HODDER, Ian y Scott HUTSON

variedad de trabajos, desde la lingüística estructural de Saussure, y la gramática ..... en relación al diseño o cualquier dominio .... acto de producción y el acto de lectura, el lector “introduce en el texto la historia interviniente de ... criterios para evaluar el trabajo se extiende hasta una cadena emergente de consideraciones.
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HODDER, Ian y Scott HUTSON (2003): READING THE PAST. Cambridge University Press. Cambridge Cap. 3: Arqueologías estructuralista, post-estructuralista y semiótica Cuando Edmond Leach (1973) sugirió que la arqueología pronto pasaría del funcionalismo al estructuralismo, siguiendo el camino de la antropología social, claramente no había advertido aún que la arqueología estructuralista ya existía. En particular ha sido ampliamente debatido el trabajo de Leroi-Gourhan (1965), similar en algunos aspectos al de Levi-Strauss. Ciertamente el estructuralismo nunca ha dominado la disciplina, pero no puede negarse su atracción ampliamente difundida(Anati 1994; Bekaert 1998; Bintliff 1984; Campbell 1998; Collet 1993; Deetz 1983; Helskog 1995; Hill 1995; Hingley 1990, 1997; Huffman 1981, 1984; Kent 1984; Lenssen-Erz 1994; Leone 1978; Miller 1982a; Muller 1971; Parker Pearson 1996, 1999; Richard and Thomas 1984; Schnapp 1984; Small 1987; Sørensen 1987; Schmidt 1997; Tilley 1991; Van de Velde 1980; Wright 1995; Yates 1989; Yentsch 1991). Estos variados artículos, sumados a los que serán discutidos en este capítulo, sugieren que ahora se puede hablar de una arqueología estructuralista. Sin embargo, por qué el análisis de “conjuntos estructurados de diferencias” ha llegado tan lentamente y ha sido tan bajo su impacto? ¿Por qué el estructuralismo nunca ha constituido una alternativa coherente mayoritaria en arqueología? La primera respuesta a esos interrogantes es que el estructuralismo no es un enfoque coherente en sí mismo puesto que abarca una gran variedad de trabajos, desde la lingüística estructural de Saussure, y la gramática generativa de Chomsky, a la psicología evolutiva de Piaget y el análisis de significados “profundos” de LeviStrauss. En arqueología esta variedad se refleja en las diferencias entre los análisis formales de Washburn (1983) y Hillier et al (1976), los reportes piagetianos de Winn (1979; y ver Paddaya 1981), y el tipo de análisis de Levi-Strauss conducido por Leroi-Gourhan (1965; 1982). La segunda respuesta es que, ligado a esta variabilidad, algunos enfoques estructuralistas en arqueología podrían caber dentro de la arqueología procesual, casi inadvertidos y trabajando con los mismos objetivos que la Nueva Arqueología. Fritz (1978), por ejemplo, discute el valor adaptativo de códigos simbólicos y espaciales. Verdaderamente hay muchas y estrechas similitudes entre análisis de sistemas y el estructuralismo, y veremos más abajo que las críticas a ambos corren paralelas. La similitud más obvia entre los dos métodos es que ambos están involucrados con la “sistematicidad”. El énfasis está en las interrelaciones entre entidades: el objetivo tanto del análisis de sistemas como del estructuralista es proporcionar alguna organización que nos permitiría encajar todas las partes en un todo coherente. En el análisis de sistemas esta estructura es un diagrama de flujo, a veces con funciones matemáticas que describen las relaciones entre subsistemas; el sistema es más que, o más grande que, las partes que lo componen, pero existe al mismo nivel de análisis. A pesar de que en el estructuralismo la estructura existe a un nivel más profundo, las partes una vez más están enlazadas a un todo en oposiciones binarias, reglas generativas, etc. Tanto en el análisis de sistemas como en el estructuralista lo más importante es la relación entre las partes. Otra similitud entre la teoría de los sistemas y el estructuralismo es que ambos a veces pretenden incluir análisis rigurosos de datos observables. En algunos tipos de arqueología estructuralista (particularmente aquella que describiremos como análisis formal), las estructuras y

esquemas conceptuales están pensados para ser empíricos y mensurables. En la teoría de los sistemas hay un lazo estrecho con el positivismo, en cuanto por la covariación mensurable entre variables que pueden observarse en el mundo real, el sistema puede ser identificado y verificado. En tanto el positivismo es una “ideología” expresada por algunos estructurales y formales en arqueología, veremos que, así como en el análisis de sistemas, la aparente “dureza” de los datos y el rigor del método son ilusorios. Una tercera respuesta a la pregunta de por qué el estructuralismo nunca ofreció un conjunto coherente de alternativas en arqueología radica en el hecho de que mientras algunos tipos de estructuralismo (tales como el análisis formal) fueron percibidos como rigurosos y “duros”, otros tipos (particularmente los trabajos modelados sobre el realizado por Levi-Strauss) fueron percibidos como “débiles” y no científicos. En particular, se pensó que sería imposible verificar hipótesis sobre estructuras de significados, especialmente dado que muchos análisis estructuralistas fuera de la arqueología se han referido a mitos. La arqueología, con su dominante auto-percepción como positivista y materialista, apenas podría asentarse con confianza en semejante terreno. Como mostró Wylie (1982), todos los tipos de arqueología implican moverse más allá de los datos en orden a interpretarlos, y el estructuralismo no es diferente en este sentido. Sin embargo, la perspectiva arqueológica dominante fue antitética al estructuralismo. Análisis formal y gramáticas generativas Con la lingüística estructural de Saussure, el signo mismo es visto como arbitrario y convencional. En otras palabras, cualquier símbolo (abalorio, adorno, punta de flecha) podría ser usado para significar un jefe; no hay una relación necesaria entre el significante (el abalorio) y el significado (la jefatura). En razón de esta arbitrariedad, el análisis de significados de Saussure se concentra en conjuntos estructurados de diferencias. Así, el abalorio que indica “jefatura” es contrastado con la carencia de abalorio, o la presencia de otro ítem, que significa “no-jefatura”. El análisis es de forma, no de contenido. Los análisis formales en arqueología están mejor ejemplificados por el trabajo de Washburn (1983), que se concentró en el modo en que pueden identificarse y compararse las reglas de simetría dentro y entre culturas. El análisis de diseños en cerámica, por ejemplo, puede producir clasificaciones basadas no en motivos, sino en la manera en que los motivos se organizan en relaciones simétricas. Los principales tipos de simetría reconocidos se muestran en la fig. 2. La preocupación entonces no es si una coma, un triángulo o una estrella son usados como motivo, puesto que la investigación etnográfica (cf. Hardin 1970) mostró que el contenido del diseño no es un buen indicador de afiliación a un grupo. La estructura del diseño es considerada una medida más estable de agrupamientos culturales. El análisis de simetría en muchos aspectos es no generativo. Está relacionado con examinar el patrón tal como existe, estático, en la superficie de una vasija, e identificar la estructura subyacente. Por otro lado, la simetría puede ser descripta como una regla que genera patrones. Chomsky enfatizó la “creatividad gobernada por reglas” y, en el análisis de la decoración de una

calabaza entre los Nuba de Sudán, se propuso una gramática generativa (Hodder 1982ª), siguiendo el análisis publicado por Faris (1972). Hablar de una gramática o lenguaje del diseño es apuntar a los orígenes del análisis estructuralista en la lingüística estructural de Saussure. En el caso Nuba la gramática se derivó de un motivo en cruz (Fig. 3:1). Tanto “palabras” como “reglas gramaticales” fueron sugeridas y se demostró la capacidad de producir una amplia variedad de decoración de calabazas, desde diseños altamente organizados (Fig. 3:10) a diseños aparentemente “casuales”. Así, la banda de motivos formales en la fig. 3:15 pueden producirse tomando el triángulo “palabra” y fijando otro en el ángulo (no en el lado). Este motivo “formal” entonces, de acuerdo a otra regla, se rota, etc. En todos los diseños de calabaza descriptos en la fig. 3, las reglas se fijan en: la unión de “palabras” en los ángulos (no en los lados) y así sucesivamente. Washburn (1983, p. 138) propone que el análisis de simetría permite la medición y comparación sistemáticas y objetivas de diseños a través del tiempo y de áreas extensas. El análisis formal de una estructura de asentamiento (cf. Hillier et al. 1976; Fletcher 1977) parece ofrecer una promesa similar. En todos los casos pareciera que podemos describir estructuras y contrastarlas rigurosamente con los datos. Pueden realizarse análisis estadísticos (Fletcher 1977) y simular las gramáticas en una computadora (Hodder 1982ª) para ver si realmente generan los patrones observados. Un trabajo tal, entonces, pareciera no involucrar un riesgoso exceso de confianza: aparentemente no se asigna ningún significado y hay mucho rigor científico. El análisis es puramente formal. Como resultado, un trabajo tal puede ser fácilmente ubicado dentro de la Nueva Arqueología positivista –no ofrece ningún desafío, particularmente cuando se relaciona con interpretaciones de sistemas (ver abajo). ¿Es realmente el caso, sin embargo, que los análisis formales no involucran la imposición de un significado, que no están relacionados con el contenido? Tomemos como ejemplo el análisis de Washburn del diseño de cheurones ‹‹‹‹. Su preocupación es eliminar “rótulos subjetivos de diseño” tales como “cheurón” (1983, p. 143), y prefiere en cambio “Clase 1-110: diseños unidimensionales generados por reflejo horizontal en espejo”. Washburn sugiere que el diseño de cheurones ha sido generado ubicando un eje horizontal a través de los “cheurones” y viendo la parte inferior como un reflejo especular de la parte de abajo. Un análisis alternativo sería tomar las unidades de diseño no como diseños individuales inclinados sino como el cheurón. Washburn intenta evitar tales ambigüedades definiendo la unidad de análisis precisamente como el elemento asimétrico más pequeño (tal como la coma). Sin embargo, claramente las líneas y los círculos no pueden encajar en tal esquema, y la definición es en sí misma arbitraria: si bien puede sustentar un análisis objetivo, puede esconder otros niveles de relaciones simétricas como en el ejemplo del cheurón arriba. Igualmente, el eje a lo largo del cual se busca la simetría es una interpretación, no una descripción, de los datos. En otras palabras, el análisis de simetría es una descripción dentro de un conjunto de decisiones interpretativas. Así, esos análisis implican dar

sentido al contenido- no son sólo descripciones formales para ayudar a la comparación. Percibir una marca en una vasija como “una unidad de análisis” o un “motivo de diseño”, es dar sentido a esa marca, interpretar su contenido y, nos guste o no, implica tratar de ver el diseño como lo vieron las personas prehistóricas. Arqueología estructuralista, post estructuralista y semiótica

Volveremos sobre este último punto más tarde en este volumen, pero por el momento es importante reconocer que la subjetividad que se esconde tras la supuesta objetividad de Washburn de ninguna manera le resta valor a su trabajo. Más bien esa subjetividad es un componente necesario de todos los análisis arqueológicos. Hemos visto la amplia difusión de los problemas de percepción en la filosofía post positivista (pp. 16 a 19). Todos los análisis arqueológicos están basados en categorías subjetivas (Tipos de vasijas, sitios de asentamiento, etc.) y en relaciones estructurales o sistémicas no observables (retroalimentación positiva o negativa, relaciones de intercambio, etc.). En la imposición de los polígonos de Thiessen en un patrón de asentamiento, por ejemplo, no podemos estar nunca seguros de que nuestras “unidades de análisis” (los sitios o nodos en el patrón de asentamiento) sean realmente comparables. Tenemos que darles sentido (como sitios de asentamiento, pueblos, ciudades) antes de que podamos sugerir relaciones sistémicas y estructurales entre o detrás de ellas. La naturaleza “dura” del análisis formal es por tanto ilusoria. Que el análisis de simetría, por ejemplo, pueda ser incluido en arqueología sin reparos, es posible porque la totalidad de la arqueología está guiada por la misma ideología del positivismo, como resultado de lo cual hubo muy pocos intentos de ir más allá de las simetrías en la decoración cerámica a el contenido del mensaje (s). La interpretación del significado simbólico ha sido minimizada a favor de relaciones directas entre simetría y procesos de interacción social. Por ejemplo, Washburn sugiere que “la identidad en una estructura de diseño para ser indicativa de composición cultural homogénea e intensidad de interacción cultural” (1983, p.140). Ésta bien puede ser una hipótesis fructífera, “testeada” dentro de interpretaciones etnográficas y aplicada satisfactoriamente a datos arqueológicos (ibíd.), pero enlazando la forma del diseño a la sociedad de esta manera directa soslayamos la muy real posibilidad de que la estructura de diseño pueda tener diferentes sentidos en diferentes contextos culturales. ¿Hasta qué punto podemos asumir que estructuras de diseño subjetivamente definidas tendrán implicancias sociales universales? Un análisis propiamente riguroso y por lo tanto científico necesita también examinar los significados simbólicos que median entre la estructura (de diseño) y las funciones sociales. Análisis estructuralista Cuando preguntamos por el significado de las simetrías u otras estructuras formales, cuando consideramos si las simetrías en la decoración de vasijas son transformaciones de aquellas que se dan en la organización del espacio de asentamiento, o en prácticas funerarias, y cuando relacionamos tales estructuras con estructuras abstractas en la mente, comenzamos a movernos de análisis formal al estructuralista. Puede argüirse que la asignación de conceptos a partes o totalidades de estructuras, como en el trabajo de Leroi-Gourhan (1965; 1982), no difiere en nada de la asignación de significado a marcas hechas en vasijas cuando se definen los motivos de diseño. Quizás la única diferencia es que la asignación de significado en este último tipo de trabajo, como lo ejemplifican los cuidadosos y persuasivos análisis de Washburn, está enmascarada dentro de la ciencia objetiva. El trabajo más temprano de Leroi-Gourhan, por otro lado, involucró un intento auto consciente de asignar

significado. Al mismo tiempo, el tipo de trabajo de Leroi-Gourhan es potencialmente más “científico” en el sentido de que realmente implica sacar a la superficie los “significados” propios más que aplicarlos de manera encubierta. Demasiado a menudo, sin embargo, las estructuras han sido identificadas y comparadas en arqueología sin una consideración adecuada del contenido. Esta crítica es fácilmente aplanada en el trabajo estructuralista más temprano (e.g. Hodder 1982b), pero persiste incluso en estudios altamente sofisticados que han ido exitosamente más allá de sus comienzos estructuralistas. Por ejemplo, en su análisis de las tallas en piedra en Nämforsen (Suecia) desde el tercer milenio a.C., Tilley (1991, pp.27-8) identifica siete clases de diseño, uno de los cuales es un bote. Procede a descubrir oposiciones binarias que estructuran los patrones en los cuales aparecen los siete diseños; específicamente, la oposición entre alces y botes representa dualidades tales como naturaleza: cultura, adentro: afuera y tierra: agua (Tilley 1991, p.105). En un modo verdaderamente estructuralista, Tilley señala que la identidad específica de los diseños –el contenido- no es importante porque el significado emerge de la relación entre diseños, no de un diseño específico aislado: la relación entre un diseño (significante) y su identidad (significado) es arbitraria. Sin embargo, si el bote fuera un trineo, la estructura alce: trineo: tierra: agua se resquebraja, porque los trineos pertenecen a la tierra, no al agua. Tilley admite la ambigüedad y la variabilidad en los diseños de los botes, pero no abandona nunca la identificación del bote (p.73).

Así, cuando rechaza este ejercicio estructuralista “cada vez menos convincente” y se desplaza a un método hermenéutico en la esperanza de una mejor adecuación con el significado y el contenido (p.114), el problema bote/trineo permanece. El argumento de Tilley sobre que los botes subrayan lo que está fuera del control humano porque están sujetos a aguas turbulentas y salvajes (p.146) no funciona, por supuesto, si los botes en realidad fueran trineos. El intento de Tilley de incorporar ideología a los grabados en piedra es igualmente cuestionable dado que la interpretación de un contacto privilegiado con poblaciones marítimas distantes y sus mercancías exóticas depende de una lectura de los botes como símbolos de tales forasteros (p.164). En el ejemplo del grabado en piedra, emergen problemas de una atención inadecuada al contenido de un elemento específico en un patrón estructural. En el siguiente ejemplo ilustramos problemas de interpretación que aparecen una vez que un patrón estructural ha sido claramente identificado. En su estudio del asentamiento de la Edad de Hierro en Sollas, en las Hébridas de Escocia, Campbell (2000) comenta un conjunto excepcional de restos bien preservados de reses y ovejas en enterratorios. Campbell notó que las reses eran cremadas en mayor medida que otras especies, mientras las ovejas eran mayormente inhumadas. Los datos de los yacimientos y los residuos cerámicos mostraron que las ovejas a menudo eran asadas para ser comidas, mientras que las reses eran hervidas en vasijas de arcilla. Tanto la cremación el acto de asar la carne implica fuego al aire libre, mientras que hervir e inhumar implican contener el tierra y agua (la inhumación en Soolas implica agua en razón del alto nivel de la napa freática). Así, en la cuestión de la comida, tenemos la relación reses:ovejas:fuego:agua, porque las reses son hervidas y las ovejas asadas. Sin embargo, en los enterratorios, las relaciones se invierten: reses:ovejas::fuego:agua, dado que las reses son cremadas y las ovejas inhumadas. Habiendo identificado estos patrones estructurales, Campbell los interpreta como modelos de la cosmovisión de los habitantes de las Hébridas (cf. Douglas 1969, pp. 41-57). Así Campbell concluye que esta cosmovisión consistía en dualismos tales como muerte (enterramiento) y vida (alimento), fuego y agua, arriba y abajo, etc. Campbell es cauto en lo relativo a estos dualismos y llama la atención sobre lecturas alternativas, tales como la posibilidad de que una dicotomía entre animales jóvenes y viejos pueda ser más importante que la de reses y ovejas. Sin embargo, los problemas interpretativos más importantes emergen no de interrogar las especificidades de sus modelos estructurales, sino de preguntar simplemente “de qué son un modelo?”. Como se mencionó más arriba, Campbell asume que esos patrones en restos animales tienen que ver con la cosmovisión, pero las dualidades que Campbell documenta igualmente podrían referirse, por ejemplo, a la organización social en el sentido de dos mitades opuestas. Por qué tendría alguien que creer que hay una relación entre restos animales y cosmovisión? La decisión de Campbell de enlazar animales y cosmovisión emerge de dos premisas muy razonables: primero, una frustración con enfoques arqueo zoológicos estrechos, que reducen los restos animales al plano de la subsistencia; y segundo, una convicción de que “transformaciones” tales como inhumación y cremación animal están fuertemente influenciadas por creencias cosmológicas. Simpatizamos con esas premisas, pero creemos que asumir una conexión entre animales y cosmovisión debería estar abierta a análisis, no dada por hecha. La posibilidad de una relación entre animales y cosmovisión podría haber sido fortalecida

por la discusión del contexto de animales en otros planos del registro arqueológico de la Edad de Hierro en las Hébridas o en otros períodos de tiempo si Sollas es realmente único en términos de la abundancia de entierros animales. En su conclusión, Campbell da un paso en esa dirección mencionando brevemente dicotomías en la cerámica y la arquitectura, pero esas dicotomías deben ser exploradas más detalladamente para determinar si están relacionadas o no con las encontradas en los restos animales. El problema de relacionar una estructura con otra sin una consideración adecuada del contenido del significado de los artefactos involucrados también aparece en discusiones sobre patrones de asentamiento y enterramiento humano. Por ejemplo, Fritz (1978) identifica relaciones simétricas en la organización del asentamiento en Chaco Canyon. Las simetrías equilibradas y desequilibradas (dispuestas O-E, N-S) ocurren a escalas tanto regionales como del asentamiento. Se dice entonces que las disposiciones estructurales son adaptativas, en relación a una estructura social jerárquica, por un lado, y relaciones sociales simétricas por el otro. Mientras hay alguna preocupación por dar significados culturales (por ejemplo, sagrado/profano) a las oposiciones espaciales, la plausibilidad del argumento se incrementaría si se prestara más atención al contenido del espacio de asentamiento en el contexto de Chaco Canyon. Deberemos esperar más evidencia sobre para qué fueron usados los distintos sitios y partes de sitios en el asentamiento. Parker Pearson (1999) generaliza que los enterramientos comunican actitudes hacia el cuerpo, y que la manera en que un cuerpo es tratado revela las relaciones sociales con y entre los vivos. Por ejemplo, en la Bretaña de la Edad de Hierro las diferentes posiciones en que se colocan las ofrendas en enterramientos de hombres y mujeres reflejan las relaciones normativas de género en las cuales las mujeres sirven y los hombres son servidos. Los huesos animales (cerdo para las elites, ovejas para los comuneros) marca el status social de los muertos y restablece para los vivos al distinción entre gobernante y gobernado. Los enterramientos que se apartan de estas reglas cosmológicas se explican como una respuesta a la necesidad de superar la polución del cuerpo en esos casos donde el modo de muerte ponía en riesgo a la comunidad a largo plazo. Aplaudimos la atención de Parker Pearson al simbolismo animal, la orientación espacial de los enterramientos y otros detalles estructurales, pero señala que este enfoque todavía sucumbe ante la no cuestionada lógica sistémica de la relación directa entre enterramiento y organización social. Hay un potencial en una mayor consideración de la sensualidad de la muerte (Kus 1992) o los significados alternativos que pueden tener los enterramientos, tales como conmemoración, memorización y duelo (Cheeson 2001; Hutson 2002ª; Joyce 2001; Tarlow 1999). Sin ninguna noción del significado de los elementos espaciales o decorativos, es difícil ver cómo las estructuras de significación pueden ser interpretadas en relación a otros aspectos de la vida. Pero cómo se asignan los significados? Aquí podemos volver al trabajo pionero de LeroiGourhan. Él intentó poner entre paréntesis el contenido de las imágenes en las cuevas del Paleolítico Superior y así evitar atribuirles un significado superficial. El significado vendría de las estructuras profundas que generan los patrones y pares en los cuales las imágenes aparecen, como la co-presencia de figuras masculinas y femeninas. Sin embargo, antes de ir del contenido específico a las relaciones estructurales, Leroi-Gourhan tuvo que hacer interpretaciones

significativas del contenido, tales como su decisión de considerar los motivos geométricos “llenos” como femeninos, y los motivos “delgados” como masculinos (Conkey 1989). Para nosotros, las inadecuaciones de su trabajo derivan no del intento de interpretar el significado, puesto que, como hemos visto, no podemos evitar atribuir significado a la cultura material. Más bien las inadecuaciones derivan de las limitaciones generales del enfoque estructuralista (ver abajo) y la información limitada que él tenía sobre el Paleolítico. Puede argüirse que Leroi-Gourhan no le dedicó suficiente atención a otros conjuntos de la imaginería visual del Paleolítico Superior (estatuillas, recortes óseos de cabezas animales, “arroja lanzas”). Sin embargo, Leroi-Gourhan tenía poca información disponible en lo referente a los signos usados en el arte parietal. Hay un límite en el grado en que los diseños pueden seguirse en otros dominios culturales (tumbas, artefactos, espacios de asentamiento) a orden a identificar sus asociaciones. Sin más investigación sobre la geografía social y los contextos históricos en los cuales los pintores de cuevas y su arte estuvieron contenidos (Conkey 1984; 1989; 1997; 2001), no se puede identificar fácilmente los significados particulares de esos motivos en el Paleolítico francés sudoccidental. Para interpretar los contenidos significativos uno tiene que estar dispuesto a hacer abstracciones de las asociaciones y contrastes en el registro arqueológico. Esto puede hacerse con mayor cuidado y rigor –a diferencia del Paleolítico Superior- allí donde hay más información asociativa en distintos tipos de datos. Un ejemplo de análisis contextual, asociativo, en el cual se asignan significados y se establecen relaciones entre estructuras que ocurren en diferentes actividades es el provisto por el estudio de MacGhee (1977) de los restos arqueológicos prehistóricos de la cultura Thule en el Canadá ártico. La observación inicial fue que los huesos de mamíferos marinos y el marfil estaban asociados con cabezas de arpones, mientras que las puntas de flecha estaban hechas de astas. Tratando de entender esta dicotomía, McGhee miró otras asociaciones de marfil y astas en la cultura Thule. El marfil era usado para ítems asociados con la caza de mamíferos: antiparras para la nieve, ensamblajes de kayak, hebillas, etc. Otros ítems hechos de marfil son aquellos conectados con mujeres y con actividades invernales: cajas de agujas, dedales, ornamentos femeninos, figurillas de mujer-pájaro. El asta, por otra parte, está relacionada con mamíferos terrestres, particularmente el caribú, los hombres y la vida estival en tierra. Así emerge la siguiente estructura, basada en las asociaciones contextuales de asta y marfil: Tierra:mar::verano:invierno::hombre:mujer::asta:marfil Este conjunto estructurado de diferencias se sostiene aún más si se muestra que no hay una razón funcional por la cual el asta y el marfil necesiten ser usados para diferentes armas y herramientas de caza. Además, la evidencia histórica y etnográfica indica que el concepto inuit de su ambiente estaba centrado en torno a la dicotomía entre tierra y mar. La carne de caribú y de mamíferos marinos no podía ser cocida en la misma vasija. Las pieles de caribú no podían ser cosidas sobre el hielo marítimo. También se encuentran asociaciones entre mujeres y mamíferos marítimos y entre tierra, hombres y vida estival en la mitología histórica inuit. Tal evidencia no es de una naturaleza radicalmente diferente a los datos arqueológicos; simplemente aporta más información contextual concerniente a la estructura hipotética y su significado.

El análisis de McGhee proporciona un claro ejemplo del modo en que el análisis estructuralista es potencialmente riguroso, cuando se combina con un análisis del contexto y el contenido (es decir, que el marfil está asociado con mamíferos marinos y las mujeres en la cultura Thule). Parece razonable esperar que, a medida que la naturaleza “dura” de la ciencia arqueológica resulte desmitificada, algunos tipos de análisis estructuralistas que involucran la asignación de significado se volverán más comunes y aceptables. Hay un enorme potencial, apenas explorado hasta el momento, en análisis cuidadosos. Por ejemplo, es posible identificar diferencias en el uso de izquierda/derecha, frente/atrás, centro/periferia de casas, asentamientos, cementerios, tumbas, sitios ceremoniales, etc. También pueden buscarse otras dicotomías entre ritual y mundano, vida y muerte. Todos estos análisis estructuralistas incluyen alguna imposición de significado. Otro ejemplo de interés potencial es doméstico/salvaje en relación a interior/exterior del asentamiento. Por ejemplo, Richards y Thomas (1984) notaron que las áreas “interiores” de los monumentos rituales de la Edad de Bronce en Inglaterra no contienen huesos de los equivalentes salvajes de animales domesticados pese a que ocurren huesos de todo tipo de animal salvaje en los límites de esos sitios. Thomas (1988) y Thorpe (1984) notaron regularidades en la ubicación de huesos de cerdos y ovejas en tumbas y recintos del Neolítico británico. Tal “deposición estructurada” no sólo ocurre en contextos rituales. En el Neolítico centro europeo hay un desplazamiento a través del tiempo desde la deposición de basura en pozos a lo largo de los costados de las casas hasta el desecho en los límites de los asentamientos (Hodder 1990ª). La deposición de la “suciedad” marca los límites sociales y culturales salientes entre limpio y sucio, cultura y naturaleza, nosotros y ellos. El cambio en la conducta con respecto a los desechos en el Neolítico europeo está asociado con la creciente definición de límites grupales más allá del nivel del hogar. Pareciera que a medida que grupos mayores fueron mejor demarcados, la “suciedad” inicialmente usada mara marcar los límites alrededor de la casa, se usaron para definir entidades mayores (para otro trabajo sobre el simbolismo de los límites del asentamiento, ver Hall 1976). Crítica Pese a que el objetivo de este libro es proporcionar un registro adecuado de la relación entre material e ideal, la contribución de Levi-Strauss está primariamente dirigida hacia una teoría de la superestructura. Las relaciones con la estructura no son el principal foco de estudio. Siguiendo el enfoque semiológico de la lingüística en el trabajo de Saussure, que tuvo una influencia fundamental en el estructuralismo, el propósito es examinar la organización de signos de modo que tengan significado. Así, la palabra “vasija” es un significante arbitrario del concepto significado.

Se estudian las relaciones entre significantes y entre significante y significado, pero hay poco interés en la cosa misma –en este caso la vasija material real. Por una cantidad de razones, tales enfoques no nos ayudan en nuestra búsqueda de las relaciones entre lo ideal y lo material (Hodder 1989ª). Para empezar, el análisis abstracto de signos y significados que encontramos en el enfoque saussureano es problemático para la arqueología, porque Saussure estaba involucrado exclusivamente con el lenguaje, mientras que los arqueólogos también deben involucrarse con la cultura material. Los objetos de la cultura material no están dispuestos en una secuencia lineal, narrativa, en el sentido de las palabras dispuestas en una oración. También, un objeto puede ser visto tanto como un objeto, resultado de procesos de producción y acción, y como un signo, puesto que el objeto (vasija) puede ser en sí mismo el significante de otros conceptos. Sin embargo, cuando los objetos son usados como signos, la relación entre el objeto y lo que significa a menudo no es arbitraria. Por ejemplo, cuando un restaurant utiliza una vasija simbólicamente para publicitar la naturaleza tradicional o “casera” de sus comidas, la conexión entre la vasija y un cierto estilo culinario no es arbitraria. Pero, puesto que los objetos son objetos físicos tanto como signos, el uso de objetos como signos puede no ser completamente consciente. En contraste, las palabras son sólo signos, y por tanto no pueden evitar llamar la atención. La naturaleza inconsciente o semi consciente de los objetos introduce ambigüedad: en tanto su naturaleza simbólica no es conscientemente atendida, tal ambigüedad puede pasar desapercibida. Finalmente, los objetos, a diferencia de las palabras, contienen una materialidad que puede resultar fijada de modos que las palabras no pueden. Los objetos, y quizás sus significados, son por tanto más susceptibles al control por ciertos sectores de la sociedad (Herzfeld 1992; Joyce 1998, p.148). Este último punto es crucial. Buscando las relaciones entre estructura y acción, el estructuralismo juega un rol necesario pero insuficiente. Puesto que los objetos (y no sólo las palabras) pueden ser significantes, la gente puede afectar los significados, el sentido, de una vasija manipulando esos objetos. Por tanto las estructuras son los medios para la acción en el mundo, pero acciones tales como control y manipulación de objetos pueden efectivamente cambiar esas estructuras alterando el sentido.

Llegamos por lo tanto a la posibilidad de agencia: vemos cómo la gente puede cambiar estructuras. La semiología de Saussure y, luego, el estructuralismo de Levi-Strauss no dejan lugar a la agencia, aún cuando soslayemos los problemas de adaptar el enfoque lingüístico a objetos materiales. A pesar de garantizarle al hablante la capacidad de usar las estructuras lingüísticas para generar un número infinito de oraciones, el modelo saussureano no le presta atención a los usos actuales que los hablantes hacen del lenguaje ni a las estructuras sociales de poder que autorizan lo que puede y lo que no puede decirse (Bourdieu 1977, p. 25; 1991). En otras palabras, debemos movernos del código “lingüístico” estructurado, abstracto, al discurso o “comunicación situada” (Ricoeur 1971; Barrett 1987; Hodder 1989ª). En el estructuralismo y en el posestructuralismo (Bapty y Yates 1990) hay poco lugar para la agencia. El individuo es pasivo. Más que ser determinado por leyes regulatorias adaptativas, el agente ahora está determinado por estructuras y/o universales de la mente humana. En realidad, Levi-Strauss estaba más interesado en la cuestión general de cómo trabaja la “mente salvaje”, que en la rica, controvertida saga de las relaciones sociales en cualquier sociedad “salvaje” en particular (Geertz 1973, pp. 345-59). Puede verse la inadecuación de este punto de vista respondiendo a la pregunta “¿qué es un buen estilo?” en relación al diseño o cualquier dominio estructurado de actividad. Ser “estilístico” no es simplemente una cuestión de seguir sumisamente las reglas. O´Neale (1932) descubrió que los tejedores indígenas de cestas de la costa norte de California decían que los diseños eran “buenos” si eran agradables y bien dispuestos, mientras que los diseños mal estructurados eran considerados “malos”. Pero esta evidencia verbal simplemente apoya la idea de que existe un estilo estructurado –dentro de la estructura, o aún transgrediéndola, es posible todavía ser “estilístico”. Una “pop star” como Boy George o Marilyn Manson pueden crear un nuevo estilo y ser considerados altamente estilísticos aún cuando ninguna gramática de diseño pueda haber generado sus selecciones de ropas, ornamentos e insinuaciones sexuales. Antes bien, Boy George y Marilyn Manson crean estilo usando, jugando y transformando reglas estructurales concernientes a la indumentaria. Usan la estructura socialmente para crear una nueva estructura y una nueva sociedad. Por supuesto, ni Boy George ni Marilyn Manson son independientes de la estructura social. Ambos son productos de (1) el capitalismo tardío, que permite la creación de personas únicas mediante el consumo de mercancías (Jameson 1984) y (2) la tradición subcultural en la que la ira es la norma: Boy George y Marilyn Manson se ubican en una larga línea de íconos que explotan y dependen de un estilo calculadamente escandaloso para su éxito y promoción (Hebdige 1979). Nuestras teorías sobre la estructura deben hacer lugar al rol de la agencia. En mucha arqueología estructuralista las reglas aparecen para crear un conjunto de normas compartidas: se asume que todos en la sociedad tienen las mismas estructuras, las ven desde el mismo ángulo y les dan el mismo significado. Este es un punto de vista fuertemente normativo que, a pesar de los intentos de corrección (Bekaert 1998), este libro pretende cuestionar. Otro aspecto de la crítica es que el estructuralismo es a-histórico en tres sentidos, a pesar de la abierta preocupación de Levi-Strauss por el estudio de la historia (1963, pp.1-30). Primero, Saussure enfatizó la arbitrariedad del signo. Cualquier palabra podría haber sido usada para

significar el concepto de vasija, y cualquier objeto o espacio podría haber sido usado para significar limitaciones, sexualidad, grupo tribal, verano e invierno. Tal enfoque es claramente deficiente en una disciplina que puede seguir el camino en el que los signos pueden llegar a tener significados no arbitrarios a lo largo de secuencias históricas de largo término. En segundo lugar, signos específicos a menudo son tomados fuera de sus contextos históricos y geográficos y dispuestos abstractamente para revelar estructuras de oposición más profundas. Los signos manipulados en el estudio de Leroi-Gourhan de las pinturas en cuevas del Paleolítico Superior, por ejemplo, están recortados de 20.000 años de imágenes y cuevas muy diferentes. En tercer lugar, no es claro cómo ocurren los cambios estructurales. Ciertamente uno siempre puede decir que el cambio implica una transformación estructural y esta noción es importante; pero dentro de los análisis estructuralistas mismos hay poca necesidad de cambio, y es difícil ver porqué ocurren las transformaciones, porqué lo hacen en determinada dirección, y porqué o cómo las estructuras mismas pueden cambiar radicalmente. Además este problema resulta de la relación inadecuada entre estructura y proceso y del mínimo rol asignado al individuo activo en la creación de estructuras. Cuando es presionado para explicar las diferencias en las estructuras de sociedades vecinas en Sudamérica, Levi-Strauss (1963, p. 107) ofrece un turbio recuento de presupuestos comunes que subyacen en migraciones históricas, difusiones y sincretismos. Pero rápidamente rechaza esta síntesis histórico-cultural del cambio y la diferencia porque “no se corresponde con la realidad, que nos presenta un cuadro global”. En arqueología, Nash (1997) ubica la fuente de las estructuras profundas de significado en el concepto de Jung de inconsciente colectivo. Aquí, el significado aparece cuando los arquetipos –formas a priori que son hereditarias y basadas en el sistema nervioso- se imprimen como imágenes en el mundo, como el héroe, el bromista y la diosa madre. Esta descripción de la estructura es insatisfactoria porque esencialmente niega la existencia de la diferencia: el significado es universal en el sentido más fuerte –una parte de la biología humana no mediada por el tiempo y el espacio.. Nuestra experiencia actual en el mundo físico y social no cuenta para nada. Puede argumentarse que algunos de los problemas discutidos arriba (problemas con la cultura material, ausencia de agencia, tendencias a-históricas- no son causados por la semiótica misma, sino por la forma particular de semiótica desarrollada por Saussure. La semiótica de Charles Peirce, por otro lado, representa un enfoque fructífero en arqueología por su capacidad de incorporar cultura material y agencia (Bouissac 1994; Capone and Preucel 2002; Gottdeiner 1993; Maquet 1995; Preucel and Bauer 2001; Tilley 1991, p. 44; Yentsch and Beaudry 2001). Mientras que en el enfoque de Saussure los signos son arbitrarios, en el de Peirce los signos pueden ser tanto arbitrarios (símbolos) como no arbitrarios (íconos e índices). Los íconos muestran una relación formal con lo que es significado, en el sentido de que el dibujo de una vasija refiere a una vasija real. Los índices tienen una relación existencial con el referente: por ejemplo, una franja de suciedad en la pared de una bañera vacía es un índice del nivel del agua del baño. Preucel y Bauer (2001; ver también Capone y Preucel 2002) ilustran la aplicabilidad arqueológica de estos tres tipos de signo (ícono, índice y símbolo) en una discusión hipotética sobre un hacha de jade en un enterramiento. El hacha podría ser un índice de intercambio en el área entre el sitio de deposición del hacha y la fuente del jade. El hacha también indica su contexto espacio-temporal particular y

por lo tanto referencia el cuerpo del enterramiento y otras ofrendas. En consecuencia la indexicalidad introduce un contexto específico, histórico, situado para los objetos materiales. Por el parecido formal, el hacha es también un ícono de las hachas utilitarias en la misma área. Finalmente, el hacha de jade puede ser el símbolo de una parcialidad, en cuyo caso la relación entre significante (hacha) y el significado (parcialidad) puede ser arbitraria (ver Maquet 1995 para significados adicionales). Mientras la semiótica saussureana es diádica, apoyándose sólo en el significante y el significado, el enfoque peirceano es triádico, permitiendo la interacción entre signo, objeto e “interpretante”, al que podemos definir simplemente como el actor, hablante o intérprete que media en la relación entre el objeto y el signo (Fig. 5). De este modo la semiótica contiene una teoría de cómo los signos están relacionados con objetos materiales y la experiencia y la conducta de sus usuarios. La semiótica es pragmática en el sentido de que subraya la conexión entre gente y contextos, necesidades y resultados (Preucel y Bauer 2001, pp. 88-9). De esta manera, la semiótica tiene espacio para la agencia y la comunicación situada. Esto es importante porque la semiótica tiene una tendencia a reducir la comunicación a codificar y decodificar significados, de modo opuesto a tratarla como una performance en marcha (Joyce 2002, p. 15). Una limitación potencial incluye la cuestión de que no toda la cultura material se comporta como signo. Más que apuntar o referir a otra cosa, los objetos pueden tener su propia vida o pueden ser inseparables del sentido del yo de un sujeto (ver capítulo 6). También, en ciertos niveles de la experiencia cotidiana, significado y objeto (o evento) simplemente coinciden; no hay explicación semiótica: las cosas son lo que son (Bekaert 1998, p.17). Más aún, la tríada de Peirce sostiene una dicotomía problemática entre objeto de un lado y signo/interpretación del otro (Thomas 1998). Posestructuralismo Un tipo de crítica muy diferente es la asociada con el posestructuralismo (e.g. Tilley 1990a and b; Bapty and Yates 1990; Derrida 1976). En el estructuralismo los significantes adquieren significado por su diferencia con otros significantes. Pero estos otros significantes sólo adquieren significados si se los opone aún a otros significantes en una interminable cadena de significación. También, el significado de un significante cambia en base al contexto en el que es hallado (Moore 1996, pp. 120-7). Por tanto siempre es posible deconstruir cualquier análisis estructuralista que propone un sistema cerrado de oposiciones. En realidad es posible deconstruir cualquier análisis que pretenda una totalidad o un significado original o completo, una verdad, porque esos “orígenes” del significado pueden siempre depender de otros significantes. Pero el significado del mensaje es de final abierto en un segundo sentido importante: el modo en que es recibido. Roland Barthes (1975) insistía en que el autor no tiene autoridad sobre el significado de un texto. En cambio, el lector introduce otras voces y otros trasfondos, y a medida que el tiempo pasa entre el acto de producción y el acto de lectura, el lector “introduce en el texto la historia interviniente de desarrollo teórico y sociocultural” (Olsen 1990). De un modo similar aunque sutilmente diferente, Foucault (1979) propuso que el autor está muerto. Foucault quiso decir que el autor no es una fuente creativa de ideas porque las ideas y el lenguaje en el que están expresadas preceden al autor. Las ideas y el lenguaje tienen vidas propias: el autor simplemente funciona como un marcador de posición. La escritura de un autor es sólo uno de los lugares en los cuales las ideas son reproducidas. Como Barthes y Foucault, Ricoeur (1971, p.78) también observa cómo “la carrera del texto se escapa del horizonte finito vivido por su autor” pero sugiere que algunos aspectos del sentido original del autor pueden ser fijados. En otras palabras, Ricoeur propone que el autor sí tiene algún control sobre cómo la gente interpreta lo que escribe. Con Austin (1962) y Searle (1970), Ricoeur reconoce que una proposición tiene muchos efectos. Cuando una proposición es transferida al

texto y distanciada del autor, el autor no puede controlar el modo de la proposición (el efecto ilocucionario) ni la reacción del lector (efecto perlocucionario). Sin embargo, el acto de escribir –de inscribir las palabras en algún medio perdurable- asegura que lo que se dice (alternativamente mencionado como el contenido proposicional o el efecto locucionario) no puede ser borrado. Así, parte del sentido de lo dicho se inscribe en el texto; el significado no se escapa completamente a la intención del autor. El trabajo de Ricoeur beneficia a los arqueólogos porque muestra que la cultura material fija parte del significado a de discurso (ver también Hutson 2002a; Tilley 1991, pp. 118–21). Paul Connerton, Michael Herzfeld y Rosemary Joyce discuten otro modo en que el significado puede ser estabilizado: la materialización (ver también Demarrais et al. 1996). Connerton comienza con la distinción entre “prácticas corporeizadas” y “prácticas inscriptas”. Las prácticas corporeizadas son performances y experiencias singulares que son inherentemente de corta duración, tales como la danza. Por el otro lado, las prácticas inscriptas, tales como la escultura, deja rastros materiales que trascienden el contexto espacial y temporal de su performance original (Joyce 2000, p.9). El significado así tiene dos temporalidades: es fluido cuando corporeizado y perdurable cuando inscripto. La materialización, la inscripción del significado en medios perdurables, es una práctica inscripta que puede dejar huellas imperecederas. La materialización puede ser una estrategia política porque cuando un significado particular es materializado en una forma perdurable a largo plazo, el significado aparece como permanente. Las cosas que son permanentes pueden ser consideradas naturales, y por lo tanto fuera de cuestionamiento; incontestables. Así, mediante la materialización, ciertos actores pueden convertir valores u opiniones propias en naturales, inmutables y buenas para todos. Como discutiremos en los próximos dos capítulos, tales intentos siempre son resistidos. Dado que los autores antes mencionados enfatizan la perseverancia de lecturas alternativas, sus observaciones sobre la fijación siguen siendo consistente con una tendencia pos estructural a la indomitabilidad. Sin embargo, a diferencia de un posestructuralismo que descentra radicalmente al agente individual, el reconocimiento de que el significado está siempre inmerso en estrategias políticas – de que el significado no siempre es salvaje- reconcilia nuestro objetivo de buscar significados y el rol de la agencia en su constitución en el pasado. En suma, el significado de estructuras e el pasado es inestable en dos sentidos: (1) el significado está disperso a lo largo de una cadena interminable de significación; (2) las acciones están sujetas a múltiples interpretaciones. El posestructuralismo se enfoca no sólo en la inestabilidad de las estructuras en el pasado, sino también en los sistemas de poder que ordenan la arqueología como disciplina en el presente. En otras palabras, mientras un arqueólogo tradicional diría que la arqueología trata simplemente sobre el pasado, y que el registro arqueológico tiene la palabra final sobre lo que es la buena arqueología, un posestructuralista abriría la cuestión y señalaría que los criterios para evaluar el trabajo se extiende hasta una cadena emergente de consideraciones presentes. Al definir sus límites como disciplina, la arqueología abre un espacio en el que sólo ciertas cosas pueden ser dichas (otras son impensables y, naturalmente, inadmisibles) y sólo algunas personas (con las calificaciones adecuadas) pueden hablar. Así, la producción de afirmaciones sobre el pasado “es al mismo tiempo controlada, seleccionada, organizada y redistribuida por un cierto número de procedimientos cuyo rol es resguardar sus poderes y peligros, adquirir maestría sobre los eventos posibles, evadir su poderosa, formidable materialidad” (Foucault 1981, p. 52). La arqueología es “el lugar de la disputa para determinar las condiciones y criterios de pertenencia legítima y jerarquía legítima” (Bourdieu 1988, p. 11). Los enfoques posestructuralistas en arqueología intentan identificar y descentrar la estructura de la práctica arqueológica y crear modos menos absolutos, menos totalizantes de interactuar con el pasado. Lo anterior incluye documentación de estrategias retóricas, prácticas de contratación,

desigualdades de género, prácticas de citación y mucho más (Claassen et al. 1999; Conkey y Williams 1991; papers in Gero et al. 1983; Hutson 1998; 2002b; papers in Nelson et al. 1994; Tilley 1989; 1990). Lo último incluye la producción de nuevas estrategias textuales, desde la auto reflexividad y el diálogo hasta el hipertexto y la inclusión de viñetas semi ficcionales “del” pasado(Edmonds 1999; Hodder 1992; Joyce 1994; 2002; Moran and Hides 1990; Tringham 1991; 1994). Tales enfoques tiene gran poder al permitir la crítica de absolutos reclamada en los escritos arqueológicos y el rastreo de los efectos en el mundo real que los discursos producen (Eagleton 1983). Verificación Quizás la mayor crítica al estructuralismo se centra en torno a la noción de verificación. Cómo se hace arqueología estructuralista con rigor? El estructuralismo está notoriamente ligado a vuelos inverificables de fantasía, argumentos infundados, dado que todos los datos pueden ser vistos, con imaginación, como transformaciones uno del otro y de estructuras subyacentes. Muchos análisis estructuralistas aparecen rigurosos y han sido ampliamente aceptados. La percepción de que se puede juzgar los análisis estructuralistas y decidir que unos son mejores que otros implica que se puede discernir los procedimientos para hacer argumentos plausibles (Wylie 1982). El procedimiento de validación más difundido adoptado en la arqueología estructuralista pareciera ser demostrar que las mismas estructuras subyacen a diferentes tipos de datos en el mismo contexto histórico. Cuantos más datos pueden introducirse en los mismos principios organizativos, más plausibilidad es ganada por los principios organizativos mismos. Como en el análisis de sistemas, el análisis estructuralista es convincente si puede reunir, o darle sentido, a datos previamente desconectados. Como vimos, buscar simplemente un patrón (demarcación horizontal y vertical, simetría, etc.) es inadecuado –también necesitamos hacer alguna abstracción sobre el sentido del patrón. Así, en el convincente análisis de Deetz (1977) sobre estilos de desechos, enterramiento y cerámica en sitios históricos americanos, pareciera atravesar el estudio y explicar una amplia variedad de diferentes tipos de datos un contraste temporal entre abstracciones a las que él llama ética comunal e individual. Más recientemente, Parker Pearson (1999) reforzó su idea de las orientaciones de las puertas en las casas circulares de la Edad de Hierro británica se relacionan con preocupaciones simbólicas del pasaje del sol, demostrando que el mismo principio estructurante sirve en otros campos del registro arqueológico, tales como la organización espacial de actividades en el interior de las casas circulares. David Clarke (1972), en su estudio sobre relaciones estructurales en la Edad de Hierro, sitio Glastonbury, fundamentó su caso mostrando la repetición de la misma estructura masculino: femenino en distintos recintos habitacionales y en diferentes períodos de tiempo. Fritz (1978) intentó encontrar las mismas estructuras a nivel local y a nivel regional. Tilley (1984) muestra cómo puede observarse el cambio de una abstracción denominada “limitabilidad” tanto en la decoración cerámica como en el ritual funerario al mismo tiempo. En un análisis del Neolítico en Orkney, Hodder (1982ª) intentó mostrar que las estructuras en el asentamiento, en los enterratorios y en los usos rituales del espacio podían ser correlacionadas, pese a que los datos apenas eran adecuados. La cuestión de la verificación de la estructura –se relaciona la estructura con los datos?- es convencional. Todos los análisis arqueológicos implican interpretar el mundo real en el proceso de observación, y luego adecuar las propias teorías a esas observaciones para construir un argumento plausible, adaptable –la pretensión de hacer otra cosa es ilusoria. El análisis estructuralista procede

por los mismos principios. Por ejemplo, en el análisis del arte Nuba (ver arriba, p. 48), cuanto más y más variado el arte que pueda generar la gramática generativa, tanto más plausible es esa gramática. Podemos preguntar si aparecen diseños que no respondan a las reglas. Por ejemplo, alguna vez las “palabras” se juntan en los lados, más que en los ángulos? De hecho, aparece muy rara vez, si es que aparece. Lo mismo se aplica a . Estos motivos no están permitidos por la gramática, y que no aparezcan en el arte fundamenta la gramática misma. Es importante reconocer que las estructuras no necesitan ser universales, y su pretendida universalidad no debería ser una parte mayoritaria del procedimiento de validación. Las estructuras mismas pueden ser bastante específicas (como en el uso Nuba del diseño en cruz). Pero es especialmente el contenido del significado el que debería tener una significación histórica particular. Así, la cruz Nuba no es sólo una estructura de diseño, es un símbolo altamente emotivo, con una significación histórica fuerte pero particular que afecta su uso social en el arte Nuba (Hodder 1982ª). Parte de la validación de los análisis estructuralistas en arqueología debe por tanto referir a la abstracción de significados particulares relacionados con las estructuras. En algunos casos, donde hay continuidad histórica con el presente, los significados asignados al pasado aparecen convincentes. Así, la identificación de Glassie (1975) de ciertos tipos de construcciones, fachadas y habitaciones como “públicas” o “privadas” y su asociación de la asimetría con “naturaleza” y “lo orgánico”, es convincente porque la América del siglo XIX está próxima a nosotros. Podríamos estar personalmente mucho menos convencidos si la asimetría se relacionara con “lo orgánico” en Kenia o en la Hungría prehistórica. Los peligros emergen cuando los significados se aplican transversalmente, desde un punto de vista cultural, sin referencia al contexto. Así, Leroi-Gourhan (1982) fue mucho más cauto al identificar diseños “masculinos” y “femeninos” en cuevas paleolíticas. Pero en los períodos prehistóricos donde están presentes más datos contextuales y asociativos, se puede construir cuidadosamente la imputación de significado. Así, en el Neolítico europeo, Hodder (1984ª) propuso que las tumbas significan casas sobre la base de ocho puntos de similitud entre ellas. Las asociaciones contextuales y funcionales también permiten inferir una comunidad de significados. Claramente no podemos asumir con confianza que si un objeto es encontrado en una tumba masculina tiene cualidades “masculinas”, o que un artefacto encontrado en un sitio ceremonial tiene significados “rituales”, pero tales supuestos son rutinariamente elaborados por los arqueólogos. Con una cuidadosa y crítica consideración del contexto, los significados pueden hacerse plausibles. Podría pensarse que debería presentarse una dicotomía entre explicación estructural y funcional, sugiriendo que una manera importante de sustentar una teoría sobre una de ellas es mostrar que los datos no están adecuadamente explicados por la otra. Ciertamente, McGhee fundamenta su caso sugiriendo que no hay una necesidad funcional de usar marfil o asta para distintas categorías de herramientas y armas. Este tipo de argumento es peligroso porque a menudo asume una primacía del lado material, funcional: primero se explican las funciones, y todo lo demás es “mental”. Pero el argumento asume también falazmente que hay una dicotomía entre significado funcional y simbólico. Como muestra el ejemplo de McGhee, un ítem puede ser parte de una caja de herramientas, pero al mismo tiempo puede ser parte de un conjunto estructurado de categorías. Como arqueólogos, podemos tomar en cuenta factores deposicionales y post deposicionales y aún encontrar asociaciones funcionales entre los objetos en nuestros sitios. Tales relaciones funcionales juegan un rol en los significados asignados a los objetos –parte de la significación simbólica y cognitiva de los objetos deriva de su uso. En el capítulo 2 vimos que la asignación de funciones depende de imputar significado simbólico. Una vez más volvemos aquí a las nociones de cultura material como objeto tanto como signo, de influencias en dos sentidos, de una necesaria unidad.

Un ejemplo puramente hipotético puede aclarar el punto (para un ejemplo comparable de la vida real ver Parker Pearson 1999). Imaginemos que se encuentran en una región algunas casas largas prehistóricas. Están alineadas NO-SE con las entradas en los extremos SE. Se sugieren dos hipótesis “en conflicto”: o el alineamiento de las casas se debe a que prevalece el viento del NO, o que el eje NO-SE tiene un significado simbólico. Ambas hipótesis pueden sostenerse en sus distintos modos, una mostrando que efectivamente el viento prevaleciente era del NO, la otra identificando la misma estructura en otros terrenos. Por ejemplo, el mismo eje NO-SE puede ser encontrado en enterramientos y sitios rituales, y en otros aspectos del uso del espacio en asentamientos. Pero de hecho las dos hipótesis no son contradictorias. Al darle sentido al mundo que nos rodea comúnmente hacemos uso de las posiciones del sol, la luna, ríos, montañas y viento; igualmente, la significación simbólica dada al viento y el eje prevalente afectará las decisiones sobre cómo disponer casas y asentamientos. Así el uso funcional y las disposiciones ambientales son partes del proceso de dar sentido al mundo, y la validación de las estructuras de sentido no debería depender a aplanar tales factores. Vimos que se pueden hacer argumentos estructuralistas plausibles mostrando que las estructuras responden a muchos datos de diferentes categorías. También es necesario fundamentar las estructuras en el contenido de su significado y en sus contextos de uso. De estas variadas maneras podemos mostrar, en los datos, que ciertos argumentos no hacen agua. Así un ítem que se supone “masculino” es encontrado en una tumba femenina, o una fase de actividades “comunitarias” tiene muchas características “individuales” y muchas puntas de flecha están hechas de marfil. Por supuesto se puede argumentar que ha ocurrido una “transformación” de la estructura en los casos que no “encajan”, pero en algún punto la propia ingenuidad intelectual se vuelve insostenible, al menos para otros, y se buscan otras estructuras diferentes que respondan por los datos. Conclusión: la importancia de la arqueología estructuralista En este capítulo el énfasis se desplazó a los códigos simbólicos y las estructuras de la mente. En el próximo capítulo se describirán otros tipos de estructura, tecnológicas y sociales. La principal importancia de todo este trabajo en arqueología es que nos lleva a otro nivel de análisis. Ya no estamos atados a la cuantificación de presencias, sino que también somos conducidos a la interpretación de ausencias. El sistema ya no es todo lo que hay –hay también estructuras a través de las cuales toma su forma. Dado que las sombras continuas de variaciones en la vida sobrepasa nuestra capacidad de darle sentido al mundo, imponemos estas estructuras para ayudar a simplificar las diferencias y organizarlas en categorías que podamos aprehender. Todavía no hemos encontrado adecuadamente el agente en un contexto cultural e histórico, como deja en claro la crítica descripta arriba, pero hemos avanzado parcialmente en nuestro camino, particularmente en la concepción de la cultura como significativamente constituida. El estructuralismo provee un método y una teoría para el análisis de significados de la cultura material Los arqueólogos procesuales han estado largamente involucrados con las funciones de los símbolos. Como vimos, la función es un importante aspecto del significado: el uso y la asociación de una vasija con su contenido, con el fuego sobre el cual se cocinan esos contenidos, con la identidad tribal y con la jerarquía social, son todos importantes, si bien no determinantes, de los significados simbólicos de la vasija. Pero los arqueólogos procesuales no se han involucrado con la organización de esas asociaciones funcionales en las estructuras de significado. Sean cuales fueren las limitaciones del estructuralismo, provee un primer paso hacia una aproximación más amplia.

Más aún, el estructuralismo, en cualquiera de sus formas, le aporta a la arqueología, de cualquier tipo, la noción de transformación. Schiffer (1976), por cierto, notó la importancia de las transformaciones culturales, pero el estructuralismo aporta un método y un nivel de análisis más profundo. Como señala Faris (1983), la cultura material no representa las relaciones sociales –más bien representa un modo de ver las relaciones sociales. Desde el trabajo sobre desecho de artefactos que muestra que las nociones de “suciedad” intervienen entre residuos y sociedades (Okely 1979; Moore 1982), hasta el trabajo que muestra que el enterramiento es una transformación conceptual de la sociedad (Parker Pearson 1982), la contribución estructuralista es clara. Se pueden estudiar las reglas de transformación, se dice, a través de un análisis sistemático. Una contribución igualmente importante y que está relacionada es que diferentes esferas de la cultura material y de la actividad humana (enterramientos, asentamientos, arte, intercambio) pueden ser transformaciones de los mismo esquemas subyacentes, o pueden ser transformaciones las unas de las otras. Más que ver cada área como un subsistema separado, cada una puede estar relacionada con la otra como diferentes manifestaciones externas de las mismas prácticas. La importancia del concepto de que la cultura está significativamente constituida es clara en este reunir varios campos de los datos y análisis arqueológicos. Hasta aquí, hemos prestado poca atención a uno de los encuentros más fecundos entre estructuralismo y arqueología: los estudios históricos de la cultura material americana (Deetz 1967, pp. 86–93; 1977; Glassie 1975; Leone 1988; Leone and Potter 1988; Palkovich 1988; Yentsch 1991). Cerramos este capítulo con algunos de estos autores porque proveen casos de estudio (ver también Tilley 1991) que retienen la contribución estructuralista, pero la sitúan dentro de contextos vividos y probados. Por ejemplo, el estudio de Yentsch sobre cómo los significados jerárquicos en la cerámica refieren a estructuras jerárquicas en la división del espacio (público vs. Privado, masculino vs. Femenino) de los hogares americanos de los siglos 18 y 19 va más allá de la simple detección de estas esferas opuestas a una consideración de las personas (esclavos, mujeres, niños, hombres más grandes y más pequeños) que animan esos espacios. Yentsch considera cómo ocupar ciertos espacios, tales como ciertas habitaciones en una casa, y usar los tipos de cerámica adecuados a cada espacio, produce y reproduce la desigualdad entre los miembros de una misma sociedad y de una misma familia. Ensayos de Palkovich (1988) y Leone (1988) iluminan los modos en que las personas pueden haber desafiado esas mismas estructuras significativas (la “Cosmovisión georgiana” según Deetz 1977) y el sistema jerárquico de valores que encierran. Estos ejemplos de la arqueología histórica americana revelan como las estructuras cosmológicas sirven a los intereses de sólo algunos sectores de la sociedad y cómo esas estructuras se vuelven un medio para el conflicto entre diferentes sectores. Discutiremos esta preocupación por los intereses sectoriales y el conflicto social en los próximos dos capítulos.