historias elenawhite


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EL CALCETÍN DETRÁS DE LA PUERTA Como fue contado por A. L. White Detrás de la puerta en un lugar oscuro, cerca de la cocina de su hogar en Rochester, New York, la hermana White colgó un calcetín viejo. No le dijo a nadie del asunto. Era su secreto. Ellos tenían una familia bastante grande, porque incluía a los obreros de la casa publicadora. El hermano White le daba a su esposa una cierta cantidad de dinero cada semana para afrontar los gastos de llevar adelante el hogar. El dinero escaseaba, pero de alguna manera, la hermana White se las arreglaba comprando cuidadosamente, para ahorrar un poquito cada semana. Algunas veces ella conservaba cincuenta centavos y los ponía en el calcetín. Otras veces nada más quedaban cinco centavos o aún menos. La hermana White era una mujer muy práctica. Ella sabía que vendrían emergencias y que cada familia debía tener un poco de dinero ahorrado para afrontarlas. Así que de tiempo en tiempo, ella añadía un poquito al fondo de emergencia que guardaba en el calcetín. Un día el pastor Jaime White vino a la casa de la oficina publicadora y dijo, "Elena, necesito dinero para papel y simplemente no tenemos. Nuestra gente no nos ha enviado dinero como debía. Estamos listos para imprimir la Review. El papel ha sido encargado. Está en la ciudad, pero como tú sabes, no puedo obtenerlo de la oficina de correos hasta que lo pague. "¿Qué puedo hacer?" "Jaime, ¿cuánto necesitas?" preguntó ella. "Sesenta y cuatro dólares, y no sé donde puedo conseguirlos". Sin decir una palabra, la Sra. White fue al armario y abrió la puerta y sacó el calcetín. Jaime White la miró sorprendido. Este era un secreto de la señora White que él no conocía. La Sra. White vació el calcetín sobre la mesa y juntos comenzaron a contar. ¿Habría suficiente? Cincuenta dólares, cincuenta y cinco, sesenta, sesenta y uno, sesenta y dos, sesenta y tres...¡¡SESENTA Y CUATRO!! ¡Tenían suficiente! El pastor White puso su brazo alrededor de su esposa y le dio un gran beso. Cuán orgulloso estaba él de ella. Cuán contento estaba que ella había previsto lo suficiente como para ahorrar, aún un poquito cada semana, para una emergencia. El pastor lleno de gratitud se apresuró a la oficina de correos a obtener la provisión de papel. Pienso que el que lo atendió se debe haber preguntado por qué el pastor White pagó la cuenta con monedas tan pequeñas. Pero la Review and Herald se publicó a tiempo. 2 Centro White – Div. Int. - UM Algunas veces la hermana White habló a familias adventistas del séptimo día, animándolos a ahorrar algo regularmente, aunque fuera muy poquito. En una carta a un joven que estaba trabajando, ella dijo que debía ser una norma en su vida ahorrar una parte del salario de cada semana. El debía adoptar como norma la costumbre de "Apartar cada semana una porción de su sueldo y guardarlo cuidadosamente, no tocándola excepto en caso de emergencia' (Mensajes Selectos, Tomo 2, p. 381). Ella le dijo que si él hubiera hecho esto en vez de gastar cada centavo que ganaba, hubiera podido poner algo de dinero en el banco ganando intereses, o podría haber comprado un pequeño lote de terreno que tendría más valor a medida que pasaba el tiempo. Cuando ella estaba en reuniones campestres y veía algunos de los niños y niñas gastando tanto de su dinero en helados y caramelos, se preocupaba por dos razones. Estas cosas que ingerían entre comidas, eran especialmente dañinas para el cuerpo, y además todos esos centavos podrían haberse ahorrado para cosas más útiles. (Counsels on Diet and Foods, p. 329). La hermana White nos da un ejemplo en los primeros días cuando, como madre joven apartaba algo cada semana en el calcetín y así ayudó a la causa de Dios en una emergencia. Ella nos insta a negarnos a nosotros mismos y ahorrar algo cada semana para la causa de Dios y para una emergencia en nuestra experiencia, si ocurriera. (Basado en el relato de W. C. White) El misterio de la redecilla desaparecida (Sugerimos contarla el sábado 14 de noviembre) Texto bíblico: “Pero hay un Dios en el cielo, que revela los misterios”. Daniel 2:28. Objetivo: Mostrar que no debemos desear lo que es de otros y que la mentira tiene consecuencias serias. Recursos utilizados: Una hebilla muy bonita para el cabello, una redecilla de cabello, una lamparita a kerosene o alcohol. Introducción: Miren mi linda hebilla. Es realmente linda, ¿no es cierto? Espero que nadie de la iglesia

haya sentido envidia de mi hebilla nueva. ¿Saben? La historia de hoy es sobre esta redecilla de cabello. Antiguamente, las mujeres usaban algo así para proteger su cabello. Se arreglaban el cabello haciendo un rodete, y luego se colocaban la redecilla para que el viento no arruinara el peinado. A Elena de White le gustaba usar una redecilla como esa. Pero, un día sucedió algo misterioso. La redecilla simplemente desapareció. ¿Qué había sucedido? Historia: Elena de White había quedado viuda, y vivía sola en una casa grande cerca de un colegio adventista. A ella no le gustaba estar sola, y entonces, invitó a algunas jóvenes del colegio a vivir con ella. Entre ellas había una joven inteligente que ayudaba dando clases en el colegio. La llamaremos Betty. A Betty le gustaba mucho la compañía de la Sra. de White, pues era como una madre para ella. Siempre estaba dispuesta a darles buenos consejos. También las sorprendía de vez en cuando con algunos regalitos. El grupo vivía feliz allí hasta que surgió un problemita. Cierto día, Betty fue hasta el cuarto de la Sra. Elena para darle un mensaje. Pero ella no estaba allí. Sobre la cómoda Betty vio algo que le llamó la atención. Era una redecilla de seda para el cabello. Era muy bonita. Ella se acercó y la tomó en sus manos. Era tan delicada, diferente de las otras redecillas de algodón. “Ah, cómo me gustaría tener una redecilla así...”, pensó. Y Betty hizo una cosa muy fea. Tomó la redecilla y la escondió dentro del baúl que estaba en su cuarto. Pensó que la Sra. White no se daría cuenta que le faltaba. Pero, esa tarde, la Sra. White necesitó su redecilla. La buscó en todos los lugares, y no la encontró. A la noche, después del culto con las jóvenes, les preguntó si alguna había visto la redecilla. Betty quedó callada, y no dijo la verdad. Al día siguiente, Dios le impresionó a la Sra. White de ir a mirar dentro del baúl. Se sintió muy triste cuando vio que la redecilla estaba allí. Pero le dio una oportunidad a Betty para que dijera la verdad. Aún así Betty no confesó. Al contrario, por miedo de que fuera descubierta, ella tomó la redecilla y la quemó para que la Sra. White nunca supiera lo que había sucedido. Pobre Betty. Se olvidó de que Dios era amigo de la Sra. White y él le había mostrado en visión la escena cuando la joven quemó la redecilla. Cuando la Sra. White contó que había recibido la visión, Betty reconoció su error y dijo que no pensaba que Dios le mostraría en visión algo sin importancia como una redecilla. Elena de White perdonó a Betty y le enseñó que Dios la amaba tanto que no podría permitir que esa actitud pasara sin una corrección. Llamado: Saben, niños, Betty se arrepintió, y no solo confesó su pecado sino que también entregó completamente el corazón a Dios. Ella nunca se olvidó de que a Dios le importan hasta las cosas pequeñas de nuestra vida y que él nos ama más de lo que podemos imaginar Versión completa Todo ocurrió hace muchos años, en el Norte de California. La Sra. Ellen White, la mensajera del Señor, estaba viviendo en Healdsburg solamente unas pocas cuadras de nuestro nuevo colegio. Como su esposo, el pastor Jaime White había fallecido, la hermana invitó a varias señoritas jóvenes para vivir en su hogar mientras asistían a la escuela. Entre éstas estaba una jovencita de notable habilidad, que enseñaba algo en la escuela. ¡Cómo disfrutaba esta joven la vida en el hogar de la señora White! Era una casa grande de dos pisos, rodeada de un hermoso jardín y de árboles frutales. La señora White era una madre comprensiva, de un gran corazón para las jóvenes que vivían con ella. Todo marchó bien por unos pocos meses. Mas algo sucedió. Mientras esta chica pasaba por el dormitorio de la señora White, al hacer un mandado, vio algo sobre el tocador lo cual codició mucho. Se detuvo, lo miró y

entre más lo miraba más sentía quererlo. Al ver que nadie la observaba estiró su mano y lo tomó para sí. ¿Y qué era? ¿Un reloj, o algo de valor? No, era solamente una redecilla para el cabello. Las mujeres de ese tiempo a menudo usaban una redecilla para mantener en compostura su cabello. Era una redecilla de seda, bien hecha. La señora White no la echaría de menos, pensó ella. Además era algo que tanto había deseado tener. Salió del cuarto de la señora White con la redecilla en su puño y yendo a su cuarto abrió su baúl y la guardó en él. Cerró el baúl y continuó haciendo sus deberes. Pero ya no había una canción en su corazón ¿saben por qué? Ese mismo día unas horas más tarde, la señora White comenzó a prepararse para salir. Se cepilló el cabello y pensó ponerse la redecilla como era costumbre en aquellos días, pero no pudo hallarla en ningún lado. No estaba en el tocador, ni en gaveta alguna. La buscó arriba, abajo, detrás, adelante y no la halló; se le había perdido. Dándose por vencida, salió sin su acostumbrada redecilla. Esa noche a la hora del culto, las jóvenes se reunieron con la señora White alrededor de la chimenea. A menudo, durante el culto, les contaba una historia de los primeros días del Movimiento Adventista. ¡Cómo disfrutaban de ese momento! Mas esa noche la señora White tenía una pregunta para ellas. ¿Alguna de ustedes ha visto mi redecilla? Estaba encima de mi tocador en la recámara. Cuando fui a buscarla donde la dejé no la hallé. No pudo haberse ido sola. Alguien debe haberla tomado. Nadie pareció saber algo de la redecilla, pues ninguna comentó nada; nadie habló. Había una damita entre ellas que no deseaba que la señora White hablara acerca de la redecilla. El asunto fue dejado a un lado. Unos dos días más tarde, mientras la señora White estaba pasando por el dormitorio de esta niña, una voz pareció decirle: "Levanta la tapa de ese baúl". Pero ese baúl no era de su propiedad. Jamás debería ni siquiera mirar dentro del baúl de otra persona. Otra vez la voz pareció decirle: "Levanta la tapa de ese baúl". Ahora reconoció que era la voz del ángel y debía obedecer. Abrió el baúl. En efecto, allí estaba la redecilla extraviada. Cerró el baúl y siguió con sus tareas. Esa noche, cuando la familia se reunió otra vez en el culto, la pregunta de la redecilla surgió nuevamente: "¿Alguien sabe dónde está mi redecilla? Estoy segura que puede ser hallada. No se pudo extraviar sola". No hubo respuesta alguna. Nadie parecía saber algo de la redecilla extraviada. La señora White no presionó más sobre el asunto. Una de las jovencitas sí estaba preocupada, y en su corazón propuso destruir la redecilla, no fuera a suceder que la señora White descubriera dónde estaba. Unos pocos días más tarde, la señora White estaba sentada en la sala, frente al fuego de la chimenea ocupada en escribir. Por varias horas había estado escribiendo y su mano estaba cansada, también sus ojos y su mente. Dejó su pluma, miró hacia el fuego y entonces tuvo una visión que duró segundos. Esta fue una de las visiones más cortas de las que le fueron dadas. En la visión vio la mano y el brazo de una niña. En la mano estaba la redecilla. Vio también sobre la mesa una lámpara de petróleo encendida. Miró la redecilla en la mano de la niña, y vio cómo lentamente la redecilla fue puesta en la llama de la lámpara y en segundos fue consumida por el fuego y desapareció. La visión había concluido. Esa noche, la familia estaba reunida alrededor del fuego. La señora White preguntó de nuevo por la redecilla. "¿Alguien sabe lo que ha pasado con la redecilla?". Alguien debería saber, pero nadie dijo nada. La señora White abandonó el tema. Unos momentos más tarde, la señora White llamó aparte a la niña en cuyo baúl había visto la redecilla. Le contó de la voz que le había hablado. Le dijo lo que vio al abrir el baúl. Le contó de la visión que había tenido y lo que en ella se le había mostrado respecto al fin que había tenido la redecilla al consumirse en la llama de la lámpara.

La muchacha se puso a llorar. "Sí hermana White" -dijo- "yo tomé la redecilla. Yo la quería tanto y no pensé que usted se daría cuenta que le faltaba. Pero cuando usted comenzó a preguntar más y más sobre el asunto, temí que descubriera que yo la había tomado. Entonces decidí quemarla en la llama de la lámpara, tal como usted vio en visión. Ahora, me dije a mí misma, nadie sabrá acerca de la redecilla". ¡Qué error cometí! Dios que creó la tierra y sostiene a los mundos en sus órbitas, mandó a su ángel para dar a Elena White una visión por un asunto aparentemente sin importancia. Pero no era un asunto sin importancia. El alma de una jovencita estaba en peligro mortal. Era miembro de iglesia, iba a la Escuela Sabática, y a la iglesia; era una Adventista del Séptimo Día, y sentía que era una buena cristiana, pero no se daba cuenta que tenía defectos de carácter que tenía que corregir. Cuando vio que Dios la amaba tanto que estuvo dispuesto a enviar a su ángel a esta tierra con una visión para la hermana White, comenzó una relación diferente con Jesús. ¡Cuán importantes son las cosas pequeñas para Dios! No solamente confesó su pecado de robo, sino que esta experiencia se tornó en una experiencia decisiva para su vida. Entregó su corazón a Dios, y vivió una vida cristiana amable y consecuente por el resto de su vida. Un caballo llamado Charlie (Sugerimos contarla el sábado 5 de septiembre) Texto bíblico: “El justo cuida la vida de su bestia, pero las entrañas del impío son crueles”. Proverbios 12:10. Objetivo: Mostrar que Dios dirigía a Elena de White también en las situaciones comunes de cada día. Recursos utilizados: Láminas de carros, diligencia y de tres caballos diferentes. Uno debe ser manchado, de pelo castaño. Una bolsita con monedas para representar 175 dólares. Introducción: Estamos acostumbrados a pensar que Dios solo revelaba cosas grandes y poderosas a Elena de White. Pero, ¿sabían ustedes que la Sra. Elena de White llegó a ser una amiga tan especial de Dios que a ella le gustaba preguntarle sobre cosas sencillas que debía hacer o decidir? La historia de hoy es sobre una elección que Jaime y Elena debían hacer y de cómo Dios les mostró cuál era la mejor opción. Historia: En el tiempo cuando Elena y Jaime White vivieron no había autos como los que tenemos hoy. En esa época las personas usaban carros, carretas o diligencias, que eran como carruajes antiguos. En estas ilustraciones pueden ver cómo eran (Mostrar las láminas). Muchas veces Elena y Jaime tenían que viajar por muchos lugares en ese medio de transporte. Pero ellos no tenían su propio carro. A veces, algún vecino o alguien de la iglesia, les prestaba el carro y un caballo para que pudieran viajar. Pero un día, algunas personas resolvieron ayudar a los White a comprar su propio caballo y un carro para que pudieran viajar cuando lo necesitaran. Consiguieron juntar 175 dólares (mostrar la bolsita de dinero) y dejaron que Elena y Jaime eligieran el caballo que quisieran. Elegir un caballo podría parecer algo sin importancia, algo muy sencillo, pero saben lo que hizo Elena. Ella oró a Dios y le pidió que los ayudara a elegir. Dios le mostró que un granjero ofrecía tres caballos para que eligieran uno. Le mostró que debía elegir el caballo manchado, de pelo castaño, llamado Charlie. El ángel había dicho en la visión de la noche: “Ese es el caballo apropiado para ustedes”. Al día siguiente sucedió exactamente como Dios lo había mostrado. Cuando Elena vio a Charlie, ella sabía que ese era el caballo que Dios había elegido para ellos. Charlie sirvió a la familia White por muchos años. Elena amaba los animales y apreciaba especialmente el caballo Charlie. Ella lo trataba muy bien, y permitía que se detuviera a comer las manzanas de los árboles a lo largo del camino. Llamado:

Podemos pensar que Dios no está interesado en ayudarnos a resolver cosas sencillas de nuestra vida diaria, pero eso no es verdad. Él siente placer en ayudarnos a hacer elecciones y a tomar decisiones. Y lo mejor de todo, siempre que pedimos que él nos ayude, él nos dará lo mejor. Así como fue con Elena en la elección de su querido caballo Charlie. EL TESORO DE LA ARDILLA - Maíz en lugar de nueces (Sugerimos contarla el sábado 14 de febrero) Texto bíblico: “Sed benignos, compasivos unos con otros [...]” Efesios 4:32. Objetivo: Mostrar que Elena era bondadosa y se preocupaba con los animalitos. Recursos utilizados: Un paquetito de maíz seco y algunas nueces o avellanas, ardilla de peluche. Introducción : Buenos días niños. ¿Saben lo que tengo aquí en mis manos? (Mostrar las nueces o avellanas). Este es un alimento muy apreciado por las ardillas. A ellas les gusta guardarlas en sus cuevas, especialmente cuando se aproxima el invierno. Elena era una niña que amaba los animales y se preocupaba por ellos. La historia de hoy cuenta como ella resolvió un problema que tuvo con las ardillas. Historia: Era un día de octubre y Elena estaba jugando con sus vecinos en un bosque grande. Los pajaritos cantaban felices, mientras los niños corrían de un lado a otro. “Ey, vean lo que encontré aquí en este árbol”, dijo unos de los niños colocando la mano en una parte hueca del tronco. Los niños se acercaron para ver en qué consistía el gran descubrimiento. El niño retiró la mano y mostró un puñado de nueces. En poco tiempo las otras manos también quedaron llenas de nueces. Los niños no perdieron tiempo y comenzaron a guardar las nueces en sus bolsillos. Elena pronto entendió lo que sucedía. Con seguridad esas nueces habían sido guardadas por las ardillas para servir de alimento en el invierno. “Ustedes no deberían sacar esas nueces”, dijo Elena con preocupación. “Además que no nos pertenecen les hará falta a las ardillas que trabajaron tanto para almacenarlas”. La mayoría de los niños se rieron y no hicieron caso a lo que Elena les dijo. Una niña rompió una de las nueces y mientras comía dijo: “Las ardillas pueden conseguir otras. Todavía tienen mucho tiempo hasta el invierno”. Pero Elena no estuvo de acuerdo con esa actitud. Ella fue corriendo hasta su casa y llenó una bolsita con maíz seco (mostrar el maíz). Entonces volvió al bosque y comenzó a llenar la cueva de las ardillas con maíz. “Siento mucho que hayan sacado las nueces” dijo. “Tal vez no les guste tanto el maíz como las nueces, pero es lo mejor que pude conseguir”. Desde bien pequeña Elena amaba a los animalitos y procuraba ser siempre bondadosa con ellos. Llamado: Nosotros también debemos ser bondadosos con los animales, y no debemos permitir que les hagan daño. Cuando tratamos bien a los animales Jesús se siente feliz con nosotros porque él también ama a los animales. Al final, ellos también son seres creados por Dios. Recuerden hacer siempre el bien a los animalitos. Una buena idea es preparar un alimentador para pájaros, cuesta barato y ellos se sentirán alegres de visitarlos todos los días EL VIAJE AL CIELO - Notas biográficas de Elena G. de White, Page 210 Mientras estaba en Battle Creek, en agosto de 1868, soñé que estaba con un gran grupo de personas. Una porción de esta asamblea comenzó un viaje. Teníamos carruajes pesadamente cargados. Mientras viajábamos, el camino parecía ascender. A un lado de este camino había un

profundo precipicio; del otro lado había un muro blanco, alto y liso, como el que hay en las habitaciones revocadas. A medida que proseguíamos el viaje, el camino se hacía más angosto y más alto. En algunos lugares parecía tan estrecho que llegamos a la conclusión de que no podíamos viajar más en carros cargados. De manera que soltamos los caballos, tomamos una porción del equipaje de los carros, la colocamos sobre ellos, y proseguimos, cabalgando. Al continuar, la senda siguió angostándose. Nos vimos obligados a pegarnos lo más cerca posible del muro, para evitar caer del estrecho camino al profundo precipicio. Al hacer esto, el bagaje que estaba sobre los caballos raspaba el muro y hacía que nos ladeáramos hacia el precipicio. Temíamos caer, y ser hechos añicos sobre las rocas. Sacamos entonces el equipaje de encima de los caballos, y éste cayó en el precipicio. Continuamos a caballo y al llegar a los lugares más estrechos en el camino teníamos mucho temor de perder el equilibrio y caer. En tales ocasiones, una mano parecía tomar las riendas y guiarnos por el camino peligroso. Como la senda se hacía más estrecha aún, decidimos que no podíamos viajar seguros cabalgando; dejamos los caballos y continuamos a pie, de a uno, cada cual siguiendo los pasos del anterior. En este punto parecieron descolgarse unas cuerdas pequeñas del alto muro blanco. Las tomamos con ansiedad, para que nos ayudaran a guardar el equilibrio por la senda. A medida que viajábamos, la cuerda se movía con nosotros. Por fin el sendero se hizo tan angosto que llegamos a la conclusión de que podíamos viajar con más seguridad sin zapatos ni medias. Nos los quitamos y viajamos descalzos. Entonces pensamos en aquellos que no se habían acostumbrado a soportar privaciones y durezas. ¿Dónde estaban ahora? No se hallaban en el grupo. Cada vez que el camino cambiaba, algunos quedaban atrás, y permanecían solamente los que estaban acostumbrados a soportar vicisitudes. Las privaciones del camino solamente hacían que estas personas estuvieran más ansiosas de proseguir hasta el fin. Nuestro peligro de caer del sendero aumentaba. Nos pegamos a la pared blanca y sin embargo no podíamos colocar nuestros pies completamente en el sendero, porque era demasiado angosto. Entonces suspendimos todo nuestro peso de las cuerdas exclamando: “¡Nos sostienen desde arriba! ¡Nos sostienen desde arriba!” Las mismas palabras fueron pronunciadas por todos los miembros del grupo que marchaba por el estrecho sendero. Al escuchar el ruido de la alegría y la rebelión que parecía provenir del abismo que estaba debajo, nos estremecíamos. Oíamos juramentos profanos, chistes vulgares y cantos bajos y viles. Oíamos cantos de guerra y cantos de baile. Oíamos instrumentos musicales y risotadas ruidosas, mezcladas con maldiciones y clamores de angustia y de amargo lamento. Entonces aumentaba más que nunca nuestra ansiedad por mantenernos en el estrecho y difícil sendero. Gran parte del tiempo nos veíamos obligados a suspendernos completamente de las cuerdas, que aumentaban en tamaño a medida que progresábamos. Yo noté que el hermoso y blanco muro estaba manchado de sangre. Producía un sentimiento de lástima ver la pared así manchada. Eete sentimiento sin embargo, duró sólo un momento, pues pronto pensé que todo era como debía ser. Los que seguían detrás sabían que otros habían pasado por la senda estrecha y difícil antes que ellos, y concluían que si a otros les fue posible proseguir su marcha hacia adelante, ellos podrían hacer lo mismo. Y cuando la sangre comenzara a manar de sus doloridos pies, no desmayarían con desánimo; sino que, viendo la sangre sobre la pared, sabrían que otros habían resistido la misma dificultad. Por fin llegamos a un gran precipicio, en el cual terminaba nuestro camino. No había nada ahora para guiar nuestros pies, nada sobre lo cual dejarlos descansar. Nuestra entera confianza debía

estar en las cuerdas, que habían aumentado en tamaño hasta ser tan gruesas como nuestros cuerpos. En este punto nos acosó durante un tiempo la perplejidad y la angustia. Con medrosos susurros inquiríamos: “¿A qué está adherida la cuerda?” Mi esposo estaba precisamente delante de mí. Grandes gotas de sudor caían de su frente; tenía las venas del cuello y de las sienes engrosadas hasta el doble de su tamaño habitual, y gemidos contenidos y agonizantes se escapaban de sus labios. El sudor me chorreaba por la cara y sentí tanta angustia como nunca antes. Estábamos frente a una terrible lucha. Si aquí fracasábamos, todas las dificultades de nuestro viaje habrían sido en vano. Delante de nosotros, del otro lado del precipicio, se extendía un campo hermoso de pasto verde, de unos 15 cm. de alto. No podía ver el sol, pero rayos de luz brillantes y suaves, que se parecían al oro y la plata finos, descansaban sobre ese campo. Nada que hubiera visto sobre la tierra podía compararse en belleza y gloria con este campo. ¿Pero tendríamos éxito en llegar hasta él? Esta era la ansiosa pregunta. Si la cuerda se rompía, estábamos perdidos. De nuevo, en susurros de angustia, fueron pronunciadas las palabras: “¿Qué sostiene las cuerdas?” Por un momento dudábamos aventurarnos. Entonces exclamamos: “Nuestra única esperanza es confiar totalmente en la cuerda. De ella hemos dependido en todo este difícil camino. No nos fallará ahora”. Todavía estábamos dudando con angustia. En este momento escuchamos las palabras: “Dios sostiene la cuerda. No debemos temer”. Las palabras eran repetidas por aquellos que estaban detrás de nosotros, y junto con ellas: “El no nos faltará ahora. Hasta aquí nos ha conducido con seguridad”. Mi esposo entonces se arrojó por encima del terrible abismo hasta el campo hermoso que se veía más allá. Inmediatamente yo lo seguí. ¡Oh, qué sentimiento de alivio y gratitud a Dios experimentamos! Oí voces elevadas en triunfante alabanza a Dios. ¡Yo estaba feliz, perfectamente feliz!

Fuentes: http://www.pmministries.com/centrowhite/Temas/cwmpm38.htm http://downloads.adventistas.org/es/ministerio-del-nino/libros/libro-adoracion-infantil-2015/ http://egwtext.whiteestate.org/publication.php?pubtype=Book&bookCode=NB&lang=es&collection=56§ion=all& pagenumber=211