Historia doble de la Costa, tomo II: El presidente Nieto

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2. CON EL SUPREMO CARMONA: EL DESASTRE DE TESCUA El cojo Antigüedad tenía razón al echar a correr ante la furia desatada del general Carmona: éste era de los Bravos de Páez, uno de los héroes de las Queseras del Medio (1819), un echado pa' lante cuyo generalato en disponibilidad acababa de reconocer el gobierno de la Nueva Granada (enero de 1839), Su denuedo lo demostró toda la vida hasta en la hora de la muerte en 1853, cuando le hizo frente solo, con un palo de cerca, a la gavilla de matones que lo asesinó en su casa de Ciénaga. Pero también era medio corroncho y sus proclamas no eran ningún dechado de ortografía o de buen gusto. Aún se le recuerda por la que terminaba así: "Havitantes: al frente de vosotros como lo habéis deceado me hallo con la espada desnuda, porque he jurado no embainarla hasta no conseguir vuestra presiosa libertad... Seguid los pasos de nuestros ermanos de la provincia de Cartagena y no desamparéis por un momento al que tampoco lo haría con vosotros sino en un campo de laureles''. Ahora, al borde de un bongo de guerra con su estado mayor y con una botella de ron en la mano, Carmona explica al oficial Juan José Nieto lo que espera de él al llegar a los principales pueblos del rio Magdalena: que les anime a pronunciarse contra el gobierno, ayude a redactar las actas respectivas, reclute personal promoviendo reuniones y abriendo cárceles, y levante contribuciones "voluntarias" de guerra. En los principales pueblos riberanos —Sitionuevo, Calamar, Tenerife, Plato y Magangué— se organizan recepciones y fiestas entusiastas, pues no es frecuente que lleguen por allí perso-

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La guerra civil de 1840-1842, llamada de los Supremos, tuvo en la Costa un desarrollo interesante: cinco estados proclamaron su soberanía (Manzanares, Cibeles, Riohacha, Cartagena y Mompox) y decidieron federarse de manera independiente del resto del país. Pero la idea política no logró respaldarse con las armas. Luego de levantar un ejército de costeños, el jefe supremo Francisco Javier Carmona —a quien se le sumaron Nieto y otros personajes de importante figuración posterior, como Manuel Murillo Toro en Santa Marta y Rafael Núñez en Cartagena— lo llevó hasta las montañas de Santander. Allí, el lo. de abril de 1841, en la batalla de Tescua, sucumbió ante la división de cachacos encabezada por nadie menos que el general Tomás Cipriano de Mosquera, defensor del gobierno constitucional. Nieto cayó prisionero en esa batalla / ! / . 1. Detalles de la batalla de Tescua: Gaceta de la Nueva Granada, 499500 (abril 11, 1841), 501 (abril 18 de 1841), 502-Suplemento (abril 25, 1841). Quiero aclarar que, con el fin de agilizar el relato sin afectar lo esencial de los hechos históricos, decidí fundir en una sola acción la escaramuza de la noche anterior y la batalla misma de Tescua. Las comunicaciones, proclamas y partes en manuscrito de Mosquera y sus ayudantes se encuentran en ANC, Secretaría de Guerra y Marina, Vol. 259. fols. 718-755. La otra versión, extraoficial y personal de Mosquera en esta campaña, se puede ver en su correspondencia con Herrán, Archivo epistolar del general Mosquera. 11 (1840-1842), ed. por J. L. Helguera y R. H. Davis (Bogotá, 1972), 167, 196-197, 201 (visita de José Eusebio Caro a Carmona); 260 (caída del caballo en Ocaña); 261 (homenaje femenino a Mosquera en Bucaramanga); 280-281 (apu-

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nalidades como las que integran el ejército de Carmona. Adem á s , éste tiene gran prestigio personal. Aunque hay familias asustadizas que abandonan las casas y huyen al monte y a las laderas de los caños de dentro, Nieto en general no experimenta problemas en conseguir los pronunciamientos de los pueblos. Aún m á s : éstos se firman como un rito de paso, por amistad o compadrazgo, sin discutir nada ni p e n s a r en las consecuencias políticas y militares: por dejar a ver qué pasa... (La falta de trascendencia de estos actos en la vida local y la superficialidad que les acompañaban —todo dentro de la tendencia antibélica y el dejamiento de los costeños— p u d o palparse al cabo de seis meses, cuando llegaron noticias de la primera derrota del Ejército Unido de la Costa en tierras santandereanas. Entonces, los mismos que le habían festejado, uno tras otro, proceden a contrapronunciarse y a denunciar a Carmona como " h o m b r e atrevido y a t o l o n d r a d o " . Así también los generales Herrán y Mosquera no les castigarán cuando prosigan por el río en su campaña del norte para reconquistar a la rebelde Cartagena). En Mompox fue distinto: allí hubo mayor discusión y convicción. El 22 de octubre de 1840 se reunieron ios padres de familia en la iglesia de Santo Domingo " p a r a desconocer la actual administración de la Nueva Granada y declarar la provincia en Estado S o b e r a n o " . Concurrieron a ella tanto los ministeriales (del gobierno) como los oposicionistas (federalistas) quienes, de acuerdo con la tradición componedora de Mompox, se declararon conjuntamente por la necesidad de ' 'establecer un gobierno provisorio que provea a la propia conservación [de la provincia] y les asegure todas las garantías individuales". Prudentem e n t e , no se habló allí de federalismo, sino que se invitó a una convención general " q u e sancione la mejorforma de g o b i e r n o " . Se nombró a Tomás Germán Ribón jefe superior del Estado Soberano de Mompox, a cuyas órdenes quedó el jefe militar residente, teniente coronel Pedro Peña. Como cuerpo consultivo se estableció un Consejo provincial compuesto de cuatro personas allí mismo nombradas. La única disposición no política, que reflejaba uno de los problemas económicos urgentes que se estaban experimentando entonces, era la orden de que "el derecho nacional impuesto sobre la sal [...] se cobrará sólo sobre la que se introduzca de San Pablo a Nechí para arriba [al sur de M o m p o x ] " . [A]

MAR CARIBE

OCÉANO PACÍFICO

C A M P A Ñ A S DEL SUPREMO C A R M O N A Guerra civil de 1840-1841 Marcha Retorno

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Mompox. Iglesia de Santo Domingo, sitio del cabildo abierto de 1840.

Comunicado a Carmona y a Nieto, quienes venían río arriba, este pronunciamiento no fue aceptado. De vuelta en el vapor Unión, que llevaba nuevas tropas a Mompox con el comandante J o s é Padrón, la nueva discusión del documento llevó a la radicalización de las posiciones de los grupos locales momposinos. La guarnición, reunida el 13 de noviembre por la m a ñ a n a , exigió que el nuevo estado se pronunciara claramente por el sistema federal. En la tarde del mismo día, los padres de familia volvieron a reunirse en la iglesia. Hubo larga y agitada discusión, que resultó en el retiro de los ministeriales, encabezados por el terrateniente Atanasio Germán Ribón. Su hermano Tomás renunció a la jefatura superior. Ya homogénea, la asamblea completó el pronunciamiento por el federalismo como "áncora r e d e n t o r a " y por las " h a l a g ü e ñ a s esperanzas que i n s p i r a " ; aumentó las facultades al Jefe Superior y amplió a 15 el número

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Mientras tanto, de Mompox y sus cercanías salieron huyendo de los ejércitos de Carmona y Mosquera un buen número de familias pobres que buscaron refugio en los inmensos playones desocupados de las Tierras de Loba, entre ellas los Mier-Arias, familias que abrirán un nuevo frente de colonización agrícola y pecuaria en la región. Dos aspectos teóricos merecen destacarse del periodo descrito, el cual es s u m a m e n t e importante por las definiciones que produjo: 1. el trasfondo económico de la guerra; y 2. la radicalización política producida por diversas facciones locales. En los textos de historia de Colombia aparece la guerra civil de 1840 como un conflicto eminentemente político c ideológico entre tendencias centralistas y federalistas originado por el cierre de unos conventos en Pasto, y también como resultado del resentimiento personal del general J o s é María Obando, el gran caudillo payanes, contra el presidente J o s é Ignacio de Márquez. Estas razones son justas, pero resultan incompletas para explicar el conflicto. Hubo también causas económicas de fondo por las cuales se enfrentaron entre sí diversos sectores dominantes. Además este conflicto hizo ver claramente que las oligarquías no son monolíticas, sino que constituyen coaliciones inestables o son sectores que compiten entre sí, pero que se alian periódicamente para defender sus intereses generales de clase. Estas facetas del faccionalismo las estudiaremos nuevamente al ver lo ocurrido en la revolución del medio siglo con la antiélite (capítulo 4B) y los artesanos (capítulo 5B). En efecto, durante y mediante esta guerra de 1840 —distinto de lo ocurrido en el sur del país—, la burguesía comercial coste[A]

ros de Mosquera en Tescua y opinión sobre Carmona); 290 (presos e indultos). Prisión de Nieto en Tescua y Bocachica: Autodefensa, 19, 22, 43, 65. Durante el exilio y su vuelta en 1847 ya se le conocía como "coronel Nieto". Pronunciamientos y contrapronunciamientos de Mompox y otros sitios: Soto, II, 218-222, 224-228, 235-237. Desarrollos de la guerra de 1840 en el norte: Posada Gutiérrez, V. cap. 50; VI, caps. 53-55. Sobre la provincia de Pamplona y los indios chitareros: Manuel Ancízar, Peregrinación de Alpha (Bogotá, 1942), 555-556. Los murciélagos del Colegio Pinillos: Soto, II, 230, 258.

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de miembros de la J u n t a Provincial; nombró al comerciante Francisco Martínez Troncoso (el que recibió a Bolívar en el Colegio-Universidad) en reemplazo de Germán Ribón; concedió el mando militar al coronel J o s é María Gutiérrez de Piñeres (hermano del Jefe Superior rebelde de Cartagena, J u a n Antonio, "el perra flaca"); y ordenó que el Jefe Superior dispusiera de los nombramientos y cargos de la provincia: ' 'Todo empleado público o individuo que goce de algún sueldo, que rehuse someterse a este pronunciamiento, que debe firmar, perderá su destino y el goce de que disfruta''. Ese mismo día huyó de la villa, hacia Ocaña, el teniente coronel Peña, en oposición; y poco después se mandó encarcelar a Germán Ribón y otros terratenientes gobiernistas enemigos de la revolución. La cosa ya era más seria que con Garujo y Luque en 1831. [B] Mi tío Marcelino Mier era revolucionario: firmó el acta de Mompox por el federalismo. Pero ni m a m á Tina ni los Gómez, los Benavides y otros compañeros agricultores cambiaron los planes que teníamos de me1

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t e m o s a xas ± ierras uc LOUS. n u o r a estaca preso no Atanasio, el mismo enemigo principal de los trabajadores del campo. ¿Qué más esperar? Los bongos de Carmona ya volteaban por la boca de Tacaloa hacia Pinto. ¡Se nos venían encima! Por fortuna llovía todos los días y los caños iban hasta el borde de agua. Podíamos así entrar por el caño de Guataca y llegar hasta el de Violo, en Cañonegro, para de allí pegar el salto al corral de Palomino en el río Chicagua. Unidos todos sin reparos de política, como en el primer levantamiento de la villa, podíamos tumbar el monte, criar ganado, sacar madera, tagua y cacao, y fundar pueblos donde crecieran nuestros hijos libres del mal de las guerras. De nuevo a ajuntar queso, bolas de chocolate, plátano verde y machetes, como en la expedición contra Canijo, sólo que ahora era para algo de nosotros mismos. María del Rosario Arenilla, la mujer de Faustino Gómez, y Felicia Galindo, la de Manuel, ayudaron a mi m a m á a hacer las compras. Los Benavides (amigos de los Gómez) tenían un chopo con el que iríamos a cazar animales de monte; y mi h e r m a n o Agustín y yo, con

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ña trató de afianzar las posiciones de poder que había alcanzado durante y después de la guerra de Independencia y quiso poner mano en los recursos aduaneros, de transporte y de intercambio en la Costa y fuera de ella, desafiando a los grupos de poder de Bogotá y del interior del país que perseguían los mismos objetivos a nivel nacional. Eran, p u e s , como dos facciones de la misma clase social que luchaban dentro de un mismo marco económico, a u n q u e diferenciadas por regiones. No había muchas divergencias entre estas facciones, en cuanto a la política económica general del país. Ambas estaban de acuerdo en fomentar prudentemente los negocios de exportación e importación, sentar las bases de un mercado interno, y apoyar todavía artesanías y fábricas nacionales de productos propios. El conflicto de 1840 más bien encubrió una rapiña en la clase social dominante por el control de los mecanismos económicos concretos del intercambio comercial a nivel regional, que era donde contaban, sin interferir los modos básicos de producción señorial que venían de la colonia. De allí la formal traducción del conflicto, en simples términos políticos, a federalismo contra centralismo, como es su interpretación más extendida. Es cierto que la camarilla centralista cundiboyacense interfería bastante el manejo de la cosa pública local, pues la Constitución de 1832 exigía referir muchas decisiones al gobierno nacional o al Congreso. Pero no llegaba por eso a dominar la situación y, por el contrario, produjo desazón general con paradójicas medidas, entre ellas las dirigidas a proteger las especulaciones del atrevido financista boyacense J u d a s Tadeo Landínez quien, poco después, entraría en bancarrota y, con él, centenares de familias. (Frank Safford, Aspectos d e l siglo XIX en Colombia, Medellín, 1977, 50-60; Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810-1930, Medellín, 1955, 181-184). En la Costa se percibía con mayor intensidad que en otras partes la urgencia de definir los controles económicos generales, por dos razones por lo menos: 1. La creciente capacidad de la nueva burguesía comercial (y contrabandista) de la Costa de articular sus intereses política y militarmente, con el consiguiente desarrollo intelectual en sus hombres que sobrepasó el de otras provincias del país. 2. La presencia catalítica (a veces armada) en los puertos de Santa Marta, Barranquilla, Cartagena y Mompox de comercian-

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hondas de majagua, un arpón pequeño y un anzuelo de cobre para anzueliar. Hambre no íbamos a pasar... ¡Carajo! con tantas idas y venidas y con el pegapega de Mompox, uno de puro dejao se descuida. De pronto nos llegó el terrible anuncio: Carmona viene por San Zenón. ¡A correr, muchachos! Volamos con el avío a las dos canoas que teníamos arrimadas en el barranco al pie del suán de los ahorcados, en el barrio abajo. Pero ya se alcanzaban a ver los primeros bongos a r m a d o s ; se acercaban con rapidez. Nos hubieran alcanzado si hubiéramos salido en ese momento. Escondimos las canoas bajo las ramas del suán y esperamos a que pasaran. ¡Qué susto ver tanta gente en a r m a s , tanto hierro! Y atrás, en balsas, tanto ganado y caballos, con muchas " j u a n a s " y vivanderas. Aunque no vimos sino dos cañones de batalla con sus montajes. Arrimaron frente al mercado público e hicieron varias salvas de fusilería en saludo al Jefe Superior Troncoso, quien salió para darle un abrazo de bienvenida a Carmona. Empezaron a descargar los equipos y materiales con el fin de llevarlos al Colegio, donde los soldados se iban a quedar. Aprovechando la bulla de la llegada, al fin nos atrevimos a sacar las canoas. Ya estaba atardeciendo, pero teníamos que irnos, ahora o nunca. Nos empujamos con las latas [palos largos] río arriba a la sombra del barranco para ver si podíamos pasar con las canoas frente al puerto del mercado. Tenia que ser por la orilla de la isla de Quimbay lo más alejados posible de los bongos. Por fortuna todos estaban ocupados en el descargue y el recibimiento, mirando hacia el callejón del Colegio y la iglesia de la Concepción. No se oían sino órdenes despóticas de los oficiales: ¡Echen para allá! ¡Levanten aquí! ¡No sean flojos! ¡Capitán Nieto, reúna la compañía! De lejos veíamos a algunos oficiales maltratando a los pobres reclutas. Allí estaba, en efecto, J u a n J o s é Nieto, joven y buen mozo, con una barbucha y negros bigotes retorcidos. Lo reconocería d e s p u é s cuando, al encontrarnos en Cartagena durante una celebración, recordamos aquellos momentos en Mompox. ¡Cómo se reía al

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tes y cónsules ingleses, franceses y norteamericanos (John Glen, Campbell, Adolphe Barrot, Robert Stuart, John Lynch, Santiago y Patricio Wilson), como eficaces agentes de la ideología europea en boga del libre cambio, interesados en crear mercados para artículos extranjeros y en monopolizar nuestros primeros productos nacionales de exportación (mangle, cueros, palo brasil, quina, oro y después tabaco). Glen, en especial, se había convertido en el principal mandarín de Barranquilla en la década de 1830 (Safford, 39). Y el trabajo del conjunto se había facilitado por la presencia de fragatas de guerra francesas e inglesas que a veces asediaban nuestras costas y puertos o intervenían en algunos de nuestros combates navales internos (comoenCispata, 1841). Entre los primeros campeones nacionales de esta tendencia extranjerizante se encontraban, naturalmente, los comerciantes costeños con quienes aquellos agentes entraron en contacto: los Piñeres y Herreras de Mompox, los Amadores, Espriellas y Torres de Cartagena, los Mier y Díaz Granados de Santa Marta, los generales Ignacio Luque (muy apegado a Glen) y Mariano Montilla, entre otros. Algunas de estas familias combinaban el comercio con la explotación hacendil: Mier era también señor de Papares; su pariente Imbrecht era señor de Calenturas; los Paniza, parientes de los Herreras, tenían inmensas propiedades en el San Jorge. Estas familias no eran claramente aristocráticas —especialmente si la referencia es Cartagena— porque ni ellos ni sus antepasados inmediatos se habían vinculado a la carrera militar o administrativa virreinal de donde los ' 'verdaderos aristócratas" cartageneros derivaban su posición y prestigio, muchos de ellos sin haberse convertido en latifundistas. De los mencionados, sólo los Mier y los Herreras (por matrimonio) tenían vínculos con la nobleza momposina que había sido, ella sí, latifundista aunque su fuerza decayera con el advenimiento de la República y la persecución a los realistas. Pero el poder del nuevo grupo radicaba claramente en su control sobre los medios de intercambio, no sólo en el de la tierra. (Cf. Guillen Martínez, 241-248). Estas personas se habían beneficiado igualmente del proceso inflacionario desatado por la guerra liberadora. La familia Piñeres, por ejemplo, había controlado buena parte de la emisión de billetes de esa época y, con ellos, había logrado adquirir bienes a menos precio real o moneda contante (véase el pasquín

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saber que nos les habíamos escapado en sus mismas barbas! Poco a poco nos fuimos escurriendo en la oscuridad del río, hasta cuando pasamos, ya a canalete, por el puerto de las canoas con sus inmensos campanos y guacamayos, y volteamos, al fin, por la boca del caño de Guataca. ¡Adiós, Mompox! ¡Adiós, guerra! "Capitán Nieto, ¡reúna la compañía y llévela al colegio!", bramó el Supremo Carmona después de darle un abrazo y un trago de ron en la plaza de mercado a don Francisco Martínez Troncoso, Jefe Superior del Estado Soberano de Mompox. El alojamiento en el Colegio-Universidad era conveniente, a u n q u e los soldados amanecían cagados por los millares de murciélagos que se habían apoderado de los techos. ¡Caramba! Como todavía hoy... Cosa curiosa: ningún soldado fue mordido por esos vampiros; pero el general Carmona, desde su llegada a Mompox, se vio asediado por manapalitos hasta cuando una de éstas lo aprovechó mientras dormía y lo picó en la frente. Despertó el Saliendo a canalete por la isla de Quimbay hacia el caño de Guataca. Mompox alfondo. (Fotografía de Rodrigo Moneada).

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de 1839 en el capítulo anterior). Otros harán emisiones de moneda propia ( " s e ñ a s " ) , independiente del gobierno, con el pretexto de facilitar las vueltas en las transacciones realizadas en sus tiendas, como Landínez en Bogotá, los Maciá, Benedetti, León, Araújo y Plá en Cartagena y, más tarde, los hermanos Ribón en Mompox y J u a n Mainero Trueco en el Banco de Cartagena. Estas emisiones eran inflacionarias, pero produjeron el enriquecimiento de las familias que lo hicieron, lo cual vendría a señalar este mecanismo como uno de los elementos empleados por la burguesía mercantil colombiana para realizar acumulación originaria de capital durante el siglo XIX, a través de medios de intercambio y no sólo de formas de producción directa. Tales procedimientos monetarios terminaron al fundarse el Banco Nacional durante la segunda presidencia de Rafael Núñez, avance importante que Núñez impuso sin importarle la frontal oposición de quienes se beneficiaban del sistema de las " s e ñ a s " privadas. Otra manera temprana de enriquecimiento en la burguesía comercial costeña fue el agio, especialmente a raíz de la escasez y ruina producidas por el asedio que los españoles hicieron a Cartagena en 1815. La especulación empezó con la venta de comida seca que había quedado en manos de comerciantes extranjeros (algunos italianos como los Bonolis, Capurros, Capellas y Bernines, y el norteamericano Glen), puesta a precios exorbitantes. Estos agiotistas se sumaron como nuevos ricos a la burguesía regional y siguieron en posiciones dominantes durante el siglo XIX. Reforzaron con sus recursos las posiciones de la facción costeña durante la guerra de 1840. (Donaldo Bossa Herazo, Cartagena independiente, Bogotá, 1967, 95, 139-141; véase también el capítulo 7B, nota 4). No sorprende, por lo mismo, que en los pronunciamientos federalistas de Mompox y Barlovento aparecieran exigencias como las limitaciones a la venta de la sal del interior, la apertura del puerto de Sabanilla al comercio internacional, la supervisión directa de las aduanas marítimas (segundo factor de recursos estatales), y la exigencia de libre navegación (nacional e internacional) en el Magdalena y otros ríos. Precisamente, durante esta época el negocio de la navegación fluvial estaba pasando del monopolio del alemán J u a n Bernardo Elbers a las manos de la Compañía Anglo-Granadina de Navegación, con empresarios ingleses y samarios, uno de

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general con un grito y logró agarrar al perezoso insecto. "Maldita mariapalito", dijo, ' 'te voy a fregar la vida''. Con unas tijeras le cortó la cabeza; pero ella siguió caminando aún sin cabeza. "Traigan un c u r a n d e r o " , le ordenó Carmona al capitán Nieto, ' 'mientras le rezo un conjuro a esta fiera: Mariapalito p a s a una lucha con un palito metió en La chucha. Mariapalito p a s a un sofoco con un palito metió en e l j o p o ' Y procedió a enterrar el insecto decapitado, que todavía avanzaba vivo juntando sus patas suplicantes, Carmona quedó muy irritable con esa mordedura. No pudo seguir durmiendo, y aprovechó el insomnio para dictarle a Nieto una proclama dirigida al Ejército Unido que —quizás por fortuna— nadie recuerda. No ha aparecido todavía en ningún baúl familiar. Las tropas del Ejército Unido de la Costa se reorganizaron en Mompox y se fueron el 11 de enero de 1841, hacia Puerto Nacional en una gran flotilla de champanes y balsas, para subir luego a Ocaña. Iban tres batallones: el Restauradores, al mando del coronel cienaguero, Agapito Labarcés; el Tercero de Cartagena, con el Escuadrón Glorioso, al m a n d o del coronel Ramón Acevedo; y el Mompox al mando del coronel momposino Francisco de Paula Buitrago (con quien se hallaba Germán Piñeres, el futuro poeta y periodista). Con la llegada de las milicias de los cantones de Barlovento, los artilleros de Cartagena, los 200 hombres de caballería de las sabanas de Corozal (que llegaron sin armas) y los 285 reclutas "voluntarios" de Mompox, el Ejército Unido quedó bien apersonado y se acercó a los dos mil hombres. Y en cuanto a a r m a s : a dos cañones traídos se añadieron otros dos de la plaza local, y había ya 800 fusiles, 60.000 cartuchos, 15 baúles de pólvora, 14 cargas de municiones de artillería, carabinas, lanzas y herramientas de zapadores. Aunque no todas las " j u a n a s " de Mompox se añadieron a esta expedición, por resultar bien larga y azarosa, siempre se fueron muchas por lealtad a sus maridos y amantes. La revolución no iba bien en el país. El 28 de octubre de 1840 las tropas del gobierno, al m a n d o del general J u a n J o s é Neira y

Soldados de Mosquera. (Dibujo de Neuville). cuyos accionistas era un paisa (antioqueño) residente en Mompox, don José María Pino. Aparte de los peligros de soberanía de que se hablaba entonces para perjudicar a Elbers y la urgencia de tomar el transporte por los nacionales, este negocio tenían que asegurarlo los costeños para evitar los requisitos absurdos que quería imponer el gobierno central de Bogotá (Robert L. Gilmore y John P. Harrison, "Juan Bernardo Elbers and the Introduction of Steam Navigation on the Magdalena River", Hispanic American Historical Review, XXVIII [1948], 335-359). Los intereses en conflicto de los comerciantes costeños y los del interior estaban, pues, claramente definidos respecto a la guerra de 1840. Los artesanos, en cambio, demostraron cierta ambivalencia. La política oficial no les era totalmente contraria, pues había aún proteccionismo. Pero debido a la eficaz interferencia de los cónsules y agentes que habían conseguido incrementar la importación de artículos manufacturados europeos más baratos, los artesanos empezaban a entender que sus inte-

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al precio de la vida de éste, habían batido en Buenavista (no lejos de Bogotá) a las del coronel santandereano Reyes Patria. Obando había caído derrotado en Huilquipamba (30 de septiembre) y, luego de una resistencia heroica durante varios meses en 1841, saldrá al Perú. Sus coroneles (Supremos) J o s é María Vezga en Honda y Salvador Córdoba en Antioquia, estaban a la defensiva y serían pronto fusilados. El general Tomás Cipriano de Mosquera, junto con el futuro presidente constitucional electo y yerno suyo, el general Pedro Alcántara Herrán, persiguieron a otro rebelde, el coronel Manuel González, Jefe Superior y Supremo de El Socorro (Santander), lo derrotaron en Aratoca (9 de enero de 1841) y continuaron su campaña hacia el norte hasta lograr aniquilarlo en marzo. Los Supremos iban así desapareciendo uno tras otro, sin haber logrado tumbar al presidente Márquez, cuyo periodo terminaba el 31 de marzo de 1841. Sólo Carmona quedaba firme en Ocaña con el Ejército Unido de la Costa, listo a vérselas con Mosquera y H e r r á n , quienes entraban por Bucaramanga y Pamplona al frente de la Primera División, con unos mil setecientos hombres, armados y apertrechados con 1.200 bocas de fuego, 140 tiros de cañón y 45.000 municiones. Por la correspondencia que se cruzaron los generales Herrán y Mosquera en esos días (publicada en sus epistolarios como de Perucho a Tomás y vuelta) se puede ver que Carmona los tenía asustados a partir del momento en que éste logró llegar a Ocaña. Una carta fue enviada por Carmona a Herrán, entonces en Bucaramanga, el 7 de enero de 1841, en la que le informaba de la constitución de las provincias costeñas en Estado federal, y pedía su reconocimiento; en caso contrario, "la cuestión se decidiría en el campo de batalla''. Herrán contestó ocho días más tarde proponiendo una entrevista secreta. El oficial ayudante comisionado por Herrán para llevar esta carta, el poeta J o s é Eusebio Caro (el mismo futuro político conservador), llegó a Ocaña y encontró, en cambio, que el ejército costeño empezaba a diezmarse por una racha de viruelas y disentería, y por las deserciones. Y a Carmona lo halló con ojeras de " g u a y a b o " y cavilando sobre su familia y lo que le pasaría a ella si lo expulsaran del país. La entrevista secreta fue cancelada y Herrán salió de Bucaramanga de vuelta a Bogotá, para preparar su elección de presidente en el Congreso que pronto se reuniría. Creía ya que Carmona podía ser vencido.

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reses podían verse amenazados (William P. McGreevey, Historia Económica d e Colombia 1845-1930, Bogotá, 1975, 39). Los artesanos oían " p a s o de animal g r a n d e " y éstos lo advertían como emanando de los poderes centrales. Por lo mismo, expresaron inicial desafecto a la camarilla dominante del interior al entrar a combatir, en buen número, en el ejército de Carmona, en lo cual siguieron el ejemplo de Nieto, su diputado en la Cámara provincial. Este esbozo de protesta y resistencia popular a la primera invasión del libre cambio en el país habrá de ir en aumento en la década siguiente, para estallar en 1854 con la revolución de Meló, Como la estructura tradicional del señorío en la explotación de la tierra no se ponía en entredicho por la guerra de 1840, los ganaderos y latifundistas costeños no expresaron mayores recelos y simplemente se aprestaron a hacer sus contribuciones de siempre en dinero, ganado, caballería y esclavos. También ofrecieron sus capataces. Carmona lo hizo, junto con algunos de sus compañeros de aventura que eran hacendados como él: los Tabarees, los Ríaseos, los Falquez, los Sojos (Alarcón, 132). J u z g a n d o según los vaivenes en los pronunciamientos revolucionarios de los pueblos riberanos del Magdalena, no había ninguna convicción ideológica o partidista en los grupos campesinos y terratenientes, que se inclinaban al cambiante soplo de los vientos. Algunos grandes propietarios, como Atanasio Germán Ribón y sus amigos de Mompox (vinculados a la antigua nobleza), se resistieron a colaborar, fueron identificados como ministeriales y detenidos. De ellos provendrá el impulso de articular localmente el futuro partido conservador nacional, como reacción ante los actos de esta guerra. Parece que la de los terratenientes opuestos a la guerra no era una facción muy grande, y por eso la contribución levantada en la región por Carmona pudo haber sido respetable, según los rumores que le llegaron a su opositor, el general Mosquera, consignados en una de las comunicaciones de éste al gobierno central (Carta en la Matanza, marzo 15 de 1841, ANC, Secretaría de Guerra y Marina, vol. 259, fol. 718). Pero el resultante Ejército Unido de los Estados Federales de la Costa no parecía d e p e n d e r exclusivamente de ningún grupo: era bastante heterogéneo desde el punto de vista de las clases sociales. Además de terratenientes y comerciantes, se componía también de vecinos libres pobres de Barlovento,

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Después de reunirse en junta con otros jetes costeños para coordinar las campañas, el Supremo se mueve entonces de Ocaña a Cúcuta. Desgraciadamente, al salir por el camino se cayó del caballo y se le rompió la espada. Seguro estaba borracho, pues no dejaba nunca el ron. Esto se interpretó por la tropa como de mal agüero; pero todos siguieron marchando con buen ánimo, a veces tocando gaitas y con el respaldo de los tambores de la banda. A Cúcuta llegaron el 18 de marzo. Allí, con la aprobación del resto de oficiales, Carmona premió a Nieto por sus servicios con el ascenso a coronel. Los gobiernistas marcharon a su vez a Pamplona. Aunque las muchachas de Bucaramanga le habían despedido midiéndole la cabeza para hacerle coronas a su vuelta ("voy a merecerlas, soy romano en e s t o " ) , Mosquera también tenía dificultades: no le llegaban los pertrechos a tiempo, sufría deserciones, tuvo que aumentar la escolta que vigilaba a sus propios "voluntar i o s " para que éstos no huyeran, y el plan de reclutamiento local no se cumpiía a cabalidad. Además, Mosquera se embarcó en una agria discusión epistolar de recriminaciones con el presidente Márquez, ya saliente. Aun así, quiso disimular su situación y, para ganar tiempo, efectuó otro intento de convencer a Carmona: le escribió a Cúcuta con una invitación a suspender las hostilidades en vista de que el general H e r r á n asumiría la presidencia de la república el lo. de abril, según decía, animado de las mejores intenciones, y para evitar la destrucción del país. Carmona no contestó sino que avanzó hacia el sur, hasta Chinácota, el 30 de marzo, q u e d a n d o a sólo dos leguas de distancia de las fuerzas gubernamentales. Ya no había otra salida que jugárselas todas. Si no, ¿para qué habían marchado desde Mompox? Así acamparon al pie del cerro de Santa Maria y a la sombra del páramo de la Colonia, cerca de Pamplonita (Chopo), sobre el quebrado terreno marmóreo de una hacienda señorial llamada Tescua. Allí se decidiría la suerte del Ejército y de la República Federal de la Costa. Los costeños ya llegaron mal a este punto: la pelea iba a ser de tigre con burro amarrado. La marcha de doce leguas (60 kilómetros) desde Cúcuta hasta Chinácota por cerros escarpados y riscos que nunca habían visto, en alturas que en su vida habían remontado, sólo con unas pocas bayetas conseguidas a última hora como mantas contra el frío de la noche, les había dejado maltrechos y maldiciendo. Guardaron las timbas, se

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aparceros de Corozal, artesanos de Cartagena y Mompox, pescadores de Puebloviejo, indios de Bonda y Mamatoco y, en mayor medida, soldados profesionales de los regimientos nacionales de la Costa y de Ocaña (Soto, II, 230-231). Si estas gentes disímiles mantuvieron su lealtad partidista por la causa que defendieron en 1841, fácil sería explicar la tendencia multiclasista que pronto distinguió al partido liberal. Y, de rebote, al partido conservador. Obviamente, la producción regional tuvo que disminuir, junto con la nacional, durante la guerra de 1840-1842, y la exportación de productos casi se detuvo, como p u e d e observarse en estadísticas publicadas (McGreevey, 36-37). El país sufrió d u r a m e n t e en su desarrollo económico por esta guerra que parecía ser sólo ideológica y política. Como p u e d e verse, tuvo también aspectos económicos latentes o manifiestos que afectaron profundamente el desarrollo del conflicto y condicionaron sus efectos. Desde otro punto de vista, todo intento de explicación teórica sobre el nacimiento de los partidos políticos en Colombia deberá incluir la formación previa de facciones que expresan conflictos a nivel comunitario, más de naturaleza personal que política. En esta etapa formativa no hay una relación totalmente definida entre clase económica y partidismo aunque ella se trasluzca. Pero mucho más entre dirigentes y facciones. La articulación local de los dirigentes con sus facciones lleva a otra articulación extrarregional o nacional, en el momento en que se realiza una identificación con jefes carismáticos extraordinarios: los caudillos. Estos ayudan a concretar las tendencias políticas generales del país y a integrar las comarcas con el todo nacional (véase el capítulo 6B). Tales son las conclusiones generales que se derivan del análisis regional de la guerra de 1840. [B]

El apresamiento de la facción terrateniente de los Germán Ribón y sus amigos de Mompox a raíz de su desafecto con el pronunciamiento federalista de Martínez Troncoso, los Piñeres y su respectivo grupo comerciante, fue lo más inusitado en la historia local desde la sangrienta persecución del realista Warletta en 1816. Ni en el alzamiento de Garujo en 1830 ni en el de Luque y Portocarrero en 1831 había habido ninguna fuerte disensión en la gente momposina. Personas de tendencias políti-

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olvidaron de los pitos y hasta ni más cuentos verdes echaron. La comida resultó distinta, pues se hacía a base de un repollo horrible que por allí abundaba, y ni las " j u a n a s " pudieron componerla con arroces. Los campesinos y vivientes (arrendatarios) de las haciendas resultaron ser indios recelosos, descendientes de los misteriosos chitareros, que se encerraban en sus casas pajizas y ni hablaban con los costeños porque los veían como invasores de sus tierras, o salían a esconderse entre los matorrales paramunos, donde los negros de Carmona no podían perseguirlos porque se quedaban sin respiración. "Marica, ¡yo p a ' q u é m e vine, me vuelvo pa'la t i e r r a ! " , oían el coronel Nieto y los otros oficiales el preocupante susurreo. Y ocurrieron nuevas deserciones importantes, a pesar de los cuatro fusilamientos que había hecho el Supremo en Ocaña para prevenirlas por escarmiento. Mosquera supo, por las avanzadas, que Carmona bajaba con todas sus fuerzas por la llamada Cuesta del Fiscal, y se alistó para el combate. Antes de iniciar las acciones, como era acostumbrado, Mosquera leyó una "vibrante p r o c l a m a " a sus trop a s : "Compañeros y amigos: los rebeldes acaudillados por el exgeneral Carmona... se encontrarán aquí con los vencedores de J u a n a m b ú , Buesaco, C h a g u a r b a m b a , Malpachico, Huilquip a m b a y Aratoca... Ahora Venezuela os observa, el alma de Neira os contempla desde el cielo: intrépidos como en Aratoca, nada más exijo de vosotros. ¡Camaradas! Ofreced conmigo desde este día un nuevo triunfo a la patria. Saludad al nuevo presidente con un hecho espléndido de a r m a s : invocad el nombre de Herrán, y venceréis. ¡Viva la Constitución! ¡Viva la l e y ! " . No se conoce la respectiva proclama de Carmona. El primer encuentro de armas se realizó el 30 de marzo en el punto de San Lorenzo con intercambio de artillería, a u n q u e sin producir bajas. Ambos ejércitos querían ocupar sitios altos y en ello tuvieron éxito: Carmona sobre unos riscos detrás del río Pamplonita, donde se dividían los caminos de Chinácota y Bochalema, incluyendo la magnífica casa de teja, de dos pisos, corredores y patio tapiado con rosales blancos y guayabos, de la hacienda de Tescua; Mosquera sobre un cerro largo que, a su vez, se perdía en un denso bosque de guacimos y monterreyes. La acomodación y mutua observación de los ejércitos prosiguió el 31. Parece que Mosquera se preparó para la acción mejor que su enemigo. Aunque siempre tuvo dificultades.

cas opuestas se hablan unido para rechazar la violencia como fórmula de resolver las cuestiones pendientes, y habían abierto vías racionales de entendimiento. Paradójicamente, hasta en el ejército de Carmona todavía llegaron a alistarse juntos federalistas y centralistas, sólo para acompañarse por razones de amistad, compadrazgo o familia. La política no dividía tanto entonces como después y ahora, y se excusaba como un juego a veces serio y confuso, pero no definitivo para la vida. Y en todo caso, como diversión de los letrados de la élite, no del pueblo raso. En 1840, la situación se endurece y radicaliza, y los antiguos compañeros y amigos se apartan entre sí con fuertes resentimientos personales que llevan a convocar lealtades familiares. Cristalizan facciones políticas a nivel de comunidad en la región costeña, identificadas no tanto con las ideologías partidistas (que se definirían después por la burguesía educada) ni con determinada clase social, cuanto con el interés económico afectado y la naturaleza personal de los enfrentamientos locales resultantes. A los elementos directivos de estas facciones se les llamó comúnmente gamonales (caciques). De la forma como irán a coligarse los gamonales, con sus facciones, dependerá la articulación local y regional de los futuros partidos políticos, así como también su estructura policlasista, ya que bajo el gamonal se reunían gentes de todas las condiciones económicas y sociales. En Mompox, en 1840, el gamonal ministerial era Ribón; el oposicionista liberal era Martínez Troncoso. La acción de estos gamonales sólo trascendía de lo local cuando se articulaba con otro grupo o facciones de iguales tendencias políticas. Esta articulación se realizaba invocando el nombre de un caudillo conocido de dimensión regional o nacional: Mosquera y Herrán para los ministeriales; Carmona y Obando para los oposicionistas. Naturalmente, no podían existir aún partidos nacionales organizados formalmente, porque quedaban relegados por el mal menor de depender de los Supremos, esto es, de los caudillos regionales. Sin embargo, se identificaban ya dos grandes tendencias políticas generales: la de los ministeriales centralistas (antiguos bolivianos, amigos de Bolívar) y la de los oposicionistas federales (antiguos santanderistas, amigos de Santander). Estos empezaban a llamarse a sí mismos " l i b e r a l e s " . No

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Casona de la hacienda de Tescua cerca de Pamplonita, abrigo del Supremo Carmona y su estado mayor en 1841. Aprovechando la luna y una niebla ligera, el jefe gobiernista colocó una división y una batería de artillería tras de unas colinas a distancia de tiro de fusil de las tropas de Carmona, y con los zapadores abrió trocha para la caballería. A las 6 de la mañana del lo. de abril rompieron fuegos. El batallón Restauradores (del ejército costeño) avanzó por la cuesta de la colina con 130 hombres, de los cuales 20 de la columna de Mompox se desplegaron trastabillando en guerrilla, mientras 80 artilleros servían tres piezas de cañón desde otra colina, a bala rasa. El resto de la columna de Mompox, dos compañías del Restauradores con 450 hombres, con el estado mayor y el Jefe Supremo, se hicieron fuertes en la casa de la hacienda (el sito menos malo y mejor resguardado). Al coronel Nieto, junto con los otros miembros del estado mayor, se le confió la comunicación de órdenes a distintos puntos del combate. Los ministeriales atacaron la casa de la hacienda con tres compañías al mando del coronel José Accvedo. Por otro flanco, el coronel Manuel Mutis se vino con dos compañías. Inhabilitados los cañones por la cambiante acción, y con el fin de ir ahorrando la escasa munición, se dio la orden a los húsares para atacar pie a tierra y lanza en mano. La lucha se fue transformando en un combate a bayoneta.

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se hablaba aún ni de conservadores (quienes al principio quisieron denominarse también liberales), ni de " g o d o s " , aunque esto ocurrirá pronto. Las tensiones regionales, familiares y personales de 1840 a través de los gamonales y sus fluctuantes facciones y de los caudillos superiores —tan lejanos de la ideología política como libres de la estructura de clases—, ayudarían a hacer cuajar por primera vez nuestro actual bipartidismo abierto, hereditario y multiclasista, sin convicciones profundas. (Cf. Safford, 153-199). La radicalización de las facciones a nivel local se agudizó con los muertos de cada bando y la consiguiente solidaridad de las familias de éstos al terminar la guerra de 1840. Otros factores fueron la represión violenta del gobierno y la muerte o fusilamiento de los jefes de oposición: Manuel González, Salvador Córdoba y J o s é Maria Vezga, una vez asegurado el triunfo de los ministeriales. No habían sido éstas las prácticas del país en los conflictos civiles anteriores, sino que, por el contrario, había habido una marcada inclinación a amnistiar e indultar a los enemigos políticos. En el endurecimiento subsiguiente tuvo mucho que ver la actitud sanguinaria del general Tomás Cipriano de Mosquera, como lo observaron contemporáneos (Miguel Antonio Caro, el eminente latinista conservador, lo llamó "colérico, arbitrario, cruel") y así lo seguiremos advirtiendo en este tomo. Dice su último y autorizado biógrafo, don Diego Castrillón: " M o s q u e r a [buscaba] darle seguridad a su imagen

Campo de la batalla de Tescua (1841).

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Se habían cumplido casi dos horas y la fatiga cundía por lado y lado. El mismo Mosquera, junto con el coronel Joaquín Barriga, tuvo que ponerse " d e t r á s de la gente más comprometida en el fuego" para que no huyeran como otros 50 que habían desertado al principio del combate. Asi se lo confesó a Herrán en una carta personal (San J o s é , abril 11 de 1841). "El primer batallón se desorganizó un poco y me veía apurado durante una hora de f u e g o " , añadió el general. "Si yo me meto a la vanguardia y no conservo sangre fría y mi puesto, se lleva el diablo t o d o " , Y por el lado de Carmona, igualmente, los oficiales tenían que arriar al combate con sablazos a muchos soldados, y en las arremetidas éstos se iban q u e d a n d o rezagados, en tal forma que sólo un puñado de valientes llegaban a luchar realmente con el enemigo. De nada habían valido los tragos de aguardiente mezclado con pólvora que los soldados —con su jefe— habían tomado en la madrugada de la batalla. Los muertos y heridos empezaron a apilarse, y más del lado del Ejército Unido. Falló su inicial resolución medio alcohólica. Los costeños retrocedían en desorden hacia las tapias de la resguardada casa de la hacienda: ya la victoria no era cierta. Carmona ordena un cese el fuego y proceder a retirarse. Nieto se dirige entonces con estas nuevas órdenes al flanco donde su gente se estaba enfrentando a los húsares del coronel Mutis, " ¡ P a r e n el fuego!", ordena, y la patrulla retrocede. Mutis, impetuoso, se separa de sus soldados y avanza solo. Cuando observa que no hay disparos, abre los brazos en señal de paz. Desgraciadamente, un soldado de la Costa le dispara ahí mismo un balazo a la cabeza. Al caer Mutis mortalmente herido, Nieto desenvaina la espada y se abalanza sobre el soldado. "¡Maldito sea, traidor! ¡Ordené no disparar! " , y procede a golpearlo con fuertes planazos. " S e me salió el tiro, mi coronel", gime el infeliz. El enemigo, reaccionando furioso, dispara otra vez. Cuatro costeños caen heridos, Nieto superficialmente en el brazo. Les rodean e intiman rendición. Nieto entrega la espada, y queda prisionero de Mosquera. Mientras tanto, sin poder resistir en el patio tapiado, Carmona ha salido de la casa de la hacienda herido en la frente, por el portón que mira al cerro de Santa María. Con él se retiran del combate, en tumulto, cerca de 800 hombres. Se van trotando a

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de guerrero implacable que iba en pos de Obando (y de la presidencia de la República para el siguiente periodo) a quien esperaba el mismo destino aplicado al coronel Córdoba como castigo a su insolente rebeldía [...] a Mosquera lo dominaba el delirio del guerrero aún excitado por los triunfos de Tescua y Caracoa y por los fusilamientos que debió ordenar con frecuencia, remontados en su corazón a los tiempos heroicos de la Independencia, cuando aprendió a hacerlo" (Diego Castrillón, Tomás Cipriano d e Mosquera, Bogotá, 1979, 112). Aunque Mosquera respetó la establecida tradición marcial del caballero y dejó huir a los contrarios después de Tescua, ya la suerte estaba echada. Pondría el peso de su prestigio militar en el bando que le fuera más útil, por ahora con los ministeriales, después con los liberales, y estimularía la violencia autoritaria. Su convencimiento ideológico parecía ser tan superficial como el de sus soldados, aunque algunos historiadores sostengan que ello era realismo político. Mosquera, a u n q u e caudillo a nivel nacional, no actuaba en la práctica sino como miembro de una facción —la suya propia— de manera muy personal y directa, y no como miembro convencido de ningún partido. En este campo de la moralidad política, definitivamente, Mosquera se diferenció de su homólogo de luchas posteriores —ahora su prisionero de 1841— el general J u a n J o s é Nieto 111. El faccionalismo violento de base comunal, familiar y personal sin apoyo ideológico firme, tendió a cristalizarse emocionalmente y se fue irradiando desde los centros del poder urbano hasta saturar poco a poco la campiña, la sabana y el playón. De manera muchas veces irracional, los facciosos quisieron abrir aún más la distancia entre el país político y el país nacional, y hacer pagar a justos por pecadores —el campesinado inerme— en la refriega bipartidista. Esto lo veremos claramente en el caso de los pueblos hermanos riberanos de Palomino y Pinillos, que empezaremos a estudiar. En resumen: nuestra orientación bipartidista a base de rebaños políticos sin convicciones y como carne de cañón para las contiendas civiles, se manruvo en Colombia desde su iniciación 2. Las veleidades ideológicas y el autoritarismo personalista de Mosquera fueron observadas por amigos y enemigos de éste. Entre otras opiniones de contemporáneos, véanse las de José María Samper, Historia de un alma (Medellín, 1971), 185, y Salvador Camacho Roldan. Memorias (Bogotá, 1923), 5, 287, 290.

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caballo hacia la línea del Táchira y Maracaibo buscando embarcarse de vuelta a la Costa; otros aprovechan la confusión para regresar a la isla de Mompox por los caminos perdidos de Ocaña, Puerto Nacional y Papayal, con el abanderado Gil Hernández (momposino) y el antiguo comandante de la plaza, J o s é Padrón. Quedan muertos, de Mompox, el coronel Buitrago y el teniente Rafael del Villar (comisario de guerra del Ejército Unido), además de otros 6 oficiales y 108 soldados; heridos: 4 oficiales y 60 soldados; prisioneros: 15 oficiales y alrededor de 500 soldados, entre ellos Germán Piñeres. Y Mosquera, con pérdida de 37 muertos y 58 heridos, aumentó su parque con 500 fusiles y carabinas, los cuatro cañones, 12 barriles de pólvora, millares de cartuchos, lanzas, herramientas, monturas y como 150 caballerías de los rebeldes. Fue el desastre más completo para el Ejército Unido de los Estados Federales de la Costa. " D e s p u é s de obtenido el triunfo, brilló la clemencia de la Primera División", escribió Mosquera en su parte de victoria, aunque negó 50 indultos y procedió a enviar presos a Pamplona y Bogotá a Nieto y los otros prisioneros importantes. "No se derramó más sangre y a la n a r q u e el valor se ostentó la generosidad de los defensores de la l e y " , añadió. En efecto, no hubo sino un simulacro de persecución y los cuatro médicos cirujanos de la División cuidaron a todos los heridos, incluyendo a Nieto, sin reparar bando. Decía Mosquera, grandilocuente, en carta al secretario (ministro) de guerra: ' 'Se salvó la patria, no podía ser menos: era el lo. de abril y yo empuñé en el combate la misma espada con que el Libertador venció en J u n í n " . Y mandó bordar pañuelos alusivos a su triunfo en los cuales se le mostraba salvando a la República. Por su parte, ya de vuelta el 14 de mayo en Santa Marta —donde llegó con el resto de sus desbaratadas fuerzas en tres goletas procedentes de Maracaibo—, el " e n g u a y a b a d o " general Carmona dio esta explicación: "El Ejército Unido de la Costa sufrió una dispersión debido a la indisciplina más bien que al valor". Aunque Nieto juzgó a Carmona de la siguiente manera: " E r a valiente y denodado, pero no sabía m a n d a r " (Autodefensa, 22), lo cual confirma el mismo Mosquera en una carta personal a Herrán: " M i ventaja principal consistió en que Carmona no supo cómo mandar maniobrar y empachó sus posiciones con más tropa que la que cabía en el terreno, y mi línea aparecía doble en sus fuerzas".

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en 1840 para llegar casi sin modificarse hasta años recientes. No es difícil explicar esta continuidad por dos razones, por lo menos: 1) toda acción provoca reacción, y en las guerras civiles los opositores se demarcaron furiosamente a nivel de facción, así las diferencias ideológicas no hubieran sido importantes, a nivel nacional, sobre las grandes cuestiones económicas y sociales; y 2) los gamonales (caciques) regionales desempeñaron bien su papel de pegante de la estructura política, para lo cual mantuvieron al pueblo trabajador en la ignorancia de lo que realmente es una democracia (Guillen Martínez, 364-365 y cita de Mariano Ospina Rodríguez). Por fortuna hoy ya no existe aquel monopolio ideológico ni el control de los jefecillos de provincia. Por primera vez se registra una verdadera crisis en el gamonalismo, lo cual puede ser peligroso para el sistema tradicional: en efecto, actualmente los gamonales no pueden movilizar sus caudas como antes (sólo por la coacción burocrática gubernamental o "clientelismo") y han tenido que dejar por fuera de su influencia las dos terceras partes de la población colombiana (especialmente la juventud, que constituye la mayoría de esa proporción abstencionista). Todos pueden votar, pero prefieren abstenerse de hacerlo, en lo cual invitan a articular alternativas políticas y de acción directa sobre el sistema. Así, nuevas fuerzas políticas, sociales y económicas se han hecho presentes en el juego nacional, con tácticas y propósitos que las distinguen de las tradicionales. El pueblo maduro y los jóvenes han adquirido una nueva conciencia de clase. No podía ser de otro modo, porque, ¿a qué entonces todas las luchas y esfuerzos nacionales del pasado? Siempre llega, tarde o temprano, el momento cíclico de la decantación política. Y nadie más maduro para ello que aquel gran conjunto del pueblo colombiano que ha luchado para el cambio y por el cambio: el de los colonos y guerrilleros, el de los obreros y sindicatos radicales, el de los estudiantes e intelectuales críticos, el de republicanos como Nieto, el de Galán, Gaitán, Uribe y Camilo Torres Restrepo. Por eso las facciones se rehacen hoy con un liderazgo diferente, con otros propósitos, y ojalá con una más amable visión de la patria y de su gente. Estamos viviendo hoy plenamente en Colombia este nuevo parto social, así resulte tan lento y doloroso como la subversión libertadora de 1780 a 1850. El final de la guerra civil de 1840-1842 merece recordarse [C] con algún detalle, por las razones que se acaban de presentar.

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Pañuelo conmemorativo de la batalla de Tescua. (Tomado de Castrillón). ¡Ah, costeños tan sin espíritu militar! Pero, ¿a quién se le ocurre enfrentar un ejército de fiesteros no muy convencidos, a otro que, así peleara a planazos, era de torvos chulavitas y santandercanos quisquillosos comandados por un payanes soberbio? ¿Y cómo se provoca el combate por los cerros desconocidos del helado río Pamplonita y no en los propios tibios caños, ardientes playones y sofocantes selvas de la depresión momposina? De seguro que allí aquellos cachacos, tan temerosos del agua y del calor, no habrían podido resistir tanto como los hombres nativos, los de la cultura anfibia. Con razón, poco

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Mientras se contrapronunciaban Ocaña y los pueblos del río Magdalena, la fiebre derrotista llegó hasta Sotavento, donde el jefe superior del Estado Soberano de Cartagena, el general Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres, proclamó de nuevo al gobierno legítimo y restableció en su puesto al gobernador constitucional. Mosquera pudo así enviarle sus prisioneros de Tescua, entre ellos Juan José Nieto, con destino al castillo de Bocachica, en la primera semana de julio de 1841. A finales de este mismo mes, Carmona sitió por cuatro meses a Cartagena con una fuerza reconstruida de 1.500 hombres; entre éstos se encontraba Rafael Núñez, quien combatió contra su padre Francisco, el coronel gobiernista. El vapor Unión, decomisado por los ministeriales, fue destruido entre el 19 y el 20 de noviembre de 1841 por los bongos de guerra de los federales, en el brazo de Ocaña. Mompox resistía aún, bajo la jefatura de Martínez Troncoso y el mando del coronel Lorenzo Hernández. Este obtuvo el 9 de junio una última victoria oposicionista en su propio ambiente —el brazuelo de Papayal— contra un batallón de ministeriales, lo cual permitió volver a ganar a Ocaña. Pero Hernández se dedicó allí a bailes y paseos con las cachacas del pueblo, cuando lo sorprendió el general Herrán para reducirlo como a un Sansón trasquilado. Aprovechando la embriaguez y parranda de la tropa de Cartagena que festejaba una victoria naval del gobierno en Cispata, las tropas de Carmona casi se tomaron la ciudad por el costado de Getsemaní en diciembre de 1841. Pero al saber que contra él venían por el lado de Ayapel y San Juan Nepomuceno nuevas fuerzas gubernamentales, Carmona levantó el sitio y se redujo a Barranquilla, donde convocó a la Dieta General de los Estados de la Costa, para el 15 de enero de 1842. La Dieta no alcanzó a reunirse. Mientras Nieto y los otros prisioneros se pudrían en los cuarteles mosqueristas y en Bocachica, el remolino de la guerra se fue aquietando y las aguas tendieron a buscar su nivel normal. Así, se contrapronunció al fin Mompox (el 8 de febrero), huyó Martínez Troncoso, le reemplazó Pedro Peña y se desarmaron los 14 bongos de guerra que comandaba allí el italiano José Rafetti. Surgió una exitosa mediación pacificadora ofrecida por el cónsul británico en Santa Marta, Mr. Stuart, a través de Murillo Toro, el secretario de Carmona. Luego de algunas peripecias, el nuevo presidente de la república, Pedro Alcántara Herrán, firmó en Sitionuevo una amnistía general el 19 de fe-

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d e s p u é s , batiría el coronel momposino Lorenzo Hernández en el brazo de Papayal, a las fuerzas de Herrán. A pesar de todo, el bravo Carmona prometió seguir luchando, asumió de nuevo la jefatura superior del Estado Soberano de Manzanares, y convocó en Barranquilla, sin efecto, a la Dieta General de los Estados Federales de la Costa, Después de varios altibajos —incluyendo un sitio a Cartagena y la mediación pacificadora de un cónsul británico—, el Supremo aguantará hasta febrero de 1842. Entonces, sin fuerzas materiales ni apoyo político, es amnistiado y desterrado a J a m a i c a por un tiempo junto con muchos de sus compañeros de revolución, por el gobierno centralista, ya consolidado y prestigioso, del general Pedro Alcántara Herrán. [C]

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brero de 1842, retornó a Bogotá y declaró: " H a g a m o s olvido para lo pasado y tengamos severidad para el futuro. No considero a los que se han pronunciado como enemigos, sino como miembros de una misma familia... Hemos sufrido un aguacero en que nos hemos mojado todos " / 3 /. Sabias palabras que corrieron como un bálsamo sobre las heridas del país y estimularon el confiado trabajo del pueblo. 3. Soto, II, 244 (destrucción del vapor Unión): 250, 252 (papel conciliador del general Herrán). Posada Gutiérrez, VI, 78-79, 85 (Lorenzo Hernández). Archivo epistolar de Mosquera. II, 249, 284 (José Rafetti), 289 (Germán Piñeres). ¡Qué contraste con nuestros tiempos! Proclamas y muerte de Carmona: Alarcón, 128, 133; Soto, 11, 241; Marco Tulio Vargas, Anotaciones históricas del Magdalena (Bogotá, 1951), 197-198.