INFORMACION GENERAL
Lunes 15 de marzo de 2010
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CONSUMO DE ALCOHOL s DESPUES DE AÑOS DE EXCESOS E INCIDENTES
Fuerte control nocturno en San Miguel Es uno de los mayores centros de diversión del conurbano; con clausuras y otras medidas, bajó el 66% la asistencia a las discos OPINION
DANIEL GALLO LA NACION Preocupadas por el elevado consumo de alcohol juvenil, las autoridades bonaerenses endurecieron las leyes para reglamentar la diversión nocturna. En San Miguel fueron un paso más allá y pusieron en práctica una política municipal de “tolerancia cero”, con las infracciones en boliches para tener mayor control sobre lo que sucede en la noche. Los responsables de ese partido del conurbano relatan que, a partir de esa decisión, consiguieron bajar la asistencia a las discos locales de 60.000 personas cada fin de semana a menos de 20.000. Consideran en el municipio que ese nivel de concurrencia a los boliches es más fácil de supervisar y, de ese modo, también lo es hacer cumplir efectivamente las leyes. El intendente Joaquín de la Torre trazó tres líneas de trabajo para hacer sentir la presión en la noche de San Miguel. Procuró que la presencia oficial fuera sentida tanto por el público como por los empresarios. Por un lado, impulsó mayores inspecciones a los locales bailables y bares para verificar las condiciones de funcionamiento. En noviembre del año último, entró en vigor una normativa provincial para regular la venta de alcohol en los centros de esparcimiento. Sólo se puede ingresar hasta las 2; las barras deben dejar de vender bebidas a las 4.30, y una hora después el boliche está obligado a cerrar las puertas. Esos son algunos puntos que se verifican, supuestamente, en todos los municipios. Las otras dos alternativas de control en San Miguel aparecen como más originales. Se instaló un vallado en la zona en la que se concentra la mayoría de los 32 locales de diversión en el municipio. Antes de acceder a las calles de los boliches, los asistentes deben mostrar sus documentos a funcionarios municipales y a la policía. Con eso se procura evitar la asistencia de menores. Además, se impide, de esa manera, el ingreso de autos a las cercanías de los boliches, ya que se había observado que en esos vehículos los jóvenes llevaban bebidas para hacer una “previa” callejera y un posboliche, situaciones que muchas veces terminaban en riñas. Otra variante de control buscó eliminar a San Miguel como lugar de concentración masiva de la vida nocturna del conurbano. Las autoridades municipales aseguran que ya no llegan a la zona las combis y los ómnibus que aumentaban la concurrencia con público de otros distritos. Para evitar ese flujo de personas, los inspectores municipales frenaron durante semanas esos vehículos. Dado que en casi ningún caso contaban con permisos de transporte de pasajeros, el rodado y quienes eran trasladados en él terminaban la noche verificando sus datos en la comisaría. Para el intendente De la Torre, estas medidas ayudaron a disminuir los problemas en la noche: “Teníamos 46 internados cada fin de semana por consumo de alcohol o por peleas en boliches, y ahora bajamos a uno o dos”. La muerte de un muchacho de 21 años, que fue golpeado por patovicas en noviembre de 2008, mostró la
El tirano culto a la desinhibición CECILIA ARIZAGA PARA LA NACION
FOTOS DE MAURO ALFIERI
La policía colabora para impedir que ingresen menores en los boliches de San Miguel necesidad de supervisar la noche de San Miguel. El último fin de semana fue clausurado allí un local, por vender la “jarra loca”. Se trata de una moda juvenil de consumir mezclas de diferentes bebidas en grandes recipientes. Se usó como norma para labrar la infracción el artículo 5° de la ley 14.050, promulgada en noviembre pasado, en la cual se prohíbe la venta de alcohol en envases que superen los 350 milímetros.
Hay que ir a bailar con DNI y los menores se quedan afuera
Responsabilidad compartida
ANGELES CASTRO
Las clausuras empezaron a realizarse los viernes, para promover la responsabilidad social de los propietarios de boliches. Es que, al cerrarse un local por alguna infracción un sábado, día de la mayor concurrencia, la multa podía pagarse en la semana y abrirse las puertas de nuevo el viernes siguiente. Con el cierre por infracciones los viernes, se buscó, según aseguran en la intendencia, que la pérdida de un sábado comercialmente atractivo obligara a un cambio de actitud empresarial. Los funcionarios municipales afirman que sufrieron amenazas por esa política de “tolerancia cero”. “Disminuir los riesgos de la noche es un parche que tenemos que poner, pero, en realidad, hay que ocuparse también de los problemas del día, de por qué los jóvenes buscan alcoholizarse como única forma de diversión”, comentó De la Torre. “Tengo amigos que me llaman para felicitarme cuando sus hijos menores no pueden entrar en un boliche y que una semana después pueden llamarme para criticarme porque el mismo chico se nos escapó en un control y entró en la disco. Pero ¿por qué los dejan ir? El problema es que la familia traslada a las autoridades responsabilidades que le son propias, como es el hecho de tener control sobre lo que hacen los hijos”, afirmó el intendente de San Miguel.
Policías y empleados de seguridad marcan con rigor los nuevos límites LA NACION Son casi las 2 de la madrugada del sábado y en las cuatro cuadras de la avenida Tribulato sobre las que se concentran los boliches de San Miguel se encuentran apostados por lo menos diez camionetas y cinco patrulleros de la policía bonaerense, dos camionetas de la Dirección de Tránsito del municipio y varios uniformados a pie. Custodian a los miles de adolescentes que hacen fila para ingresar en las discos o que disfrutan de un trago sentados a la mesa de alguno de los tantos pubs. LA NACION ve, por ejemplo, a los agentes interceptar a un grupo de seis amigos que no alcanzan los 18 años y que, pese a la normativa que prohíbe la venta de alcohol a menores, caminan con vasos de Fernet con cola en la mano. Los obligan a dejarlos y la exigencia no genera conflicto: los chicos se quejan con un gesto, pero abandonan sus bebidas en el cordón de la vereda. En la otra cuadra, Agustín y Sofía también muestran su fastidio. Ambos tienen 16 años, vinieron desde Don Torcuato y Bella Vista, y no logran que les permitan ingresar en la disco Mal Bicho, donde nadie accede sin un DNI que acredite la mayoría de edad. “Venimos a bailar desde los 11, y ahora no nos dejan entrar. Esto comenzó el año pasado, después de unos disturbios que
Ingreso controlado en un boliche hubo. Ahora también hay menos peleas”, dicen a coro, y miran con cara de “yo no fui” a Carolina, que tiene 19 años, pero se quedó afuera del boliche para acompañar a sus amigos menores. Muy cerca de allí, en el acceso a la disco El Angel, el “patovica” Martín también exige DNI a los clientes y rebota a los menores. Incluso, va más allá y les llama la atención a dos adolescentes que visten campera deportiva. “La bajada de línea de los empresarios es clara: no entran menores y se respetan los horarios de ingreso, salida y venta de alcohol. Pero yo, además, trato de hacer un poco de docencia: no tienen que
venir a bailar con ropa deportiva, intento cuidar y enseñar la buena presencia”, explica el joven. A diferencia de Agustín y Sofía, el custodio de El Angel opina que sigue habiendo peleas. “Los chicos que no logran entrar permanecen dando vueltas. Son carne de cañón: a veces, se agarran entre ellos, o los roban”, explica. Parece que algunas cosas escapan a los fuertes controles. De todos modos, Delfina Barbieri, de 18, y Nadia Morena, de 19, sentencian que se sienten más seguras con el despliegue policial. Mientras se preparan para ingresar en Friend Land, relatan a LA NACION que los boliches se pusieron más rígidos. “Cambió mucho todo. Antes entrabas a los 14, a los 15, ahora piden DNI y entran los mayores. Estuve en Pierina la última vez y, a las 5, dejaron de vender alcohol. Ya lo venían anunciando desde más temprano. Así, a la salida, los chicos están menos tomados, y no hay tanto descontrol”, detalla Delfina, una bonita rubia de ojos celestes y vestido al tono. A dos cuadras de allí, frente a la disco Zorba, Wanda Medina y Fernanda Laghi (ambas de 19 y de San Miguel) coinciden. “Nos sentimos más seguras. Desde mitad del año pasado aumentaron los controles. Solemos ir a Pierina o a El Angel. Si no entramos antes de las 2, no entrás. Se respetan los horarios”, cuentan rápido, y apuran el paso. Ya casi son las 2 y quieren llegar a tiempo.
Desde 2005, cuando realizamos en el marco del Observatorio Argentino de Drogas la investigación sobre imaginarios sociales y prácticas de consumo de alcohol en adolescentes escolarizados, hemos enfocado el problema del consumo abusivo de alcohol, y el de las drogas en general, desde una perspectiva sociocultural prestando especial atención a las valoraciones, creencias e imágenes que, desde la voz de los adolescentes, y a veces también de los adultos más cercanos, nos ayudan a comprender las prácticas. Hicimos lo mismo en nuestro más reciente estudio sobre la dimensión simbólica del consumo de drogas dentro del entramado de los consumos culturales adolescentes En ese marco, hemos advertido que el alcohol funciona como un insumo para la producción de la identidad, de una presentación del “yo” acorde con los parámetros exigidos para “la noche adolescente”. Esto implica la autoconstrucción de un sujeto desinhibido, donde el descontrol resultante se vuelve un signo inequívoco de diversión, de que la noche “valió la pena”. Esta producción y la asociación del consumo de alcohol con diversión están en íntima relación con ideales de autoconstrucción, “soy lo que quiero”, y autocontrol, “los límites me los pongo yo”, propia de una sociedad individualizada, que se da de bruces con una sociedad desigual y vulnerable. El sentido y la motivación del consumo de alcohol hacen un anclaje en imágenes de un “deber ser” asociado a modelos de éxito y prestigio social, donde el alcohol resulta la herramienta clave para una cultura que hace de la diversión un culto hasta volverse una tiranía.
Un camino hacia la violencia Hay aquí una tensión entre el ideal y la realidad, entre la brecha entre la accesibilidad simbólica a los signos de prestigio –todos podemos verlos y desearlos una y otra vez– y la inaccesibilidad material de muchos. También entre la vulnerabilidad que en sus diversas manifestaciones, según el caso, atraviesa a adolescentes y a adultos de los más diversos sectores sociales. Y todo esto está regado por altas cuotas de alcohol y descontrol. Resulta hasta obvio pensar que la violencia está a un paso. La mayoría de las veces a las puertas del boliche. Pero no sólo allí. Quizá porque la violencia estaba mucho antes de que la primera trompada fuera dada.
La autora es socióloga, directora de la investigación sobre prácticas adolescentes de consumo de alcohol del Observatorio Argentino de Drogas de la Sedronar.