CRÍTICA DE LIBROS
CLINAMEN POR RICARDO POCHTAR TREA 78 PÁGINAS
NARRATIVA EXTRANJERA
Entre el haiku y la novela En el Kusamakura, uno de los grandes clásicos japoneses del siglo XX, se indaga en la fugacidad de las cosas mediante la tensión sugerida por el movimiento y el reposo de la narración
T
ras la edición en la Argentina de algunos textos centrales de las letras japonesas (El libro de la almohada, de Sei Shonagon, o Cerezos en tinieblas, de Iguchi Ichiyo), tras la exhaustiva recuperación de la obra del premio Nobel 1968, Yasunari Kawabata, parece llegarle ahora el merecido turno a Natsume Sôseki, padre de la literatura japonesa del siglo XX. La vida de Sôseki (1867-1916) coincidió con el período Meiji que, de 1868 a 1912, marcó la caída del régimen despótico en el Japón y la definitiva modernización del país. Nacido en la ciudad de Edo (un año más tarde rebautizada Tokio), Sôseki estudió de 1900 a 1902 en Londres y, de regreso, se volcó por un tiempo a la docencia, en Matsuyama y en la Universidad de Tokio, donde sucedió a Lafcadio Hearn en la cátedra de literatura inglesa. Esa actividad inspiró una de sus novelas más populares (Botchan), aunque su mayor éxito en vida lo obtuvo en 1905 con Yo, el gato (existe traducción al español), novela satírica narrada a través de los ojos del gato de un profesor de inglés. Aunque estas novelas estaban dotadas de vitalidad, Sôseki fue tendiendo con los años a libros más rememorativos o meditativos. No hay que pensar en una obra de la vejez (vivió apenas 49 años), sino acaso, como se ha insinuado, en una personalidad depresiva. En su magnífico Garasudo no uchi, suerte de testamento escrito en 1915, Sôseki consignó el episodio más traumático de su vida: cuando supo que aquellos a los que consideraba sus abuelos eran sus verdaderos padres. Kusamakura (Almohada de hierbas), publicado originalmente en 1906 y ahora traducido por Amalia Sato, se vincula con la segunda etapa de Sôseki, lo mismo que el delgado libro en que apuntó sus sueños o los Pequeños
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cuentos de primavera (1909), hechos de minúsculos detalles. “Según el autor, era una novela haiku –una novela con un propósito ante todo estético–, modalidad en la que no volvió a incursionar”, explica Sato en un prólogo que describe con justeza el libro: “El protagonista se mantiene inmóvil mientras los acontecimientos se van sucediendo alrededor, con una oscilación entre el ejercicio del comentario artístico y la historia de misterio”. El protagonista, un pintor de inclinaciones poéticas que anhela “apartarse del mundo”, viaja a un recóndito pueblo donde hay aguas termales. Si se compara con Mont Oriol,
KUSAMAKURA. ALMOHADA DE HIERBAS POR NATSUME SÔSEKI KAICRON TRAD.: AMALIA SATO 172 PÁGINAS $ 49
de Maupassant, novela donde el descubrimiento de un manantial de aguas termales permite la pintura de una multitud de personajes, en este caso la atmósfera dista de toda mundanidad. Al contrario, el personaje femenino que cautiva al narrador es casi fantasmal. Y los tramos meditativos, los recuerdos o las digresiones líricas son tan importantes como la delgada trama. A diferencia de tantos escritores que posan de pensadores, Sôseki lo es de forma genuina, sin que ello lo debilite como narrador. Abundan aquí las reflexiones estéticas (“un artista es una persona que vive en el triángulo que queda luego de que el ángulo que de-
Magias mínimas “H
nominamos sentido común ha sido retirado de este mundo con cuatro esquinas”) , pero también las opiniones sobre la ceremonia del té (“revoltijo de reglas triviales”) o sobre los ferrocarriles, entendidos como el símbolo del siglo XX y de “los peligros que abundan en la moderna civilización”. La primera frase de Kusamakura es significativa: “Mientras subía el sendero de montaña, me puse a pensar”; es decir, acción y pensamiento por partes iguales. Algo análogo se detecta si se toman, a grandes rasgos, los capítulos iniciales. El primero abre con siete párrafos netamente reflexivos, a los que siguen siete párrafos narrativos, tres reflexivos, uno narrativo y cinco reflexivos. En el segundo capítulo hay cinco poemas intercalados. El autor no solo logra este equilibrio con lirismo y profundidad, sino que, en más de un pasaje, parece aludir de manera autoconsciente a su procedimiento. De este modo, al menos, se pueden leer las menciones al Tristram Shandy de Sterne (novela a la que Sôseki le consagrara un largo ensayo) o, más aún, las teorías de la lectura del narrador que, en vez de leer “desde el principio hasta el fin”, escoge al azar algunas partes, despreciando el argumento. Al hablar de la escultura en la antigua Grecia, Sôseki afirma, por medio de su narrador, que su ideal podía resumirse como una especie de energía en reposo: “¿ Movimiento o reposo? Esta pregunta candente domina el destino de los artistas”. Movimiento o reposo es, precisamente, una de las tensiones fundamentales de este libro que, entre novela (movimiento) y haiku (estampa quieta), indaga la fugacidad de las cosas, hace del viaje una metáfora de la búsqueda y medita sobre la imposibilidad o los riesgos de escapar de la realidad.
ay en el mar seres/ como insectos/ y en el aire diminutos/ peces esmaltados”, escribe Ricardo Pochtar (Buenos Aires, 1942; instalado en España desde 1976), quien además de poeta es traductor (a él se le deben, entre otras, la versión española de El nombre de la rosa, de Umberto Eco). El poema se llama “Metábasis”, palabra que hace juego con la que da título al volumen. Según la definición del poeta latino Lucrecio, el clinamen es una insensible desviación en los átomos que disipa todo determinismo. Esas desviaciones mínimas, esos misteriosos milagros de la invención, hacen de Clinamen un enigma sostenido. Así, también, por ejemplo, “Crece la piedra/ y la gota sabe/ que tiene/ las horas contadas”. A diferencia del prerromántico Johann Georg Hamann, para quien la poesía era la lengua materna del género humano, Pochtar concibe en cambio la poesía como una lengua extranjera, y al poeta, acaso, como al traductor insomne que vela unas palabras que no terminan de agotar su sentido. Declara el poema “Vocación”: “Vaciado de un silencio/ el signo se destina/ al más acá:/ es un avatar/ del más acá”. La trascendencia de los poemas de Pochtar está del lado de las cosas antes que de alguna instancia suprasensible. Lúcido, le cede la palabra a la extrañeza cotidiana de los objetos. Se trata de una poesía que está más cerca de la objetividad de los antiguos que de la subjetividad exacerbada de los románticos. A lo sumo, irrumpe, muy de tanto en tanto, una desapegada primera persona del plural que tiende un puente con el lector. La única vez que la primera persona del singular (el yo lírico en sentido estricto) se hace presente es para conjugar un deseo: “lo que quiero/ siempre tiene/ un punto ciego”. Sobrevolado por el fantasma de Paul Celan, Clinamen puede leerse como una indagación en los movimientos paradójicos que introducen libertad en el orden y desmienten la percepción. Esa perplejidad entrega el puñado de poemas mínimos y versos ascéticos que hacen de este libro un objeto mágico.
Eduardo Berti
Pablo Gianera
© LA NACION
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Sôseki