PAISAJES DE REBELDÍA: REPRODUCCION, IDENTIDADES Y RESISTENCIA EN LA SERRANÍA DE LONDRES (GOBERNACIÓN DEL TUCUMÁN) SIGLOS XVI Y XVII
LAURA QUIROGA PROHAL. Programa de Historia de América Latina. Instituto de Historia Argentina y Americana E. Ravignani (FFyL-UBA). CONICET-FFyL (UBA)
[email protected] Teléfono 54 11 4860 3174 Resumen Este trabajo aborda el problema de los espacios habitados en contextos temprano coloniales de las tierras altas de la Jurisdicción de Londres (Gobernación del Tucumán, Virreinato del Perú). A través de sitios arqueológicos ubicados en un entorno
puneño
(Antofagasta
de
la
Sierra,
Catamarca,
Argentina)
consideraremos el problema de las escalas en las que distintas fuentes de información (documentación histórica y evidencia material) permiten reconstruir la dinámica de ocupación colonial de los siglos XVI y XVII. Considerando la estratigrafía de muros en relación con la estratigrafía sedimentaria, la cronología de la ocupación y el abandono de las instalaciones a través de las dataciones radiocarbónicas, se registra continuidad o abandono, remodelación y resignificación de espacios prehispánicos tardíos en contextos coloniales.
I. INTRODUCCIÓN La gobernación del Tucumán, ubicada al sur del virreinato del Perú, representó un enclave de rebeldía anticolonial hasta mediados del siglo XVII (figura 1). En el área cordillerana de la jurisdicción, la resistencia alcanzó la mayor escala. Esto impidió la continuidad de las fundaciones urbanas coloniales y con ello, la instalación de explotaciones productivas basadas en el trabajo de indios de encomienda i. Sin embargo, como demuestran los contextos arqueológicos, la resistencia no fue sinónimo de aislamiento. Dentro de la gobernación del Tucumán, el espacio jurisdiccional de la ciudad de Londres incluía en su interior el ambiente de puna, término quechua con el que se denominan los geosistemas fríos emplazados en un rango altitudinal entre los 3.200m y 4.300 metros sobre el nivel del mar (Dollfus 1981: 38). El área puneña de Antofagasta de la Sierra a 3.500 m.s.n.m. (Provincia de Catamarca, Argentina ver figura 2) se menciona como lindero septentrional de la jurisdicción de Londres (Brizuela del Moral 2002). A juicio de los españoles del siglo XVI, la percepción colonial de las condiciones ambientales que caracterizaban las punas -derivadas de las altitudes extremas cordilleranas como el frío y el vientoreferían también al espacio altoandino como un entorno difícilmente habitable denominado “paramo” o “despoblado”. ¿Qué significa habitar la puna en el siglo XVI en el contexto de las transformaciones generadas por la expansión colonial? En este trabajo, la documentación histórica y la evidencia arqueológica, consideradas como líneas de evidencia independiente (Smith 1992, Rubertone 2000), sirven de base para reconstruir la dinámica de ocupación colonial en
las tierras altas de la
Jurisdicción de Londres, una de las más extensas de la Gobernación del Tucumán, Virreinato del Perú (Brizuela del Moral 2002). Los sitios arqueológicos de la región puneña de Antofagasta muestran un juego complejo de transformaciones y continuidades entre el tardío prehispánico y la temprana ocupación española. Me refiero a ellos como espacios habitados en contexto colonial, es decir, instalaciones arquitectónicas cuya secuencia de ocupación se inicia en periodos prehispánicos y alcanza periodos inmediatos y posteriores al siglo XVI. En relación con el problema de la continuidad y transformación de las sociedades andinas en contexto temprano colonial, Urton sostiene que es necesario precisar “…en qué consisten estas continuidades como preguntas que deben guiarnos en los estudios sobre la reproducción y transformación… ” (1991: 32). Este trabajo busca la identificación de contextos arqueológicos coloniales de los siglos XVI y XVII para analizar las transformaciones y continuidades entre el tardío prehispánico y la ocupación española en instalaciones ubicadas en la cuenca intermedia del Río Las Pitas, sector Punta de la Peña (Antofagasta de La Sierra, Catamarca) (figura 2). Para esto busco generar una secuencia ocupacional
de estos espacios considerando la estratigrafía de muros en relación con la estratigrafía sedimentaria, la cronología de la ocupación y el abandono de las instalaciones a través de las dataciones radiocarbónicas, con el fin de registrar comparativamente, continuidad o abandono, remodelación y resignificación de espacios prehispánicos tardíos en contexto temprano-colonial. II. LOS ESPACIOS COMO OBJETO DE DISCURSO Ambientes y jurisdicciones En este punto quiero plantear una lectura de la documentación histórica referida a los espacios y geografías andinas, la puna en particular, atendiendo a la conformación de un discurso colonial hegemónico que convierte entornos y poblaciones en “…objetos de discurso…” (Martínez 2011: 36). Separado de la Capitanía general de Chile por la cordillera de los Andes, la jurisdicción de Londres conformó uno de los espacios administrativos coloniales más extensos de la Gobernación del Tucumán, que alcanzaba las cuencas de los valles de Yocavil, Abaucan, Famayfil y Conando (Brizuela del Moral 2002: 3). La amplitud de este espacio jurisdiccional encierra condiciones ambientales variables derivadas del gradiente altitudinal cordillerano. Esta situación genera una sucesión vertical de los paisajes como rasgo geográfico característico y fundante de las sociedades andinas (Troll 1958, Dollfus 1981). Si proyectamos los linderos de la jurisdicción sobre un mapa base topográfico, veremos que el área partía desde la cota de 1.000 m.s.m. en los fondos de valle hasta alcanzar los 6.000 metros de altitud en su límite occidental marcado por las altas cumbres cordilleranas que la separaban de la jurisdicción de Chile. Las clasificaciones ambientales disponibles muestran que el espacio jurisdiccional de Londres en los siglos XVI y XVII comprendían el ámbito de lo que hoy denominamos puna, prepuna y monte (Cabrera y Willinck 1973). Con frecuencia los relatos coloniales incorporaron a sus textos vocablos provenientes de lenguas nativas para describir e interpretar las formas de habitar la geografía americana. Es mi interés ubicarlas en una coordenada espaciotemporal que dé cuenta de la habitabilidad de un espacio geográfico como una condición que traduce las tensiones estructurales de un momento histórico, en lugar de condiciones naturales asumidas como inherentes a los espacios. De modo que el término “puna”, tal como fue utilizado en el siglo XVI -si bien refiere a ecosistemas marcados por la altitud, y por ende, constituye una categoría ecológica- propone al mismo tiempo, una lectura histórica de los términos con que los actores coloniales transformaron los espacios en objetos de discurso. A lo largo del siglo XVI, puna, voz quechua, se incorpora al discurso colonial sobre el paisaje andino. La lengua hablada en la jurisdicción de Londres era el kakan, lengua de la que no se han conservado más que algunos vocablos aislados (Nardi 1979). Se desconoce si existía una palabra en esta lengua equivalente al
quechua para designar el ambiente de puna. Si bien hay referencias de que la expansión incaica trajo el quechua al Tucumán prehispánico, lo cierto es que los cronistas extendieron el término hacia regiones que utilizaban otra lengua para denominar condiciones ambientales que percibían como similares. Para los Andes centrales contamos con el testimonio del jesuita Joseph Acosta, hablante de quechua, quien en su Historia Natural y moral de las Indias, impreso en 1589, establece un juego de sinónimos entre el término quechua y su equivalente castellano: “…hay otros despoblados o desiertos o paramos, que llaman en el Piru punas…” ([1590]: 1451ii). En el mismo sentido, el cronista mestizo Garcilaso de la Vega en sus Comentarios Reales, publicados en 1609, utiliza la palabra puna para vincular la altitud con el frío y a su vez, con el páramo (Araníbar 1991: 824), término que el diccionario castellano de Sebastián de Covarrubias de 1611 define como “…desierto, raso y descubierto a todos vientos … porque en aquel contorno a causa de la inclemencia de su cielo no hay habitacion ninguna” iii. En su diccionario quechua castellano, el jesuita Diego González Holguin define la puna como “…la sierra o tierra fría o paramo” (1608: 293). La obra del cronista mayor de la corona Antonio de Herrera y Tordesillas (1601) reviste particular importancia cuando incorpora el vocablo puna a la crónica oficial del reino. Si bien escribió su texto sin haber conocido de primera mano la región, y sin hablar la lengua del Inca, nos señala que el término quechua adquiría entidad para denominar los ambientes americanos y así ingresar en las representaciones oficiales de la corona. En relación a las vicuñas decía: “crianse en altísimas sierras, en las partes mas frias, i despobladas, que llaman Punas” (1601: 98). Para el área de nuestro interés la Relación Geográfica escrita por Pedro Sotelo de Narváez, vecino de la ciudad de Santiago del Estero, en el año de 1583, constituye una de las referencias acaso más tempranas de este término, aplicada al área de la Gobernación del Tucumán. Sobre el valle Calchaquí y sus habitantes señala que se trata de “…tierras fragosisimas donde siembran (…) y tienen la puna cerca, donde tienen gran suma de caza…”iv.
Este documento fue
publicado en las ediciones de Roberto Levillier y Jaimes Freyre (Gentile 2012), sin embargo, las transcripciones paleográficas omitieron una referencia que considero central. El texto manuscrito presenta en su margen superior derecha una nota marginal en la que su autor aclara: “puna es páramo”, evidenciando el uso de la palabra quechua en el interior de un texto castellano (figura). Esta cita expresa una temprana percepción española sobre la variación altitudinal de los espacios como base para un modo particular de habitar la geografía andina que articula entre sí ambientes diferenciados por la altitud, con el fin de combina ciclos productivos que sustentan la reproducción social (Golte 1980). El enunciado encierra no solo variables ecológicas, sino especialmente, su
condición de categoría situada, es decir, la historicidad del discurso y las condiciones históricas de su habitabilidad. La Puna en el entramado rebelde La cartografía colonial jesuítica de los años 1634 y 1667 señala un área poblada por idólatras y rebeldes que incluye Antofagasta y, hacia el sur, las áreas de Malfin y Andalgala, hasta confinar con la cordillera, de acuerdo con los signos gráficos de referencia que acompañan el mapa de la figura 1. La documentación escrita disponible no menciona la resistencia en la puna como un foco independiente de rebeldía respecto de los levantamientos focalizados en el ambiente de valles donde los relatos coloniales ubican los enfrentamientos entre indios y conquistadores. Sin embargo, considero que la puna de la jurisdicción de Londres fue también un ámbito de resistencia v. La escasa disponibilidad de fuentes escritas ha sido un factor limitante en el estudio de las sociedades que habitaron las más altas serranías y punas en tiempos coloniales tempranos. Aun así, los expedientes de las guerras de resistencia calchaquí mencionan topónimos y denominaciones étnicas que permiten plantear de modo general aportes parciales para delinear la dinámica de la ocupación colonial y formas culturales y materiales de la resistencia. Me refiero a las denominaciones de Andiafacogasta y Antofagasta, quienes aparecen en la documentación como parcialidades rebeldes vinculadas a las mayores altitudes de la jurisdicción, lindantes con la cordillera de Chile. Un documento referido a los andiafacos, fechado en 1631, señala que al momento de ser encomendados se encontraban “…en el dicho valle de calchaquí hacia la cordillera de Atacama…” vi. Otro testimonio los describe en dirección hacia “tierras muy adentro” para resistir el asedio colonial. Pedro Ramírez de Contreras, vecino feudatario de la ciudad de La Rioja, participa en la represión del alzamiento general de 1630 a las órdenes del Gobernador Felipe de Albornoz: “…con pretexto de que hisiese la conquista de los yndios andiafacos y otros destas partes que se havian retirado y juntado con ellos (…) por ser las tierras ynavitables de grandes atravesias sin agua medanos cordilleras
y frios
yntolerables de que resulto morirsele muchas mulas y cavallos y no aver dado con dichos yndios por estar tierra muy adentro…”.vii Las distancias, el frío y la falta de agua
describen un ambiente cuya rigurosidad se atribuía a las
condiciones de la puna, desierto o páramo como referían los cronistas tempranos en estos textos. En 1672, ya finalizada la guerra de Calchaquí, el gobernador Angel Peredo encarga a Bartolomé Ramírez de Sandoval que ingrese a los valles y quebradas más altos para reprimir los focos de resistencia que aún quedaban en los cerros. Este documento da cuenta de la existencia de una parcialidad de indios denominados como Antofagastas, a los cuales se los menciona en una actitud de franca rebeldía : “…Por quanto a llegado a mi noticia que la parcialidad de los
indios antofagastas conjunta a la jurisdicción de londres a tiempo anda retirada y fugitiva del comercio de los españoles y pueblos domesticos de indios de que a resultado retirarse a su abrigo muchos indios de los domesticos y de los nuevamente conquistados del valle de calchaquí…” viii La ocupación de los espacios de mayor altitud seguía siendo aun después de las guerras de calchaquí, una forma de ocupación vista a ojos coloniales como forma de resistencia. La Puna, considerada inhabitable según los españoles, resultaba imprescindible para la reproducción social de los habitantes andinos que circulaban a lo largo del territorio y articulaban en la práctica la variabilidad altitudinal. Concebida como tierra de guerra en la documentación escrita, su condición de área rebelde marcó el tenor de la historiografía regional de los andes circumpuneños y derivado de ésta, los estudios arqueológicos sobre el período. Sin embargo, es posible un estudio de las arquitecturas e instalaciones puneñas de los siglos XVI y XVII para dar respuesta a una pregunta clave en este trabajo ¿Qué significa habitar la puna en contexto colonial? III- HABITAR LA PUNA: LOS CONTEXTOS ARQUEOLOGICOS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII Arqueología del contacto colonial en punas y valles Los cuadros de periodización elaborados a mediados del siglo XX para el Noroeste Argentino plantean en el valle de Santa María, Hualfin y “algunos lugares de la Puna” –insertos en la jurisdicción de Londres- un período Hispanoindígena definido por las rebeliones que perduraron hasta mediados del siglo XVII (González 1955, Núñez Regueiro 1974). Construido sobre documentación histórica exclusivamente, el período Hispano-indígena adquirió entidad allí donde los relatos coloniales describían la resistencia nativa ix. Por eso la disponibilidad diferencial de fuentes escritas entre puna y valles – favorable a estos últimos- reflejó precisamente la dificultad de reconstruir períodos de secuencias arqueológicas basadas en documentos históricos como única fuente. Desde aquellas periodizaciones establecidas a mediados del siglo XX, las excavaciones en el ámbito puneño muestran contextos arqueológicos de ocupación prehispánica y temprano colonial con fechados radiocarbónicos que describen las condiciones de habitación de la puna en los siglos XVI y XVII. Me refiero a los trabajos de Haber en Tebenquiche (Haber y Lema 2006) y Cohen en Peñas Coloradas en la cuenca del Rio las Pitas, Antofagasta de la Sierra (2011). Estos ejemplos constituyen un referente comparativo para nuestro caso de análisis. Espacios habitados en contexto colonial: el caso de la Punta de La Peña: PP3 C La Punta de la Peña se encuentra ubicada sobre la margen izquierda del curso medio del río Las Pitas, afluente del río Punilla, colector principal de la cuenca de Antofagasta (Dpto. de Antofagasta, Catamarca) a 3.600 m de altura (ver figura 2 y 4). Cohen (2011) plantea una caracterización geológica del área de
estudio conformado por “… un gran depósito de ignimbritas en las adyacencias a la caldera del cerro Galán (…) en distintos eventos efusivos generó una cubierta casi continua de ignimbritas con diaclasamientos columnares. Estos farallones de ignimbrita son de color gris blanquecino, teñidos superficialmente por óxidos de hierro, siendo su textura general porfídica con fenocristales de cuarzo, plagioclasas y biotitas en una pasta afanítica (Guillou y González 1984, en Urquiza 2009).” Las peñas representan un rasgo destacado del paisaje seleccionado como geoforma de emplazamiento de una variedad de instalaciones que exhiben una extensa profundidad temporal (Cohen 2011). El sector denominado Punta de la Peña representa un emplazamiento de espacios habitados en una sucesión discontinua de asentamientos con arquitectura en piedra (figura 2 y 4). En este trabajo planteamos las excavaciones realizadas en el Sector C de Punta de la Peña 3 cuya planta arquitectónica se extiende a lo largo de la peña que le sirve de basamento, integrando a su diseño y construcción, la textura del terreno. El resultado del proceso de erosión genera una superficie inclinada contigua a la base de la peña salpicada de bloques de diversos tamaños desprendidos por la acción de agentes erosivos. Esta distribución azarosa e irregular de los bloques genera una superficie –a la que denomino textura del terreno- sobre la que se asientan los recintos a modo de soporte (figura 5). La forma arquitectónica se integra a la geoforma de emplazamiento, utilizando como materiales de construcción los bloques que se depositan al pie de la peña, producto de la erosión y el derrumbe. Por esto, los muros representan una continuidad visual con el soporte producto de la reiteración de colores y formas presentes tanto en los muros como en el terreno. Relevamiento y representación gráfica de arquitectura y entorno Con el fin de interpretar el proceso de construcción de los espacios se realizó un relevamiento planimétrico y arquitectónico para elaborar un plano que reprodujera como rasgo significativo, la textura del terreno. Para esto se incorporó al dibujo la irregularidad morfológica de los bloques naturales integrados al diseño de los recintos (figura 4). El relevamiento arquitectónico y planimétrico realizado da cuenta de una articulación entre dos clases de recintos: residenciales y no residenciales. La identificación de estos espacios se establece a partir de características arquitectónicas diferenciadas entre ambas clases de recintos (figura 4). Formas ortogonales, muros dobles, vanos de acceso y escalones que orientan la circulación
constituyen
rasgos
diagnósticos
para
identificar
espacios
residenciales. A esto se suma la nivelación de la superficie intramuros y el desnivel entre espacios arquitectónicamente vinculados que se salvan a través de vanos y escalonamientos.
Los espacios no residenciales -a los que identificamos como espacios productivos- reciben un tratamiento arquitectónico de menor calidad en la construcción de muros y, a su vez, un diseño de menor complejidad en cuanto a rasgos morfológicos. Esto se expresa en sus formas irregulares que acompañan la pendiente natural del terreno, o bien, los bloques rocosos se integran al diseño sin presentar mayor tratamiento de sus superficies y aristas. De este modo, conforman muros que tan solo cierran y delimitan espacios, sin alterar el entorno y la textura del paisaje. Así, las diferencias arquitectónicas entre espacios contiguos –residenciales y no residenciales- se expresan visualmente de un modo notable (figura 4). Sobre la base de esta observación de superficie, y a partir de las tendencias observadas en las excavaciones anteriores, se estableció una interpretación funcional de los recintos que integran el Sector C. Se identificaron recintos de habitación, recintos no-residenciales o productivos y un área de espacios semicubiertos a modo de galería. El resultado de este trabajo se expresa a través de una carta temática que representa, de modo gráfico, la funcionalidad de los recintos (figura 5). La planimetría muestra una disposición lineal de las habitaciones acompañando la forma natural de la peña que actúa como soporte de las estructuras construidas. De esta forma, la circulación está determinada por la distribución lineal y contigua de los recintos siguiendo un recorrido desde los extremos ocupados por las unidades residenciales, hacia un espacio central de mayor amplitud en el que confluye la circulación. El tamaño de este recinto sumado a la presencia de un muro que encierra un sector amplio, sugiere que se trata de un recinto utilizado como patio o corral, funcionalidades que aparecen combinadas con mucha frecuencia en la zona (Cohen 2011). La presencia de hondonadas excavadas en la peña a una altura 1,20 m desde el nivel actual del suelo dentro de este recinto, se interpreta como el rastro de actividades constructivas destinadas a estructuras de techo (figura 5). Sus dimensiones junto con los rasgos arquitectónicos observados permiten inferir que se trata de un área semicubierta, a modo de galería. Estratigrafía de muros En este punto apelamos a la metodología propuesta por la arqueología de la arquitectura aplicando el método estratigráfico con la finalidad de generar una secuencia del paramento que permita reconstruir una historia constructiva. Se buscó al mismo tiempo la correlación de la estratigrafía vertical con la estratigrafía sedimentaria, de modo que pudieran reconstruirse e integrarse ambas secuencias por separado y en conjunto. La lectura estratigráfica del paramento expuesta por la excavación permitió diferenciar unidades estratigráficas resultado de eventos constructivos diferenciados representadas en la figura 6 (Caballero Zoreda 1996: 88)
La presencia de una hilada de bloques de alturas uniformes colocadas a modo de cimientos, que se interrumpe como vemos hacia la izquierda del dibujo, así como la densidad y textura del encastre entre los bloques que lo conforman muestran una secuencia de dos unidades superpuestas claramente diferenciables (figura 7). La unidad estratigráfica muraría inferior presenta, además de la línea de cimientos mencionado, un paramento de mayor densidad en el que bloques de piedra de menor tamaño cierran los intersticios y espacios vacíos que generan la irregularidad de los contornos en los elementos de mayor tamaño. Por sobre esta base inferior, el muro superpuesto carece de cimiento, exhibiendo una trama de mayor irregularidad e intersticios vacíos entre los bloques que conforman el paramento. Los cambios observados en el cuidado de la selección de bloques, su regularidad y la presencia de espacios abiertos entre sus componentes muestran que el objetivo de la construcción radica en el cierre del espacio, en tanto el estrato inferior, como área semicubierta, busca el aislamiento respecto de factores climáticos, protección y delimitación de las actividades allí realizadas. El muro exhibe una remodelación, identificada en su técnica constructiva, destinada a transformar un espacio de residencia -o bien de actividad y descarte -hacia un espacio posteriormente destinado a corral, cambio que se observa en los ítems materiales recuperados. La excavación mostró una capa precedente a la construcción del muro –y su posterior remodelación- definida por la presencia de fogones ubicados por debajo del nivel de cimiento. De modo que la secuencia estratigráfica marcó al menos tres etapas en la ocupación del sitio (Figura 7). La cronología de la ocupación, fechados radiocarbónicos y secuencias estratigráficas Sobre la base de una interpretación de la planta arquitectónica se definió la estrategia de excavación tendiente a corroborar la asignación funcional preliminar, obtener muestras para fechados radiocarbónicos, así como detectar secuencias de remodelación arquitectónica que permitan una reconstrucción de la secuencia ocupacional. Se abrieron 4 cuadrículas de 1x1m contiguas al muro construido y la peña que le sirve de soporte, ambos como rasgos delimitadores del recinto correspondiente a un sector semicubierto. Posteriormente, se decidió ampliar la superficie excavada en un área de 3m² hacia el norte con el fin analizar la relación entre la secuencia de estratigrafía horizontal sedimentaria y vertical o muraria (Figura 6). Los fechados obtenidos muestran una secuencia de ocupación prehispánica que alcanza períodos de ocupación temprano-colonial y actual. Por sobre la roca de base, el sedimento carbonoso correspondiente a la capa 4 de la secuencia estratigráfica arroja un fechado LP 2232 1580 ±50. La capa 3 contiene un conjunto faunístico en el que se registra la presencia de fauna introducida por la conquista española Equus sp. y ovicápridos, y la capa 2 presenta Bos taurus
(Urquiza 2009). A esto se suma en la misma capa el hallazgo de macrovestigios vegetales como el endocarpo de durazno (Prunus pérsica) fechado LP 2206±40 lo que demuestra una ocupación colonial temprana corroborada por la datación radio carbónica. La secuencia finaliza en una capa de guano que acompaña la transformación del espacio semicubierto definido por una estructura de techumbre sin muro de cierre, en un espacio abierto destinado a corral. Con el fin de corroborar la asignación funcional de los recintos a partir de la observación de rasgos arquitectónicos en superficie, se realizó un sondeo de 50 cm de lado en el espacio no residencial, contiguo al muro que delimita el espacio abierto que, estimábamos, se trataba de una arquitectura de corral. Los resultados obtenidos muestran una capa muy compacta de guano que alcanza los 60 cm de profundidad, superando inclusive el nivel del cimiento del muro. De este contexto se obtuvo una muestra de guano fechada en LP-2236 860 ±50. La historia ocupacional del sitio PP3 Sector C, reconstruida a partir de excavaciones aún en curso, muestra una secuencia que se inicia en el período Formativo y continua durante el período de Desarrollos Regionales y temprano colonial hasta la actualidad. Esta continuidad en la ocupación observada en PP3 acompaña la misma tendencia que se observa en varios sitios arqueológicos emplazados en el sector intermedio del río Las Pitas, como Peñas Coloradas sector cumbre (Cohen 2011) y Punta de la Peña 9 (Somonte y Cohen 2005). La secuencia de ocupación y los ítems materiales recuperados en el primer caso, son evidencia inequívoca que los bienes europeos eran incorporados a la vida cotidiana de sus habitantes evidenciada en el hallazgo de textiles manufacturados (Martínez 2011) y restos faunísticos de Suidae con un fechado de 332±44 años AP (Ortiz y Urquiza 2012). En el segundo, un fogón datado en 380±70 AP, asociado a un entierro infantil en urna acompañado de una cuenta de vidrio, demuestra una secuencia de ocupación en el que se define otro contexto temprano colonial para el área (Somonte y Cohen 2005). Los casos de Punta de la Peña y Peñas Coloradas en la cuenca intermedia del Río Las Pitas (Antofagasta) muestran secuencias estratigráficas con dataciones radiocarbónicas que evidencian ocupaciones regionales de larga duración. Los siglos XVI y XVII están representados no solo por fechados sino también por ítems materiales diagnósticos integrados a espacios arquitectónicos ocupados desde períodos prehispánicos. Si ampliamos el radio de observación el caso de las ocupaciones de Tebenquiche, localizado hacia el norte de Antofagasta, en un ambiente puneño, constituyen aldeas con ocupaciones prehispánicas del periodo Formativo que luego de un proceso de abandono observado en el siglo XIII se reocupan a mediados del siglo XVI hasta el siglo XVIII (Haber 2006: 232). Los fechados radiocarbónicos demuestran que las viviendas fueron re ocupadas en el siglo XVII (LP 736
270±50BP). Los fechados obtenidos sobre muestras de carbón y maíz a los que se suma cerámica de estilo Caspinchango y cuentas de vidrio (Haber y Lema 2006) muestra la incorporación de bienes y recursos europeos en contextos de ocupación de características prehispánicas. Si bien carecemos de información precisa sobre sus habitantes reprodujeron formas de vida sobre la base de estructuras agrícolas y manejo del riego de características prehispánicas (Quesada 2006). Hacia el sur y en un ambiente de valles, el sitio incaico del Shincal presenta evidencias de un contexto arqueológico temprano colonial en el área de nuestro interés donde, presumiblemente, se encuentran los restos de la primera fundación de la ciudad de Londres de 1558 (Igareta y Gonzalez Lens 2007). El caso del Shincal muestra una correlación entre los fechados radiocarbónicos obtenidos sobre muestras contextualizadas de especies europeas (Bos taurus LP 606 330± 50 y LP 662 315±40) y evidencias de remodelaciones arquitectónicas, cuya posición estratigráfica señala un evento constructivo posterior a los muros incaicos (Igareta y González Lens 2006). No solo se observan remodelaciones arquitectónicas cuya posición estratigráfica muestra ocupaciones posteriores a los muros incaicos, sino que los ítems materiales recuperados corroboran el acceso a recursos europeos integrados a espacios de origen prehispánico. La presencia de trigo (Triticum aestivum L), cebada (Hordeum vulgare L.), algodón (Gossypium sp.) y durazno (Prunus pérsica L.) conforma, según sus autores, un contexto de carácter ritual localizado en la estructura identificada como ushnu (Caparelli, Giovanetti y Lema 2007, Lema y Capparelli 2007, Raffino 2004). Este caso es importante para nuestro trabajo en tanto el fechado radio carbónico corrobora un proceso temprano de incorporación, circulación y consumo de recursos europeos, antes que las fundaciones urbanas y las explotaciones productivas coloniales pudieran mantenerse con continuidad en la región. Aún sin la instalación de enclaves de dominio, como fuertes y fundaciones, la situación exterior estaba allí presente expresada en contextos que, derivados de formas materiales de reproducción social prehispánica continuaban vigentes en contextos de resistencia y transformación. IV- LA EXPERIENCIA COLONIAL: LOS CONTEXTOS ARQUEOLÓGICOS PUNEÑOS En referencia al modo de habitar la geografía andina, basada en el aprovechamiento altitudinal de los espacios y recursos, la mirada española atribuyó a los pisos de mayor altitud la condición de área de refugio (Quiroga 2010) pero los contextos arqueológicos mencionados permiten entrever una relación mucho más compleja de las poblaciones puneñas con el dominio colonial. La profundidad histórica de la circulación entre ambientes ecológicamente diferenciados con fines de reproducción social desde el Arcaico (Aschero 2007) demuestra que su ocupación durante los siglos XVI y XVII no es el resultado de un espacio propio de “evadidos y fugitivos”, tal como describían
los actores coloniales, sino de la continuidad de una antigua práctica prehispánica resignificada en un nuevo contexto. La historia prehispánica regional demuestra que el ambiente de puna no representaba la “última alternativa” para resistir sino que se integraba desde tiempos muy antiguos a redes de circulación claramente establecidas que permitían y hacían posible, la reproducción social. Las evidencias arqueológicas muestran una amplia diversidad de actividades productivas prehispánicas, donde la impronta de una agricultura de riego intensivo se suma a una producción de camélidos destinada al transporte y producción de fibras en mayor medida (Olivera 2006). Por eso el modo de habitar “los espacios inhabitables” basado en la diversidad e intensificación de actividades productivas sumado a una intensa circulación regional operaron como recurso estratégico para resistir el asedio colonial hasta mediados del XVII.
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NOTAS
Erigida en 1558 desde la jurisdicción de Chile, la ciudad de Londres fue motivo de disputa entre las autoridades locales de Chile y Tucumán. En 1563 con la creación de la Gobernación del Tucumán dependiente de la Audiencia de Charcas, se incorpora definitivamente a esta última. Escenario de grandes rebeliones, las fundaciones urbanas en los ámbitos serranos resultaron emprendimientos difíciles de sostener por la resistencia que ofrecía la población nativa. Por esto, la ciudad de Londres fue motivo de varios traslados y refundaciones desde sus inicios hasta mediados del siglo XVII (Lafone Quevedo 1896, Bazán 1996, Quiroga 2012). ii Joseph de Acosta (1539-1600) llega al Perú en 1572, desempeñándose como misionero jesuita visitador de los Colegios de la orden en el Perú y predicador en Arequipa y La Paz, ocasión en la que aprende el quechua. Nombrado Provincial de la Orden participó en los Concilios Limenses y en la política reduccional del Virrey Toledo (Esteve Barba 1964).
Sebastián de Covarrubias. 1611. Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid. Luis Sánchez Impresor. Página 578. http://fondosdigitales.us.es/fondos/libros/765/16/tesoro-de-la-lengua-castellana-o-espanola/
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Una periodificación de las rebeliones en la Jurisdicción de Londres en: Ana María Lorandi, “La resistencia y rebeliones de los diaguito-calchaqui en los siglos XVI y XVII”. Cuadernos de Historia, 8 (Santiago 1988): 99-121. Los diaguitas se mostraron como indios de guerra desde las primeras entradas de las huestes españolas a la región. Entre 1630 y 1643 protagonizaron el alzamiento general, posteriormente reeditado entre 1657 y 1666 con la rebelión del Inca Don Pedro Bohorques. v
Los Andiafacos fueron encomendados a Bartolomé Valero, integrante de las huestes que habían acompañado a Hernando de Lerma en la fundación de la ciudad de Salta (1582), en cuya ocasión sus hijos y él mismo, recibieron solares y mercedes en tierras de su jurisdicción (Lima González Bonorino 1998). En 1631 Francisca de León y Zamora, vecina encomendara de la ciudad de Salta solicita la encomienda de Andiafacos en segunda vida, por
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ser hija legitima de Pedro Zamora -quien la tuvo en primera vida- y de Doña María de León. En el cuerpo del expediente se informa acerca de los servicios de Pedro de Zamora en la guerra calchaquí por lo que el gobernador Albornoz, entrega en encomienda la parcialidad de andiafacogasta. Expedientes coloniales 1631.5. Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia. (Sucre). Esta descripción corresponde a la oposición de Bartolomé Ramírez de Sandoval para obtener la encomienda vacante de Machigasta y Amingasta en la Jurisdicción de La Rioja fechada en 1685, incluye en su texto, a modo de certificación de sus servicios y los de su familia, la actuación de su padre en la represión del alzamiento general de 1630. Archivo Histórico provincial de Córdoba (Argentina). Escribanía 2-6-2 Fol. 37r.
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Archivo Histórico provincial de Córdoba. Escribanía 2-6-2. Fol. 37r.
"En el Valle Calchaquí hemos colocado precediendo al período Colonial, otro que denominaremos Hispano-indígena. Este período no ha sido definido arqueológicamente, y solo tenemos de él referencias históricas. Correspondería aproximadamente a un período de cien años en que los indígenas del Valle del Hualfín y parte del de Yocavil permanecieron en estado de guerra con los colonos, vale decir hasta la caída de Chelimín poco antes de la mitad del siglo XVII, sólo entonces comenzaría el verdadero período que podemos denominar colonial" (González 1955:30). ix