El último rey del bosque

e inunda el valle con la música de sus aguas. ... permanece en pie el último alerce, el árbol rey del bosque. ... del país, no existente en otra parte del planeta”.
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El último rey del bosque Manuel Gallegos Cerca, muy cerca del Volcán Calbuco, se extiende una alfombra verde de bosques y un río cristalino que, como una larga corbata, baja de la montaña e inunda el valle con la música de sus aguas. Precisamente en ese lugar, semejante a una flecha lanzada al firmamento, permanece en pie el último alerce, el árbol rey del bosque. Su tronco es fuerte y tan recto como si hubiera sido trazado por una regla gigante. Si se sube la mirada por el tronco desnudo hasta su copa, las ramas de su cúspide parecen nubes verdes sobre un telón azulado. Una tarde, un pequeño, por no decir diminuto pájaro de color café y gris tornasolado, trepó por la corteza del árbol y con gran esfuerzo llegó hasta sus ramas altas. Era un leonero. -¡Qué miedo…!- dijo, expresión inimaginable en un pájaro, pero comprensible cuando se sabe que estas avecillas sólo vuelan entre los arbustos y árboles bajos, aventurándose rara vez a elevarse demasiado. -¡Acurrúcate entre mis ramas o el viento te hará caer! – le gritó el alerce. El pajarillo obedeció calladamente y se quedó esperando oír de nuevo esa voz que a pesar de lo grave y profunda le pareció tan dulce. - ¿Verdaderamente me habló el árbol o fue mi ángel guardián?- se preguntó la frágil criatura. - ¡Sí, fui yo, “piñoncito con plumas!” – dijo el árbol con una risa que bajó de su tronco hasta las raíces-. No te molestes – agregó-; sólo quise tranquilizarte con una broma. Dime, amiguito, ¿cómo te llamas? - Me llaman Leonero - ¿Leonero? ¡Qué nombre tan curioso! - Me dicen así porque me asustan los pumas. Cuando uno de ellos anda cerca, me doy cuenta en el acto y rápidamente, de árbol en árbol, aviso a mis amigos del peligro. En realidad, los hombres debieran llamarme “pumero” y no leonero, pues aquí no hay leones, pero ellos saben poco y nada sobre pájaros y animales –concluyó alegremente la avecita.

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El alerce rió más largamente todavía. Su risa bajó de la copa a las raíces y volvió a subir tres veces seguidas. Fue tanto subir y bajar que la misma risa se cansó. Creo que me iré –dijo la avecilla entre molesta y asustada, debiendo cogerse fuertemente de las ramas para no caer durante la tormenta de risa del alerce. Con decisión dio un salto a la rama principal y luego hasta el añoso tronco. -¡No te vayas, leonerito! ¡Espera un poco más! Es que me olvido de que eres un pequeño y frágil pájaro, no un bruto como yo… Hablemos, ¿quieres? El pajarillo se detuvo, observó el ramaje de la copa, giró se cabeza, miró al horizonte y dijo: -¡Qué bello se ve todo desde aquí! Uno cree que el mundo es ese que mira entre las ramas de los arbustos donde vive, y no es así: basta subir un poco más para ver las cosas diferentes. -Yo también, cuando pequeño, pensé lo mismo, De esto hace una par de miles de años. Luego, fui creciendo y cada vez pude ver más lejos. El ave sorprendida, casi atragantándose, le preguntó: -¿Miles de años…? -Sí, tengo dos mil años de edad. El pajarillo no podía creerlo. Lo miró de arriba abajo y le fue imposible entender. -¿Dos mil años? –preguntó y repitió una vez más-: ¿Dos mil años…? -Así es –dijo el alerce con orgullo, y agregó-: Este verano un grupo de turistas pasó por aquí y me observaron como bicho raro. Uno de ellos me pareció muy sabio, porque explicaba a los otros la vida de los árboles. Les dijo, indicándome, que era un árbol “autóctono”. Hasta ese momento yo ignoraba aquello y el hombre les contó que esa palabra significaba “lo propio del país, no existente en otra parte del planeta”. ¡Y entonces ocurrió lo grande! ¡Declaró que mi edad era de dos mil años y medía cuarenta metros de altura! El pajarillo permaneció mudo. Estaba perplejo. Sus ojos se agradaron tanto que parecía un búho. -¡Las cosas que descubrí ese día, leonerito! ¿Sabes lo que significan estos dos mil años en la tierra? La avecita movió negativamente su cabecilla, reflejando en los ojos su total incomprensión. Lenguaje y Comunicación 3º Básico

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-Ese hombre –continuó el alerce- dijo que nací cuando en este país sólo existían aborígenes. Es ese entonces, al otro lado del mar nació un niño llamado Jesús que declaró ser el hijo de Dios y a los treinta y tres años lo crucificaron sus propios hermanos hombres. Después, durante mi vida ocurrieron guerras santas, grandes inventos y viajes. También el descubrimiento de América, nuestra tierra. ¿Cómo se entiende esto, leonerito, si esta tierra existía desde mucho antes que la descubrieran? ¿No es así, amigo mío? -Si tú lo dices, así debe ser. -También –continuó el alerce- se produjo el nacimiento, desarrollo y muerte de culturas e imperios, guerras mundiales, la bomba atómica y algo curioso, leonerito, el hombre llegó a la Madre Luna en una nave espacial. ¿Te lo imaginas? ¡Tantas cosas más han ocurrido desde que estoy aquí, amigo mío! El alerce terminó riendo, satisfecho de haber recordado palabra por palabra lo oído. El pajarillo, con todo su cuerpo sorprendido, sin alcanzar a entender lo narrado por el árbol, le dijo tartamudeando: -No comprendo esas cosas, pero me doy cuento de que se trata de mucho tiempo, mi vida sólo dura tres veranos, amigo alerce. Las ramas del árbol se movieron impulsadas por un suave viento, como un suspiro nacido de sus raíces. Y dijo el alerce: -Yo tampoco lo entiendo del todo, leonerito; esos son asuntos de los hombres y ellos los comprenden bien. Es verdad, mi vida es larga y la tuya muy breve, si embargo, con tristeza te digo que he visto cómo hemos ido desapareciendo. Antes, este valle estaba cubierto de alerces y ahora sólo quedo yo. ¿Ves esos cientos de troncos quemados? Aquel fue un hermoso bosque: lo talaron para vender nuestra madera y el resto quemarlo con el fin de cultivar los terrenos. Entonces, la Madre Tierra los castigó convirtiéndolos en suelos estériles. Mi madera cubre los techos, paredes y muebles que lucen con orgullo en sus casas. No obstante, los hombres han sido desagradecidos, importándoles sólo ganar dinero, olvidando cuidar nuestra especie. En cambio, leonerito, tú no desaparecerás porque no te buscan para eliminarte. Los ojos del pajarillo se nublaron y unas cuantas lágrimas que brotaron de ellos las esparció el viento.

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-Aun cuando yo viva sólo tres veranos y tú miles de años, siento pena por ti, amigo árbol. Un silencio breve reflejó lo que pasaba por el pecho del pajarillo y luego, pinchado como por una espina, exclamó: -¡Tengo una idea! ¡Espera un poco amigo alerce! Dio un salto de la rama al tronco, bajó presuroso y antes de llegar a tierra voló suavemente, perdiéndose entre los ramajes. El alerce oyó el canto del leonerito danto vueltas a su alrededor y después de algunos minutos. Una algarabía de pitíos lo despabiló. -¡Aquí estoy de regreso, amigo alerce! ¡Estos son mis hijos! Y abrió un ala mostrando la hilera de pequeños leoneros. -También han venido mis hermanos con sus hijos –agregó, apuntando con la otra ala. El alerce rió complacido, sacudiéndose al conocer a la familia del Leonero. -Te diré algo, amigo árbol. Nos vamos a quedar a vivir junto a ti. Formaremos una guardia entre los arbustos que rodean tu tronco y cada vez que se acerque un hombre con malas intenciones, nos pondremos a cantar si un puma estuviera cerca, alejando así al intruso. El alerce con emoción les respondió: Es un generoso y bello gesto, leonerito. Gracias, amigos, estaré feliz de oírlos y cuando quieran ver el mundo diferente, suban a mis ramas altas. A tus hijos les hará bien. Entonces, el leonerito, como un verdadero jefe de tribu, ordenó: -¡Vamos, hijos, a sus puestos! ¡Ustedes también hermanos, vayan rápido a construir sus nidos en los arbustos de abajo! Los pajarillos volaron a ubicarse alrededor del tronco del alerce, semejando un cintillo de colores. Al final del tercer invierno, el leonerito vivió sus últimos días y en el mismo instante que una estrella fugaz iluminaba el cielo, dejó de respirar. El árbol, profundamente apenado, le ofreció un hueco entre sus raíces par cobijarlo. Aquel amanecer y durante todo el día no se escuchó el canto de las aves. Lenguaje y Comunicación 3º Básico

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Sin embargo, al segundo día y por años, los hijos del Leonero revolotearon a su alrededor transmitiendo de padres a hijos el encargo del abuelo: cuidar al alerce espantando a los hombres con la idea de la existencia de un terrible puma. El árbol, agradecido, protegía a las avecillas en los días de temporal, hasta que un día sucedió algo inesperado. El dueño de esos terrenos, un sencillo hombre de campo, descubrió el afán de los leoneros y comprendió que en sus manos tenía la posibilidad de cuidar ese árbol. Entonces, a la entrada del bosque colocó un cartel con la siguiente inscripción: Santuario del Alerce Desde ese instante, ningún hombre se atrevería a hacerle daño. Así, el lugar se lleno de cantos de aves y risas de niños que lo visitaban para admirar al Rey del Bosque y a su reinado de árboles y pájaros

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