Notas
Martes 23 de octubre de 2007
LA NACION/Página 17
Audaces sin ideas versus egocéntricos Por José Antonio Romero Feris Para LA NACION
L
mo populista ni socialismo ni neoliberalismo ni conservadurismo ni otro “ismo” que se quiera definir. Esto es, simplemente, kirchnerismo. Hoy está Kirchner; mañana, su esposa, y pasado, tal vez pretenda estar nuevamente Kirchner. ¿Quiénes se le oponen? Personas honorables, sin duda, cada una de las cuales tiene la impresión de ser tan importantes como para merecer ser ungidas opositoras del kirchnerismo. Por qué están tan separadas unas de otras no se logra comprender bien en algunos casos. Ni en otros, por qué están de acuerdo. Por ejemplo, y desde el punto de vista ideológico, no se entiende por qué Lilita Carrió no pudo llegar a acuerdos con Ricardo López Murphy y sí con Enrique Olivera o Gustavo Gutiérrez. O por qué, siendo convencida antiabortista, ha llegado a un acuerdo con el socialismo, partido cuya mayoría considera que distintas facetas del aborto deben ser legales. No siendo por posibles antipatías personales, no se ven grandes diferencias entre las propuestas de Roberto Lavagna, de la doctora Carrió o de López Murphy, por lo menos para un posible frente programático ante una coyuntura como la actual. Mucho menos se entiende por qué no pudo acordar una alianza Jorge Sobisch con Alberto Rodríguez Saá. Quien esto escribe entiende que concertar no significa coincidir en todo, sino buscar la posibilidad de que –sobre las grandes políticas de Estado– se encuentren más coincidencias
A ciudadanía independiente, con preocupación no exenta de cierta dosis de asombro y de indiferencia, ve acercarse la fecha de las elecciones presidenciales presintiendo un triunfo oficialista, según los augurios de los encuestadores y de los analistas políticos, claramente influidos por los primeros. De ser ciertas esas presunciones, el domingo se habrá impuesto en las urnas el kirchnerismo, el grupo político que más audacia sin sustento ideológico ha exhibido en los últimos tiempos, por sobre un amplio abanico de opositores que responde a un puñado de figuras dotadas de un tremendo egocentrismo, sin la menor osadía para proponer los cam-
Las cosas no son como son, sino como Kirchner las enuncia. Lo que haya hecho antes no interesa... bios que nos está reclamando la República. El presidente Néstor Kirchner ha mostrado tremenda decisión para construir poder, pero mucho más aún para transformar meros anuncios en presuntos logros. Las cosas no son como suceden, sino como Kirchner las enuncia. Lo que dijo o hizo no interesa, al lado de sus pronunciamientos. No importan sus anteriores calificaciones del duhaldismo. Lo que importa es que hoy los intendentes duhaldistas son su principal apoyo bonaerense. Tampoco su aceptación de la reelección de Carlos Menem ni su alborozo cuando se privatizó YPF. Lo que importa es haber decretado que Menem es el culpable de todo. Así las cosas, la inflación no es la que es, sino la que Kirchner dice que es. Y cuando en cualquier sistema republicano repugna que se someta al Parlamento o se manejen los jueces, el Presidente enarbola como bandera de eficiencia gobernar mediante decretos de necesidad y urgencia, manejar a su antojo los excedentes presupuestarios o iniciar expediciones punitivas contra el Poder Judicial cuando sus fallos no le son agradables. La lista de medidas autocráticas y de definiciones sin sustento es interminable. Pero no hay crisis energética ni inflación ni corrupción, aunque falten por igual gasoil, datos ciertos en el Indec o transparencia en el uso de los fondos fiduciarios. Sin embargo, estas audacias ilimitadas no reflejan intenciones apoyadas en idea alguna. Que el kirchnerismo está en el poder con chances de mantenerse en él un buen tiempo parece no estar en discusión, pero se ignora para qué. Esto no es desarrollismo ni dirigis-
El panorama es, como diría Borges, tranquilamente desesperante. No hay debates ni proyecto de país que disidencias. Propuso buscarlas mediante un gran debate nacional del cual naciera un proyecto de país y predicó en el desierto. Volvamos, entonces, a la ciudadanía independiente, a la integrada por quienes no militan ni prejuzgan. ¿Ante qué se encuentran el próximo domingo? El panorama es, como diría Jorge Luis Borges, tranquilamente desesperante... No hay debates; no hay proyecto de país; no hay una gesta federal ni un crecimiento con desarrollo ni una inserción, con socios serios y creíbles, en el mundo competitivo y globalizado. Siguen, en cambio, los problemas de inseguridad y la falta de inclusión social. Sólo la audacia oficialista sin mayores ideas. Sólo los egocentrismos opositores, sin mayores audacias... © LA NACION El autor fue gobernador y senador nacional por Corrientes.
Emociones globalizadas M
IENTRAS viví en España, además de hacerme adicta al jabugo y al “¡qué va!”, me hice adicta al scrabble por Internet, con lo que suplía las charlas de café con mis amigos, los paseos con mi perro por Agronomía y otras nostalgias porteñas. En realidad, me reciclé como jugadora digital, ya que allá en la infancia solía jugarlo en vivo en su tablero de nobles fichas de madera, incluidas la “k” y la “w” –odioso tributo al origen anglosajón del juego–, que después fueron suprimidas. Jugábamos con parte de la familia literaria que me tocó en suerte y ésta era una experiencia regocijante, donde circulaban los chistes verbales, las conjugaciones disparatadas plagadas de enclíticos, como “lloverete” y las palabrejas mínimas que solía sacar de la galera mi abuela, como “ox” o “ple”. En Internet ya no hay casilleros coloridos ni tanta cháchara ni tanto chiste. Somos todos jugadores anónimos, bastante asépticos, aunque, eso sí, de distintos países hispanohablantes, con lo que el léxico suele florecer en “jojolotes”, “guaicas”, “cojedeños” e innumerables palabras que a un rioplatense medianamente culto jamás se le hubieran pasado por la cocorota. Pero me voy por las ramas. Yo quería hablar de la amabilidad, hasta de la simple cortesía, su pariente pobre. Un bálsamo cotidiano no tan fácil de conseguir y que, como casi todo, hoy tiene su expresión digitalizada. En el scrabble de Internet, hay una línea de chat abierta con el contrincante, lo que ha institucionalizado una mínima etiqueta vinculada con los momentos del juego: “Buenos días”, “Mucha suerte”, “Gracias por invitarme”, etcétera. A veces un comentario de extrañeza ante una palabra desconocida. (¿“Holan”? ¿Existe el verbo “holar”? Pues no, pero sí el sustantivo “holán”, lienzo o volante. Menos mal que pregunté antes de rechazar la jugada). En estos exiguos diálogos falta la presencia viva del otro, sus gestos, su entonación: el material extralingüístico que, como dice Charles Bally, constituye “un comentario perpetuo de las palabras dichas”. Además de los signos de exclamación y de pregunta y de algunas onomatopeyas, los jugadores echan mano de otros recursos. Así, un “¡bieeeeeeen!”, con muchas es, revela un mayor esfuerzo amistoso, en tanto que un “bien” escueto, en el que te escamotean un mísero signo de admiración, revela el carácter mezquino del mal perdedor (¿sólo “bien” cuando le di una paliza de más de cien puntos de diferencia?). La risa compartida, el humor, tienen que recurrir a engendros
Por Inés Fernández Moreno Para LA NACION nada graciosos, como “ajjj”, “jajjj” o “jajajjjj”. Aun así, la lengua escrita puede mostrarse flexible y pulposa. Pero estos estrechos márgenes también propician los malos entendidos. Cuando alguno me espeta: “¿Y eso?”, mostrando su sorpresa ante alguna jugada, a mí, vaya a saber por qué, me cae mal. Me lo imagino dicho con desdén (para usar una palabra antigua) y tal vez me lo dijeron con toda la onda (para usar una más moderna). Así las cosas, hasta la reciente incorporación de los emoticones a mi scrabble. Como los centauros o las sirenas, también ellos son un engendro, mitad emociones y mitad íconos. Pero no los creó ningún dios, sino un profesor experto en computación usando los caracteres del lenguaje ASCII. El primero –el Adán de los emoticones– dibujaba una sonrisa como ésta (-: para indicar que algo no
Los emoticones son a prueba de malos entendidos: son ingenuos, directos y, por lo tanto, globales. De ellos se han borrado la singularidad y el misterio debía tomarse en serio. Después se multiplicaron como conejos y más adelante se tradujeron a caritas. La idea es siempre la misma: representar emociones imitando las expresiones faciales para romper con lo que se entiende como una limitación de las comunicaciones en la Web. Es que escribir sobre sentimientos nunca fue materia sencilla. Que lo digan los manuales y epistolarios, que todavía circulan en algunas librerías de viejo, donde se proveía al interesado de todo tipo de piezas: desde ardientes declaraciones de amor hasta inocentes invitaciones a tomar un té. Conocidos como smileys, y en otros lugares como “caretos” (una curiosidad si pensamos en la acepción porteña de ser “careta”), los emoticones parten de las emociones básicas: risa, llanto, susto. De ahí en más, sólo se trata de graduar y de combinar estos ingredientes como en cualquier gramática. Así fue como el clásico botón amarillo con la sonrisa se multiplicó en personajitos capaces de hacer todo tipo de piruetas: hay féminas
pintándose las labios, otros que se tiran al suelo y se desternillan de risa, se sulfuran, se brotan de rabia, saltan y brincan, estallan en corazones, en improperios o en lágrimas… El ejército de los emoticones no deja de crecer y de invadir todos los medios digitales. Aunque los elegidos por mi scrabble no son tantos, a veces me quedo perpleja frente a distintas alternativas. Por ejemplo, hay tres variantes de enojo. De menor a mayor: contrariedad con un pelín de condescendencia, enojo con aire amenazante de “ya vas a ver la próxima” y enojo furioso, de “sencillamente, te voy a matar”. Lo mismo con las sonrisas: esbozada, semiabierta, enorme. Puedo tardar más en elegir la carita para el chat que en pensar una buena jugada. Al final, pierdo la paciencia y vuelvo a las palabras. Sin embargo, los emoticones son a prueba de malos entendidos. Porque son ingenuos, directos, infantiles y, por lo tanto, globales. Los malos sentimientos, la rabia, la impaciencia, sólo existen como caricaturas, filtrados y amortiguados por el humor. Estas emociones muletas, aptas para ser aceptadas en cualquier lugar del mundo, son de la familia de las risas prefabricadas de los programas cómicos, de los efectos especiales de las películas de acción, de los paquetes turísticos que pagamos en cuotas, de las hamburguesas, de los culebrones, del Gran Hermano, de los no lugares… Nunca provocarán el malentendido. Jamás causarán un dolor. Son tan fáciles de adoptar como de olvidar. No hay sonrisa de la Gioconda en el menú de los emoticones ni caritas que reflejen el tormento de un Raskolnikov, la furia de un Otelo. Porque en ellos se han borrado la ambigüedad, la singularidad, el misterio, los terrenos propicios en que suele proliferar el arte. Todo sea en pro de una comunicación más ágil, más rápida, más universal. A veces me sorprendo en el espejo tratando de imitarlos. Porque si ellos fueron creados inspirándose en nosotros, nosotros podríamos recorrer el camino inverso: mimetizarnos con su forma de sentir y de interpretar penas y alegrías. Según el espejo, no siempre lo consigo, lo que me inspira una vaga inquietud. No sea cuestión de que los demás no me reconozcan y empiecen a mirarme como a un bicho raro. © LA NACION Inés Fernández Moreno es autora de Hombres como médanos, entre otros libros.
Planeta Deporte
La humildad del velocista LONDRES L lugar es Atenas; el año, 2005. Asafa Powell finaliza una carrera rutinaria de 100 metros y alza la vista hacia el tablero para verificar su tiempo. “Cuando crucé la meta y vi 9,77 segundos quedé muy sorprendido –recuerda, con su acento jamaiquino–. Esperé a ver si el reloj avanzaba, pero no lo hizo.” Acababa de convertirse en el hombre más veloz del mundo. El mes pasado, en Italia, batió su récord con 9,74 segundos. Ningún ser humano, disparado por el rugido de un león o por una señal de partida, ha corrido más rápido que él. Sin embargo, no parece estar hecho para su papel. Ser el hombre más veloz del mundo es algo primitivo, por así decir, propio de un macho perfecto y no de un joven de 24 años, sencillo y traumatizado. Diríase que se hizo atleta sin proponérselo. No obstante, en 2008 podría ser el rey de las Olimpíadas de Pekín. Los pueblos jamaiquinos suelen tener extraños nombres ingleses que contradicen la violencia imperante en la isla. Powell, hijo de un matrimonio de pastores (de
E
almas, no de ovejas), nació y se crió en Linstead cuando todavía reinaba allí la felicidad. “Eramos ocho: mis padres y seis varones –me cuenta–. Crecer rodeado de todos esos muchachos fue divertidísimo. Mis padres siempre me llevaban a la iglesia. Todos nos protegíamos mutuamente.” En el secundario, surgió el primer indicio de su futura grandeza. Powell escribió en el anuario esco-
“Cuando crucé la meta y vi 9,77 segundos esperé a ver si el reloj cambiaba. No lo hizo...” lar que deseaba ser el hombre más veloz del mundo. “Fue una broma –advierte–. En realidad, no esperaba convertirme en atleta profesional. Me interesaban más el fútbol, la ingeniería, el arte y otras cosas por el estilo. Escribí eso sin saber lo que hacía. Estaba excitado por mi fácil triunfo en el reciente campeonato del colegio.” Y prosigue: “Empecé como velocista. En verdad, fue mi entrenador
Por Simon Kuper Financial Times quien me dijo que tenía buenas posibilidades. Pensé que sólo trataba de hacerme sentir bien conmigo mismo”. Prefería el fútbol, y con razón. “Soñaba con ser otro Ronaldo. Hasta me había puesto ese nombre.” Rechazó varias becas de universidades norteamericanas y estudió en Jamaica. ¿Por qué? “En Estados Unidos uno puede hacer tantas cosas: ganar dinero pronto, vender drogas... Y, con la cantidad de comida que hay allí, engordar”, responde. Además, no quería ser otro velocista de colegios universitarios agobiado por correr en demasiadas disciplinas. En 2002, justamente cuando iba progresando, su hermano Michael fue asesinado en un taxi neoyorquino. “Cuando murió mi primer hermano, quise abandonar –dice en tono sereno–. Se venían las pruebas nacionales, pero no tenían sentido. Mi familia me indujo a participar. Me dijeron que mi hermano lo
hubiera deseado. Al año siguiente, murió mi otro hermano, y eso me golpeó.” Vaughn Powell se desplomó mientras jugaba al fútbol en Georgia. “Me pregunté si habrían de morir más –confiesa–. Luego, comencé a esforzarme por mi familia, para hacerla sonreír.” Pero ¿podría lograrlo corriendo carreras? “Sí, aunque tal vez no enseguida. Después de haber ganado un par de carreras, no me sentí muy feliz que digamos.” Nunca ganó una medalla de oro en una Olimpíada o un campeonato mundial. Sus críticos lo achacan a sus nervios. El lo niega. Eso sí: nadie duda de sus dotes. En particular, porque marcó 9,74 segundos habiendo desacelerado antes de llegar a la meta. “Ese torneo en pista se disputaba en dos vueltas –explica–. Estaba corriendo la semifinal. Mi entrenador me había dicho que me esforzara, pero no demasiado. Al llegar a los 80 metros, recordé su consejo. Estaba asombrado de mi propia velocidad.
Sólo quería acelerar cada vez más, hacerle ver a la gente que un ser humano puede correr a semejante velocidad.” Jamaica exporta corredores. Los velocistas Linford Christie, Donovan Bailey y el desacreditado Ben Johnson nacieron allí. Otro hermano de Powell, Donovan, participó en el Mundial 1999. (De paso, el gran velocista Derrick Atkins, nacido en Bahamas, es
Nunca ganó una medalla de oro. Los críticos lo achacan a sus nervios, pero él lo niega primo segundo de Powell.) Pero Asafa es un caso especial: Jamaica lo adoptó. “Todos quieren saber quién es ese tipo que batió el récord mundial, y resulta ser jamaiquino –comenta–. La gente se excita tanto al verme que algunas veces no salgo de casa por ese motivo y otras me enojo mucho. Trato de ser el mismo de antes. Es difícil. En Jamaica, todos me creen rico. Me piden dinero, ya sea en el
barrio o cuando voy al centro.” De hecho, su único camino hacia una gran fortuna es brillar en Pekín. “Ese es el momento en que tendré que llegar al tope”, reconoce. ¿Cómo evalúa a su rival, el norteamericano Tyson Gay? “Soy un velocista muy alto y vigoroso. Soy mucho más explosivo que él. Ser más alto es una gran ventaja. Tengo el paso largo.” ¿Conque lo aventaja? “Sí, diría que le llevo esa ventaja.” ¿Conoce personalmente a Gay? “En realidad, no. De vista, parece muy buena persona. Parece humilde.” “Humilde” es su palabra favorita, aunque se trague la hache aspirada de humble. Suele aplicarla a sí mismo: “Todos me admiran de veras. Se me acercan y me dicen que soy un buen modelo para sus hijos. Me criaron así, humilde”. ¿Cómo querría ser recordado? “Como el atleta más grande que haya existido jamás. Quizá, como uno de los atletas más grandes de todos los tiempos que nunca consumió drogas.” A veces cuesta mantenerse humilde, con hache o sin ella. © LA NACION (Traducción Zoraida J. Valcárcel)