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ENERO-MARZO
01/2015
Las opiniones contenidas en los siguientes artículos sólo compromenten a sus autores y no constituyen posiciones oficiales del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación
Reflexión para la acción José Manuel García-Margallo MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES Y DE COOPERACIÓN
Para actuar es preciso primero entender. Por eso, aunque la diplomacia es eminentemente acción, requiere, para ser eficaz, de una comprensión del entorno internacional en que se desarrolla. Este boletín elaborado por la Oficina de Análisis y Previsión del MAEC tiene vocación de contribuir a esta comprensión por una doble vía. Se trata, por un lado, de facilitar a los actores de la diplomacia española el acceso a las tendencias actuales del pensamiento en relaciones internacionales. Se trata, por otro lado, de servir de ventana para que el pensamiento del MAEC se asome fuera del ámbito puramente administrativo. Por la primera razón se da a este boletín una amplia difusión dentro del Ministerio. Por la segunda, está disponible en la página web del MAEC. Espero que su lectura resulte provechosa y estimulante, tanto desde dentro como desde fuera de la diplomacia española.
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Política exterior española: de la teoría a la práctica Ricardo López-Aranda OFICINA DE ANÁLISIS Y PREVISIÓN
Con 2015 se inician dos períodos significativos para la política exterior española: por un lado, los cuatro años de vigencia de la Estrategia española de acción exterior y, por otro lado, los dos años de presencia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
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Feliz coincidencia? Más bien parece que se trata de dos procesos enlazados, uno, el de la Estrategia, que establece un marco de referencia a largo plazo, y el otro, la campaña y a la postre elección al Consejo, que hace operativa en lo inmediato esta visión global, es decir, que existe un continuum entre la Estrategia, la campaña al Consejo y la actuación que cabe esperar de nuestro país en dicho órgano.
Objetivos Se trata, quizá, de una coherencia necesaria, pues, en el fondo, una buena estrategia exterior no sólo se elabora, primero se descubre, encuentra su raíz en las aspiraciones del propio país, en nuestro caso en la adhesión a valores fundamentales, como la democracia y la promoción de los derechos humanos, en la preservación de la paz y la seguridad internacionales, en la protección de sus ciudadanos frente a las amenazas que se ciernen contra ellos, como el terrorismo o la criminalidad organizada, en la expansión de sus empresas y por tanto del empleo, en la contribución al desarrollo y a la lucha contra la pobreza, en la proyección de nuestra cultura, en el engarce colectivo con el proyecto europeo y en nuestra vocación iberoamericana, mediterránea y atlántica.
Pero la Estrategia supone también una puesta al día, una actualización de nuestros objetivos que tiene en cuenta los desafíos presentes, algunos acuciantes, como la refundación de la Unión Europea, la revitalización de la diplomacia económica en el contexto de crisis global y el valor de la imagen país en este ámbito, la necesaria puesta al día de la gobernanza global, tanto económica como de seguridad, el reto de estar más presentes en el área Asia-Pacífico, hacia el que se desplaza el centro de gravedad económico del planeta, y de responder eficazmente a desafíos como el cambio climático, la ciberseguridad o la seguridad marítima. Todas estas cuestiones han estado muy presentes en nuestra campaña al Consejo de Seguridad y lo están en nuestro desempeño en el Consejo. Merece especial mención a este respecto la atención prestada al vínculo existente entre seguridad y cambio climático en amplias zonas del planeta, nuestra sintonía con África Subsahariana, de la que nos consideramos un representante más en el Consejo, o la especial atención que prestamos al fortalecimiento del estado de derecho.
Principios La Estrategia exterior de un país, por otro lado, no sólo se define en términos de
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objetivos, sino también de principios, de formas de actuar, de ser. Viene delimitada por una idiosincrasia que en el caso de España encuentra su raíz en nuestra tradición histórica, que ha hecho de nosotros una nación con vocación universal, y en nuestra historia reciente, nuestra transición a la democracia, que se proyecta en nuestras relaciones internacionales y nos lleva a tener presentes las diferentes sensibilidades en juego, a buscar el consenso y a actuar con transparencia. Esta idiosincrasia se ha reflejado también en nuestra campaña al Consejo de Seguridad: nuestra vocación universal se traduce en sentido de la responsabilidad hacia la comunidad internacional en su conjunto, mientras que nuestra manera de hacer diplomacia nos ha permitido presentar como un activo a la comunidad internacional nuestra capacidad de tender puentes entre diferentes partes en conflicto, de tener en cuenta diversos puntos de vista, y de hacerlo sin una agenda oculta. Ya en el Consejo de Seguridad, ese sentido de la responsabilidad ha sido recono-
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cido por el resto de sus miembros, que nos han asignado la tarea de presidir el comité encargado de reforzar los regímenes existentes par evitar la proliferación de armas de destrucción masiva y dos comités de sanciones de importancia crucial para evitar la proliferación nuclear en Corea del Norte y en Irán. Estamos además trabajando en el Consejo para incrementar la eficacia de las operaciones de mantenimiento de la paz - en las que nuestros efectivos se han granjeado un merecido prestigio - entre otros asuntos en los que nuestra trayectoria es conocida y apreciada. En cuanto a nuestra capacidad para el diálogo y nuestra voluntad de transparencia, se está traduciendo en un continuada labor para mejorar las capacidades preventivas del Consejo, y en particular los instrumentos de mediación, así como en la revisión y mejora de sus métodos de trabajo, cuestión que reviste una importancia capital para aumentar su representatividad, rendición de cuentas y eficacia, y por ende para reforzar la legitimidad de su actuación.
Eficacia en la actuación Una estrategia, por último, además de coherente en los objetivos y en los principios, ha de establecer mecanismos que garanticen su eficacia. La Estrategia de acción exterior retoma la filosofía de la norma de la que trae su causa, la Ley de Acción y del Servicio Exterior del Estado, cuyo enfoque abarca la multiplicidad de actores que hoy en día, dentro de la Administración, contribuyen a conformar la acción exterior del Estado, junto con el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, que según dicha Ley planifica y ejecuta la política exterior y coordina la acción y el servicio exterior del Estado. La Estrategia subraya la importancia de potenciar nuevos instrumentos como son la diplomacia pública (entre ellos, la relación con los centros de pensamiento o “Think Tanks”), la Marca España, los planes de comunicación y la diplomacia digital, necesarios para una acción exterior en la que los ciudadanos, individualmente o en grupo, juegan un papel cada vez mayor,
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y en la que se hace necesario gestionar redes sociales, junto con la tradicional relación con autoridades de otros países. Pues bien, en pocas empresas como la campaña al Consejo de Seguridad se ha plasmado más claramente, primero, lo eficaz que puede ser la Administración española en su conjunto cuando se moviliza de forma coordinada en una determinada dirección, segundo, la capacidad de ser el punto focal de esta coordinación que tiene el Ministerio de Asuntos Exteriores y, tercero, la incorporación de los nuevos instrumentos de diplomacia pública o diplomacia digital a la diplomacia “tout court”. La campaña para las elecciones al Consejo de Seguridad ha requerido en efecto una coordinación en cuyo centro ha estado el Ministerio de Asuntos Exteriores, pero que ha involucrado a otros departamentos ministeriales, otras administraciones públicas, a la sociedad civil, y a los principales actores del arco político. En efecto, nuestra campaña al Consejo, y cabe esperar que nuestra presencia en el mismo, ha constituido un verdadera política de Estado, iniciada por un gobierno de color distinto al que la ha culminado. Se han utilizado al máximo además los mecanismos de coordinación existentes dentro del propio Ministerio de Asuntos Exteriores y se han puesto en pie nue-
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vos instrumentos, como las reuniones de coordinación semanales entre sus diferentes sectores, político, de cooperación, europeo, consular, económico, las Casas, en videoconferencia con la Misión en Nueva York y en no pocas ocasiones con la REPER UE. Como complemento, la diplomacia pública (en la que cabe destacar la labor de las Casas) y la diplomacia digital, a través de una página web específica sobre la campaña, de la cuenta de Twitter de nuestra Misión en Nueva York, entre otros instrumentos, han permitido hacer llegar el mensaje de España a un público más amplio. En definitiva, con la campaña al Consejo de Seguridad, el Ministerio de Exteriores, y más allá, la Administración española, ha mostrado un alto grado de motivación y de coordinación interna, y ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Tras la elección al Consejo, ese “tono muscular” se ha mantenido. Se ha creado una nueva Dirección General de Naciones Unidas y Derechos Humanos, para reforzar nuestra capacidad de coordinación con vistas a la presencia en el Consejo, pero también más allá, como reflejo de la importancia que España otorga a la diplomacia multilateral y al marco de Naciones Unidas. Además la campaña está sirviendo de inspiración para organizar los métodos de
trabajo para la preparación de las sesiones del Consejo de Seguridad, mediante reuniones y videoconferencias similares a las llevadas a cabo entonces. Se trata de mantener el mismo compromiso del conjunto del Ministerio, de la Administración y del país en su globalidad, en este proyecto colectivo. En definitiva, cabe esperar de nuestra acción en el Consejo coherencia con lo que somos, un país fiable y responsable, dispuesto a contribuir con su cuota parte de responsabilidad a la resolución de conflictos internacionales a menudo intratables, pero que hay que tratar de resolver. Más allá del 1 de enero de 2017, cuando finalice este período de presencia en el Consejo de Seguridad, nuestro objetivo ha de ser que además de disfrutar de la satisfacción del deber cumplido, mantengamos los instrumentos y procedimientos al nivel que nos habrá exigido nuestra presencia en el Consejo, con una política exterior que cubra una agenda verdaderamente global, lo cual quiere decir mantener los mecanismos de coordinación creados en este período, mantener la capacidad de definir objetivos generales de política exterior que estructuren el resto de nuestra acción y mantener el impulso político, lo que entronca con al noción de política exterior como política de Estado, que se plasma en la Estrategia de Acción Exterior.
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Europa: poder, afecto y utopía
Fidel Sendagorta PODER Y DERECHO EN LA UNIÓN EUROPEA. JOSÉ MARÍA DE AREÍLZA CARVAJAL, MADRID, CIVITAS/THOMSON REUTERS, 2014
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l último libro de José María de Areilza versa sobre el asunto al que ha dedicado lo mejor de su carrera académica: los avatares de la construcción europea. Su anterior ensayo formaba parte de una obra colectiva titulada Europa después de Europa, dirigida por Emilio Lamo de Espinosa, en la que sus autores desgranaban con lucidez las debilidades de la Unión Europea en un mundo poseuropeo y propugnaban una nueva proyección de Europa sobre el escenario internacional. Se trataba de un proyecto auspiciado por la Academia Europea de Ciencias y Artes, convertida bajo la presidencia de José Angel Sánchez Asiaín en un activo think tank dedicado al análisis de los desafíos que plantea la integración europea. La Academia celebra ahora sus veinte años de existencia con un libro, en el que bajo el título de Europa como aspiración y como tarea, el historiador Joaquín Rodríguez repasa la contribución de esta institución a los grandes debates europeos. Las elecciones al Parlamento europeo del pasado mes de mayo han marcado un nuevo hito en la creciente desafección
del electorado hacia el proyecto de integración europea. Partidos con programas contrarios a la propia Unión Europea han batido a las formaciones políticas mayoritarias en un país, como el Reino Unido, que se interroga sobre su permanencia en la Unión, pero también en Francia, uno de los Estados fundadores del proyecto de integración. En un momento en el que prevalecen los sentimientos en los debates europeos, el libro de José María de Areilza nos sitúa en los argumentos de la razón. Pero el autor sabe que las ideas necesitan del motor de la emoción para ser verdaderamente movilizadoras. De ahí que su obra empiece y termine con la inquietud por la pérdida del horizonte utópico en el proyecto europeo y la apelación a recuperarlo como condición esencial para que pueda revitalizarse. Pero, ¿no ha sido precisamente el exceso de utopía en la construcción europea lo que ha llevado ahora a este golpe de péndulo en favor de la recuperación de la soberanía nacional? Lo cierto es que las elites europeas han pecado de arrogancia en sus planteamientos integracionistas y no han sabido detectar las resistencias que iban fraguándose en amplios sectores sociales de algunos Estados miembros. Esta rebelión inesperada estalla en los referendos de 2005 sobre la Constitución europea con el triunfo del «no» en Francia y en Holanda. Y el malestar entonces todavía difuso acaba articulándose políticamen-
te con propuestas contrarias a algunas de las realizaciones más ambiciosas de la construcción europea como el euro, la libre circulación de personas o el espacio Schengen. Entre medias, una severísima crisis financiera había debilitado la lógica de la soberanía compartida y ponía viento en las velas de quienes propugnan la recuperación de la capacidad para controlar los destinos de cada nación. Renace, pues, en Europa el fantasma del nacionalismo, esta vez para conjurar las amenazas reales o imaginarias de la globalización, de la inmigración y de la transferencia de poder a las instituciones de Bruselas. En este debate tan decisivo para nuestro futuro se sitúa Poder y Derecho en la Unión Europea. El libro, en sus dos primeros capítulos, es una guía para perplejos del entramado institucional europeo, tan exuberante como incomprensible para el común de los ciudadanos. Pero también es una penetrante indagación sobre los motivos de la actual desafección que el autor asocia con el crecimiento incontrolado de las competencias de la Unión Europea y con el persistente problema del déficit democrático de las instituciones comunitarias. En realidad, ambas cuestiones son indisociables: el paradigma de una unión cada vez más estrecha implica una vocación expansiva de las competencias comunitarias. Pero una vez que una función estatal pasa a estar transferida a Bruselas, los ciudadanos pierden la capacidad de controlar con su voto el ejercicio
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de esa competencia, sustraída ahora a la supervisión directa de los parlamentos nacionales. Las soluciones que propone el autor para estas deficiencias pasan, en primer lugar, por una unión de competencias limitadas en la que la integración no es la prioridad absoluta ni un objetivo en si mismo. Cuánta integración y para qué se convierten, así, en las preguntas clave para abrir un debate necesario en cada Estado miembro y Areilza no esconde su respeto por la manera en que esta discusión pública se produce en Alemania, al tiempo que brilla por su ausencia en España. En segundo lugar, el ensayo propone dar entrada en el Parlamento europeo a representantes de los parlamentos nacionales con el fin de que éstos puedan ejercitar su función de control sobre las competencias transferidas a la Unión Europea. Además de estos importantes desafíos para la Unión Europea en su conjunto, el ensayo presta una atención muy especial al caso español en el tercer capítulo. Hay dos ideas que resultan especialmente pertinentes en la actualidad política de nues-
tro país. Una de ellas es que el Tratado de Lisboa define un régimen antisecesión que situaría a toda región que optara por la independencia en una posición extramuros de la Unión Europea. En consecuencia, se vería obligada a solicitar la adhesión en las condiciones fijadas para cualquier país tercero. Pero, además de este sistema legal, el autor recuerda a su maestro Joseph Weyler cuando argumenta que la secesión es incompatible con el espíritu del Tratado, ya que plantea una contradicción fundamental con el principio mismo de la integración. La segunda reflexión sobre España se refiere a su papel en Europa. Si, en las últimas décadas, Europa ha sido el gran proyecto de la España contemporánea y los gobiernos españoles más activos han apostado siempre por un liderazgo basado en un sincero europeísmo, esta posición no sería ya sostenible en el nuevo contexto europeo. En la medida en que España quiera seguir influyendo en Bruselas, nuestros políticos no podrán mantener ya el lema de «más Europa» como un mantra que encuentra cada vez menos eco allende los Pirineos. La
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definición de un nuevo europeísmo más crítico y exigente constituye, así, la condición básica para recuperar nuestra capacidad de ser escuchados. El libro acaba con una recapitulación de los dilemas europeos a la luz de la reciente crisis del euro, así como con una llamada a reinventar un horizonte utópico como pieza clave para devolver a los ciudadanos el afecto perdido hacia el proyecto europeo. Por lo que se refiere a la primera cuestión, el balance que hace el autor es decididamente mixto. Por una parte, la moneda común ha aguantado los embates de los mercados financieros y la lógica proeuropea ha prevalecido en los cálculos de los Estados miembros. Pero, por otra, se ha puesto de manifiesto la contradicción entre la necesidad económica de completar la Unión Monetaria con nuevas transferencias de poderes y recursos que, sin embargo, no son viables por la resistencia de los electorados a la cesión de competencias y la consiguiente pérdida de control político sobre ellas. En cuanto a la revitalización del proyecto de integración mediante la asunción de un nuevo idealismo, Areilza traza algunas pistas de futuro: la compatibilidad del proyecto europeo con las democracias nacionales, la proyección de la Unión Europea en la escena internacional y la movilización de los jóvenes mediante un sistema europeo de voluntariado. Si las dos primeras tienen una plena justificación política, la última presenta un componente moral propiamente metapolítico, ya que implica el paso de una cultura que contempla al ciudadano exclusivamente como sujeto de derechos a otra que incluya también la entrega desinteresada al servicio de la comunidad. La apelación final del ensayo a un europeísmo de nueva generación se ilustra con la cita de Goethe, siempre evocadora y sugerente: «Lo que has heredado de tus padres tienes que merecerlo para hacerlo tuyo». Y es que, como recuerda el autor en las primeras líneas de esta obra, no debe confundirse a la Unión Europea con la civilización europea. En esta última y en su legado moral se hallan las fuentes en que acabará surgiendo esa visión idealista que proporcione a los jóvenes europeos la inspiración para escribir el próximo capítulo de ese gran relato que es el proyecto de integración.
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Vuelve un tema recurrente: los límites del poder estadounidense y las llamadas a que Europa esté más presente en el ámbito de la defensa.
El poder americano a debate
egún Robert Merry1, aunque EEUU seguirá siendo el poder preeminente durante bastante tiempo, la época en que la dominación era comúnmente asimilada está llegando a su fin. Joseph Weiler2 y Javier Solana3 coinciden en que el fin de esta época viene marcado por un declive de poder relativo de Estados Unidos, mientras que Richard Haass4, pone el acento en un desorden mundial en aumento que, según afirma, hará echar de menos el orden global posterior a la Guerra Fría, en el que Europa se veía resguardada por Estados Unidos. El mundo evoluciona hacia un sistema multipolar, caracterizado por el desorden y la difusión de poder. Sin embargo, para autores como Richard Haass o Robert Kaplan5, no cabe exagerar el declive estadounidense, ya que no existe otra superpotencia que pueda adoptar dicho papel, e incluso, según Kaplan, debido a una suerte de “destino manifiesto” dictado por la geografía. Esa “obligación de liderar” ha quedado también plasmada por la Estrategia de Seguridad Nacional Estadounidense de febrero de 20156. Sin embargo, algunos autores apuntan a una ausencia de líderes capaces de hacer frente a los desafíos impuestos por los cambios globales. Robert Merry recuerda que el “viejo orden” fue construido en gran medida por las reformas introducidas por uno de los grandes líderes estadounidenses, F. D. Roosevelt. Hoy, cuando un nuevo orden debe reemplazar el anterior, se necesitan líderes que lleven a cabo las reformas necesarias. Merry, al reseñar el libro de Aaron Miller “The End of Greatness”, coincide con éste en que el Presidente Obama no ha proporcionado ese liderazgo, pues no ha abordado adecuadamente los problemas que están en la raíz del incremento de la inestabilidad global.
1. Merry, Robert W. Is Greatness Gone? The National Interest, Núm. 135, Enero/Febrero 2015. 2. Weiler, Joseph H. Sonámbulos de Nuevo: Europa y la “Pax Americana”. Política Exterior, Núm. 162, Noviembre/Diciembre 2014. 3. Solana, Javier. Más interdependientes, más responsables. Política Exterior, Núm. 163, Enero/febrero 2015. 4. Haass, Richard N. The Unraveling. Foreign Affairs, N. 6, November/December 2014. 5. Kaplan, Robert D. Fated to Lead. The National Interest, Núm. 135, Enero/Febrero 2015 6. Grevi, Giovanni. Patient, Prudent, Strategic? The 2015 United States National Security Strategy. Policy Brief of FRIDE. N.194. February 2015.
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Los nuevos acontecimientos globales han propiciado, en efecto, un debate sobre la política exterior de la Administración Obama. Juan Tovar7 explica que continúa en EE.UU. el debate ideológico entre los que abogan por un enfoque realista en el que la acción exterior queda circunscrita a la defensa de los intereses nacionales, y los que, desde un punto de partida neoconservador o “liberal”, defienden la necesidad de promover activamente en diversos escenarios los valores e ideales occidentales. Desde una perspectiva realista, el diagnóstico de Richard Betts8 es que guerras como la de Irak y Afganistán han dejado tanto a la opinión pública como al Pentágono en un estado de “fatiga”, que genera una mayor reticencia de Estados Unidos a realizar operaciones militares sobre el terreno, lo que le obliga a tener que plantearse cómo escoger mejor sus guerras y cómo reestructurar su estrategia en las intervenciones que lleve a cabo.9 También
para Haass, desde un enfoque realista, Estados Unidos tendría que rebajar sus ambiciones respecto al establecimiento de modelos democráticos y a la pretensión de resolver conflictos por todo el mundo. Emergen asimismo dudas respecto a la sostenibilidad de la supremacía militar de Estados Unidos. De acuerdo con William Lynn 10, la industria de defensa estadounidense ha perdido competitividad debido a fenómenos como la globalización y el surgimiento de empresas de capital privado que realizan fuertes inversiones en altas tecnologías. Los sistemas de defensa actualmente son más complejos e integrados. De ahí que una menor presencia militar en territorio extranjero pueda ser más efectiva si se complementa con buenas estructuras y sistemas de inteligencia, tal como señalan Joshua Rovner y Caitlin Talmadge con respecto a los países del Golfo Pérsico.11 Sin embargo, en opinión de Lynn, el Pentágono no se ha adaptado a estos cambios estructurales, ya que no
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pone los medios para aprovecharse de las inversiones en investigación de las empresas punteras en alta tecnología ni de las economías de escala que podría proporcionar una mayor cooperación internacional, lo que, sumado a una reducción del presupuesto, hace que corra el riesgo de perder su primacía en tecnologías de defensa a nivel global. Ya sea con el argumento del declive de la autoridad global estadounidense o el de la adopción de una estrategia de “liderazgo desde atrás”, lo cierto es que se observa un retraimiento de la voluntad de presencia militar sobre el terreno por parte estadounidense. Esto tiene implicaciones para la Unión Europea, a la que se advierte de la necesidad de asumir sus propias responsabilidades y de tomar iniciativas en política exterior y de defensa.
Consecuencias para Europa En efecto, en las principales revistas estadounidenses sobre relaciones interna-
7. Tovar, Juan. La Crisis de la Política Exterior de Obama. Política Exterior, Núm. 162, Noviembre/Diciembre 2014. 8. Betts, Richard K. Pick Your Battles: Ending America’s Era of Permanent War. Foreign Affairs, N. 6, November/December 2014. 9. Boot, Max. More Small Wars; Counterinsurgency Is Here to Stay. Foreign Affairs, N. 6, November/December 2014. 10. Lynn, William J. The End of the Military Industrial Complex: How the Pentagon Is Adapting to Globalization. Foreign Affairs, N. 6, November/December 2014. 11. Rovner, Joshua and Talmadge, Caitlin. Less is More: The Future of the U.S. Military in the Persian Gulf. The Washington Quarterly, number 3, Fall 2014.
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cionales, pero también desde Europa, esta reflexión sobre el supuesto declive de poder estadounidense viene acompañada de un llamamiento, en el contexto de la crisis de Ucrania, a un mayor compromiso europeo en materia de defensa. El fin de la pax americana dejaría una Europa desprotegida pero consciente de sus carencias. Como recuerdan Matthias Matthijs y Daniel Kelemen12, durante dos décadas los países de la Unión han prometido integrar sus políticas de seguridad y defensa, sin llegar nunca a cumplir estas declaraciones. La seguridad que proporcionaba EE.UU. ha provocado esta relajación en cuanto a inversión en defensa, así como una insuficiente coordinación en materia de seguridad en Europa. Esto hace que en el terreno de la defensa el conjunto europeo sea menor que la suma de lo que cada Estado aporta.13 También en el marco de la OTAN, a pesar de la insistencia estadounidense en la cumbre de Gales de septiembre 2014, los Estados europeos se mostraron reticentes a aumentar el gasto en defensa.14 La actitud europea en política de defensa pone de manifiesto según Weiler el andar “somnoliento” de la UE en el marco de nuevos escenarios internacionales que exigirían una respuesta proactiva. Para Weiler, si Europa quiere mantener su posición debe despertar y aprender a tomar decisiones consecuentes con sus responsabilidades globales sin la tutela estadounidense. Matthijs y Kelemen opinan que la Unión Europea se ha mostrado inicialmente débil frente a lo que califican de agresión rusa a Ucrania, a las puertas de Europa. Eliot Cohen15 también critica a Occidente por no haber reaccionado con la contundencia necesaria ante una anexión territorial dentro del propio continente europeo, indicio de la vulnerabilidad de principios fundamentales -como el de soberanía nacional e integridad territorial- que están siendo relativizados al modularse las medidas contra Rusia debido a las pérdidas económicas que pueda suponer en las economías europeas.
Para Matthijs y Kelemen la debilidad de la política exterior y de seguridad común y la amenaza a los valores no son los únicos problemas, sino que otros retos, como la situación económica, la desconfianza en las instituciones y el euroescepticismo afectan también al proyecto europeo. Para que la Unión Europea pueda “renacer” estos desafíos tienen que ser entendidos en su conjunto y pueden constituir un revulsivo, favorecido por la llegada de líderes competentes como los nuevos Presidentes de la Comisión y del Consejo Europeo, que se unen a la positiva labor del Presidente del Banco Central Europeo en el ámbito financiero. Consideran incluso que la actuación rusa en Ucrania constituye una oportunidad para unir a los Estados miembros y puede ser el detonante para que se desarrollen acciones concretas hacia la creación de una verdadera política común de seguridad y de defensa. Para Cohen, en una línea similar, la respuesta a la crisis europea debe ser material y espiritual: un aumento del gasto en defensa y la recuperación de sus valores fundamentales. En el mismo sentido, un grupo de autores europeos16 llaman a la movilización de la Política Exterior y de Seguridad Común para contrarrestar el fin de la hegemonía estadounidense, apostando por una política de seguridad y defensa efectiva y global. Para ellos, la PESC es un ámbito de desarrollo esencial de la UE, tanto para unir Europa como para posicionar a la UE en el mundo. Es por tanto esencial definir una política exterior más fuerte, unificada y coherente. Federica Mogherini, como Alta Representante de la PESC y Vicepresidenta de la Comisión, debe asumir un papel protagonista para conseguir esta deseada política exterior común. Para ellos Mogherini tiene que reforzar su posición en la Unión y trabajar conjuntamente con el Presidente del Consejo Europeo y con la Comisión, así como coordinar a los Estados miembros, de manera que pueda ser desarrollado un enfoque más global. La Alta Representante debe también movili-
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zar a los Estados en torno a políticas comunes y apoyarse en una SEAE con una capacidad de análisis estratégico reforzada. Por último, junto a estos autores, Javier Solana alude también a las ventajas competitivas de la UE a nivel global, como su naturaleza única, y apela a los valores y al ejemplo de reconciliación e integración que ofrece al mundo. En definitiva, se hace un llamamiento a que la UE asuma mayores responsabilidades y replantee su política común de seguridad y de defensa, afrontando los retos creados por el nuevo posicionamiento global estadounidense así como por los cambios en el escenario internacional. Para cumplir con estas responsabilidades, como afirman Matthijs y Kelemen, los líderes europeos deben demostrar un firme compromiso con la economía, la seguridad y la democracia europeas, y hacer ver que Europa es más fuerte cuanto más unida.
12. Matthijs, Matthias y Kelemen, Daniel. Europe Reborn: How to Save the European Union from Irrelevance. Foreign Affairs, N. 1, January/February 2015. 13. Weiler, Op. cit. 14. Dempsey, Judy. ¿Qué le espera a la OTAN? Política Exterior, Núm. 162, Noviembre/diciembre 2014. 15. Cohen, Eliot. The ‘Kind of Thing’ Crisis. The American Interest. Núm. 3 January-February 2015 16. Keohane, Lehne, Speck y Techau. Por una nueva ambición europea. Política Exterior, Núm. 163, Enero/febrero 2015. Con la colaboración de Ana Sánchez Canales y Blanca Moreno Fontela
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Tayip Erdogan y el Descubrimiento del Nuevo Mundo Luiz Zaballa
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finales del año pasado, el Presidente de Turquía tuvo la audacia de hacer la siguiente declaración pública: ‘Los musulmanes descubrieron América, no Cristóbal Colón. Marinos musulmanes llegaron a América en 1178. El propio Colón menciona en sus memorias la existencia de una mezquita en lo alto de una colina a lo largo de la costa cubana.’ ¿Qué fundamento tiene esta afirmación? Y, más generalmente, ¿cómo afectan las alegaciones de descubrimientos precolombinos a la imagen de España como nación histórica? El objeto de este artículo es intentar responder brevemente a estas dos preguntas. La primera de ellas no presenta especial dificultad. La declaración de Erdogan se basa, al parecer, en la obra del controvertido historiador musulmán Youssef Mroueh, según el cual la cita de Colón probaría que el Islam ya estaba extendido por América en aquella época. Pero cuando se acude al texto original de Colón, el Diario de a Bordo (compendiado por Bartolomé de las Casas), se encuentra sólo una referencia a esa mezquita, en la
entrada del 29 de octubre de 1492, en la que, describiendo las montañas de la costa cubana, señala que ‘una de ellas tiene encima otro montecillo a manera de una hermosa mezquita’. Eso es todo; una figura literaria. Por si hiciera falta corroborar esta lectura, cabría apuntar el hecho de que en su relato Colón no se detiene ni un instante a considerar las implicaciones de una supuesta presencia musulmana en las tierras que acababa de reclamar para Castilla. ¿Qué habría llevado Erdogan a validar una teoría pseudohistórica de esta naturaleza? Los que siguen de cerca la vida política de Turquía y la carrera política de su Presidente apuntan a su estrategia política consistente en posicionarse como abanderado de la cultura islámica frente a sus oponentes, de orientación más secular. También apuntan a su aspiración de erigirse en líder político del mundo islámico en general, lo que le llevaría a apelar a la grandeza histórica del Islam a escala global. El objetivo inmediato de su declaración sobre el descubrimiento de América sería la construcción de una mezquita en Cuba para satisfacer los deseos de la minoría musulmana de la isla, y así lo expresó abiertamente justo después de la citada declaración, pronunciada, por cierto,
en un encuentro de líderes musulmanes latinoamericanos, lo que permite situar las palabras de Erdogan en el contexto de sus pretensiones políticas. Hay otra vía por la que se ha pretendido atribuir a un musulmán el descubrimiento del Nuevo Mundo, y es el supuesto viaje de la Gran Flota china, que bajo el mando del almirante musulmán Zheng He, habría recorrido toda la costa asiática y africana, hasta alcanzar las Islas Canarias, para ser llevado desde allí al Caribe por los mismos vientos que impulsaron a Colón. Esta es, al menos, la historia que cuenta el autor iglés Gavin Menzies en su libro 1421: The Year China Discovered America, publicado en 2002, y del que ha conseguido vender más de un millón de ejemplares. Menzies es un historiador aficionado, además de un gran fabulador. Su libro ha sido literalmente demolido por el mundo académico, tanto de Occidente como de China. El fundamento de su tesis es la capacidad tecnológica china, que siglos antes había inventado la brújula, y que durante la dinastía Ming desarrolló la industria naval más avanzada del mundo. Todo ello es cierto, pero los historiadores chinos niegan la existencia de cualquier documento que acredite que la Gran Flota de Zheng He navegase más allá del Cabo
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de Buena Esperanza, descartando radicalmente que pudieran adentrarse en el océano, ya que los chinos desconocían los conceptos latitud y longitud, e incluso ignoraban el hecho de que la Tierra fuese esférica hasta que se lo enseñaron los misioneros jesuitas en el siglo XVI. Menzies admite que sus teorías carecen de base documental, pero lo atribuye enteramente a la quema de archivos ordenada por el Emperador para poner fin a la era de expansión naval china. La extraordinaria acogida comercial de un libro de esta naturaleza pone de relieve, en todo caso, la existencia de una gran receptividad popular, especialmente en el mundo anglosajón, a cualquier tesis que oscurezca el protagonismo español en el descubrimiento del Nuevo Mundo. Algo semejante puede observarse con la acogida académica y mediática de la teoría del descubrimiento de América por los vikingos, alrededor del año 1.000, que sin embargo se reconoce generalmente como un hecho establecido, hasta el punto de estar penetrando ya los libros de texto norteamericanos. La tesis tiene su origen en varias sagas islandesas que narran los viajes por mar desde Groenlandia a una tierra al oeste (supuestamente Terranova) donde crecían los viñedos, y a la que se dio por este motivo el nombre de Vinland. El problema radicaba en calibrar la credibilidad histórica de unos textos tradicionalmente considerados como pertenecientes al género literario, aunque narrasen hechos históricos. El reconocimiento general de la credibilidad histórica de los hechos relativos a Vinland se precipitó en 1965, cuando una comisión académica de la Universidad de Yale y el British Museum certificó en un acto público la validez de un mapamundi trazado a mediados del siglo XV, en el que aparecían porciones de tierra atribuibles a Terranova, y sobre las que figuraba el nombre de Vinland. No se afirmaba que el mapa en su totalidad fuera trazado por los vikingos, pero se presuponía que la representación de Groenlandia y Vinland estaba basada en mapas vikingos ya desaparecidos. En todo caso, la visible concordancia entre este mapa y las narraciones vikingas vino a confirmar para muchos la validez de las sagas como textos históricos. No faltaron voces expertas que cuestionaran la autenticidad del mapa, así
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como la conclusión de la historicidad de las sagas en relación con este hecho, pero fueron acalladas en 1968, cuando dos arqueólogos noruegos, Helge Ingstad y Anne Stine, desvelaron el hallazgo de una serie de objetos inequívocamente vikingos (como clavos, encendedores de jaspe, etc.) en las ruinas canadienses de L’Anse aux Meadows (Terranova) que venían investigando desde 1961. Dado su valor para acreditar definitivamente la presencia vikinga en América del Norte, el asentamiento fue reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1978. No es posible sustraerse a las implicaciones de este reconocimiento sobre la imagen nacional de España, que tradicionalmente ha venido cifrando su singularidad histórica en el hecho de haber descubierto el Nuevo Mundo, y que por este motivo tiene el 12 de octubre como fecha de su fiesta nacional. Ya hay generaciones de personas que han aprendido en el colegio y en los documentales televisivos que fueron los vikingos quienes realmente descubrieron América, por lo que a menudo perciben España como un país fatuo que se resiste a aceptar los hechos y se obstina en arrogarse un mérito histórico que no le corresponde. Cuando a esto se le añade—como es habitual—la vieja retórica de la crueldad de la conquista, la imagen histórica de España queda verdaderamente desgastada. Un ejemplo de este daño, así como de sus implicaciones diplomáticas, lo ofrece el ex-Presidente de Francia Jacques Chirac en un libro de entrevistas sobre su vida política publicado en 2007, titulado L’Inconnue à L’Elysée. Ahí afirma que ‘no fue Colón quien descubrió América, sino los vikingos’ que llegaron a ese territorio ‘cinco siglos antes’. Refiriéndose a 1492 y los hechos que le sucedieron, afirma que ‘no fue un gran momento de la Historia’, añadiendo: ‘No siento admiración por esas hordas que fueron a destruir’. Revela incluso su negativa a participar en la celebración de ese acontecimiento, y que en alguna ocasión eso le valió una llamada de ‘sorpresa’ del rey Juan Carlos. Ante esta realidad, en particular las alegaciones de descubrimiento previo del Nuevo Mundo, ya sea por parte de europeos o de asiáticos, medio-orientales, africanos, o polinesios—que de todo esto hay—convendría que desde España se evi-
taran estos 3 posibles errores: 1. Desdeñar estas tesis a priori, o tomarlas con ironía. No hay motivo para ello. La historia está repleta de travesías en las que las embarcaciones fueron arrastradas por corrientes o tormentas a enormes distancias. La población de la Isla de Pascua, por ejemplo, es de origen polinesio, lo que implica una navegación ininterrumpida de varios miles de kilómetros. Incluso en el caso del viaje de 1492, el historiador Juan López de Velasco escribió unas décadas después que Colón pudo haber contado con un conocimiento previo de América gracias a dos marineros españoles que habían sido arrastrados a ese continente por una tempestad, y que luego le habrían confiado su secreto. Lo escribió desde su posición de Cosmógrafo Mayor del Consejo de Indias, lo que hacía de él una de las personas mejor informadas de las expediciones españolas de la época. 2. No investigar estas tesis. No ha ninguna obligación de fiarse del rigor o de la honestidad de investigadores o centros extranjeros, y el propio método científico exige revisar todos los hallazgos con el debido escepticismo. La tesis de los vikingos, por ejemplo, ha quedado debilitada por el reciente descubrimiento de que el famoso mapa de Vinland no era más que un elaborado fraude, lo que ha podido acreditarse mediante estudios de tinta. El pergamino en que estaba dibujado, en cambio, sí era del siglo XV, aparentemente procedente de un robo masivo en los archivos de la Catedral de Zaragoza en 1950. Además, quien ha destapado todo esto es el investigador independiente escocés John Paul Floyd, y no ninguna institución del establishment académico, lo que deja seriamente en cuestión su disposición o su capacidad para revisar y tamizar los supuestos descubrimientos científicos, especialmente tratándosse de un asunto de tanta trascendencia como éste. Cuando uno observa con detenimiento el mapa de Vinland se sorprende del trazo perfecto de las costas, sin que pueda percibirse la menor erosión en un periodo de cinco siglos, lo que invita a preguntarse dónde estaban mirando los expertos de Yale y el British Museum cuando proclamaron su autenticidad a los cuatro vientos. Más grave aún es el hecho de haber atribuido el dibujo de las costas noratlánticas a un pueblo como el vikingo que no
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Mapa de Vinland. “Siglo XV”
sabía hacer mapas, y no hizo uno solo en toda su historia. Y si el descubrimiento del mapa sirvió para reforzar la confianza en la historicidad de las sagas, la posterior revelación del fraude cartográfico ha venido a debilitarla, como es natural. Se trata, en realidad, de una confianza escasamente fundada, como cabe deducir del hecho de que fuesen narraciones de transmisión oral desde el siglo XI hasta el siglo XIII, y sólo entonces comenzaran a escribirse. No sorprende, por tanto, que haya contradicciones entre ellas, como es el hecho de que la Saga de los Groenlandeses mencione varias expediciones a Vinland, y la Saga de Erik el Rojo las agrupe en una sola. Pero, sobre todo, se hace extremadamente difícil defender la historicidad de un texto trufado de elementos necesariamente ficticios, como es la referencia a los supuestos ‘viñedos’ de Vinland, una planta que no existía en la América precolombina. Sólo quedan, por tanto, las ruinas de L’Anse aux Meadows, que en sí mismas no pueden atribuirse concluyentemen-
te a los vikingos (las edificaciones ahora visibles son reconstrucciones para el turismo), lo que les diferencia del material mobiliario encontrado en ellas, que no parece admitir discusión. Pero el material mobiliario tiene, para los arqueólogos, un valor probatorio menor, precisamente por ser mobiliario, es decir, por haber podido ser transportado al asentamiento en cuestión, algo que no habría podido hacerse, por ejemplo, con una gran piedra con inscripciones rúnicas como las que existen en otros asentamientos vikingos. Y no se trata de suspicacia, sino de escepticismo metodológico, exigible a todo científico, tanto más tratándose de supuestos vestigios vikingos en Norteamérica, que tienen una larga historia de fraudes. A la luz de esta receptividad excesiva, incluso patológica, a las teorías alternativas al descubrimiento de 1492—y muy especialmente a la alternativa noreuropea—que no se produce sólo a nivel popular, sino también institucional, resulta imprudente, e incluso ingenuo, confiar en que instituciones extranjeras diluciden
la verdad, sobre todo tratándose de una cuestión que afecta a intereses nacionales, y muy singularmente el interés nacional de España. El CSIC, por ejemplo, que ha investigado importantes símbolos nacionales—como la Dama de Elche, que había sido denunciado como fraude por un investigador estadounidense—podría interesarse también por este asunto de especial significación para nuestro país, ya fuera directamente o a través de alguna institución colaboradora. 3. No hacer valer debidamente el significado de la palabra descubrimiento. En el mundo anglosajón resulta común referirse al viaje de Colón como el “descubrimiento” de América, usando comillas (incluso empleando air bunnies en el discurso oral), ya sea porque se da por buena la teoría vikinga, o porque se entiende que fueron los propios amerindios quienes realmente descubrieron el Nuevo Mundo. Pero eso supone hacer una violencia inaceptable al concepto de descubrir. Descubrir no significa simplemente percibir o experimentar algo, sino alcanzar una
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comprensión plena de su significación, y darla a conocer al mundo. Es algo que no hicieron los amerindios, ni los vikingos en su caso, ni siquiera el propio Cristóbal Colón. Fue una labor colectiva desempeñada por España y Portugal, fundamentalmente, en la que, a lo largo de un siglo o siglo y medio, se conoció y se dio a conocer al mundo la geografía, la orografía, la hidrografía, la meteorología, la mineralogía, la flora, la fauna, y la oceanografía circundante del hemisferio americano. Y a eso habría que sumar el conocimiento etnográfico y antropológico de los propios pueblos americanos, hasta el punto de que uno de los grandes estudiosos de estos pueblos, el jesuita José de Acosta, llegó a identificar en 1590 su ascendencia asiática, e incluso su migración como pequeñas sociedades de cazadores que atravesaron lo que actualmente se conoce como el Estrecho de Bering (siendo ésta la concepción que hoy se tiene de su origen, una vez desacreditada la teoría polinesia). Cuando se entiende el descubrimiento de este modo, se comprende fácilmente que se trata de un gran descubrimiento científico, el mayor descubrimiento científico de la Historia, con enorme diferencia. El historiador Felipe Fernández-Armesto hace una distinción conceptual que resulta especialmente significativa en este contexto. Divide la secuencia de todos los desplazamientos humanos en dos grandes procesos históricos: el proceso de divergencia, por el que las poblaciones se dispersan en busca de nuevos entornos naturales, perdiendo progresivamente la comunicación con los antiguos vecinos; y el posterior proceso de convergencia, por el que se establecen nuevos vínculos de comunicación entre poblaciones humanas, generalmente mediante la superación de obstáculos naturales que las mantenían separadas. Las grandes exploraciones ibéricas de los siglos XV y XVI pueden entenderse, en este sentido, como la culminación histórica de un largo proceso de convergencia, en el que finalmente se superó el extraordinario obstáculo natural del océano. Ese proceso es, además, de carácter acumulativo, ya que los nuevos vínculos suelen unir a diversas poblaciones previamente vinculadas entre sí. Se abre, de este modo, un espacio creciente de comunicación humana que acaba generando un acervo común de conocimiento del mun-
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do. Así, el descubrimiento de una nueva tierra, o de una nueva población, se entiende como una incorporación adicional al acervo de conocimiento común de la Humanidad en proceso de convergencia. A la luz de esta concepción histórica, se puede deducir que hubo dos momentos trascendentales en la Historia del Nuevo Mundo: el de su poblamiento por gente procedente de Siberia hace unos 15.000 años, como parte del proceso de divergencia; y el de su descubrimiento por gente procedente de Iberia en los siglos XV y XVI, como parte del proceso de convergencia. Todos los demás supuestos descubrimientos son hechos de importancia menor, e incluso anecdóticos. A modo de conclusión, cabría señalar únicamente que no es realista rechazar de antemano las teorías alternativas sobre el descubrimiento del Nuevo Mundo, como tampoco es realista ignorarlas, porque objetivamente producen una erosión de la imagen exterior de España, precisamente en aquello que constituye su mayor singularidad histórica. La única defensa realista consiste en tener una disposición abierta ante estas tesis, comprobarlas científicamente y, en última instancia, emplear todos los medios disponibles (red cultural, AECID, etc.) para divulgar una concepción del descubrimiento que haga justicia a su realidad histórica, haciendo de paso que su verdadera significación sea invulnerable a las teorías alternativas existentes, o que puedan surgir en el futuro.