad social y tipo de indicador ......... Categorías de exclusión y mayor vulnerabilidad de la afiliación reproductiva en el año 1991 y 2001 según sexo y edad. (Nº de personas) ..................................................................................
GRÁFICOS Gráfico 1. El peso subjetivo de las identidades sociales en España en 1985 y 1987. Dimensión: Extensión general ........................... Gráfico 2. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas de su misma clase social en primer lugar desde 1985.................................. Gráfico 3. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas de su misma clase social en primer y segundo lugar desde 1985 a 2004 .... Gráfico 4. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas de su mismo trabajo y profesión en primer lugar desde 1985 a 2004 .......... Gráfico 5. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas de su mismo trabajo y profesión en primer y segundo lugar desde 1985 a 2004.......................................................................................... Gráfico 6. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas que tienen sus mismas ideas políticas en primer lugar desde 1985 a 2004 Gráfico 7. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas que tienen sus mismas ideas políticas en primer lugar o en segundo lugar desde 1985 a 2004............................................................. Gráfico 8. Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas de sus mismas ideas religiosas en primer lugar desde 1985 a 2004........
71
141
82
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87
88
89
90
91
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Págs.
Gráfico 9.
Gráfico 10. Gráfico 11. Gráfico 12. Gráfico 13.
Gráfico 14.
Gráfico 15. Gráfico 16.
Gráfico 17.
Gráfico 18.
Gráfico 19.
Gráfico 20. Gráfico 21.
Gráfico 22. Gráfico 23. Gráfico 24. Gráfico 25.
186
Recta de regresión de la Serie temporal del porcentaje de la población que dijo identificarse con las personas con sus mis mas ideas religiosas en primer y segundo lugar desde 1985 a 2004.......................................................................................... Porcentaje de población que se identifica con las personas de su misma región o nacionalidad ............................................... Análisis de autocorrelación de la variable «Me identifico con los de misma región o nacionalidad» en primer lugar.............. Análisis de autocorrelación de la variable «Me identifico con los de misma región o nacionalidad»en primer y segundo lugar Análisis de autocorrelación de la variable «Me identifico con los de misma región o nacionalidad»en primer lugar con datos interpolados .............................................................................. Análisis de autocorrelación de la variable «Me identifico con los de misma región o nacionalidad»en primer y en segundo lugar con datos interpolados .................................................... Recta de regresión de los identificados con todos por igual desde 1985 a 2004................................................................... Recta de regresión de la Serie temporal de la variable «Me identifico con las personas que tienen mis mimas aficiones, gustos, modas, costumbres, etc.»en primer lugar .................. Recta de regresión de la Serie temporal de la variable «Me identifico con los de sus mismas aficiones,…» en primer y segundo lugar............................................................................... Recta de regresión de la serie temporal «Me identifico con las personas que son de mi misma edad o generación» en primer lugar.......................................................................................... Recta de regresión de la Serie temporal «Me identifico con las personas de misma edad o generación» en primer o segundo lugar.......................................................................................... Recta de regresión de la Serie temporal «Me identifico con las personas de mi mismo género o sexo» en primer lugar ......... Recta de regresión de la Serie temporal «Me identifico con las personas de mi mismo sexo o género» en primer o segundo lugar.......................................................................................... Intensidad del atributo «edad» en la conciencia de pertenen cia ............................................................................................. Intensidad del atributo «Estilo de vida» en la conciencia de pertenencia............................................................................... Coeficientes de correlación cruzada entre la Extensión general y la Intensidad del atributo «Edad» ..................................... Coeficientes de correlación cruzada entre la Extensión general y la Intensidad del atributo «Estilos de vida» ......................
92 93 94 94
95
95 102
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107
108 109
110 112 113 114 114
6 Índice de Gráficos
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Gráfico 26. Evolución de la desregulación laboral en España desde el año 1987 a 2004. (%)...................................................................... Gráfico 27. Evolución de la exclusión del trabajo en los mayores de 16 años de 1987 a 2003. (%) ........................................................ Gráfico 28. La capacidad integradora de la estructura productiva del año 1987 y 2004 en España. Gráfico de áreas concéntricas y sus datos respectivos ..................................................................... Gráfico 29. Evolución de la capacidad integradora del sistema productivo 1987-2004................................................................................. Gráfico 30. Número de activos según edad y sexo (miles) ........................ Gráfico 31. Evolución de las tasas de ocupación y paro por sexo.............. Gráfico 32. Variación de los motivos para encontrarse sin trabajar relacionados con el tipo de contrato que se tenía según sexo .......... Gráfico 33. Evolución del grado de integración del sistema por sexo........ Gráfico 34. Distribución de la población por ocupaciones según sexo en el año 2004 .................................................................................... Gráfico 35. Población activa por grupos de edad ....................................... Gráfico 36. La población ocupada por grupos de edad............................... Gráfico 37. La población asalariada por grupos de edad ............................ Gráfico 38. La población asalariada con contratos indefinidos por grupos de edad..................................................................................... Gráfico 39. La población asalariada con contratos temporales por grupos de edad..................................................................................... Gráfico 40. El nivel de desocupación por grandes grupos de edad............ Gráfico 41. El nivel de inestabilidad por grandes grupos de edad.............. Gráfico 42. Distribución de los varones por grupos de edad en las ocupaciones en el año 2004 .............................................................. Gráfico 43. Distribución de las mujeres por grupos de edad en las ocupaciones en el año 2004 .............................................................. Gráfico 44. Número anual de matrimonios, divorcios y separaciones desde el año 1987 a 2004.............................................................. Gráfico 45. Estructura reproductiva en la población española en 1991 y 2001. (Gráfico de Áreas concéntricas) ..................................... Gráfico 46. La población inmigrante en España 1991-2004 ....................... Gráfico 47. Variación del Porcentaje de Extranjeros residentes legales sobre el número total de extranjeros empadronados en España 1981-2003................................................................................. Gráfico 48. Proporción de votantes mayores de 16 años desde 1986 a 2004 en las elecciones legislativas .......................................... Gráfico 49. Gráfico de áreas concéntricas de distribución de la población en las estructuras de posiciones políticas en 1987 y 2004 ..... Gráfico 50. Población extranjera en España por edad y sexo en el año 2001..........................................................................................
120 122
123 124 125 126 127 128 129 130 131 131 132 132 133 133 134 135 138 140 143
144 145 146 147
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Págs.
FIGURAS Figura 1. El cambio del Sistema Social ................................................... Figura 2. Preguntas sobre las identidades sociales básicas de BSA ...... Figura 3. Cambios en la selección social según sexo y edad .................
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33 66 150
16
Subvencionado por: SECRETARÍA DE ESTADO DE SERVICIOS SOCIALES, FAMILIA Y DISCAPACIDAD DIRECCIÓN GENERAL DE INCLUSIÓN SOCIAL
¿Qué nos diferencia? ¿Qué nos iguala? España, 1985-2004
ISBN 978-84-8440-370-8
Juan José Villalón Ogáyar
F u n d a c i ó n Fo e s s a Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada
Cáritas Española Editores
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