Florece en la fe
Serie de reflexiones sobre mayordomía
Propio 27 - Lucas 20:27-38
Domingo 10 de noviembre de 2013
¡Y él no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!
C
uando estaba yo en mi segundo año de estudiante en la universidad, en una carrera de estudios de religión, estudiaba las escrituras hebreas y del Nuevo Testamento con la perspectiva de un académico. O por lo menos, eso era lo que yo pensaba. Tenía yo en esos tiempos la necesidad de que todo se acomodara de manera lógica y ordenada. Lo que yo quería, y mantenía como mi expectativa, es que habría una explicación lógica y científica de los milagros, de las sanaciones y de la Resurrección. Es que me confundí con cosas que eran detalles, y por un tiempo, estos detalles se pusieron como impedimentos en mi fe.
A
sí que cuando los saduceos le plantean a Jesús un caso estrafalario de una viuda que, cumpliendo con sus obligaciones bajo la ley judía, se casa uno por uno con siete hermanos, cada uno de éstos muriéndose por turno, y los saduceos le preguntan a Jesús cual será su marido legítimo en el cielo, yo los miro como si tuvieran, en interpretación de las escrituras, la misma inmadurez del “estudiante universitario de segundo año”.
I
gual lo hace Jesús. Los saduceos se han hecho bolas teológicas, y quieren que Jesús les esclarezca su confusión. Pero Jesús no lo hará. Ellos están obsesionados con la muerte. Jesús los quiere reorientar hacia la vida, a igual que lo quiere hacer con nosotros. Vida nueva, vida de Resurrección. Vida que es mucho más que una promesa de algo que sucederá después de nuestra muerte física. Vida que podemos vivir en el aquí y en el ahora.
E
xisten muchas prácticas espirituales que hacen más posible el elegir vida: oración, servir, alabanza, estudio. La práctica espiritual de dar fue una que me costó trabajo adoptar. En los primeros años de mi edad adulta, era como si yo fuera un saduceo de la edad moderna, manteniendo mis obligaciones financieras, lamentando sobre lo que no tenía y preocupándome acerca de lo que necesitaba ahorrar. Nada más daba lo que pensaba tenía suficiente. Era un caso de estudio para la mentalidad de la escasez, hecho bolas financieras y bolas espirituales.
U
na combinación de un amigo que era sacerdote y mi esposa me retaron a dar en una mentalidad de abundancia. A mirar hacia la vida de Resurrección, y de pensar en dar el diezmo. No lo quería hacer, o por lo menos, no en un principio. Pero mi esposa me persuadió, y comenzamos a dar de manera proporcional para así participar en la labor de Dios en el mundo. Esto se convertió en una práctica espiritual hecha de manera disciplinada, y en los años que tardamos para llegar hacia el diezmo, descubrí que ya no daba por obligación, sino por gratitud. La práctica de dar abrió mi corazón a un nuevo entendimiento de la gracia de Dios, y a un nuevo entendimiento de la Resurrección. Y de algún modo, y esto sigue siendo un misterio para mí, resulta que tenemos aún más.
E
ste es un don que podemos vivir ahora, si es que lo elegimos. Y si lo practicamos. Y si podemos aprender a no mirar hacia atrás al cepo de la escacez.
El Reverendísimo Mark Beckwith Obispo Diócesis Episcopal de Newark
Preguntas para reflección •
¿Ha vivido usted la diferencia entre dar por obligación y dar por gozo?
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¿Cómo es el dar, para usted, algo que da vida?
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¿Cómo ha sentido usted que el Espíritu Santo nutre en su ser una nueva vida?
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