Mc 9, 2-10
Marcos no nos señala la respuesta de los discípulos, si decidieron ponerse detrás de Jesús o no, pero los vemos siguiéndolo hasta Jerusalén más adelante. Y es que la respuesta no se manifiesta con la palabra, sino con el hecho de seguir a Jesús.
Con todo, y para variar, los discípulos aún no han comprendido esta nueva forma de mirar al Mesías y su misión que Jesús les propone.
Le han reconocido como tal, pero aún no logran sacarse de la cabeza las visiones triunfalistas sobre él que han aprendido y vivido. Dentro de los Doce, los más “duros de cabeza” parecen ser Pedro y los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, a los que veremos más adelante pedir los puestos de honor al lado de Jesús cuando esté en su gloria, es decir, cuando se haya inaugurado el Reino (ver 10,35ss).
Marcos nos informa que Jesús llevó hasta un monte alto a los tres discípulos solos. Esto ocurrió “seis días después”. ¿Qué sucedió en esa semana?, el evangelio no lo dice, abriendo un espacio de silencio entre la proclamación de Jesús como el Cristo y su invitación a seguirlo y el signo de la transfiguración, con el que ayudará a sus discípulos a comprender mejor el camino al que Jesús los invita.
El signo está lleno de alusiones a la tradición de Israel y a las manifestaciones de Dios en el pasado. La transformación de la imagen de Jesús se da en un monte, como en el Sinaí durante el éxodo (ver Ex 19,16ss) o como Elías en el Horeb (ver 1Re 19ss)
Las ropas relucientemente blancas hablan de triunfo, poder y trascendencia de Dios. Junto a esto, aparecen Moisés y Elías conversando con Jesús. Moisés, el que guió al pueblo por el desierto y quien escribió la Ley por mandato de Dios; Elías, el gran profeta que había de volver antes del Mesías.
Así se nos muestra a Jesús en el marco de la tradición de Israel, su camino busca realizar lo central de la Ley y la Alianza (Moisés) en continuidad con los profetas y la esperanza en la llegada del Reino de Dios (Elías).
Jesús no viene a romper con la Ley o los profetas y el camino que ha propuesto, aunque parezca echar por tierra la Ley y las esperanzas de su pueblo, en el fondo las realiza más plenamente.
Pedro toma la palabra “sin saber lo que decía” para sugerir que se hagan tres tiendas, para que los tres personajes permanezcan y alargar el momento de gloria y triunfo. Pero su intervención muestra claramente que no ha comprendido lo que Jesús quiere mostrar con este signo, confundido por el miedo y el asombro.
Entonces se forma una nube (signo de la presencia de Dios) y una voz que declara: “Este es mi hijo amado, escúchenlo”. La voz de Dios ha repetido la idea del bautismo, pero ahora la frase no se dirige a Jesús (“Tú eres mi hijo amado”) sino a los discípulos y se le agrega un llamado: escúchenlo.
Moisés y Elías no hablan con los tres hombres, sino sólo con Jesús y la voz no ordena escuchar a los tres, sino sólo a Jesús. Esto quiere ser una invitación a que los discípulos revisen sus esperanzas y comprendan bien a Jesús.
El camino que les ha mostrado no es un acto suicida, sino la realización definitiva de la Ley y del Reino de Dios.
Luego de la voz, Jesús está solo. La Ley y las esperanzas de Israel son algo que construir y no algo que esperar. Por muy duro que sea el camino que Jesús propone, es el camino necesario para cumplir de verdad la alianza y realizar el Reino de Dios. Los discípulos deben escuchar y seguir a Jesús, dejando de lado las visiones equivocadas sobre el papel del Mesías y sobre la naturaleza del Reino de Dios que Jesús viene a provocar.
Parece importante puntualizar algunas ideas que Marcos quiere transmitir con esta imagen:
Jesús no es un personaje cualquiera, es el hijo de Dios, resplandeciente como El y con una autoridad mayor que la de la Ley (Moisés) o la de los profetas (Elías).
En él se cumple la totalidad de la tradición de Israel (la Ley y los profetas, es decir, toda la Escritura), y su interpretación de esta tradición es la de Dios, aunque a primera vista parezca contradictoria con las expectativas del pueblo y de los discípulos.
El discípulo está llamado a escuchar a Jesús, el hijo amado, y seguirlo, aún sin comprenderlo, porque el camino de la contradicción y del conflicto es el camino para realizar el ideal de la alianza, el Reino de Dios.
Al bajar del monte, Jesús les ordena no decir nada a nadie, ni siquiera a los demás discípulos. La imagen gloriosa de Jesús podía ser fácilmente mal interpretada, pero con todo era necesaria antes de continuar el camino. Sólo se comprenderá verdaderamente luego de la muerte y resurrección. Los discípulos guardan el secreto, pero no comprenden qué significa “resucitar de entre los muertos”.
En Marcos, hemos visto más de una vez que se ha hablado de personajes que resucitan, sobre todo en el caso de Juan Bautista con respecto a Jesús. Al parecer, resucitar quería decir que el profeta muerto ha resurgido en otro personaje, su misión y su poder. Por ello los discípulos no comprenden qué quiere decir Jesús con resucitar.
¿Se referirá a que después de muerto su poder y misión pasarán a otro? ¿O quizás que una vez que el haya muerto nacerá otro profeta que continuará el camino? ¿O será que después de muerto volverá a la vida para instaurar el Reino?
El misterio de la resurrección de Jesús es más que todo eso, no es una simple vuelta a la vida mortal luego de haber muerto, ni el traspaso de su poder a otro personaje, por ello los discípulos no comprenden bien de qué se trata y tampoco preguntan, totalmente desconcertados. Marcos nos deja así con un adelanto del triunfo de Jesús y con la certeza de parte de Dios que este Jesús es de verdad su hijo amado, y es a quien debemos escuchar y seguir.
Con esta luz pasajera podremos continuar el camino duro hacia Jerusalén, para enfrentarnos al conflicto definitivo con la confianza puesta en Dios y sus promesas, tal como las entiende Jesús.
Con todo, la transfiguración nos mantiene en el misterio, es más lo que no se dice que lo que se dice. El significado de la declaración de Dios sólo la podremos comprender luego de la resurrección, en la declaración del hombre del sepulcro y el silencio de las mujeres. Porque la Buena Nueva sólo se comprende al vivirla, y por eso Marcos la proclama en medio del silencio y la incomprensión de los mismos proclamadores.
MC 9,11-13
La experiencia extraordinaria de la transfiguración ha dejado confusos a los discípulos. Jesús se ha mostrado glorioso, al mismo nivel de Moisés y Elías. Incluso la voz de Dios los ha invitado a escucharlo sólo a él, ya que es su hijo amado. La ley y los profetas guardan silencio frente a Jesús, que es quien las cumple y les da su sentido.
A propósito de la presencia de Elías en el monte, a los discípulos les ha surgido una pregunta: Ellos han proclamado a Jesús como el Mesías, pero, “¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?”.
La duda es importante y seguramente era también una duda de la comunidad de Marcos. Según la tradición, antes de la llegada del Mesías debía volver el profeta Elías, a ordenarlo todo y dejar un pueblo bien dispuesto para recibir al Ungido y empezar los tiempos mesiánicos (ver Malaquías 3,22-24). Si Jesús era el Mesías, ¿Dónde estaba Elías?
Jesús los invita a revisar sus esperanzas. El es el Mesías, pero su manera de comprender esto es distinta de la de sus contemporáneos. Y si su papel como Mesías es distinto, también debe ser distinto el papel de Elías.
Jesús asume su papel de Mesías, llamando a cada uno a asumir un compromiso por el Reino, tomando parte en su construcción y abandonando la mentalidad que impide su llegada. Se niega a asumir un papel de “solucionador de problemas”, lo que provoca un conflicto que irá creciendo hasta la muerte y resurrección.
Para este Mesías distinto hay también un Elías distinto. Ni el Mesías ni Elías vienen a solucionar todo mágicamente, sino a provocar la oportunidad para solucionarlo. Este cambio tiene un costo, implica enfrentarse a los poderosos y llamar al pueblo a tomar conciencia de su papel, lo que acarreará inevitablemente la persecución y la muerte. Si eso pasará con el Mesías, los discípulos deben reconocer que también ha pasado a Elías.
“Elías ya vino y han hecho con él todo lo que quisieron”, declara Jesús, sin nombrar a este personaje misterioso. No es muy difícil descubrir de quién está hablando. Se trata de Juan, el bautista. El había llamado al pueblo a la conversión, en espera de la llegada del Mesías, y actuaba tal como Elías. Terminó decapitado por orden de Herodes, debido a su predicación y acción.
Ahora llega el Mesías y le ocurrirá lo mismo. Pero ni la muerte de Jesús ni la de Bautista son en vano, es a través de sus muertes como se completará e inaugurará el tiempo mesiánico, donde la construcción del Reino se inicia y se abre a todas las naciones.
Así Jesús reubica la esperanza de sus discípulos, para que comprendan mejor su misión. La llegada del Reino no es algo a esperar, sino algo que construir. La liberación de todo mal ya está sucediendo y el llamado de Jesús es a comprometerse con este proceso.
A Elías no hay que sentarse a esperarlo, porque ya vino, y al Mesías tampoco, porque ya está aquí, es Jesús, y nos invita a seguirlo por el camino que comenzó el Bautista (Elías), el camino del anuncio y el conflicto, el camino de la liberación de todo mal, que pasa por la entrega de la propia vida, con la certeza de que el triunfo final no será de la muerte o la injusticia, sino de la vida y la liberación, manifestada en la resurrección.
MC 9,14-29
Al llegar junto a los otros discípulos, Jesús se encuentra con un espectáculo extraño: Los discípulos discuten con los escribas en medio de mucha gente. Jesús ha subido para aclararle las ideas a los más “duros” de entre los discípulos, pero al bajar se encuentra con que a los demás les cuesta también entender las consecuencias de la nueva mentalidad que él trae.
Al llegar Jesús, la gente se sorprende y corren para verlo. Jesús capta que algo está pasando y quiere saber de qué se trata, por eso pregunta. “¿De qué discuten con ellos?”.
Un hombre ha traído a su hijo “endemoniado” con una enfermedad de epilepsia. Los discípulos han tratado de expulsarlo, pero no han podido.
El motivo de la discusión con los escribas era el por qué los discípulos no podían expulsar al demonio en ausencia del Maestro. Esta situación indigna a Jesús, porque señala claramente que los discípulos no han comprendido que no se trata de un poder mágico, sino de liberarse uno mismo del poder del mal para poder liberar a otro.
La respuesta de Jesús es durísima: “¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al niño”. Jesús sabe que le queda poco tiempo y que el final en Jerusalén será trágico, por ello le preocupa que los discípulos comprendan bien y las cosas y se molesta al comprobar que aún no comprenden.
Con todo, Jesús se preocupa del niño y averigua más para poder sanarlo: “¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?”. La preocupación y ternura de la pregunta contrasta con la dureza de la respuesta anterior.
Frente a la impotencia de los discípulos, el padre pide a Jesús que sane a su hijo, pero con un poco de duda, ya que quizás el poder de Jesús no es tan grande para sanar esta enfermedad que lleva tanto tiempo, por eso dice: “si puedes algo, ayúdanos, compadécete de nosotros”, a lo que Jesús responde que todo es posible para el que cree, por eso el hombre responde: “creo, ayuda mi poca fe”.
La actitud humilde del padre, que reconoce la debilidad de su fe, contrasta con la de los discípulos, que pierden el tiempo discutiendo con los escribas, sin revisarse ni revisar su fe. Los discípulos también creen, pero su fe es frágil y se rompe con facilidad.
A través de la actitud del padre, Jesús les mostrará el camino que debe seguir el verdadero discípulo: reconocer su propia fragilidad y seguir a Jesús en medio de las dudas y contradicciones.
Jesús sana al niño, ordenando al espíritu que lo abandone. El espíritu es “sordo y mudo” y no sólo mudo, como había dicho el padre. Es sordo, porque se niega a escuchar la orden que los discípulos le habían dado.
Así Jesús nos recuerda que muchos males del mundo parecen imposibles de derrotar por la sordera nuestra o de los que están poseídos del mal aún sin saberlo.
Al estar solos, los discípulos preguntan a Jesús el motivo por el que ellos no pudieron expulsarlo, y Jesús responde: “Esta clase con nada puede ser arrojado sino con la oración”. Las manifestaciones del mal no son todas iguales y hay algunas que requieren de un espíritu verdaderamente libre y creyente, para liberar a los demás de su esclavitud.
Nadie puede liberar del mal si sigue sometido a él. Los discípulos, al seguir pensando como los demás, siguen esclavos de una mentalidad esclavizante y por ello no pueden liberar a los demás. El camino para liberarse es uno solo y Jesús lo propone con claridad: Es necesario tener fe a pesar de las dudas, liberarse de las propias esclavitudes, confiando en Dios y en el poder de Jesús, y no en las propias fuerzas, a través de la oración.
MC 9,30-32
Esta sección termina con el segundo anuncio de la pasión, que es menos preciso que el primero, pero que nos entrega otros datos importantes. Jesús va caminando por Galilea, evitando que la gente lo sepa.
Ya va de camino a Jerusalén, pero no lo dice claramente, sólo señala las consecuencias de este viaje: el conflicto directo con las autoridades, su muerte y resurrección. Los discípulos intuyen que las cosas se están complicando y que el Maestro se trae algo entre manos, pero no se atreven a preguntarle, temiendo la respuesta.