El tramo más lento de la ruta colonial

2 ago. 2009 - Virrey de Mendoza: el edificio data de 1565 y fue restaurado en. 1991. Hoy cuenta con 55 elegan- tes habitaciones, justo en la plaza principal.
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Turismo

Página 12/Sección 5/LA NACION

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Domingo 2 de agosto de 2009

[ ITINERARIOS ] Por el estado de Michoacán

El tramo más lento de la ruta colonial El circuito de pueblos detenidos en el tiempo, por el corazón de México, depara sorpresas como Morelia y Pátzcuaro, dos sitios tan tranquilos como encantadores MORELIA Y PATZCUARO, Michoacán (El Mercurio, Santiago de Chile/GDA).– Por la ventana del auto donde viajamos, Marco Antonio Solís nos ha sonreído ya un par de veces. Vestido de blanco, con el pelo largo, suelto, y la barba a medio hacer, la mesiánica figura del cantante mexicano está impresa en varios letreros de la carretera que une Pátzcuaro con Morelia, en el estado de Michoacán, al centro de México. Solís es rostro de una marca de zapatillas locales. Y también es un emblema michoacano: nació en el pequeño pueblo de Ario de Rosales –en las afueras del estado–, y si no se hubiera ido, no sería tan feliz: hoy es una estrella de la música romántica y, como tal, tiene una enorme casa justo enfrente del acueducto de Morelia, icono arquitectónico de la ciudad, construido en 1785. Y a veces incluso se lo ve por allí: hace un año bautizó a su hija en la catedral, en una ceremonia que amenizó al piano su amigo Raúl Di Blasio, lo que por cierto fue todo un evento en la ciudad. La figura de Solís sirve para explicar a Morelia y Michoacán. Como está alejado del rutero turístico tradicional de México, este lugar difícilmente aparece en los mapas mentales. Pues bien, Morelia es la capital de Michoacán. Una ciudad metida entre colinas resecas, con 1,5 millones de habitantes, fundada en 1541, designada Patrimonio Cultural de la Unesco en 1991, y punto de partida de la llamada Ruta Colonial de México. Una ciudad limpia y apacible, ni fría ni calurosa, con un muy bien cuidado centro histórico... y donde tiene casa el famoso cantante Marco Antonio Solís. Si uno viene por tierra desde el congestionado D.F., como hicimos nosotros, llegar a Morelia es una agradable sorpresa. En el centro histórico, por ejemplo, siempre se puede estacionar. De día y de noche. En sus calles no se ven vendedores ambulantes. Tampoco hay estridencias ni bocinazos. El comercio está bien organizado: en el Mercado de Dulces y Artesanías nadie te persigue para que compres. La gente es dulce. Y lo que más venden son dulces: de membrillo, guayaba, tejocote (en el centro incluso hay un Museo del Dulce, que explica la historia de esta especialidad moreliana, hecha originalmente por monjas dominicas). Hay varias plazas y pequeños parques, donde por lo general grupos de escolares pasean con sus cuadernos bajo el brazo. En una de ellas, el Jardín de las Rosas, al lado del Convento de las Dominicas, hay varias mesitas bajo los árboles donde algunas personas toman café y otras miran libros en pequeños puestos. En otras, como la calzada Fray Antonio de San Miguel, unas monjas caminan lentamente entre fachadas coloniales. Así es Morelia. Todo muy siglo XVIII. Todo

mariposas monarcas, otro símbolo de Michoacán (están hasta en las patentes de los autos), que en octubre se refugian en el Santuario de la Monarca, en el pueblo de Angangueo, a 170 kilómetros de la ciudad.

Más tranquilo que una foto

La plaza central de Morelia

DATOS UTILES LLEGAR

LUna opción es volar al D.F. y llegar por tierra. Desde la capital, son entre tres y cuatro horas de viaje. Como para extrañar el tránsito de las grandes ciudades DONDE DORMIR

En Morelia: LCantera Diez: el más exclusivo del centro histórico. Su fachada es colonial, pero por dentro es moderno. Sólo 11 suites, desde 375 dólares. www.canteradiezhotel.com LVirrey de Mendoza: el edificio data de 1565 y fue restaurado en 1991. Hoy cuenta con 55 elegantes habitaciones, justo en la plaza principal. Dobles, desde 175 dólares. Madero Pte. 310; www.hotelvirrey.com LCasa de la Loma: de estilo más moderno, tiene 25 cuartos simples sobre una colina en las afueras del centro histórico. Dobles, desde 100 dólares. Mozart 380; www.casadelaloma.com En Pátzcuaro: LLa Mansión de los Sueños: el primer hotel boutique de Pátzcuaro tiene sólo 12 habitaciones en una antigua casona del siglo XVII. Dobles, desde 245 dólares, con desayuno, welcome drink y masaje de hombros. Ibarra 15; www.prismas.com.mx

Fachadas de Pátzcuaro, en reglamentarios rojo y blanco

COMER EN MORELIA LSopa tarasca, masa al epazote,

changos zamoranos, salsa de zapote. Pruebe estos platos michoacanos en el Hotel Casino, justo en la plaza; en El Gustito, buena picada de comida casera en el centro, o en el refinado San Miguelito (frente al Centro de Convenciones), que además de restaurante es un templo dedicado a San Antonio de Padua. LMás información, www.vi-

sitmexico.com

El oro de la iglesia de San Diego, en Morelia

muy apacible, casi angelical. Y ésa es una de sus gracias: se supone que muchos chilangos, como se llama a los nacidos en el D.F., han venido a vivir aquí justamente por eso: en Morelia la vida es más tranquila. Más lenta (y también más rápida: aún no hay gran congestión vehicular, por eso se puede llegar fácilmente de un lugar a otro). El centro es todo caminable. Y las calles conducen a una iglesia. En un día se conocen hitos como la catedral, que data de 1660; el Palacio Clavijero, hoy convertido en centro cultural; la Biblioteca Pública, que entre sus tesoros guarda un libro escrito en el siglo V por San Agustín, y otras iglesias y capillas (hay 38 en total), como la impresionante iglesia de San Diego, que cobija un soberbio altar de oro. Pero también, sin problemas, se pueden dedicar más días a Morelia. Sobre todo si la visita coincide con el Festival de Cine (octubre), el de Organo (en mayo se toca el antiguo órgano de la catedral, con 4600 flautas), o bien con la llegada de miles de

El otro gran hito de esta parte de la ruta colonial es Pátzcuaro. Ubicado a sólo 53 kilómetros de Morelia, es uno de esos pueblitos que los mexicanos han dado en llamar mágicos. Más tranquilo que una foto, Pátzcuaro es un ejemplo de conservación colonial: sus fachadas –todas– están pintadas de rojo y blanco, y los letreros del comercio tienen la primera letra roja y el resto negras. Sólo con esos colores se anuncia, por ejemplo, el Bazar del Tío Juan; la Casa del Naranjo; el Foto Estudio; La Casa de Los Angeles, donde venden recuerdos para bautizos. Y así... En Pátzcuaro hay que tomarse, sí o sí, un helado artesanal en cualquier heladería (las mejores están al costado de la Plaza Grande, como la nevería Lupita) y, mientras uno lo saborea, caminar por los plácidos rincones de la ciudad, que alguna vez fueron el sitio de descanso de la nobleza p’urhépecha, los indígenas originales, quienes fundaron Pátzcuaro hacia el año 1300. El trayecto debe incluir la hermosa Casa de los Once Patios, que alguna vez fue un convento y hoy es un centro de artesanías finas, cuyo principal producto es la pasta de caña de maíz, con la que se elaboran figuras religiosas; también la Plaza Chica, cuya iglesia no funciona como tal, sino como biblioteca pública, adornada por un precioso mural de Juan O’Gorman que cuenta la historia de México; y la imponente Basílica de Nuestra Señora de la Salud, la patrona del pueblo, por ejemplo. En Pátzcuaro también hay un lago donde está la isla de Janitzio, famosa porque allí se celebra una de las principales fiestas del Día de los Muertos, en noviembre. El problema es que lo de Janitzio se ha vuelto sobre todo un carrete desatado y ha perdido parte de su gracia. Por eso, si busca una fiesta más auténtica, vaya al poblado de Tzintzuntzan, a 20 kilómetros de Pátzcuaro, que además cuenta con una interesante zona arqueológica. Ahora, si no va en noviembre, sólo siga perdiéndose por las antiguas calles de Pátzcuaro. O vuelva a Morelia. Seguro encontrará más de una sorpresa.

Sebastián Montalva