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enfoques
| Domingo 10 De agosto De 2014
planetario
Piazza Navona, irreconocible escenario de la “guerra de las mesas” elisabetta piqué
CORRESPONSAL EN ITALIA
ROMA.– Piazza Navona, una de las más lindas del mundo, luce irreconocible en estos días. Sus veredas no están ocupadas por mesas llenas de turistas sentados plácidamente, tomándose un aperitivo y admirando las famosas fuentes de mármol del Bernini. La mayoría de los tradicionales bares de la plaza están con las persianas bajas en señal de protesta. Sobre sus frentes, hay pancartas que denuncian: “No mesas, no sillas, no trabajo”; “Gracias, alcalde, por la pérdida de puestos de trabajo”; “¿Nuestro puesto de trabajo no vale nada?; ¿Nuestro sueldo?; ¿Nuestra familia?”. También saltan a la vista listas con los nombres y apellidos de los
mozos que temen quedarse en la calle, desocupados. ¿Qué pasó? El alcalde de Roma, Ignazio Marino, decidió hacer cumplir una sentencia que indica que no se pueden ocupar con mesas y sillas, de forma “salvaje” y sin autorización, las veredas de semejante sitio histórico. La policía municipal obligó a desalojar las mesas y los dueños de los tradicionales 13 bares restaurantes de la zona decidieron rebelarse. Dicen que para ellos es un suicidio económico no tener un número grande de mesas al aire libre, y que si no hay marcha atrás o arreglo, se verán obligados a echar gente. La “guerra de las mesas” de Piazza Navona recién empieza. Habrá que ver cómo termina. ß
Un inesperado antídoto contra la soledad en Uruguay: llamar al 911 nelson FernÁnDeZ
CORRESPONSAL EN URUGUAY
MONTEVIDEO.– En las noches montevideanas, en radios o canales de televisión, pululan los astrólogos, tarotistas o pastores de religiones especiales que se dedican a escuchar historias de vida, dar consejos y prometer soluciones. Ofrecen compañía a los solitarios y pretenden que la gente los llame a números pagos, que generan buenas ganancias. Pero hay gente que está sola y recurre a un teléfono particular, que no está previsto para eso: el 911, el número que la policía ha dispuesto para llamadas de emergencia. Las autoridades están hastiadas de llamadas falsas o de bromas de mal gusto, pero detectaron que también
reciben muchos casos de gente que se siente sola y pretende conversar con otra persona. El director nacional de la policía, Julio Guarteche, se quejó públicamente esta semana de esos casos. Y describió otros, que suelen terminar en denuncias penales: aquellos que “molestan” para distraer a la policía hacia una zona para que los delincuentes operen en otra, o que procuran conocer el tiempo de demora de un patrullero a un banco. Guarteche destacó que las llamadas de los solitarios distorsionan el servicio de emergencias, pero trató de ser comprensivo: “La gente está mal. Muchos llaman porque están solos”, reconoció.ß
La 2 puente aéreo
Aerolíneas K o el vértigo de volar sin saber adónde Martín Rodríguez Yebra
—CORRESPONSAL EN ESPAñA—
s
MADRID
er un dirigente kirchnerista siempre se pareció un poco a viajar en avión. Se trata de acomodarse, no contradecir ninguna orden y entregarse a la fe de que el piloto sabrá llegar al próximo destino. A nadie se le ocurriría aconsejarle cuándo subir los flaps ni a qué altitud volar. La magia se mantiene intacta a pesar de que haga tiempo que los seguidores de la Presidenta hayan empezado a sospechar –acaso por las turbulencias tan pronunciadas– que el lugar al que se dirigen podría no resultarles tan placentero como en el pasado. El silencioso show de Boudou en su reaparición en una sesión del Senado resultó una pintura de cómo funciona la nave del poder. El vicepresidente tenía un compromiso en el extranjero, pero recibió una llamada de la Casa Rosada en la que se le indicó ir al Congreso. Le tocaba enfrentar de una vez las denuncias de los opositores que se niegan a legislar delante de un funcionario procesado por corrupción. A Boudou debe darle vértigo atender el celular: lo mismo podrían exigirle que ponga la cara como que pida licencia o renuncie. Cristina Kirchner lo respaldó varias veces con gestos, sin argumentos. Los senadores oficialistas también siguieron las directivas. Algunos esquivan a Boudou como si acabara de regresar de Sierra Leona, pero si la orden era apoyarlo ante el “acoso opositor” había que cumplir. En el fondo, defender a Boudou es un poco defenderse a sí mismos, no sea que a alguien se le ocurra recordar la ley por la que se expropió la imprenta Ciccone sin constatar al menos quién era el verdadero dueño. Además, ya habrá tiempo de repudiarlo si las cosas dan un giro. Les pasa lo mismo a los dirigentes de primera línea hacia abajo cuando los llaman a participar de un acto oficial en la Casa de Gobierno. ¿Habrá que aplaudir la cesación de pagos o un acuerdo para compensar a los fondos buitre? ¿Celebrar la soberanía energética o el endeudamiento multimillonario para hacer las paces con Repsol? ¿Tocará plan de impulso a la demanda o recorte de gastos? Es muy probable que ya ni pregunten. Es cerrar los ojos, abrocharse el cinturón y esperar. El negocio de seguir a ciegas el itinerario que fija el líder es asegurarse el próximo viaje, pero a los kirchneristas se les nubla 2015. Bancar la continuidad de un vicepresidente procesado difícilmente sea una medalla para ganar elecciones. Despotricar contra el mundo financiero, Obama o los grandes banqueros para resistir un fallo judicial en contra puede ofrecer un rédito fugaz que se esfumará si la aventura de los holdouts termina con recesión, desempleo y suba de precios. ¿Habrá un plan maestro que despeje al final el horizonte? No aparecen opciones a la vista por el momento. El Congreso está fuera de las grandes decisiones, los partidos dejaron hace tiempo de ser refugios para discutir políticas y saltar en pleno vuelo es todavía una pirueta que requiere meditar mucho. Martín Insaurralde lo atestigua a diario. Los aspirantes a la sucesión se desentienden del rumbo del avión. A Macri, Massa y Scioli se los intuye más a gusto jugueteando en el show de Tinelli que explicando qué harían para salir de la emergencia. Como si no sospecharan que en estos días de tormenta ellos –y el resto de los argentinos– también van adentro.ß
g Sombras nada más Por Diana Fernández Irusta | Foto Adam Ferguson/NYT bajid kandal, irak, 7 de agosto de 2014. En unos días, las personas cuyas sombras se proyectan sobre esta carpa de un campo de refugiados en Irak podrían no existir más. Tanto como el niño que, quizá cansado de las largas caminatas, las huidas, los escondites y el miedo, se separó del grupo y se sentó, palito en mano, a jugar un poco y esperar a que los adultos resuelvan sus cosas. Pero dentro de muy poco tiempo, si las condiciones del campo no son seguras, el respaldo del gobierno iraquí flaquea o el descalabrado mapa de la región se descalabra aún más, todos estos refugiados podrían ser masacrados a cuento de una sola razón: son yazidis, minoría religiosa a la
Humor
que el Estado Islámico recientemente conformado entre Siria e Irak ha condenado, del mismo modo que lo hizo con la minoría cristiana y otras comunidades consideradas infieles, al destierro o la muerte. Los yazidis combinan en su religión elementos del zoroastrismo, creencia tan antigua como el territorio que hoy se les vuelve hostil: la mítica Mesopotamia, origen de las primeras ciudades, los zigurats y aquellas tablillas donde comenzó la aventura de la escritura. Eso que se dio en llamar cuna de la civilización, hoy enterrado bajo las bombas. Acuciado por lo que, más que duda, es sospecha: ¿hasta qué punto la intervención occidental, con su irrupción a
sangre, petróleo y fuego, no destrozó el equilibrio de por sí frágil que venía imperando en Medio Oriente? Una destrucción en cadena suspendida, como un manto letal, sobre este niño tan pequeño –¿tres, cuatro años?–, tan descalzo y tan ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor. Casi no mira a aquellos que, fuera de campo, quizás estén debatiendo los pasos a seguir en esa marcha forzada que son las jornadas de cualquier perseguido. En su breve aparte, el chico está inauditamente solo. Buscando refugio en su propio universo –palito, tierra y a quién le importa la falta de juguetes– a despecho de la nada que le ofrece el mundo que a duras penas lo ha recibido.ß
DesDe el margen
Elogio de la espera: buscar a un bebe, encontrar a un hombre Fernanda Sández
—PARA LA NACIÓN—
olle johansson/ suecia El ébola, el retorno de una amenaza que se cierne sobre el planeta.
steve kelley/ estados Unidos –Si el cese del fuego temporario no funciona, tal vez deberían probar con un cese del fuego permanente...
a
trás de una ligustrina, mirando. ¿Será él? Ése, el morocho cachetón de camisolín verde. Parecido es, pero quién sabe. ¿Quién podría saber, sin poder acercarse? Porque por aquellos días, para las primeras abuelas metidas a detectives, la consigna era ésa: no hablarles, no molestarlos. Volverse invisibles como la ligustrina que rodeaba el patio del jardín de infantes adonde iban, cuando tenían algún dato, a otearlos. A imaginar. ¡Si ni foto tenían! Salvo los pocos que secuestraron con sus padres, el resto era una incógnita. ¿Había nacido? ¿A quién de los dos se parecerá? ¿Será ése? Cuesta imaginar una forma más perfecta de infierno: condenadas a buscar, en secreto, al hijo robado del hijo muerto. Y sentir que cada hora que pasa se está más lejos. Del pasado, pero, sobre todo, del futuro. Por suerte, ellas nunca pensaron así y tal vez eso las salvó de la locura. Por suerte, la naturaleza es sabia y allí donde no hay madre, suele haber abuela. Cualquiera que haya tenido la gracia de un hijo lo sabe: son los chicos los que vuelven a poner al tiempo –y al mundo– en su lugar. Mientras uno se cree eterno, in-
vulnerable, ellos se acercan a decirnos que no. Que dos años son muchísimas horas. Que el tiempo corre. Que en esos pocos meses se camina, se balbucea, se sonríe. Se avanza. Nosotros somos los lentos. Los distraídos. Pero la distracción ha sido algo que ellas no han podido permitirse jamás. Había, ahí afuera, un nene de menos. Había, acá adentro, una mujer decidida a encontrarlo. ¿Qué no hicieron, adónde no fueron, con quién no hablaron en todos estos años? Si hasta dieron con un método científico capaz de probar, en ausencia de los padres, el lazo entre un niño y su familia: abuelos, primos, tíos. Para eso, contaron con ayuda de la Universidad de Upsala, en Suecia; del Hospital de la Pitié, en Francia, y del Blood Center, en Estados Unidos. El resultado de esos exámenes es concluyente y establece algo que, en honor a ellas, se denominó “índice de abuelidad”. Por suerte, la naturaleza es sabia: sella la sangre con un porcentaje que no es otra cosa que la cifra de un amor sin tiempo. Ni medida. Por estas horas, con la aparición de Guido Carlotto, apareció también la napa más inconfesable de nosotros mismos. Todo el veneno de nuevo en superficie, todo expuesto en su profunda falta de humanidad. Y es entonces –cuando ya el harapo espiritual ha quedado a la vista, porque hay que ser capaz
de enojarse frente a una noticia como ésta– cuando el trabajo de estas mujeres vuelve a mostrarse como lo que en verdad es: un milagro de perseverancia. Y de prudencia. Alguna vez, hace muchos años, tuve la oportunidad de entrevistar a Estela de Carlotto. Y una frase quedó reverberando: “Ya estamos todas grandes. Hicimos todo lo que pudimos. Comenzamos buscando a bebes que ya son hombres y mujeres. Ahora confiamos en que sean ellos los que vengan a nuestro encuentro”. Tres décadas después, el círculo pedía relevo: de abuelas que buscan a sus nietos, a nietos que buscaran a sus abuelas. Hasta eso puede el amor: modificar el sentido de las cosas. Quizá por eso también, de las muchas imágenes y frases que pasaron por estas horas, una quedó. Es una ilustración de Tute. Un único cuadrito donde se ve a una mujer de pañuelo blanco tomándose de las manos con un “chico” de pantalones cortos… y barba. “Tanto tiempo”, dice él. Ella sólo lo mira, encandilada, como en aquellos días tras las ligustrinas. Por suerte, la naturaleza es sabia: cuando ellas ya comienzan a cansarse, son ellos los que vienen a buscarlas. Salieron en pañales; llegaron con arrugas. Y ya nadie sabe quién le hace upa a quién. ß