Granada, tierra soñada

27 jun. 2010 - los pasajeros anclados en Europa por la erupción del volcán en ... Además, al aterrizar en Europa nos exi- ... dejó en la puerta de la Alhambra.
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Turismo

Domingo 27 de junio de 2010

EL MUNDO EN PRIMERA PERSONA

Por Daniel Fanego Para LA NACION

Granada, tierra soñada La Alhambra, el Albaicín y mil sensaciones difíciles de explicar

A

l terminar el rodaje en Barcelona de Los condenados (película de Isaki Lacuesta que se estrenará este año en la Argentina) con mi mujer, Laura, decidimos tomarnos unas vacaciones en Granada. Un viaje en avión de cincuenta minutos, mientras el paisaje se tornaba cada vez más terroso y montañoso, nos dejó en el aeropuerto Federico García Lorca. Allí nos tomamos uno de esos micros que por poco dinero te llevan al centro de la ciudad. Dejamos el equipaje en nuestro hotel, a metros de la Plaza de los Reyes Católicos, y salimos a la calle a caminar, y a comer y a conversar con quien se nos cruzara, que es el mejor modo de conocer cualquier sitio. Anduvimos ansiosos, estudiando el plano de la ciudad y nuestras posibilidades turísticas en los dos días que íbamos a estar allí. Ya teníamos asegurados nuestros billetes para entrar en la Alhambra para el día siguiente. Y optamos entonces por conocer el Albaycin, el barrio judío, o árabe, o las dos cosas. Caminamos ciudad arriba por una calle que fue haciéndose cada vez más estrecha, a tal punto que cuando pasaban los vehículos debíamos refugiarnos en los portales, siguiendo la rivera del Darro, ese río de montaña que separa el Albaicín de una calle empedrada y circular. Recorrimos el Darro hasta el punto donde el camino se bifurca y comenzamos a ascender por otras callecitas también muy estrechas, a

tal punto que casi se tocan las ventanas cuando están abiertas. Luego de mucho pasear en círculos llegamos a una plaza seca. Enclavado casi en la cima estaba el mirador de San Nicolás, desde donde se podía ver, a lo lejos, la Alhambra en todo su esplendor.

Lujos nazaríes La plaza estaba llena de gente, artesanos, turistas, gitanos, de todo un poco. Y mientras el sol de la tarde nos bañaba con su luz, bajamos hasta las tiendas árabes, a regatear. A la mañana siguiente, nos levantamos muy temprano, excitados porque finalmente conoceríamos aquella fortaleza construida por una de las dinastías más exquisitas de todas las que colonizaron el sur de España,

los nazaríes. Salimos con un frío de la hostia a buscar un café y unas porras. Luego tomamos un taxi que nos dejó en la puerta de la Alhambra. Caminamos por un bosque increíble con el sol rasando, cruzamos un puente levadizo después de atravesar la Puerta del Vino (aduana por la que se ingresaba a la ciudad), llegamos al casco histórico dividido en cuatro grandes grupos: Los Palacios Nazaríes; La Fortaleza o Alkazaba; Los Jardines y el Generalife y el Palacio de Carlos V, todos edificios realizados entre el 1000 y el 1500 d.C. No podría describir lo que he visto y he oído y olido, y el eco y las brisas y la luz, porque el verbo mío es muy pequeño para narrar tanta hondura y tanta belleza. Los Palacios Nazaríes son un pasaje directo a un relato

   

  

  

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de Las mil y una noches. Imaginé el verano y las fuentes. Los pies descalzos de una princesa y las gasas y las sedas y el té y algún narguile encendido. El sonido de las fuentes, las formas todas en complicidad y en el horizonte recortándose, el Sacro Monte con sus casas cuevas. Seguimos por los Jardines Nazaríes y a los lejos ya podía distinguirse el Generalife, o palacio de verano de los príncipes nazaríes, que nos hacen conjeturar un mundo donde la contemplación y la delectación de los sentidos era un modo vida. La Alcazaba es una fortaleza imponente, que seguramente habrá visto entrar a sus murallas al Cid vencedor y desde la que se controla toda la comarca, la ciudad vieja y la nueva, la catedral de Granada, el Albaycin y el Sacro Monte. El palacio de Carlos V es una construcción imponente, circular por dentro como un gran anfiteatro, con mucha piedra y mármol. De alrededor del siglo XVI, en pleno auge del imperio español, es un monumento a la omnipotencia occidental y cristiana, con la que el emperador desea pasar a la historia como el más grande y el más poderoso. Al salir, bajamos por esa calle empedrada que rodea la fortaleza y se encuentra con el Darro, lentamente, en silencio, y almorzamos en un sitio muy bonito, escuchando a un gitano cantándonos alguna rumba. El autor es actor, director y docente teatral. Por estos días ensaya Un largo viaje de un día hacia la noche, de Eugene O’Neill, con dirección de Villanueva Cosse, a estrenarse en el Teatro Regio del Complejo Teatral San Martín, y El último verso, de Patricia Zángaro, con dirección de Pompeyo Audivert, para estrenar en la sala María Guerrero de Teatro Nacional Cervantes en Teatro x la identidad 2010.

LA NACION/Página 11

ALMA DE VALIJA

Por Horacio de Dios [email protected]

Viajero prevenido... N

adie se anima a usar un auto nuevo sin seguro. Tampoco a manejar uno usado sin protección contra terceros (obligatoria). Parece que el auto está por encima de la propia existencia porque son pocos los que tienen seguro de vida. Sin embargo, la mayoría tiene cobertura médica a través de las obras sociales o prepagas. Hasta los menores, que tienen derecho a votar a los 18, cuentan con esa protección hasta los 21 aunque la cuota deban pagarla sus padres. Este proceso se dio también en el turismo. Hasta hace pocos años eran minoría los que contrataban un seguro para viajar previniendo accidentes, enfermedades o imprevistos, incluso pérdida de equipaje. Y recién ahora hay operadores mayoristas que incluyen en sus paquetes, sin costo extra, un seguro para hacer frente a eventuales cancelaciones. Basta pensar en lo que le pasó a Gustavo Cerati en Caracas. O la odisea de los pasajeros anclados en Europa por la erupción del volcán en Islandia, que determinó la cancelación de vuelos.

Eventualidades y emergencias Sin llegar a estos extremos de primera página, hay un sinfín de pequeños incidentes que pueden convertirse en un dolor de cabeza mayúsculo. Los viajes representan una inversión en tiempo, esfuerzos y dinero que debemos cuidar. Sin olvidar que en el mundo tienen otras costumbres que estamos obligados a respetar. Bastan algunos ejemplos como la compra en la farmacia. Entre nosotros, salvo en algunos medicamentos que no se pueden pedir sin prescripción, no es problema. Afuera, para cualquier fár-

maco se necesita la orden de un médico y, por ende, una consulta. Es un hecho positivo porque limita la automedicación, pero cuesta entenderlo. Por eso es útil reiterar la sugerencia de llevar en la valija todas las pastillas que estamos tomando con su propio envase e incluso la receta original. Más complejas son las eventualidades de una emergencia. Aquí nos atienden en la Guardia de cualquier hospital público sin costo. En Europa la visita hay que pagarla 55 euros. Un cambio de vendas o cualquier atención que aquí se puede tener en la farmacia del barrio, allá hay que ir al hospital, presentar el pasaporte y luego recibir una factura que no baja de 100 euros. Estamos hablando de temas menores, ni pensar en una operación (un apéndice, arriba de 5000 euros). Además, al aterrizar en Europa nos exigen un seguro de viaje que cubra hasta 30.000 euros. Y, si no lo tenemos, pueden negarnos la entrada sin apelación. En Estados Unidos no lo piden, pero el problema puede ser mayor. Por ejemplo, si vamos a un hospital, lo primero que deciden es una revisión amplia por el temor a un juicio por mala praxis. Sólo después de ese examen y hasta una internación, por supuesto paga, nos darán el alta. Cuando somos sanos no prevemos que algo malo nos puede ocurrir. Por eso en los aeropuertos nos proponen seguros de viaje que debíamos haber contratado antes. El apuro no es buen consejero. Mi propósito no es sembrar temores, sino hacer pensar. Eso sí, con tiempo para elegir el mejor prestador y revisando la letra chica para saber el alcance de nuestra cobertura.